Bazán y Guzmán, Álvaro de8

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«Tal fue Don Alvaro de Bazán durante su larga vida militar; una sola idea, un solo sentimiento embargó su ánimo: la obediencia á su Rey y el engrandecimiento de la patria: á estas nobles aspiraciones sometió todos sus actos; familia, riqueza, gloria, todo cuanto el hombre ama, todo cuanto puede ligarle á la vida, todo lo pospuso al cumplimiento de su deber, á la realización de sus ideales; á pesar de los esfuerzos de sus émulos, á pesar de que la envidia esgrimió contra él todas sus armas, el 9 de Febrero de 1588 dióse una prueba bien patente de cuánto se estimaban sus servicios, de cuánto se esperaba de su genio; el estampido de los cañones de la Armada, contestado por las baterías de Lisboa, el tañir de la campanas, los enlutados estandartes y la tristeza que en todos los semblantes se reflejaba, no eran sólo las manifestaciones de duelo con que ambos ejércitos de mar y tierra rendían los últimos honores á un General ilustre; existía en esta expresión del sentimiento algo más profundo, más grave, más trascendental, y era que, con esa intuición característica de las masas en los momentos críticos, que parece que adivinan los acontecimientos, el pueblo y el ejército presentían que aquel gigante que tanto tiempo encadenara la victoria, la arrastraba con él al sepulcro, y que aquel día era el primero de nuestra decadencia marítima; y á pesar de todas las envidias y rencores, y á pesar de todas las pequeñeces del humano espíritu, el nombre del Marqués de Santa Cruz figura como el del primer marino de su época, la historia le reserva un lugar distinguido entre los grandes capitanes, y España, honrándole, demuestra que no olvida los eminentes servicios de sus hijos, al par que lo presenta á los que visten el glorioso uniforme de la Armada como el modelo que deben imitar para volver á adquirir nuestra preponderancia en los mares.»

Habiendo redactado su testamento el 8, en el que pedía ser enterrado en el panteón que la familia de don Álvaro de Bazán posee en el convento de la orden de San Francisco en la misma Villa del Viso, pero por no estar preparado en principio se le trasladó a la iglesia parroquial de la Villa, de donde se volvieron a trasladar según sus deseos el 18 de enero de 1643 al panteón citado, donde descansan.

En la lápida que se encuentra en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, en la Villa del Viso, donde se le dio sepultura la primera vez, tiene la siguiente inscripción:

« Don Álvaro de Bazán

Primer Marqués de Santa Cruz.

Nació en Granada a 12 de diciembre de 1526. Vencedor
de los turcos en Lepanto y Albania; de los moros, en Túnez
y la Goleta; de los portugueses en Setúbal y Lisboa; de
ingleses y franceses, en las Terceras; terror de los infieles;
peleó como caballero, escribió como docto, vivió como héroe
y murió como santo en Lisboa a 9 de febrero de 1588. »



Un escritor realizó la relación de lo conseguido por don Álvaro a lo largo de su vida, reduciendo así a simples números su eficacia y valor personales: «Rindió: ocho islas; dos ciudades; veinticinco villas; treinta y seis castillos fuertes. Venció: ocho capitanes generales; dos maestres de campo generales; sesenta señores y caballeros principales. Capturó soldados y marineros: cuatro mil setecientos cincuenta y tres, franceses; setecientos ochenta, ingleses; seis mil cuatrocientos cincuenta, portugueses; seis mil doscientos cuarenta y tres, turcos y moros. Apresó: cuarenta y cuatro, galeras; veintiuna, galeotas; veintisiete, bergantines; noventa y nueve, galeones y buques de alto bordo; siete, caramuzales turcos; tres, carabos y una galeza. Artillería: mil ochocientas catorce piezas. Puso en libertad, a tres mil seiscientos cincuenta y cuatro cristianos. Y lo más importante; jamás fue vencido en combate»

