Magallanes–Elcano expedicion 1519-1522
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Expedición de Magallanes – Elcano 1519 - 1522
Primera vuelta al mundo.
El rey don Carlos I de España, desde el mismo momento de tomar el cargo, siempre mantuvo la inconformidad sobre los límites que marcaban la Línea de Demarcación Este-Oeste, de que a la otra parte de las Indias (América), el reino de Castilla debía de poder alcanzar la India, para así comercializar con las especias que tanto dinero aportaban al reino vecino de Portugal, ésta es la base sobre la que por el ofrecimiento de Magallanes se basó toda está expedición.
Por ello nos adelantamos un poco en el tiempo, para intentar hacer ver y comprender, el porque Magallanes decidió venir a Castilla y ofrecer sus ya bastos conocimientos, a los que se sumaban ciertas dudas con respecto a la misma idea que tenía el monarca español, por ello en cuanto supo quién era el que se ofrecía, S. M no perdió ni un momento en prestarle su ayuda, para así conseguir el paso del Oeste y poder mantener unas rutas de navegación propias, no viéndose obligado a tocar las aguas de la demarcación de Portugal y ver a sus buques en más de una ocasión interceptados, robados y apresados.
Estando ya en ésta ciudad (Lisboa), consultó con astrónomos y pilotos, mientras mantenía correspondencia con Serrano (compañero y gobernador en la India), llegando a la conclusión sus mismos compatriotas, que efectivamente aquellos territorios correspondían a España, por lo que en uno de sus correos le advirtió a Serrano, de las inconveniencias que ello podía conllevar.
Se le pierde un poco la pista, pero se sabe que con referencia a los sucesos de Azamor, escribió al Rey, para que le fuera reconocida su clase y nobleza, basándose en los méritos ya demostrados, y recibir alguna gracia, ya que era muy considerable la alcurnia de su persona y el trabajo bien hecho. A parte de que era costumbre en ese reino, el que fueran adquiriendo los nombramientos, dependiendo de los sacrificios demostrados, para alcanzar el grado de «moradía», que con él se adquiría el mayor grado de honores y ventajas de la Casa Real, aunque no había retribución económica, pero si que ratificaba su grado de Caballero del Reino. Pero al parecer, al Rey le habían llegado las maledicencias oportunas, pues desde Azamor se le comunicó, que Magallanes había abandonado su puesto sin permiso, que su cojera era disimulada y que se le había incoado juicio por todo ello. (Como se ve, en todas partes cuecen habas)
Basándose en esto, el Rey desestimó la petición y le comunicó, que debía regresar a Azamor para ser juzgado; Magallanes intentó conversar con el Rey, pero no se le permitió el acceso a su persona, viéndose obligado por su honor a presentarse en la ciudad donde era requerido para ser juzgado. Al llegar a la ciudad fue aprehendido y juzgado, pero nada se le pudo demostrar en el juicio, por lo que la sentencia fue de total absolución; obtenida ésta, se desplazó de nuevo a Lisboa. Llegado de nuevo a Portugal y ya con las justicia a su favor, pretendió ser recibido en audiencia por el Rey, pero este se volvió a negar, pues siempre lo consideró un advenedizo y por ello no era persona de su agrado. Todo esto, le llevó a reconsiderar si debía seguir sirviendo a un Rey que en nada le apreciaba, ni le reconocía a pesar de todo lo que ya había realizo por su patria y Rey, esto le convenció a pasar la frontera y ponerse al servicio del Rey de España don Carlos I.
Según un historiador, lo describe así: «Viéndose, pues, Magallanes sin aquel precio de calidad que su rey le negaba y él creía serle debido por su nacimiento y servicios, que todo era bueno, se desnaturalizó del reino con actos públicos y pasóse a servir al emperador Carlos V»
Según el mismo historiador (Faria), aún había más, pues el no reconocimiento de su lealtad al Rey fue aprovechado por los enemigos de su persona, para atacarle impunemente, cosa que agravó la situación de Magallanes en su propio país, por ello lo describe así: «De creer es que pues este caballero hacía tanto por la honra, que se dio por agraviado de su rey, porque no se la aumentó con una merced que le pedía, no había de querer disminuirla con procedimiento impropio de su calidad y de su pretensión.
El Magallanes, pues, luego que vió que su rey, no sólo le había negado aquella honra, sino que le miraba con ceño, y con esto se añadía el gusto y la desestimación en sus enemigos que singularmente le exasperaron…publicó su agravio.
Hecho esto, conoció que el asistir en su patria con su rey ofendido (porque los reyes cuentan por ofensas las quejas de sus vasallos, aunque sean justas) tenía más tormento que de comodidad o esperanza de adelantarse.
Conocido el achaque, consultó con la honra la ambición natural a cada uno de sus aumentos, y resolvióse en hacer primero todo cuanto pudo por la honra y después por el aumento.
Lo que hizo con atención a la honra, fue desnaturalizarse del reino con actos públicos para hacerse capaz de buscar otro sin nota; asegurándose que podía ir a cual le pareciese quien como él no le tenía en virtud de aquella acción pública.
Pasó, pues, el Magallanes, sobre haber hecho semejante diligencia, a Castilla, y ofreció a Carlos V que le serviría; y por principio fue platicando, como le bastaba el ánimo a descubrir aquel estrecho; cosa importantísima para la navegación castellana.
Fue admitido del emperador, y pasó al descubrimiento, y consiguióse. Júzguese agora por esta información y ejemplo la quiebra que pudo haber en la fidelidad de este caballero»
No obstante Magallanes, durante todo este tiempo había seguido manteniendo correo con su amigo don Francisco Serrano, que permanecía en tierras de la India, en Ternate, de quien recibía información, de pilotos y marineros expertos, por ello estaba cada vez más convencido de que los territorios correspondientes a las Malucas, pertenecían a la corona de Castilla, por la división de la bula de Papa Alejandro VI. Con estos informes de su amigo y los que pudo conseguir de pilotos y astrónomos portugueses, le confirmaban aún más que aquellas tierras no era de la corona de Portugal, pues las observaciones sobre las cartas de aquellos mares y la altura del Este-Oeste (que es como llamaban a la longitud), le permitía el aceptar y confirmar esta opinión, con el estudio comparado de toda la información.
Por esta razón, estaba convencido que debía de existir un paso, que navegando al Oeste le permitiera alcanzar con mayor facilidad aquellas islas. Tan convencido de ello estaba, que llegó a escribir a su amigo don Francisco Serrano, que en poco tiempo le iría a visitar, pero navegando por otra ruta, que no entorpeciera las relaciones entre los reinos de Portugal y España. Así unió sus fuerzas a las de un astrónomo por nombre Rui Falero, que también había sido atacado por el Rey don Manuel, con el descrédito de su persona.
Pero no quedaba aquí la cuestión, pues un rico mercader avecindado en Amberes, por nombre Cristóbal de Haro, que mantenía una fuerte relación con el Rey de Portugal, ya que sus negocios estaban en la India y tanto sus hombres como mercancías viajaban con las expediciones a ellas de donde sacaba una buenas cantidades, también recibió un mal trato del monarca portugués, por lo que sin dudarlo se puso del lado de Magallanes. Consiguió estar en la presencia del don Manuel, Rey de Portugal a quien le manifestó que abandonaba el país, para prestar sus servicios a otro monarca que le hiciera más caso, pero sin nombrar para nada al Rey de España
Con todo este respaldo, se adelantó a presentarse en la Casa de la Contracción de Sevilla el día veinte de octubre del año de 1517, pensando que la tal Casa tenía suficiente poder para decidir sobre la cuestión, pero se le informó que no era así, pues todo debía llevar el visado del Rey. Además se encontró, con que el Rey español aun no había llegado a su reino, pues sabemos que zarpó de Flandes, arribando a Villaviciosa en el reino de Asturias, el día diecinueve de septiembre, continuo su navegación hasta arribar posteriormente a Santander y por tierra a San Vicente de la Barquera, siguiendo el viaje pasando por Reinosa a Burgos y desde aquí a Palencia, donde se acercó a visitar a su madre, la Reina doña Juana I, encarcelada por su padre (Fernando “El Católico” y que era su hija) en la fortaleza de Tordesillas, rindiendo viaje en la ciudad de Valladolid el día dieciocho de noviembre.
Al serle comunicada esta indisponibilidad pasajera del nuevo Rey, decidió quedarse en Sevilla a la espera de Rui Falero. Preguntó por la ciudad y le dirigieron a casa de un compatriota, don Diego Barbosa, que era comendador de la Orden de Santiago y teniente de alcalde de las Reales Atarazanas de la ciudad; tal fue la acogida que se le brindó, el trato y obsequios que le otorgaron, que decidió el casarse con la hija de don Diego, doña Beatriz Barbosa. Que aunque no se sabe la fecha exacta, es razonable pensar que fuera con anterioridad al día veinte de enero del año de 1518, pues en esta fecha salió en dirección a Valladolid, para ser recibido por el Rey, con la presentación de que; «…para Castilla su propuesta era un gran negocio»
Consiguió ser recibido en casa del factor de la Casa de Contratación, don Juan de Aranda, donde también fue muy bien acogido y por no serle infiel en sus pretensiones, le comunicó la realidad de su proyecto, explicándole todos los pormenores de sus investigaciones, lo que indudablemente produjo en don Juan una gran sorpresa y su apoyo incondicional al proyecto de la expedición. Lo que no supo Magallanes, es que el factor don Juan de Aranda, al recibir esa información, envío la demanda de informes a Portugal, los cuales le ratificaron las buenas formas de Magallanes y que era previsible un gran triunfo; esto convenció a Aranda, quien a su vez envió al Gran Canciller una referencia reservada, en la que le comunicaba el proyecto y que Magallanes era persona de confianza y fiable y su exploración, con muchas posibilidades de ser un acierto.
Al fin consiguió llegar su amigo Rui Falero, a quien se le indicó, que todo el proyecto era ya conocido en la Casa de Contratación, por lo que se molestó con Magallanes, porque previamente ellos habían concertado, que nada se diría de su estudio y proyecto, hasta estar seguros de que sería aprobado por el Rey y previéndole ahora, de que si algo fallaba, él sería el culpable de todo lo que ocurriera, ya que los españoles ahora ya estaban en su conocimiento y podían formar la expedición sin ellos, a parte de haber faltado a su palabra, que en el fondo era lo que más le molestaba. Después de unas largas conversaciones entre ambos, concluyeron en firmar otras capitulaciones, en la que quedaba muy bien reflejado, la obligación de comunicarse los dos cualquier cosa que tuviera que ver con el proyecto, sin excusa ni pretexto y que sería decidido entre ellos si esa información se daba o no.
Al mismo tiempo, decidieron el viajar a Valladolid, pues el factor parecía que estaba alargando el asunto, ya que siempre le decía que esperasen respuesta al informe por él enviado a la Corte, pero ellos se decidieron a no esperar más. El factor, al ver que ya no había más tiempo, se ofreció a viajar con ellos hasta la Corte, pero le contestaron que lo harían por caminos separados, pues él y como a su rango le correspondía, lo haría por el ‹ camino de la plata ›, mientras que ellos lo efectuarían por el de Toledo, consiguiendo Aranda el llegar al acuerdo, por si recibía antes de alcanzar la Corte la respuesta esperada, el que se esperasen o él se esperaría en la población de Medina del Campo. Al fin ya todo decidido y firmado, se pusieron en camino, el día veinte de enero del año de 1518, coincidiendo en el viaje con la duquesa de Arcos, realizando el camino por la vía de Escalona, mientras que el mismo día salía don Juan de Aranda, por la otra ruta ya descrita.
La sorpresa vino, al estar a unas tres leguas de Sevilla ya en el camino, se vió venir a un correo Real, quién demandó la presencia del factor y sabedor de que efectivamente en el carruaje iba, le entregó la respuesta del Rey a su escrito, el que tanto tiempo habían estado esperando. En el documento se le pedía a don Juan, que fuera a la Corte en compañía de Magallanes, ya que su Majestad tenía ganas de conocer a tan insigne persona para agradecerle de esta forma y personalmente, su dedicación y entrega a un Rey que no era el suyo, lo cual le engrandecía mucho más. Don Juan no perdió el tiempo, ordenando a uno de sus hombres, que llevara un escrito a la otra carroza que viajaba por el otro camino, se le entregó el documento y salió en su búsqueda, consiguiendo alcanzarlos en el puerto del Herradón, siéndole entregado a Magallanes, que lo leyó y se alegró mucho de la gran noticia, y como figuraba en el documento, que se verían en Medina del Campo, allí se dirigieron.
Al llegar a esta población, ya les esperaba don Juan, pero ahora Falero ya no se oponía a viajar juntos, por lo que los tres y en el carruaje del factor, se pusieron en camino a la ciudad de Valladolid. En el viaje, don Juan de Aranda les comentó que si podían darle parte de lo que se pudiese ganar en el viaje, pues gracias a él y a su determinación de dirigirse al Rey, este proceder había allanado el camino, pidiéndoles un octavo de todo, pues ya había adelantado dinero a Falero en Sevilla, pero éste se negó, al hacerlo, don Juan les dijo que nada aceptaría de ellos, por ser una razón que en si misma beneficiaba a su Rey y a todo su pueblo. Al estar en las cercanías de Puente Duero, se separaron, tomando el camino a la población de Simancas, Magallanes y Falero, mientras que don Juan de Aranda se dirigió a la ciudad de Valladolid, en la población permanecieron tres días, los que le costo a don Juan el convencer del todo al Monarca.
Al llegar a la ciudad, fueron recibidos por don Juan, quién les acompañó a visitar y hablar con el Gran Canciller, el Cardenal y el Obispo de Burgos Fonseca, tratando siempre don Juan de que se llegase a formalizar el asiento, por lo que con el escribano, se fueron dictando normas y cláusulas, para el buen fin de la empresa y al ver este gran trabajo de don Juan, convinieron Magallanes y Falero, otorgarle el octavo de los beneficios que se obtuvieran de la empresa, siendo el día veintitrés de febrero del año de 1518, cuando estamparon sus firmar en escritura pública, con la única condición, de que fuera la corona la que corriera con los gastos de formalizar la empresa.
Se dice, que en la entrevista con tan dignos personajes, Magallanes les explicaba lo beneficioso que resultaría para España, el poder hacer el comercio de las especias de Malaca, de las que estaba convencido que pertenecían a Castilla, pero que los portugueses se estaban aprovechando de ellos a través de la vuelta por el cabo de Buena Esperanza y que para ello, llevaba un globo perfectamente dibujado, en el que quedaba muy clara esta posibilidad y la pertenencia de las Malacas a Castilla. Y que incluso, ya en presencia del Monarca, valiéndose del globo insistía en la ruta que debía de llevar la expedición, pero sin desvelar la situación del estrecho, ó al menos donde el suponía que debía de estar, para que nadie le pudiera robar su sueño.
Pero tanto el Rey como sus consejeros, por la creencia de la época de que el continente americano iba de Norte a Sur sin interrupción, no terminaban de quedar convencidos, por lo que juzgaban de muy alto riesgo la expedición, pero a su favor estaba, que si se lograba el beneficio para la monarquía era casi absoluto, ya que dejaban de utilizar las aguas de las demarcaciones que correspondían a los portugueses y utilizar solo las correspondientes a Castilla, por lo que a partir de ese instante ya nadie podría interponerse en el tráfico mercantil, lo que daba un libertad de movimientos, que bien valía el riesgo. Las dudas alargaron las conversaciones, lo que llevado por su ímpetu, Magallanes dijo que se ponía al frente de la expedición y que las naos, y la composición de la armada, correría a cargo de Cristóbal de Haro, y sus amigos acabando así con las dudas de todos.
Esta jugada pura de una persona convencida de sus previsiones y nada alocado, terminó por convencer al Rey, quién ordenó que se formalizaran los documentos, para llevarla a efecto, siendo de cargo del Monarca la expedición por completo, dando al mismo tiempo la orden a Magallanes, de que en persona se encargase de realizar los preparativos para llevarla a buen fin. Así decidido, no se perdió tiempo y tanto Magallanes como Falero, presentaron el correspondiente escrito, en el que ofrecían al Rey los dominios de todo lo descubierto e intentar abrir unas rutas navegables para su fácil comunicación, así como el guardase para ellos las mercedes que dieran lugar a ello el descubrimiento, pero explicando que tanto si era a cuenta de la corona, como si lo era de los que ya se habían ofrecido.
Así se le presentó al Rey, el cual y como ya tenía tomada la decisión, se ciñó exclusivamente a la primera forma, ya que desde ese instante él era el que decidía quien iba o se quedaba, por que era quien pagaba la expedición. El mencionado documento, no lo transcribo por su extensión y porque, aunque interesante no es vital para la biografía de Magallanes, pero consta de nueve puntos la primera parte y la segunda de otros cinco, pero si alguien lo quiere conocer, lo puede consultar en; Archivo de Indias. Sevilla. Legajo 1º. Papeles del Maluco, 1519, 1547.
Por fin el día veintidós de marzo del año de 1518, se firmó el contrato en un solemne acto, en el que se concluyó que la expedición estaría compuestas por cinco naves, con todos los bastimentos y artillería necesarios para tan larga travesía; así como el otorgamiento del título de capitanes de esta armada, con todas las facultades de las que siempre habían gozado éstos en la de Castilla, así como la orden a la Casa de Contratación del pago de su sueldo, por importe de cincuenta mil maravedís. El Rey permaneció en Valladolid hasta darse por concluidas las Cortes de Castilla, siendo a principios del mes de abril, cuando partió la Corte en dirección al reino de Aragón, pero el Monarca quiso al llegar a Aranda de Duero, el que la expedición no sufriera mucho retraso y al mismo tiempo, dar prebendas a Magallanes y Falero para que estos no se sintieran apartados de su real afecto, para que nada enturbiara las inmejorables relaciones entre ellos y don Carlos, por ello con fecha del día diecisiete de mismo mes, dictó unas reales cédulas, en las que mandaba lo siguiente:
«1º Que además del sueldo que les había asignado como capitanes suyos, se les abonasen ocho mil maravedís cada mes mientras sirviesen en la armada en que iban a descubrir.
2º que también se le diese a cada uno treinta mil maravedís para ayuda de costa, la cual cobraron el día siete de mayo.
3º que aun cuando muriesen en la demanda, se cumpliesen en sus herederos las mercedes que les habían concedido a perpetuidad, siempre que dejasen a sus sucesores en el mando tal instrucción que asegurase la conclusión de la empresa.
4º que los oficiales de la Contratación hiciesen examinar de pilotaje al sujeto que presentasen Magallanes y Falero, como éstos lo habían solicitado, y hallándolos hábil se le nombrase piloto real, con veinte mil maravedís de salario, sin los tres mil que debería disfrutar mensualmente mientras durase el viaje.
5º Que los mismos capitanes observasen la instrucción que se les enviaba, y en la cual se les prevenía, entre otras cosas, que fuesen a Sevilla y entendiesen con los oficiales de la Contratación en aprestar la armada, que irían factores, contadores y escribanos nombrados por el Rey; que por mano de éstos se haría todo rescate y trato, y que cuanto se adquiriese se entregase al tesorero o factor que fuese por S.A., quien lo traería a la Casa de Sevilla.»
Desde Aranda pasando por Calatayud, llegó la Corte el día siete de mayo a la ciudad de Zaragoza, pero para dejar que se pudieran realizar los preparativos, el Monarca se hospedo en la Aljafería, por lo que la entrada en la capital, tuvo lugar el día quince.
Todo esto viene a cuento, porque a la Corte le seguían Magallanes y Falero, pues como aun quedaban cosas por aclarar y se retrasaban más de lo que ellos quisieran, no perdían de vista al Rey. Y aquí entra en juego la diplomacia, pues llegó a la Corte el embajador del Rey don Manuel, don Álvaro de Costa, que era el camarero y guardarropa de su Majestad, con la excusa de plantear la boda de su Rey con la infanta de España doña Leonor, a la sazón hermana de don Carlos.
Aquí haremos una pequeña reseña de esta infanta de España, pues son pocos los casos que como el de ella se dieron, pues fue Reina de Portugal por casamiento con don Manuel, pero enviudó, por conveniencias de estado, ya nada podía hacer en este reino, así que don Carlos le buscó nuevo novio y se desposó con el rey de Francia don Francisco I, del cual también enviudó, lo que le decidió regresar a España y permanecer al lado de su hermano; ella había nacido en Flandes el quince de noviembre del año de 1498 y falleció en Talavera de Badajoz, en el mes de febrero del año de 1558, habiendo sido reina dos veces de los dos países más poderosos de la época y vino a morir a su patria. ¿Qué más se le puede pedir?
Pero el ínclito embajador, no perdía un momento en su verdadero objetivo, lo que le llevó a entrevistarse con Magallanes, al que le dijo, que si proseguía con la expedición a las órdenes del Rey de España, estaba ofendiendo a Dios y a su Rey, además de manchar para siempre su honra y reputación, pues era patente que el perjuicio que ocasionaba a su patria, sería trasladado a sus descendientes y parientes, que aún vivían en Portugal. A lo que Magallanes, le contestó, que él ya le había dado su palabra al Rey don Carlos y que el faltar a ella, eso si le causaría un deshonor profundo en su persona y que lo arrastraría el resto de su vida en su conciencia, por lo que se mantenía en ella y despreciaba cuanta amenaza viniera de su otrora país. Al ver fallido su intento de convencer a Magallanes, no se arredró y se dirigió a visitar al rey don Carlos, a quien se dirigió con palabras enérgicas, diciéndole que no era conveniente que por tan poca cosa y no siendo costumbre que un Rey acogiera a unos ilusionistas, desarraigados por otro Rey, no era de caballeros el que ambos se enemistaran por unos vasallos.
Don Carlos le respondió, que no era su intención molestar al rey de Portugal, pero que si quería alguna explicación más, que lo hablara con el Cardenal, pues estaba enterado de todo y mejor que él, le podría responder a sus preguntas. (Por algo se inventó el toreo en España). El Cardenal, no era precisamente un amigo de Magallanes, por lo que al recibir al embajador portugués, le reconvino diciéndole, que si él podía en el momento adecuado, intervendría para que la expedición no tuviera lugar. Siendo sabedor de esto don Carlos, consultó con el Obispo de Burgos (Fonseca), que éste si era uno de los más entusiasta de la empresa, pero para ser más objetivo, pidió informes a dos personas que formaban parte del Consejo de Indias.
Los cuales enviaron al Rey un documento, en el que le decían su opinión al respecto, entre otras cosas, que si el descubrimiento de ese paso se efectuaba y las tierras a descubrir realmente pertenecían a Castilla, si se interrumpía la expedición, eso redundaría en beneficio del reino de Portugal y por lo tanto, en mengua del de España, así su parecer era, que nada se debía alterar de todo lo ya dispuesto, para mayor grandeza de Su Majestad y sus descendientes. Don Carlos, al recibir estas opiniones de personas muy entendidas en la materia y los buenos consejos del Obispo de Burgos, que le indicaba que era lo mejor para todos, el Rey se reafirmo totalmente en proteger la empresa como cosa propia, por lo que hizo llamar al embajador y le dijo, que nada ni nadie osara el interponerse en su Real decisión. Así que el fracasado embajador no tuvo más remedio, que poner en conocimiento de su Rey la situación, en el escrito, le decía que la decisión de don Carlos era irrevocable y que lo único que se le ocurría, era que don Manuel, llamara a Magallanes a su presencia y le otorgara todo lo que él demandara sin límites, para prestar así un buen servicio a Portugal; pero al mismo tiempo, que desestimase el hacer lo mismo con Falero, pues por lo hablado con él, le parecía que no estaba en sus cabales.
Al llegar estas noticias a Portugal, se dividieron las opiniones, mientras unos apoyaban el retorno con todos los parabienes, los otros lo rehusaban, para que no sirviera de ejemplo y muchos más siguieran su camino, para ganar prebendas inmerecidas y que de llevarse a efecto, el Rey estaría en un grave aprieto y eso no era conveniente, ni para Su Majestad ni para Portugal.
Se sabe, que entre las múltiples opiniones de los cortesanos de don Manuel, hay una que deja pocas dudas en la forma de hacer ciertas cosas y que se transcribe en la obra de Faria «Europa portuguesa», en la que tratando el tema de Magallanes dice: «Hallábase aun entonces en Zaragoza el embajador don Álvaro de Costa, que tuvo disuadido al Magallanes destas pláticas, creyendo que avisado el Rey le restituiría a su gracia, y ni esto fue bastante. Sólo el obispo de Lamego, don Fernando de Vasconcelos, votó que el Rey o le hiciese merced o le hiciese matar, porque era peligrosísimo para el reino lo que intentaba.»
(Luego los malos son los que obedecen. En todas partes se trataban las cosas igual, así que ni somos los más malos, pero tampoco los más buenos, pero en el fondo, más de lo último que de lo anterior. También resaltar la firmeza de carácter de don Carlos, por la forma en que le contesta al embajador.)
Pero estas noticias llegaron a Zaragoza, por lo que nos cuenta Herrera: que al estar amenazados Magallanes y Falero de muerte: «…andaban entrambos a sombras de tejado, y cuando les tomaba la noche en casa del obispo de Burgos, enviaba sus criados que le acompañasen.» Llegando a conocimiento de don Carlos estas noticias, ordenó el inmediato traslado de Magallanes y Falero, a Sevilla; pero para que no creyesen que su intención era el deshacerse de ellos, le mandó llamar y en audiencia pública, en presencia de todo su Consejo, les otorgó el título de: «Caballeros de la Orden de Santiago, los confirmó en sus cargos de capitanes de la expedición y aceptó en su totalidad, las cláusulas estipuladas en el documento firmado en Valladolid a 22 de marzo de aquel año.»
Recibida la orden y por su seguridad partieron camino a Sevilla, a su llegada y primeras entrevistas con los oficiales de la Casa de contratación, se dieron cuenta que estos no les apreciaban mucho, ya que se encontraban molestos por el gran recibimiento que se les dio en su primera estancia en la ciudad; además se les comunicó que estaban esperando la confirmación Real para proceder a formalizar la escuadra. De hecho, los mencionados oficiales habían escrito al Rey, explicándole lo complicado de la empresa, a parte de no disponer de fondos para el apresto de ella. En definitiva, a pesar del poder absoluto del Rey, siempre había una forma sutil de retrasar las cosas a pesar de las órdenes manifestadas favorablemente, como ya se ha dicho, pero los pagos a cuenta del retraso del Rey de Portugal tenían su efecto.
Por lo que Rey otra vez pidió informes a sus consejeros, vistos estos les envió una real cédula que dice así: «En nombre de Su Majestad y desde Zaragoza, se envía esta carta que firma don Francisco de los Cobos; tomados los convenientes informes, es su voluntad que se efectúe el consabido viaje, conforme al memorial que se les envía firmado del Obispo de Burgos (Fonseca); y que de los cinco mil pesos de oro que habían llegado para S. M. de la isla Fernandina, gastasen hasta seis mil ducados o lo que fuese necesario conforme a dicho memorial, a vista, contentamiento y parecer de los mismos Magallanes y Falero; que algunas cosas se hallarían mejores y más batas en Vizcaya, y que se había mandado al capitán Nicolás de Artieta que las comprase allí; que las que se hubieren de traer de Flandes se traigan; luego, que las demás se compren y aparejen con prontitud, y que todo se abone y pague en la forma que se expresa.»
Mientras tanto en la ciudad de Zaragoza, se había concluido el tratado de matrimonio entre la infanta de España y el Rey de Portugal. Por las premuras del embajador portugués, a los pocos días de formalizarse los documentos del enlace matrimonial, quiso ponerse a su labor de estropear la expedición con todas sus fuerzas, mientras tanto partió la comitiva Real con todo su fastuoso acompañamiento el día trece de julio. Don Carlos, pensó que era un buen momento para entregar un mensaje para el Rey de Portugal, que ahora era su cuñado, expresándole que lo de Magallanes no iba en contra suya en ningún momento y que en nada afectaría a sus buenas relaciones, ya que no se perjudicaba al reino en, ni bajo ningún concepto. El embajador no se quedo muy satisfecho del escrito, haciendo entrega de él a un alto cargo de la comitiva Real; por lo que se quedó todavía en la ciudad de Barcelona, ya que era conocedor de que la empresa seguía adelante y cada vez tenía menos tiempo para interferir en ella.
Desde su llegada a Sevilla, Magallanes no dejaba de estar presente en todas las decisiones que se tomaban al respecto, pues era conocedor de las presiones que podía ejercer el pago de “regalos”, que el Rey de Portugal podía estar haciendo a los miembros de la Casa de Contratación, ya que las voluntades son muchas, pero las monedas de oro podían lograr muchas cosas en su contra. De hecho cada dos o tres días, le enviaba una carta al Rey y otra a su protector el obispo de Burgos, que al recibo de estas desde ellos emanaban órdenes a la Casa de Contratación, para que se acelerara el apresto de las naves, pero a pesar de todo esto, hubo que poner dineros de los que estaban a favor de la empresa, como el propio tesorero don Alonso Gutiérrez y don Cristóbal de Haro, que de su pecunio particular estaba pagando materiales, que debía de estar pagando los de la Casa.
