Orozco y Ruiz de Briviescas, Miguel de Biografia
De Todoavante.es
Biografía de don Miguel de Orozco y Ruíz de Briviescas
Jefe de escuadra de la Real Armada Española.
Caballero de la Militar Orden de Santiago. 1765
Orígenes
Vino al mundo en la ciudad de Cádiz en el año 1745, siendo sus padres, don Diego de Orozco y Herrera, y doña Jerónima Ruíz de Briviescas y Ahumada.
Hoja de Servicios
Sentó plaza de guardiamarina en la Compañía del Departamento de Cádiz, el día 2 de junio del año 1759. Expediente N.º 855.
Estando en la Compañía, fue requerido para formar parte de la escuadra, que al mando del marqués de la Victoria y embarcado en el navío San Felipe, zarpó el 24 de agosto siguiente, con rumbo a Nápoles para embarcar y traer a la Real familia, transportándola al puerto de Barcelona, desde donde zarpó poniendo rumbo a la bahía de Cádiz, donde arribó el día 19 de diciembre continuo, a su llegada se le ordenó desembarcar y regresar a la Compañía.
El 23 de agosto de 1761, se le ordenó embarcar en el navío Septentrión, navegando hasta las islas Terceras, permaneciendo a la espera de la llegada de la Flota de Indias, la cual al reunirse se le prestó la escolta pertinente, hasta su arribada a la bahía de Cádiz.
Se le ordenó trasbordar el 7 de noviembre continuo al navío Triunfante, permaneciendo en la mar unos meses en el Mediterráneo, realizando la misión de corso contra las regencias norteafricanas, desembarcando el 26 de abril de 1762, regresando a proseguir sus estudios en la Compañía.
Recibió la orden del 1 de julio siguiente para embarcar en el navío Rayo, regresando al corso, desembarcando el 31 de enero de 1763, regresando a la Compañía, donde permaneció hasta recibir la orden del 8 de julio siguiente para embarcar en el navío Gallardo, volviendo al corso, realizando un viaje a las islas Canarias para transportar el situado, arribando a la bahía de Cádiz el 8 de agosto continuo, desembarcó volviendo a la Compañía, siendo habilitado de oficial el 25 de junio de 1764, pasando como a tal a los Batallones de Infantería de Marina.
Se encontraba en su destino cuando recibió la orden superior del 22 de abril de 1765 pasando embarcado al navío Rayo, insignia del capitán general don Juan José Navarro, zarpando de la bahía de Cádiz arribando a Cartagena donde se encontraba la Infanta de España doña María Luisa, embarcando el mismo 24 de junio, volviendo a hacerse a la mar al amanecer del 25 rumbo a Génova, donde fondearon el 17 de julio siguiente, para convertirse en la esposa de Leopoldo el Gran Duque de Toscana, quien posteriormente ocupó el trono imperial, hubieron fiestas y convites para las dotaciones y mandos, zarpó de nuevo la escuadra rumbo al puerto de Liorna, donde embarcó la Princesa María Luisa de Parma, que venía a contraer nupcias con el Príncipe de Asturias, futuro don Carlos IV regresando la escuadra a Cartagena el 11 de agosto, recibiendo la orden de desembarcar el 15 de octubre siguiente.
Con fecha del 13 de febrero de 1766, se le notificó haber sido ascendido en propiedad al grado de alférez de fragata, y por Real orden del 17 de septiembre de 1767, se le ascendió al grado de alférez de navío, quedando destinado en el propio Departamento.
Recibiendo la orden del 18 de marzo de 1769 de embarque en el navío San Leandro, regresando al corso contra las regencias norteafricanas, en cuya comisión permaneció hasta el 23 de junio siguiente, por recibir la orden de trasbordar de nuevo al navío Rayo, zarpando en los necesarios cruceros entre los cabos de Santa María y San Vicente, en espera de la Flota de Indias, regresando a la bahía de Cádiz y desembarcando el 1 de noviembre continuo, por haber sido nombrado Ayudante de la Mayoría General del Departamento.
