Vazquez de Figueroa y Vidal, Jose Vicente Biografia

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Óleo de don José Vicente Vázquez de Figueroa y Vidal. Teniente de navío de la Real Armada Española. Ministro de Marina. Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica. Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III. Matemático.
José Vicente Vázquez de Figueroa y Vidal.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.


Teniente de navío de la Real Armada Española.

Ministro de Marina.

Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica.

Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III.

Matemático.

Orígenes

Nació en la ciudad de Cádiz en 1770, siendo sus padres don José Antonio Vázquez de Figueroa y de Eguimendia, y doña María Alonsa Vidal y Saldoni.

Hoja de Servicios

Desde muy joven su inclinación fue la mar, siéndole concedida la Carta orden, sentando plaza de guardiamarina el 3 de abril de 1789 en la Compañía del Departamento de Ferrol. Expediente N.º 2.797.

Para realizar sus prácticas de mar, se le ordeno embarcar en la escuadra de evoluciones del general Borja, trasbordando a diferentes buques en su comisión de corso.

En el transcurso de esta navegación fue ascendido a alférez de fragata, por la gran impresión que causó a sus superiores, en las formas y maneras de aplicarse al estudio y la práctica.

Esta escuadra de evoluciones, recibió la orden de unirse a la del general Solano, quedando compuesta por cuarenta y cinco navíos más veinte fragatas, jamás hubo otra igual en esta época.

En el año 1790, se le destino al Departamento de Ferrol para prestar sus servicios en el Arsenal, pero poco después y viendo sus dotes, se le encomendó el puesto de profesor de matemáticas en la Compañía de guardiamarinas del Departamento.

Al declararse la guerra a la República francesa en 1793, se le ordenó embarcar en el navío San Hermenegildo, insignia del general don Federico Gravina, quien estaba al mando de una de las divisiones de la escuadra a las órdenes del general don Juan Lángara, participando en el bloqueo del puerto de Tolón, el 27 de agosto se efectuó el desembarco de las tropas.

Unidas las escuadras de España y del Reino Unido, estando de acuerdo los ciudadanos de la plaza, se desembarcaron entre españoles, napolitanos y piamonteses, un ejército de ocho mil hombres, a la llegada de dos regimientos de los de estación en Gibraltar, la fuerza quedo aumentada a catorce mil hombres.

Las fuerzas desembarcadas fueron puestas bajo el mando de don Federico Gravina, quien nombró a Figueroa como Ayudante personal, éste se distinguió por su gran actividad y valor, siendo nombrado oficial de enlace con el ejército británico del general O’Hara; en uno de sus desplazamientos habituales, de un cuartel general a otro, sufrió un ataque, en el que se defendió blandiendo su espada, pero recibió un bayonetazo en un muslo, aunque no fue de gravedad, pero con su acción logró salvar cinco cañones de caer en manos del enemigo.

Por el empuje de los convencionales se resolvió evacuar la plaza, esta decisión tuvo sus diferencias con el mando británico, de la conducta de los españoles, el historiador francés Jurien de la Gravière dice: «…no fue sólo dictada por la más alta política, sino por un sentimiento natural de hidalguía que con los actos subsecuentes fue lo que salvó a los desgraciados habitantes de Tolón de los horribles efectos de la evacuación emprendida bajo el cañón de los republicanos.»

En el mes de diciembre se emprendió la retirada, siendo dirigida muy eficientemente por el general Álava, en la que los españoles salvaron muchas vidas de toloneses quienes huían en dirección a la zona de embarque, entre ellos Figueroa perdió todo su equipaje, incluidos sus instrumentos, logrando al fin poder abordar el navío Mejicano, regresando a Barcelona.

Por orden superior pasó a embarcar en el navío San Juan Nepomuceno, y en unión de la escuadra del general Lángara, viajaron a Liorna, para transportar a España al duque de Parma que venía a desposarse con la Infanta doña María Luisa de Borbón, quien después sería reina de Etruria, una vez casados fueron de nuevo transportados a su reino, regresando a Cartagena el 11 de mayo de 1794.

Se le volvió a dar orden de trasbordar al navío Mejicano, siendo nombrado ayudante del general Grandallana.