Pero los enemigos estaban por todas parte y lo peor, como siempre a escondidas y ocultos, pues no paraba de recibir ofrecimientos y dádivas, para que desistiera de su empresa, más recomendaciones de que regresase a Portugal, donde el Rey seguro, que le atendería como a su honor y privilegios le correspondía; a lo que Magallanes hacía oídos sordo. Como queda dicho, el dinero mueve muchas voluntades, por ello sucedió que al ir a lanzar al agua la nao capitana, bajo la advocación de la Santísima Trinidad, el día veintidós de octubre del año de 1588, Magallanes se presentó en el lugar muy temprano, y se entretuvo en ir mirando todos los aparejos y cabrestantes, que debían entrar en juego para el buen funcionamiento del evento. Sucediendo que los trabajadores, izaron cuatro banderas de las armas de Magallanes, dejando espacio y lugar apropiado para izar las del Rey, pero los maldicientes comenzaron a correr la voz de que esas eran las banderas del Rey de Portugal, por lo que pronto se armó una buena refriega. Esto provocó, que hiciera acto de presencia, un alcalde de la mar, quien ordenó al populacho que subieran a la nao las arrancaran y rompieran, a lo que tuvo que intervenir Magallanes, diciendo que no eran las armas del Rey de Portugal sino la suyas y que mientras el estuviera allí, ningún pabellón se izaría que no fuera el de su benefactor el Rey de España, de quién era vasallo; esto calmó un poco los ánimos y se continuó trabajando.
A tanto había llegado el desasosiego, que hizo acto de presencia el doctor Sancho de Matienzo, quién tuvo que intervenir, pues el alcalde de la mar, prosiguió dando la orden de que se arrancaran, por lo que don Sancho, para evitar males mayores le pidió a Magallanes que quitara sus banderas, y viendo que cada vez se reunía más gente, optó por hacer caso y así se calmó la tormenta. Pero entre tanto, al parecer un enviado del Rey de Portugal, aprovechó ese instante, para acercarse a Magallanes, diciéndole; que eso no le hubiera pasado en su tierra y que debería de regresar, pues allí se le quería mucho. ¿No es mucha casualidad que un compatriota estuviera tan atento a todo lo que estaba ocurriendo? Continuó el problema, pues el alcalde mandó llamar al teniente de almirante, para que fuera consecuente con la causa que se defendía; por lo que llegado el teniente de almirante, se trajo consigo a varias personas más, las cuales querían aprehender a Magallanes, llegando incluso a amenazar de muerte al doctor Matienzo, quien reaccionó, diciendo, que tal comportamiento con persona que gozaba del privilegio Real traería muy malas consecuencias. Habiendo aumentado considerablemente el gentío, Magallanes se decidió a irse y que lanzaran al agua los trabajadores la nao, pero esta actitud significaba que el vaso se podría perder, por alguna negligencia por no estar él presente, ello llevó de nuevo a intervenir al doctor Matienzo, para que no se ausentará pues podía muy bien pasar cualquier cosa, que echara por tierra todo el trabajo realizado hasta ese momento, consintiendo Magallanes el estar presente, pero que se agilizara el trabajo y así se hizo.
Pero la indignación de Magallanes, no se dejó de sentir, pues escribió a don Carlos, para que fuera sabedor de todo lo que se estaba tramando con tal de impedir el apresto de la expedición. Mientras el doctor Matienzo, hizo lo propio, para que Su Majestad no pudiera pensar que era una letanía de Magallanes, refrendando así los hechos y el peligro en que estuvieron sus vidas. Al poco tiempo recibieron ambos un correo Real; don Carlos se lamentaba de lo sucedido y le daba las gracias al doctor Matienzo por tratar de evitar lo que parecía ya imposible de parar. Pero en el mismo correo, se adjuntaba otro para la Casa de la Contratación, en el que se reprendía enérgicamente al asistente de la ciudad y a la propia ciudad, por no haber intervenido en contra del alcalde del almirante, ordenando al mismo tiempo a los oficiales de la Casa de la Contratación, a que investigaran el asunto, informaran al Rey y que se decidiría el castigo a recibir por los insubordinados a su persona.
Pegado como una lapa seguía el embajador portugués a la Corte, ya que a principios del año de 1519, ésta salió de Zaragoza con dirección a Lérida, llegando a Barcelona el día quince de febrero, y el personaje en cuestión no cejó en su empeño. Pues era conocedor, de que don Carlos se mantenía muy bien informado, tanto por los correos de Magallanes, como por los del obispo Fonseca de Burgos; pero S. M. consideró que ya era hora de dar comienzo en serio a la expedición, nombrando a las personas adecuadas para ir formándola.
El día treinta de marzo, escribió la primera de las órdenes, en la que se nombraba tesorero de ella a don Luis de Mendoza; veedor general y capitán de la tercera nao, a don Juan de Cartagena, ya que el mando de las dos primeras era para Magallanes y Falero, quienes ya estaban nombrados. Aquí viene a colación el documento de esta orden, para ratificar algo que muchos historiadores olvidan y que queda reflejado plenamente en él.
Y no es otra cosa, que todo un Emperador del Sacro Imperio, Rey de España, Flandes, medía península itálica, y casi toda la América conocida, siempre que su real mano firmaba un documento, con referencia ó como rey de Castilla, anteponía a su nombre y persona, el de su madre la reina doña Juana I, esa que todos la llaman “La Loca”, ya que ella era en realidad la Reina de Castilla, proclamada por las cortes de este reino y como muestra de ello, ahora se transcribirán los dichos documentos, pues en todos está igual, pero no vamos a relacionarlos en su totalidad, pues haría innecesaria la confirmación mencionada y además a buen seguro que cansaría al posible lector.
«Extracto del nombramiento de tesorero de la armada a Luis de Mendoza. (Archivo de Indias en Sevilla, Registro de reales cédulas, legajo 2º)
Cédula de los señores Reyes doña Juana y dos Carlos, su hijo, nombrando tesorero de la armada del descubrimiento de la Especiería a Luis de Mendoza para que tomase y recibiese todo lo perteneciente a SS. AA., ya de rescates, ya de otras cosas, tanto en la mar como en la tierra, según la instrucción que se daba, firmada por el Rey y conforme a la capitulación y asiento hecho con Rui Falero y Fernando de Magallanes; mandando a estos mismos y a Juan de Cartagena, veedor general de la armada, y demás oficiales de ella, lo tengan por tal tesorero, y que no puedan rescatar cosa alguna de lo que fuere en ella sin que se halle presente con los mismos capitanes y el veedor general; señalándosele por este empleo 60.000 maravedís de salario anual durante el viaje.»
«Extracto del título de veedor general de la armada a Juan de Cartagena. (Archivo de Indias, de Sevilla, Registro de reales cédulas, legajo 2º)
Cédula expedida por los señores Reyes doña Juana y su hijo, nombrando veedor general de la armada al descubrimiento de la Especiería a Juan de Cartagena, y que use dicho oficio conforme a la instrucción que se le dio firmada por el Rey; debiendo presenciar los rescates y presas que por la mar como en tierra, todo conforme a la capitulación concluida con Fernando de Magallanes y Rui Falero, y que antes de partir la armada tome cuenta de todo lo que en ella fuere; señalándosele por vía de salario 70.000 maravedís desde el día que partiese la armada hasta su regreso a España.»
«Extracto del título de capitán de la tercera nao de la armada a Juan de Cartagena. (Archivo de Indias, de Sevilla, Registro de reales cédulas, legajo 2º)
Cédula de los señores Reyes doña Juana y su hijo, nombrando a Juan de Cartagena por capitán de la tercera nao de la armada de Fernando Magallanes y Rui Falero, con condición de que escogidos por ambos los navíos que habían de mandar, le diesen a él el tercero, llevando de salario anual el de 40.000 maravedís, que deberían correr hasta su vuelta a España de regreso del descubrimiento de la Especiería.»
Como se verá en las tres cédulas de nombramiento, que están firmadas el mismo día treinta de marzo del año de 1519, se antepone el nombre de la Reina doña Juana, consideramos que no hace falta más, pues la lista sería interminable, y como dice el refrán: con un botón para muestra, basta.
Con fecha del día cinco de mayo, se recibió en la Casa de Contratación, otra cédula, que ordenaba lo siguiente:
«1º Que no fuesen en la armada más de 235 hombres conforme se asentó; antes, si ser pudiese y sin hacer falta, se disminuyese su número, pero siempre su recibo o admisión fuese con parecer o a juicio de Magallanes ‹por cuanto tiene de esto más experiencia›. 2º Que él y Falero declarasen por escrito la derrota que se hubiera de llevar, y según ella y con su acuerdo se formase la instrucción con todos los regimientos de altura que dieren, mostrándola a los pilotos que han de ir y entregando a cada uno un traslado autorizado para su observancia. 3º Que la pólvora, municiones, armas y otras cosas que sobraren y no fueren necesarias las reciban y conserven para emplearlas cuando convenga, pagando a dichos capitanes lo que les hubieren costado, en la inteligencia que S. A. recibirá agradable servicio de que en todo sean asistidos a su satisfacción y de que mediante el trabajo y diligencia de los mismos oficiales saliese la armada para el tiempo que se mandaba o antes si ser pudiere.»
Todo esto como se podrá advertir, consta en un documento, que se encuentra en el ya mencionado Archivo de Indias, Registro de reales cédulas, legajo 2º. Pero que fue enviado por el Rey, para ya no dejar cabo suelto y confirmar a los oficiales de la Casa de Contratación, que su real decisión era inalterable y que se evitara a toda costa, malos entendidos que retrasasen la partida de la escuadra.
Pues sólo en el encabezamiento del mencionado documento, dice así: «El Rey. ==== Nuestros oficiales de la Casa de Contratación de las Indias que residís en la ciudad de Sevilla: Ya sabéis como conforme al asiento que mandé tomar con Fernando de Magallanes e Rui Falero, caballeros de la Orden de Santiago, nuestros capitanes de la armada que mandamos facer para descubrir, han de ir en la dicha armada…» (Queda bien claro, que el Rey no iba a consentir ningún retraso más, y si se producía, quedaban advertidos de cuales eran sus reales deseos.)
Pero al mismo tiempo, volvió a dirigir una nueva cédula a la Casa de Contratación, pues al parecer aún seguía habiendo retrasos, arguyendo la falta de materiales y pertrechos, para completar el armamento de la escuadra, y en este documento deja ya zanjada la cuestión. Pues pone en conocimiento de los oficiales de la Casa de Contratación, que por sus deseos se hará cargo de buscar los pertrechos pertinentes el Obispo de Burgos, agregando, que todos aquellos mercaderes que se avinieran a prestar su apoyo, primero serían pagados con los márgenes propios para sus beneficios, pero que además, y si se descubría en camino a la Especiería, tendrían el privilegio de ser los primeros en las tres siguientes expediciones, para así recompensarles de las posibles pérdidas del primer viaje.
Esta actitud del Rey y lo bien que se enfrentó al problema el obispo de Burgos, dio muy buenos resultado, pues sobre mediados de mes de abril, Fonseca comunicaba al Rey, que ya casi estaba todo en camino hacía Sevilla, dándose así por concluida la totalidad de las necesidades, demandadas por los capitanes Magallanes y Falero. Al mismo tiempo don Carlos, manda, que a don Francisco Falero, hermano de Rui, se le asignara un sueldo de 35.000 maravedís, para que fuera el intermediario directo entre los capitanes de la armada y la Casa de Contratación y que se le abonara este dinero, mientras estuviera la expedición en la mar y hasta su regreso. Proseguía, con la orden de aumentarle el sueldo en seis mil maravedís al piloto don Juan Rodríguez Mafra, que iría con Magallanes, para quedar igualado al resto de los de su mando y saber. Ofrecía a los pilotos y maestres, que si se comportaban como a lo que eran y cumplían sabiamente sus menesteres, a su vuelta y previo informe, para saber a quién se debía favorecer y a quién no, se les otorgarían mercedes y nombramientos en las Órdenes de Caballería. No dejaba nada al azar, pues ordenaba, que los cincuenta mil maravedís que debía recibir el capitán Magallanes y mientras durase el viaje, se deberían entregar a su esposa doña Beatriz de Barbosa.
Todas estas cédulas y órdenes, fueron firmadas en la ciudad de Barcelona, pero hay una providencia especial para Magallanes y Falero, en la que se deja constancia de todos sus poderes a cerca del viaje y sus responsabilidades, así como todo lo que deben de tener en cuenta y como actuar, ante diferentes incidentes si estos se producían. El documento es larguísimo, pues contiene solo 74 puntos, con un apéndice final, en el que queda reflejados todos y cada uno de los valores que cada responsable se podía traer, sin pago a la Real Hacienda, y sin reparto para el Monarca. Instrucción que dio el Rey a Magallanes y a Falero para el viaje al descubrimiento de las islas del Maluco (Archivo de Indias, Sevilla, papeles del maluco, legajo 1º de 1519 a 1547) Firmada por el Rey el día ocho de mayo del año de 1519.
«Yo Joan de Samano, escribano de SS. MM. y oficial de los libros y despachos de las Indias y tierra firme de SS. MM. doy fe: Que en los libros dichos está asentada una Instrucción firmada del Emperador y Rey nuestro señor, y señalada de algunos del su Consejo, su tenor de la cual es este que se sigue:
El Rey. === Lo que vos, Hernando de Magallanes e Rui Falero, caballeros de la Orden de Santiago, habéis de hacer en el cargo que ahora lleváis de nuestros capitanes generales de la armada que mandamos hacer en la ciudad de Sevilla para el descubrimiento que con la gracia de dios e su ayuda habéis de hacer, e la manera que en el dicho viaje habéis de tener, es la siguiente:
1º La principal cosa que vos mandamos y encargamos es, que en ninguna manera no consintáis que se toque ni descubra tierra, ni otra ninguna cosa, dentro en los límites del serenísimo Rey de Portugal, mi muy caro e muy amado tío y hermano, ni en su perjuicio, porque mi voluntad es que lo capitulado e asentado entre la corona real de Castilla y la de Portugal se guarde y cumpla muy enteramente, así como está capitulado.» Se ha trascrito solo el primer punto, porque de él ya se puede extraer la forma y lo minucioso que se le dicta las provisiones para cualquier evento susceptible que pudiera ocurrir; el resto es igual de explicito, concreto y exhaustivo.
Conforme iba avanzando el apresto de los buques, los agentes del rey de Portugal aumentaban su presión, llegando incluso a conocerse el nombre de uno de ellos, un tal Sebastián Álvarez, ya que se tiene conocimiento, de que escribió a su Rey con fecha del día dieciocho de julio del año de 1519, en el que comunica la llegada a Sevilla de Cristóbal de Haro, Juan de Cartagena, factor mayor y Juan Esteban, tesorero de la armada, por lo que nada escapaba a su conocimientos. Así mismo indica, que los oficiales de la Casa de Contratación estaban en contra de Magallanes, llegando a levantar tan falsos testimonios que consiguió el enfrentamiento, entre los recién llegados y estos oficiales, para que a su vez se pusieran en contra de Magallanes y Falero. Pero no se contentó con esto, pues visitó a Magallanes de nuevo en la posada donde habitaba, ofreciéndole de nuevo todos los parabienes de su Rey, al que estaba menospreciando y traicionando, pero que su amabilidad le perdonaba todo, con tal de que volviera a su país. Incluso, manifestó que los españoles tenían órdenes de quitarle el mando de la escuadra, pero que solo lo harían cuando ya no pudiera volverse atrás, de lo que estaba enterado Falero, pero que por promesas nada había comentado con él, por miedo a no percibir lo prometido, y que todo lo había tramado el obispo de Burgos, que si bien por delante era su mejor amigo, estaba decidiendo su porvenir por detrás.
Como se puede observar, si importante era el armamento de la escuadra, no lo era menos la cantidad de veces, que los diferentes agentes portugueses intentaron el estropear la buena marcha de la expedición y que mucho tuvieron que ver, en los sucesivos retrasos que se hubieron de hacer, por la falta de algo y sobre todo al ver que ya nada podían interrumpir, recurrían a intentar el enfrentamiento entre los propios españoles y Magallanes y Falero. Esto en parte tuvo su efecto, ya que Magallanes y Falero, se enfrentaron por el honor de portar el estandarte Real de Castilla, de resultas de estas nerviosas entrevistas, Falero cayó enfermo, así enterado el Rey le escribe un cédula a Magallanes desde Barcelona, fechada el día veintiséis de julio, en la que entre otras muchas cosas le comunica, que siendo sabedor del estado de salud de Falero, se quedase para no retrasar la partida de la escuadra y que viajaría en la escuadra que seguiría a la exploración, en cuanto se tuvieran noticias de ello.
Magallanes, contestó a don Carlos, que estaba de acuerdo, pero que en lugar de ir Ruy Falero, lo hiciera Juan de Cartagena ‹…como su conjunta persona›, cumpliendo así las reales provisiones con él firmadas en mejor servicio de Su Majestad; al mismo tiempo, que era conveniente, que Francisco Falero estuviera al mando de otra de las naos, con la intención de que Rui, le confiase a su hermano el método de observar la longitud del Este-Oeste, con los cálculos y planos para ello que ya tenía diseñados Rui, pues en ningún otro confiaría tan extraordinario trabajo, ya que sin ellos sería muy difícil el conseguir el encontrar el paso de los océanos. Con respecto a lo que también dictaba el Monarca, que por los manejos de los portugueses, quedaba prohibido el que estos formaran parte de la empresa, en buen resguardo de los malos vientos que podían suceder en el viaje, y que estos, con tal de malograr la empresa, se amotinaran ó perjudicaran los intereses de su Real Persona.
A lo que Magallanes le respondía, que como se había firmado él era el responsable de; «…que la gente de mar que se tomase fuese a su contento, como persona que de ello tenía mucha experiencia», lo que también se extendió a venecianos, griegos, bretones, franceses, alemanes y genoveses, pues todos ellos formaban un buen cuerpo de marineros apropiados para el buen servicio de Su Majestad. Y que la causa de todo esto, no era otra, que los oficiales de la Casa de Contratación, no habían hecho pregonar la empresa, en lugares tan apropiados como Málaga, Cádiz y en el propio territorio de Sevilla, pero que si esto se hacía y se presentaban gentes capaces, él no tenía ningún inconveniente en cambiarlos por otros, ya que solo se había limitado a escoger lo mejor de los que se habían ido presentando.
Había otro problema relacionado con los criados que Magallanes había escogido, pues eran todos portugueses hijosdalgos y familiares, pero el Rey ordenaba que no fueran más de cinco por cada nao, a lo que le contestó, que sino había más remedio, él solo quería lo mejor para Su Majestad y que si su Real Persona consideraba que no era conveniente, limitaría el número al mencionado, para no estorbar más en la partida de la escuadra. Pero los oficiales de la Casa de Contratación seguían haciendo de las suyas, por lo que llamaron a Magallanes y le dijeron que se habían recibido las órdenes del Rey (las arriba mencionadas) y que estaba todo dispuesto, así que ya quedaba en su mano el que bajase las naos por el río, para llevarlas a un punto de la costa a esperar un buen viento y poder zarpar. Ya que ellos habían ya cumplido con todo lo ordenado y que no sería por culpa de ellos el retraso de la expedición, sino suyo, por no cumplir las órdenes de Su Majestad, ya que por diligencia se había concluido con todas las previsiones reales y las naos estaban listas. Como se puede apreciar, hasta el último momento se veía clara la mano subrepticia del monarca portugués, pues ahora resultaba que por su “diligencia”, estaba todo concluido y que cualquier retraso sería solo de la responsabilidad de Magallanes.
A pesar de todo esto, aún se recibió una nueva cédula del Rey, en la que hacía unas mercedes, en las que se hacía referencia a que se le diese una pensión a doña Beatriz Barbosa esposa de Magallanes, a Francisco Falero, por dejar su casa y embarcarse, igualmente para su esposa y a Rui, para que se encargase de ir armando una segunda expedición, para en cuanto se tuvieran noticias del descubrimiento de Magallanes, se pusiera al frente de ella y poder prestar el apoyo debido al descubridor. Al mismo tiempo, que otorgaba otras mercedes, ya que se le daba la opción al veedor don Juan de Cartagena, de ser el primer alcaide de la primera fortaleza que se construyera en el paso descubierto, a los pilotos Esteban Gómez, Andrés de San Martín, Juan Rodríguez Mafra, Vasco Gallego y Juan López Carballo, se les concedía el privilegio, de no tener huéspedes en sus casa, aunque fuera la propia Corte la que los reclamara, así como algún privilegio más de pertenencia a Ordenes de Caballería, así como el adelanto del sueldo de un año, para que sus familias no estuvieran en la ruina y pudieran mantener el decoro, que les correspondía por su sacrificio y profesionalidad. Pero en la misma cédula, por informes recibidos por don Carlos, prohibía la permanencia en la escuadra, a Martín Mezquina y Pedro de Abreu, por su grave comportamiento y ser díscolos, lo que podía perjudicar el buen fin de la expedición y a su real servicio y ya en el punto final, se aviene Su Majestad, a que Magallanes pueda embarcar como máximo a diez portugueses, pero en toda la armada.
Magallanes, buen marino y mejor previsor, en los últimos meses había estado trabajando en un código de señales y reglamento para los buques, que servían tanto de día como de noche, para asegurarse de que nada quedaba sin previsión, manteniéndose así el orden y la disciplina en toda ella. (No hay forma de averiguar cuales eran, pues sería muy curioso el saberlo y lo adelantado de su forma de pensar, unido a sus grandes conocimientos sobre le tema. Pero una vez más nos quedamos con la miel en la boca). Al mismo tiempo, en la Real Cédula, se emitía una orden que era esta: «…para el asistente de Sevilla don Sancho Martínez de Leiva, para que entregase a Magallanes el estandarte Real en la Iglesia de Santa María de la Victoria, de Triana, recibiéndole bajo juramento y pleito de homenaje, según fuero y costumbre de Castilla, de que haría el viaje con toda fidelidad, como buen vasallo de S. M.; y que el mismo juramento y pleito homenaje hiciesen los capitanes y oficiales de la armada a Hernando de Magallanes, de que seguirían por su derrota y le obedecerían en todo; y formada la derrota que habían de seguir, se hizo con ella la instrucción, que los oficiales de la Casa de Contratación de Indias de Sevilla, entregaron firmada de sus nombres a los pilotos, encargando a los capitanes el no tocar en cosa de la demarcación del Rey de Portugal…»
Así ya todo completo, el día diecinueve de agosto del año de 1519, con todas las tripulaciones a bordo, ordenó Magallanes el efectuar una salva, para anunciar a toda Sevilla, que la expedición zarpaba con rumbo a su descubrimiento. La escuadra estaba compuesta, por las naos, capitanes y demás personas de cargo y responsabilidad, que se relacionan:
Trinidad. .del porte de 110 toneles y un coste de 270.000 maravedís.
Capitana. Capitán Mayor de la Armada; don Hernando de Magallanes, portugués. Piloto Mayor de S. Alteza, don Esteban Gómez, portugués. Escribano, don León de Ezpeleta, Maestre, don Juan Bautista de Punzorol, genovés. Alguacil, don Gonzalo Gómez de Espinosa. Contramaestre, don Francisco Albo, Axio, de Rodas. Cirujano, don Juan de Morales, Sevilla y Capellán, don Pedro de Valderrama, Ecija.
San Antonio. .del porte de 120 toneles y un coste de 330.000 maravedís.
Capitán y veedor de la Armada, don Juan de Cartagena. Contador, don Antonio Coca. Escribano, don Hierónimo Guerra. Piloto de S. M. Andrés de San Martín. Piloto de S. A. don Juan Rodríguez de Mafra. Maestre, don Juan de Elorriaga, Guipúzcoa y Contramaestre, don Diego Hernández, Sevilla.
Concepción. .del porte de 90 toneles y un coste de 228.750 maravedís.
Capitán, don Gaspar de Quesada. Escribano, don Sancho de Heredia. Piloto de S. A., don Joan López Caraballo, portugués. Maestre, Joan Sebastián de Elcano, Guetaria y Contramaestre, don Joan de Acurio, Bermeo.
Victoria. .del porte de 85 toneles y un coste de 300.000 maravedís.
Capitán y tesorero de la Armada, don Luis de Mendoza. Piloto de S. A., don Basco Gallego, portugués. Escribano, don Martín Méndez, Sevilla. Maestre, don Antón Salomón, Trápana, Sicilia. Contramaestre, don Miguel de Rodas, Rodas.
Santiago. .del porte de 75 toneles y un coste de 187.500 maravedís.
Capitán, piloto de S. A., don Joan Serrano, Sevilla. Escribano, don Antonio de Costa. Maestre, don Baltasar Ginovés, rivera de Génova y Contramaestre, don Bartolomé Prior.
(Hay que advertir aquí, que no hay que confundir el tonel vizcaíno, con la tonelada de los buques de la Carrera de Indias, ya que la diferencia está, en que la proporción era de cinco a seis, o sea, que diez toneles eran igual a doce toneladas).
Entre las distintas fuentes hay diferencia de tripulaciones, pues mientras Fernández de Navarrete, con los nombre y oficios de todos, da un total de doscientos treinta y nueve, en la de Pigaffeta se dan doscientos setenta, afirmando éste que los que fueron en ella no estaban todos enlistados, bien por ser personal de servicio a sueldo de sus amos o bien, simples enrolados que sin sueldo se incorporaron a ella, pues Magallanes siempre consideró que el número máximo marcado por el Rey era insuficiente, por eso se les facilitó el embarque. Así Pigafetta, nos da unos datos reveladores, pues nos cuenta que iban a bordo de las cinco naos, treinta y un portugueses; entre genoveses y venecianos, veintinueve; franceses, diecisiete; griegos, seis; flamencos, seis; alemanes, cinco (siendo estos últimos, los encargados de la artillería); ingleses, cuatro; malayos, dos; un morisco, más cuatro negros esclavos y los ciento sesenta y cinco restantes eran castellanos, siendo la inmensa mayoría de origen o procedencia de Vizcaya o vizcaínos, hombres duros de costa brava y mares agitados, por ello muy buenos navegantes.
Entre todos los buques, su artillería era la siguiente: Con el coste mencionado de construcción, llevaban incorporados sesenta y dos bersos de hierro con un peso de dos quintales cada uno, diez falcones de hierro y diez lombardas de hierro gruesas con cada tres servidores. Pero considerando que era poca, se le añadieron; cincuenta y dos bersos; siete falcones; tres lombardas gruesas y tres pasamuras.
Siendo el total de ellas como sigue: 120. .Bersos; 17. .Falcones; 13. .Lombardas y 3. .Pasamuras.
Siendo el armamento de los tripulantes, el siguiente: cien coseletes; cien petos con barbotes y casquetes; sesenta ballestas con trescientas sesenta docenas de saetas; cincuenta escopetas; un arnés y dos coseletes con todo completo para el capitán; doscientas rodelas; seis hojas de espada, que se quedó el capitán; noventa y cinco docenas de dardos; diez docenas de gorguces; mil lanzas; doscientas picas; seis chuzas y seis astas de lanzas; ciento veinte ovillos de hilo para las ballestas; siete piezas de dantas; cuatro cueros para proteger las armas y seis libras de esmeril para su limpieza.
Zarparon desde el punto donde se encuentra el puente del Guadalquivir, fueron bajando aguas y pasando por San Juan de Alfarache, posteriormente arribaron a Coria, y otras poblaciones, hasta alcanzar la de Sanlucar, donde lanzaron las anclas y permanecieron más de un mes, en espera de buenos vientos y terminando de transportar, las últimas y más frescas vituallas. En estas fechas redacta Magallanes un memorial para don Carlos, fechado en el mes de septiembre del año de 1519, que transcribimos por su importancia. Memorial que dejó al Rey Fernando de Magallanes cuando partió a su expedición, declarando las alturas y situación de las islas de la Especiería, y de las costas y cabos principales que entraban en la demarcación de la Corona de Castilla. (Original en el Archivo de Indias, en Sevilla. Legajo 1º de papeles del Maluco, desde 1519 a 1547).
Al mismo tiempo redactó su testamento, con fecha del día veinticuatro de septiembre y en Sevilla, a donde se desplazó para hacer entrega del memorial anterior. Y con la misma fecha, escribió a don Carlos una súplica, por estar haciendo una aportación, desde el día quince de junio anterior, fecha en que se le otorgó el hábito de la Orden de Santiago, por importe de doce mil quinientos maravedís al convento de nuestra Señora de la Victoria de Triana, para que tuvieran un disfrute mientras él estuviera vivo y para que rogasen a Dios, por el buen termino de la empresa, por lo que le suplicaba a S. A., que en su ausencia mandase a la Casa de Contratación que hiciera efectiva esa cantidad al mencionado convento, mientras él disfrutase de esa donación, que era la misma cantidad que se le pagaba por su pertenencia a la citada Orden.
Al llegar a Lisboa los informes de sus múltiples espías, se dice que don Manuel entró en cólera, pues para nada había servido todo su esfuerzo y que al final la empresa iba a zarpar en contra de su voluntad. Dando la orden, de enviar buques para avisar a los que ya estaban, con la orden expresa de que interrumpieran todo lo posible el buen navegar de la escuadra española, así se recibieron éstas y se enviaron naos al cabo de Buena Esperanza y al de Santa María, situado en el río de La Plata, con el fin de entorpecer o llegado el caso cortarles el paso. Pero pasado un tiempo, se le notificó que no habían cruzado por estos cabos, por lo que nada se podía hacer; esto le afectó aún más y ordenó el envió de seis naos armadas, a las órdenes de don Diego López de Sequeira, que era el Gobernador de la India, para que zarpara al Maluco e intentara el inutilizar la escuadra española, pero esto tampoco se pudo llevar a efecto, porque tuvieron graves problemas y no pudieron arribar al punto convenido.
Lo peor de todo, era la discordancia de los españoles, al ser mandados por un portugués, ya que en aquellos días nuestros enemigos eran ellos y esto hacía desconfiar a los españoles. Pero lo que queda de manifiesto, es la fortaleza de carácter y espíritu de Magallanes, ya que queda demostrado, lo mucho que sufrió para conseguir hacerse a la mar, con todas las trabas y problemas que se interpusieron en su camino, pero a todos venció y consiguió su objetivo. Porque ya sin mayores dilaciones, consiguió el aprovechar un buen viento y el día veinte de septiembre del año del Señor de 1519, se hizo a la vela desde el puerto de Sanlúcar de Barrameda.
