La Carraca y Cadiz defensa 1873

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1873 Defensa del Arsenal de La Carraca y Cádiz



Regresa a la Península don Pascual y se le destina al Arsenal de La Carraca, permaneciendo fiel al Gobierno, contra el intento de ser tomado por el proclamado cantón de Cádiz, donde se hizo frente a una muchedumbre armada por otros regimientos siendo quienes realizaron unos fuertes ataques, hasta que la intervención del almirante Lobo Malagamba, (quien se encontraba de permiso) en una brillante acción personal lo deshizo con sable en la mano.

Esto fue la consecuencia de lo que dice don Antonio Risco en la biografía de don Pascual Cervera y Topete, que vivió los hechos.

En estos momentos España estaba convulsionada por la proclamación de la 1ª República y añade:

Comillas izq 1.png «Siembra vientos y recogerás tempestades, dice el refrán castellano. Los vientos sembrados en 1868, habían empezado a dar abundantísimas cosechas, más de lo que desearan los sembradores.

Había rodado por el suelo el trono de España; se había ofrecido a pública almoneda la venerada corona, que ciñeron frentes tan augustas como la de Isabel de Castilla, Carlos de Austria y Felipe el Prudente, y aquella diadema, manchada por el hálito de la hidra revolucionaria, afeada por el lodo de la intriga, no pudo sostenerse tampoco sobre las sienes del duque de Aosta, del caballeroso Príncipe don Amadeo de Saboya.

Devuelta otra vez a las manos de los que se la ofrecieron, por medio de su abdicación, que era para España la más amarga de las reconvenciones que pudieran hacérsele, motejando su estado de anarquía y de inseguridad política, los padres de la patria tuvieron a bien arrinconar la milenaria joya y coronarse ellos mismos como árbitros de los destinos de una pobre nación, que recibía sin cesar, los azotes que la misma revolución, coronada ahora, estaba descargando sobre sus espaldas» Comillas der 1.png


Don Pascual ante el desorden decidió no zarpar a su destino, (había recibido la orden de viajar a Manila) quedándose en el Arsenal de La Carraca para emplearse en su defensa. Por ello lo primero que hizo fue ir a su casa y con mucha rapidez embalar las cosas más necesarias, trasladando a su esposa e hijos a la estación del tren, de donde los vio partir con destino a Madrid. Solventado esto se puso en camino de nuevo al Arsenal decidido, a no dejar pasar la turba para que pudiera apoderarse de todo el armamento allí existente; como no había abandonado su destino, seguía en posesión de la Ayudantía Mayor de La Carraca, cargo parecido al de Gobernador de una plaza, en ella se encontró que había quien quería entregarla a los cantonales, pero desde el primer momento los Infantes de Marina a las órdenes del general Rivera se pusieron a sus órdenes, les ordenó se hicieran cargo de la defensa en principio tanto del exterior como del interior, mientras aclaraba la situación del Arsenal.

Pero el 20 de julio el capitán general del departamento ordenó que Rivera y sus infantes salieran de la Población de San Carlos, ya que habían sido incorporados a los cantonales, pero como parte de su unidad se encontraba ya en el Arsenal, desoyó la orden por ir en contra del Gobierno, así esa misma noche pasó a la historia como la ‹noche aciaga› se trasladaron todos a escondidas al Arsenal, siendo San Carlos casi arrasada a la mañana siguiente por los cantonales, abandonando por incapacidad física de ser transportados quinientos fusiles Berdan, que sirvieron para aumentar el poder de los enemigos de España.

Pero les quedaba una duda a los que estaban en el Arsenal, no era otra que la decisión que tomaría la escuadra surta en la bahía, pues era la segunda en fuerza después de la de Cartagena que ya había caído en manos cantonales, estaba compuesta por los buques siguientes: las corbetas, Villa de Bilbao y María de Molina; la corbeta Diana y goleta Concordia; y los vapores Ciudad de Cádiz, Colón, Liniers, Álava y Piles. Don Pascual comentó con Montojo el ir los dos cada uno a unos buques distintos y ver la forma de saber o intentar convencerles de que se unieran a ellos, la idea era descabellada pero sólo ellos como marinos podían hacerlo, aunque las posibilidades eran ínfimas.

Embarcaron en distintos botes y cada uno se fue a los que le habían tocado. En la reunión previa a tomar la resolución estaban algunos de los comandantes de los buques y a alguno de ellos no hacía falta abordarlos por estar de acuerdo sus oficiales, entre los que le tocó a Cervera estaba la corbeta María de Molina, siendo su dotación la más revolucionaria de todas, al llegar a su costado pidió permiso para abordarla, al ver el vigía era el Mayor del Arsenal se lo concedió, subió y preguntó por los oficiales, estos se habían recluido para su defensa en la cámara del comandante, les hizo llamar, subieron a cubierta y se saludaron, pero todos llevaban sus pistolas y sables, Cervera comenzó a hablar a la dotación reunida, pero no había forma de convencerlos, pasados unos quince minutos de conversación y arengas, se oyó desde tierra: «¡Ese barco, la Navas de Tolosa, que obedezca las órdenes, que se le están comunicando, o se le hace fuego!» La jugada tuvo su inmediato efecto, era el oficial Castellani quien por medio de una bocina gritó estas palabras, consiguiendo inmediatamente que la tripulación dejara las armas. Cervera les había ya comunicado que, todos los que estuvieran de acuerdo con la revolución podía abandonar el buque sin ningún tipo de represalia y los pocos que así pensaban desembarcaron pasando a tierra.

