Magallanes–Elcano expedicion 1519-1522

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Magallanes–Elcano expedición 1519/1522


Primera vuelta al mundo.


El rey don Carlos I de España, desde el mismo momento de tomar el cargo, siempre mantuvo la inconformidad sobre los límites que marcaban la Línea de Demarcación Este-Oeste, de que a la otra parte de las Indias (América), el reino de Castilla debía de poder alcanzar la India, para así comercializar con las especias que tanto dinero aportaban al reino vecino de Portugal, ésta es la base sobre la que por el ofrecimiento de Magallanes se basó toda está expedición.

Por ello nos adelantamos un poco en el tiempo, para intentar hacer ver y comprender, el porque Magallanes decidió venir a Castilla y ofrecer sus ya bastos conocimientos, a los que se sumaban ciertas dudas con respecto a la misma idea que tenía el monarca español, por ello en cuanto supo quién era el que se ofrecía, S. M no perdió ni un momento en prestarle su ayuda, para así conseguir el paso del Oeste y poder mantener unas rutas de navegación propias, no viéndose obligado a tocar las aguas de la demarcación de Portugal y ver a sus buques en más de una ocasión interceptados, robados y apresados.

Estando ya en ésta ciudad (Lisboa), consultó con astrónomos y pilotos, mientras mantenía correspondencia con Serrano (compañero y gobernador en la India), llegando a la conclusión sus mismos compatriotas que, efectivamente aquellos territorios correspondían a España, por lo que en uno de sus correos le advirtió a Serrano, de las inconveniencias que ello podía conllevar.

Se le pierde un poco la pista, pero se sabe que con referencia a los sucesos de Azamor, escribió a su Rey Manuel I, para que le fuera reconocida su clase y nobleza, basándose en los méritos ya demostrados, y recibir alguna gracia, ya que era muy considerable la alcurnia de su persona y el trabajo bien hecho. A parte de que era costumbre en ese reino, el que fueran adquiriendo los nombramientos, dependiendo de los sacrificios demostrados, para alcanzar el grado de «moradía», que con él se adquiría el mayor grado de honores y ventajas de la Casa Real, aunque no había retribución económica, pero si que ratificaba su grado de Caballero del Reino. Pero al parecer, al Rey le habían llegado las maledicencias oportunas, pues desde Azamor se le comunicó, que Magallanes había abandonado su puesto sin permiso, que su cojera era disimulada y que se le había incoado juicio por todo ello. (Como se ve, en todas partes cuecen habas)

Basándose en esto, Manuel I desestimó la petición y le comunicó que, debía regresar a Azamor para ser juzgado; Magallanes intentó conversar con el Rey, pero no se le permitió el acceso a su persona, viéndose obligado por su honor a presentarse en la ciudad donde era requerido para ser juzgado. Al llegar a la ciudad fue aprehendido y juzgado, pero nada se le pudo demostrar en el juicio, por lo que la sentencia fue de total absolución; obtenida ésta, se desplazó de nuevo a Lisboa. Llegado de nuevo a Portugal y ya con las justicia a su favor, pretendió ser recibido en audiencia por el Rey, pero este se volvió a negar, pues siempre lo consideró un advenedizo y por ello no era persona de su agrado. Todo esto, le llevó a reconsiderar si debía seguir sirviendo a un Rey que en nada le apreciaba, ni le reconocía a pesar de todo lo que ya había realizo por su patria y Rey, esto le convenció a pasar la frontera y ponerse al servicio del Rey de España don Carlos I.

Según un historiador, lo describe así: «Viéndose, pues, Magallanes sin aquel precio de calidad que su rey le negaba y él creía serle debido por su nacimiento y servicios, que todo era bueno, se desnaturalizó del reino con actos públicos y pasóse a servir al emperador Carlos V»

Según el mismo historiador (Faria), aún había más, pues el no reconocimiento de su lealtad al Rey fue aprovechado por los enemigos de su persona, para atacarle impunemente, cosa que agravó la situación de Magallanes en su propio país, por ello lo describe así: «De creer es que pues este caballero hacía tanto por la honra, que se dio por agraviado de su rey, porque no se la aumentó con una merced que le pedía, no había de querer disminuirla con procedimiento impropio de su calidad y de su pretensión.

El Magallanes, pues, luego que vió que su rey, no sólo le había negado aquella honra, sino que le miraba con ceño, y con esto se añadía el gusto y la desestimación en sus enemigos que singularmente le exasperaron…publicó su agravio.

Hecho esto, conoció que el asistir en su patria con su rey ofendido (porque los reyes cuentan por ofensas las quejas de sus vasallos, aunque sean justas) tenía más tormento que de comodidad o esperanza de adelantarse.

Conocido el achaque, consultó con la honra la ambición natural a cada uno de sus aumentos, y resolvióse en hacer primero todo cuanto pudo por la honra y después por el aumento.

Lo que hizo con atención a la honra, fue desnaturalizarse del reino con actos públicos para hacerse capaz de buscar otro sin nota; asegurándose que podía ir a cual le pareciese quien como él no le tenía en virtud de aquella acción pública.

Pasó, pues, el Magallanes, sobre haber hecho semejante diligencia, a Castilla, y ofreció a Carlos I que le serviría; y por principio fue platicando, como le bastaba el ánimo a descubrir aquel estrecho; cosa importantísima para la navegación castellana.

Fue admitido del emperador, y pasó al descubrimiento, y consiguióse. Júzguese agora por esta información y ejemplo la quiebra que pudo haber en la fidelidad de este caballero»

No obstante Magallanes, durante todo este tiempo había seguido manteniendo correo con su amigo don Francisco Serrano, que permanecía en tierras de la India, en Ternate, de quien recibía información, de pilotos y marineros expertos, por ello estaba cada vez más convencido de que los territorios correspondientes a las Molucas, pertenecían a la corona de Castilla, por la división de la bula de Papa Alejandro VI. Con estos informes de su amigo y los que pudo conseguir de pilotos y astrónomos portugueses, le confirmaban aún más que aquellas tierras no era de la corona de Portugal, pues las observaciones sobre las cartas de aquellos mares y la altura del Este-Oeste (que es como llamaban a la longitud), le permitía el aceptar y confirmar esta opinión, con el estudio comparado de toda la información.

Por esta razón, estaba convencido que debía de existir un paso, que navegando al Oeste le permitiera alcanzar con mayor facilidad aquellas islas. Tan convencido de ello estaba, que llegó a escribir a su amigo don Francisco Serrano, que en poco tiempo le iría a visitar, pero navegando por otra ruta, que no entorpeciera las relaciones entre los reinos de Portugal y España. Así unió sus fuerzas a las de un astrónomo por nombre Rui Falero, que también había sido atacado por el Rey don Manuel, con el descrédito de su persona.

Pero no quedaba aquí la cuestión, pues un rico mercader avecindado en Amberes, por nombre Cristóbal de Haro, que mantenía una fuerte relación con el Rey de Portugal, ya que sus negocios estaban en la India y tanto sus hombres como mercancías viajaban con las expediciones a ellas de donde sacaba una buenas cantidades, también recibió un mal trato del monarca portugués, por lo que sin dudarlo se puso del lado de Magallanes. Consiguió estar en la presencia del don Manuel, Rey de Portugal a quien le manifestó que abandonaba el país, para prestar sus servicios a otro monarca que le hiciera más caso, pero sin nombrar para nada al Rey de España

Con todo este respaldo, se adelantó a presentarse en la Casa de la Contracción de Sevilla el día veinte de octubre del año de 1517, pensando que la tal Casa tenía suficiente poder para decidir sobre la cuestión, pero se le informó que no era así, pues todo debía llevar el visado del Rey. Además se encontró, con que el Rey español aun no había llegado a su reino, pues sabemos que zarpó de Flandes, arribando a Villaviciosa en el reino de Asturias, el día diecinueve de septiembre, continuo su navegación hasta arribar posteriormente a Santander y por tierra a San Vicente de la Barquera, siguiendo el viaje pasando por Reinosa a Burgos y desde aquí a Palencia, donde se acercó a visitar a su madre, la Reina doña Juana I, encarcelada por su padre (Fernando “El Católico” y que era su hija) en la fortaleza de Tordesillas, rindiendo viaje en la ciudad de Valladolid el día dieciocho de noviembre.

Al serle comunicada esta indisponibilidad pasajera del nuevo Rey, decidió quedarse en Sevilla a la espera de Rui Falero. Preguntó por la ciudad y le dirigieron a casa de un compatriota, don Diego Barbosa, que era comendador de la Orden de Santiago y teniente de alcalde de las Reales Atarazanas de la ciudad; tal fue la acogida que se le brindó, el trato y obsequios que le otorgaron, que decidió el casarse con la hija de don Diego, doña Beatriz Barbosa. Que aunque no se sabe la fecha exacta, es razonable pensar que fuera con anterioridad al día veinte de enero del año de 1518, pues en esta fecha salió en dirección a Valladolid, para ser recibido por el Rey, con la presentación de que; «…para Castilla su propuesta era un gran negocio»

Consiguió ser recibido en casa del factor de la Casa de Contratación, don Juan de Aranda, donde también fue muy bien acogido y por no serle infiel en sus pretensiones, le comunicó la realidad de su proyecto, explicándole todos los pormenores de sus investigaciones, lo que indudablemente produjo en don Juan una gran sorpresa y su apoyo incondicional al proyecto de la expedición. Lo que no supo Magallanes, es que el factor don Juan de Aranda, al recibir esa información, envío la demanda de informes a Portugal, los cuales le ratificaron las buenas formas de Magallanes y que era previsible un gran triunfo; esto convenció a Aranda, quien a su vez envió al Gran Canciller una referencia reservada, en la que le comunicaba el proyecto y que Magallanes era persona de confianza y fiable y su exploración, con muchas posibilidades de ser un acierto.

Al fin consiguió llegar su amigo Rui Falero, a quien se le indicó, que todo el proyecto era ya conocido en la Casa de Contratación, por lo que se molestó con Magallanes, porque previamente ellos habían concertado, que nada se diría de su estudio y proyecto, hasta estar seguros de que sería aprobado por el Rey y previéndole ahora, de que si algo fallaba, él sería el culpable de todo lo que ocurriera, ya que los españoles ahora ya estaban en su conocimiento y podían formar la expedición sin ellos, a parte de haber faltado a su palabra, que en el fondo era lo que más le molestaba. Después de unas largas conversaciones entre ambos, concluyeron en firmar otras capitulaciones, en la que quedaba muy bien reflejado, la obligación de comunicarse los dos cualquier cosa que tuviera que ver con el proyecto, sin excusa ni pretexto y que sería decidido entre ellos si esa información se daba o no.

Al mismo tiempo, decidieron el viajar a Valladolid, pues el factor parecía que estaba alargando el asunto, ya que siempre le decía que esperasen respuesta al informe por él enviado a la Corte, pero ellos se decidieron a no esperar más. El factor, al ver que ya no había más tiempo, se ofreció a viajar con ellos hasta la Corte, pero le contestaron que lo harían por caminos separados, pues él y como a su rango le correspondía, lo haría por el ‹camino de la plata›, mientras que ellos lo efectuarían por el de Toledo, consiguiendo Aranda el llegar al acuerdo, por si recibía antes de alcanzar la Corte la respuesta esperada, el que se esperasen o él se esperaría en la población de Medina del Campo. Al fin ya todo decidido y firmado, se pusieron en camino, el día veinte de enero del año de 1518, coincidiendo en el viaje con la duquesa de Arcos, realizando el camino por la vía de Escalona, mientras que el mismo día salía don Juan de Aranda, por la otra ruta ya descrita.

