Presas de buques turcos en la Goleta y Napoles 1624
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1624 - Presas de buques turcos en la Goleta y Nápoles
«Verdadera relación de las famosas presas que por orden del Excmo. Sr. Duque de Alba, virrey de Nápoles, hizo el capitán Salmerón con cuatro galeras en la Goleta, y junto a la Baja Calabria, en el mes de febrero de 1624. Refiriérese la prisión y castigo que hizo en Nápoles al morisco Guadiano, zapatero, natural de Ciudad-Real, famoso corsario y capitán de tres galeotas, y otros moriscos españoles. Y asimismo se refiere el martirio que este perro dio al P. Ft. Buenaventura, capuchino, natural de Toledo, en la ciudad de Saler de Berbería, cerca de la Mamora. Es copia de una carta que de Nápoles envió a Madrid D. Antonio del Castilla, criado del Sr. Virrey, a su agente en la Corte.- Con licencia lo imprimió en Sevilla Juan Serrano de Vargas y Ureña. Año de 1624.
Estando surto con cinco galeras de Malta el General de ellas en la isla de Zimbalo, que está frente de la Goleta esperando un galeón turquesco de que había nueva que, cargado de moneda y cosas ricas, había de pasar de Argel a Levante, sucedió que a causa de una tempestad que una noche les sobrevino, dos de ellas fue preciso echar a la mar hasta la artillería, y así destrozadas, una aportó a Palermo y otra a Nápoles. La capitana con las dos restantes, no pudiendo zarpar con la brevedad a que el tiempo obligaba, tocando en los escollos se hicieron pedazos; la gente se escapó, y tomando tierra, estuvieron ocho días sin que el tiempo permitiese que ni de la cristiandad se le enviase socorro, ni la nueva del naufragio llegase a Berbería.
Entre tanto, un traidor, mal cristiano, forzado de las galeras perdidas, llamado Anibal, retirándose a uno de los tres montes de la isla, hizo seña con fuego, a la cual acudieron turcos de Túnez (avisados de la Goleta), que vista la rota, y dando en Biserta la nueva, armaron todas cuantas galeras había en ella y los bajeles que pudieron, con ánimo de cautivar al General, a los caballeros y demás soldados, en la isla, donde los cristianos atrincherados, peleando valerosamente, mataron muchos de los turcos que, alborotados, intentaron la empresa.
Durante la pelea llegó de socorro una nave que a toda prisa despachó el señor príncipe Filiberto de Austria, virrey de Sicilia, con buena artillería y buen número de infantería española, que en llegando a la dicha isla comenzaron por su parte la batalla con tanta bizarría, que hicieron retirar toda la multitud de bajeles enemigos, con que el General pudo embarcar su estandarte y gente, quedándose tan solamente algunos turcos y moros esclavos de las galeras que se huyeron, y por no detenerse los dejaron gozar de su suerte y libertad.
Luego que la gente arriba dicha aportó a Nápoles, el Excmo. Sr. Duque de Alba, virrey de aquel reino, despachó con toda brevedad (habiendo hecho repasar, aderezar y proveer la dicha galera de Malta) al capitán Salmerón con cuatro galeras bien armadas y proveídas de soldados, las cuales, junto con la dicha galera tomaron su viaje en demanda de la dicha isla, a donde llegaron pocas horas después que la nave de socorro arriba dicha se había ido de aquel paraje a Sicilia, y viendo tantos bajeles de enemigos, dieron sobre ellos, y aunque algunos se escaparon, tomaron otros, echando algunos a fondo y abrasando con fuego a otros, con muerte de muchos turcos y prisión de más de ciento, escapándose los demás en la isla, a quien siguieron de buen grado los nuestros si lo consintiera el capitán Salmerón, que les estorbó saltar en tierra so graves penas.