Por haberse hecho todo de noche los cantonales no habían visto nada y a la mañana siguiente se presentaron ante la puerta del Arsenal para parlamentar, Cervera les contestó le dejaran hasta el día siguiente para exponerlo a sus hombres. Sólo intentaba ganar tiempo, pues se sabía que el general Pavía estaba muy cerca de la ciudad de Cádiz.

La mañana del 22 de julio se presentaron de nuevo los cantonalistas convencidos de recibir un sí aplastante, pero se encontraron con la respuesta siguiente: «La marina está dispuesta a cumplir con su deber de lealtad al país, y rechaza, en absoluto, todas las ignominiosas pretensiones, que le hace el mal llamado Comité de Salud Pública» pero en previsión de esto a pesar de su convencimiento interno, al regresar a su línea comenzó el ataque, fueron respondidos de inmediato desde el Arsenal, pero no contaban con el apoyo que iban a recibir los encerrados en el Arsenal de los buques, siendo la Navas de Tolosa la que rompió el fuego, la cual al cogerlos de enfilada les obligó a retroceder.

El 4 de agosto, se habían producido muchas bajas en el Arsenal, pues la artillería de los cantonales estaba muy próxima, por ello sus destrozos eran efectivos, pero vino a rebajar un poco el valor de los atacantes, cuando un tal Mota, uno de los principales cabecillas al parecer tenía una máxima: «a más pólvora más destrozos» y cargó en exceso una pieza personalmente, la cual y como resultado de ser muy poco conocedor del uso de las armas, al efectuar el disparo la carga reventó la pieza y un trozo de ella le arrancó la cabeza, la reacción fue la lógica pues los que las tenían que disparar a partir de ese momento restaron precisamente cantidad de pólvora, disminuyendo de esta forma el poder ofensivo de éstas.

(Deberíamos añadir aquí, que a ‹menos conocimientos menos pólvora› para no salir perjudicado; los ideales están bien pero no mejoran la eficacia de los materiales, su desconocimiento quizás, sólo consigue más pérdidas humanas y acumular derrotas. Como es el caso.)

Ese mismo día, los oficiales de artillería que habían sido dados de baja por haberse disuelto el regimiento de artillería a pie, ya que sus jefes se habían pasado a los cantonales, comenzaron a hablar con los suboficiales y estos a su vez con los artilleros que andaban desperdigados por la ciudad, a los que se fueron uniendo personas de bien, pasando a su cuartel a coger las pocas piezas que quedaban y al mando de todos ellos se pusieron dos capitanes don Leopoldo Español y don Francisco de la Rocha; bajo su dirección fueron reconquistando partes de la ciudad y conforme avanzaban se les unían más ciudadanos, de forma que a la mañana siguiente acudieron en masa al Comité de Salud Pública, éste sorprendido por la reacción popular les entregó el mando de la ciudad y ese mismo 5 de agosto, entraba sin problemas las tropas al mando del general Pavía, dando por finalizada la revolución cantonalista en Andalucía.

Al mismo tiempo un hombre sólo, el contralmirante don Miguel Lobo Malagamba, quien se encontraba en su residencia de Chiclana con licencia y rebajado de todo servicio, al llegarle la noticia del famoso cañonazo disparado desde la fortaleza de Galeras en Cartagena, proclamando el Cantón Murciano o Cartagenero, se puso su uniforme, sable y pistola saliendo de su casa camino de Gibraltar, donde habían fondeado los buques españoles dados por piratas por el Gobierno y apresados por los británicos, quienes le dieron la noticia de la resistencia en el Arsenal de La Carraca, se puso de nuevo en camino a él, pero en el trayecto le comunicaron que se iba a realizar el nombramiento de los Cónsules de la República Independiente de Cádiz reunidos en su salón del Ayuntamiento, a pesar de seguir sólo se encaminó al edificio, nadie se le interpuso ni le pidió nada llegando a las puertas cerradas del salón, las abrió con tanta fuerza a pesar de su edad y estado, que estás volvieron a cerrase, se dirigió a la mesa presidencial y al mismo tiempo que avanzaba por el pasillo central grito «¡Alto la Farándula! ¡Tomo posesión de la ciudad en nombre del Gobierno!» al decir esta última palabra la acompañó por haber llegado, con un fuerte golpe sobre la mesa presidencial dado con el pomo (o monterilla) de su sable.

Los ediles se quedaron atónitos y mirándose unos a otros (como se nota el valor de los políticos), uno algo más decidido le preguntó: «Bien, señor, pero…su merced…su señoría…en fin…¿qué tratamiento se le tiene que dar?…porque no sé…» El lobo de mar se giró y espetó «¡¡De tú; pero pronto!! Y al que chiste, le rajo de una cuchillada, so…» Ante esto los reunidos en asamblea se disolvieron y por esta razón Cádiz que había comenzado su resistencia con el desplante de don Pascual, seguido de los dos capitanes y el mismo día el contralmirante don Miguel Lobo toma el ayuntamiento sólo, consiguieron hacerse con la ciudad a pesar de haber muchos participes que desaparecieron para no dejar ni rastro, de esta forma don Miguel Lobo entregó el mando de la ciudad al general Pavía al día siguiente cuando entró en ella sin ninguna resistencia.

Bibliografía:

Llabrés Bernal, Juan.: El contralmirante Lobo. Su vida. — Su obra. —Su biblioteca. Ministerio de Marina. Madrid, 1927.

Risco, S. J. Alberto.: Apuntes biográficos del Excmo. Sr. Almirante D. Pascual Cervera y Topete. Imp. Sebastián Rodríguez. Toledo, 1920.

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