La fama alcanzada con la conquista de las Azores, desató agradables acontecimientos en su vida, como anécdota a resaltar que tuvo lugar en 1584; recibió una petición del Emperador del Sacro Imperio Rodolfo II, Rey de Bohemia y Hungría en la que por mediación de su caballerizo Mayor el conde Triwlcio y para la emperatriz, le rogaba le fuera enviado un retrato de don Álvaro de Bazán y su escudo de armas. (Tan grande era su fama, que ya le pedían fotos sus adeptas)

Precede un grabado en madera del Marqués, perfectamente delineado y coloreado por el artista Felipe Liaño, que sin duda es una copia del que está en Madrid. Al retrato le sigue un elogio:

Escrito por el Licenciado don Cristóbal Mosquera de Figueroa: «Elogio al retrato del Excmo. Sr. D. Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz; señor de las villas de Valdepeñas y El Viso, Comendador Mayor de León, del Consejo de S. M. y su capitán general del mar Océano, y de la gente de guerra del vecino de Portugal» Impreso en el año de 1586. Encontrándose varios ejemplares en la biblioteca de la «Casa» del Marqués de Santa Cruz.

En el que entre otras cosas dice: «…tan próspero que jamás se vio en trance peligroso (aunque con desproporción de muchos enemigos) que no se prometiesen firmes esperanzas de buen suceso; y en todo al discurso de su vida jamás volvió las espaldas, ni le fue forzado retirarse, antes ninguno militó debajo de su estandarte, que no aprendiese á ser buen soldado, sufridor de trabajos, fuerte, animoso, modesto y celoso del servicio de Dios, y de su Rey; porque jamás este fuerte Capitán se inclinó al regalo y deleite, que pudiese ser ocasión de enflaquecer su ánimo, por no distraerse de la dignidad y severidad de la loable disciplina militar, y señaladamente de la naval, tan difícil y peligrosa para mayor gloria suya, y de los que la profesan por la mucha prudencia, orden, concierto y apercibimiento que requiere, no dando entrada á la vida ociosa y descuidada, procurando extraordinarios entretenimientos en sus bajeles…poniendo en la militar disciplina naval, y en el conocimiento y ejercicio de la navegación, y de los tiempos, haciendo á su gente cuidadosa en lo que más conviene á este instituto de vida tan importante. Y al olor destas virtudes siempre desinteresadamente le siguieron hijos y nietos, y deudos de grandes señoríos de España, amándole todo el ejército, y gozando el camino de renombre piadoso y humano.»

Y finaliza con un cuarteto del prior don Juan Ochoa de la Salde, que dice:

De Alcides las columnas en tu escudo
justamente pintar marqués pudiste;
pues como aquel los monstruos vencer pudo,
los de tu tiempo tú también venciste.


Como defensor que fue de los artistas y escritores de su época, y que continuaron sus descendientes, se suceden varias aportaciones para demostrar con sus pluma, las virtudes que le adornaron en vida, dejando así constancia para la eternidad.

El fiero turco en Lepanto,
en la Tercera el francés,
y en todo el mar el inglés,
tuvieron de verme espanto.

Rey servido y Patria honrada
dirán mejor quién he sido,
por la cruz de mi apellido
y por la cruz de mi espada.

Don Lope de Vega.

Soneto:

No en bronces, que caducan, mortal mano,
oh católico Sol de los Bazanes
que ya entre gloriosos capitanes
eres deidad armada, Marte humano.

Esculpirá tus hechos, sino en vano,
cuando descubrir quiera tus afanes
y los bien reportados tafetanes
del turco, del inglés, del lusitano.

En un mar de tus velas coronado,
de tus remos el otro encanecido,
tablas serán de cosas tan extrañas.

De la inmortalidad el no cansado
pincel las logre, y sean tus hazañas
alma del tiempo, espada del olvido.

Don Luis de Góngora y Argote, 1588.

«Rayo de la guerra,
padre de los soldados,
venturoso y jamás vencido capitán»

Soneto.