Cuando los franceses atacaron la plaza de Rosas, se le otorgó el mando de la tartana Ánimas, del porte de dos cañones de á 24, con ella estuvo batiendo el campo enemigo, después paso al mando de una balandra obusera, realizando la misma comisión, permaneciendo durante los setenta y un días que los franceses mantuvieron la plaza.

Uno de los días en que estaba realizando el bombardeo diario, se desató un duro temporal, entre otros puso al navío Triunfante en peligro de zozobrar, lo auxilió tanto como pudo, salvando a mucha gente, pues el buque al fin se fue a pique.

Pero aún no había acabado de realizar tan humanitaria labor, cuando se apercibió de que una bombardera al mando de Somoza estaba en parecida situación, poniendo rumbo a ella pero al llegar a su costado el buque voló, poniendo en grave peligro al suyo, no obstante se mantuvo por un tiempo junto a los restos para terminar de rescatar a todos los heridos y náufragos.

Por todos estos méritos se le otorgó el ascenso a teniente de fragata, siendo destinado como Ayudante Mayor de la Compañía de guardiamarinas de Ferrol.

Posteriormente fue destinado al Arsenal de Cartagena, en él se le ordenó embarcar de segundo comandante del bergantín Vivo, poco tiempo después en 1796 se le otorgó el mando del San León.

Perseguido por la fragata británica Terpsichore, pudo refugiarse en la ensenada de Bordiguera en la costa de Génova que tenía dos fuertes, estos disponían de dos baterías de artillería, por ello les pidió ayuda, siéndole negada, decidido ordenó poner en tierra con los botes parte de su tripulación, con la orden de conquistar los fuertes, lográndose, ya en su poder acoderó su buque bajo la protección de las baterías, éstas comenzaron el fuego contra la fragata británica, por su mayor calado no podía llegar al buque español, por ello su capitán dio la orden de desembarcar parte de su gente en ocho botes de su buque, Figueroa respondió abandonando su buque y colocando a su gente en tierra desde donde se hacía un tremendo fuego sobre el enemigo, los británicos sufrieron graves pérdidas, decidiendo regresar a su bajel y esperar mejor ocasión.

Al amanecer Figueroa mando a su gente abordar el bergantín aprovechando una calma, pasó a distancia de un cañón de la fragata británica, quien por la misma causa no pudo perseguirle, llegando al fondeadero de Mónaco bajo la protección de su castillo.

Al soplar el viento la fragata enemiga pudo dar la vela, cuando llegó a la altura del apostadero de Mónaco, se apercibió que el bergantín San León se había hecho a la mar, dando comienzo a una persecución, en la que durante todo el trayecto intento ponerse a tiro del buque español, pero éste evitó cualquier acortamiento de distancia, así continuó hasta entrar en el puerto de Barcelona y Nelson tuvo que darse por vencido, habiendo sufrido no pocos muertos y heridos.

Al poco tiempo se le encomendó desplazarse al apostadero de Málaga, a las órdenes del capitán general de la provincia conde de la Conquista, para servir con su buque de protección al tráfico mercante con nuestras plazas norteafricanas, así como perseguir a los corsarios enemigos, con los que mantuvo varios combates, pero en todos ellos logró hacer presas.

El 28 de diciembre de 1798, avistó una división británica compuesta por el navío Tigre, la fragata Dorotea, que había sido española y tres corbetas de 20 cañones, con su bergantín San León, iba protegiendo un convoy destinado al Peñón de la Gomera, por encontrarse en situación muy crítica, por falta de alimentos, pólvora y proyectiles, en la oscuridad de la noche, maniobró para sotaventar y así alejarse del convoy, con ello atrajo a los enemigos y estos no se apercibieron de la maniobra, por esta razón los mercantes pudieron llegar a su destino y socorrer la plaza.

Al realizar la maniobra comenzó a disparar sobre los enemigos, todos le persiguieron, pero sólo la fragata podía responderle, llegando a estar tan cerca que efectuó una descarga con bala rasa, pasando inmediatamente a disparar con metralla, la fragata enemiga, al fin pudo meterle el penol de la verga de trinquete, entre los dos palos, intimidándole a la rendición, el combate había comenzado a las 2100 horas y eran las 0200, aún así aunque desarbolado, todavía quiso en este trance echar a pique a la fragata, pero cediendo a las reflexiones de su segundo y del contramaestre, se rindió.