Al salir de puntas, se puso rumbo al SO. Sin más problemas, éste les llevó a arribar a la isla de Santa Cruz de Tenerife, el día veintiséis, en ella se cargaron las naos, con más agua, carne y leña. El día veintinueve, zarparon con rumbo al puerto de Montaña Roja, que está en la misma isla, donde volvieron a lanzar las anclas en espera de una nao, que sabían venía detrás de ellos, cargada con más pez como provisión para la conservación de los vasos en aguas más cálidas. El día dos de octubre, volvieron a levar anclas y ganar el viento, cosa que se pudo hacer habiendo sucedido el ocaso, manteniendo el rumbo al SO., hasta alcanzar sobre el medio día siguiente, el paralelo 27º de latitud Norte, virando al Sur y con variaciones al mismo rumbo, más un cuarto.
Pero fue recriminado por Juan de Cartagena, porque en las instrucciones de navegación, que el mismo Magallanes había registrado y entregado al Rey y a todos los capitanes, con sus pilotos, decía que se mantendría al SO., hasta alcanzar el paralelo 24º Norte. Esta variación y el enfado de Juan de Cartagena, capitán de la San Antonio, es porque como ya queda dicho, al no poder ir en el viaje Rui Falero, el propio Magallanes había elegido a Juan, como su segundo y que en nada se podía variar lo escrito, si no estaban los dos de acuerdo y este cambio de rumbo, se había realizado sin consultarle. Ya que además este nuevo rumbo, les llevaba directos a Cabo Blanco en la costa de Guinea en poder de los portugueses y que eso no era conveniente para la escuadra, demandando el saber el porque de ese cambio de rumbo, pues nadie estaba al tanto de él.
Magallanes a la voz, le contestó; que de eso él no se preocupase por que no entendía, que se limitase a seguir el estandarte Real de día y el farol de noche y que nada más le contestaría, pues no pensaba el darle cuenta de estas alteraciones. Vaya juzgando el lector los acontecimientos, pues no son nada baladíes, por las funestas consecuencias que vendrían o traerían ciertas actitudes de un insigne marino, pero quizás algo engreído y de ahí las diferencia de comportamiento, con los más poderosos y con los que estaban a sus órdenes. Manteniendo el nuevo rumbo, la escuadra navegaba a buena velocidad, por lo que pasados quince días avistaron y cruzaron las islas de Cabo Verde, hasta alcanzar el paralelo de Sierra Leona, donde los vientos se calmaron durante veinte días y al levantarse estos, fueron contrarios al rumbo, lo que les obligó a navegar dando bordadas, para poder avanzar algo, a lo que se sumo un fuerte temporal y varios días de lluvia, pero aún así se consiguió alcanzar la línea equinoccial.
Esto les llevó como estaba previsto por Juan de Cartagena a las costas de Guinea, donde además les volvió a coger unas calmas y estando en esta situación, Juan ordenó a un marinero, que saludara al capitán de la escuadra, pues así estaba mandado por el Rey. Pero Magallanes, se sintió ofendido por ser un marinero el que lo había hecho y no el capitán de la nao, que era el obligado, por lo que contestó; que no quería ser saludado de esa forma y que se le llamara «capitán general», esta respuesta, fue respondida por Juan, diciéndole; «que con el mejor marinero de la nao le había saludado y que quizás otro día lo hiciera un paje», y además estuvo tres días sin volverlo a saludar. De momento nada pasó, pero unos días después ordenó Magallanes, que se presentaran a bordo todos los demás capitanes y pilotos, pues las calmas seguían; en la reunión con los ánimos estaban algo alterados se discutió fuerte y alto sobre la derrota, y la forma de saludar a la nao capitana. Al parecer la disputa fue tan agria, que Magallanes agarró del pecho a Juan y le dijo; «Sed preso», Cartagena demandó a los demás capitanes y pilotos que lo defendieran, pero ninguno le hizo caso, por lo que fue encepado de los pies y quedo preso.
Los demás compañeros, le rogaron a Magallanes que les fuera entregado Juan, pero solo consintió el entregárselo al tesorero don Luis de Mendoza, con la condición, de que cuando él lo demandara se le devolviera en el mismo estado. Para suplir a Juan de Cartagena al mando de la nao, nombró al contador don Antonio de Coca. Justo unas horas después se levanto el viento y prosiguieron viaje. El día veintinueve de noviembre, seguían rumbo SO., en demanda del cabo de San Agustín, restando otras veintisiete leguas para alcanzarlo, por lo que se volvió a cambiar el rumbo al SSO.
Hay que decir aquí, que a partir de esta fecha, da comienzo el diario de Navegación de don Francisco Albo, que es un muy apreciable documento además de ser único, pues constan todos los rumbos para poder seguir paso a paso, la derrota de Magallanes, pero con las consabidas advertencias, de que por los instrumentos de la época, son siempre aproximativos y no exactos, pues solo tenía a su disposición la aguja de marear. Así que pasamos a ir redactando lo mejor posible, todos estos datos para que se pueda apreciar lo costoso del navegar de aquellos días.
El día uno del mes de diciembre, se mantuvo el rumbo al SSO., hasta que el día cuatro para pasar en este día al del SO., un cuarto al Sur, con variaciones según lo vientos hasta el OSO., y SO., hasta el día ocho, siendo este día cuando se avistó la costa del Brasil, la cual era siempre de arenas planas o playas, estando en latitud 19º y 59’ Sur. Se mantuvieron barajando la costa, siendo reconocida sin bajar a tierra y levantándose planos de ella, hasta que el día trece se arribó y penetró en la bahía de Geneiro, al que los españoles lo bautizaron con el nombre de Santa Lucía, desembarcando en ella y hablando con los indígenas. Magallanes, antes de que desembarcaran las tripulaciones, advirtió que esos territorios eran pertenecientes al reino de Portugal, por lo que bajo pena de muerte, en ningún momento consentiría ningún desmán, para no increpar los ánimos del monarca y que provocara a la larga al Rey de España, así como no intentar el que abordaran las naos ningún nativo, pues no se debía de cargar con más bocas para consumir víveres.
Al mismo tiempo y ya en tierra, decidió hacer un cambio de mando, pues relevó al recién nombrado capitán de la nao San Antonio, don Antonio de Coca, poniendo en su lugar a su sobrino, que viajaba de sobresaliente en la nao de su mando, don Álvaro de la Mezquita. Y estando en esta bahía, el día diecisiete del mes de diciembre, el piloto don Andrés de San Martín, por la conjunción del planeta Júpiter con la Luna, sacó la latitud en la que se hallaban, pero por estar mal las tablas de Zacuto y el almanaque de Juan de Monte-Regio, se pudo comprobar que era errónea, pero al día siguiente, sí consiguió el posicionar correctamente, dando sus mediciones los 23º 45’ de latitud Sur. Durante estos días, consiguieron el hacer intercambios, por lo que se pudieron añadir a los víveres frescos, como frutas, aves y otros tipos de frutas, (que entre ellas se ha podido distinguir después, que era la piña), desconocida hasta entonces, que se conseguían en ese lugar. Por lo que estuvieron ya más pendientes del viento, el cual el día veintisiete se levantó favorable, por lo que levaron anclas y zarparon, continuando su viaje costeando y reconociendo las costas, con un rumbo con pequeñas variantes, al OSO.
Fueron descubriendo varias islas, al parecer siete en total, y al final de una de ellas sobre la costa una gran bahía, a la que llamaron «De los Reyes», por lo que al verla tan franca decidieron fondear en ella, pasando allí la noche del treinta y uno de diciembre del año de 1519. Al día siguiente, uno de enero del año de 1520, aprovechando otra buena racha de viento, levaron anclas e izaron velas, zarpando de la bahía y perdiendo de vista la tierra, pues se mantuvieron con rumbos, del SSO., SO., O., SO., un cuarto a Sur y SO., un cuarto al Oeste, manteniendo estos rumbos arribaron el día siete, en el cual ya se había arrumbado SO., un cuarto al Sur, llegando otra vez a lo largo de la costa y en estos momentos, en latitud de 32º 56’ Sur. Por estar tan cerca de tierra, se iban lanzando las sondas, siendo el día siguiente, ocho, cuando al lanzarla marcó una profundidad de cincuenta brazas, por lo que navegaron algo seguros, aun así el trabajo era de no confiarse mucho, pues eran mares desconocidos, por ello el día nueve, al lanzar la sonda les dio quince brazas y al observar la latitud se marcó la de 34º 31’, se aproximaron más a tierra y sondearon en doce brazas.
El día diez, se encontraban en 35º de latitud Sur, estando a la vista el cabo de Santa María, desde el cual la costa corría en dirección Oeste, pero siendo toda ella arenosa; divisaron un monte que anotaron en los planos y por su forma le dieron el nombre de Monte Vidi, a partir de aquí, se notó que el agua era dulce y los fondos iban disminuyendo con rapidez, pues en pocos cabos de distancia dio cinco, cuatro y tres brazas, pero como, las obras vivas de las naos lo permitían, fueron penetrando en el río, que no era otro que el después conocido como De La Plata. Fondearon y Magallanes trasbordo a la nao San Antonio, para navegar en demanda de ribera a ribera del río, así supo que su anchura era de veinte leguas, teniendo a la vista el cabo de San Antón y en demora al Sur, corriendo en dirección Norte-Sur con la montaña recién bautizada como Monte Vidi, se hallaba a una distancia de veintisiete leguas; estos trabajos duraron hasta el día siete de febrero. Después de averiguadas todas estas medidas, distancias y situado el lugar en las cartas náuticas, levaron anclas y se hicieron a la mar, pero al llegar a la altura del cabo de Santa María se levantó un temporal, lo que les obligó a retorcer a las aguas dulces, lo que aprovecharon para volver a hacer aguada y durante unos días consiguieron realizar una abundante pesca.
Los lugareños, se quedaron prendados de aquellas grandes naves, por lo que navegaban en sus piraguas alrededor de ellos, pero sin atreverse a abordarlas. Pero una noche, un solo indio se acercó y sin miedo alguno abordó la capitana, iba cubierto con una piel de cabra, al verlo Magallanes ordenó el entregarle una camisa de lienzo y otra de color rojo; se le enseñó (supongo que a propósito) una taza de plata, colocándosela en los pechos, comento que de eso había mucho en su tierra, descanso en la nao y a la mañana siguiente, desembarcó y abordando su piragua se fue a tierra, ya no volvió nunca jamás.
El día ocho, se levaron anclas y se hicieron a la mar, corriendo la costa desde cabo San Antón hasta el de Santa Polonia, el cual fue medido y se encuentra en latitud de 37º Sur; entre los dos cabos la costa llevaba dirección Sur, parando poco después al SO., por lo que se siguió ese rumbo, barajando la costa y levantando planos de ella, aunque pocas variaciones había con la anterior, pues seguía siendo arenosa y muy baja, como si fueran playas; estando a dos leguas de ella la sonda marcó un fondo de entre ocho a diez brazas. Continuaron la navegación, y el día nueve, se encontraban en la latitud 38º 30’ Sur, aquí era hondable, seguía siendo igual, pero algo más alta y corría al Oeste un cuarto al NO., llegando al final de ella, en la que a forma de cabo terminaba, pero por lo ya dicho a esta punta o cabo, se le bautizó como «De las Arenas.»
Las anotaciones se iban a veces alargando en el diario y otras no tanto, por eso ocurre que algunos días por no tener nada que destacar, solo se dan las posiciones. El día diez, se encontraban en latitud 38º 48’ Sur y la costa corría, en dirección de Este a Oeste, pero con mucho fondo. El día once, en la de 38º 47’ de latitud Sur, seguía en dirección Este-Oeste, viéndose en la costa, arenas como ya era habitual y varios montes pequeños. El día doce se viró el rumbo a OSO., y al llegar el ocaso, se lanzaron las anclas en un fondo de nueve brazas, pero casualmente al bornear la nao, se lanzó la sonda y marcó trece brazas, lo que indicaba que habían lanzado las anclas en algún bajo fondo y desde aquí, vieron como a unas leguas de distancia, se desataba una tormenta, con relámpagos, truenos y rayos, más mucha agua, y al parecer se encontraba ésta sobre el río Colorado. El día trece, se levaron anclas y se hicieron a la vela, pero tuvieron que navegar por un espacio de tiempo con rumbo al Norte, hallándose en un lugar que al parecer había otros falsos fondos, pues la nao Victoria, pegó varias tocadas, y fondearon en siete brazas, permaneciendo en este lugar hasta el amanecer del día siguiente, en que se midió la latitud, marcándose 39º 11’ Sur.
El día catorce, se hicieron a la vela, levaron anclas y poniendo rumbo al Sur, fueron navegando, variando el rumbo según mandaba la costa, pasando al SO., SO., un cuarto O y ONO., esto por espacio de varios días, pues ya el veinticuatro, en el que se midió la latitud dando la demarcación de 42º 54’ Sur. En esta posición, se encontraron con una entrada, con rumbo al NO., por lo que para comprobar que era o no lo que se buscaba, penetraron el ella y se encontraron con una gran bahía, que la navegaron toda ella, teniendo unas cincuentas leguas su costa y lanzando la sonda, se encontraron con profundidades de ochenta brazas, así que descubierta y anotada, se le bautizó con el nombre de San Matías, siendo su nombre actual el de Bahía Nueva. Pero como no existían correderas, las distancias recorridas en estos últimos días no son correctas, pues se debieron de navegar algunas leguas más, ya que por lo nuevos medios, se sabe que está mucho más distante desde el lugar mencionado el día catorce. Sucediendo además, que conforme se iban acercando a latitudes más al sur, solían desatarse temporales mucho más continuos, lo que obligaba a correrlos como cada capitán sabía, por ello había veces que incluso se perdían de vista, pero al tornar las calmas, se volvían a reunir, pues la capitana siempre enviaba su marcada señal con las banderas y los faroles, lo que al resto le permitía el seguirla a pesar de los malos tiempos. El día veintisiete, se midió la latitud y está marcó, 44º Sur, se encontraron con otra bahía, que distaba como unas tres leguas y en cuya entrada, como si estuviera marcada se encontraban dos grandes piedras. Intentaron el hacer aguada, pero nada se encontraron, al igual que tampoco se pudieron abastecer de leña, a pesar de que los lindes marcaban unos campos muy ricos, pero que nada crecía en ellos, dentro de ella encontraron una isleta, en la que pudieron cazar a muchos patos, por eso la bautizaron como; «Bahía de los Patos.»
Al fondear para realizar la caza, se encontraron con un fuerte temporal, que les impedía el volver a hacerse a la mar, pero este duró por espacio de tres días, y en el cual la capitana por la fuerza de estos, estuvo a punto de perderse, ya que le saltaron varias veces los cables, que se volvían a anudar gracias a la voluntad de los marineros expertos, que a forma de los actuales buzos, las introducían con ellos en la mar y las amarraban de nuevo; gracias a estos trabajos se evitó la perdida de la nao. Al calmar el temporal y los patos a buen recaudo, Magallanes ordenó que Juan de Cartagena, que hasta ese momento había estado bajo la custodia de don Luis de Mendoza, le fuera entregado a Gaspar de Quesada, que era el capitán de la nao Concepción. Así todo, ya a su gusto, se hizo a la mar, con rumbos al S., SSO., OSO. y ONO, alcanzaron otra bahía, con estrecha entrada pero muy amplia en su interior (al parecer fue la de puerto Deseado), pero en ella volvieron a sufrir los temporales, que aún eran más fuertes, por lo que para no olvidar los grandes esfuerzos realizados para poderse mantener dentro de ella, la bautizaron como; «La bahía de los Trabajos.»
El día treinta y uno del mes de marzo, entraron en el puerto de San Julián, así bautizado por ellos, estando en latitud de 49º 30’, que por ser un buen lugar, Magallanes quiso hacer la invernada y dejar de sufrir los grandes temporales propios de aquellas tierras en esos meses de invierno para ellas, pero ordenó una cuestión que a nadie sentó bien, que no fue otra que el racionamiento de las comidas. Pero justo por el frío y los temporales, cada vez la gente estaba más débil, por lo que comenzaron a increparle, para que o bien aumentara estas ó bien se hiciera a la mar y con rumbo Norte, dejarlas atrás ya que nada se había descubierto ni encontrado. Pero Magallanes, les dijo, que hasta ese momento y en este lugar, tenían pesca y caza en abundancia, que el vino se seguía repartiendo por igual, no faltaba leña ni agua, y que les recordaba, que él le había jurado al Rey de España, que no regresaría y antes perdería la vida que hacerlo, sin encontrar el paso, pues estaba convencido de que así era, siendo al final cuando dijo, que los castellanos siempre habían demostrado un gran tesón y que no era hora de perderlo, para el bien de su Monarquía.
Al día siguiente, era uno de abril y festividad del Domingo de Ramos, por lo que llamó a todos los capitanes, oficiales y pilotos, para que trasbordaran a la nao capitana, para acudir a la celebración de la Santa Misa, sirviendo después una agradable comida. Pero a oír misa, acudieron solo Álvaro de la Mezquita, Antoniode Coca y casi toda la gente, pero no fueron, ni don Luis de Mendoza, Gaspar de Quesada ni Juan de Cartagena, lo que le sirvió de excusa a Quesada, de que no podía dejarlo solo, pero es que además, al terminar la misa Antonio de Coca, regresó a su nao, quedándose a comer con Magallanes sólo Álvaro de la Mezquita. (Dato que no deja de ser significativo).
Esa misma noche, Gaspar de Quesada y Juan de Cartagena, en compañía de unos treinta hombres, de la dotación de la nao Concepción, trasbordaron a la San Antonio, donde Quesada demandó se le entregara al capitán Álvaro de la Mezquita, dirigiéndose a la tripulación, les comunicó que ya las dotaciones de las naos Concepción y Victoria estaban con él, que ya veían como los trataba Magallanes a todos, pensando que era el único que quería servir al Rey, que no sabían donde estaban y se encontraban perdidos, y que solo quería su apoyo, para reconvenir al capitán general, o si se oponía el hacerlo prisionero.
Fue el maestre de la nao, quien se dirigió a Quesada, diciéndole: «Requiéroos de parte de Dios e del Rey don Carlos, que vos vais a vuestra nao, porque no es éste tiempo de andar con hombres armados por las naos, y también vos requiero que soltéis nuestro capitán.» A lo que don Gaspar de Quesada contesto: «Aun por este loco se ha de dejar de hacer nuestro hecho» y al terminar de decir esto, echo mano a su puñal y le dio cuatro pinchazos en el brazo; con este acto la dotación de la nao se quedo convencida y con ello se hizo prisionero a Mezquita. Una vez hecho esto, mando curar a Elorriaga; Juan de Cartagena trasbordó a la nao Concepción, quedándose Gaspar de Quesada al mando de la San Antonio, mientras que Luis de Mendoza se quedaba con el mando de su nao Victoria.
Estos enviaron un bote para comunicar a Magallanes que la situación era la que era, pues estaban en su poder tres de las cinco naos de la expedición; al mismo tiempo que le requerían que hiciera caso a las provisiones del Rey; que no era un motín, a pesar de los malos tratos recibidos y que si quería llegar a un acuerdo pacífico, que se hiciera llegar a la nao, y si hasta entonces le habían dado el trato de Merced, en adelante se lo darían de Señoría y le besarían las manos y pies. Pero Magallanes, les envió mensaje de que si querían reunirse, se vinieran a la capitana, pues en ella se decidían las grandes ocasiones, pero se negaron a ir temiéndose ser apresados, devolviéndole el mensajero, de que él se viniera a la nao San Antonio, y en ella a pesar de no ser la capitana, se decidiría lo que había que hacer, siempre con las prevenciones del Rey a la vista.
Magallanes, ya sabemos que era un hombre decidido y astuto, además de muy constante, por lo que planificó un ataque por partes, para no asustar a todos y con sigilo, y eficacia contrarrestar aquella situación que no parecía el tener solución. Así el día dos de abril se apresó al bote de la nao San Antonio, que era el que iba y venia trayendo comisiones de sus respectivos jefes, una vez a bordo de la Trinidad, se arrió el esquife de ésta, con el alguacil don Gonzalo Gómez de Espinosa y seis hombres armados, pero a escondidas y con el pretexto de entregar una carta al tesorero don Luis de Mendoza capitán de la Victoria, subieron a bordo. Les hicieron pasar a la cámara del capitán y le entregaron el documento, en el que le pedía que se hiciese llegar a la capitana, pero estando con la mirada fija en el papel y aprovechando ese instante, Gómez de Espinosa le propinó una puñalada en la garganta, al mismo tiempo que un compañero, le daba otra en la cabeza, por lo que cayó muerto en el acto.
Pero previsor Magallanes, entre tanto ya había enviado con el bote de la capitana a Duarte Barbosa, que con quince hombres, estaban subiendo a bordo de la Victoria, casi al mismo tiempo que sucedían los hechos anteriores, los tripulantes no se opusieron, así Duarte se dirigió al asta y enarboló el pabellón, quedando por ellos la nao. Por orden de Magallanes, se levaron anclas y tanto la nao Victoria como la Santiago, se acoderaron a la capitana, formando así un cuerpo difícil de ser tomado al abordaje. El día tres y sabedores de lo que ya había ocurrido, las naos San Antonio y Concepción, levaron anclas pretendiendo salir de la bahía, pero como la capitana y ahora las otras dos formaban un solo cuerpo, y estaban en el rumbo de salida, no tenían más remedio que pasar junto a ellas.
Por lo que Quesada, indicó al estar ya casi a su altura y lanzando de nuevo un ancla, que soltaría a don Álvaro de la Mezquita, para devolverlo a Magallanes y que así se podría llegar a un acuerdo, pero el propio Mezquita le contestó a Quesada, que aquello no le iba a librar de nada; esto convenció a Quesada, que mando ponerlo en la proa de la nao, para evitar que les tirasen con la artillería, pero nada más se movió y quedaron en estas posiciones hasta llegar el ocaso, pero las naos quedaron muy juntas. Cerrada la noche, la nao San Antonio, que no había lanzado más anclas, por efecto de las mareas entrantes y salientes de la bahía, garreó la única que tenía y con tan buena o mal fortuna, que fue arrastrada hasta llegar al abordaje con la capitana, está al verlos venir sin remisión se prepararon e hicieron fuego sobre ella, y al llegar al abordaje este se realizó por los hombres de la capitana, que al pisar la cubierta, gritaron «¿Por quien estáis?», siendo la respuesta de los que allí se encontraban «¡Por el Rey nuestro señor y por vuestra merced!», por lo que inmediatamente se rindieron.
Magallanes ordenó aprehender a Quesada, al contador Antonio de Coca y a otros amigos suyos, quedando así todos presos, pero al ver todo esto y tan sencillo, el capitán general ordenó el trasbordar a varios de sus hombre en los botes e ir a por la nao Concepción, que al mando de Juan de Cartagena, no pudo resistir el envite y de rindió, siendo trasbordado a la capitana. Al día siguiente, Magallanes ordeno sacar y llevar a tierra a Mendoza, siendo juzgado en juicio sumarísimo y dando una sentencia de muerte, por traidor, la cual se ejecutó al instante, siendo descuartizado. El día siete, por la misma causa se degolló a don Gaspar de Quesada, siendo transportado su cuerpo a tierra y allí se realizó el mismo descuartizamiento, pero este acto, lo realizó su propio criado, para demostrar que no estaba de acuerdo con él ni en lo que había hecho, pero porque a su vez, si no lo cumplía, sería ahorcado por la misma razón.
Y al mismo tiempo, sentenció a Juan de Cartagena y al clérigo Pedro Sánchez de la Reina, que había sido la base del amotinamiento de los jefes y marinería, a ser abandonados en la misma bahía, y si Dios les perdonaba se salvarían o de lo contrario, allí morirían. Tenía razones para haber mandado matar a otros cuarenta individuos, pero como las naos los necesitaban para poder ser maniobradas, les perdonó la vida, advirtiéndoles que no lo volvería hacer, pues en ello estaba su juramento al Rey y si le ayudaban, ganarían mucho, pero de lo contrario no volverían a Castilla.
Mientras esto sucedía, en el puerto de San Julián, Magallanes no perdía el tiempo y ordenó la salida en descubierta, de la nao más pequeña, la Santiago, que al mando de Juan de Serrano, debía navegar a lo largo de la costa siempre en dirección Sur y ver si encontraba algo, que mereciera la pena. En su viaje de exploración, a unas veinte leguas de distancia encontró la desembocadura de un río, que tenía sobre una legua de anchura y al que bautizó como Santa Cruz, por la tranquilidad de las aguas, permaneció seis días, en los que realizó grandes capturas de peces y matando algunos lobos marinos. Al finalizar estos trabajos, continuó el viaje de exploración, pero en la amanecida del día veintidós del mes de mayo, se desató un terrible temporal siendo tan rápido, que no dio tiempo a rizar las velas y de sus efectos resultaron todas rifadas, además de que un golpe de mar le arrancó el timón, por lo que quedo a merced de los elementos y estos la fueron a estrellar como a unas tres leguas más al Sur.
La suerte fue, que como la costa era plana y arenosa la nao encalló, pero lo poco que pudo aguantar el temporal, permitió el desembarco de todos sus tripulantes, ahogándose solo un negro, que al parecer no sabía nadar y fue arrastrado por la resaca mar a dentro, el resto que eran treinta y siete hombres consiguieron alcanzar las playas, pero no se quedaron aquí, sino que comenzó un largo viaje por tierra, hasta alcanzar de nuevo el puerto de San Julián; en el camino igual comieron hierbas que marisco, dependiendo de lo que se encontraban, pero no dejó de ser una gesta memorable, por los grandes sufrimientos que se padecieron en ese regreso. A su llegada se les proporcionó una buena ración de vino, (reconstituyente de energías perdidas de la época) acompañado de alimentos frescos, para su pronta recuperación.
A Magallanes le molestó la pérdida de la nao, que más bien era una carabela, pues era la mejor para las descubiertas y con su hundimiento trastocaba sus planes, pero se alegro de que todos se hubieran salvado, pues hacían mucha falta sus brazos para el resto de naos, que es lo que hizo, ordenó el repartirlos entre ellas como refuerzo. Una vez repuestos, envió a ver si se podían recuperar cosas de importancia de la carabela perdida, pues a buen seguro que podrían hacer falta, así que navegaron hasta el lugar, y se recuperaron todas las mercancías, que se hallaban en su interior y todo los repuestos de su aparejo, con lo que se reforzó a su vez al resto de naos.
A su regreso, nombró a Juan Serrano capitán de la nao Concepción, al mismo tiempo que ordeno dar a la banda y recorrer los fondos de las naos, viendo que algunas ya estaban afectadas en sus obras vivas, por lo que se decidió el construir una herrería, donde poder manejar los hierros y acoplarlos a las necesidades de los problemas de las naos. Como guardia de protección de esta primera construcción de piedra en aquellas tierras, se envió a cuatro soldados perfectamente armados, al mismo tiempo, que con otro grupo se internó en la selva, con la orden, de que si encontraban a gente se quedaran con ellos, pero de lo contrario se volvieran, lo cual sucedió después de recorrer más de treinta leguas, pues al parecer la zona estaba deshabitada.
En esto fueron pasando meses y dos después aparecieron, seis indios demandando el poder subir a las naos, para lo que se desplazó el esquife de la capitana, y al abordarla se quedaron parados, y mirando por todas partes, Magallanes se quedó mirándolos, pues eran muy altos, vestían una especie de mantas de piel, pero sin trabajar, por lo que resultaba tal cual un pellejo e iban armados con sus arcos, de una media vara de longitud y sus flechas, pero aún con punta hecha con una piedra de pedernal. Ante esto Magallanes mandó prepararle una gran comida, que consistió en una caldera de mazamorra, que era la cantidad normal para veinte hombres, pero los indios se la terminaron como si nada hubieran comido, y lo más curioso, es que nada más terminar la comida, pidieron se les bajara a tierra. Lo españoles que en está época lo bautizaban todo y como estos hombres, dada su gran altura tenían los pies muy grandes, siendo lógico para su gran tamaño, les llamaron los «patagones» Sobre este punto, se ha escrito mucho por esos detalles de que eran gigantes, según nos relata Pigafetta, pero estudios posteriores, han llegado a la conclusión de que su altura debía de estar sobre los 175 centímetros, pero para un español del siglo XVI, que solían tener como mucho 155, no dejaban de ser muy altos, pero que la media de los españoles de entorno a los 145 contribuía más a la leyenda de los «gigantes de la Patagonia.»
Seguramente estos indios corrieron la voz y al poco otros dos se acercaron, entregando a Magallanes una danta (caña que al parecer es muy igual a la de Bambú ó con características parecidas) y éste ordenó se les entregara una camisa encarnada a cada uno, y se fueron tan contentos, ya que por cosas de su tierra se les daban cosas, que no habían visto nunca. Se dio el caso peregrino, de que llegó uno más a los pocos días, igualmente con una danta, pero éste dijo que quería convertirse al cristianismo, así que se le bautizó con el nombre de Juan Gigante; estando en ello vió como se arrojan a las aguas algunas ratas, de las que siempre habían en los buques y dijo que se las diesen a él para comérselas, permaneció seis días y se llevo a todos los ratones que se mataron en ese tiempo, pero después de esto ya no se le volvió a ver más. Proseguía pasando el tiempo y unos veinte días más tarde, se subieron a bordo a cuatro indios más, pero Magallanes para demostrar el descubrimiento de hombres tan altos, ordenó que dos fueran retenidos en la nao para ser llevados a Castilla, mientras a los otros dos se les transportó a tierra y dejó en libertad.