No há menester el que tus hechos canta
¡oh gran marqués! el artificio humano,
que á las más sutil pluma y docta mano
ellos le ofrecen al que al orbe espanta:

Y este que sobre el cielo se levanta
llevado de tu nombre soberano,
a par del griego, y escritos toscano
sus sienes ciñe con la verde planta.

Y fue muy justa prevención del cielo
que á un tiempo ejercitases tú la espada
y él su prudente y verdadera pluma:

Porque rompiendo de la envidia el velo,
su fama en sus escritos dilatada
ni olvido, ó tiempo ó muerte la consuma.

Don Miguel de Cervantes Saavedra.

Á los veinte y dos de Julio,
domingo por la mañana,
á vista de San Miguel,
cerca de Punta Delgada,
doce millas una de otra
se descubren dos armadas
de naves y galeones,
bajeles de muchas salmas:
la una del gran Felipe,
otra de la inquieta Francia,
en número desiguales,
pero de igual esperanza:
sesenta son las francesas,
veinticinco las de España,
mas el valor de las pocas
despreciaba la ventaja.

Del Marqués de Santa Cruz
eran estas gobernadas:
las más de Felipe Estrozzi,
grande Marichal de Francia.

Los dos generales luego,
como ambiciosos de fama,
puestas en orden sus naves,
se presentan la batalla,
y como diestros corsarios,
con las velas amuradas,
el barlovento y el sol
procuran con grande instancia,
y así cerca el uno de otro,
que una milla no distaban,
tirándose cañonazos
los dos barloventeaban.

Puesta en su lugar la gente,
llenas de tiros las gavias,
tremolaban las banderas,
los gallardetes y flámulas;
mil bélicos instrumentos
cerca y lejos resonaban,
y en el agua removida
reverberaban las armas.

Ansí anduvieron tres días
sin trabarse la batalla,
que al tiempo del embestir
de miedo el viento calmaba;
pero llegada la hora
de los hados señalada,
para muchos la postrera,
que no volvieran á Francia,
las armadas enemigas,
de viento y fuerza llevadas,
se embisten con igual ira,
pero no con igual causa,
disparando los cañones,
culebrinas y bombardas
pasamuros y pedreros,
piezas gruesas de campaña.

La gran máquina del cielo,
de arriba desencajada,
parece venirse abajo
y arder toda en pura llama;
mas por entre humo y fuego
las naves ya barloadas,
hecho el efecto la pólvora,
vinieron á las espadas,
y allí la furia francesa
y la cólera de España
se concertaron bien pronto
trabándose la batalla.

Cruda, sangrienta, furiosa,
igualmente porfiada,
viéronse golpes extraños,
heridas desaforadas,
cabezas aun boqueando
de los hombros apartadas,
otras hasta el pecho abiertas,
brazos y piernas cortadas,
cuerpos muchos magullados,
otros pasados de lanzas,
otros quemados de fuego,
otros muertos en el agua.

Y con tempestad furiosa
llueven de las altas gavias
balas, piedras, lanzas, dardos
armas de peso arrojadas,
ardiente pez y resina,
y bombas alquitranadas,
mil fuegos artificiales
que al mismo mar abrasaban.

La roja sangre caliente
comenzó a teñir el agua.

El Marqués de Santa Cruz,
que todo sobre él cargaba,
como capitán prudente,
listo y solícito andaba,
cuándo á proa, cuando á popa
de aquésta y de la otra banda,
con obras y con palabras,
haciendo apretar á muchos
los dientes y las espadas.

A esta hora San Mateo,
que era la nao almiranta,
tres gruesas naves francesas
estaban della aferradas,
y con ímpetu furioso
le daban espesa carga;
pero el buen Marqués, que á todo
con ojos de Argos miraba,
viéndola por todas partes
del enemigo apretada,
despreciando sus contrarios
y la contienda trabada,
haciendo virar las velas,
dando el timón á la banda,
dellos se deshace y vuelve
á socorrer la almiranta,
que como alana entre gozques
rompe por ellos y pasa,
embistiendo á los franceses,
que ya de verlo desmayan.