La sorpresa vino, al estar a unas tres leguas de Sevilla ya en el camino, se vió venir a un correo Real, quién demandó la presencia del factor y sabedor de que efectivamente en el carruaje iba, le entregó la respuesta del Rey a su escrito, el que tanto tiempo habían estado esperando. En el documento se le pedía a don Juan, que fuera a la Corte en compañía de Magallanes, ya que su Majestad tenía ganas de conocer a tan insigne persona para agradecerle de esta forma y personalmente, su dedicación y entrega a un Rey que no era el suyo, lo cual le engrandecía mucho más. Don Juan no perdió el tiempo, ordenando a uno de sus hombres, que llevara un escrito a la otra carroza que viajaba por el otro camino, se le entregó el documento y salió en su búsqueda, consiguiendo alcanzarlos en el puerto del Herradón, siéndole entregado a Magallanes, que lo leyó y se alegró mucho de la gran noticia, y como figuraba en el documento, que se verían en Medina del Campo, allí se dirigieron.

Al llegar a esta población, ya les esperaba don Juan, pero ahora Falero ya no se oponía a viajar juntos, por lo que los tres y en el carruaje del factor, se pusieron en camino a la ciudad de Valladolid. En el viaje, don Juan de Aranda les comentó que si podían darle parte de lo que se pudiese ganar en el viaje, pues gracias a él y a su determinación de dirigirse al Rey, este proceder había allanado el camino, pidiéndoles un octavo de todo, pues ya había adelantado dinero a Falero en Sevilla, pero éste se negó, al hacerlo, don Juan les dijo que nada aceptaría de ellos, por ser una razón que en si misma beneficiaba a su Rey y a todo su pueblo. Al estar en las cercanías de Puente Duero, se separaron, tomando el camino a la población de Simancas, Magallanes y Falero, mientras que don Juan de Aranda se dirigió a la ciudad de Valladolid, en la población permanecieron tres días, los que le costo a don Juan el convencer del todo al Monarca.

Al llegar a la ciudad, fueron recibidos por don Juan, quién les acompañó a visitar y hablar con el Gran Canciller, el Cardenal y el Obispo de Burgos Fonseca, tratando siempre don Juan de que se llegase a formalizar el asiento, por lo que con el escribano, se fueron dictando normas y cláusulas, para el buen fin de la empresa y al ver este gran trabajo de don Juan, convinieron Magallanes y Falero, otorgarle el octavo de los beneficios que se obtuvieran de la empresa, siendo el día veintitrés de febrero del año de 1518, cuando estamparon sus firmar en escritura pública, con la única condición, de que fuera la corona la que corriera con los gastos de formalizar la empresa.

Se dice, que en la entrevista con tan dignos personajes, Magallanes les explicaba lo beneficioso que resultaría para España, el poder hacer el comercio de las especias de Malaca, de las que estaba convencido que pertenecían a Castilla, pero que los portugueses se estaban aprovechando de ellos a través de la vuelta por el cabo de Buena Esperanza y que para ello, llevaba un globo perfectamente dibujado, en el que quedaba muy clara esta posibilidad y la pertenencia de las Malacas a Castilla. Y que incluso, ya en presencia del Monarca, valiéndose del globo insistía en la ruta que debía de llevar la expedición, pero sin desvelar la situación del estrecho, ó al menos donde el suponía que debía de estar, para que nadie le pudiera robar su sueño.

Pero tanto el Rey como sus consejeros, por la creencia de la época de que el continente americano iba de Norte a Sur sin interrupción, no terminaban de quedar convencidos, por lo que juzgaban de muy alto riesgo la expedición, pero a su favor estaba, que si se lograba el beneficio para la monarquía era casi absoluto, ya que dejaban de utilizar las aguas de las demarcaciones que correspondían a los portugueses y utilizar solo las correspondientes a Castilla, por lo que a partir de ese instante ya nadie podría interponerse en el tráfico mercantil, lo que daba un libertad de movimientos, que bien valía el riesgo. Las dudas alargaron las conversaciones, lo que llevado por su ímpetu, Magallanes dijo que se ponía al frente de la expedición y que las naos, y la composición de la armada, correría a cargo de Cristóbal de Haro, y sus amigos acabando así con las dudas de todos.

Esta jugada pura de una persona convencida de sus previsiones y nada alocado, terminó por convencer al Rey, quién ordenó que se formalizaran los documentos, para llevarla a efecto, siendo de cargo del Monarca la expedición por completo, dando al mismo tiempo la orden a Magallanes, de que en persona se encargase de realizar los preparativos para llevarla a buen fin. Así decidido, no se perdió tiempo y tanto Magallanes como Falero, presentaron el correspondiente escrito, en el que ofrecían al Rey los dominios de todo lo descubierto e intentar abrir unas rutas navegables para su fácil comunicación, así como el guardase para ellos las mercedes que dieran lugar a ello el descubrimiento, pero explicando que tanto si era a cuenta de la corona, como si lo era de los que ya se habían ofrecido.

Así se le presentó al Rey, el cual y como ya tenía tomada la decisión, se ciñó exclusivamente a la primera forma, ya que desde ese instante él era el que decidía quien iba o se quedaba, por que era quien pagaba la expedición. El mencionado documento, no lo transcribo por su extensión y porque, aunque interesante no es vital para la biografía de Magallanes, pero consta de nueve puntos la primera parte y la segunda de otros cinco, pero si alguien lo quiere conocer, lo puede consultar en; Archivo de Indias. Sevilla. Legajo 1º. Papeles del Maluco, 1519, 1547.

Por fin el día veintidós de marzo del año de 1518, se firmó el contrato en un solemne acto, en el que se concluyó que la expedición estaría compuestas por cinco naves, con todos los bastimentos y artillería necesarios para tan larga travesía; así como el otorgamiento del título de capitanes de esta armada, con todas las facultades de las que siempre habían gozado éstos en la de Castilla, así como la orden a la Casa de Contratación del pago de su sueldo, por importe de cincuenta mil maravedís. El Rey permaneció en Valladolid hasta darse por concluidas las Cortes de Castilla, siendo a principios del mes de abril, cuando partió la Corte en dirección al reino de Aragón, pero el Monarca quiso al llegar a Aranda de Duero, el que la expedición no sufriera mucho retraso y al mismo tiempo, dar prebendas a Magallanes y Falero para que estos no se sintieran apartados de su real afecto, para que nada enturbiara las inmejorables relaciones entre ellos y don Carlos, por ello con fecha del día diecisiete de mismo mes, dictó unas reales cédulas, en las que mandaba lo siguiente:

«1º Que además del sueldo que les había asignado como capitanes suyos, se les abonasen ocho mil maravedís cada mes mientras sirviesen en la armada en que iban a descubrir.

2º que también se le diese a cada uno treinta mil maravedís para ayuda de costa, la cual cobraron el día siete de mayo.

3º que aun cuando muriesen en la demanda, se cumpliesen en sus herederos las mercedes que les habían concedido a perpetuidad, siempre que dejasen a sus sucesores en el mando tal instrucción que asegurase la conclusión de la empresa.

4º que los oficiales de la Contratación hiciesen examinar de pilotaje al sujeto que presentasen Magallanes y Falero, como éstos lo habían solicitado, y hallándolos hábil se le nombrase piloto real, con veinte mil maravedís de salario, sin los tres mil que debería disfrutar mensualmente mientras durase el viaje.

5º Que los mismos capitanes observasen la instrucción que se les enviaba, y en la cual se les prevenía, entre otras cosas, que fuesen a Sevilla y entendiesen con los oficiales de la Contratación en aprestar la armada, que irían factores, contadores y escribanos nombrados por el Rey; que por mano de éstos se haría todo rescate y trato, y que cuanto se adquiriese se entregase al tesorero o factor que fuese por S.A., quien lo traería a la Casa de Sevilla.»

Desde Aranda pasando por Calatayud, llegó la Corte el día siete de mayo a la ciudad de Zaragoza, pero para dejar que se pudieran realizar los preparativos, el Monarca se hospedo en la Aljafería, por lo que la entrada en la capital, tuvo lugar el día quince.

Todo esto viene a cuento, porque a la Corte le seguían Magallanes y Falero, pues como aun quedaban cosas por aclarar y se retrasaban más de lo que ellos quisieran, no perdían de vista al Rey. Y aquí entra en juego la diplomacia, pues llegó a la Corte el embajador del Rey don Manuel, don Álvaro de Costa, que era el camarero y guardarropa de su Majestad, con la excusa de plantear la boda de su Rey con la infanta de España doña Leonor, a la sazón hermana de don Carlos.

Aquí haremos una pequeña reseña de esta infanta de España, pues son pocos los casos que como el de ella se dieron, pues fue Reina de Portugal por casamiento con don Manuel, pero enviudó, por conveniencias de estado, ya nada podía hacer en este reino, así que don Carlos le buscó nuevo novio y se desposó con el rey de Francia don Francisco I, del cual también enviudó, lo que le decidió regresar a España y permanecer al lado de su hermano; ella había nacido en Flandes el quince de noviembre del año de 1498 y falleció en Talavera de Badajoz, en el mes de febrero del año de 1558, habiendo sido reina dos veces de los dos países más poderosos de la época y vino a morir a su patria. ¿Qué más se le puede pedir?

Pero el ínclito embajador, no perdía un momento en su verdadero objetivo, lo que le llevó a entrevistarse con Magallanes, al que le dijo, que si proseguía con la expedición a las órdenes del Rey de España, estaba ofendiendo a Dios y a su Rey, además de manchar para siempre su honra y reputación, pues era patente que el perjuicio que ocasionaba a su patria, sería trasladado a sus descendientes y parientes, que aún vivían en Portugal. A lo que Magallanes, le contestó, que él ya le había dado su palabra al Rey don Carlos y que el faltar a ella, eso si le causaría un deshonor profundo en su persona y que lo arrastraría el resto de su vida en su conciencia, por lo que se mantenía en ella y despreciaba cuanta amenaza viniera de su otrora país. Al ver fallido su intento de convencer a Magallanes, no se arredró y se dirigió a visitar al Rey don Carlos, a quien se dirigió con palabras enérgicas, diciéndole que no era conveniente que por tan poca cosa y no siendo costumbre que un Rey acogiera a unos ilusionistas, desarraigados por otro Rey, no era de caballeros el que ambos se enemistaran por unos vasallos.

Don Carlos le respondió, que no era su intención molestar al rey de Portugal, pero que si quería alguna explicación más, que lo hablara con el Cardenal, pues estaba enterado de todo y mejor que él, le podría responder a sus preguntas. (Por algo se inventó el toreo en España). El Cardenal, no era precisamente un amigo de Magallanes, por lo que al recibir al embajador portugués, le reconvino diciéndole, que si él podía en el momento adecuado, intervendría para que la expedición no tuviera lugar. Siendo sabedor de esto don Carlos, consultó con el Obispo de Burgos (Fonseca), que éste si era uno de los más entusiasta de la empresa, pero para ser más objetivo, pidió informes a dos personas que formaban parte del Consejo de Indias.

Los cuales enviaron al Rey un documento, en el que le decían su opinión al respecto, entre otras cosas, que si el descubrimiento de ese paso se efectuaba y las tierras a descubrir realmente pertenecían a Castilla, si se interrumpía la expedición, eso redundaría en beneficio del reino de Portugal y por lo tanto, en mengua del de España, así su parecer era, que nada se debía alterar de todo lo ya dispuesto, para mayor grandeza de Su Majestad y sus descendientes. Don Carlos, al recibir estas opiniones de personas muy entendidas en la materia y los buenos consejos del Obispo de Burgos, que le indicaba que era lo mejor para todos, el Rey se reafirmo totalmente en proteger la empresa como cosa propia, por lo que hizo llamar al embajador y le dijo, que nada ni nadie osara el interponerse en su Real decisión. Así que el fracasado embajador no tuvo más remedio, que poner en conocimiento de su Rey la situación, en el escrito, le decía que la decisión de don Carlos era irrevocable y que lo único que se le ocurría, era que don Manuel, llamara a Magallanes a su presencia y le otorgara todo lo que él demandara sin límites, para prestar así un buen servicio a Portugal; pero al mismo tiempo, que desestimase el hacer lo mismo con Falero, pues por lo hablado con él, le parecía que no estaba en sus cabales.