El cual habiéndose informado del suceso del general maltés, de los turcos prisioneros, se fue a Palermo, donde se halló y llevó a Malta (por habérselo así ordenado el señor Virrey de Nápoles) junto con sus dos galeras. En el camino encontró con cinco galeones de cristianos corsarios, armados en Nápoles, Sicilia y Malta, que le contaron cómo en el golfo, fuera de la isla de Rodas, habían peleado tres días, sin viento alguno, con diez y seis galeras del Turco, tan valientemente, que no sólo se libraron, pero destrozaron de manera las galeras turcas, que dentro de ellas no se oían sino gritos, lloros y quejas, y que al fin, teniendo buen viento, se vinieron victoriosos, y por mofa de los turcos les echaron al agua un gallo y dos gallinas, atadas sobre una tabla, y que los turcos (aunque acibarados de la befa) los sacaron del agua y entraron en sus galeras.
Habiendo dejado el capitán Salmerón en Malta al dicho general, tomó la derrota para Nápoles (por dar cuenta a S. E. de todo lo arriba referido) y en el camino, junto a la Baja Calabria, dio con tres galeotas de moros y moriscos españoles, cuyo capitán era un famoso corsario morisco español, natural de Ciudad-Real, en el reino de Toledo, zapatero de obra prima, que era su nombre, estando en España, Manuel de Guadiana, y después se hizo nombrar Moratquivir Guadiaro, el cual era vecino y morador de alcazaba, fuerza y guarda del Saler, ciudad de Berbería cerca de la Mamora, cuyo sitio está poblado de moriscos españoles que allí asisten de guarnición y presidio.
Con el cual peleó más de seis horas con tal tesón, que en la resistencia se echó bien de ver el valor español que sus perros pechos tenían aún encerrado, por el nacimiento y crianza de tal tierra. Pero con todo, Salmerón y los suyos probaron ser causa justa, mostrando en los hechos con el valor de españoles invencibles, la nobleza de sus claros linajes y así, con ayuda de ellos, el dicho capitán Salmerón al fin le rindió, cautivo y tomó las tres galeotas, con gran número de haciendas y ricas mercaderías, y más de sesenta cristianos que había cautivado en diferentes parajes, sin otros muchos que traía al remo, y ochenta moros y moriscos españoles vivos, echando los demás muertos y mal heridos a la mar.
Llegó Salmerón con esta rica presa a Nápoles, donde tomaron el Sr. Virrey la parte que le tocaba a S. M. (sin reservar cosa alguna para sí) repartió lo demás con el dicho capitán y soldados, y encarcelando a los moriscos españoles les envió religiosos que les amonestasen a morir como cristianos, y al cabo de ocho días los sacaron a ahorcar, muriendo solo siete confesando nuestra santa fe. Los demás fueron entregados a la multitud de muchachos que acudió, bien atadas las manos, que tuvieron fiesta doble con ellos este día, rematándola con luminarias que a la noche, que a poder de leña hicieron en un campo con sus cuerpos, en quien habían ejecutado todo el día castigos increíbles.
El morisco corsario murió (como cristiano, confesando a Dios y su santa ley, con muestras de contrición y arrepentimiento) atanaceado y empalado por haber confesado muchos delitos en el tormento que se le dio, por haberle acusado un cristiano, su esclavo, que con hábito español entraba en Málaga, Gibraltar y otros puertos a hurtar niños pequeños; y que habiendo cautivado junto a Barcelona a un fraile capuchino, natural de Toledo, llamado Fr. Buenaventura, con quien se puso a tratar de nuestra santa fe, diciendo cosas muy feas y blasfemas en deshonor de Dios Nuestro Señor y de su Madre Santísima, por lo cual el religioso le escupió a la cara, y al punto el morisco le metió un puñal por el cuerpo, y antes que muriese le echó en el calderón de la brea con que estaba dando carena, donde rindió su alma al Señor que la crió, como valeroso mártir.»
Bibliografía:
Fernández Duro, Cesáreo: El Gran duque de Osuna y su marina. «Sucesores de Rivadeneyra». Madrid. 1885.
Transcrito por Todoavante.