Por orden superior del 20 de septiembre de 1770 se le ordenó embarcar en el navío Atlante, de nuevo comisionado a combatir el corso, un tiempo después se le ordenó trasbordar al Monarca, continuando en la misma comisión, al arribar a la bahía de Cádiz, se le dio la orden de trasbordar al navío Fénix, permaneciendo a su bordo hasta el 11 de junio de 1771, por haber sido destinado a los Batallones de Infantería de Marina.
Con fecha del 23 de noviembre siguiente, se le ordenó embarcar en la fragata Santa Lucia, quien en conserva de la Dorotea, regresó a combatir el corso, al arribar se le ordenó trasbordar a la Liebre, y en conserva de la Industria, fueron destinadas al Mar de Sur, doblando para ello el cabo de Hornos, regresando a la bahía de Cádiz el 16 de octubre de 1774, al llegar le fue entregada la Real orden fechada el 11 de enero de 1773, con su ascenso al grado de teniente de fragata.
Por orden superior del 9 de noviembre siguiente se le ordenó embarcar en el chambequín Andaluz, participando en el socorro a Melilla, por estar asediada por los moros, realizando una muy meritoria misión, pues a pesar del fuego enemigo que desde un fuerte se le hacía, no dejó de hacer viajes con el buque para transportar a la ciudad sitiada, los pertrechos de boca y guerra necesarios.
El comandante de las fuerzas navales era don Francisco Hidalgo de Cisneros, quien comprobó su extraordinario comportamiento, siéndole encomendado transportara al mariscal de campo don Juan Cherlok, que iba destinado como jefe de las fuerzas militares a la ciudad, de nuevo atravesó el fuero enemigo y logró dejar a salvo al mariscal, pero no se conformó con ello, pues al pasar vió que los moros habían apresado a un pequeño jabeque español, puso rumbo hacía él y consiguió sacarlo a remolque para dejarlo en zona resguardada.
Reforzadas las posiciones, hizo una salida el ejército y desbandó a los moros dando por finalizado el asedio, pasando con el jabeque al Departamento de Cartagena, donde al arribar recibió la orden de trasbordar a la fragata Esmeralda, siendo incorporada a la escuadra al mando del general don Pedro Castejón, donde se estaba formando una expedición contra la Regencia de Argel.
Encontrándose en pleno desembarco, se le comisionó para que con el bote de la fragata, fueran transportados a tierra el Mayor General de la escuadra don Francisco de Cisneros y don José de Mazarredo, quienes eran los responsables de dirigir el desembarco, al conseguir dejar a todo el ejército en tierra, se mantuvo durante todo el día y su noche, realizando la comisión de correo entre las fuerzas desembarcadas y el general de la expedición, por ello no hubo descanso pues las órdenes se sucedían con gran rapidez.
Al sufrir el desastre las fuerzas desembarcadas, por la acumulación de miles de enemigos que bajaban de las montañas, los españoles no pudieron hacerles frente, ordenándose el repliegue y reembarco, por ello de nuevo tuvo que proteger el trasiego de los buques, esta vez hacían el rumbo contrario, encargándose personalmente de los heridos más graves para ser trasladados algo más cómodos en su bote, obligándole a realizar muchos viajes entre la playa y los buques.
Una vez todos embarcados fue el último en abandonar las aguas y abordar su buque, regresando al puerto de Cartagena donde se preocupó especialmente de los heridos no descansando hasta verificar que todos estaban en tierra, al concluir volvieron a hacerse a la mar con rumbo a Cádiz, desembarcando el 29 de octubre de 1775, por pasar destinado a los Batallones de Infantería de Marina, encontrándose en este destino se le dio la orden del 4 de noviembre continuo, de embarcarse en el navío Astuto, destinado a realizar un viaje al Callao, estando aquí le llegó la Real orden del 16 de marzo de 1776, con su ascenso al grado de teniente de navío.
Permaneciendo en este apostadero, se le otorgó el 10 de enero de 1778 el mando del paquebote Nuestra Señora del Pilar, en comisión de guardacostas hasta los límites del actual Panamá, donde a su vez desembarcaba el situado del virreinato de Chile, encargándose también de la vigilancia de la isla de Chiloé, así como barajar sobre la costa de Chile en protección del tráfico marítimo, permaneció en este destino hasta llegarle la Real orden del 14 de marzo de 1782, de regresar a la península, realizándolo embarcado de transporte en el navío América, arribando a la bahía de Cádiz el 15 de septiembre continuo, estando en el Departamento se le entregó la Real orden del 21 de diciembre siguiente, por la que era ascendido al grado de capitán de fragata.