Al llegar estas noticias a Portugal, se dividieron las opiniones, mientras unos apoyaban el retorno con todos los parabienes, los otros lo rehusaban, para que no sirviera de ejemplo y muchos más siguieran su camino, para ganar prebendas inmerecidas y que de llevarse a efecto, el Rey estaría en un grave aprieto y eso no era conveniente, ni para Su Majestad ni para Portugal.

Se sabe, que entre las múltiples opiniones de los cortesanos de don Manuel, hay una que deja pocas dudas en la forma de hacer ciertas cosas y que se transcribe en la obra de Faria «Europa portuguesa», en la que tratando el tema de Magallanes dice: «Hallábase aun entonces en Zaragoza el embajador don Álvaro de Costa, que tuvo disuadido al Magallanes destas pláticas, creyendo que avisado el Rey le restituiría a su gracia, y ni esto fue bastante. Sólo el obispo de Lamego, don Fernando de Vasconcelos, votó que el Rey o le hiciese merced o le hiciese matar, porque era peligrosísimo para el reino lo que intentaba.»

(Luego los malos son los que obedecen. En todas partes se trataban las cosas igual, así que ni somos los más malos, pero tampoco los más buenos, pero en el fondo, más de lo último que de lo anterior. También resaltar la firmeza de carácter de don Carlos, por la forma en que le contesta al embajador.)

Pero estas noticias llegaron a Zaragoza, por lo que nos cuenta Herrera: que al estar amenazados Magallanes y Falero de muerte: «…andaban entrambos a sombras de tejado, y cuando les tomaba la noche en casa del obispo de Burgos, enviaba sus criados que le acompañasen.» Llegando a conocimiento de don Carlos estas noticias, ordenó el inmediato traslado de Magallanes y Falero, a Sevilla; pero para que no creyesen que su intención era el deshacerse de ellos, le mandó llamar y en audiencia pública, en presencia de todo su Consejo, les otorgó el título de: «Caballeros de la Orden de Santiago, los confirmó en sus cargos de capitanes de la expedición y aceptó en su totalidad, las cláusulas estipuladas en el documento firmado en Valladolid a 22 de marzo de aquel año.»

Recibida la orden y por su seguridad partieron camino a Sevilla, a su llegada y primeras entrevistas con los oficiales de la Casa de contratación, se dieron cuenta que estos no les apreciaban mucho, ya que se encontraban molestos por el gran recibimiento que se les dio en su primera estancia en la ciudad; además se les comunicó que estaban esperando la confirmación Real para proceder a formalizar la escuadra. De hecho, los mencionados oficiales habían escrito al Rey, explicándole lo complicado de la empresa, a parte de no disponer de fondos para el apresto de ella. En definitiva, a pesar del poder absoluto del Rey, siempre había una forma sutil de retrasar las cosas a pesar de las órdenes manifestadas favorablemente, como ya se ha dicho, pero los pagos a cuenta del retraso del Rey de Portugal tenían su efecto.

Por lo que Rey otra vez pidió informes a sus consejeros, vistos estos les envió una real cédula que dice así: «En nombre de Su Majestad y desde Zaragoza, se envía esta carta que firma don Francisco de los Cobos; tomados los convenientes informes, es su voluntad que se efectúe el consabido viaje, conforme al memorial que se les envía firmado del Obispo de Burgos (Fonseca); y que de los cinco mil pesos de oro que habían llegado para S. M. de la isla Fernandina, gastasen hasta seis mil ducados o  lo que fuese necesario conforme a dicho memorial, a vista, contentamiento y parecer de los mismos Magallanes y Falero; que algunas cosas se hallarían mejores y más batas en Vizcaya, y que se había mandado al capitán Nicolás de Artieta que las comprase allí; que las que se hubieren de traer de Flandes se traigan; luego, que las demás se compren y aparejen con prontitud, y que todo se abone y pague en la forma que se expresa.»

Mientras tanto en la ciudad de Zaragoza, se había concluido el tratado de matrimonio entre la infanta de España y el Rey de Portugal. Por las premuras del embajador portugués, a los pocos días de formalizarse los documentos del enlace matrimonial, quiso ponerse a su labor de estropear la expedición con todas sus fuerzas, mientras tanto partió la comitiva Real con todo su fastuoso acompañamiento el día trece de julio. Don Carlos, pensó que era un buen momento para entregar un mensaje para el Rey de Portugal, que ahora era su cuñado, expresándole que lo de Magallanes no iba en contra suya en ningún momento y que en nada afectaría a sus buenas relaciones, ya que no se perjudicaba al reino en, ni bajo ningún concepto. El embajador no se quedo muy satisfecho del escrito, haciendo entrega de él a un alto cargo de la comitiva Real; por lo que se quedó todavía en la ciudad de Barcelona, ya que era conocedor de que la empresa seguía adelante y cada vez tenía menos tiempo para interferir en ella.

Desde su llegada a Sevilla, Magallanes no dejaba de estar presente en todas las decisiones que se tomaban al respecto, pues era conocedor de las presiones que podía ejercer el pago de “regalos”, que el Rey de Portugal podía estar haciendo a los miembros de la Casa de Contratación, ya que las voluntades son muchas, pero las monedas de oro podían lograr muchas cosas en su contra. De hecho cada dos o tres días, le enviaba una carta al Rey y otra a su protector el obispo de Burgos, que al recibo de estas desde ellos emanaban órdenes a la Casa de Contratación, para que se acelerara el apresto de las naves, pero a pesar de todo esto, hubo que poner dineros de los que estaban a favor de la empresa, como el propio tesorero don Alonso Gutiérrez y don Cristóbal de Haro, que de su pecunio particular estaba pagando materiales, que debía de estar pagando los de la Casa.

Pero los enemigos estaban por todas parte y lo peor, como siempre a escondidas y ocultos, pues no paraba de recibir ofrecimientos y dádivas, para que desistiera de su empresa, más recomendaciones de que regresase a Portugal, donde el Rey seguro, que le atendería como a su honor y privilegios le correspondía; a lo que Magallanes hacía oídos sordo. Como queda dicho, el dinero mueve muchas voluntades, por ello sucedió que al ir a lanzar al agua la nao capitana, bajo la advocación de la Santísima Trinidad, el día veintidós de octubre del año de 1588, Magallanes se presentó en el lugar muy temprano, y se entretuvo en ir mirando todos los aparejos y cabrestantes, que debían entrar en juego para el buen funcionamiento del evento. Sucediendo que los trabajadores, izaron cuatro banderas de las armas de Magallanes, dejando espacio y lugar apropiado para izar las del Rey, pero los maldicientes comenzaron a correr la voz de que esas eran las banderas del Rey de Portugal, por lo que pronto se armó una buena refriega. Esto provocó, que hiciera acto de presencia, un alcalde de la mar, quien ordenó al populacho que subieran a la nao las arrancaran y rompieran, a lo que tuvo que intervenir Magallanes, diciendo que no eran las armas del Rey de Portugal sino la suyas y que mientras el estuviera allí, ningún pabellón se izaría que no fuera el de su benefactor el Rey de España, de quién era vasallo; esto calmó un poco los ánimos y se continuó trabajando.

A tanto había llegado el desasosiego, que hizo acto de presencia el doctor Sancho de Matienzo, quién tuvo que intervenir, pues el alcalde de la mar, prosiguió dando la orden de que se arrancaran, por lo que don Sancho, para evitar males mayores le pidió a Magallanes que quitara sus banderas, y viendo que cada vez se reunía más gente, optó por hacer caso y así se calmó la tormenta. Pero entre tanto, al parecer un enviado del Rey de Portugal, aprovechó ese instante, para acercarse a Magallanes, diciéndole; que eso no le hubiera pasado en su tierra y que debería de regresar, pues allí se le quería mucho. ¿No es mucha casualidad que un compatriota estuviera tan atento a todo lo que estaba ocurriendo? Continuó el problema, pues el alcalde mandó llamar al teniente de almirante, para que fuera consecuente con la causa que se defendía; por lo que llegado el teniente de almirante, se trajo consigo a varias personas más, las cuales querían aprehender a Magallanes, llegando incluso a amenazar de muerte al doctor Matienzo, quien reaccionó, diciendo, que tal comportamiento con persona que gozaba del privilegio Real traería muy malas consecuencias. Habiendo aumentado considerablemente el gentío, Magallanes se decidió a irse y que lanzaran al agua los trabajadores la nao, pero esta actitud significaba que el vaso se podría perder, por alguna negligencia por no estar él presente, ello llevó de nuevo a intervenir al doctor Matienzo, para que no se ausentará pues podía muy bien pasar cualquier cosa, que echara por tierra todo el trabajo realizado hasta ese momento, consintiendo Magallanes el estar presente, pero que se agilizara el trabajo y así se hizo.

Pero la indignación de Magallanes, no se dejó de sentir, pues escribió a don Carlos, para que fuera sabedor de todo lo que se estaba tramando con tal de impedir el apresto de la expedición. Mientras el doctor Matienzo, hizo lo propio, para que Su Majestad no pudiera pensar que era una letanía de Magallanes, refrendando así los hechos y el peligro en que estuvieron sus vidas. Al poco tiempo recibieron ambos un correo Real; don Carlos se lamentaba de lo sucedido y le daba las gracias al doctor Matienzo por tratar de evitar lo que parecía ya imposible de parar. Pero en el mismo correo, se adjuntaba otro para la Casa de la Contratación, en el que se reprendía enérgicamente al asistente de la ciudad y a la propia ciudad, por no haber intervenido en contra del alcalde del almirante, ordenando al mismo tiempo a los oficiales de la Casa de la Contratación, a que investigaran el asunto, informaran al Rey y que se decidiría el castigo a recibir por los insubordinados a su persona.

Pegado como una lapa seguía el embajador portugués a la Corte, ya que a principios del año de 1519, ésta salió de Zaragoza con dirección a Lérida, llegando a Barcelona el día quince de febrero, y el personaje en cuestión no cejó en su empeño. Pues era conocedor, de que don Carlos se mantenía muy bien informado, tanto por los correos de Magallanes, como por los del obispo Fonseca de Burgos; pero S. M. consideró que ya era hora de dar comienzo en serio a la expedición, nombrando a las personas adecuadas para ir formándola.

El día treinta de marzo, escribió la primera de las órdenes, en la que se nombraba tesorero de ella a don Luis de Mendoza; veedor general y capitán de la tercera nao, a don Juan de Cartagena, ya que el mando de las dos primeras era para Magallanes y Falero, quienes ya estaban nombrados. Aquí viene a colación el documento de esta orden, para ratificar algo que muchos historiadores olvidan y que queda reflejado plenamente en él.

Y no es otra cosa, que todo un Emperador del Sacro Imperio, Rey de España, Flandes, medía península itálica, y casi toda la América conocida, siempre que su real mano firmaba un documento, con referencia ó como rey de Castilla, anteponía a su nombre y persona, el de su madre la reina doña Juana I, esa que todos la llaman “La Loca”, ya que ella era en realidad la Reina de Castilla, proclamada por las cortes de este reino y como muestra de ello, ahora se transcribirán los dichos documentos, pues en todos está igual, pero no vamos a relacionarlos en su totalidad, pues haría innecesaria la confirmación mencionada y además a buen seguro que cansaría al posible lector.