Fueron trasbordados a la fragata, al presentar su espada al capitán británico, éste se la devolvió con expresiones honoríficas y le obsequió con mucha urbanidad, así como a todos los oficiales españoles y siendo alojado en la propia cámara del capitán británico, cuando se le comunicó a éste que Figueroa se había burlado de él, pues el convoy había llegado a su destino, montó en cólera, pero no pudo mantenerla por mucho tiempo, pues supo que se había enfrentado a un inteligente comandante español, no dudando en demostrarle su admiración y amistad, al bravo marino.

Fueron trasportados a Gibraltar, donde el almirante Jervis bloqueador del puerto de Cádiz les invitó a una cena, colocando a Vázquez de Figueroa a su izquierda y a su derecha al reciente vencedor de la escuadra francesa en Abukir, Horacio Nelson.

Preguntó a Figueroa sobre los detalles del combate, en que había sido apresado, al darse por enterado, quedó totalmente complacido y dirigiéndose a él con mucha amabilidad, le dijo: «Ahora volverá usted a España a mandar otro buque.»

Figueroa quedó libre sin canje, como había propuesto el almirante Jervis, logrando la misma gracia los oficiales, aunque negada de palabra, también fue obsequiado por el general O’Hara, de quien había sido el enlace en la defensa de Tolón y ahora era Gobernador de la plaza de Gibraltar.

No obstante el almirante Jervis, le entregó una carta para el general Mazarredo, a la sazón capitán general del Departamento de Cádiz, entre otras cosas decía: «Él y sus dos oficiales principales me han hecho el favor de comer y pasar una tarde en mi casa: he tenido que admirar mucho tanto su educación como su talento e inteligencia, y tendría a fortuna el saber que por esta desgracia de la guerra no haya decaído de la buena opinión de V. E.; y por ésta, desde luego le declaro libre para el servicio, siempre que su leal y benéfico soberano tenga a bien darle destino.»

Mazarredo, puso en conocimiento del Rey la loable conducta de Figueroa; pero Figueroa dirigió al general Mazarredo el correspondiente parte, sobre su apresamiento y pidiendo ser juzgado; comunicado al Rey, éste lo negó, diciendo: «…estaba satisfecho de su conducta en aquel encuentro.» pero no quedó contento, por ello insistió de nuevo en la celebración del consejo de guerra; comunicado al Rey, éste ordenó se le diese un nuevo mando: pero continuó no estando satisfecho y volvió a pedir el susodicho consejo de guerra; nuevamente se le comunicó al Rey, y éste, ordenó se le ascendiera al grado superior. Por ello se le ascendió a teniente de navío y se le otorgó el mando del lugre Dafne del porte de 22 cañones.

Los miembros de la Armada española, vieron con complacencia como uno de sus oficiales había sido liberado por los enemigos, como un tributo de admiración a su valor en el combate; pero no fueron menos los elogios tributados al almirante británico John Jervis, por su cortesía y caballerosidad.

Se traslado a Cartagena a hacerse cargo de su nuevo buque, reuniendo a todos los que pudo de la tripulación del bergantín apresado San León.

El conde de la Conquista le encomendó la misión que realizaba antes del hecho ocurrido, de nuevo iba protegiendo un convoy con destino a Málaga, cuando le salieron en su derrota, a la altura de las costas de Motril una fragata y un jabeque británicos, se protegió bajo el fuego del castillo de la ensenada de la Herradura, hasta que el enemigo desengañado de lo infructuoso del cañoneo, pues no en balde duro todo el día, decidió retirarse, con ello Figueroa logró una vez más salvar un convoy y entrar en el apostadero de Málaga sin más dilaciones.

Al ser firmada la paz con el Reino Unido, fue destinado a la Mayoría General de la Armada, pasando a Madrid, cuyo jefe era don Manuel Godoy quien entre otros títulos, ya era Príncipe de la Paz.

Al ser disuelto este organismo fue creado el Ministerio de Marina, nombrándose como primer ministro al general Grandallana, siendo elegido Figueroa para prestar sus servicios ocupando una plaza de oficial del Despacho de la Secretaría, con ello pasaba a desempeñar un cargo en el cual comenzaba una nueva carrera.