De nuevo fue destinado a los Batallones de Infantería de Marina, en cuyo destino permaneció unos años, pasando posteriormente a la ayudantía de la Mayoría del mismo Departamento.
Con fecha del 1 de abril de 1789, se le otorgó el mando de la fragata Rosario, con la orden de incorporarse en el puerto de Cartagena, a la escuadra del mando del general Félix de Tejada que se estaba concentrando para completar una expedición con destino al reino de Nápoles.
Permaneciendo en esta misión hasta finalizar, recibiendo la orden de poner rumbo al Arsenal de Cartagena, donde fueron cargados en su buque tropas y pertrechos, para ser distribuidos entre los presidios norteafricanos y la isla de Mallorca, de aquí regresó de nuevo al puerto de partida.
Al llegar, se le ordenó formar conserva con la de su mando y la Asunción, con la comisión de combatir el corso de los berberiscos en el Mediterráneo, misión que realizó con mucho mérito.
Estando en la mar recibió la orden de regresar a la bahía de Cádiz, arribando sobre principios del año 1790, al mismo tiempo quedaba desembarcado y disponible en tierra, S. M. de nuevo le confió el mando de su fragata, pero una enfermedad le impidió poderla cumplir, siendo destinado como oficial de los buques que se encontraban constantemente en desarme.
Estando en el anterior destino, le fue entregada la Real orden del 1 de marzo 1791, notificándole su ascenso al grado de capitán de navío.
Permaneció en este Departamento hasta la declaración de guerra entre la República francesa y España, por Real orden del 12 de abril de 1793 se le entregó el mando de la fragata Dorotea.
Su buque fue incorporado a la escuadra del general don Juan de Lángara, zarpando del puerto de Cartagena, conduciendo y dando escolta a un convoy con tropas, artillería y caudales con destino a la ciudad de Barcelona, como refuerzo de su fragata, pero a sus órdenes, le acompañaba el navío Pelayo.
Arribó a Barcelona desembarcando todo lo transportado, pasando a incorporarse a la escuadra del mando del general don Francisco de Borja, zarpando con su división rumbo al golfo de Parma en la isla de Cerdeña, en el trayecto las fragatas Perla y Santa Casilda, divisaron una vela a la que dieron caza, apresando a la fragata francesa de la república Hèléne, del porte de 34 cañones, pasando a incorporarse a la escuadra española con el nombre de Sirena.
Arribaron al golfo de noche, su entrada no era fácil, pero la pericia de los mandos suplió la falta de luz y señales, fondeando para desembarcar a las tropas que se unieron a las de los corsos que aún resistían, revisaron la isla de San Antíoco y los enemigos ya no estaban, regresando a embarcar las tropas, para saltar a la de San Pedro, donde encontraron alguna resistencia y a la fragata Richmond, atracada a un muelle, se le ofreció se rindiera, pero su capitán decidió darle fuego.
Conquistada la isla, esperaron al día siguiente la llegada de sus propietarios a quienes se les entregó, arriando la bandera de España, zarparon de nuevo con rumbo a Génova y posteriormente a Córcega, ya de acuerdo con los ejércitos napolitano y piamontés, fueron apoyándoles con sus fuegos en su avance por las riberas del Var, prosiguiendo hasta Niza y Villafranca, pero encontrándose aquí se produjo una epidemia por el mal estado de los alimentos embarcados, obligando a don Francisco de Borja, a poner rumbo a Cartagena donde arribó entre los días 8 y 9 de agosto siguientes, siendo desembarcados más de tres mil hombres de las dotaciones, al concluir el desembarco con los marineros que quedaban libres, algunos buques entre ellos el de su mando, zarparon de éste puerto, con rumbo a la bahía de Cádiz.
Pasados unos días de descanso y mientras se formaba otra expedición, volvió a hacerse a la mar, al igual que la vez anterior en conserva del navío Dichoso, para dar escolta a un convoy hasta el puerto de Tolón, en el que se transportaba de casi todo, pues incluso iba embarcada artillería de sitio, consiguiendo arribar sin contratiempos y desembarcar todos los hombres con sus materiales, siéndole entregado al general don Juan de Lángara, por ser el jefe de las fuerzas desembarcadas, quedando momentáneamente a sus órdenes.