En esto por todas parte
andaba igual la batalla,
y la mar toda cubierta
de sangre, de gente y de armas.

Era espantoso el estruendo
y el rumor de la batalla;
tanto arnés despedazado
y rota tanta celada;
tanta voz, tantos heridos
que á un mismo tiempo espiraban,
y allí algunos medios vivos
peleaban en el agua.

Mas con gran furia á esta hora,
que ya de cinco pasaban
que se comenzó el combate
y duraba la batalla,
la fortuna de Felipe
atropelló á la de Francia,
que el valeroso Marqués,
á fuerza de pura espada,
venció de los enemigos
la almiranta y capitana,
prendiendo á Felipe Estrozzi,
que en viéndole rindió el alma,
y al ver los demás franceses
la victoria por España,
de los desmayados brazos
se les cayeron las armas,
y abren el paso á los nuestros
por medio de las gargantas.

Don Alonso de Ercilla y Zúñiga.


Del mismo autor y con respecto a la misma acción, pero dirigida a don Felipe II, entresacamos unos versos que nos parecen vienen a mucha razón.

Y aunque con justa indignación movido,
sus fuerzas y poder disimulando,
detiene el brazo en alto suspendido,
el remedio de sangre dilatando;
y con prudencia y ánimo sufrido,
su espada y pretensión justificando,
quebrantará después con aspereza
del contumaz rebelde la dureza.

Oprimirá con fuerza y mano airada
la soberbia cerviz de los traidores,
despedazando la pujante armada
de los galos piratas valedores;
y con rigor y furia disculpada,
como hombres de la paz perturbadores,
muerto Felipe Strozzi su caudillo,
serán todos pasados a cuchillo.

No manchará esta sangre su clemencia,
sangre de gente pérfida enemiga,
que, si el delito es grave y la insolencia,
clemente es y piadoso el que castiga:
perdonar la maldad es dar licencia
para que luego otra mayor se siga;
cruel es quien perdona a todos todo,
como el que no perdona en ningún modo.

Que no está en perdonar el ser clemente,
si conviene el rigor y es importante;
que el que ataja y castiga el mal presente
huye de ser cruel para adelante.
Quien la maldad no evita, la consiente
y se puede llamar participante;
y el que a los malos públicos perdona
la república estraga e infecciona.

Curiosidades de la época.


Se encontraba el embajador de la República de Venecia en una de las fiestas que daba el Califa de los turcos y nos dice: «…Cualquiera que contemplaba la faz rubicunda y corta estatura de Selim II, con la nariz escarlata a fuerza de libaciones, comprendía que un hombre tan aficionado al vino de Chipre no era el más indicado para Gobernar aquel pueblo de guerreros belicosos…Bajo su reinado, a pesar de los preceptos del Profeta, la embriaguez se instaló cual costumbre inveterada, y lo mismo que el Califa, se emborrachan ‹ kodhas › (sacerdotes) y ‹ cadis › (jueces)…Vi una vez un viejo, que antes de vaciar un vaso de vino, comenzaba por emitir una serie de repugnantes eructos y gruñidos, a semejanza del cerdo. Al preguntar a sus amigos porque hacía eso, me respondieron era para que su alma se retirara al último rincón del cuerpo y hasta emigrara completamente, al objeto de no verse mancillada por el contacto del alcohol que se disponía a ingurgitar…»

En 1560 hubo un combate entre genoveses y turcos, saliendo éstos vencedores y capturando a muchos hombres, entre ellos se encontraba un noble húngaro llamado Wenceslaus Wratislaw, que pasó al remo de las galeras victoriosas, puesto en libertad un tiempo después y como agradecimientos dejó unas líneas de lo que sufrían los galeotes.