«Extracto del nombramiento de tesorero de la armada a Luis de Mendoza. (Archivo de Indias en Sevilla, Registro de reales cédulas, legajo 2º)

Cédula de los señores Reyes doña Juana y dos Carlos, su hijo, nombrando tesorero de la armada del descubrimiento de la Especiería a Luis de Mendoza para que tomase y recibiese todo lo perteneciente a SS. AA., ya de rescates, ya de otras cosas, tanto en la mar como en la tierra, según la instrucción que se daba, firmada por el Rey y conforme a la capitulación y asiento hecho con Rui Falero y Fernando de Magallanes; mandando a estos mismos y a Juan de Cartagena, veedor general de la armada, y demás oficiales de ella, lo tengan por tal tesorero, y que no puedan rescatar cosa alguna de lo que fuere en ella sin que se halle presente con los mismos capitanes y el veedor general; señalándosele por este empleo 60.000 maravedís de salario anual durante el viaje.»

«Extracto del título de veedor general de la armada a Juan de Cartagena. (Archivo de Indias, de Sevilla, Registro de reales cédulas, legajo 2º)

Cédula expedida por los señores Reyes doña Juana y su hijo, nombrando veedor general de la armada al descubrimiento de la Especiería a Juan de Cartagena, y que use dicho oficio conforme a la instrucción que se le dio firmada por el Rey; debiendo presenciar los rescates y presas que por la mar como en tierra, todo conforme a la capitulación concluida con Fernando de Magallanes y Rui Falero, y que antes de partir la armada tome cuenta de todo lo que en ella fuere; señalándosele por vía de salario 70.000 maravedís desde el día que partiese la armada hasta su regreso a España.»

«Extracto del título de capitán de la tercera nao de la armada a Juan de Cartagena. (Archivo de Indias, de Sevilla, Registro de reales cédulas, legajo 2º)

Cédula de los señores Reyes doña Juana y su hijo, nombrando a Juan de Cartagena por capitán de la tercera nao de la armada de Fernando Magallanes y Rui Falero, con condición de que escogidos por ambos los navíos que habían de mandar, le diesen a él el tercero, llevando de salario anual el de 40.000 maravedís, que deberían correr hasta su vuelta a España de regreso del descubrimiento de la Especiería.»

Como se verá en las tres cédulas de nombramiento, que están firmadas el mismo día treinta de marzo del año de 1519, se antepone el nombre de la Reina doña Juana, consideramos que no hace falta más, pues la lista sería interminable, y como dice el refrán: con un botón para muestra, basta.

Con fecha del día cinco de mayo, se recibió en la Casa de Contratación, otra cédula, que ordenaba lo siguiente:

«1º Que no fuesen en la armada más de 235 hombres conforme se asentó; antes, si ser pudiese y sin hacer falta, se disminuyese su número, pero siempre su recibo o admisión fuese con parecer o a juicio de Magallanes ‹por cuanto tiene de esto más experiencia›. 2º Que él y Falero declarasen por escrito la derrota que se hubiera de llevar, y según ella y con su acuerdo se formase la instrucción con todos los regimientos de altura que dieren, mostrándola a los pilotos que han de ir y entregando a cada uno un traslado autorizado para su observancia. 3º Que la pólvora, municiones, armas y otras cosas que sobraren y no fueren necesarias las reciban y conserven para emplearlas cuando convenga, pagando a dichos capitanes lo que les hubieren costado, en la inteligencia que S. A. recibirá agradable servicio de que en todo sean asistidos a su satisfacción y de que mediante el trabajo y diligencia de los mismos oficiales saliese la armada para el tiempo que se mandaba o antes si ser pudiere.»

Todo esto como se podrá advertir, consta en un documento, que se encuentra en el ya mencionado Archivo de Indias, Registro de reales cédulas, legajo 2º. Pero que fue enviado por el Rey, para ya no dejar cabo suelto y confirmar a los oficiales de la Casa de Contratación, que su real decisión era inalterable y que se evitara a toda costa, malos entendidos que retrasasen la partida de la escuadra.

Pues sólo en el encabezamiento del mencionado documento, dice así: «El Rey. ==== Nuestros oficiales de la Casa de Contratación de las Indias que residís en la ciudad de Sevilla: Ya sabéis como conforme al asiento que mandé tomar con Fernando de Magallanes e Rui Falero, caballeros de la Orden de Santiago, nuestros capitanes de la armada que mandamos facer para descubrir, han de ir en la dicha armada…» (Queda bien claro, que el Rey no iba a consentir ningún retraso más, y si se producía, quedaban advertidos de cuales eran sus reales deseos.)

Pero al mismo tiempo, volvió a dirigir una nueva cédula a la Casa de Contratación, pues al parecer aún seguía habiendo retrasos, arguyendo la falta de materiales y pertrechos, para completar el armamento de la escuadra, y en este documento deja ya zanjada la cuestión. Pues pone en conocimiento de los oficiales de la Casa de Contratación, que por sus deseos se hará cargo de buscar los pertrechos pertinentes el Obispo de Burgos, agregando, que todos aquellos mercaderes que se avinieran a prestar su apoyo, primero serían pagados con los márgenes propios para sus beneficios, pero que además, y si se descubría en camino a la Especiería, tendrían el privilegio de ser los primeros en las tres siguientes expediciones, para así recompensarles de las posibles pérdidas del primer viaje.

Esta actitud del Rey y lo bien que se enfrentó al problema el obispo de Burgos, dio muy buenos resultado, pues sobre mediados de mes de abril, Fonseca comunicaba al Rey, que ya casi estaba todo en camino hacía Sevilla, dándose así por concluida la totalidad de las necesidades, demandadas por los capitanes Magallanes y Falero. Al mismo tiempo don Carlos, manda, que a don Francisco Falero, hermano de Rui, se le asignara un sueldo de 35.000 maravedís, para que fuera el intermediario directo entre los capitanes de la armada y la Casa de Contratación y que se le abonara este dinero, mientras estuviera la expedición en la mar y hasta su regreso. Proseguía, con la orden de aumentarle el sueldo en seis mil maravedís al piloto don Juan Rodríguez Mafra, que iría con Magallanes, para quedar igualado al resto de los de su mando y saber. Ofrecía a los pilotos y maestres, que si se comportaban como a lo que eran y cumplían sabiamente sus menesteres, a su vuelta y previo informe, para saber a quién se debía favorecer y a quién no, se les otorgarían mercedes y nombramientos en las Órdenes de Caballería. No dejaba nada al azar, pues ordenaba, que los cincuenta mil maravedís que debía recibir el capitán Magallanes y mientras durase el viaje, se deberían entregar a su esposa doña Beatriz de Barbosa.

Todas estas cédulas y órdenes, fueron firmadas en la ciudad de Barcelona, pero hay una providencia especial para Magallanes y Falero, en la que se deja constancia de todos sus poderes a cerca del viaje y sus responsabilidades, así como todo lo que deben de tener en cuenta y como actuar, ante diferentes incidentes si estos se producían. El documento es larguísimo, pues contiene solo 74 puntos, con un apéndice final, en el que queda reflejados todos y cada uno de los valores que cada responsable se podía traer, sin pago a la Real Hacienda, y sin reparto para el Monarca. Instrucción que dio el Rey a Magallanes y a Falero para el viaje al descubrimiento de las islas del Maluco (Archivo de Indias, Sevilla, papeles del maluco, legajo 1º de 1519 a 1547) Firmada por el Rey el día ocho de mayo del año de 1519.

«Yo Joan de Samano, escribano de SS. MM. y oficial de los libros y despachos de las Indias y tierra firme de SS. MM. doy fe: Que en los libros dichos está asentada una Instrucción firmada del Emperador y Rey nuestro señor, y señalada de algunos del su Consejo, su tenor de la cual es este que se sigue:

El Rey. === Lo que vos, Hernando de Magallanes e Rui Falero, caballeros de la Orden de Santiago, habéis de hacer en el cargo que ahora lleváis de nuestros capitanes generales de la armada que mandamos hacer en la ciudad de Sevilla para el descubrimiento que con la gracia de dios e su ayuda habéis de hacer, e la manera que en el dicho viaje habéis de tener, es la siguiente:

1º La principal cosa que vos mandamos y encargamos es, que en ninguna manera no consintáis que se toque ni descubra tierra, ni otra ninguna cosa, dentro en los límites del serenísimo Rey de Portugal, mi muy caro e muy amado tío y hermano, ni en su perjuicio, porque mi voluntad es que lo capitulado e asentado entre la corona real de Castilla y la de Portugal se guarde y cumpla muy enteramente, así como está capitulado.» Se ha trascrito solo el primer punto, porque de él ya se puede extraer la forma y lo minucioso que se le dicta las provisiones para cualquier evento susceptible que pudiera ocurrir; el resto es igual de explicito, concreto y exhaustivo.

Conforme iba avanzando el apresto de los buques, los agentes del rey de Portugal aumentaban su presión, llegando incluso a conocerse el nombre de uno de ellos, un tal Sebastián Álvarez, ya que se tiene conocimiento, de que escribió a su Rey con fecha del día dieciocho de julio del año de 1519, en el que comunica la llegada a Sevilla de Cristóbal de Haro, Juan de Cartagena, factor mayor y Juan Esteban, tesorero de la armada, por lo que nada escapaba a su conocimientos. Así mismo indica, que los oficiales de la Casa de Contratación estaban en contra de Magallanes, llegando a levantar tan falsos testimonios que consiguió el enfrentamiento, entre los recién llegados y estos oficiales, para que a su vez se pusieran en contra de Magallanes y Falero. Pero no se contentó con esto, pues visitó a Magallanes de nuevo en la posada donde habitaba, ofreciéndole de nuevo todos los parabienes de su Rey, al que estaba menospreciando y traicionando, pero que su amabilidad le perdonaba todo, con tal de que volviera a su país. Incluso, manifestó que los españoles tenían órdenes de quitarle el mando de la escuadra, pero que solo lo harían cuando ya no pudiera volverse atrás, de lo que estaba enterado Falero, pero que por promesas nada había comentado con él, por miedo a no percibir lo prometido, y que todo lo había tramado el obispo de Burgos, que si bien por delante era su mejor amigo, estaba decidiendo su porvenir por detrás.

Como se puede observar, si importante era el armamento de la escuadra, no lo era menos la cantidad de veces, que los diferentes agentes portugueses intentaron el estropear la buena marcha de la expedición y que mucho tuvieron que ver, en los sucesivos retrasos que se hubieron de hacer, por la falta de algo y sobre todo al ver que ya nada podían interrumpir, recurrían a intentar el enfrentamiento entre los propios españoles y Magallanes y Falero. Esto en parte tuvo su efecto, ya que Magallanes y Falero, se enfrentaron por el honor de portar el estandarte Real de Castilla, de resultas de estas nerviosas entrevistas, Falero cayó enfermo, así enterado el Rey le escribe un cédula a Magallanes desde Barcelona, fechada el día veintiséis de julio, en la que entre otras muchas cosas le comunica, que siendo sabedor del estado de salud de Falero, se quedase para no retrasar la partida de la escuadra y que viajaría en la escuadra que seguiría a la exploración, en cuanto se tuvieran noticias de ello.