Poco tiempo después recibió la orden de zarpar para realizar el corso, llegando al puerto de Chotá y costas de Francia, así como una comisión para viajar hasta Génova con pliegos secretos para el general don Juan Joaquín Moreno, regresando a Tolón aprovechando que la escuadra llevaba la misma derrota.
Permaneció en este puerto, hasta que los ejércitos revolucionarios se presentaron y presionaron a las fuerzas combinadas españolas y británicas, con tanta fuerza y sobre todo poder artillero que fueron conquistando todos los fuertes, obligando a reembarcar a las tropas y con ellas a cientos de franceses monárquicos.
Pero recibió la orden de que su buque, la fragata Dorotea permaneciera ‹a todo riesgo›, para esperar reembarcar a los restos del ejército que se encontraban desperdigados por el territorio, ello le llevó a mantener a su buque fuera del alcance de la fusilería, pero al de su artillería para cubrir la retirada, viendo la necesidad se vió forzado a lanzar al mar, a sus botes y lanchas para recoger en la playa, y diques a los hombres, todo esto, en contra de los elementos, por la mucha mar que había uniéndose el fuego de los republicanos muy considerable.
A pesar de ello, no le impidió permanecer por espacio de ocho horas en esas condiciones, realizando su humanitaria labor, a parte de que pudo con todo su valor y esfuerzo de sus tripulantes, recoger a las dotaciones con sus oficiales, de dos lanchas cañoneras que se encontraban en muy mal estado, por el temporal y pertenecían a los navío Bahama y San Fernando, a lo que se unieron otros botes, cargados de tropas, heridos y enfermos que se encontraban en muy difícil situación, por ello también les prestó auxilio consiguiendo todos reembarcar en la fragata.
Los que después fueron contados, sumando un total de unos trescientos hombres, pues se añadieron los que habían quedado olvidados en la defensa del castillo de la Malga, por ello le cupo la satisfacción personal, de no haber abandonado a ninguno a su suerte y todos a salvo en su buque.
Ya terminada toda esta labor, solo faltaba salir de allí, acción nada sencilla por ser los vientos contrarios, pero esperó un poco de tiempo hasta rolar el viento, dando la orden de picar los cables de la anclas y largar velas en el momento oportuno, lo que le facilitó coger arrancada para alejarse algo, pero el caprichoso viento volvió a rolar en contra, encontrándose con la dificultad que ahora lo arrojaba sobre el cabo Bruna, pero se mantuvo al pairo unos minutos, los cuales fueron aprovechados por los republicanos que le hicieron un fuego muy vivo y al ir tan cargado de gente le ocasionaron algunas bajas.
De nuevo el viento roló y con práctica marinera consiguió alejarse del peligro, dejando atrás costa tan peligrosa, todo esto a pesar de llevar casi destrozado por las balas el velamen, del poco que se podía desplegar por los fuertes vientos.
Aquí no terminaba la aventura, pues con las prisas las órdenes y contraórdenes, nadie se acordó de decirle a donde se dirigía la escuadra, así que ya afrontando el temporal en mar abierto, decidió convocar Junta de Oficiales, para entre todos decidir qué hacer.
De esta reunión emanaron unas órdenes, pues al haber pasado el peligro al que estaba sometido por parte de las tropas republicanas, de mantener rumbo cerca de la costa, por si en algún momento el buque hacía demasiada agua y así poder alcanzar tierra lo antes posible, por ello fueron barajando la costa, estando en esta nada fácil situación, se divisó en el horizonte una vela, preparándose para el combate, pero pronto se advirtió era la fragata española Santa Cecilia, quien acudía en su ayuda por orden superior.
Por ello al llegar a su altura, a viva voz le notificó que, la escuadra se había dirigido a las isla Hyères, a donde puso rumbo como pudo, pues el temporal aunque amainando aún era fuerte, consiguiendo arribar a dicho fondeadero, donde se presentó al general en Jefe don Juan de Lángara, haciéndole entrega de los náufragos, militares rescatados, más los botes y lanchas que todo el viaje había llevado a remolque, para que fueran devueltas a sus navíos de origen.