Pero esa noche, los que estaban de guardia en las naos vieron asombrados como se incendiaba parte del bosque, pero nada se podía hacer, ya que en ese tipo de territorio y con noche cerrada era muy arriesgado bajar a tierra y tratar de averiguar qué estaba pasando. Al amanecer, fueron enviados siete hombres, para que vieran que estaba pasando, con la orden de no introducirse mucho, regresar y comunicarlo, así se pusieron a seguir la pista de las pisadas en la nieve, pero se hizo de noche y las pisadas proseguían, una vez oscurecido del todo, al poco tiempo pudieron apercibirse de que nueve indios desnudos y armados de arcos con sus flechas, les estaban asaeteando, pero los españoles no se podían defender, pues solo uno llevaba espingarda, el resto solo el puñal típico de la época, aun así y a pesar de que uno de los españoles fue muerto, las rodelas evitaron el desastre, ya que no vieron más solución que contraatacar y esta reacción los puso en fuga, ya que a varios se les dio puñaladas, pero no solo lo hicieron los indios, sino que eran seguidos de sus mujeres. El español muerto fue don Diego Barrasa, un castellano hombre de armas de la nao Trinidad y el hecho tuvo lugar el día veintinueve de julio.
Los seis hombres transportando el cadáver de su compañero, consiguieron llegar al poblado de los indios, pero se encontraba vacío, hallaron mucha carne cruda por lo que encendieron unas hogueras y comieron, dejando a uno de guardia por turnos, así descansaron y a la mañana siguiente, hicieron señales a las naos, desde éstas se les envió un bote que los recogió y llevó a bordo. Magallanes al saber la muerte de su soldado, ordenó desembarcar a veinte soldados, que con los botes fueron transportados a tierra, con ellos de vuelta el cadáver de su compañero, para que recibiera cristiana sepultura, trabajo que realizaron, pero después de haber recorrido unas cuantas leguas, para que nadie pudiera el profanar sus descanso, una vez realizado esto, continuaron para cumplir la misión encomendada, pero después de ocho días de andar por aquellos parajes nada encontraron, así que decidieron volver y regresar a sus naos. Como castigo y seguridad, Magallanes ordenó que uno de los patagones fuera trasbordado a la nao San Antonio, para así asegurarse, de que alguno llegaría a Castilla.
El día veintiuno del mes de julio, para verificar los datos dados por Rui Falero en Sevilla, se transporto al cosmógrafo Andrés de San Martín a tierra, así permaneció hasta el día veinticuatro de agosto, en el que por las diferentes latitudes, dio por buena la de 49º 18’ Sur. Magallanes decidido a proseguir viaje, pues el tiempo ya mejoraba, repartió de nuevo los mandos de las naos, así la San Antonio, se le entregó a Álvaro de la Mezquita, la Concepción a Juan Serrano y la Victoria a Duarte Barbosa, que era miembro de la tripulación de la Trinidad como sobresaliente. Así repartidos los mandos entre personas de su total confianza, ordenó el que se cumpliera la sentencia, por lo que fueron desembarcados para dejarlos en aquel lugar, a Juan de Cartagena y al clérigo Pedro Sánchez de Reina, a los que se le dejaron, unas taleguillas de bizcocho y algunas botellas de vino, sin nada más.
El día veinticuatro de agosto las naos levaron anclas y se hicieron a la mar, zarpando del puerto de San Julián, continuando su viaje en dirección al Sur a lo que permitía la costa, ya que solo se alejaban lo suficiente, para no perderla de vista y eliminar los riesgos de navegar demasiado pegados a ellas, por ser totalmente desconocidas. Se mantuvieron en ese rumbo, hasta que el día veintiséis fue descubierto por Juan Serrano, la desembocadura del río de Santa Cruz, y menos más que decidieron entrar en él, pues a las pocas horas se desató un temporal, que a punto estuvo de destruir las naos, pues aun dentro del cauce, se notaba perfectamente, la mar gruesa y los no menos furiosos vientos que la levantaban.
Así que decidió Magallanes, intentar penetrar más en el cauce y librase de aquellos temporales, cosa que fue consiguiendo poco a poco, y a lo que contribuyó, la buena pesca que se estaba realizando, así como al lanzar las anclas, se encontraron con manantiales de agua, que rellenaron las pipas de la consumida y encontrando abundante leña. Así transcurrió todo el mes de agosto, septiembre y el día once de octubre, el cosmógrafo detecto un eclipse de sol, que por la anotaciones tuvo lugar a las diez horas y ocho minutos, teniendo una duración en la que recorrió las latitudes de 42º 30’ hasta los 44º 30’.
En uno de estos días de medias calmas, Magallanes reunió a sus capitanes y pilotos y les exhorto, a que había que seguir hasta ver donde acaba esta tierra (América), aunque para ello tuviera que llegar al paralelo 75º, pero que nada le impediría el hacerlo, sino eran destruidos dos veces los árboles y velas de las naos, y que llegando aún a eso, pondría rumbo al Este y después al ENE., para aproar al cabo de Buena Esperanza y la isla de San Lorenzo, para así alcanzar el Maluco, pero tratando de evitar el ser vistos por los portugueses.
El día dieciocho, levaron anclas zarpando del río de Santa Cruz, aprovechando unos buenos vientos y mejor mar, se pusieron en viaje bordeando la costa, pero el día diecinueve rolaron los vientos y se pusieron en su contra, lo que de nuevo le obligó a navegar dando bordadas, consiguiendo el llegar a la latitud 52º Sur, estando a unas cinco leguas del cabo, que bautizaron de las Vírgenes, que se extiende con una larga punta o cabo, pero todo él de arena, al acercarse y en latitud 52º 30’, se descubrió una bahía o abra, que debía tener como una cinco leguas de anchura.
La embocaron y Magallanes ordenó el lanzar las anclas, dando la orden de que cuando pasaran los vientos contrarios, las naos San Antonio y Concepción, se adentraran a verificar si era bahía o el comienzo de lo buscado, mientras que las naos Trinidad y Victoria, se quedarían allí a la espera de sus noticias. Esa misma noche, el viento aumentó de fuerza, pero no calmó hasta pasados un día y medio, en este tiempo estuvo otra vez a punto de echarse a perder la expedición, pues las anclas garreaban y los empujaban hacia tierra, pero calmó antes de que esto sucediera, por lo que una vez más la suerte acompañaba a Magallanes y a todos sus hombres.
Cuando parecía que los temporales iban bajando de intensidad y lo vientos eran propicios, las dos naos designadas penetraron en la bahía. Regresaron a los seis días, pero con discrepancia de pareceres, pues mientras los de una decían que no era lo buscado por la altura de sus riberas, los de la otra, dijeron que era el estrecho, ya que habían navegado por espacio de tres días y no habían encontrado la salida. Estaban a principios del mes de noviembre y Magallanes con las dudas propias, por la diferencia de lo hallado por las dos primeras naos; así que pasados unos días en que estuvo reunida la escuadra, ordenó a la San Antonio que penetrara para verificar si era o no el estrecho.
Ésta regresó después de unos días, diciendo que era el estrecho, pues había navegado a lo largo de cincuenta leguas y no se había hallado la salida, así de nuevo quedó la expedición reunida y con Magallanes, en multitud de dudas, ya que la cuestión no era fácil de decidir y en ello le iba mucho, pues de no ser lo que se buscaba, bien podrían no volver a salir y con ello perder la expedición, más todo lo que esto podría llevar detrás, como la muerte casi segura de todos sus hombres. Magallanes decidió apostar y penetrar en el supuesto estrecho, pero para que no fuera una decisión firme suya, convocó a los capitanes, pilotos y personas relevantes, por lo que les expuso su convencimiento y todos, contagiados de su entusiasmo de contestaron; «…que era bien pasar adelante y acabar con la demanda que se llevaba.»
Pero como siempre hubo uno que no estaba muy de acuerdo, siendo éste el piloto de la nao San Antonio, el portugués Esteban Gómez, quien le dijo; «Que pues se había hallado el estrecho para pasar al Maluco, se volviesen a Castilla para llevar otra armada, porque había gran golfo que pasar, y si les tomasen algunos días de calmas o tormentas, perecerían todos» Magallanes con su firmeza habitual le repuso; «Que aunque supiese comer los cueros de las vacas con que las entenas iban forradas, había de pasar adelante, y descubrir lo que había prometido al Emperador» Esteban Gómez, era tenido entre las dotaciones como un buen marino, y por lo tanto con buen ascendente sobre ellos, así que comenzaron los rumores y algunos pensaban en retirarse. Esto llegó a oídos de Magallanes, por lo que inmediatamente hizo pregón, que pasó de nao a nao; de que nadie hablara del viaje ni de los víveres, bajo pena de muerte, pues estaba decidido que al día siguiente comenzaría el intento. Pero esa misma noche descubrieron multitud de fuegos, señal inequívoca de que había habitantes en la zona, se distinguía que la tierra era áspera e inhóspita, además de ser muy fría, por lo que la bautizaron como «Tierra del fuego.»
Al amanecer del día siguiente y teniendo los vientos favorables, se decidió levar anclas y comenzar la aventura, penetraron en el estrecho, que era algo angosto, pero al pasarlo se abrió ante ellos una bahía de una legua de anchura, prosiguieron la navegación y se encontraron con otra estrechez del terreno, que al pasarlo se volvieron a encontrar con otra bahía, pero esta era mucho más grande, pues en su interior se encontraban varias islas, pero al mismo tiempo también varios brazos de mar, que se escondían entre las altas paredes de roca; hasta aquí se habían navegado como unas cincuenta leguas.
Por lo que Magallanes ordenó, que la nao San Antonio, al mando de su sobrino, se dirigiera a uno de ellos, que iba en dirección SE. Por parecer que era el más bueno, éste se encontraba rodeado de altas paredes y todas ellas nevadas, pero le explicó que debería de estar como máximo tres días y regresar junto al resto de la expedición. Magallanes, mientras tanto no quiso estar parado y por ello se dirigió a una zona donde se encontró con mucha pesca, de sardinas y sábalos, realizando la aguada y recogiendo leña para las naos, al terminar estos trabajos que le llevaron seis días regreso al punto de encuentro con la nao San Antonio, pero no la encontró en el lugar acordado. Por su alarma, ordenó a la nao Victoria, que fuera en su búsqueda, pero ésta regresó a los dos días sin haber encontrado nada, ni siquiera restos de la nao, lo que llevó a pensar a Magallanes, que o bien se había ido al fondo al dar con algún desconocido bajo, o bien que se había amotinado la tripulación y regresado a Castilla, pues su sobrino era portugués, don Álvaro de la Mezquita, mientras que la tripulación era toda española. (1)
Magallanes, prosiguió durante unos días la búsqueda de la nao, pero al no hallarla la dio por perdida, lo que le llevó a decidir el proseguir el viaje de descubrimiento. Se puso la escuadra en rumbo al SSE, y posteriormente al SO., en las que navegaron como otras veinte leguas y haciendo una nueva observación, se fijó la latitud en 53º 40’ Sur, desde este punto, los canales le obligaban a navegar al NO. en este rumbo se navegaron otras quince leguas, donde encontraron un buen ancón (ensenada), que se situó en latitud de 53º Sur; pero aquí el panorama había cambiado, pues se vieron muchos otros ancones, las cumbres eran muy altas y nevadas, pero también se veía a diferencia de lo anterior, que estaban muy poblados de una frondosa arboleda. (2)
Amaneció y se desplegaron velas, tomando un rumbo a NO., un cuarto al O., por un trozo de estrecho en el que se hallan muchas islas, logrando salir del estrecho, donde la costa dobla al Norte, formando un cabo, al cual y por el logro conseguido se le bautizó como de La Victoria, mientras que a la izquierda, se divisaba otro cabo y una isla casi juntos, por lo que fueron denominados, Cabo Fermoso (hoy Pilares) y Cabo Deseado, tomando la latitud, se fijó en la misma de la bocana de entrada del estrecho en el océano Atlántico, que era el cabo de las Vírgenes a 53º Sur de latitud. Sucedió el caso, de que el patagón que iba en la nao capitana, se enfermo muy grave, por lo que pidió el bautismo y se le cumplió el deseo, poniéndole por nombre el de Pablo, falleciendo pocos minutos después. Así que ninguno de los dos patagones pudo llegar a ver España.
El día veintisiete de noviembre del año de 1520, conseguían salir al océano, las naos Trinidad, Victoria y Concepción, y se encontraron con una mar de color más oscuro, con olas muy tendidas y altas, pero por su aparente calma lo bautizaron como «Mar Pacífico», pues durante estos primeros días de navegación, no les dio ningún problema. Por lo recorrido en el interior del estrecho, se calculó que debía tener como unas cien leguas en total, estaba deshabitado y pensaron, que la tierra que habían dejado a su izquierda en la travesía, era una isla que debía de acabar en algún lugar, pero poco recomendable para la navegación, pues se oía el rugir de los vientos y el bramar de la mar en la lejanía, lo que les indicaba que mejor no bajar de paralelos, a parte de que si ellos ya habían pasado frío, se suponía que más abajo aún sería peor. Por todas estas conclusiones, Magallanes a pesar de contar el día con diecinueve horas, desestimó el explorarlo para no poner en riesgo a las naos y tripulaciones.
Al salir al Pacífico, se hizo una relación de los fallecidos en el intento y desde el día en que zarpó la expedición de Sanlúcar de Barrameda, contándose en las cinco naos a diecisiete, entre ellos a Juan de Elorriaga, que falleció el día once de julio, por la infección en las heridas que le produjo Gaspar de Quesada, aunque en esta relación, no se daba cuenta de los dos desterrados en el puerto de San Julián.
Ya en franquicia, Magallanes huyendo de los fríos, mando poner rumbo al NO., después al Norte y más tarde a NNE., en el tiempo de dos días y tres noches, hasta la amanecida del día uno de diciembre, en la que se tomó la latitud y se encontraban a 48º Sur, en este mismo instante, se descubrieron dos pedazos de tierra, que por su conformación parecían mogotes, que iban en dirección Norte-Sur y como a unas veinte leguas.
(Estas apreciaciones en nuestra estima, son difíciles de creer, a no ser que eso montes fueran muy altos, ya que a veinte leguas de distancia, por la curvatura terrestre, es imposible el verlos a no ser que fueran muy elevadas y con dudas de que a ojo, se pudieran apreciar, por lo que pensamos que el error de cálculo está más en la distancia, que no sería tanta).
El día dos, se puso rumbo al NNE, hasta alcanzar la latitud 47º 15’. El estado de la mar seguía siendo gruesa, o sea altas olas pero muy tendidas, que a veces las naos se perdían de vista, pero no restaba gran velocidad a los bajeles, por lo que continuó con el rumbo dicho. Los días tres y cuatro, el rumbo fue cambiado al NO. hasta alcanzar la latitud de 45º 30’. El día cinco, varió el rumbo al Norte un cuarto al NO. hasta alcanzar la latitud 44º 15’. El día ocho volvió a rumbos entre el NNE y el NE un cuarto, manteniendo estos hasta el día trece, en que ya se encontraban el la latitud 40º.
Entre los días catorce a dieciséis, se mantuvieron los rumbos al Norte. Norte un cuarto al NE. y a Norte un cuarto al NO. encontrándose entonces en la latitud de 36º 30’. El día diecisiete, varió de nuevo al NO. un cuarto Norte, hasta alcanzar los 34º 30’. El día dieciocho, siguió al Norte un cuarto al NO. hasta alcanzar la latitud de 33º 30’, pasando entre la isla de Juan Fernández de tierra y la costa de Chile. El día diecinueve, se pusieron al rumbo NO., manteniendo este hasta el día veintiuno, en que se hallaron en la latitud 30º 40’ Sur, habiendo pasado entre las islas de Juan Fernández y la de San Félix, pero sin haberlas descubierto, desde aquí y hasta el día veinticinco, se mantuvo en vientos del cuarto cuadrante, pero principalmente en el de ONO. Llegando a latitud 26º 20’ el día veintinueve, en que varió el rumbo al ONO., O. y después al NO, manteniendo estos rumbos hasta el día treinta y uno.
Aquí comenzaron los grandes problemas, pues ya la escasez de alimentos y agua, se iba notando a pesar de haberse comenzado a racionar, pues ya no les quedaban alimentos frescos, el bizcocho, ya no era pan, sino una especia de polvo con mezcla de gusanos, que eran los que se habían comido la harina y para terminar de arreglarlo, tenia un hedor insoportable, pues se encontraba impregnado de los orines de los ratones. El agua estaba en parecidas condiciones, por lo que se llegó a cocinar el arroz con agua del mar y como no quedaba otra cosa, se cortaban pedazos del cuero de vaca con el que iban forrados la gran verga, para evitar que el roce de los cabos de maniobra se comiera la madera, pero como estos cueros habían estado siempre expuesto al agua, sol y vientos, se habían endurecido de tal manera, que para poderlos masticar, había que dejarlo caer al agua durante cuatro o cinco días, para que así quedaran algo más blandos, para ponerlos encima de las brasas y después a la boca para masticar.
A tanto llegó el hambre, que las ratas eran un manjar exquisito, llegando incluso a pagarse medio ducado por una, pero lo peor era la cantidad ya de enfermos, que describe así la enfermedad: «Hacía hincharse las encías hasta el extremo de sobrepasar los dientes en ambas mandíbulas, haciendo que los que enfermaban no pudiesen tomar ningún alimento», por esta enfermedad (escorbuto) murieron a lo largo de la travesía diecinueve hombres, incluido el patagón gigante y un brasileño. La mar seguía en las mismas condiciones, pero los vientos siempre fueron favorables, pero a pesar de eso, como ya había muchos enfermos faltaban brazos para la maniobra y eso hacía perder velocidad en muchos puntos concretos, lo que en definitiva retrasaba el alcanzar el punto deseado.
El día uno de enero del año de 1521, se encontraban el latitud de 25º Sur, cambiando el rumbo al O. un cuarto al NO. El día dos alcanzaron los 24º de latitud Sur, volviendo a cambiar el rumbo al ONO. El día tres se hallaban en latitud 23º 30’, y se cambio rumbo al NO. un cuarto al O. El día cuatro, se alcanzo la latitud de 22º y se cambio el rumbo al ONO. El día cinco y hasta el ocho, se mantuvieron sucesivamente rumbos entre el O. un cuarto al SO. y O. un cuarto al NO. El día nueve se encontraba en la latitud de 22º 15’, manteniendo el último rumbo, hasta el día trece. El día catorce, se hallaban en la latitud 20º 30’, cambiando el rumbo al NO. un cuarto al O. El día quince se alcanzaron los 19º 30’, y cambiando el rumbo al ONO, en el que se mantuvo hasta el día dieciocho.
El día diecinueve, se encontraban en la latitud 16º 15’, volvió a cambiar de rumbo al NO., un cuarto al O., en el que se mantuvo hasta el día siguiente. El veintiuno, se hallaron en latitud de 15º 40’, cambiando el rumbo, hasta el día siguiente al SO. El día veintitrés, se encontraban en la latitud de 16º 30’, manteniendo el rumbo hasta el día veinticuatro al O., un cuarto al NO. Este día veinticuatro de enero, fue el primero que divisaron tierra, pues en la latitud 16º 15’ Sur, encontraron una isla pequeña, con muchos árboles, pero se lanzó la sonda y no conseguían saber la profundidad, por lo que no pudieron fondear, eso si la bautizaron como de «San Pablo» y largando las velas, volvieron a cortar con sus proas las aguas hasta el día treinta y uno de enero, entre los cuales se mantuvieron los rumbos al NO. un cuarto al O., ONO., y O., un cuarto al NO.
El día uno de febrero se encontraban en la latitud 13º Sur, manteniendo el rumbo anterior, el continuo hasta alcanzar los 10º 40’ Sur el día cuatro de febrero, en la que se encontraron con otra isla despoblada, pero fue tan fácil y grande la cantidad de tiburones que pescaron, que la bautizaron como «La de los Taburones.» Pero aunque se les pusieron estos nombres a estas dos islas, en el argot de los marineros se quedaron con el nombre de las «Desventuradas», por haber podido hallar en ellas ni gente ni alimentos frescos.
(Por una carta náutica, que fue publicada por primera vez en Londres por el jefe de escuadra don José de Espinosa, quedan marcadas estas dos islas, siendo la de San Pablo a 127º 15’ de longitud Oeste del meridiano de San Fernando o Cádiz y la de los Taburones, en 136º 30’)
Desde esta isla, se continuó a rumbo del NO., (con el que entre los días doce y trece, pasó la equinoccial, por el meridiano 149º 40’ Oeste de Cádiz), manteniendo el rumbo hasta el día quince; el día dieciséis habiendo alcanzado la latitud 2º 30’ Norte, varió el rumbo al ONO., hasta que el día veintitrés, se encontraban el la latitud 11º 30’ Norte; continuando hasta el día siguiente, veinticuatro, en que se volvió a rectificar el rumbo al Oeste un cuarto al NO., manteniendo éste hasta el día veintiocho, en se hallaron en la latitud 13º Norte.
El día uno de marzo, conservando el paralelo 13º y navegando al Oeste, hasta el día seis en que vieron tierra, poniendo rumbo a ella, pues eran dos grandes islas, pero se midieron y comprobó, que una estaba en 12º 40’ y la otra en los mismos 13º, lo cual les daba una distancia entre ellas de ocho leguas; continuaron acercándose al estar entre ellas se cambió el rumbo al SO., por lo que pasaron por el Norte de la isla de los 12º. En esta se vieron muchas velas pequeñas, que se dirigieron a ellos, pero era tanto su andar que parecía que más que navegar volaban sobre las olas, además de hacerlas navegar a placer, pues igual estaban en la proa de las naos que en la popa y cruzando su proa como su estela: las velas eran triangulares (latinas) construidas de estera de palma, por lo que al principio se les bautizó como las Islas de las Velas Latinas, pero pronto le cambiaron el nombre, pues sus propietarios, en cuanto se descuidaban un poco, ya habían trepado por las jarcias y robado lo primero que encontraban, sin impórtales la mayor o menos cuantía de lo sustraído, por eso pasaron a denominarlas como las «Isla de Los Ladrones.» (Que son las actuales Marianas)
Estos indios, su principal fuente de alimentación eran los cocos, ñamez (una variedad de la batata) y una variante del arroz; la mayor de sus canoas no tenía capacidad para transportar a más de diez de ellos, pero acudieron tantas a las naos, que al abordarlas ya no cabían más en sus cubiertas, por lo que Magallanes ordenó que se le fuera echando, pero sin hacerles daño. Lo malo fue, que los indios no entendían el porque se tenían que bajar de aquellas grandes naves, por lo que para cumplir la orden se tuvo que recurrir a la fuerza, pero los indígenas se molestaron, así que una vez en sus canoas comenzaron a lanzar piedras y unas varas tostadas (seguramente para endurecerlas y darles más poder de ofender) sobre las naos, que si bien no era para hundirlas, si que más de uno de los tripulantes salió con alguna herida, así que el capitán general se vió en la obligación de hacer unos disparos con la artillería, que dieron en el blanco algunos causando la muerte de varios de ellos, pero no por eso volvían y querían trocar (cambiar) sus abalorios por lo que llevaban la expedición.
Volvió la cosa a ponerse fea, pues se apercibieron que el esquife de la nao capitana, había sido sustraído por ir a remolque, lo cual les debió de ser fácil el conseguirlo, malhumorado Magallanes por este robo, se bordeó la costa hasta ver el lugar donde se encontraba, verificado, Magallanes ordenó el que noventa soldados con los botes se acercaran a recuperarlo, lo cual se hizo, pero en esa playa estaba muy cerca una montaña, donde los indios se subieron y desde allí lanzaban tantas piedras, que era casi como una lluvia, pero se dio la orden de disparar los arcabuces y los indios desaparecieron. Pero el problema se agravó más, pues como castigo por el hurto del esquife, divisaron el poblado que no estaba muy lejos, se dirigieron a él y se llevaron todos lo víveres que hallaron, pero también mataron a todos los que se encontraban a su paso y para finalizar, le prendieron fuego al poblado, pero lo gracioso, si es que hay algo de gracia en ello, es que no se pudieron llevar el esquife, a pesar de la destroza y matanza que realizaron. Los indios, se quedaron atónitos ante esta salvajada, considerando que aquel barquito no valía tanto, así que decidieron arrojarlo al mar, pues para ellos ya tenía mala suerte. Esta acción fue vista por Magallanes, quién ordenó que se fuera a recoger, al mismo tiempo, que ordenaba el reparto de los alimentos llevados a las naos y con orden de reparto, para que todos al menos probaran algo bueno para fortalecerlos un poco, pero viendo que lo indios se había alejado de ellos, ordenó a su vez el acercarse a tierra y hacer aguada, que no vino nada mal, pues la de abordo ya se ha comentado en que estado se encontraba.
El día nueve de marzo, se levaron anclas y zarparon de esta isla de los 12º, navegando al Oeste un cuarto al SO. divisando tierra el día dieciséis, habiendo navegado siempre al mismo rumbo, pero para llegar a esta nueva isla, lo variaron al NO, conforme se iba haciendo más visible, se dieron cuenta de que salía al Norte, con muchos bajos, por lo que tomaron el rumbo del Sur de la isla, cuando al navegar un tiempo se avistó otra isla más pequeña, pero con sus costas de arena, así que dieron fondo ese mismo día en ella; divisando al mismo tiempo una serie de pequeñas canoas, pero al intentar acercarse a ellas sus mareantes se alejaron. Después se supo, que la primera isla tenía por nombre Yunagán y en la que fondearon Suluan; y que según el diario de Albo, la última se encuentra en latitud de 9º 40’ y que está a 189º de longitud de la línea meridiana (3), a estas islas se les bautizó como de «San Lázaro» (pero son ya las de Nueva Castilla ó Filipinas) y que desde el; estrecho de Todos los Santos ó más correctamente desde Cabo Fermoso a estás islas hay 106º 30’ de longitud y que cuyo estrecho, está con respecto a ellas en dirección ONO., y ESE.
Zarparon de esta isla con rumbo al Oeste, hasta que divisaron la de Gada, que era una muy limpia de bajos, sin habitantes, lo que aprovecharon para hacer aguada de nuevo y proveerse de más leña. Al terminar estos trabajos, zarparon de nuevo con el mismo rumbo, alcanzando una isla de mayores proporciones, que si estaba habitada, por nombre de Seilani, y que por intercambios típicos, se enteraron de que en ella había alguna mina de oro, pero no se entretuvieron en averiguarlo. Zarparon de este lugar y bordeando la misma isla, se desató un temporal, que para correrlo, tuvieron que navegar al OSO., y el mismo viento y mar, los llevaron a una nueva isla, que hay diferencias de nombre según fuente, pues para unos era Mazava y para otros Mazaguá, y ésta se encuentra en la latitud 9º 40’ Norte, fueron costeándola hasta encontrar un poblado y en su bahía fondearon.
Magallanes, llevaba un esclavo que había comprado en sus anteriores viajes, por lo que ahora le servia de interprete, por ello al ser abordada la nao capitana por el Rey de Mazaguá, se había acercado con diez de sus hombres, para saber que querían los recién llegados, se le comunicó: «…que era vasallos del Rey de Castilla y que querían hacer paz con él y contratar las mercaderías que llevaba, y que si había mantenimientos le rogaba que se los diese y se los pagaría» El rey le contestó: «que no los había para tanta gente, pero que partiría lo que tenía con ellos», y a las pocas horas, se acercaron unas canoas y con ellos a cuatro cerdos, tres cabras y algún arroz. Como coincidía que ese día era Pascua de Resurrección, Magallanes ordenó el levantar una pequeña capilla en tierra y colocar una cruz en un monte cercano, para advertir a todos los que pasaran por allí que los españoles habían estado, siendo la costumbre y una señal inequívoca.
Después mando, que la gente bajara a tierra a oír misa y celebrar tan sagrado día, por lo que dejaron solo a bordo a una pequeña guarnición; al terminar el oficio religioso regresaron a las naos. Pero al subir a colocar la cruz en aquel promontorio, los indios que les habían servido de guías, les indicaron que las tres islas que se veían desde allí arriba, en dirección OSO., estaban llenas de oro, solo que del tamaño entre una lenteja y un garbanzo. Por el buen recibimiento que tuvo y ningún altercado, Magallanes ordenó se le entregaran al Rey algunos regalos, ocasión que aprovechó para pedirle le diera razón de donde se podía recoger más comida para sus famélicas tripulaciones.
El Rey le indicó que como a unas veinte leguas, se encontraba una gran isla y que su jefe era pariente suyo, que por su gran extensión seguro que le podría proporcionar cuanto quisiera; Magallanes le pidió entonces que le diera a algunas personas para que los guiaran, pero ante la estupefacción del capitán general, el mismo Rey se ofreció el conducirlos, a lo que Magallanes le correspondió con la entrega de más regalos. Así el Rey acompañado al parecer de su guardia personal, se quedó en la nao, enviando sus regalos a tierra, y zarparon, primero se puso rumbo al Norte, que le llevó a la isla de Seilani, la cual fue costeada por el NO. hasta alcanzar los 10º de latitud Norte; y al finalizar el costeo se divisaron tres islotes, cambiando el rumbo al Oeste, después de navegar unas diez leguas, se encontraron con otras dos islas pequeñas, aquí le sobrevino el ocaso, por lo que se pusieron a la capa para pasar la noche.