Magallanes, contestó a don Carlos, que estaba de acuerdo, pero que en lugar de ir Ruy Falero, lo hiciera Juan de Cartagena ‹…como su conjunta persona›, cumpliendo así las reales provisiones con él firmadas en mejor servicio de Su Majestad; al mismo tiempo, que era conveniente, que Francisco Falero estuviera al mando de otra de las naos, con la intención de que Rui, le confiase a su hermano el método de observar la longitud del Este-Oeste, con los cálculos y planos para ello que ya tenía diseñados Rui, pues en ningún otro confiaría tan extraordinario trabajo, ya que sin ellos sería muy difícil el conseguir el encontrar el paso de los océanos. Con respecto a lo que también dictaba el Monarca, que por los manejos de los portugueses, quedaba prohibido el que estos formaran parte de la empresa, en buen resguardo de los malos vientos que podían suceder en el viaje, y que estos, con tal de malograr la empresa, se amotinaran ó perjudicaran los intereses de su Real Persona.

A lo que Magallanes le respondía, que como se había firmado él era el responsable de; «…que la gente de mar que se tomase fuese a su contento, como persona que de ello tenía mucha experiencia», lo que también se extendió a venecianos, griegos, bretones, franceses, alemanes y genoveses, pues todos ellos formaban un buen cuerpo de marineros apropiados para el buen servicio de Su Majestad. Y que la causa de todo esto, no era otra, que los oficiales de la Casa de Contratación, no habían hecho pregonar la empresa, en lugares tan apropiados como Málaga, Cádiz y en el propio territorio de Sevilla, pero que si esto se hacía y se presentaban gentes capaces, él no tenía ningún inconveniente en cambiarlos por otros, ya que solo se había limitado a escoger lo mejor de los que se habían ido presentando.

Había otro problema relacionado con los criados que Magallanes había escogido, pues eran todos portugueses hijosdalgos y familiares, pero el Rey ordenaba que no fueran más de cinco por cada nao, a lo que le contestó, que sino había más remedio, él solo quería lo mejor para Su Majestad y que si su Real Persona consideraba que no era conveniente, limitaría el número al mencionado, para no estorbar más en la partida de la escuadra. Pero los oficiales de la Casa de Contratación seguían haciendo de las suyas, por lo que llamaron a Magallanes y le dijeron que se habían recibido las órdenes del Rey (las arriba mencionadas) y que estaba todo dispuesto, así que ya quedaba en su mano el que bajase las naos por el río, para llevarlas a un punto de la costa a esperar un buen viento y poder zarpar. Ya que ellos habían ya cumplido con todo lo ordenado y que no sería por culpa de ellos el retraso de la expedición, sino suyo, por no cumplir las órdenes de Su Majestad, ya que por diligencia se había concluido con todas las previsiones reales y las naos estaban listas. Como se puede apreciar, hasta el último momento se veía clara la mano subrepticia del monarca portugués, pues ahora resultaba que por su “diligencia”, estaba todo concluido y que cualquier retraso sería solo de la responsabilidad de Magallanes.

A pesar de todo esto, aún se recibió una nueva cédula del Rey, en la que hacía unas mercedes, en las que se hacía referencia a que se le diese una pensión a doña Beatriz Barbosa esposa de Magallanes, a Francisco Falero, por dejar su casa y embarcarse, igualmente para su esposa y a Rui, para que se encargase de ir armando una segunda expedición, para en cuanto se tuvieran noticias del descubrimiento de Magallanes, se pusiera al frente de ella y poder prestar el apoyo debido al descubridor. Al mismo tiempo, que otorgaba otras mercedes, ya que se le daba la opción al veedor don Juan de Cartagena, de ser el primer alcaide de la primera fortaleza que se construyera en el paso descubierto, a los pilotos Esteban Gómez, Andrés de San Martín, Juan Rodríguez Mafra, Vasco Gallego y Juan López Carballo, se les concedía el privilegio, de no tener huéspedes en sus casa, aunque fuera la propia Corte la que los reclamara, así como algún privilegio más de pertenencia a Ordenes de Caballería, así como el adelanto del sueldo de un año, para que sus familias no estuvieran en la ruina y pudieran mantener el decoro, que les correspondía por su sacrificio y profesionalidad. Pero en la misma cédula, por informes recibidos por don Carlos, prohibía la permanencia en la escuadra, a Martín Mezquina y Pedro de Abreu, por su grave comportamiento y ser díscolos, lo que podía perjudicar el buen fin de la expedición y a su real servicio y ya en el punto final, se aviene Su Majestad, a que Magallanes pueda embarcar como máximo a diez portugueses, pero en toda la armada.

Magallanes, buen marino y mejor previsor, en los últimos meses había estado trabajando en un código de señales y reglamento para los buques, que servían tanto de día como de noche, para asegurarse de que nada quedaba sin previsión, manteniéndose así el orden y la disciplina en toda ella. (No hay forma de averiguar cuales eran, pues sería muy curioso el saberlo y lo adelantado de su forma de pensar, unido a sus grandes conocimientos sobre le tema. Pero una vez más nos quedamos con la miel en la boca). Al mismo tiempo, en la Real Cédula, se emitía una orden que era esta: «…para el asistente de Sevilla don Sancho Martínez de Leiva, para que entregase a Magallanes el estandarte Real en la Iglesia de Santa María de la Victoria, de Triana, recibiéndole bajo juramento y pleito de homenaje, según fuero y costumbre de Castilla, de que haría el viaje con toda fidelidad, como buen vasallo de S. M.; y que el mismo juramento y pleito homenaje hiciesen los capitanes y oficiales de la armada a Hernando de Magallanes, de que seguirían por su derrota y le obedecerían en todo; y formada la derrota que habían de seguir, se hizo con ella la instrucción, que los oficiales de la Casa de Contratación de Indias de Sevilla, entregaron firmada de sus nombres a los pilotos, encargando a los capitanes el no tocar en cosa de la demarcación del Rey de Portugal…»

Así ya todo completo, el día diecinueve de agosto del año de 1519, con todas las tripulaciones a bordo, ordenó Magallanes el efectuar una salva, para anunciar a toda Sevilla, que la expedición zarpaba con rumbo a su descubrimiento. La escuadra estaba compuesta, por las naos, capitanes y demás personas de cargo y responsabilidad, que se relacionan:

Trinidad. .del porte de 110 toneles y un coste de 270.000 maravedís.

Capitana. Capitán Mayor de la Armada; don Hernando de Magallanes, portugués. Piloto Mayor de S. Alteza, don Esteban Gómez, portugués. Escribano, don León de Ezpeleta, Maestre, don Juan Bautista de Punzorol, genovés. Alguacil, don Gonzalo Gómez de Espinosa. Contramaestre, don Francisco Albo, Axio, de Rodas. Cirujano, don Juan de Morales, Sevilla y Capellán, don Pedro de Valderrama, Ecija.

San Antonio. .del porte de 120 toneles y un coste de 330.000 maravedís.

Capitán y veedor de la Armada, don Juan de Cartagena. Contador, don Antonio Coca. Escribano, don Hierónimo Guerra. Piloto de S. M. Andrés de San Martín. Piloto de S. A. don Juan Rodríguez de Mafra. Maestre, don Juan de Elorriaga, Guipúzcoa y Contramaestre, don Diego Hernández, Sevilla.

Concepción. .del porte de 90 toneles y un coste de 228.750 maravedís.

Capitán, don Gaspar de Quesada. Escribano, don Sancho de Heredia. Piloto de S. A., don Joan López Caraballo, portugués. Maestre, Joan Sebastián de Elcano, Guetaria y Contramaestre, don Joan de Acurio, Bermeo.

Victoria. .del porte de 85 toneles y un coste de 300.000 maravedís.

Capitán y tesorero de la Armada, don Luis de Mendoza. Piloto de S. A., don Basco Gallego, portugués. Escribano, don Martín Méndez, Sevilla. Maestre, don Antón Salomón, Trápana, Sicilia. Contramaestre, don Miguel de Rodas, Rodas.

Santiago. .del porte de 75 toneles y un coste de 187.500 maravedís.

Capitán, piloto de S. A., don Joan Serrano, Sevilla. Escribano, don Antonio de Costa. Maestre, don Baltasar Ginovés, rivera de Génova y Contramaestre, don Bartolomé Prior.

(Hay que advertir aquí, que no hay que confundir el tonel vizcaíno, con la tonelada de los buques de la Carrera de Indias, ya que la diferencia está, en que la proporción era de cinco a seis, o sea, que diez toneles eran igual a doce toneladas).

Entre las distintas fuentes hay diferencia de tripulaciones, pues mientras Fernández de Navarrete, con los nombre y oficios de todos, da un total de doscientos treinta y nueve, en la de Pigaffeta se dan doscientos setenta, afirmando éste que los que fueron en ella no estaban todos enlistados, bien por ser personal de servicio a sueldo de sus amos o bien, simples enrolados que sin sueldo se incorporaron a ella, pues Magallanes siempre consideró que el número máximo marcado por el Rey era insuficiente, por eso se les facilitó el embarque. Así Pigafetta, nos da unos datos reveladores, pues nos cuenta que iban a bordo de las cinco naos, treinta y un portugueses; entre genoveses y venecianos, veintinueve; franceses, diecisiete; griegos, seis; flamencos, seis; alemanes, cinco (siendo estos últimos, los encargados de la artillería); ingleses, cuatro; malayos, dos; un morisco, más cuatro negros esclavos y los ciento sesenta y cinco restantes eran castellanos, siendo la inmensa mayoría de origen o procedencia de Vizcaya o vizcaínos, hombres duros de costa brava y mares agitados, por ello muy buenos navegantes.

Entre todos los buques, su artillería era la siguiente: Con el coste mencionado de construcción, llevaban incorporados sesenta y dos bersos de hierro con un peso de dos quintales cada uno, diez falcones de hierro y diez lombardas de hierro gruesas con cada tres servidores. Pero considerando que era poca, se le añadieron; cincuenta y dos bersos; siete falcones; tres lombardas gruesas y tres pasamuras.

Siendo el total de ellas como sigue: 120. .Bersos; 17. .Falcones; 13. .Lombardas y 3. .Pasamuras.

Siendo el armamento de los tripulantes, el siguiente: cien coseletes; cien petos con barbotes y casquetes; sesenta ballestas con trescientas sesenta docenas de saetas; cincuenta escopetas; un arnés y dos coseletes con todo completo para el capitán; doscientas rodelas; seis hojas de espada, que se quedó el capitán; noventa y cinco docenas de dardos; diez docenas de gorguces; mil lanzas; doscientas picas; seis chuzas y seis astas de lanzas; ciento veinte ovillos de hilo para las ballestas; siete piezas de dantas; cuatro cueros para proteger las armas y seis libras de esmeril para su limpieza.

Zarparon desde el punto donde se encuentra el puente del Guadalquivir, fueron bajando aguas y pasando por San Juan de Alfarache, posteriormente arribaron a Coria, y otras poblaciones, hasta alcanzar la de Sanlucar, donde lanzaron las anclas y permanecieron más de un mes, en espera de buenos vientos y terminando de transportar, las últimas y más frescas vituallas. En estas fechas redacta Magallanes un memorial para don Carlos, fechado en el mes de septiembre del año de 1519, que transcribimos por su importancia. Memorial que dejó al Rey Fernando de Magallanes cuando partió a su expedición, declarando las alturas y situación de las islas de la Especiería, y de las costas y cabos principales que entraban en la demarcación de la Corona de Castilla. (Original en el Archivo de Indias, en Sevilla. Legajo 1º de papeles del Maluco, desde 1519 a 1547).

«Muy poderoso señor===Porque podría ser que el Rey de Portugal quisiese en algún tiempo decir que las islas de Maluco están dentro de su demarcación, y podría mandar enviar las derrotas de las costas y acortar los golfos de la mar, sin que nadie se lo entendiese, ansí como yo lo entiendo, y sé cómo se podría hacer, quise por servicio a V. A. dejarle declarado las alturas de las tierras y cabos principales, y las alturas en que están, ansí de latitud como de longitud; y con esto será V. A. avisado para que, si subcediendolo dicho yo fuese fallecido, tenga sabido la verdad.