Por todo esto y no era para menos, recibió oficialmente las gracias de su general en Jefe.
En la madrugada del día siguiente, la escuadra reunida se hizo a la vela, pero el Dios Eolo volvió a hacer de las suyas, pues se desató un fuerte temporal que la dispersó, consiguiendo él y su fragata arribar al puerto de Mahón, donde permaneció por espacio de tres días, hasta amainar el temporal por completo, pues su dotación estaba muy cansada.
Marcó rumbo en dirección al puerto de Cartagena, pero en su trayecto se fue encontrando con varios navíos de la escuadra, que llevaban el mismo, por ello se fueron reuniendo algunos y todos juntos arribaron al puerto sin mayores complicaciones.
Por Real orden del 22 de febrero de 1794, se le otorgó el mando del navío San Francisco de Asís, debiéndose desplazar a Cádiz donde se encontraba el buque, para ello aprovechó el viaje del San Fernando, embarcando de transporte el 13 de marzo, pero al arribar se le había otorgado el mando de su navío a un brigadier, por ello el comandante general de la escuadra le confió el del Gallardo, con él realizó un crucero sobre el cabo de San Vicente, encrucijada de navegaciones en la época, sólo estuvo diez días en esta comisión, fondeando en la bahía de Cádiz.
El 21 de abril siguiente se le entregó el mando de navío España, zarpando en conserva de las urcas Espaciosa y Cargadora, cumplieron la comisión de transportar tropas, artillería, municiones y caudales, a los puertos de Cartagena, Alicante y Barcelona. Al dar por concluida esta comisión se le comisionó para realizar un viaje al puerto de Trieste, para cargar azogues con destino al puerto de Cádiz.
Cuando estaba a punto de darse a la vela se le notificó, que se habían visto velas sobre la costa de África, correspondiendo a una división francesa compuesta por cuatro fragatas y cuatro bergantines, decidiendo permanecer en puerto y enviar aviso a su general don Juan de Lángara, quien a la sazón se encontraba con su escuadra en Liorna, demandado de él le fueran enviados refuerzos para poder arribar a la península.
Pero el general le devolvió el correo, diciéndole le era imposible deshacerse de ninguno de sus buques, sintiéndolo mucho pero no era posible por serles todos necesarios.
Su fondeadero no tenía posibilidades de defensa, siéndole imposible presentar una resistencia adecuada, esto le decidió a realizar el viaje, para ello mandó prepararse a sus hombres y así se hizo a la vela desde el puerto de Trieste, puso vigías prácticamente en todos los lugares posibles, para advertir de la presencia de velas en el horizonte, de esta forma y utilizando un rumbo más separado de la costa del norte de África, burló la vigilancia a que estaba sometido, logrando pasar sin ser visto, arribando primero al puerto de la bahía de Mallorca, donde después de un par de días de descanso, zarpó con rumbo a Cádiz, donde fondeó sin mayores problemas de mención.
No le dieron descanso, a los pocos días recibió la orden de zarpar con su navío acompañado de la urca Cargadora, transportando azogue y dando escolta a su vez a un convoy de veinticuatro buques mercantes con rumbo a Veracruz, consiguiendo arribar a pesar de la cantidad de corsarios y piratas que navegaban por aquellas aguas.
Al fondear en este puerto, se fijó en el navío San Pedro, pues se encontraba sin dotación, pasando a inspeccionarlo y viendo que estaba en condiciones de navegar, se buscaron hombres y con parte de los suyos logró ponerlo a punto, completaron su armamento quedando habilitado en pocos días, se hizo a la mar en conserva con él y rumbo al puerto de la Habana, cargando entre los dos buques un situado de dos millones de pesos en plata amonedada y otros dos millones, en diferentes mercancías de comerciantes arribando sin complicaciones.
En este puerto se reunió una división fuerte de cuatro navíos, los España, de su mando, el San Pedro, San Julián, San Juan y la fragata Santa Rosa, zarpando del éste puerto con rumbo al de Cádiz.