Al amanecer del día siguiente, se desplegaron las velas y con rumbo al SO., un cuarto al Sur, y después de navegar otras doce leguas, alcanzaron la latitud e 10º 20’, encontrándose ante un canal formado por dos islas el cual se embocó, siendo estas la de Mactán y la otra la de Subú ó Zebú, el canal corría al Oeste y sobre el centro de él se encontraba la villa de Zebú, que por su bahía, se aprovechó para fondear. La isla de Cebú y las de Mazaguá y Suluan, están en dirección entre Este, un cuarto al SE., y Oeste, un cuarto al NO. y entre Cebú y Seilani, se descubrió al Norte una tierra muy alta, que según los nativos la llamaban Baibay, quienes a su vez les comunicaron, que contenía mucho oro y mercancías, pero que era tan grande que ellos no le habían encontrado el final. A parte de ir el Rey, éste había ordenado que una de sus canoas les acompañara en el viaje, porque en el trayecto se encontraban muchos bajíos y por eso durante toda la navegación, había ido de exploradora para que las naos no tuvieran problemas, ya que estas desconocidas aguas eran muy peligrosas.
Al llegar ante la población de Cebú, salieron como unos dos mil indios armados, pues nunca habían visto a semejantes buques, a los que desde la playa los miraban con asombro y miedo. Pero para controlar la situación, fue llevado a tierra el Rey de Mazaguá, que informó al Rey de Cebú, que era su primo, que no habían llegado para hacerles ningún daño, pues la muestra estaba con él, que les había acompañado en el viaje desde su isla, queriendo solo el ser abastecidos, pues traían mucha hambre, por lo que le rogaba, que lo antes posible les fueran llevados los víveres necesarios y que eran gente de paz, y no de guerra. Pero el receloso Rey de Cebú, envió emisarios a Magallanes, porque le parecía bien lo que demandaba y que le serviría de todo cuanto necesitase, pero primero tendría que firmar la paz con él, pues al ser Reyes distintos, las costumbres de aquellas islas era esa y que la forma era, el hacerse una herida en el pecho cada uno, y uno bebía del pecho del otro y viceversa.
Magallanes le contestó, que si eso era necesario, no había inconveniente en hacerlo, pareciéndole bien, por lo que se concertó el esperar a la mañana siguiente para realizar el acto a bordo de la nao capitana, pero temprano apareció una canoa, de la cual saltó y abordó un emisario del Rey, comunicándole a Magallanes, que en atención a lo mucho y bueno que le había contado su primo, no pensaba que era necesaria la ceremonia, así que daba por sentada la paz entre ambos. Al conocer la noticia Magallanes, ordenó el hacer una salva con toda la artillería de sus naos, cuyo estruendo atemorizó a lo indios y estos no salieron corriendo, porque sabían que se había firmado la paz. Al poco, fueron apareciendo canoas, que cargadas con toda clase de alimentos, las fueron descargando en las naos, entre lo principal se encontraban; cabras, gallinas, puercos, ñames, mijo, arroz, cocos y mucha fruta, a cambio de esto se les regalaron los típicos abalorios de la época, sobre todo con las consabidas cuencas de cristal, que les enloquecían por sus brillos.
En tan solo cuatro días, con este cambio de dieta, todos los enfermos mejoraron mucho, incluso algunos menos graves, se recuperaron por completo; para dar gracias de ello, Magallanes dio la orden de levantar un ermita de piedra, al terminarse que fue muy pronto se quería dar gracias a Dios, con la celebración de un Santa Misa. Para ello se bajaron a tierra todos los soldados y marineros, pero para ver lo que allí ocurría se acerco el Rey y su esposa, con todos los principales de la isla; permanecieron callados y en silencio, pero sin perder detalle; lo que aprovechó el sacerdote don Pedro de Valderrama enalteciendo la Fé Católica, para por medio de la palabra el ganarse el afecto de los que allí se encontraban. Así convencidos del bien que les daría el pertenecer a esta religión, pidieron ser bautizados, lo cual se cumplió en el acto, pasando en pocos días todos los habitantes de la población por el ministerio del bautismo; al ver esto Magallanes ordenó el construir una gran cruz y ponerla delante de la ermita.
Los indios se quedaron atónitos con el acto religioso, para celebrar su alegría, al concluir el Rey y su esposa, invitaron a Magallanes y a los más altos cargos de la expedición a su palacio, éste era en realidad un gran choza, pero se les sirvió de comer espléndidamente, con un pan, (llamado allí sagú, que esta hecho del corte de unos árboles y a piezas frito con aceite), diversas aves, frutas y un vino ó licor, que se extrae de efectuar unos cortes en la corteza de la palma, destilándolo después para quitar impurezas y que tiene un grato sabor. Al finalizar esta fiesta y para celebrarlo Antonio Pigafetta, por abrazar los reyes de Zebú la Fé Católica, le entregó una talla del Niño Jesús a la reina, que era la esposa del cristianizado rey Carlos Hamabar, para que supliera a todos sus ídolos hasta entonces venerados como a dioses; el mismo Pigafetta nos dice: «Yo feci vedere alla Regina un immagine di Nostra Signora, statuetta di legno representante il Bambin Gesú ed una ocre... La Regina mi chiese il Bambino, por tenerlo en luogo de suci idoli…e a lei le diedi.»
Magallanes, al ver el agrado con que le habían recibido en la isla de Cebú y que esta era rica en oro, jengibre, otras especies y cosas, podía con cierta facilidad el conseguir esas especerías, para llevarlas a Castilla y así demostrar el valor de estas posesiones. Por lo que ordenó se levantar una casa, para que fuera algo parecido a la de la Contratación, pasar así centralizar todos los intercambios, que se pudieran realizar y facilitar su almacenaje, para su posterior carga en las naos y regreso a Castilla. Al mismo tiempo, de los naturales recibió la noticia de que en la isla de Burney ó Borneo, se disponía de gran cantidad de bastimentos, por lo que se decidió el ir a ella y saber de verdad lo que había de cierto en ello; además de que era probable, el saber más sobre lo que realmente buscaba que era el Maluco o Molucas, por lo que las tripulaciones ya casi recuperadas en su totalidad, llevaron gran alegría.
El problema surgió, al ser enterado Magallanes de que en la isla de Cebú habían otros cuatro reyes, los cuales y por haberse convertido al catolicismo su amigo y proclamado vasallo del Rey de Castilla, había encargado una gran joya para el Rey castellano, que fue lo que hizo saltar la alarma. En un principio Magallanes, envió embajadores a los demás reyes, para que mostraran cuanto había ganado el que se había hecho vasallo del Rey de Castilla, (pero a nuestro entender cometió un error), pues estos enviados demandaban que estos reyes, presentaran a su vez pleitesía al bautizado, sin respetar que para ellos todos tenían la misma categoría. Por lo que dos de ellos, seguramente más precavidos, sí se presentaron a esta nueva norma, pero los otros dos no lo hicieron; Magallanes pensó que si se le hacía algún daño obedecerían, para ello mando preparar a dos de las naos y partir en su busca, consiguiendo alcanzar a uno de los poblados de los “insurrectos”, donde desembarcaron se cogieron todos los víveres que hallaron y le pegaron fuego a las chozas.
En su descargo, los reyes argumentaron, que si querían joyas y oro, no tenían inconveniente en dárselo al Rey de Castilla, pero que de ningún modo se lo daría al de Cebú, porque ellos eran tan buenos como él o más; pero Magallanes (a nuestro entender algo ciego de la situación, llevado muy posiblemente por su orgullo de conquistador) insistió en que si no se le hacía al Rey Cristiano de Cebú, no se le podía hacer al Rey de Castilla. Ya casi fuera de si Magallanes por la indisciplina de estos reyezuelos, amenazó al Rey de la isla de Mactán, que si no se presentaba ante el de Cebú, le quemaría su poblado y palacio; pero éste Rey no se amilanó y le respondió, que cuando quisiera ir él le aguardaría. Magallanes ya encolerizado ante tamaña desobediencia y con reto incluido, ordenó el preparar tres de las canoas grandes, en las que iban sesenta hombres de armas, porque aún quedaban algunos que no podían acudir a este combate, por no estar recuperados totalmente.
El Rey Carlos Hamabar, el cristiano de Cebú le recomendó que no fuera, porque había recibido mensajes de que tanto los dos reyes que habían ido, como al que se le había atacado y quemado su poblado, se habían reunido en la isla de Mactán, siendo que entre todos ellos reunidos formaban un ejército de unos seis mil hombres, siendo muy arriesgado ir con tan solo sesenta. Pero Magallanes desoyó el buen consejo, y estando ya para zarpar, aún el capitán don Juan Serrano le dijo: «que le parecía que no tratase de aquella jornada porque, demás de que de ella no se seguía provecho, las naves quedaban con tan mal recado que poca gente las tomaría, y que si todavía quería que se hiciese, no fuese, sino que enviase otro en su lugar.»
Magallanes (para nosotros cegado) no admitió ningún consejo, por lo que el Rey de Cebú, se ofreció a llevar a mil de sus hombres en canoas para ayudarle, a esto no puso reparo, así que los dos juntos zarparon, llegando a la isla de Mactán dos horas antes del amanecer. El primer problema se planteó que eran horas de bajamar, por lo que ni siquiera las canoas pudieron acercarse a las playas lo suficiente, teniendo que desembarcar, cuando aún estaba fuera del alcance de las ballestas, pero todo esto no paró a Magallanes, pues quería el lanzarse al ataque enseguida. Pero el Rey de Cebú, le dijo que no lo hiciese hasta que no fuera de día, pues era conocedor, de a buen seguro la playa estaría llena de hoyos, en lo que se tenía la costumbre de clavar estacas con puntas muy agudas y que eso le haría perder a mucha gente, pero como Magallanes seguí en su firme propósito, le ofreció, el que fueran sus indios por delante, pues conocedores de esta arma secreta, les sería más fácil el distinguirla y evitar que los castellanos cayeran sin razón, siendo la mejor forma de afrontar la situación, y así se conseguiría una fácil victoria.
Pero Magallanes, se negó rotundamente, pues no iba a permitir que los que habían venido a salvar al Rey de Cebú, fueran ellos los sacrificados, pero que además, así comprobaría como combatían los castellanos, pues eran invencibles en los campos de sus reinos. Pero entre tanto, el Rey de Cebú había conseguido el que el tiempo pasara, por lo que ya estaba próximo el amanecer, así que Magallanes se esperó un tiempo para que su gente pudiera distinguir las trampas. Dejó a cinco hombres custodiando los bateles, y con los restantes cincuenta y cinco, se lanzó sobre la población, la cual como era de esperar estaba vacía, así que como escarmiento, se le pego fuego a todo el poblado, pero estando en este trabajo se presentó un numeroso grupo de indios por un lado, a los que los castellanos les dieron la cara y pelearon con ellos, pero al poco tiempo, por el lado contrario, apareció un nuevo contingente de indios, por lo que los castellanos tuvieron que partirse, pero el empuje a pesar de las bajas entre los indios era tan fuerte, que los obligaron a juntarse.
Así transcurrió gran parte del día, hasta que llegó el fatídico momento, en que ya la pólvora de los arcabuceros empezó a escasear y las saetas de los ballesteros igualmente, al ver los indios que ya no les hacían fuego, se fueron acercando y lanzándoles gran cantidad de lanzas y flechas, se encontraron en un muy grave aprieto, lo que convenció a Magallanes, que era hora de retirarse. Mientras el Rey de Cebú, se mantuvo a la expectativa de lo que iba ocurriendo, permaneciendo siempre oculto y en silencio. Los bateles, se encontraban a una gran distancia y en campo descubierto y sin protección, por lo que los castellanos se fueron retirando sin dar la espalda, pero era tan grande la cantidad de todo tipo de objetos que les lanzaban, pues igual eran piedras, que flechas ó lanzas, que una de las piedras le arrancó la celada a Magallanes, al mismo tiempo, que recibía una flecha en una pierna, como la lluvia de objetos era interminable, otra pedrada le dio en la cabeza y cayó al suelo, pero no pudiendo ser recogido por sus hombres, al ir avanzando los indios llegaron a donde estaba semiinconsciente, y allí mismo lo atravesaron con una lanza.
Como consecuencia de esta lanzada falleció casi instantáneamente, pero no se podía hacer nada por recuperarlo, pues lo indios al ver vengada su afrenta y los cinco que habían quedado de guarda de los bateles comenzaron a abrir fuego, se fueron agrupando las fuerzas y embarcando; pero al mismo tiempo, el Rey de Cebú lanzó a sus indios para terminar de frenar a los enemigos, lo cual se consiguió plenamente. Fueron los muertos en este combate; el capitán general don Fernando de Magallanes; el capitán de la nao Victoria, don Cristóbal Rabelo; marinero, don Francisco Espinosa; grumete, don Antón Gallego; sobresaliente, hombre de armas, don Juan de Torres; criado de Juan de Cartagena, don Rodrigo Nieto; criado del alguacil Gonzalo Espinosa, don Pedro Gómez y el sobresaliente, que salió herido, don Antón de Escovar, que falleció el día veintinueve de abril.
(Pero no deja de ser curioso, que en este lance, solo perdieran la vida seis hombres, a pesar de los miles de proyectiles que lanzaron los indios y lo largo en el tiempo del combate, lo cual dice mucho de las protecciones de los soldados en esa época.)
Así fue muerto un gran marino y descubridor, quizás llevado de su orgullo no atendió a casi nadie durante todo el viaje, lo que no le benefició nunca y por no hacer caso a personas, que sino eran más sabías, si que eran más conocedoras de las formas de actuar de sus enemigos, con lo cuales llevaban años peleando o quizás siglos, pero se cegó por ese mal entendido orgullo, tanto de quien era, como del valor e importancia de las tropas, que aunque no desmerecieron en ningún momento, no eran comparables en número y a pesar de ser las armas enemigas muy poco efectivas, a él le mataron.
La ancestral idiosincrasia de los españoles, su inapelable individualismo, que cuando alguien quiere someterlos se revoluciona, en ocasiones como está en que se queda descabezada la expedición, ese mismo defecto que impide el vivir unidos, se convierte en virtud, por ello a pesar de estar sin jefe, no tuvieron problema, pues inmediatamente nombraron a uno nuevo, que no fue otro que el primo de Magallanes, el general Duarte de Barbosa, siendo nombrado capitán de la nao Victoria a Luis Alfonso, un portugués vecino de Ayamonte y que hasta ese momento había sido sobresaliente en la nao capitana. Al terminar estas deliberaciones y nuevos nombramientos, se allegó a la nao capitana un emisario del Rey Cristiano, para decirles que bajaran a tierra y se les invitaría a una gran comida, así como hacerles entrega de la joya que ya estaba terminada para ser entregada al Rey de Castilla.
El nuevo general, le contestó que bajarían a tierra todos los capitanes, ya que era ocasión de celebrar tan gran acontecimiento, y recibir entre todos el regalo para el Rey don Carlos. Pero el capitán Juan Serrano, más prudente, le dijo: «…que le parecía temeridad salir de las naos a donde el Rey Cristiano podía enviar la joya, porque el desampararlas habiendo sido rotos y dejarlas a tan mal recaudo era negocio peligroso, y que sería bien detenerse para descubrir mejor si había algún engaño.»
Pero parece ser, que los portugueses en aquella época no admitían observaciones prudentes, confundiéndolas con cobardía, por lo que Barbosa le contestó: «que él estaba resuelto a ir, que le siguieran los que quisiesen, y que si Juan Serrano de miedo se quería quedar, lo hiciese enhorabuena», así que fue Serrano el primero que pegando un salto abordó el bote. Aquí viene una serie de dudas, pero que según Oviedo, quedan muy claras las cosas, pues nos dice: «Que el lenguaraz esclavo de Magallanes, se halló en el combate en que murió su dueño y donde a su vez el recibió heridas, por lo que se encontraba en la cama echado para su recuperación, pero como el capitán no podía hacer nada sin él, le hizo levantarse, aduciendo que no por haber muerto su dueño estaba libre y que si no salía con él sería azotado, por lo que el esclavo se encolerizó, pero nada demostró, pero que fue a visitar al Rey de Cebú, diciéndole que la avaricia de los castellanos era insaciable, que ya tenían resuelto cuando se atacó al Rey de Mactán, que si salían vencedores luego se lo llevarían a él (Rey de Cebú), por eso el éste Rey concertó con los demás, el llevar acabo la matanza por medio del engaño, así el Rey Cristiano complacía a los demás Reyes y se salvaban todos, si conseguía el acabar con los castellanos.»
La otra versión la de Herrera (4), es mucho más sencilla, pues simplemente y por la razón apuntada anteriormente de que el Rey Cristianizado, no fuera atacado por los otros cuatro Reyes, robándole su reino, exterminando a él y su familia, le forzaron a realizar el engaño y así acabar con los españoles. El caso es, que confiados los españoles bajaron a tierra, donde se les llevó a un claro en medio del bosque, donde habían unas mesas con gran cantidad de comida y su no menos famoso vino, siendo recibidos por el Rey y como unos treinta de sus hombres; se sentaron a comer y cuando menos se lo esperaban, de los lindes del bosque se les echaron encima, matándolos a todos y entre varios indios sujetaron a Juan Serrano, porque al parecer se había ido ganando la confianza de los indios individualmente y eso le salvó la vida, de momento.
Los que habían quedado en las naos, la gran mayoría enfermos, empezaron a sospechar cuando vieron que los indios iban lanzando al mar hombres muertos, temiéndose lo peor y aún algunos arrastrándose por la cubierta, fueron cogiendo sus armas por si intentaban asaltar las naos, para así vender caras sus vidas y naos. Al poco rato vieron como maniatado y desnudo, transportaban a empujones a Juan Serrano, quién les grito desde la playa, que habían sido todos asesinados, y que para dejarle a él en libertad, se le deberían de entregar dos piezas de artillería, pues así lo había acordado él con el Rey, pero que si no se les entregaban le matarían.
Esto lo oyeron perfectamente desde las naos, pero de nuevo salió el individualismo, pues siendo sabedores de lo que les había ocurrido a todos, se temieron que fuera un ardid más para apoderarse de las naos y de ellos, así que por consejo entre todos decidieron levar anclas y zarpar de aquel horroroso lugar. Cuando comenzaron la maniobra, que a duras penas podían realizar, vieron como a Juan Serrano se lo llevaban al interior de la isla, estando ya a la vela se oyeron grandes gritos de los indios, lo que les hizo pensar que lo habían asesinado.
Los asesinados en éste convite fueron: capitán de la nao Trinidad, Duarte Barbosa; capitán de la nao Concepción, Juan Serrano; capitán de la nao Victoria, Luis Alfonso de Gois; piloto de S. M. Andrés de San Martín; escribano, Sancho de Heredia; escribano, León de Ezpeleta; clérigo, Pedro de Valderrama; tonelero, Francisco Martín; calafate, Simón de la Rochela; sobresaliente, hombre de armas, Francisco de Madrid; sobresaliente, criado de Luis de Mendoza, Hernando de Aguilar; sobresaliente, Pedro Herrero; sobresaliente, Hartiga; sobresaliente, Juan de Silva; lombardero de la nao Trinidad, Guillermo Feneció Tanagui; marinero, Antón Rodríguez; marinero, Juan Sigura; marinero, Francisco Picora; marinero, Francisco Martín; grumete, Antón de Goa; criado de Magallanes, Nuño; criado lenguaraz, Enrique, de Malaca (4); criado, Piti Juan, francés; criado de Francisco de la Mezquita; entenado de Juan Serrano; y un tal Francisco. Faltan algunos nombres, pero no hay más datos. A parte durante el tiempo de recalada en la isla de Zebú, habían fallecido por enfermedad otros ocho hombres.
El día uno de mayo zarparon de la isla de Zebú, que se halla en 10º 20’ de latitud Norte, arrumbando al SO., hasta alcanzar los 9º 30’ encontrándose entonces entre la isla de Zebú y la llamada de Bohol, siguieron navegando hasta pasar la isla de Bohol, que estando entonces en 9º 30’, siendo sabedores de que las dos isla eran ricas en oro y jengibre. Encontraron una ensenada en la misma isla de Bojol, como se habían apercibido de que no les seguían, aprovecharon para hacer un consejo entre todos ellos, (aquí vuelve a surgir el individualismo español en su más pura riqueza), pues no tenían jefe y que era muy poca la gente para tripular las tres naos.
Así fue elegido como nuevo capitán general de la expedición el portugués Juan Carballo, que era piloto de S. A. en la nao Concepción y como capitán de la nao Victoria a Gonzalo Gómez de Espinosa, que era hasta ese momento el alguacil de la nao Trinidad, los cuales prometieron proseguir en el juramento de cumplir las órdenes del Rey, y después se acordó el pegarle fuego a la nao Concepción, por ser la mas vieja y la que menos podría soportar el viaje completo de regreso, por ello y para que no pudiera ser aprovechada por los indios, se quedaron a verla arder hasta que finalmente se hundió.
Cumplida esta penosa misión, arrumbaron en dirección a Quipit ó Quepindo, que se encuentra en la costa NO. de la isla de Mindanao, navegando al SO., lo que les llevó a estar delante de un río, en el cual había una población, con la que se firmaron las paces y se demandó el que se les abasteciera; pero aunque el Rey estaba de acuerdo, no podía darles todo lo que pedían, pues sobre todo se quería conseguir arroz, pero a pesar de que la isla es muy rica en oro y jengibre, no tenía arroz suficiente, por lo que decidieron continuar y ver si lo conseguían en otra isla. Al norte de esta isla se encontraban dos más pequeñas, que estaban en 8º 30’ y la isla visitada era muy grande, iba en dirección Este-Oeste y desde el cabo de Quipit, hasta la primera isla, habrían como unas ciento doce leguas y sigue con las restantes, en rumbos de Este, un cuarto al NE. a Oeste., un cuarto al SO.
Zarparon de Quipit, poniendo rumbos sucesivamente, al OSO., SO. y Oeste, hasta que encontraron otra isla, que estaba muy poco habitada y que la llamaban los nativos Cuagayán, logrando encontrar un lugar apropiado, lanzaron las anclas al Norte de esta isla. Se informaron de que allí no tenían de casi nada, pero que en una isla de nombre Puluan ó Paragua, es muy rica en arroz, desde donde se cargan navíos para otros lugares; así que les indicaron el rumbo a recorrer y hacía allí zarparon. Pusieron rumbo al ONO., y al cabo de unas horas dieron con un cabo, que pertenecía a la isla buscada, por lo que la recorrieron con rumbo al Norte, un cuarto al NE., hasta que dieron con un poblado, por nombre de los nativos de Saocao, pero estos eran moros, así que con precauciones intercambiaron, cuencas de vidrio, pedazos de lienzos, tijeras, cuchillos y otras cosas, por una importante cantidad de arroz, cabras, puercos y gallinas, al terminar de cargar levaron anclas y zarparon, pero todos contentos y satisfecho, pues habían conseguido suficiente hasta casi llenar las dos naos.
La costa de la isla de Puluan, va en dirección NE. al SO.; el cabo esta en el NE. y en la latitud de 9º 20’, mientras el contrario, se halla en 8º 20’; así que continuaron viaje y al doblar este último cabo, se hizo rumbo al SO. y al virar vieron otra isla que en sus cercanías se encuentra uno de los temidos bajos, que pudieron sortear por ir siempre en proa varios marineros para avistar cualquier contingencia, pareciéndose mucho al estrecho de la isla de Puluan; este mismo cabo que está al SO., va en dirección Este - Oeste, con la isla de Quipit y NO., un cuarto al Oeste a SE., un cuarto al E., con el de Cuagayán.
Zarparon de esta isla de Puluan, pero para poder navegar con mayor seguridad por los grandes peligros de los bajos existentes, abordó la capitana un práctico de los moros de esta isla, pues querían arribar a la de Borneo; éste les indicó, que hasta la isla había como unas diez leguas, pero hasta la población habría como unas treinta. Las tripulaciones que iban ya todas sanas, razón muy importante en estas largas travesías, se alegraron mucho de llevar una buena compañía, por que así les resultaría más fácil el arribar a la población y recabar información, para llegar a las Molucas, que no era otra su intención.
La navegación transcurrió costeando al rumbo del SO., hasta conseguir el dejarla atrás, al llegar a este punto se encontraron con otra isla, que está en situación de 7º 30’, pero que por el Este de ella tiene otro gran bajo, muy peligroso, al terminar de pasarla, se cambió el rumbo al Oeste, en el cual se mantuvieron sobre unas quince leguas, variando otra vez al SO., pero ya en la costa de la isla de Borneo. Tuvieron que mantenerse muy cerca de la costa, ya que al alejarse estaba toda plagada de bajos, además de ir siempre con las sonda por no fiarse de los altibajos que producen este complicado navegar, arribando por fin a la barra de la población, en la que entraron precedidos de varias canoas de nativos, pero al ir a fondear se dieron cuenta de que no había suficiente fondo de seguridad, por lo que decidieron virar y salir, lanzando las anclas como a unas tres leguas de la población, siendo el día ocho de julio, pero nada más fondear, el cielo se puso gris y comenzó una terrible tormenta, que se fue transformando en tempestad. Esta tempestad, al parecer es de las típicas de la zona próxima al equinoccio, por lo que igual que vino se fue, aunque lo pasaron mal por la inseguridad de los bajos y por si las anclas garreaban.
Al día siguiente, nueve de julio, se vinieron a las naos tres barcas, que allí les llaman cañamices, muy parecidas a las fustas pero con muchos dorados y sus proas con tallas de serpientes. En una de ellas venía un hombre mayor, que al parecer era el secretario del Rey, al que le acompañaban con gran estruendo, hombres con trompas, atabales y otros instrumentos desconocidos para los españoles. Viendo la pompa con que venían, se ordenó el hacer una salva de artillería para darles la bienvenida, pero no se asustaron y se dirigieron a la capitana, a la cual abordaron, pero el secretario le dio un abrazo al capitán, como si fueran conocidos de siempre, lo cual agradó a todo el mundo; al tiempo que preguntaba, que de quien eran los buques y que buscaban; a lo que el capitán le contestó, que eran del Rey de Castilla y ellos sus vasallos, siendo portadores de mercancías que seguro agradarían a los vasallos del Rey de Borneo. Preguntando entonces, que tipo de mercancías eran, se le contestó, que eran granas, paños, sedas de diferentes colores y otras cosas, que seguro les gustarían, de lo cual el secretario se alegro mucho; permanecieron a bordo hasta bien entrada la tarde y todos muy contentos, pues con él habían abordado la nao como unos treinta hombres que le acompañaban.
Al quererse abandonar la nao el capitán ordenó, se le entregara una capa de terciopelo color carmesí, una silla con respaldo, que estaba forrada de terciopelo azul, más otras cosas para el Rey, haciendo entrega de otras detalles a todos y cada uno de ellos, como regalos del Rey de Castilla. Al serle notificado por el secretario a su Rey las buenas nuevas de los buques recién llegados, éste se alegro mucho ya que hacía tiempo que nadie aparecía por allí, pero viendo que eran muy espléndidos, le dijo al secretario que quería conocerlos, por lo que si era posible el que al menos dos de ellos pudieran ir a visitarle. Se le notificó al capitán general, y éste el día quince, ordenó que desembarcaran ocho de sus tripulantes, estando a la cabeza de ellos el capitán de la nao Victoria, Gonzalo Gómez de Espinosa.
Al saberlo el Rey ordenó que todos salieran a recibirlos, por que solo anduvieron un trozo y antes de llegar a la ciudad ya los rodeaban como unos dos mil indios, que se fijaron en ellos y llevaban multitud de armamento y distinto, pues igual iban armados, con sus arcos y flechas, que con cerbatanas, paveses y unos alfanjes tan largos como las espadas españolas, a parte de proteger sus pechos, con corazas hechas con las conchas de las tortugas entrelazadas, yendo vestidos con paños de seda. Aún llamó más la atención, el ver a un elefante engalanado y cargado, con un armazón de madera que a forma de castillo, protegía a seis hombre fuertemente armados; seguramente sería una demostración de la fuerza del Rey, pero que los españoles poco o nulo caso hicieron, ya que les abrían camino sin entorpecer para nada sus pasos. Al llegar a la fortaleza donde se hallaba el Rey, aún salieron muchos más indios a recibirlos, pero Gonzalo Gómez, se dirigió a los aposentos del Rey guiado por el secretario, pero surgió la gran sorpresa, pues el Rey estaba detrás de un muro de madera y el secretario por medio de una caña hueca, que la introdujo en un orificio a medida del grosor de ella le habló al Rey y de esta forma mantuvo Gonzalo Gómez de Espinosa la conversación con el Rey, a quien le contestó todo lo que le preguntaba, haciendo las veces de interprete el secretario, pero unas veces poniendo los labios y otra la oreja, pero sin poder ver al Rey en ningún momento.
Entretanto, hubo dos deserciones, pues los marineros Juan Griego y Mateo Griego, abandonaron la nao Victoria y se mezclaron con los pobladores, intentando el quedarse en la isla. Permanecieron esa noche entre los indios, a la mañana siguiente Gonzalo Gómez, demandó permiso al Rey para regresar a las naos, el cual se le concedió, pero además recibieron como regalo, al capitán dos piezas de damasco de la China, y una a cada uno de los que le acompañaban, así y acompañados de gran multitud regresaron a las naos. Pero Gonzalo Gómez, que no había demostrado impresionarse delante de los indios y su elefante, si que le demostró que no se podía fiar de ellos y eran muy poderosos, así que contado todo al capitán general, le recomendó que se mantuvieran a distancia más prudente, hasta que se pudiera asegurar algo la legalidad con la que habían sido recibidos; así que se ordenó el zarpar y alejarse unas leguas. Como la necesidad apretaba, pues en las naos no había ningún tipo de brea, se decidió enviar a tres tripulantes, para ver si se podía comprar o intercambiar mercancías, para conseguir una cantidad de cera, para fabricar betún y así conseguir ir tapando algunas juntas que ya hacían agua. Salieron los tres, pero al cabo de tres días no habían regresado, lo que alarmó y no poco a todos.