Iten. La isla de Sant Antón, que es una de las del Cabo Verde en la costa de Guinea, donde se hizo la repartición de estos reinos con los de Portugal, está la dicha isla a 22 grados al oriente de la línea de la repartición.

Iten. Está la dicha isla, conviene a saber, la punta del occidente a 17 grados de latitud.

Iten. El cabo de Sant Agustín, que es en la tierra del Brasil en la demarcación de Portugal, a 8 grados de latitud y a 20 de longitud de la línea de repartición.

Iten. El cabo de Santa María, que es la misma tierra del Brasil de Portugal, está en 35 grados de latitud, y seis grados de y cuarto de longitud de la dicha isla.

Iten. El cabo de Buena Esperanza con el cabo de Santa María se corre Leste-Oeste, y está el cabo de Buena Esperanza en 35 grados de latitud y a 65 grados de longitud al oriente de la línia.

Iten. El dicho cabo de Buena Esperanza está en derrota con Malaca Les-Nordeste, Oes-Sudueste, y hay 1.600 leguas de camino del dicho cabo de Buena Esperanza al puerto de Malaca.

Iten. El dicho puerto de Malaca está al Norte del equinoccial un grado, y hay della a la otra línia de la demarcación, que está a oriente, 17 grados y medio.

Iten. las islas del Maluco son cinco, conviene a saber, las tres que están, más allegadas a la segunda línia  de la demarcación, que están todas Norte-Sur a dos grados y medio de longitud, y la isla de en medio está debajo del equinoccial.

Iten. Las otras dos islas están de la manera de las dos primeras que es de Norte-Sur, y a cuatro grados al oriente de la segunda línia, conviene a saber, dos al Norte del equinoccial, y dos al Sur del equinoccial asentadas por los pilotos portugueses que las descubrieron.

Y esta membranza que a V. A. doy mande muy bien guardar, que ya podrá venir tiempo que sea necesaria, y excusará diferencias; y esto digo con sana conciencia, no teniendo respeto a otra cosa sino a decir verdad.»

Al mismo tiempo redactó su testamento, con fecha del día veinticuatro de septiembre y en Sevilla, a donde se desplazó para hacer entrega del memorial anterior. Y con la misma fecha, escribió a don Carlos una súplica, por estar haciendo una aportación, desde el día quince de junio anterior, fecha en que se le otorgó el hábito de la Orden de Santiago, por importe de doce mil quinientos maravedís al convento de nuestra Señora de la Victoria de Triana, para que tuvieran un disfrute mientras él estuviera vivo y para que rogasen a Dios, por el buen termino de la empresa, por lo que le suplicaba a S. A., que en su ausencia mandase a la Casa de Contratación que hiciera efectiva esa cantidad al mencionado convento, mientras él disfrutase de esa donación, que era la misma cantidad que se le pagaba por su pertenencia a la citada Orden.

Al llegar a Lisboa los informes de sus múltiples espías, se dice que don Manuel entró en cólera, pues para nada había servido todo su esfuerzo y que al final la empresa iba a zarpar en contra de su voluntad. Dando la orden, de enviar buques para avisar a los que ya estaban, con la orden expresa de que interrumpieran todo lo posible el buen navegar de la escuadra española, así se recibieron éstas y se enviaron naos al cabo de Buena Esperanza y al de Santa María, situado en el río de La Plata, con el fin de entorpecer o llegado el caso cortarles el paso. Pero pasado un tiempo, se le notificó que no habían cruzado por estos cabos, por lo que nada se podía hacer; esto le afectó aún más y ordenó el envió de seis naos armadas, a las órdenes de don Diego López de Sequeira, que era el Gobernador de la India, para que zarpara al Maluco e intentara el inutilizar la escuadra española, pero esto tampoco se pudo llevar a efecto, porque tuvieron graves problemas y no pudieron arribar al punto convenido.

Lo peor de todo, era la discordancia de los españoles, al ser mandados por un portugués, ya que en aquellos días nuestros enemigos eran ellos y esto hacía desconfiar a los españoles. Pero lo que queda de manifiesto, es la fortaleza de carácter y espíritu de Magallanes, ya que queda demostrado, lo mucho que sufrió para conseguir hacerse a la mar, con todas las trabas y problemas que se interpusieron en su camino, pero a todos venció y consiguió su objetivo. Porque ya sin mayores dilaciones, consiguió el aprovechar un buen viento y el día veinte de septiembre del año del Señor de 1519, se hizo a la vela desde el puerto de Sanlúcar de Barrameda.

Al salir de puntas, se puso rumbo al SO. Sin más problemas, éste les llevó a arribar a la isla de Santa Cruz de Tenerife, el día veintiséis, en ella se cargaron las naos, con más agua, carne y leña. El día veintinueve, zarparon con rumbo al puerto de Montaña Roja, que está en la misma isla, donde volvieron a lanzar las anclas en espera de una nao, que sabían venía detrás de ellos, cargada con más pez como provisión para la conservación de los vasos en aguas más cálidas. El día dos de octubre, volvieron a levar anclas y ganar el viento, cosa que se pudo hacer habiendo sucedido el ocaso, manteniendo el rumbo al SO., hasta alcanzar sobre el medio día siguiente, el paralelo 27º de latitud Norte, virando al Sur y con variaciones al mismo rumbo, más un cuarto.

Pero fue recriminado por Juan de Cartagena, porque en las instrucciones de navegación, que el mismo Magallanes había registrado y entregado al Rey y a todos los capitanes, con sus pilotos, decía que se mantendría al SO., hasta alcanzar el paralelo 24º Norte. Esta variación y el enfado de Juan de Cartagena, capitán de la San Antonio, es porque como ya queda dicho, al no poder ir en el viaje Rui Falero, el propio Magallanes había elegido a Juan, como su segundo y que en nada se podía variar lo escrito, si no estaban los dos de acuerdo y este cambio de rumbo, se había realizado sin consultarle. Ya que además este nuevo rumbo, les llevaba directos a Cabo Blanco en la costa de Guinea en poder de los portugueses y que eso no era conveniente para la escuadra, demandando el saber el porque de ese cambio de rumbo, pues nadie estaba al tanto de él.

Magallanes a la voz, le contestó; que de eso él no se preocupase por que no entendía, que se limitase a seguir el estandarte Real de día y el farol de noche y que nada más le contestaría, pues no pensaba el darle cuenta de estas alteraciones. Vaya juzgando el lector los acontecimientos, pues no son nada baladíes, por las funestas consecuencias que vendrían o traerían ciertas actitudes de un insigne marino, pero quizás algo engreído y de ahí las diferencia de comportamiento, con los más poderosos y con los que estaban a sus órdenes. Manteniendo el nuevo rumbo, la escuadra navegaba a buena velocidad, por lo que pasados quince días avistaron y cruzaron las islas de Cabo Verde, hasta alcanzar el paralelo de Sierra Leona, donde los vientos se calmaron durante veinte días y al levantarse estos, fueron contrarios al rumbo, lo que les obligó a navegar dando bordadas, para poder avanzar algo, a lo que se sumo un fuerte temporal y varios días de lluvia, pero aún así se consiguió alcanzar la línea equinoccial.

Esto les llevó como estaba previsto por Juan de Cartagena a las costas de Guinea, donde además les volvió a coger unas calmas y estando en esta situación, Juan ordenó a un marinero, que saludara al capitán de la escuadra, pues así estaba mandado por el Rey. Pero Magallanes, se sintió ofendido por ser un marinero el que lo había hecho y no el capitán de la nao, que era el obligado, por lo que contestó; que no quería ser saludado de esa forma y que se le llamara «capitán general», esta respuesta, fue respondida por Juan, diciéndole; «que con el mejor marinero de la nao le había saludado y que quizás otro día lo hiciera un paje», y además estuvo tres días sin volverlo a saludar. De momento nada pasó, pero unos días después ordenó Magallanes, que se presentaran a bordo todos los demás capitanes y pilotos, pues las calmas seguían; en la reunión con los ánimos estaban algo alterados se discutió fuerte y alto sobre la derrota, y la forma de saludar a la nao capitana. Al parecer la disputa fue tan agria, que Magallanes agarró del pecho a Juan y le dijo; «Sed preso», Cartagena demandó a los demás capitanes y pilotos que lo defendieran, pero ninguno le hizo caso, por lo que fue encepado de los pies y quedo preso.

Los demás compañeros, le rogaron a Magallanes que les fuera entregado Juan, pero solo consintió el entregárselo al tesorero don Luis de Mendoza, con la condición, de que cuando él lo demandara se le devolviera en el mismo estado. Para suplir a Juan de Cartagena al mando de la nao, nombró al contador don Antonio de Coca. Justo unas horas después se levanto el viento y prosiguieron viaje. El día veintinueve de noviembre, seguían rumbo SO., en demanda del cabo de San Agustín, restando otras veintisiete leguas para alcanzarlo, por lo que se volvió a cambiar el rumbo al SSO.

Hay que decir aquí, que a partir de esta fecha, da comienzo el diario de Navegación de don Francisco Albo, que es un muy apreciable documento además de ser único, pues constan todos los rumbos para poder seguir paso a paso, la derrota de Magallanes, pero con las consabidas advertencias, de que por los instrumentos de la época, son siempre aproximativos y no exactos, pues solo tenía a su disposición la aguja de marear. Así que pasamos a ir redactando lo mejor posible, todos estos datos para que se pueda apreciar lo costoso del navegar de aquellos días.

El día uno del mes de diciembre, se mantuvo el rumbo al SSO., hasta que el día cuatro para pasar en este día al del SO., un cuarto al Sur, con variaciones según lo vientos hasta el OSO., y SO., hasta el día ocho, siendo este día cuando se avistó la costa del Brasil, la cual era siempre de arenas planas o playas, estando en latitud 19º y 59’ Sur. Se mantuvieron barajando la costa, siendo reconocida sin bajar a tierra y levantándose planos de ella, hasta que el día trece se arribó y penetró en la bahía de Geneiro, al que los españoles lo bautizaron con el nombre de Santa Lucía, desembarcando en ella y hablando con los indígenas. Magallanes, antes de que desembarcaran las tripulaciones, advirtió que esos territorios eran pertenecientes al reino de Portugal, por lo que bajo pena de muerte, en ningún momento consentiría ningún desmán, para no increpar los ánimos del monarca y que provocara a la larga al Rey de España, así como no intentar el que abordaran las naos ningún nativo, pues no se debía de cargar con más bocas para consumir víveres.

Al mismo tiempo y ya en tierra, decidió hacer un cambio de mando, pues relevó al recién nombrado capitán de la nao San Antonio, don Antonio de Coca, poniendo en su lugar a su sobrino, que viajaba de sobresaliente en la nao de su mando, don Álvaro de la Mezquita. Y estando en esta bahía, el día diecisiete del mes de diciembre, el piloto don Andrés de San Martín, por la conjunción del planeta Júpiter con la Luna, sacó la latitud en la que se hallaban, pero por estar mal las tablas de Zacuto y el almanaque de Juan de Monte-Regio, se pudo comprobar que era errónea, pero al día siguiente, sí consiguió el posicionar correctamente, dando sus mediciones los 23º 45’ de latitud Sur. Durante estos días, consiguieron el hacer intercambios, por lo que se pudieron añadir a los víveres frescos, como frutas, aves y otros tipos de frutas, (que entre ellas se ha podido distinguir después, que era la piña), desconocida hasta entonces, que se conseguían en ese lugar. Por lo que estuvieron ya más pendientes del viento, el cual el día veintisiete se levantó favorable, por lo que levaron anclas y zarparon, continuando su viaje costeando y reconociendo las costas, con un rumbo con pequeñas variantes, al OSO.