Al ser depuesto y expatriado don Fernando VII y producirse el alzamiento nacional del 2 de mayo de 1808, se creó la Junta Central, con sede en Madrid pero al ser invadida, se trasladó a la ciudad de Sevilla y viéndose de nuevo en peligro, resolvió alojarse en la Isla de León, a todos estos lugares la siguió Figueroa, siempre ocupando el cargo de Secretario de la Marina, pero por la confusión que se produjo en los primeros momentos, se ocupo de las de otros Ramos de la Administración.

Cuando fue detenido el avance napoleónico frente a la Isla de León, viendo que les era imposible avanzar y conquistarla, la Junta Central comenzó a trabajar, por ello se nombró a Figueroa Ministro de Marina, aunque como ya era costumbre en él, en un principio se negó reiteradamente a aceptar el puesto, pero ya convencido se le confirmó, dando prioridad a la labor de combatir al invasor.

A él se debió una parte importante de los logros de la Armada en esa época, pues fortaleció las fuerzas sutiles, comprando buques particulares y poniéndolos al servicio de España, mantuvo con la discreción que se podía por la escasez de medios las comunicaciones con ultramar, así como con las plazas norteafricanas, tomando como base la bahía gaditana, convirtiéndose en la de toda la resistencia nacional.

Al mismo tiempo tuvo que realizar la labor de sacar fuerzas casi inexistentes, para intentar contrarrestar la incipiente emancipación de aquellas tierras, desplazando fuerzas y buques, a pesar de estar necesitados para la lucha contra la invasión del territorio patrio.

En la península realizaba lo que se podía, pero por su pundonor y aún con la escasez de medios, restableció el Depósito Hidrográfico en Cádiz, por haber sido ocupado el de Madrid por los franceses, mantuvo los cursos de matemáticas superiores en los Departamentos de Ferrol y Cartagena, para intentar paliar las necesidades perentorias de oficiales que estuvieran preparados en la construcción de buques y para realizar las actividades del Observatorio de la Isla de León.

La Regencia le nombró presidente del Consejo Hispalense, estando dedicado a prestar apoyo a las guerrillas de Andalucía, suministrándoles todo lo preciso para proseguir la guerra. También se le encomendó la comisión que trataba de las conversaciones para ser devuelto el Rey a España.

Coordinó con los consulados del mar, para que los capitanes de mar y pilotos de la marina Real, realizasen prácticas de navegación en los buques pertenecientes a éstos. Atendió al reemplazo de los principales mandos y sus subalternos de los que estaban al mando de los batallones de Marina, para que alternaran sus tiempos en tierra con mandos de mar y gestionando la recluta de tropas, para los dichos batallones.

Presentó a las Cortes varios y útiles, documentos y memorias, sobre las fuerzas sutiles, para que no decayera el apoyo a éstas, otra sobre el fomento de los montes y otra sobre las matriculas de Mar, incluso uno sobre la conveniencia de restablecer el Almirantazgo a semejanza de otras naciones, pues así se evitaría los vaivenes de la política, en asunto tan profesional, alimentó la oportunidad de crear un Consejo de Indias, compuesto con personas entendidas en los problemas de aquellas tierras y otro que discernía sobre la conveniencia de las comunicaciones entre el océano Atlántico y el Pacífico.

En 1812 se le encomendaron los Ministerios de Marina, de Hacienda y de Indias, hasta ese momento estaban separados, pero él se resistió a tan grandes honores, pero con muchas responsabilidades, una vez más y como siempre acabó aceptando humildemente tan relevantes cargos.

Para desempeñar todos estos cometidos pasó por grandes apuros pecuniarios que pudo solucionar gracias a la ayuda del embajador británico y muy especialmente de los comerciantes gaditanos, quienes le entregaban una parte de sus ingresos, de hecho el ejército español al ir retirándose el napoleónico, no hubiera podido perseguirle, de no haber sido por los recursos que Figueroa había podido reunir como fondo.

Cuando regreso el Rey “Deseado”, don Fernando VII, le concedió los honores de Consejero de Estado y las condecoraciones, de la Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica y Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III.

Una vez más presentó un informe declarando que la decadencia de la Armada se debía a los movimientos políticos, con los consabidos y distintos pareceres de los diferentes individuos que se colocaban a su mando, abogando por la implantación de un Almirantazgo independiente en sus decisiones de los políticos, siendo punto de partida para que la Armada regresara a su antiguo ser y tratar de evitar la pérdida de nuestros territorios ultramarinos.