El día veintisiete al amanecer, se dieron cuenta de que había como a media legua de ellos tres juncos, los mayores barcos de esas islas y pensaron que estaban esperando para entrar en el puerto para cargar mercancías, pero al poco rato aparecieron como unos ciento cincuenta cañamices, que ponían rumbo directo a las naos, ello les decidió inmediatamente a levar anclas y se hacerse a la vela, al mismo tiempo que vieron esta maniobra, los juncos la imitaron, pero mucho más rápidas las naos consiguieron darles alcance y al abordarlas, sus tripulantes saltaron por las bordas y las abandonaron, así se apoderaron de dos de ellos, pero al mismo tiempo, al ver la reacción de los españoles, los cañamices viraron y regresaron al puerto.
El día veintinueve de julio, y viendo que no regresaba ninguno de los cinco españoles desembarcados, decidió el capitán general el abordar a un junco que se aproximaba, se les enfrentaron con dureza, pero al hablar los arcabuces, cundió el pánico y se rindieron; a bordo de esta nave viajaba el hijo del Rey de la isla de Luzón, una de las mas importantes de la zona, por lo que era acompañado por un centenar de soldados y principales de la isla, así como cinco mujeres y una criatura de dos meses de edad.
Ante esta buena captura, el Capitán pensó que lo mejor sería ponerlos en libertad y como agradecimiento, que le fueran devueltos sus cinco hombres. Así fue informado el Rey de Luzón, quien a sus costumbres juro devolver a los españoles, aunque no eran sus prisioneros, y para que vieran que decía verdad, impidió el desembarco de todos, dejando como rehenes a ocho de sus hombres principales y dos mujeres. Mientras Juan Caraballo el capitán de la expedición, le dijo al hijo del Rey de Luzón, que le comunicara al de Borneo, que permanecería en sus aguas interceptando y hundiendo a todos lo juncos, hasta que le fueran devueltos los cinco españoles.
Cuando ya todos habían abandonado la nao, inspeccionaron el junco para ver que transportaba, encontrándose con gran cantidad de armas, víveres, paños de seda y de algodón, lo cual produjo gran contento, pues ya tenían más comida y más cosas para poder intercambiar y conseguir a su vez más alimentos. Las conversaciones entre el rey de Borneo y el hijo del rey de Luzon duraron dos días, al término de ellas fueron devueltos dos de los cinco hombres, quedándose con los que precisamente había ido a buscar la cera y devolviendo a los dos que habían desertado, siendo los que allí quedaron; Domingo de Barrutia, marinero y escribano entonces de la Trinidad; Gonzalo Hernando, soldado y un hijo de Juan Caraballo, que era el capitán de la expedición en esos momentos.
Esto le hizo sentirse muy mal, pero como había amenazado al Rey de Borneo con interferir el tráfico marítimo, así se hizo, por lo que durante unos días apresaron a varios juncos, con lo que se iban agregando bienes a los ya disponibles, pero a pesar de ello, los españoles no aparecieron y como tarde o temprano sus naos ya no aguantarían más, decidió abandonar la zona y proseguir viaje. (Podemos imaginar con que dolor interno tomó esta decisión, pero se impuso el ser marino y responsable de una expedición, a ser padre).
La isla de Borneo, es una de las mas grandes del archipiélago, por que es muy rica, ya que se cultiva en abundancia, el arroz y la caña de azúcar, a parte de tener una ganadería importante, compuesta principalmente por cerdos y camellos, a parte de sus árboles, se obtiene mirabolanos, jengibre y canela, a parte de otras drogas y canfora, que según dicen vale mucho dinero y que sirve incluso, para embalsamar los cuerpos de los fallecidos, teniendo unos árboles, que son fabulosos, pues sus hojas al caer en tierra, buscan un mejor sitio corriendo como gusanos, hasta que vuelven a echar raíces.
La población esta partida en dos sectas, una son los moros y la otra formada por personas principales; se bañan muy a menudo, siempre llevan sobre sus cabezas las escofias de algodón; saben escribir y lo hacen sobre unas hojas de papel, que se extraen de la corteza de un árbol; lo que más les gusta, son las armas, azogues, hierro, cobre, vidrio, lana y el lienzo. El Rey siempre estaba en su palacio, solo salía, o de caza o cuando estaba en guerra, para ponerse al frente de su ejército, para así mejor dirigirlo; en su palacio, solo lo podían ver su mujer e hijos, todos los demás le hablan por el sistema descrito de la caña hueca; la ciudad es muy grande, pero todas sus casas son de madera y con portales amplios, menos el palacio del Rey, los templos y casas de los principales, que están construidas con barro y reforzadas de madera muy duras.
La bahía principal de la isla es muy amplia, pero en sus accesos y en su interior, tiene muchos bajíos, por lo que son necesarios los prácticos, tanto para entrar como para salir de ella, incluso para fondear, por lo que hay en el interior; se encuentra el la latitud 5º 25’ Norte y en longitud a 201º 05’, de la línea de demarcación. Y su costa está en dirección con respecto a la isla de Mazagua, entre el ENE., y OSO., en su tránsito se encuentran varias islas, y el cabo del NE. de la isla, está en rumbo con Quipit Este., un cuarto al NE. y Oeste., un cuarto al SO.
Zarparon de la bahía de Borneo a principios del mes de agosto, arrumbando al mismo rumbo por el que habían llegado, así que navegaron costeando por que se buscaba un lugar apropiado, que fuera tranquilo y alejado de peligros, para poder recorrer las naos que mucha falta les estaba haciendo; el tiempo les acompañó siendo favorables los vientos y la mar. Pero el desconocer la zona, produjo que la nao capitana varara en un bajo, por lo que estuvo todo un día completo, dando golpes sobre el bajo, pensando todos que aquel era el fin de la nao, para terminar de arreglarlo, la noche la pasaron con un fuerte temporal, pero al parecer la nao soportó el castigo y al amanecer, con la subida de la marea, pudo salir del bajo y volver a navegar.
Así que continuaron su viaje y siendo el día quince de agosto, se encontraron con un junco, que sus tripulantes al ver lo cerca que estaban los castellanos, se arrojaron al mar y abandonaron su nave, así que se abarloó la capitana y lo abordaron, encontrándose con una carga de unos treinta mil cocos, que por ser importante mercancía, se repartió entre las dos naos. Continuaron viaje y al final encontraron una ensenada apropiada, por lo que se fue sondeando y consiguieron el fondear, permaneciendo en este lugar por espacio de treinta y siete días, en los cuales y dando a la banda a las dos naos, fueron repasadas sus obras vivas dándole pendol. Al encontrarse ya listas para hacerse a la mar las dos naos, volvió a salir el individualismo español, pues al parecer habían aprovechado la estancia, para ponerse de acuerdo para quitar del mando al portugués Juan Caraballo, siendo acusado de no seguir las encomiendas del Rey y seguir dando vueltas por aquellas islas, así que visto en consejo de guerra, se acordó el deponerlo del mando y regresar a ser el piloto mayor de la nao capitana.
Así fue nombrado general mayor de la expedición Gonzalo Gómez de Espinosa y a Juan Sebastián de Elcano, capitán de la nao Victoria, éste había salido de Sanlucar, como maestre de la nao Concepción, y como maestre se nombró a Juan Bautista de Poncevera, teniendo así los tres el nombramiento a su vez de Gobernadores de las expedición, nombrándose a Martín Méndez contador de ella. Se levaron anclas y zarparon, poniendo rumbo a las Molucas, al siguiente día estando en la aguas de la isla Trinidad, se cruzaron con un junco, al que atacaron y consiguieron apresarlo, aunque se les opuso seria resistencia, pero al hacer fuego la artillería, ésta ablandó los espíritus de la tripulación de la nave enemiga.
La sorpresa fue, que al abordar al junco, se encontraba a bordo con el Señor de la isla de Puluan ó Paragua, que por nombre era Tuan Maanud, que a su vez era vasallo del Rey de Brunei o Borneo, a parte se encontraba, su hermano Guantayl, a un hijo de Tuan Mamad, de edad de dieciocho años, acompañados de una escolta de ochenta y ocho hombres de armas, que todos iba con rumbo desde la población de Burney, a la isla de Puluan. Se les hizo prisioneros por el comportamiento del Rey de Burney, pero para apaciguar los ánimos, con fecha del día treinta de septiembre Espinosa, propuso al señor de Paluan, si quería firmar la paz con el Rey de Castilla, pues su amistad y poder le podían independizar de tan horrendo Rey, ya que había demostrado no ser una persona de fiar y si así lo hacía, se le entregaría una carta para que ninguna nao de Castilla le atacara.
Pero como todo tenía su contrapartida, pues le obligaba a entregar víveres y pertrechos, pero eso sí sería pagado con dinero o con otras mercancías; así que se llegó al acuerdo, por lo que se arrumbaron las naves a la población del Señor, para así ser cumplidas las necesidades de los castellanos y allí arribaron. El día uno de octubre, se realizó el acto de juramento, pero por ser de religiones diferentes, así como de sus costumbres, el español lo hizo besando un crucifijo, mientras que Tuan Mamad, su hermano y el hijo, lo hicieron poniendo el dedo en la boca y luego en la cabeza, así quedó sellado el juramento por ambas partes. El día siete de octubre, se llevó a efecto el intercambio de mercancías, los españoles recibieron, veinte cerdos, veinte cabras, ciento cincuenta gallinas y cuatrocientas medidas de arroz, más unas cartas para el Rey de Castilla, los españoles a su vez, le devolvieron el junco y los ochenta y ocho hombres de armas, más por habérselo demando el Señor de Puluan, por tener frecuentes enfrentamientos con los vecinos, unas lombardetas de bronce, a lo que se añadió, algunas ropas de seda, paños de igual tejido, más otros abalorios, que como siempre era lo que casi más estimaban; todo esto se pudo llevar a efecto sin malentendidos, gracias a un moro de la isla que entendía algo el español. (Curioso ¿no?, ¿dónde lo habría aprendido?)
Al terminar el cargamento y estiba de todo, no esperaron más y se hicieron a la mar, poniendo de nuevo rumbo a la isla de Borneo y Puluan, pasando alejados de ellas con rumbo a Quipit, y al alcanzar ésta, estando ya en su parte final al Sur de ella, se encontraron con una nueva isla, que se le llaman de Soló ó Sooloo, hallándose a 6º de latitud Norte, por lo que se puso rumbo a ella. Sus habitantes les comentaron, que en sus aguas habían muchas perlas y la mayoría muy gruesas, que su Rey tenía una que era del tamaño de un huevo, que las conchas que las criaban eran enormes, pues de una de ellas se le extrajo su comida, pesando ésta cuarenta y siete libras. Pero no les pudieron dar el rumbo a las Molucas, por lo que continuaron su búsqueda, manteniendo la derrota, pasadas unas horas, se avistaron otras tres islas pequeñas, pero continuaron y al finalizar éstas, se encontraron delante de una mucho más grande, que por nombre le llamaban Jagima, donde desembarcaron para informarse, pero solo averiguaron los mismo que en la anterior, que en sus aguas habían muchas perlas.
La isla de Jagima, se halla en la latitud 6º 50’ Norte, estando con respecto a Soló, en dirección NE., un cuarto al Este y SO., un cuarto al Oeste, quedando enfrente del cabo de Quipit, mientras que desde éste cabo y la isla, se encuentran muchas islas pequeñas, lo que facilita el acceso a Quipit, y este cabo de Quipit, está en latitud de 7º 15’ Norte, estando en la dirección con Poluan en rumbo del ESE., al ONO. Estando en esta situación, se tropezaron con un junco, desde el cual se inducía a los españoles al combate, pero la falta de viento lo impedía, por lo que el capitán mayor ordeno lanzar al agua los grandes botes, que fueron abordados por treinta españoles de armas y a remo, se allegaron a él, lo abordaron y lo apresaron, pero en el combate murieron veinte de los moros, los demás quedaron prisioneros, y por parte de los españoles, dos murieron abrasados y otros pocos heridos. Se le pregunto al piloto del junco, donde se encontraban las islas del Maluco, pero dijo que no lo sabía, mientras que sus compañeros prisioneros, les dijeron que ellos si que lo conocían, así que el piloto se avino a guiarles, para no sufrir el castigo por mentiroso, ya que sus compañeros de viaje le habían delatado.
Así zarparon con rumbo al Sur de Quipit, al Este., un cuarto al SE., hasta divisar unos islotes, a lo largo de toda esta costa se encontraron con muchas poblaciones, en las que era fácil el encontrar el jengibre y la canela, por lo que se detuvieron en algunos de ellos e intercambiaron mercancías. Volvieron a hacerse a la vela, con rumbo a ENE., hasta arribar a un gran golfo, donde se viró al SE., hasta estar a la vista de una gran isla, continuaron al rumbo del Este de la isla de Quipit, en la que encontraron por esta parte una gran población, porque hay un río muy caudaloso y que transporta mucho oro, estando esto en la longitud de 191º 30’, de la línea de demarcación.
Por una chanza del piloto, se descubrió que los estaba guiando a unas islas, donde él había prometido encontrar clavo, pero se descubrió que lo que intentaba era el que se llegase a su isla, para así poder escapar más fácilmente; pero al ser descubierto, se alejaron de la isla de Quipit navegando al rumbo del SE., encontrándose al poco con otra isla, que tenía por nombre nativo Sibuco, desde aquí viraron al rumbo del SSE., y al poco se volvieron a encontrar otra, llamada Virano Batolaque. La cual no se les olvidaría, pues estando bordeándola se formo una tormenta, que era de tal magnitud, que tuvieron que pasarla a palo seco, pues ni las capas aguantaban, con todo lo que ello significaba, pero consiguieron superar la angustiosa situación.
Mantuvieron el rumbo hasta alcanzar el fin de la isla y salir del cabo en que acaba descubrieron otra, que tiene el nombre de Candicar; desde esta posición pusieron rumbo a Este, así pasaron entre esta isla la que está a la vista llamada Saranganí, en esta última encontraron una buena ensenada y lanzaron las anclas, para tratar de averiguar si estaba habitada y alguien les podía guiar a las Molucas. La posición de estas dos islas está en 4º 40’; el cabo de S. de Sibuco, en 6º; el cabo de Virano Batolauqe, se halla en 5º, mientras que el cabo de Quipit, corre con el cabo de Candicar entre el NNO., y el SSE., y siguiendo esta ruta, no se encuentra ningún otro.
Estando fondeados en esta ensenada, al poco rato apareció un parao, a su bordo un hombre, que abordó la nave capitana y pregunto que buscaban, al saber que eran las islas Molucas, dijo que en su población había un buen práctico que les llevaría, pero que quería ser bien pagado, por lo que se le dijo que por eso no habría problema y se le daría todo lo que pidiera. El hombre se marchó y regreso con el práctico, pero mira la casualidad, el práctico recién llegado era hermano del que ya iba en la nao, por lo que se saludaron y mantuvieron una conversación, y mientras el nuevo hablaba con el capitán mayor, el hermano pego un salto y se quiso ir con el parao, pero rápidamente los españoles saltaron sobre él y cogido por los cabellos, le obligaron a abordar la nao, pero mientras tanto habían ido acudiendo más paraos, pero al ver la reacción de los españoles, se asustaron y se marcharon a toda prisa.
Pero temiéndose una reacción contraria, el capitán mayor puso a las naves en movimiento lento, pero ya con arrancada de viento a favor, siendo en ese instante cuando aparecieron cientos de paraos, que sus intenciones no eran otras que asaltar las naos, pero al verlos venir forzaron vela y se alejaron un poco, pero los paraos más ligeros les iban dando caza, por lo que se ordenó hacer fuego con las piezas de artillería, que como siempre surtió su efecto y dejaron de perseguirlos. Se esta isla de la que salieron a toda vela, se hizo rumbo al Sur., un cuarto al SE., hasta alcanzar la isla de Sanguin o Sangi, entre las dos islas hay multitud de islotes, quedando todas a la parte del Oeste de ella y se halla en latitud de 3º 40’. Como los dos prácticos no eran de fiar, se le pusieron grilletes e iban en la tolda, mientras que un hijo de uno de ellos iba al timón, durante la noche pasaron muy cerca de una isla y a muy poca velocidad, por la falta de viento, ocasión que aprovecharon, para incluso estando con los grilletes puestos se lanzaron los tres al mar.
Al amanecer del día siguiente, se les acercaron unos paraos, de quienes supieron, que los dos pilotos estaban presos en la isla, pero que el muchacho se había ahogado. Así se mantuvieron unas horas, hasta que el viento refresco se levanto, pero las dotaciones estaban muy a disgusto, por no llevar pilotos a bordo; pero uno de los moros que había sido apresado en el ataque al junco, se levantó y les dijo que estaba como a unas cien leguas de las Molucas, y que como él ya conocía estas aguas, no le importaba el dirigirlos, así que volvió el regocijo entre las tripulaciones y se pusieron a obedecer al nuevo piloto. Así que desde este punto, la isla de Sanguín se puso rumbo al Sur, un cuarto al SE., hasta alcanzar la isla que por nombre tenía Sian, entre esta y la anterior siguió la navegación con muchos islotes aislados que la hacía muy peligrosa y la isla se encuentra en la latitud de 3º justos; desde ésta se puso rumbo al Sur, un cuarto al SO., hasta alcanzar otra isla de nombre Paginsara; que se encuentra en latitud de 10º 10’, (pero esto es imposible, por que si antes estaban a 3º exactos y han navegado al Sur un cuarto al SO., es muy difícil el entender que se hallan subido de grados, por lo que debe de haber algún error de interpretación o de imprenta, siendo mucho más lógica la apuntada posteriormente de 2º 10’) y esta isla esta en rumbo con respecto a Sarangani en Norte., un cuarto al NE., y Sur., un cuarto al SO.
Desde esta última isla se puso rumbo al Sur, un cuarto al SE., hasta encontrarse entre dos islas, que las dos están en la misma dirección, o sea NE., SO., siendo la del NE. la llamada de Suar y la de al lado Meán, estando en latitud 1º 45’ la de Suar y 1º 30’ la de Meán. Al pasar entre estas dos islas, el moro les dijo que ya estaban próximos, así que al terminarse la isla de Meán, se puso rumbo a SSE., pero se les hizo de noche, así que se cogieron rizos a las velas y se acortó el trapo, para poder navegar, pero despacio ya que las aguas no dejaban ni daban alegrías. Al amanecer del día ocho de noviembre, se vieron las primeras islas del Maluco, por lo que viró al Este y se metieron entre las isla de Mare y Tidore, que ya eran dos del archipiélago, arribando a Tidore ante la población principal, porque el fondo es muy acantilado, así que al estar frente a ella, realizaron una salva de salutación, lo que llamó la atención e inmediatamente, se presentaron a bordo dos criados del Rey, preguntándoles quienes eran, se les respondió como de costumbre, se dieron por satisfecho y regresaron a la isla, al poco rato ya se había formado la típica comitiva, pues les esperaban con músicas y danzas como si fueran los grandes esperados. Las pérdidas humanas desde la salida de Zebú, eran de cinco fallecidos, pero sin entrar en el lista, los tres que se quedaron contra su voluntad en la isla de Burney.
El día nueve se acercó el rey de Tidore, cuyo nombre era el de Almanzor (curiosa al menos la coincidencia), en una de sus barcas y abordó la nao capitana, llamó mucho la atención su vestimenta, pues llevaba una camisa labrada de oro, siendo confeccionada de aguja, un paño blanco muy ceñido al cuerpo que le llegaba al suelo y en la cabeza un especie de velo de seda a forma de mitra, en cambio iba descalzo. Al ver a los marineros que estaban en sus trabajos, se acercó a ellos y les dijo: «que fuesen bien llegados» Pero al entrar en la nao, por el olor a cerdo que en ella había, con el velo se tapo la nariz, por ser de religión mahometana y no poderlo ni oler.
Lo curioso, que se supo después, es que ellos hacía solo unos cincuenta años que habían llegado a las islas, que con anterioridad estaban pobladas por hombres gentiles, que se tuvieron que refugiar en las montañas y en las cuales aún estaban esperando su oportunidad para recuperar lo perdido. Los españoles, le presentaron sus respetos y le hicieron entrega en nombre del Rey de Castilla, de una silla guarnecida de terciopelo amarillo, un sayón de tela, pero con oro falso, cuatro varas (medida dividida en tres pies o cuatro palmos y que equivale a 835 m/m y 9 décimas) de escarlata, una gran pieza de damasco amarillo, otra de lienzo, un pañuelo de manos de seda labrado en oro, dos copas de vidrio, seis sartales (cuencas de vidrio pasadas por un hilo, a modo de collar o pulsera), tres espejos, doce cuchillos, seis tijeras y seis peines. A su hijo le donaron una gorra, un espejo y dos cuchillos, y al resto del sequito que le acompañaba, se les dieron otros regalos, para que todos salieran contentos de las naos. A esto siguió la petición de los españoles, de que se les dejara comerciar en la población, a lo cual contesto que; «con mucho gusto lo podían hacer», añadiendo: «que si alguno de sus súbditos los enojaba, lo podían matar.»
Entonces, sucedió que se quedó mirando el estandarte Real y un retrato del Rey de Castilla, por que pidió se le mostraran las monedas de ese Rey, entonces por su peso y efigie se dirigió al capitán mayor y le dijo: «sabía por su astrología que habían de ir allí los cristianos a buscar especería, que la tomasen en buena hora», al terminar se quitó la mitra, se abrazó al capitán y se volvió a su barca. Los españoles bajaron a tierra a refrescarse y pisarla, ya que llevaban tiempo que no disfrutaban de estar en una población con casi de todo, así pasaron cuatro días, en que por turnos iban bajando disfrutando de su estancia en la isla, para luego regresar a las naos. Pasado este tiempo, demandaron la carga prometida de clavo, a lo que les contestaron que dieran ellos el precio que querían pagar, pero mientras iban y venían de las naos a tierra, se habían enterado, que el precio que se pagaba en la isla era de dos ducados por cuatro quintales de clavo y eso es lo que fijaron.
Pasaron algunos días y no venía la carga, así que demandaron algo de prisa, pues querían partir ya que el viaje era largo, así se enteró el Rey Almanzor, que inmediatamente se dirigió a la nao capitana y preguntó: «porque se querían ir», que si lo hacían, él quedaría muy mal, pues había hecho correr la voz entre todas las islas, de la oferta de los castellanos y que si se iban el quedaría mal, a parte de que no vendrían si él no les autorizaba, cosa que ya había hecho. A lo que añadió, que en su Ley él les jurabas, que estaban seguros en su puerto, que nadie les molestaría, que les cargaría las naos al máximo sin problemas, pero que todo eso sería, si el capitán a su Ley, le juraba no partir hasta que las naos estuvieran repletas. Espinosa le dijo que se quedarían hasta ver llenas sus naos, entonces Almanzor ordenó a dos de sus hombres que fueran a tierra y al regresar, llevaban algo envuelto en un paño de seda, pero tan grande y pesado, que el hombre encargado de transportarlo casi no podía con él, ya ante el Rey, éste puso las manos sobre el bulto, después se las llevó a la cabeza y por último a los pechos, al terminar volvieron a cargar el bulto en la barca y se lo llevaron, nadie supo nunca que había dentro.
Por su parte el capitán mayor Gonzalo Gómez, hizo traer una gran imagen de Nuestra Señora y ante ella juro que no se moverían hasta ver llenas las naos, quedando así los juramentos hechos y ambos en sus distintas religiones. (Que fácil es llegar a un acuerdo, si dos personas quieren y se respetan mutuamente) Ante esto Almanzor, le dijo a Gonzalo, «que quería ser amigo de los Reyes de Castilla, que daría clavo y cualquier otra especiería, cuando los castellanos fuesen a su isla», al mismo tiempo se concertaron unos precios, para los lienzos, paños y sedas, quedando así fijado para el resto de las futuras expediciones. En agradecimiento a todo esto, Gonzalo que aún llevaba a bordo a los treinta moros capturados en el junco y que solo eran una carga, y más bocas que alimentar, decidió el regalárselos como esclavos; ante este detalle Almanzor se deshizo en elogios, ante el capitán y todos sus hombres.
A los pocos días, llegó a la isla el señor de Terrenate, Corala, que era sobrino del Rey de Tidore, quien al ser enterado de todo por su tío, quiso hacer las paces con los castellanos y ser vasallo del Rey de Castilla; unos días después, llegó el Rey de Gilolo, Luzuf, amigo de Almanzor, y éste, pidió a sus amigos, los reyes de Maquián y Bachián, para que acudiesen a hacer las paces con los castellanos, así se pasaron los meses de noviembre y diciembre, llegando al acuerdo con todos ellos en las mismas condiciones que con Almanzor. Pero precisamente el Rey de Bachián, ya tenía experiencia con los portugueses, pues había mantenido con ellos combates, en los que había dado muerte a varios de ellos, y más guiado por la inquina hacía ellos acepto gustoso la mistad con el Rey de Castilla. Ya habían ido llegando las canoas y paraos de los distintos reyes cargadas con el clavo y diferentes especierías, así que con la ayuda de los moros y los españoles, en poco tiempo se cargaron las dos naos al máximo, los reyes Almanzor, Luzuf y Corala, entregaron presentes y cartas para el Rey de Castilla.
Entre ellas una de Almanzor, en la que pedía que se enviase a muchos castellanos, para vengar la muerte de su padre, pues fue muerto en la isla de Buru y su cuerpo arrojado al mar, al mismo tiempo, que fueran enviadas personas, que les enseñasen la religión católica y las costumbres de tan gran reino. Al mismo tiempo, enviaron muchos papagayos sobre todo rojos y blancos, pero al parecer no hablaban muy bien, también entregaron varios tarros de miel de abeja, pero que ellos por ser tan pequeñas les llamaban moscas, a parte de depositar diferentes cantidades de distintos alimentos propios de las islas, pero lo más sorprendente fue, que dejaron a bordo a varios de sus hijos, para que llegaran a Castilla y fueran educados en sus costumbres, que por las muestras les parecieron muy correctas y nada engañosas, a diferencia de lo que estaban sufriendo con los portugueses. (¿No esta mal la comparación?).
Así que ya todos a bordo y ya en la maniobra, habiéndose despedido de los distintos reyes y todos ya en sus botes, se dio la orden de desplegar velas, levar anclas y comenzar el viaje de retorno, pero en ese momento se oyó la voz de un calafate, que dio la alarma por haber descubierto una entrada de agua por la quilla, lo que obligó a volver a fondear y descargar la nao Trinidad, para poder llegar al lugar de donde penetraba el agua, al parecer causada por el anterior embarrancamiento y el temporal que la golpeó contra la arena. A pesar de estar ocho días intentando taponar la brecha, cada vez entraba más agua, por lo que no había más, que darle a la banda para poder acceder a ella, pero eso significaba como mínimo tres meses de parada, al sufrir este revés se llegó a la conclusión, de que lo mejor sería que se hiciera a la vela la nao Victoria, al mando de Juan Sebastián de Elcano.
Así le fueron entregados a Elcano, todos los viajeros, las cartas de los reyes nativos para el Rey de Castilla y que hiciera el rumbo de la ruta de los portugueses; quedando de acuerdo, en que la Trinidad cuando estuviera reparada, se dirigiría a Panamá para descargar las especierías, y así poderlas hacer llegar a la Península. Por lo que zarpó la Victoria y la Trinidad se quedo en la isla carenando su obra viva. Aquí dejamos a la nao capitana, por no proseguir con el devenir de la nao Victoria y el propósito de esta narración de los hechos, sucedidos en la primera vuelta al mundo, comenzada por Fernando de Magallanes y felizmente terminada por Juan Sebastián de Elcano, pero volveremos a ella y a saber de sus vicisitudes, así como el destino de su tripulación, para que nada escape al conocimiento del sufrimiento de todos en esta expedición.
Para dar una pequeña explicación de las posiciones de todas las islas y sus producciones, haremos una somera referencia, para no alargar el verdadero interés de la expedición, pero sí dar una idea de su valor. En latitud Norte, se encuentran la de Terrenate, a 1º; Tidore, a 0º 30’; Mare, a 0º 15’ y Motil en el mismo ecuador. En latitud Sur, se encuentran; Maquián, a 0º 15’; Cayoán, a 0º 20’; Laboán, a 0º 35’; Bachián, a 1º; Latalata, a 1º 15’ y la de Gigoló, está al SE, de Gilolo, siendo la más grande todas ellas; como media de todas ellas la de Motil se encuentra 190º 30’ del meridiano de Cádiz. Todas ellas a forma de archipiélago, están muy juntas, por eso la navegación entre ellas está llena de bajos y escollos, que la convierte en muy peligrosa. Los principales productos de todas ellas, son el clavo, la canela ó cinamomo, el jengibre, que hay de dos formas, una natural que nace sola y otra que es cultivada, siendo muy parecido al azafrán y nuez moscada. Como anécdota, nos relatan que como son musulmanes, tiene varias mujeres, así por ejemplo el rey Almanzor, tenía veintiséis hijos e hijas, de sus doscientas mujeres y el rey de Gilolo, les dijeron que tenía a unos seiscientos hijos, pero a pesar de todo esto, los celos eran la imperante máxima entre ellos.
El día veintiuno de diciembre del año de 1521, zarpó de Tidore la nao Victoria, llevando a sesenta tripulantes, incluidos los trece indios de la isla, que sus padres los enviaban a visitar al Rey de Castilla; este mismo día arribaron a la isla de Mare, donde cortaron leña y la subieron a bordo, al estar ya cargada toda, se hicieron a la mar con rumbo SSO, en tornaviaje a la isla de Motil, manteniendo el rumbo hasta alcanzar la de Maquian, y desde ésta con rumbo al SO., recorriendo todas las islas del archipiélago hasta sobrepasar la de Latalata. Al llegar a esta isla, pusieron rumbo al SO., un cuarto al Oeste, hasta llegar a la de Lumutola, por su parte Oeste, en la que se encuentra otra isla por nombre de Sulán, siendo el mar traicionero por la cantidad de bajos que existen entre ellas.