Fueron descubriendo varias islas, al parecer siete en total, y al final de una de ellas sobre la costa una gran bahía, a la que llamaron «De los Reyes», por lo que al verla tan franca decidieron fondear en ella, pasando allí la noche del treinta y uno de diciembre del año de 1519. Al día siguiente, uno de enero del año de 1520, aprovechando otra buena racha de viento, levaron anclas e izaron velas, zarpando de la bahía y perdiendo de vista la tierra, pues se mantuvieron con rumbos, del SSO., SO., O., SO., un cuarto a Sur y SO., un cuarto al Oeste, manteniendo estos rumbos arribaron el día siete, en el cual ya se había arrumbado SO., un cuarto al Sur, llegando otra vez a lo largo de la costa y en estos momentos, en latitud de 32º 56’ Sur. Por estar tan cerca de tierra, se iban lanzando las sondas, siendo el día siguiente, ocho, cuando al lanzarla marcó una profundidad de cincuenta brazas, por lo que navegaron algo seguros, aun así el trabajo era de no confiarse mucho, pues eran mares desconocidos, por ello el día nueve, al lanzar la sonda les dio quince brazas y al observar la latitud se marcó la de 34º 31’, se aproximaron más a tierra y sondearon en doce brazas.

El día diez, se encontraban en 35º de latitud Sur, estando a la vista el cabo de Santa María, desde el cual la costa corría en dirección Oeste, pero siendo toda ella arenosa; divisaron un monte que anotaron en los planos y por su forma le dieron el nombre de Monte Vidi, a partir de aquí, se notó que el agua era dulce y los fondos iban disminuyendo con rapidez, pues en pocos cabos de distancia dio cinco, cuatro y tres brazas, pero como, las obras vivas de las naos lo permitían, fueron penetrando en el río, que no era otro que el después conocido como De La Plata. Fondearon y Magallanes trasbordo a la nao San Antonio, para navegar en demanda de ribera a ribera del río, así supo que su anchura era de veinte leguas, teniendo a la vista el cabo de San Antón y en demora al Sur, corriendo en dirección Norte-Sur con la montaña recién bautizada como Monte Vidi, se hallaba a una distancia de veintisiete leguas; estos trabajos duraron hasta el día siete de febrero. Después de averiguadas todas estas medidas, distancias y situado el lugar en las cartas náuticas, levaron anclas y se hicieron a la mar, pero al llegar a la altura del cabo de Santa María se levantó un temporal, lo que les obligó a retorcer a las aguas dulces, lo que aprovecharon para volver a hacer aguada y durante unos días consiguieron realizar una abundante pesca.

Los lugareños, se quedaron prendados de aquellas grandes naves, por lo que navegaban en sus piraguas alrededor de ellos, pero sin atreverse a abordarlas. Pero una noche, un solo indio se acercó y sin miedo alguno abordó la capitana, iba cubierto con una piel de cabra, al verlo Magallanes ordenó el entregarle una camisa de lienzo y otra de color rojo; se le enseñó (supongo que a propósito) una taza de plata, colocándosela en los pechos, comento que de eso había mucho en su tierra, descanso en la nao y a la mañana siguiente, desembarcó y abordando su piragua se fue a tierra, ya no volvió nunca jamás.

El día ocho, se levaron anclas y se hicieron a la mar, corriendo la costa desde cabo San Antón hasta el de Santa Polonia, el cual fue medido y se encuentra en latitud de 37º Sur; entre los dos cabos la costa llevaba dirección Sur, parando poco después al SO., por lo que se siguió ese rumbo, barajando la costa y levantando planos de ella, aunque pocas variaciones había con la anterior, pues seguía siendo arenosa y muy baja, como si fueran playas; estando a dos leguas de ella la sonda marcó un fondo de entre ocho a diez brazas. Continuaron la navegación, y el día nueve, se encontraban en la latitud 38º 30’ Sur, aquí era hondable, seguía siendo igual, pero algo más alta y corría al Oeste un cuarto al NO., llegando al final de ella, en la que a forma de cabo terminaba, pero por lo ya dicho a esta punta o cabo, se le bautizó como «De las Arenas.»

Las anotaciones se iban a veces alargando en el diario y otras no tanto, por eso ocurre que algunos días por no tener nada que destacar, solo se dan las posiciones. El día diez, se encontraban en latitud 38º 48’ Sur y la costa corría, en dirección de Este a Oeste, pero con mucho fondo. El día once, en la de 38º 47’ de latitud Sur, seguía en dirección Este-Oeste, viéndose en la costa, arenas como ya era habitual y varios montes pequeños. El día doce se viró el rumbo a OSO., y al llegar el ocaso, se lanzaron las anclas en un fondo de nueve brazas, pero casualmente al bornear la nao, se lanzó la sonda y marcó trece brazas, lo que indicaba que habían lanzado las anclas en algún bajo fondo y desde aquí, vieron como a unas leguas de distancia, se desataba una tormenta, con relámpagos, truenos y rayos, más mucha agua, y al parecer se encontraba ésta sobre el río Colorado. El día trece, se levaron anclas y se hicieron a la vela, pero tuvieron que navegar por un espacio de tiempo con rumbo al Norte, hallándose en un lugar que al parecer había otros falsos fondos, pues la nao Victoria, pegó varias tocadas, y fondearon en siete brazas, permaneciendo en este lugar hasta el amanecer del día siguiente, en que se midió la latitud, marcándose 39º 11’ Sur.

El día catorce, se hicieron a la vela, levaron anclas y poniendo rumbo al Sur, fueron navegando, variando el rumbo según mandaba la costa, pasando al SO., SO., un cuarto O y ONO., esto por espacio de varios días, pues ya el veinticuatro, en el que se midió la latitud dando la demarcación de 42º 54’ Sur. En esta posición, se encontraron con una entrada, con rumbo al NO., por lo que para comprobar que era o no lo que se buscaba, penetraron el ella y se encontraron con una gran bahía, que la navegaron toda ella, teniendo unas cincuentas leguas su costa y lanzando la sonda, se encontraron con profundidades de ochenta brazas, así que descubierta y anotada, se le bautizó con el nombre de San Matías, siendo su nombre actual el de Bahía Nueva. Pero como no existían correderas, las distancias recorridas en estos últimos días no son correctas, pues se debieron de navegar algunas leguas más, ya que por lo nuevos medios, se sabe que está mucho más distante desde el lugar mencionado el día catorce. Sucediendo además, que conforme se iban acercando a latitudes más al sur, solían desatarse temporales mucho más continuos, lo que obligaba a correrlos como cada capitán sabía, por ello había veces que incluso se perdían de vista, pero al tornar las calmas, se volvían a reunir, pues la capitana siempre enviaba su marcada señal con las banderas y los faroles, lo que al resto le permitía el seguirla a pesar de los malos tiempos. El día veintisiete, se midió la latitud y está marcó, 44º Sur, se encontraron con otra bahía, que distaba como unas tres leguas y en cuya entrada, como si estuviera marcada se encontraban dos grandes piedras. Intentaron el hacer aguada, pero nada se encontraron, al igual que tampoco se pudieron abastecer de leña, a pesar de que los lindes marcaban unos campos muy ricos, pero que nada crecía en ellos, dentro de ella encontraron una isleta, en la que pudieron cazar a muchos patos, por eso la bautizaron como; «Bahía de los Patos.»

Al fondear para realizar la caza, se encontraron con un fuerte temporal, que les impedía el volver a hacerse a la mar, pero este duró por espacio de tres días, y en el cual la capitana por la fuerza de estos, estuvo a punto de perderse, ya que le saltaron varias veces los cables, que se volvían a anudar gracias a la voluntad de los marineros expertos, que a forma de los actuales buzos, las introducían con ellos en la mar y las amarraban de nuevo; gracias a estos trabajos se evitó la perdida de la nao. Al calmar el temporal y los patos a buen recaudo, Magallanes ordenó que Juan de Cartagena, que hasta ese momento había estado bajo la custodia de don Luis de Mendoza, le fuera entregado a Gaspar de Quesada, que era el capitán de la nao Concepción. Así todo, ya a su gusto, se hizo a la mar, con rumbos al S., SSO., OSO. y ONO, alcanzaron otra bahía, con estrecha entrada pero muy amplia en su interior (al parecer fue la de puerto Deseado), pero en ella volvieron a sufrir los temporales, que aún eran más fuertes, por lo que para no olvidar los grandes esfuerzos realizados para poderse mantener dentro de ella, la bautizaron como; «La bahía de los Trabajos.»

El día treinta y uno del mes de marzo, entraron en el puerto de San Julián, así bautizado por ellos, estando en latitud de 49º 30’, que por ser un buen lugar, Magallanes quiso hacer la invernada y dejar de sufrir los grandes temporales propios de aquellas tierras en esos meses de invierno para ellas, pero ordenó una cuestión que a nadie sentó bien, que no fue otra que el racionamiento de las comidas. Pero justo por el frío y los temporales, cada vez la gente estaba más débil, por lo que comenzaron a increparle, para que o bien aumentara estas ó bien se hiciera a la mar y con rumbo Norte, dejarlas atrás ya que nada se había descubierto ni encontrado. Pero Magallanes, les dijo, que hasta ese momento y en este lugar, tenían pesca y caza en abundancia, que el vino se seguía repartiendo por igual, no faltaba leña ni agua, y que les recordaba, que él le había jurado al Rey de España, que no regresaría y antes perdería la vida que hacerlo, sin encontrar el paso, pues estaba convencido de que así era, siendo al final cuando dijo, que los castellanos siempre habían demostrado un gran tesón y que no era hora de perderlo, para el bien de su Monarquía.

Al día siguiente, era uno de abril y festividad del Domingo de Ramos, por lo que llamó a todos los capitanes, oficiales y pilotos, para que trasbordaran a la nao capitana, para acudir a la celebración de la Santa Misa, sirviendo después una agradable comida. Pero a oír misa, acudieron solo Álvaro de la Mezquita, Antonio de Coca y casi toda la gente, pero no fueron, ni don Luis de Mendoza, Gaspar de Quesada ni Juan de Cartagena, lo que le sirvió de excusa a Quesada, de que no podía dejarlo solo, pero es que además, al terminar la misa Antonio de Coca, regresó a su nao, quedándose a comer con Magallanes sólo Álvaro de la Mezquita. (Dato que no deja de ser significativo).

Esa misma noche, Gaspar de Quesada y Juan de Cartagena, en compañía de unos treinta hombres, de la dotación de la nao Concepción, trasbordaron a la San Antonio, donde Quesada demandó se le entregara al capitán Álvaro de la Mezquita, dirigiéndose a la tripulación, les comunicó que ya las dotaciones de las naos Concepción y Victoria estaban con él, que ya veían como los trataba Magallanes a todos, pensando que era el único que quería servir al Rey, que no sabían donde estaban y se encontraban perdidos, y que solo quería su apoyo, para reconvenir al capitán general, o si se oponía el hacerlo prisionero.

Fue el maestre de la nao, quien se dirigió a Quesada, diciéndole: «Requiéroos de parte de Dios e del Rey don Carlos, que vos vais a vuestra nao, porque no es éste tiempo de andar con hombres armados por las naos, y también vos requiero que soltéis nuestro capitán.» A lo que don Gaspar de Quesada contesto: «Aun por este loco se ha de dejar de hacer nuestro hecho» y al terminar de decir esto, echo mano a su puñal y le dio cuatro pinchazos en el brazo; con este acto la dotación de la nao se quedo convencida y con ello se hizo prisionero a Mezquita. Una vez hecho esto, mando curar a Elorriaga; Juan de Cartagena trasbordó a la nao Concepción, quedándose Gaspar de Quesada al mando de la San Antonio, mientras que Luis de Mendoza se quedaba con el mando de su nao Victoria.