Por fin lo consiguió, se estableció el Almirantazgo, colocando como presidente al Infante don Antonio y aconsejado por los generales más relevantes y de mayor prestigio, añadiéndose una sala de togados, para despachar los asuntos de Justicia que por causa de la invasión napoleónica se habían producido.

Por la ascendencia del Infante sobre el Rey, Figueroa pudo llevar a cabo muy útiles reformas, entre los años 1816 á 1818, produciéndose la famosa compra de la escuadra rusa sin su conocimiento.

Por la influencia de algunos cercanos al Rey se produjo la compra de cinco navíos y tres fragatas, pero se realizó sin el visto bueno del Almirantazgo, como era pertinente, por ello no se pudieron alcanzar las garantías debidas, al llegar los buques a la bahía de Cádiz, fueron reconocidos por los ingenieros, quienes dictaminaron la invalidez total de ellos, pues sus cascos estaban podridos y sus aparejos aún si cabe peor, llegando al extremo que en alguno sólo las diferentes capas de pintura dadas eran toda la protección de los cascos, Figueroa elevó al Rey el dictamen de los ingenieros.

Como esto no gusto al Rey pues pensaba se le estaba engañando, inducido por la camarilla de palaciegos, Figueroa manifestó su disconformidad con el parecer del Rey, y lo dudoso de la compra, éste decidió desterrarlo a Santiago de Compostela, a donde fue conducido y escoltado, por poner en duda el verdadero estado de los buques. Como represalia se volvió a disolver el Almirantazgo y desterrado también su decano el general don Juan María de Villavicencio.

Figueroa se quejó al Rey de lo perjudicial que resultaba para su salud, permanecer durante mucho tiempo en aquellas tierras tan húmedas, por ello le pedía fuera trasladado a otras menos extremas, para no empeorar su ya delicado cuerpo, aún así tuvo que permanecer hasta mediados de 1820, en que por Gracia Real se le permitió regresar a Madrid.

A su llegada lo recibió el Rey en audiencia e imprevistamente éste le nombró Consejero de Estado, siendo previamente aprobado por las Cortes a propuesta del Monarca, prestando sus servicios hasta 1823, de nuevo el ejército francés al mando del duque de Angulema, invadió España a petición de Fernando VII, para poder recuperar sus poderes absolutos y disolver las Cortes elegidas por el pueblo.

Al ser restablecido el absolutismo y por haber prestado sus servicios con la dignidad de su persona y de su cargo, pues no hizo otra cosa y e nada más se le podía acusar, por Real orden se le volvió a desterrar, no pudiéndose acercar a menos de treinta leguas de los sitios Reales, debiendo cumplir la orden hasta 1826.

Pero el Rey conocedor de la lealtad de Figueroa y a pesar de estar condenado por su persona, le quiso nombrar de nuevo Ministro de Marina, pero él se negó, por ello el Rey volvió a insistir, pero esta vez para encomendarle una importante comisión, a la que de nuevo se negó rotundamente.

Se mantuvo alejado de la Corte y en total desacuerdo con los procedimientos que ésta practicaba y hasta que el Rey no estuvo de cuerpo presente no se acercó a la capital.

Otra vez se le propuso ocupar el Ministerio de Marina, pero una vez más se negó, aduciendo que el estado de la Armada era deplorable y él no quería ser responsable de algo que ni siquiera existía, añadiendo la excusa de su quebrantada salud.

Pero una vez más transigió, pues fue llamado por la Reina Gobernadora, quien lo recibió en audiencia privada y con insistencia benévola, le argumentó mil y una razones para su regreso, lo cual le convenció y aceptó.

Nombrado por tercera vez Ministro de Marina, se le reconoció su antigüedad como Consejero de Estado desde 1816, en cuyo momento fue nombrado por primera vez en el cargo.

Lo primero que pidió fue el estado general de la Armada en todos sus ramos y sus establecimientos, petición que dirigió a los capitanes generales y otras autoridades de los Departamentos, con el resultado de todos estos informes, se puso a trabajar concluyendo en un informe que redactó, en él se ponía de manifiesto lo que ya sabía de antemano, pero añadía la forma de solucionarlo y los medios necesarios para llevarlo a buen término.