Al encontrarse a la altura de la isla de Bermuda, sufrieron un fuerte temporal, viéndose obligado cada comandante a buscar su salida, quedando separados sin verse, a amainar el temporal manteniendo el rumbo a su bahía de destino, se le comunicó que su buque estaba haciendo agua a una velocidad de 24 pulgadas (61 centímetros) por hora, para intentar mantenerse a flote se reforzaron con más hombres las cuatro bombas de achique de que se disponía, a pesar de este esfuerzo que no distinguía el día de la noche y en el que participaban todos los hombres, incluidos los oficiales por riguroso orden para intentar bajar el nivel de agua embarcada, pero no solo no se lograba sino que más bien aumentaba, para ver si se conseguía el objetivo, mandó formar una cadena humana con cubos ayudando a las bombas, con esta ayuda casi se consiguió, a pesar de todo esto en ningún momento se tomó trapo para no disminuir la velocidad, a pesar de que el viento era fuerte y por su efecto con muchas probabilidades de sufrir averías en los palos, pero se mantuvo firme en sus órdenes y está firme decisión sí le permitió fondear en la bahía de Cádiz.
Siendo una gran alegría, pero se tuvo que llamar a personal de tierra, para ser relevados los tripulantes, pues estaban casi exhaustos, lo que dio tiempo a desembarcar todo lo transportado, al finalizar fue remolcado al Arsenal, recibiendo la orden de desembarcar el 23 de abril de 1796, por pasar el buque a desarme.
Al quedar sin mando y en tierra, no formó parte del desafortunado combate naval del 14 de febrero de 1797, en el que la escuadra española del mando del general don José de Córdova, fue sorprendida por la británica del mando del almirante Jervis, causando la pérdida de cuatro navío, siendo dos de ellos de tres baterías, por ello todos los oficiales, especialmente el general en jefe y los subordinados, así como los comandantes, tuvieron que pasar por un Consejo de Guerra, teniendo como era de prever una dureza que las circunstancias requerían.
Por ello se le comunicó por Real orden formar parte como vocal de dicho tribunal, que dejó a la mayoría de mandos sin ellos y varios fueron expulsados de la Corporación.
Por sus buenos consejos en el juicio, al terminar éste, recibió las más expresivas gracias de Su Majestad, por conducto oficial.
Permaneció en el Arsenal, como mando disponible, hasta que en junio de 1808, por la invasión francesa se movilizaron todas las fuerzas de España y se pusieron a construir fortificaciones, por ello se le encargó revisar la construcción y disposición de la artillería en la nueva batería de la Cantera.
Encontrándose en ésta y a su mando, cuando se ordenó el ataque a la escuadra francesa del almirante Rosilly, teniendo lugar entre los días 9 a 14 de junio, consiguiendo rendirla siendo la primera derrota de esta larga guerra, los navíos apresados eran los restos de la escuadra francesa que había participado en el combate naval de Trafalgar, que se mantenían a costa de la Real Hacienda de España.
Por orden superior se le dio el mando del navío Santa Ana, encontrándose en situación de desarme, permaneciendo hasta recibir la Real orden del 27 de diciembre siguiente, notificándole ser nombrado interinamente Comandante general de los Batallones de Marina, encontrándose en este destino, se le entregó la Real orden del 23 de febrero de 1809 con su ascenso al grado de brigadier, habiendo permanecido durante dieciocho años en el grado de capitán de navío.
Continuó en este Arsenal, hasta que por Real orden del 13 de mayo de 1810, se le nombró Presidente del Consejo permanente formado para dirigir el Arsenal y Departamento, permaneciendo en él hasta recibir la orden del 3 de febrero de 1813, de la Regencia por ser disuelto el Consejo.
Con fecha del 18 de febrero de 1814, se le destinó como Comandante principal de los Batallones de Infantería de Marina, siendo posteriormente ratificada por S. M. don Fernando VII, encontrándose en este mando, se le entregó la Real orden del 14 de octubre de 1814, por la que era ascendido al grado de jefe de escuadra.
Por otra Real orden fechada el 30 de noviembre, se le cesó en el mando de los Batallones, quedando en el propio Departamento en diferentes cargos de su alto grado.
Continuando en distintas comisiones en la misma ciudad que le vio nacer, hasta sobrevenirle el fallecimiento el 9 de abril de 1827, cuando contaba con ochenta y dos años de edad, de ellos sesenta y ocho de excepcionales servicios a su patria.
Bibliografía:
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