Gomez de Sandoval y de Palacios, Jeronimo Biografia
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General español de la guarda de la Carrera de Indias.
Caballero de la Militar Orden de Santiago.
Señor de las villas de Bahabón, Oquillas y Cilleruelo.Contenido |
Orígenes
Vino al mundo en la capital, Madrid en fecha desconocida, pero debiendo de ser en la década de los 80 del siglo XVI. Fueron sus padres, don Diego Gómez de Sandoval, señor e Bahabón y de su esposa, doña Mariana de Palacios y Toledo.
Hoja de Servicios
Empezó a servir como capitán de Infantería en la jornada de Argel de 1602.
En 1626 fue nombrado teniente general de la Isla La Española y almirante general de las Flotas de Indias.
Con una de ellas en 1639, al zarpar de la Habana le sorprendió un fuerte huracán típico de la zona, lo que provocó que dos de sus buques, la Viga y el patache Galgo dieran en los bajos de las Bermudas, descubriéndose así que estaban ocupadas por los ingleses. Estos sí cuidaron de los náufragos, pero no por humanidad, sino como refiere el mismo Fernández Duro: «…fue para hacerse pagar los servicios de salvamento usurariamente, á fuer de gente industriosa que no todos los días tenía la proporción de embolsar pesos acuñados»
En 1640 mandaba una escuadra de diez galeones y un patache [1], dando escolta a una Flota de Indias, se vio atacado cerca de Cádiz por la escuadra francesa del marqués de Brézé, compuesta de veinticuatro navíos de guerra y doce de fuego (brulotes), se intentó formar la línea en bolina, colocándose en cabeza la Capitana de la escuadra, y el último la Almiranta de la Flota, quedando el resto entre ellos y pasando a sotafuego los mercantes de la Flota, así quedaban protegidos, pero el galeón San Juan y la nao Gallega no pudieron incorporarse quedando a merced de la escuadra enemiga, al mismo tiempo que la Almiranta enemiga se colocaba a tiro de mosquete sobre de la Capitana, el resto fue eligiendo a su enemigo, el contralmirante Coupoville logró doblar la línea española por la retaguardia, para así aprovechar el barlovento y lanzar siete brulotes.
Uno de estos fue a dar de lleno en el San Juan, siendo consumido por las llamas y muriendo su capitán el marqués de Cardeñosa, junto a la mayor parte de su gente, por estar hasta el último instante intentando salvar el buque, los cuales al ver que ya no había remedio se lanzaron al, agua pero se fueron al fondo por no saber nadar la mayor parte de ellos. Otro de los brulotes se fue a enganchar en el bauprés de la Capitana, pasando el incendio a los foques y velas cuadras del palo trinquete, pero no pasó adelante por la decidida acción del capitán don Pedro Negrete, el cual ordenó arriar un bote con gente, más una cadena que lanzó al brulote para aferrarlo y a remo lo apartaron.
Algo parecido ocurrió en la Capitana de la Flota, pero con más previsión, ya que el capitán don Adrián Pulido se había colocado abarloado al galeón, de forma que la ir a engancharse otro de los brulotes, fue consiguiendo que el incendiario corriera la banda separado por el bote sin lograr su objetivo de quedar enganchado en él de esta forma lo acompañó hasta dejarlo por la popa alejado de cualquier otro buque, perdiéndose en el océano hasta quedar consumido por su propio fuego. Lo peor fue, que la gente se asustó al ver las llamas tan cerca, y en vez de ayudar con palos o cualquier herramienta a alejar al brulote, optaron por la peor solución, que fue lanzarse al mar sin saber nadar, ello causó que de cuatrocientos hombres que iban a bordo, solo treinta se quedaran y salvaran.
Las naves de la Flota protegidas como se ha explicado, fueron ganando viento y velocidad, a pesar de ser muy superiores los bátavos, tanto la Capitana como la Almirante de la Flota y los galeones de la Escuadra, fueron más que suficientes para entretener a todos los enemigos de tal suerte que pudieron ir entrando en la bahía de Cádiz sin sufrir ninguna pérdida, de hecho solo se perdió el galeón San Juan y un patache que se fue al fondo. Por su parte la Capitana de la escuadra, que fue medio consumida por el fuego, solo tuvo nueve muertos y veinte heridos.