Se había vuelto a convocar nuevas Cortes, siendo llamadas del “Estatuto del 21-7-1834”, a ellas les dirigió la palabra leyendo una ‹Memoria›, siendo aprobada por la asamblea.

Una vez con las manos libres, comenzó de nuevo su labor aplicando sus grandes conocimientos y experiencia, se formó una Junta de Gobierno de la Armada, muy semejante al ‹Navy Board›, éste con el Ministerio formaba el Almirantazgo en el Reino Unido, por sus gestiones consiguió hubieran representantes de la Armada en el Consejo Real para reforzar la opinión de la corporación.

Prestó especial atención a exigencias de la campaña naval que comenzó en 1833, pero al no tener la Armada buques de guerra suficientes, por sus conversaciones se pudieron armar una cantidad necesaria de buques mercantes, consiguiendo con ellos bloquear las costas en poder de los Carlistas.

Puso de nuevo en funcionamiento el servicio de Guardacostas en toda la península, obligando a que el mando y la responsabilidad de ellos recayeran en los oficiales de la Armada.

Dictó unas órdenes de defensa de las islas Filipinas, en las cuales se disponía desde la composición mínima de sus fuerzas navales hasta la protección de los puertos, con sus castillos y artillado.

Al encontrase al límite de sus fuerzas, con los años tan accidentados de sus distintos mandos, presentó la dimisión el 14 de junio de 1853, regresando a su vida privada.

El conde de Toreno, por encargo de la Reina le hizo llegar la comunicación por la que S. M. le concedía unas recompensas, le dio las gracias y le contestó: «Toda la recompensa a que aspiro es regresar al rincón de mi casa, con la honra con que salí de ella.»

Destacar que a pesar de los cargos ocupados, en algunos momentos recordaba a los que en su día obtuvo el Marqués de la Ensenada, jamás los utilizo en provecho propio, pues a pesar de ello seguía siendo un teniente de navío, por todo cargo en la Real Armada de Su Majestad Católica.

Todavía Dios le permitió vivir unos dos años más, los cuales los dedicó a poner en orden sus papeles, consistiendo básicamente en ordenar sus memorias.

Sólo nos legó treinta volúmenes de ellas, los cuales nunca han sido publicados; ¿cuánto se podría saber de la verdad de la Historia, si algún día se hicieran públicos?

Entre ellos están sus proyectos y observaciones que por sus deseos pasaron al archivo de la Dirección de Hidrografía.

También escribió un extenso «Diccionario teórico-práctico de Marina»

Uno de sus trabajos que sigue inédito, (como todos), es un proyecto para la comunicación del seno Mejicano con el océano Pacífico, uniendo de esta manera los dos océanos y en él se explica que: «Uniendo los ríos Guazacoales y Chimalapa; para formalizar y estudiar la posibilidad del proyecto, debían realizar el estudio el brigadier don Francisco Ciscar y el capitán de navío don Manuel del Castillo, tomando con sus buques los datos geométricos y geológicos pertinente.» Los disturbios políticos y las guerras civiles, frustraron estos trabajos, estando dirigidos a una obra que unos años después se pudo comprobar era de gran beneficio para la navegación y las comunicaciones mundiales, no siendo otra que el actual canal de Panamá.

Falleció en su ciudad natal el 6 de enero de 1855, cuando contaba con ochenta y cinco años de edad, de ellos sesenta y seis de grandes servicios a España.

Bibliografía:

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Fernández de Navarrete, Martín. Biblioteca Marítima Española. Obra póstuma. Madrid, 1851.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895—1903.

González de Canales, Fernando. Catálogo de Pinturas del Museo Naval. Tomo III. Ministerio de Defensa. Madrid, 2000.

Guardia, Ricardo de la.: Notas para un Cronicón de la Marina Militar de España. Anales de trece siglos de historia de la marina. El Correo Gallego. 1914.

Mitiuckov, Nikolay W. y Anca Alamillo, Alejandro.: La escuadra Rusa adquirida por Fernando VII en 1817. Damaré Ediciones. Pontevedra, 2009.

Válgoma y Finestrat, Dalmiro de la. Barón de Válgoma.: Real Compañía de Guardia Marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes. Instituto Histórico de Marina. Madrid, 1944 a 1956. 7 Tomos.

VV. AA.: Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana. Espasa-Calpe. 119 tomos. Tomo 67, páginas, 382 y 383.

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