Al finalizar esta última isla, pusieron rumbo Sur, en dirección a la isla de Buró, que al ser alcanzada se encuentra al lado de otra muy grande de nombre Ambon, isla en la que se cultiva el algodón y de él se hacen paños muy valiosos, pero otra vez entre estas dos islas, la mar es peligrosa por los bajos, ello obliga a navegar por el Este de la isla de Buró. Las dichas islas se encuentran en las latitudes siguientes; Lumutola, en 1º 45’ Sur; Tenado, en 2º 30’ Sur y Buró, en 3º justos Sur, siendo esta última observada el día veintisiete de diciembre, por su parte Sur, que a su vez están con respecto a la de Bachián en dirección NE., un cuarto al Norte, siguiendo al SO., un cuarto al Sur y se encuentran a 194º de la línea de demarcación.
El día veintiocho se encontraban en las proximidades de la isla de Buró y de la nombrada Bidia, que esta con respecto a la anterior a su lado Este; el día veintinueve se hallaban en la latitud 3º 51’, estando en esos momentos a la misma altura que la isla de Ambón; el día treinta, se vieron en calma todo el día; el día treinta y uno se encontraban en dirección ENE. OSO., con respecto a la isla de Ambón y a una distancia aproximada de doce leguas; el día uno de enero del año de 1522, se encontraban en latitud 4º 45’ Sur; el día dos en 5º 30’ manteniendo el rumbo al SO. El día tres de buena mañana cambiaron el rumbo SSO., hasta alcanzar los 6º 15’ y en esta posición viraron al NO.; El día cuatro, mantuvieron el rumbo y se hallaban en 5º 45’; volvieron a cambiar el rumbo a SO. el día cinco, se encontraban en 6º 14’, el día seis sin cambiar rumbo en 7º 02’, el siete, se encontraban en 7º 30’; el día ocho; en 8º 07’.
Este día descubrieron unas islas, que estaban en dirección Oriente Occidente, por lo que pasaron entre ellas, siendo una la llamada La Maluco y la otra Aliquira, entre ellas plagadas de pequeñas islas, pero todas habitadas, que al pasar se quedan todas a mano diestra y la boca de entrada está con respecto a la isla de Buró, en rumbos NE., un cuarto al Este y SO., un cuarto al Oeste. Mientras que todas las islas de este grupo, están en dirección Este., un cuarto al NE, y Oeste., un cuarto al SO. y a lo largo de unas cincuenta leguas, estando la mar movida sobre todo en su parte Sur, al finaliza éstas se encontraron con una que por nombre lleva Malua y se encuentra en 8º 20’ Sur, las demás tiene los nombres de Liaman, Maumana, Cisi, Aliquira, Bona, La Maluco, Ponón y Bera, en el sentido del recorrido.
En la isla de Malua, lanzaron las anclas y pudieron comprar pimienta larga y redonda, la primera crece como yedra y el fruto se queda pegado al árbol, mientras que la segunda se cultiva y nace a forma de maíz y en su punta el fruto. Al cargar lo adquirido, zarparon de la isla, poniendo rumbo al Sur, y se encontraron con la isla de Timor; en su parte Norte tiene una costa de unas diez leguas de longitud, que va en dirección Este-Oeste, siendo la tierra más cercana, estando 9º de latitud Sur, estando con respecto a la isla de Buró de NE., un cuarto al Norte y SO., un cuarto al Sur, y se encuentra en 197º 45’ de longitud del meridiano de Cádiz; fueron costeando aquella costa, hasta dar con la población de Querú, pero no se pararon, pasaron por la de Manabí, y entre estas dos poblaciones la costa va en dirección NE., un cuarto al Norte y al SO., un cuarto al Sur, al terminarse este tramo de costa, dieron con un puerto, con el nombre de Batutara.
Por lo que arribaron a él y desembarcaron; la isla es muy grande y con muchas poblaciones, en las que se encuentra con facilidad el sándalo, jengibre, oro, pero tenía a muchos enfermos de bubas (tumores blandos, que suelen ser muy dolorosos y con pus, que suelen estar principalmente en la región inguinal, como consecuencia de enfermedades venéreas, aunque a veces también se encuentran en las axilas y cuello); de las compras realizadas, se cargaron en la nao sándalo blanco y más canela. Al parecer, hubo algunas discrepancias y como consecuencia de ellas, Martín de Ayamonte y Bartolomé de Saldaña, siendo el primero un hombre de armas y el segundo el paje del capitán don Luis de Mendoza, desertaron y se quedaron en la isla. Estando en el puerto se tomó la latitud, y se encuentra en 9º 24’ Sur, siendo esto el día cinco de febrero; al estar todo cargado zarparon del puerto, el día ocho de febrero, se observó la latitud hallándose en 9º 10’, encontrándose en esos momentos al final por el Oeste de la isla de Timor, estando la isla con respecto al cabo en dirección del ENE., al OSO.; el día nueve se encontraban en latitud de 9º 35’, encontrándose en ese momento en el cabo más alejado de la isla, desde este punto la costa se va retirando en rumbo al SO., y después al Sur.
El día diez, se encontraban el 9º 28’, mientras que ya el cabo se le quedaba al Sur; el día once, les cogió una calma; el día doce, continuaba la falta de viento, por lo que poco habían avanzado; el día trece, ya se movió el viento y se hallaban el 10º 32’, al tomar esta medida de posición se veían dos islas, que se encuentran con respecto al último cabo de la isla de Timor en derrota del ESE., al ONO.; ya desde este punto, pusieron rumbo al OSO., con la intención de pasar el cabo de Buena Esperanza, siendo este día cuando desapareció de su vista la isla de Timor. Prosiguieron en demanda del cabo; así el día uno de marzo, se hallaron en latitud 26º 20’ Sur, manteniendo el rumbo a OSO.; el día nueve, se encontraban el la latitud 35º 52’ Sur, pero este día les comenzó a faltar el viento, para evitar el retroceder se quedaron a palo seco y la corriente les arrastraba al ONO., manteniéndose en esta situación hasta el día catorce, en que pudieron dar la vela pero con viento del Oeste muy flojo; el día dieciséis, se hallaban en la latitud 36º 38’ Sur, en este día solo se utilizó la vela del trinquete, y al amanecer del diecisiete, pudieron largar la mayor, navegando al rumbo Oeste., un cuarto al SO.; y el día dieciocho, se encontraban el latitud de 37º 35’ Sur.
En el diario de Albo en este punto dice textualmente: «Tomando el sol vimos una isla muy alta y fuimos a ella para surgir, y no pudimos tomarla y amainamos y estuvimos al reparo hasta la mañana y el viento fue O. y hicimos otro bordo de la vuelta del N. con los papahigos; y esto fue a los 19 del dicho mes, y no pudimos tomar el sol; estábamos con la isla E.O., y ella está en 38º de la parte del S., y parece que está desabitada y no tiene arbolado ninguno y boja (perímetro de una isla) obra de seis leguas.»
Posteriormente se confirmó la existencia de esta isla, por el jefe de escuadra don José de Espinosa, diciendo que es la llamada Ámsterdam, que está en la latitud próxima señalada, y en la longitud de 84º del meridiano de Cádiz, siendo una isla perteneciente a Francia y al continente Antártico. Pero esto ya en el siglo XVIII.
El día veinte amanecieron estando todavía en E. O., a la isla, aprovechando una racha de viento, pusieron rumbo al NNO.; en el que se mantuvieron el día veintiuno, pero el día veintidós el viento roló y era contrario, por lo que se pusieron otra vez a palo seco, para no retroceder, así hasta la mañana siguiente en que arrumbaron al NO., este día veintitrés, se encontraban en latitud 36º 39’, consiguiendo poner rumbo al Oeste., el cual mantuvieron hasta el día veintiocho, en que viraron al Oeste., un cuarto SO. y unas horas después, al Oeste., un cuarto al NO., el día veintinueve, roló el viento al Oeste, por lo que se capeó arrumbando al Sur., manteniéndose en este rumbo hasta el medio día del treinta, en que viraron al OSO., el día treinta y uno aprovecharon unas rachas del NNO., aproando al Oeste.
El día uno de abril, mantuvieron el rumbo al Oeste., y se hallaban en la latitud 35º 30’; los días siguientes, dos y tres, volvieron a capear los vientos del Oeste; roló el viento y los días entre el cuatro y el seis, navegaron con rumbo al Oeste y después al OSO., por lo que el día siete, se encontraban el latitud 40º 18’, donde volvieron a rolar los vientos siendo contrarios, capeándolos nuevamente y navegando solo con los papahigos, con rumbos al ONO., Oeste., y Oeste., un cuarto al SO., hasta el día diez. El día quince de abril, se encontraban en latitud 40º 24’, estando aquí, se desató una fuerte tormenta, que la capearon navegando al Norte, y durando hasta el día veintiuno, en que se hallaban en la latitud 39º 20’; roló el viento y muy fuerte de dirección SO., lo que les permitió el arrumbar al NNO.; el día veinticuatro, se encontraban en latitud 36º 52’, pero continuando el temporal, aunque éste iba amainando, lo que le permitió el arrumbar al NO., pero como los vientos eran variables, fueron sucesivamente arrumbando al ONO., Oeste., y Oeste., un cuarto al NO., permaneciendo hasta el día treinta, hallándose en esta fecha en latitud de 36º 25’ Sur.
El día uno de mayo, pudieron navegar al mismo último rumbo; el día dos al Oeste., un cuarto al SO.; el día tres, por la noche se vieron obligados otra vez a capear los vientos y al amanecer, viraron al ONO., NO., un cuarto al Oeste y al NO., hasta el día siete, en que se hallaron en la latitud de 33º 58’ Sur, calculando que en esos momentos se encontraban a unas cincuenta y siete leguas al Oeste del cabo de Buena Esperanza. Al amanecer del día ocho, divisaron tierra, siendo esta en dirección NE., un cuarto al Este y SO., un cuarto al Oeste; por lo que se aproximaron y al hacerlo reconocieron, que estaban frente al río Infante, lo cual les decía que se habían equivocado en sus apreciaciones, pues este río se encuentra a ciento sesenta leguas al Oriente del Cabo, rolaron los vientos otra vez del Oeste y ONO., por lo que se pusieron a la capa para sortearlos.
El día nueve arribaron a tierra y lanzaron las anclas, pero ésta era muy árida y la costa muy brava, por lo que no les gusto el sitio, así que aguantaron hasta que al día siguiente se levantó un buen viento del OSO., aprovechando éste levaron y zarparon, continuaron costeando pues querían descansar y tomar alimentos frescos, ya que la mayor parte de la tripulación estaba ya enferma, pero no pudieron encontrar a nadie, así que viendo que no había solución, decidieron tomar la vuelta de fuera y separase de los peligros de la costa. Llegando el día once a la latitud de 32º 51’, encontrándose a diez leguas de la costa y desembocadura del río Infante, pero este día y el siguiente, doce, se encontraron con calmas que no les permitieron el avanzar, a media tarde de éste día, roló el viento del SSO, por lo navegando de un bordo al otro, consiguieron el día trece el hallarse a 33º 58’, con el viento del ENE, por lo que se arrumbaron a OSO., manteniendo tierra a la vista y en una situación con respecto al río de la Laguna de Norte-Sur.
El día catorce, continuaron con rumbo al OSO., encontrándose a siete leguas del cabo de las Agujas, que se halla en dirección Norte., un cuarto al NE. En este punto, Albo nos relata en su diario: «En esta costa hay muchas corrientes que el hombre no les halla abrigo ninguno sino lo que el altura le da.» El día dieciséis se hallaban en la latitud 35º 39’, por lo que el cabo de Buena Esperanza se encontraba a veinte leguas, en rumbo al ONO., pero una fuerte racha de viento, les rindió el mastelero y la verga del trinquete, por ello estuvieron todo el día en buscar la reparación, mientras estuvieron recibiendo el viento del Oeste. El día diecisiete, se hallaban en la latitud 35º 03’, por lo que estaban al ONO., y a diez leguas, del cabo de Buena Esperanza; al día siguiente, se encontraban en la misma posición, pero a ocho leguas del Cabo, por haber sido arrastrados por las corrientes y los fuertes vientos, que por ser contrarios no les permitía el avanzar y medida la corriente, esta iba en dirección ENE.
El día diecinueve, ya se habían alejado como unas veinte leguas del cabo, con rumbo a ENE.; el día veinte se hallaban en la latitud de 33º 24’, y el cabo ya se quedaba en la demora al SE., un cuarto al Este., y a una distancia de tierra de unas quince leguas; el día veintiuno, rolaron los vientos del NNO., y ONO., mientras que las corrientes y la mar, los arrastraban con rumbo al SSO., durando todo esto a lo largo de unas cinco leguas, lo que puede dar una idea de lo duro del trabajo, para mantener el buque aproado al rumbo. El día veintidós, habiendo arrumbado al NO., se hallaban en latitud de 31º 57’, alejados ya del cabo, en dirección SE. un cuarto al Este., y como a unas setenta leguas, desde este momento, fueron arrumbando sucesivamente, al NO. y al NO., un cuarto a Norte., hasta conseguir alcanzar el día treinta uno la latitud de 12º 30’ Sur. El día uno de junio del año de 1522, pusieron rumbo al NO., para unas leguas después variarlo al NNO., y por último a primeras horas del anochecer al NO., un cuarto al Norte., manteniendo éste hasta la noche del día siete al ocho, en que cortaron la equinoccial, estando en longitud de 3º 40’ Oeste del meridiano de Cádiz; mantuvieron el rumbo hasta el día quince, en que se hallaron en latitud de 9º 46’ Norte, estando confiados de encontrarse al OSO., de la desembocadura del río Grande, el cual tiene unos bajos muy importantes y peligrosos, por lo que lanzaron la sonda y marcó veintitrés brazas.
El día dieciséis, variaron el rumbo al NO., por espacio de doce leguas, encontrándose en esos momentos a 10º 15’ de latitud Norte, por lo que volvieron a sondary fue marcando sucesivamente diez, doce y quince brazas. Aquí el diario de Albo no dice: «Los bajíos corren NO. SE., y este día nos parecía que fuésemos al cabo de ellos y de la isla; mas las cartas no las hacen así como ellas están, y es menester que los que van por aquí miren cómo van.» El día diecisiete, navegaron con rumbo al NO. y poco después al ONO., hallándose en la latitud de 11º y para descansar un poco de tanto trasiego, fondearon al Este de un bajo; Al siguiente día se hicieron a la vela y tanto éste como el veinte, navegaron con rumbos al SSE., y SSO., siempre sondando y se apercibieron, que de pronto bajo de doce a seis brazas. El día veintiuno, confirmaron estar sobre el bajo del cabo Rojo, donde al llegar la noche, para que la gente que ya venía muy enferma pudiera descansar, volvieron a fondear con ocho brazas; el día veintidós, se encontraban a ocho leguas al Sur del mencionado cabo y volvieron a fondear al hacerse de noche; el día veintitrés navegaron con rumbo al SO., pero solo seis leguas; el día veinticuatro, recibieron una corriente, que los arrojó con rumbo al OSO., como unas siete leguas.
El día veinticinco, continuaron la navegación al NO., un cuarto al Oeste., sobre unas ocho leguas de recorrido; el día veintiséis se hallaron en latitud 11º 53’ Norte; el día veintisiete, se encontraban en latitud de 12º 03’, pero la corriente de la desembocadura del río de Casa Mansa, los arrastraba en rumbo al Este, lo cual no pudieron evitar el ser arrastrados, por estar en calma y a treinta brazas. El día veintiocho, aprovechando una buena racha de viento, pudieron remontar hasta encontrase en latitud de 12º 41’, hallándose en demora de las islas de Cabo Verde, con rumbo al Norte., un cuarto al NO.; el día veintinueve, se hallaban en latitud de 12º 35’, pero la desembocadura del río Gambia, a pesar de estar como a unas veinte leguas, les proporcionó una corriente, que les arrastró en dirección Oeste como unas ocho leguas; el día treinta, prosiguieron la navegación con rumbo al NNO., calculando estar como a unas veinticinco leguas de las islas de Cabo Verde.
El día uno de julio, con rumbo al NNE., navegaron sobre diez leguas, calculando que las islas de Cabo Verde se encontraban como a doce leguas, mientras que la tierra más cercana lo estaba a siete. Así ante la duda de dirigirse a un lugar u otro, pensó Elcano pedir opinión a sus hombres, pues era necesario el arribar a algún lugar para conseguir nuevos víveres ya muy escasos, llevando ya más de un mes solo comiendo arroz, de la elección se extrajo la conclusión, que mejor era el seguir el rumbo y alcanzar las islas. El día dos, se hallaban en la latitud 14º 30’, a una distancia de doce leguas de Cabo Verde; el día tres, se encontraban en latitud 14º 44’, y como a unas veinticuatro leguas al Oeste del Cabo mencionado; el día cuatro en la latitud 14º 35’, realizando bordadas por tener viento de dirección NO.; el día cinco mantenían casi la misma latitud, pues estaban a 14º 47’ y alejados de la isla de Mayo como unas veintiocho leguas; el día seis, se encontraban en 14º 52’, pero ya como a unas veinte leguas de la isla; el día siete, arrumbaron al Oeste., para más tarde pasar al Oeste., un cuarto al NO.; el día ocho, se hallaban en latitud 14º 47’, teniendo ya a la vista la isla de Santiago al NO.
El día nueve, nos lo cuenta directamente Albo en su diario: «Surgimos en el puerto del río Grande y nos recibieron muy bien y nos dieron mantenimientos cuantos quisimos, y este día fue miércoles y este día tienen ellos por jueves, y así creo que nosotros íbamos errados en un día; y estuvimos hasta domingo en la noche y hicímonos a la vela por miedo del mal tiempo y travesía del puerto, y a la mañana enviamos el batel en tierra para tomar más arroz que teníamos necesidad, y nos estuvimos volteando de un bordo y otro hasta que vino.» La nao, por el largo tiempo sin poder ser revisada y menos carenada, venía haciendo mucha agua, se habían perdido algunos hombre por las enfermedades, los que quedaban estaban exhaustos y otros enfermos, lo que les impedía el tener fuerzas para seguir moviendo las bombas de achique, por eso se decidió el intentar comprar algunos negros, para que sacaran el agua que se introducía, pero como no se tenía dinero, se les dijo que se les pagaría con clavo, por ello se cargaron tres quintales en el bote y se fueron a tierra.
Pero volvemos al relato del diario de Albo, que con fecha del día catorce nos dice: «Enviamos el batel en tierra por más arroz y él vino a mediodía, y tornó por más, y nos, esperando hasta la noche, y él no venía; y nos esperamos hasta el otro día, y él nunca vino; entonces fuimos hasta cerca del puerto por ver qué era esto, y vino una barca y dijo que nos rindiésemos, que nos querían enviar con la nao de las Indias y que meterían de su gente en nuestra nao, y que así lo habían ordenado los señores.
Nosotros requerimos que nos enviasen nuestra gente y batel, y ellos dijeron que traerían la respuesta de los señores, y nos dijimos que tomaríamos otro bordo y hicimos vela con todas las velas, y fuímonos con veinte y dos hombres dolientes y sanos, y esto fue el martes quince del mes de julio. A los 14 tomé el sol y está este pueblo en 15º 10’.»
El capitán del puerto portugués, de la isla de Santiago, mando el apresamiento de los españoles, pues le llamo la atención el que transportaran clavo, por lo que retuvo a los doce que iban en el bote, con la intención de que al querer recuperar a estos, él pudiera tomar la nao sospechosa de venir de la India, pero Elcano no cayó en la trampa y prosiguió su gran viaje. Los doce que quedaron presos de los portugueses fueron; Contador de la nao, Martín Méndez; Despensero, Pedro Tolosa; Carpintero, Ricarte de Normandia; Lombardero, Roldán de Argote; Maestre, Pedro; Sobresalientes; Juan Martín y Simón de Burgos; Marineros; Felipe de Rodas, Gómez Hernández y Socacio Alonso; Grumete, Pedro Chindurza y el Paje, Vasquito Gallego.
El día dieciséis, navegando con rumbo del tercer cuadrante Sur-Oeste, alcanzaron la latitud de 14º 14’; el día diecisiete se mantuvieron con rumbo al Oeste y el día dieciocho, pasaron a rumbos del cuarto cuadrante, Oeste-Norte, que fueron mantenidos hasta el día veinticuatro, en que se encontraban en la latitud 19º 34’ Norte, quedando en rumbo del SE., un cuarto al Sur, la isla de San Antón; el día veintiocho, se hallaban en la latitud 22º 01’, quedando en demora de su rumbo al ENE la isla de Santa Cruz de Tenerife, prosiguieron con rumbos que variaban según les obligaba el viento, entre NO., un cuarto al Norte., NNO., y Norte., un cuarto al NO., hasta alcanzar el día treinta y uno la latitud de 25º 35’ Norte.
El día uno y dos de agosto, navegaron al rumbo NO., un cuarto al Norte; el día tres lo variaron al Norte., un cuarto al NO.; el día cuatro, estando en demora de las islas Terceras al rumbo NNE., mientras que la estima a la isla de Fierro estaba en rumbo al Este., un cuarto SE., hallándose en la latitud 29º 13’; el día cinco mantuvieron el rumbo; a partir del día seis, encontrándose en la latitud 31º, variaron el rumbo al primer cuadrante, pero siempre muy próximos al Norte. El día siete, alcanzaron la latitud 32º 27’, estando en demora del Fayal y del pico, al NE., un cuarto al Norte; mantuvieron estos rumbos cercanos al Norte., hasta alcanzar el día doce la latitud 35º 49’, hallándose en demora de Fayal al NE. y de San Miguel al ENE.; mantuvieron el rumbo hasta el día catorce, alcanzando la latitud 38º 28’, en cuyo punto se levantó la mar, pasando en poco tiempo a gruesa; el día quince, variaron rumbo al NE., un cuarto al Norte., cruzaron entre las islas del Fayal y la de Flores.
Mantuvieron rumbo hasta el día dieciocho, en que se hallaron en la latitud 42º 05’, aquí les roló el viento y fueron contrarios, por lo que volvieron a ponerse a la capa: el día veinte, se encontraban en la latitud 42º 36’, permaneciendo a la capa, pero el avance se producía por la corriente, que los arrastraba con rumbo al NO.; el día veintiuno, se continuaba a la capa, pero el tiempo fue mejorando y bajando en intensidad, por lo que pudieron poner rumbo al Este, y al ocaso, lo variaron al SSE., con la intención de acercarse a las islas Terceras, mantuvieron este rumbo hasta el día veintitrés, que volvieron a encontrase en la latitud 42º 07’, ya por la total mejoría del tiempo, cambiaron el rumbo al ENE., un tiempo después arrumbaron al ESE. Mantuvieron este rumbo hasta el día veintiocho, en el que se hallaron en la latitud 39º 17’, mientras la corriente iba en dirección al SO.; siguieron con el rumbo al ESE., por lo que les llevó el día treinta a la latitud de 38º 40’, continuando con él hasta el día treinta y uno, en que al anochecer arrumbaron al Este., un cuarto al SE. El día uno de setiembre del año de 1522, se encontraban en la latitud 37º 14’, pensando que estaban a la altura del Cabo de San Vicente y distantes como unas ochenta y una leguas; los días dos y tres, pusieron rumbo al Este., al terminar casi el último día, se hallaban en la latitud 37º 08’, calculando que se encontraban como a unas ocho leguas del Cabo de San Vicente, al amanecer del día cuatro, divisaron el cabo de San Vicente, en rumbo al NE., por lo que ellos lo variaron al ESE., para alejarse de él y doblarlo, cosa que consiguieron, y arribando por fin, el día seis de septiembre a Sanlúcar de Barrameda.
El viaje de exploración y descubrimiento del estrecho de Magallanes, llamado por él de Todos los Santos, había durado tres años menos catorce días y según las anotaciones del piloto don Francisco Albo, se habían navegado catorce mil leguas. El estado de salud en que llegaron los dieciocho hombres de los que salieron, de este mismo puerto era muy lastimoso. Desde las Molucas a su arribada a Sanlucar de Barrameda, habían fallecido quince de los hombres, pero sin contar los dos desertores de la isla de Timor y los doce apresados en la isla de Santiago de las de Cabo Verde. De los trece indios embarcados, fallecieron algunos pero otros consiguieron llegar; pero se dio el caso de que uno de los que lo hicieron, al parecer era muy avispado de carácter, pues lo primero que hizo fue recorrer la ciudad y aprenderse, lo que valía un ducado y en cuantos reales de dividía, así como cada real, en cuantos maravedíes y con uno de estos, que cantidad de pimienta le daban, así que enterado de todo, fue el único que se perdió por la Península y nunca regreso a su tierra, cosa que si hicieron el resto en otros viajes, después de haber sido recibidos por el Rey don Carlos.
La lista de los que regresaron es la siguiente:
Capitán, don Juan Sebastián de Elcano.
Piloto; don Francisco Albo.
Maestre, don Miguel Rodas
Contramaestre, don Juan de Acurio.
Merino, don Martín de Yudicibus.
Barbero, don Hernando de Bustamante.
Condestable, Aires.
Marineros: don Diego Gallego, don Nicolao de Nápoles, don Miguel Sánchez de Rodas, don Francisco Rodríguez, don Juan Rodríguez de Huelva y don Antón Hernández Colmenero.
Grumetes: don Juan de Arratia, don Juan de Santander y don Vasco Gómez Gallego.
Paje, don Juan de Zubieta.
Sobresaliente, don Antonio Lombardo. (Este debe de ser don Antonio de Pigaffeta, pero que en la lista y en la nao de le denominaba así, por haber nacido en la Lombardía.
De la nao Victoria, se desembarcó la siguiente mercancía: (Aunque parece que como el aceite por donde iba pasando algo se quedaba) se desembarcaron trescientos ochenta y un costales de clavo, que pesado sin los costales y lo cabos, dio quinientos veinticuatro quintales veintiuna y media libras; pero vueltos a pesar dieron, quinientos veintiocho quintales, una arroba y once libras, pero al llegar a la casa de Contratación de Sevilla, se quedó en quinientos veinte quintales y veintitrés libras de clavo; pero a su vez se desembarcaron varias cajas de tamaños distintos, las cuales contenían diferentes especias, canela, macias, nuez moscada y un penacho, que en total pesaba ciento trece arrobas y diez libras, que son veintiocho quintales y diez libras.
En esto no se cuenta, lo que don Juan Sebastián de Elcano, cogió para serle entregado al Rey, que según consta en documento fechado el día quince de noviembre, consistía en tres libras y media de canela, y cuatro libras de un palo de cándalo, el cual pesaba en total veintiocho.
Como quedó en su momento de este escrito la nao Trinidad en la isla de Tidore, la retomamos ahora al final de la compilación, para saber que pasó con la nao y sus tripulantes, pues si a los de la Victoria les costó el regresar, a los hombres de la capitana todavía les fue peor. Llegó el Rey de Gilolo, y como estaba enfrentado con los de otra isla, le pidió a Espinosa que le regalase dos de sus piezas de artillería, y con ellas a un lombardero y dos soldados, para así poder hacer frente con mejores armas a sus enemigos, a lo que el capitán español accedió, pero le regalaba las piezas y que sus hombres aprendieran a manejarlas, porque los españoles regresarían a la nao cuando estuviera lista para zarpar. Al ver este detalle por parte de los castellanos, los del la isla de Tidore se prestaron en masa a ayudar a repara la nao, aun así la reparación se llevó a cabo durante los meses de enero, febrero y marzo del año de 1522, siendo a finales de este último mes cuando ya se halló lista, siendo entonces cuando se reclamó a los tres españoles y embarcaron.
A su vez los españoles habían construido una especie de almacén, para que allí se fueran almacenado todas las mercancías que quisieran venderles y así quedaran a buen resguardo de ataques de otros o de los portugueses, para ello también se desembarcó, la artillería de la nao Concepción y la de la Santiago que había sido rescatada, más varios aparejos de estas y una parte del cargamento de la nao, que iba muy sobrecargada. Para mayor resguardo, ordenó se quedaran en la factoría, el despensero don Juan de Campos, pero de escribano; el sobresaliente, don Luis de Molino; los criados Alonso de Cota, que era Genovés y Diego Arias; y al lombardero Pedro, quedando bajo su responsabilidad todo lo que allí se guardase, ya que era una casa del Rey de Castilla.
Ya el día seis de abril del año de 1522, estaban dispuestos a zarpar; previamente se habían despedido de todos los reyes de aquellas islas y llevaba una dotación de cincuenta hombres, con una carga de aproximadamente novecientos quintales de clavo; este mismo día navegaron como unas cuarenta leguas y se encontraron con la isla llamada Zamafo, que pertenecía al rey de Tidore y se encuentra en 2º 30’ de latitud Norte, donde fueron muy bien recibidos, pues ya tenían noticias de su llegada por su rey y donde por dinero, se les vendió de todo lo necesario. Al zarpar de esta isla, Espinosa pidió consejo de que ruta se debería de escoger para alcanzar Panamá, se estimó que ésta quedaba del Maluco como a unas dos mil leguas, y si los vientos les eran propicios, podrían estar allí muy pronto y transportando la carga por el istmo, se le podía hacer llegar fácilmente a S. M. como además el propio monarca había ya dejado escrito.
Eran conocedores de que por esa latitud los vientos eran contrarios, así que decidieron tomar el bordo del Norte consiguiendo alcanzar los 20º de latitud norte, aquí se encontraron una isla, en la que todos eran bárbaros, consiguiendo que uno de ellos les acompañara, por ser mejor conocedor de aquellas aguas y así continuaron arrumbando al Norte, hasta alcanzar los 42º, donde de nuevo encontraron un isla, pero en sus inmediaciones se desató un gran temporal, que los mantuvo durante cinco días al borde del desastre, pues les obligó a cortar el castillo de proa, les partió la popa, les rompió el mastelero mayor por dos sitios, dejando el resto del velamen rifado, por lo que poco o nada se podía hacer. Al ir amainando el temporal, se pudieron realizar algunos trabajos, pero hay que pensar que ya llevaban más de cuatro meses en la mar, por lo que la mayor parte de la gente ya estaba enferma; pensando que era el mal de las lombrices, al primero que falleció lo abrieron y sólo encontraron una.