Al arribar a la bahía de Cádiz todos se alegraron de verlos, pues solo faltaba un buque importante, cuando se habían batido contra el triple de enemigos; se libraron de su total destrucción por no ser mejores conocedores los franceses del arte de navegar y combatir, de haberlo sido las consecuencias hubieran sido mucho más trágicas, por esto se les recibió con un pequeño canto que en su parte más importante dice: «…si no volvían los galeones con feliz suceso, lo hacían con reputación…»
En 1641, debía de tomar el mando de la escuadra de galeones que se estaba armando, por ser conocida la formación de una escuadra holandesa preparada para rapiñar en la obligatoria recalada de la Flota de Indias, para lo que ya se había reunido una escuadra con veintitrés galeones en la bahía de Cádiz dispuestos a zarpar.
Parece ser, que durante el armamento de la escuadra, hubo desavenencias entre el Gobernador de Cádiz, el duque de Ciudad Real con don Jorge de Cárdenas General de la escuadra, a tanto llegó el problema de jurisdicción que se enfrentaron en duelo a espada, como buenos caballeros, pero fueron igual de hábiles con el manejo del arma, ya que los dos tuvieron que abandonar el duelo, por haber hecho primera sangre en el contrario al mismo tiempo.
Enterado el Rey de tan desagradable asunto, ordenó una reconciliación entre ambos, pero al parecer Cárdenas había salido más mal parado del lance, por lo que al no poderse hacer cargo de la escuadra, S. M. le ordenó al duque de Ciudad Real zarpara de inmediato para proteger a sus bajeles.
Acción que llevó a efecto, cumpliendo escrupulosamente la orden recibida, eso sí, se puso a rumbo a proteger la Flota de Indias que venía al mando de Gómez de Sandoval, ya juntas el 22 de julio sufrieron el ataque de la más poderosa escuadra bátava, pero entre los galeones de la Flota y los de escuadra, lograron que los enemigos abandonaran su empeño arribando ambas a la bahía de Cádiz sin sufrir ninguna pérdida.
En 1646, después del combate de Orbetello, el Rey don Felipe IV no estuvo conforme con la forma en que los mandos de la escuadra, habían llevado la empresa, así fueron relevados don Francisco Díaz de Pimienta, Conde de Linares, Marqués del Viso que ya lo era de Santa Cruz, Marqués de Bayona y don Pablo Contreras, siendo nombrados en su lugar don Jerónimo Gómez de Sandoval al mando de los galeones, las galeras de España a don Luis Fernández de Córdoba y en las de Nápoles a Juanetín Doria con el título todos de Gobernador, por lo que a su vez Sandoval quedó incorporado a la armada cuyo mando se le dio a don Juan José de Austria.
Pero poco después falleció «de mal de orina», siendo el día doce de junio de 1646, por estar muy cerca su cuerpo fue desembarcado en Valencia.
Legó a don Juan José de Austria una carta náutica de mucho mérito, en la que se encuentran, América central, las islas de Bahamas y Antillas mayores y menores; prácticamente todo el Caribe, Antillas y Seno Mejicano.
Y escribió: «Discurso sobre que la flota debe de salir de España, sin tomar día de febrero en España, y de las Indias por junio» Hay copia en el Depósito Hidrográfico, en el tomo 10 de manuscritos.
Notas
- ↑ La Escuadra y Flota, se componía de; Capitana de la escuadra, general don Jerónimo Gómez de Sandoval; Almiranta, almirante don Pedro de Ursúa; Capitana de la Flota, general don Luis Fernández de Córdoba; Almiranta, almirante don Asensio de Arriola; galeón San Juan, capitán don Diego de Guzmán, marqués de Cardeñosa; San Jerónimo, capitán don Francisco de Ledesma; Santiago de Nápoles, capitán don Gaspar de Carasa; Cuevas, capitán don Juan de Chavarri; nao Gallega, capitán son Sancho de Urdanivia; urca, capitán N. de Zabala y Pingue ó patache, capitán don Juan de Ilarraga.
Bibliografía:
Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.
Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895—1903.
Fernández de Navarrete, Martín.: Biblioteca Marítima Española. Obra póstuma. Imprenta de la Viuda de Calero. Madrid, 1851.
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