«Fuimos conducidos bajo escolta a la galera de Ahmed el ‹Reis› (capitán). Un renegado, nacido en Italia, ordenó fuéramos encadenados a los remos. El navío era grande y cinco prisioneros quedaban sentados sobre el banco, tirando a una sobre cada remo. Bogar en una galera constituye la más increíble de las miserias. Ningún trabajo puede resultar más penoso en este mundo. Cada prisionero está encadenado al banco por un pie. Le queda suficiente libertad para moverse sobre el asiento y maniobrar el remo, y a causa del calor, hay que estar desnudo, con un simple trapo en los riñones. Cuando una galera sale de los Dardanelos colocan aros de hierro en las muñecas de los prisioneros, para que no puedan rebelarse contra los turcos. Los pies y manos esposados de esta manera, han de remar noche y día, salvo en caso de temporal, hasta que el pellejo, requemado por la acción del sol y la intemperie, se agrieta como el cuero viejo…Pero hay que someterse, pues si el cómitre apercibe un galeote recobrando aliento, lo azota con un chicote empapado en agua de mar, hasta que el cuerpo se convierte en una llaga sanguinolenta…Por todo alimento nos dan una galleta dura y llena de gusanos, y cuando la embarcación permanece en el fondeadero, ocupamos nuestro tiempo tejiendo guantes o medias, que vendemos para procurarnos algo de comer…»

Orden de don Álvaro de Bazán, para distribuir la tropa, marinería y artilleros en el galeón San Martín, para el combate de la isla Tercera:

Comillas izq 1.png «En el alcázar alto de popa, 20 caballeros y 20 arcabuceros y mosqueteros.

En el alcázar más bajo todos los caballeros portugueses que se embarcaron, fuera D. Diego de Castro que estaba en el alto, y 20 arcabuceros y mosqueteros.

Que debajo del alcázar alto, estuviesen de socorro D. Antonio Persoa, D. Luís Osorio, D. Gonzalo Ronquillo, el coronel Mondinaro, el capitán Quesada y otros cuatro arcabuceros.

Que en la plaza del galeón estuviesen 40 arcabuceros por banda, á cargo del capitán Bamboa.

Que junto a la cámara de popa estuviese un cuerpo de guardia de 40 soldados, los más hombres particulares, y que habían sido oficiales, á cargo del capitán Agustín de Herrera, para acudir á las partes donde hubiese más necesidad.

Que en el castillo de proa estuviese Juan Bautista Sansón, caballeros milanés, con los sargentos de los capitanes Agustín de Herrera y Gamboa, con 15 arcabuceros y 10 mosqueteros.

Que en la gavia mayor estuviesen el alférez D. Francisco Gallo con 8 mosqueteros, y en la de trinquete 6, demás de los gavieros.

Que en la cubierta baja, donde está el artilleria gruesa, se desembarase y estuviesen con ella los capitanes D. Cristobal de Acuña Escobedo y Juan de Alier, y los alféreces Tauste y Esquivel.

Las piezas que en ella hay, que son 17 cañones y culebrinas, que con cada pieza esté un artillero y seis ayudantes, cada uno con su espeque.

Que en la cubierta alta con el artilleria, que eran 17 piezas grandes y pequeñas, estuviesen Marcelo Caracholo, y con cada pieza su artillero y ayudantes, como en la de abajo.

Que en la guarda de la pólvora esté el capitán Grimaldo con 4 marineros.

Que la falúa se echase á la mar para llevar órdenes y estuviese por popa del galeón.

Que los 4 patajes estuviesen de popa del galeón para el mismo efecto.

Que el esquife que va en la cubierta alta de la puente se hinche de agua para socorrer en cualquiera parte donde se pegase juego, y que en la dicha puente se pusiesen seis medias botas llenas de agua, y en cada una un balde y cuatro jarros.

Que en la cubierta baja, donde está el artilleria gruesa, se pusiesen otras dos medias botas llenas de agua, con sus baldes.

Que en el alcázar alto estuviesen otras dos.