Así que decidieron regresar a la isla del piloto nativo, pero tampoco se pudieron acercar a ella por lo vientos contrarios, por lo que por indicación del piloto indígena, se fueron a buscar una isla que distaba veinte leguas, pero la tripulación ya estaba en las últimas, así que al alcanzarla se mando al indio a buscar alimentos, el cual volvió con dos indios más cargados de cañas dulces y otros regalos, que se repartieron entre los enfermos, pero el capitán quiso saber más de los indios y el lugar, para ello mandó a dos soldados, pero estos regresaron, diciéndole que era tierra seca y solo poblada por unas cuarenta personas. Sabido esto, el capitán bajo a tierra y mirando por unas peñas, se encontró con un nacimiento, que aunque pequeño podía aliviar la aguada de la nao, así que ordeno que se llenaran quince pipas de buena agua. De los que bajaron a tierra, cuatro de ellos desertaron y a pesar del perdón del capitán, solo uno regreso quedando los otros tres entre los indios. Por la descripción, parece ser que esta isla es la de más al Norte de las de Los Ladrones y por nombre de Bata y que debe de estar entre los 12º a 13º de latitud Norte.
Desde esta isla al Maluco, habían como unas trescientas leguas, por ello que se pusieron a rumbo para alcanzarlas, pero esto les volvió a llevar un mes y medio, en este tiempo fallecieron varios de los tripulantes, logrando alcanzar la primera tierra que era la isla de Zamafo, estando a punto de arribar, se cruzaron con un buque que reconoció a la nao, por lo que se abarloó a ella y les preguntaron como les había ido el viaje, pero al mismo tiempo les informó, que a los quince días de zarpar ellos, los portugueses habían hecho acto de presencia en la isla de Terrenate, que está como a media legua de Tidore. Habían llegado al mando del capitán Antonio de Brito y que se estaban dedicando a construir una fortaleza. (Según Herrera, a esta fortaleza se le puso la primera piedra el día veinticuatro de junio del año de 1522, que por ser la festividad de San Juan Bautista, se le bautizó con éste nombre)
Espinosa viendo la lamentable situación de sus hombres, rogó a los del barco, que pidieran lo que quisieran, pero que trasportaran a Terrenate a un español, para lo que fue designado Bartolomé Sánchez, escribano de la nao, para que llevara una carta suya al capitán de los portugueses, en la que le requería auxilios para poder arribar Tidore, en nombre del Rey de España, por estar la nao a punto de perderse, con muchos hombres ya fallecidos y el resto casi todos enfermos. Así zarpó el buque indígena, pero pasaron muchos días y no se recibía respuesta, además la nao, por tener una sola ancla, se encontraba muy cerca de la costa, lo que le hizo temer que si se declaraba un temporal la pudiera arrojar contra la costa, por ello decidió el levar el ancla y como pudieron entre todos, ponerse a la vela para conseguir arribar al puerto de Benaconora.
Arribaron a duras penas al puerto, y en una caracora Simón Abreo y Duarte Rager, éste, escribano de la factoría del Rey de Portugal, abordaron la nao, siendo acompañados por unos hombres de armas portugueses, poco después se abarloó una fusta y una carabela, también portuguesas, al mando de García Manrique y Gaspar Gallo, que abordaron la nao con más hombres, algunos hombres de armas y el resto eran marineros y pilotos. Ya todo controlado por parte de los portugueses, Simón Abreo, le entregó una carta a Espinosa, en contestación a la enviada con Bartolomé Sánchez (que había quedado prisionero) fechada el día veintiuno de octubre y en la que el capitán portugués Antonio de Brito, le venía a decir que sus hombres conducirían la nao a su fortaleza, y que él solo lo verificase. Al mismo tiempo, vino el desahucio de todo por orden de Brito, pues entraron en la cámara de Espinosa y le arrebataron todas las cartas náuticas, cuadrantes, derroteros y astrolabios, que portaba y que se había realizado con las demarcaciones de la navegación, aun no conformes con esto, registraron toda la nao por asegurarse de que nada quedaba a bordo, que pudiera declarar en que lugar estaba el Maluco y la forma de llegar a él.
Fueron transportados al puerto de Talangomi, que se encuentra entre las islas de Tidore y Terrenate, al arribar los diecisiete españoles que estaban sanos, que junto a Espinosa ya preso, fueron trasladados a la fortaleza portuguesa de Antonio de Brito, mientras que a los enfermos los trasladaron a un hospital al día siguiente. Espinosa se quejó, del mal trato recibido, pues él solo recibía órdenes de su Rey y las cumplía, además de estar en tierras que correspondían a España, y se le contestó, que era posible que fuera así, pero ellos también tenían órdenes de su Rey y estas también las cumplían. Le pidieron los portugueses, que entregara el estandarte Real de Castilla, a lo que Espinosa les respondió, que él no podía hacerlo, ni tampoco el defenderlo, pues ya estaba en su poder. De esto se levantaron sendas actas por ambas partes, pues no era por parte española una rendición, sino la indefensión en que se hallaban, la que provocaba el que los portugueses se adueñaran del estandarte Real de Castilla.
Aún Espinosa, mantenía su fortaleza física y de carácter, pues al ver que los portugueses comenzaban a desembarcar la mercancía de la nao, les pidió que se hiciera documentos con la cantidad de carga y de especias, que se iban a quedar, para él entregársela a S. M. para pudiera reclamarla después al Rey de Portugal, pero le contestaron: «que si la pedía muchas veces se la darían en una entena.» Al meterlo en las celdas, se encontró con Juan de Campos, Diego Arias y Alonso Genovés, éste enfermo y todos con grillos, siendo ellos lo que se quedaron en la factoría española de la isla de Tidore, y le contaron, que los portugueses, habían primero sacado todo lo que allí se encontraba, desde las especerías, hasta los materiales de arboladura de las naos, incluso habían amenazado a los indios, que lo que ya tenían pagado los españoles de la próxima cosecha, les fuese entregado a ellos, y para concluir, derruyeron la casa.
Pero un español consiguió huir, llamado Luis del Molino, pero Espinosa aún confiaba en el trato de los portugueses, por lo que hizo un llamamiento para que fuera a la fortaleza, en la cual se presentó y le pusieron los grillos; mientras tanto el maestre Pedro, había fallecido. Estando la nao en Tidore, antes de zarpar para su viaje, el día veintidós de febrero del año de 1522 falleció el piloto Juan López Carballo y desde la salida hasta la arribada al puerto de Benaconora, o sea entre los meses de agosto a octubre, habían fallecido otros treinta y un tripulantes, eso sin incluir a los tres que desertaron en la isla de Mao, del archipiélago de las de Los Ladrones. En la fortaleza de Terrenate, permanecieron durante cuatro meses los veintiún españoles; así a finales del mes de febrero del año de 1523, el capitán portugués se decidió a darles pasaporte, con rumbo a la India, pero primero tendrían que llegar a la isla de Banda, que distaba como unas cien leguas.
Pero para cubrir sus necesidades que no eran pocas, se fueron todos a excepción maestre carpintero Antonio y el calafate Antonio Basazaval, pues según el capitán le hacían mucha falta estos expertos de los que carecían ellos. Pero sucedió algo que nadie sabe que pasó, pues en un junco y separados del resto de españoles, viajaban el escribano de la factoría española don Juan de Campos, junto a otros tres españoles, pero nunca llegó el vaso a su destino, ni se supo jamás que había ocurrido. (Lo curioso de esto, es que no sabemos quienes eran los otros tres, pero precisamente el único que se podía saber de memoria todo lo que estaba en la factoría española, nunca llegó a su destino).
La isla de Banda, no es muy grande, pero si muy agraciada, por lo que se cultiva en ella la nuez moscada, que se recoge dos veces por año e incluso hasta en algunas zonas tres, permanecieron en ella otros cuatro meses, hasta que se le dio la orden de volver a embarcar, con destino a la isla de Java, la cual es muy grande, arribando a su capital que tiene por nombre Agrazué. Esta población tiene como unos treinta mil vecinos, todos moros, pero grandes comerciantes siendo un punto de encuentro, entre las costas de China, por lo que siempre está repleta de porcelanas, sedas y muchas otras cosas de éste país, a parte de que mantiene un vivo comercio con la isla de Borneo y con varias más, que están en sus alrededores, en esta población permanecieron casi un año, por lo que ya estamos sobre junio del año de 1524.
De aquí zarparon a Malaca, que estaba como a doscientas leguas de distancia y donde el nuevo capitán portugués era Jorge de Alburquerque. Esta isla es otro centro comercial muy fuerte, pues mantenía contactos con los reinos de Cambaya, Bengala, Charaman y Pegú, por lo que se accedía a través del estrecho de Meca, donde llevaban mercancías y a su vez cargaban especias, más otras cosas; permanecieron en esta otros cinco meses y fallecieron cuatro españoles, a parte de que el grumete Antón Moreno, dijo que era esclavo de Jorge de Alburquerque y se quedó en la isla, permaneciendo en ella otros cinco meses. Zarparon a finales de noviembre del año de 1524, con rumbo a la isla de Ceilán, que dista como unas trescientas leguas, en cuyo viaje se utilizaron veinticinco días, pero al arribar como iban con retraso, se dirigieron directamente a Cochin, que esta todavía a otras cien leguas. (Y vuelve a suceder algo parecido al caso anterior, pues el escribano Bartolomé Sánchez y otros dos españoles, viajaban solos en un junco y a éste se lo vuelve a tragar la mar o la Historia y justo los dos escribanos, ¡nunca hemos creído en las casualidades y menos cuando se aúnan en ciertas circunstancias!).
Por el mencionado retraso, al arribar a Conchin la flota para Lisboa ya había zarpado (que casualidad de retraso), por lo que deberían de esperar solo otros doce meses, ya que además ni siquiera pagando podían abandonar la población, pues el Gobernador se encontraba en Ormuz, lo que impedía el obtener el consiguiente permiso de embarque. La costa de la ciudad de Cochín, es baja y arenosa, lo que permite tener varios astilleros, con la curiosidad de que en ellos se utilizaban a cuatro elefantes amaestrados, por lo que les permitía el mover grandes vigas de madera con suma facilidad, cada uno de ellos llevaba a un hombre llamado ‹naire› o traducido ‹hombre noble›, esto facilitaba el que la escuadra destinada en aquellos parajes, estuviera compuesta por algo más de trescientos buques, entre galeones, naos, galeras y fustas, pues al decir del observador, cada elefante hacía el trabajo de mil hombres, así el mantenimiento resultaba menos costoso y más ágil.
Como ya llevaban muchos años en la zona, la evangelización era muy amplia, lo que ratificaba que muchos indígenas ya era católicos, por lo que no era difícil el ver en las procesiones, a muchos centenares de mujeres, que iban vestidas con unos paños blancos y muy delgados. Permanecieron allí, pero ya cansados la mayoría (debía correr el mes de septiembre del año de 1525) decidieron darse a la fuga, pero solo dos lo consiguieron en un principio, el maestre de la nao capitana, don Bautista Poncero y el marinero León Pancaldo, que consiguieron abordar la nao Santa Catalina, en la que al cabo de unos días de navegación fueron descubiertos, pero como ya llevaban muchas leguas recorridas, siguieron viaje hasta desembarcarlos en la isla de Mozambique.
Aquí, fueron entregados a la autoridad y se les embarcó de nuevo en la nao de Diego de Melo, para regresando a la India ser entregados al Gobernador, pero por una vez los vientos contrarios no la dejaron zarpar, así que los dejaron en tierra vigilados, como lo verificó el resto de la dotación de la nao, pero en ese tiempo de espera falleció Bautista Poncero, mientras que aprovechando el entierro y el movimiento, León Pancaldo, consiguió abordar sin ser visto la nao de Francisco Perero con rumbo a Lisboa, a su vez fue descubierto, pero ya a más de cien leguas de distancia, por lo que lo desembarcaron en la capital de Portugal, le pusieron grillos y lo encarcelaron, pero enterado el Rey y como no traía ningún documento, y era solo un marinero, lo dejaron en libertad por orden suya. (Pero esto ya debió de suceder a principios de 1526)
Por el mes de octubre del año de 1525 llegó a Cochín como virrey de la India, don Vasco da Gama, por lo que enterados los españoles del cambio, suplicaron una entrevista con él, para pedirle que los embarcaran para regresar a la Península, pero el nuevo virrey se negó en redondo, además tuvo la mala suerte de fallecer a tan solo unos veinte días después de su llegada. Así que fue elegido como nuevo virrey don Enrique de Meneses, que era el gobernador de Goa, por lo que en poco tiempo se trasladó a Cochín; en este tiempo habían fallecido dos españoles más y el resto tuvo que esperar otro año para ser embarcados. Como el capitán español, don Gonzalo Gómez de Espinosa, había realizado pleito homenaje bajo palabra de honor de no intentar escaparse y por eso gozaba de cierta libertad, le costó mucho tiempo el convencer al nuevo gobernador Enrique de Meneses, para que le diera licencia de embarque; una vez conseguida, pudo llevarse con él al maestre lombardero Hans y al marinero Ginés de Mafra, pero les fue concedido, como favor de agrado al Rey español, por haber contraído matrimonio la infanta doña Catalina hermana de S. M., con el Rey de Portugal.
Pudieron abordar una de las naos con rumbo a Lisboa, zarpando de Cochín los tres españoles, y al llegar a la capital del vecino país, los introdujeron en el Limonero, que era la cárcel pública de la ciudad, donde por la falta de atención, falleció el maestre lombardero Hans, pero ellos continuaron por otros siete meses encerrados. Pusieron en libertad al capitán don Gonzalo Gómez, que salió de ella veintisiete días antes que Gines, por que a éste se le encontraron en una caja, libros con derrotas marcadas, más los que había escrito Andrés de Sanmartín piloto de S. M; lo que ocasionó que lo confundieran con un piloto, de ahí el retraso, y la negativa total y rotunda a devolverle los libros; así que tuvo que salir casi por pies, para que no lo encerraran de por vida. Dejando claro, que su libertad fue debida, a que se les permitió escribir al Rey de España y éste por su mediación convenció al de Portugal, para que fueran puestos en libertad, a pesar de todo ellos, se quedó sin esos libros tan importantes.
Desde la salida de Terrenate, su estancia en la Molucas y su llegada a Lisboa, fallecieron ocho hombres, pues el paradero de siete quedó ignorado para la Historia, se quedaron dos en las Molucas, uno en Malaca, más los tres que llegaron a España, siendo uno no nombrado el clérigo licenciado Morales. Aunque no se dan fechas exactas del fin de esta gloriosa expedición, hemos de concluir que si Vasco da Gama, falleció en el mes octubre del año de 1525, se tardo en convencer a Meneses y se tuvo que viajar de la India a Lisboa y aquí aún estuvieron siete meses en la cárcel, podemos cifrar la fecha aproximada en la primavera del año de 1528.
(1) La nao San Antonio, regresó al tercer día de su separación de la escuadra y no halló a ninguno de ellos, por lo que se dedicaron a buscarlos, pero sin resultados, a pesar de haber realizado salvas de artillería y de haber encendido hogueras, para llamar su atención, esto provocó, que el piloto Esteban Gómez y el escribano Jerónimo Guerra, llegaran al acuerdo de hacerse con la nao y regresar a España, cuestión que plantearon al capitán Mezquita, quien se opuso a tal regreso, y para confirmar esto, sacó su espada y propino una estocada en la pierna a Esteban Gómez, quien le devolvió el golpe hiriéndolo en la mano izquierda, al ver esto la dotación se abalanzó sobre el capitán, pues ya venían todos cansados del trato de Magallanes a los españoles, por las injusticias que a su parecer se habían cometido y porque Mezquita, había formado parte del consejo de guerra, que mando acabar con la vida de los amotinados en el puerto de San Julián. Se reunió la dotación y nombraron como nuevo capitán a Jerónimo Guerra; quién ordenó virar y poner rumbo a la salida, consiguiendo llegar a Guinea, para desde allí costeando regresar a España, arribando al puerto de las Muelas, de la ciudad de Sevilla, el día seis de mayo del año de 1521, contándose el fallecimiento, del patagón que transportaban, el cual falleció justo al pasar el equinoccial. Todo esto se supo lógicamente, al regreso de la expedición a España y completar la primera vuelta al planeta.
(2) El historiador portugués Juan Barros, en este punto de su relato del viaje de descubrimiento del estrecho en su obra, en la edición del año de 1777: «Historia: década III, libro 5º, capítulo 9º, páginas 639 a 646» nos hace una reflexión de las dudas de Magallanes, que por interés pasamos a transcribir.
«Cuando Magallanes se vió sin aquella nao donde iba Álvaro de la Mezquita y algunos portugueses, y no quedaba con más favor que el de Duarte Barbosa y algunos pocos de los que esperaba ayudar, porque toda la otra gente castellana estaba escandalizada de él, además del aborrecimiento que tenía a aquella jornada por los grandes trabajos que habían pasado, quedó tan confuso que no sabía lo que había de determinar; y para justificarse con estos de lo que recelaba, pasó dos órdenes suyas, ambas de un tenor para las dos naos, sin querer que las personas principales viniesen a él, ya como hombre que no quería ver en su nao mucha reunión, temiendo alguna indignación de ellos si no respondiese a su gusto.
Y porque una de estas órdenes se tuvo en la nao del capitán Duarte Barbosa, donde estaba el astrólogo Andrés de San Martín, el cual le registró en un libro, y al pie puso su respuesta para dar razón de sí en todo tiempo; y este libro, con algunos papeles suyos, por haber él fallecido en aquellas partes de maluco, nosotros los hubimos y tenemos en nuestro poder, como adelante diremos, no parece fuera de la historia poner aquí el traslado de esta orden y la respuesta de Andrés de San Martín, para que se vea, no por nosotros, sino por sus propias palabras, el estado en que ellos iban, y el propósito de Fernando de Magallanes en el camino que esperaba emprender por vía de nuestro descubrimiento, cuando le faltase el que deseaba hallar.
En nuestro lenguaje, éstas son sus palabras formales y frases de la escritura sin mudar letra, según estaba registrado por Andrés de San Martín, como dijimos:
Yo Fernando de Magallanes, caballero de la Orden de Santiago, y capitán general de esta armada de S. M. envía al descubrimiento de la especiería. etc. Hago saber a vos Duarte Barbosa, capitán de la nao Victoria, y a los pilotos, maestres y contramaestres de ella, como yo tengo entendido que a todos os parece cosa grave estar yo determinado de ir adelante, por pareceros que el tiempo es poco para hacer este viaje en que vamos. Y por cuanto yo soy hombre que nunca deseché el parecer y consejo de ninguno, antes todas mis cosas son practicadas y comunicadas generalmente con todos, sin que persona alguna sea afrentada de mi, y por causa de lo que aconteció en el puerto de San Julián sobre la muerte de Luis de Mendoza, Gaspar de Quesada y destierro de Juan de Cartagena y Pero Sánchez de Reina, clérigo, vosotros con temor dejáis de decirme y aconsejar todo aquello que os parece que es servicio de S. M., bien y seguridad de dicha armada, y no me lo tenéis dicho y aconsejado; erráis al servicio del Emperador Rey nuestro señor, e is contra el juramento y pleito homenaje que me tenéis hecho: por lo cual os mando de parte de dicho señor, y de la mía ruego y encomiendo, que todo aquello que sentís que conviene a nuestra jornada, así de ir adelante como de volvernos, me deis vuestro pareceres por escrito, cada uno de por si, declarando las cosas y razones por que debemos de ir adelante, o volvernos, no teniendo respeto a cosa alguna por que dejéis de decir la verdad; con las cuales razones y pareceres diré el mío, y determinación para tomar conclusión en lo que hemos de hacer. Hecho en el canal de Todos los Santos enfrente del río del Isleo, en cuarta feria, veinte y uno de noviembre en cincuenta y tres grados, de mil quinientos y veinte años. Por mandado del capitán general Fernando de Magallanes. ===León de Espelece.
Fue notificado por Martín Méndez, escribano de dicha nao en quinta feria veinte y dos días de noviembre de mil quinientos y veinte años.
A cuya dicha orden yo, Andrés de San Martín, di y respondí mi parecer, que era del tenor siguiente:
Muy magnifico señor: Vista la orden de vuestra merced, que quinta feria veinte y dos de noviembre de mil quinientos y veinte me fue notificada por Martín Méndez, escribano de esta nao de S. M. llamada Victoria, por la cual en efecto manda que dé mi parecer acerca de lo que siento que conviene a esta presente jornada, así de ir adelante, como volver, con las razones que para cada uno y para lo otro nos movieren, como más largo en dicha orden se contiene, digo: que aunque yo dude que por este canal de Todos los Santos, donde ahora estamos, ni por los otros que de los dos estrechos que adentro están, que va en la vuelta del Este, y Esnordeste haya camino para poder navegar a Maluco, esto no hace ni deshace al caso, para que no se haya de saber todo lo que se pudiere alcanzar, sirviéndonos los tiempos, en cuanto estamos en el corazón del verano.
Y parece que vuesa merced debe ir adelante por él ahora, en cuanto tenemos la flor del verano en la mano; y con lo que se halle o descubra hasta mediados del mes de enero primero que vendrá de mil quinientos y veinte años (aquí debe de haber un error, pues la orden se da en noviembre del 20, por lo tanto el enero mencionado debe de corresponder a 1521), vuesa merced haga fundamento de volver en vuelta a España, porque de ahí en adelante los días menguan ya de golpe, y por razón de los temporales han de ser más pesados que los de ahora.
Y cuando ahora que tenemos los días de diez y siete horas, y más lo que hay de alborada, y después del sol puesto, tuvimos los tiempos tan tempestuosos y tan mudables, mucho más se espera que sean cuando los días fueren descendiendo de quince para doce horas, y muchos más en el invierno, como ya en el pasado tenemos visto.
Y que vuesa merced sea desembocado de los estrechos afuera para todo el mes de enero, y si pudiere en este tiempo, tomada el agua y leña que basta, ir de punto en punto en blanco en vuelta de la bahía de Cádiz, o puerto de Sanlúcar de Barrameda donde partimos: Y hacer fundamento de ir más en la altura del polo austral de la que ahora estamos o tenemos, como vuesa merced lo dio en instrucciones a los capitanes en el río de la Cruz, (Sevilla) no me parece que lo podrá hacer por la terribilidad y tempestuosidad de los tiempos, porque cuando en esta que ahora estamos se camina con tanto trabajo y riesgo, que será siendo en sesenta y setenta y cinco grados, y más adelante, como vuesa merced dice, que había de ir a demandar Maluco en la vuelta del Este, Esnordeste, doblando el cabo de Buena Esperanza, o lejos de él, por esta vez no me parece, así porque cuando allá fuéremos sería ya invierno, como vuesa merced sabe mejor, como porque la gente está flaca y desfallecida de sus fuerzas; y aunque al presente tienen mantenimientos que basten para sustentarse, no son tantos y tales que sean para cobrar nuevas fuerzas, ni para comportar demasiado trabajo, sin que lo sientan mucho en el ser de sus personas; y también veo de los que caen enfermos que tarde convalecen.
Y aunque vuesa merced tenga buenas naos y bien aparejadas (alabado sea Dios), todavía faltan amarras, y especialmente a esta nao Victoria, y además de eso la gente es flaca y desfallecida, y los mantenimientos no bastantes para ir por la sobredicha vía a Maluco, y de allí volver a España. También me parece que vuesa merced no debe caminar por estas costas de noche, así por la seguridad de las naos, como porque la gente tenga lugar de reposar algún poco; pues teniendo de luz clara diez y nueve horas, que mande surgir por cuatro o cinco horas que puedan de noche; porque parece cosa concorde a razón surgir por cuatro o cinco horas que quedan de noche, por dar (como digo) reposo a la gente, y no tempestear con las naos y aparejos.
Y lo más principal, por guardarnos de algún revés, que la fortuna contraria podrá traer, de que Dios nos libre. Porque cuando en las cosas vistas y ojeadas suelen acaecer, no es mucho temerlos en lo que aún no es bien visto, ni sabido, ni bien ojeado, sino que haga surgir antes de una hora de sol que dos leguas de camino adelante, y sobre noche. Yo tengo dicho lo que siento, y lo que alcanzo por cumplir con dios y con vuesa merced, y con lo que me parece servicio de S. M. y bien de la armada; vuesa merced haga lo que le parezca, y dios le encamine; al cual plazca de prosperarle vida y estado, como él desea.
Continúa el mismo autor, dando una explicación sobre la actitud de Magallanes:
Fernando de Magallanes, recibido este y los otros pareceres, como su intención no era volver atrás por cosa alguna, y solo quiso hacer este cumplimiento por sentir que la gente no andaba contenta de él, sino asombrada del castigo que había dado, para dar razón de sí hizo una cumplida respuesta en que dio largas razones, todo ordenado a ir adelante.
Y que juraba por el hábito de Santiago que tenía en el pecho, que así se lo parecía por lo que cumplía al bien de aquella armada; por tanto, todos lo siguiesen, que él esperaba en la piedad de Dios que los había traído hasta aquel lugar, y le tenía descubierto aquel canal tan deseado, que los llevaría al termino de su esperanza.
Notificado por las naos este parecer y orden suya, al otro día con grande fiesta de tiros mandó levar anclas.» Hasta aquí lo escrito por un compatriota, que no deja muchas dudas de la entereza, valor, conocimientos y saber manejar a la gente, de la que hizo gala en esta ocasión.
(3) La línea meridiana a que se refiere el Diario de Albo la longitud de 189º, indicaba la que determinó el Papa Alejandro VI, aunque no era la misma y la había señalado Su Santidad para evitar disensiones entre los Reyes de España y de Portugal por descubrimientos que hacían de tierras incógnitas.
La línea meridiana determinada por el Papa, en la bula de 4 de mayo de 1493, pasaba a 100 leguas al Oeste de cualquiera de las islas de las Azores o Terceras y de Cabo Verde; corría de polo a polo, y los descubrimientos que se hiciesen desde ella en dirección a Occidente eran de propiedad del Rey de Castilla.
En la bula del mismo Papa dada el 25 de setiembre de 1493, expresó Su Santidad que pudiendo acaecer el que navegando los vasallos del Rey de España hacía el Oeste tocasen en las partes Orientales, ampliaba el que fuesen del Rey de Castilla todas las islas y tierras firmes que navegando hacía el Occidente hallasen los castellanos descubiertas o por descubrir en las partes orientales de la India.
Ocurriendo algunas diferencias sobre esta partición entre dichos Reyes de Castilla y Portugal, acordaron éstos en 20 de junio de 1494 que en el océano se señalase una línea que corriese de polo a polo y pasase a 370 leguas al Oeste de la isla de Cabo Verde; que todo lo que estuviese al Occidente de esa línea perteneciese a los Reyes de Castilla y todo lo que se hallase al Oriente fuese del Rey de Portugal.
Cada legua de las que entonces usaban los españoles y portugueses tenía 3, 3/7 millas, ó eran leguas de 17 un tercio al grado de círculo máximo de la tierra; en el paralelo del puerto de Praya, de la isla de Santiago de las de Cabo Verde, las 370 leguas son 21 grados y 53’ de diferencia de longitud; la longitud de ese puerto es de 17º 15’ occidental de Cádiz, y suponiendo que desde él se contasen las 370 leguas al Oeste, resulta que la línea meridiana pasaba por los 39º 08’ de longitud Oeste de Cádiz y por los 140º 52’ de longitud Este; pero los medios que entonces ocurrieron para señalar esta línea, como se deseaba en la superficie del globo, fueron impracticables.
Eran también muy erróneas las situaciones en longitud de las costas y lugares de la tierra, porque resultaban de cómputos muy falibles; con ellos se demostró en 1524 que la meridiana de demarcación en el Oriente pasaba por la boca del río Ganges, cuya determinación, según carta construida en 1812 por el jefe de escuadra de la real armada, don José de Espinosa, erraba en 46 y medio grados, que aquella meridiana estaba más al Este.
Magallanes, en 1519, expuso que desde Malaca para el Este hasta la misma línea de demarcación, habían 17 y medio grados y según dicha carta son 32º 22’; dijo que dos de las islas Molucas estaban en 4º al Oriente de la expresada línea, y aunque no expresa los nombres de las islas, la de Terrenate está en la carta citada a 7º 22’ al occidente de la meridiana.
El Diario de Albo en 1521 expresa, que desde el estrecho de Todos los Santos y cabo Fermoso hasta las primeras islas del archipiélago de San Lázaro habría 106 grados y 30’ de longitud, y según la carta dicha son 159º 25’, de modo que su error en esta parte del viaje fue de 52º 55’. Tales eran las situaciones con que se puede atribuir a compensación de errores el acierto con que sólo la diferencia de 8’ tiene la longitud de 189º de la línea meridiana que el Diario de Albo señala a las primeras islas del archipiélago de San Lázaro, suponiéndolos tomados desde aquella línea para el Oeste.
(4) Lo que viene a demostrar dos cosas, la primera que el lenguaraz no era conocedor de que se iba a realizar el asesinato en ese convite, la segunda, que no lo sabía y no fue su lengua la que les llevó ha cometer la traición, así que es más verosímil la versión de Herrera, que a su vez es la mas sencilla, que la de Oviedo, que es mucho más rebuscada, pero el caso es que a él también lo mataron, así que con él se llevó el secreto.
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