Que en las gavias se pongan en cada una dos tinas más pequeñas que las medias botas, con agua y dos baldes.

Que se saquen del lastre 200 espuertas de piedras de mano y se suban á las gavias 10 sacos de ellas, y las demás se repartan en los alcázares.

Que se pongan en cubierta y en los alcázares todas las picas, venablos y espontones que hay en el galeón.

Que se cierren y atesen las jaretas de la puente y alcázar bajo, sobre las cadenas. Que estén los marineros repartidos en los aparejos.

Que los capitanes Maramolin y Rodrigo de Vargas, como hombres de mar y por la mucha experiencia que tienen, acudan al artilleria y á las demás partes que conviniere.» Comillas der 1.png


Estas fueron las órdenes antes de entrar en combate, pero dice mucho de don Álvaro todas las previsiones que ordena, quizás por ello el galeón San Martín solo tuvo que contar con diez muertos y cincuenta heridos, dejando clara muestra de la excelente distribución que dio a sus hombres en el buque.

En el caso del galeón San Mateo al mando del capitán Jusepe de Talavera, fue don Lope de Figueroa quien hizo la provisión y distribución de fuerza en la nave, que a juzgar por lo soportado en el combate, quedó demostrada la eficacia de su trabajo, siendo:

Comillas izq 1.png «Cincuenta arcabuceros y mosqueteros en las popas alta y baja, con su alférez Gonzalo de Carvajal y su bandera y los caballeros aventureros don Hugo de Moncada, don Godofre Bardají, Gaspar de Sosa, don Antonio Manuel, el capitán Villalobos y el alférez Gálvez.

El capitán Rosado en la proa con su alférez y bandera, con 25 arcabuceros y mosqueteros y los caballeros aventureros don Félix de Aragón, Fadrique Carnero y Juan Fernández Galindo.

En el cuerpo del galeón 40 arcabuceros por banda, y con ellos o caballeros de la escuadra del maestre de campo y de la del capitán Rosado.

Cincuenta arcabuceros con dos cabos de escuadra debajo de cubierta para socorrer cuando se llamaren. El sargento del maestre de campo y el de Rosado andando por todas partes, no teniendo lugar firme.

La artilleria debajo de cubierta se encargó al capitán Enriquez, al alférez Bernabé Sirviente y al alférez Franco, con los cuales anduvieron el condestable y 8 artilleros con 12 grumetes para el servicio della.

Lope Gil, ayudante del sargento mayor, á cargo la artilleria sobre cubierta, con 8 artilleros y 8 grumetes para servicio della.

El capitán de campaña con todos los criados de los aventureros y soldados, a matar el fuego donde quiera los enemigos le echaren ó pegare. Pablos de Viñate, soldado aventajado y de confianza, con el Merino en guardia de la pólvora, y 4 marineros con ellos para el servicio della.

En la gavia mayor 8 arcabuceros, y en la menor 4, y con ellos algunos marineros para tirar bombas de fuego y pedradas. En el corredor del galeón 6 arcabuceros.

El capitán del galeón don Jusepe de Talavera, el alférez Medinilla y el alférez Villarroel, atendiendo á todas las cosas necesarias del galeón, y lo principal á matar al marinero que no estuviese en su puesto ó no acudiese adonde el piloto, maestre y contramaestre les ordenaren.

Proveyóse el galeón por todas partes del agua necesaria para matar el fuego, con muchas mantas, sábanas y otras cosas mojadas, para el mismo efecto. Asimismo se proveyó de piedra de mano los castillos de popa y proa y gavias.

Cerrándose las jarretas, repartióse por todo el galeón las picas y venablos que había, para que cuando fuesen menester se hallasen á mano.

El maestre de campo general, don Lope de Figueroa, y D. Pedro de Tassis, veedor general de mar y tierra, andando por todas partes, dando orden en todo lo que se ofreciese, y con el dicho maestres de campo andaba el capitán Rodavalle, y con D. Pedro el alférez Miranda.» Comillas der 1.png


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