Estos enviaron un bote para comunicar a Magallanes que la situación era la que era, pues estaban en su poder tres de las cinco naos de la expedición; al mismo tiempo que le requerían que hiciera caso a las provisiones del Rey; que no era un motín, a pesar de los malos tratos recibidos y que si quería llegar a un acuerdo pacífico, que se hiciera llegar a la nao, y si hasta entonces le habían dado el trato de Merced, en adelante se lo darían de Señoría y le besarían las manos y pies. Pero Magallanes, les envió mensaje de que si querían reunirse, se vinieran a la capitana, pues en ella se decidían las grandes ocasiones, pero se negaron a ir temiéndose ser apresados, devolviéndole el mensajero, de que él se viniera a la nao San Antonio, y en ella a pesar de no ser la capitana, se decidiría lo que había que hacer, siempre con las prevenciones del Rey a la vista.

Magallanes, ya sabemos que era un hombre decidido y astuto, además de muy constante, por lo que planificó un ataque por partes, para no asustar a todos y con sigilo, y eficacia contrarrestar aquella situación que no parecía el tener solución. Así el día dos de abril se apresó al bote de la nao San Antonio, que era el que iba y venia trayendo comisiones de sus respectivos jefes, una vez a bordo de la Trinidad, se arrió el esquife de ésta, con el alguacil don Gonzalo Gómez de Espinosa y seis hombres armados, pero a escondidas y con el pretexto de entregar una carta al tesorero don Luis de Mendoza capitán de la Victoria, subieron a bordo. Les hicieron pasar a la cámara del capitán y le entregaron el documento, en el que le pedía que se hiciese llegar a la capitana, pero estando con la mirada fija en el papel y aprovechando ese instante, Gómez de Espinosa le propinó una puñalada en la garganta, al mismo tiempo que un compañero, le daba otra en la cabeza, por lo que cayó muerto en el acto.

Pero previsor Magallanes, entre tanto ya había enviado con el bote de la capitana a Duarte Barbosa, que con quince hombres, estaban subiendo a bordo de la Victoria, casi al mismo tiempo que sucedían los hechos anteriores, los tripulantes no se opusieron, así Duarte se dirigió al asta y enarboló el pabellón, quedando por ellos la nao. Por orden de Magallanes, se levaron anclas y tanto la nao Victoria como la Santiago, se acoderaron a la capitana, formando así un cuerpo difícil de ser tomado al abordaje. El día tres y sabedores de lo que ya había ocurrido, las naos San Antonio y Concepción, levaron anclas pretendiendo salir de la bahía, pero como la capitana y ahora las otras dos formaban un solo cuerpo, y estaban en el rumbo de salida, no tenían más remedio que pasar junto a ellas.

Por lo que Quesada, indicó al estar ya casi a su altura y lanzando de nuevo un ancla, que soltaría a don Álvaro de la Mezquita, para devolverlo a Magallanes y que así se podría llegar a un acuerdo, pero el propio Mezquita le contestó a Quesada, que aquello no le iba a librar de nada; esto convenció a Quesada, que mando ponerlo en la proa de la nao, para evitar que les tirasen con la artillería, pero nada más se movió y quedaron en estas posiciones hasta llegar el ocaso, pero las naos quedaron muy juntas. Cerrada la noche, la nao San Antonio, que no había lanzado más anclas, por efecto de las mareas entrantes y salientes de la bahía, garreó la única que tenía y con tan buena o mal fortuna, que fue arrastrada hasta llegar al abordaje con la capitana, está al verlos venir sin remisión se prepararon e hicieron fuego sobre ella, y al llegar al abordaje este se realizó por los hombres de la capitana, que al pisar la cubierta, gritaron «¿Por quien estáis?», siendo la respuesta de los que allí se encontraban «¡Por el Rey nuestro señor y por vuestra merced!», por lo que inmediatamente se rindieron.

Magallanes ordenó aprehender a Quesada, al contador Antonio de Coca y a otros amigos suyos, quedando así todos presos, pero al ver todo esto y tan sencillo, el capitán general ordenó el trasbordar a varios de sus hombre en los botes e ir a por la nao Concepción, que al mando de Juan de Cartagena, no pudo resistir el envite y de rindió, siendo trasbordado a la capitana. Al día siguiente, Magallanes ordeno sacar y llevar a tierra a Mendoza, siendo juzgado en juicio sumarísimo y dando una sentencia de muerte, por traidor, la cual se ejecutó al instante, siendo descuartizado. El día siete, por la misma causa se degolló a don Gaspar de Quesada, siendo transportado su cuerpo a tierra y allí se realizó el mismo descuartizamiento, pero este acto, lo realizó su propio criado, para demostrar que no estaba de acuerdo con él ni en lo que había hecho, pero porque a su vez, si no lo cumplía, sería ahorcado por la misma razón.

Y al mismo tiempo, sentenció a Juan de Cartagena y al clérigo Pedro Sánchez de la Reina, que había sido la base del amotinamiento de los jefes y marinería, a ser abandonados en la misma bahía, y si Dios les perdonaba se salvarían o de lo contrario, allí morirían. Tenía razones para haber mandado matar a otros cuarenta individuos, pero como las naos los necesitaban para poder ser maniobradas, les perdonó la vida, advirtiéndoles que no lo volvería hacer, pues en ello estaba su juramento al Rey y si le ayudaban, ganarían mucho, pero de lo contrario no volverían a Castilla.

Mientras esto sucedía, en el puerto de San Julián, Magallanes no perdía el tiempo y ordenó la salida en descubierta, de la nao más pequeña, la Santiago, que al mando de Juan de Serrano, debía navegar a lo largo de la costa siempre en dirección Sur y ver si encontraba algo, que mereciera la pena. En su viaje de exploración, a unas veinte leguas de distancia encontró la desembocadura de un río, que tenía sobre una legua de anchura y al que bautizó como Santa Cruz, por la tranquilidad de las aguas, permaneció seis días, en los que realizó grandes capturas de peces y matando algunos lobos marinos. Al finalizar estos trabajos, continuó el viaje de exploración, pero en la amanecida del día veintidós del mes de mayo, se desató un terrible temporal siendo tan rápido, que no dio tiempo a rizar las velas y de sus efectos resultaron todas rifadas, además de que un golpe de mar le arrancó el timón, por lo que quedo a merced de los elementos y estos la fueron a estrellar como a unas tres leguas más al Sur.

La suerte fue, que como la costa era plana y arenosa la nao encalló, pero lo poco que pudo aguantar el temporal, permitió el desembarco de todos sus tripulantes, ahogándose solo un negro, que al parecer no sabía nadar y fue arrastrado por la resaca mar a dentro, el resto que eran treinta y siete hombres consiguieron alcanzar las playas, pero no se quedaron aquí, sino que comenzó un largo viaje por tierra, hasta alcanzar de nuevo el puerto de San Julián; en el camino igual comieron hierbas que marisco, dependiendo de lo que se encontraban, pero no dejó de ser una gesta memorable, por los grandes sufrimientos que se padecieron en ese regreso. A su llegada se les proporcionó una buena ración de vino, (reconstituyente de energías perdidas de la época) acompañado de alimentos frescos, para su pronta recuperación.

A Magallanes le molestó la pérdida de la nao, que más bien era una carabela, pues era la mejor para las descubiertas y con su hundimiento trastocaba sus planes, pero se alegro de que todos se hubieran salvado, pues hacían mucha falta sus brazos para el resto de naos, que es lo que hizo, ordenó el repartirlos entre ellas como refuerzo. Una vez repuestos, envió a ver si se podían recuperar cosas de importancia de la carabela perdida, pues a buen seguro que podrían hacer falta, así que navegaron hasta el lugar, y se recuperaron todas las mercancías, que se hallaban en su interior y todo los repuestos de su aparejo, con lo que se reforzó a su vez al resto de naos.

A su regreso, nombró a Juan Serrano capitán de la nao Concepción, al mismo tiempo que ordeno dar a la banda y recorrer los fondos de las naos, viendo que algunas ya estaban afectadas en sus obras vivas, por lo que se decidió el construir una herrería, donde poder manejar los hierros y acoplarlos a las necesidades de los problemas de las naos. Como guardia de protección de esta primera construcción de piedra en aquellas tierras, se envió a cuatro soldados perfectamente armados, al mismo tiempo, que con otro grupo se internó en la selva, con la orden, de que si encontraban a gente se quedaran con ellos, pero de lo contrario se volvieran, lo cual sucedió después de recorrer más de treinta leguas, pues al parecer la zona estaba deshabitada.

En esto fueron pasando meses y dos después aparecieron, seis indios demandando el poder subir a las naos, para lo que se desplazó el esquife de la capitana, y al abordarla se quedaron parados, y mirando por todas partes, Magallanes se quedó mirándolos, pues eran muy altos, vestían una especie de mantas de piel, pero sin trabajar, por lo que resultaba tal cual un pellejo e iban armados con sus arcos, de una media vara de longitud y sus flechas, pero aún con punta hecha con una piedra de pedernal. Ante esto Magallanes mandó prepararle una gran comida, que consistió en una caldera de mazamorra, que era la cantidad normal para veinte hombres, pero los indios se la terminaron como si nada hubieran comido, y lo más curioso, es que nada más terminar la comida, pidieron se les bajara a tierra. Lo españoles que en está época lo bautizaban todo y como estos hombres, dada su gran altura tenían los pies muy grandes, siendo lógico para su gran tamaño, les llamaron los «patagones» Sobre este punto, se ha escrito mucho por esos detalles de que eran gigantes, según nos relata Pigafetta, pero estudios posteriores, han llegado a la conclusión de que su altura debía de estar sobre los 175 centímetros, pero para un español del siglo XVI, que solían tener como mucho 155, no dejaban de ser muy altos, pero que la media de los españoles de entorno a los 145 contribuía más a la leyenda de los «gigantes de la Patagonia.»

Seguramente estos indios corrieron la voz y al poco otros dos se acercaron, entregando a Magallanes una danta (caña que al parecer es muy igual a la de Bambú ó con características parecidas) y éste ordenó se les entregara una camisa encarnada a cada uno, y se fueron tan contentos, ya que por cosas de su tierra se les daban cosas, que no habían visto nunca. Se dio el caso peregrino, de que llegó uno más a los pocos días, igualmente con una danta, pero éste dijo que quería convertirse al cristianismo, así que se le bautizó con el nombre de Juan Gigante; estando en ello vió como se arrojan a las aguas algunas ratas, de las que siempre habían en los buques y dijo que se las diesen a él para comérselas, permaneció seis días y se llevo a todos los ratones que se mataron en ese tiempo, pero después de esto ya no se le volvió a ver más. Proseguía pasando el tiempo y unos veinte días más tarde, se subieron a bordo a cuatro indios más, pero Magallanes para demostrar el descubrimiento de hombres tan altos, ordenó que dos fueran retenidos en la nao para ser llevados a Castilla, mientras a los otros dos se les transportó a tierra y dejó en libertad.

Pero esa noche, los que estaban de guardia en las naos vieron asombrados como se incendiaba parte del bosque, pero nada se podía hacer, ya que en ese tipo de territorio y con noche cerrada era muy arriesgado bajar a tierra y tratar de averiguar qué estaba pasando. Al amanecer, fueron enviados siete hombres, para que vieran que estaba pasando, con la orden de no introducirse mucho, regresar y comunicarlo, así se pusieron a seguir la pista de las pisadas en la nieve, pero se hizo de noche y las pisadas proseguían, una vez oscurecido del todo, al poco tiempo pudieron apercibirse de que nueve indios desnudos y armados de arcos con sus flechas, les estaban asaeteando, pero los españoles no se podían defender, pues solo uno llevaba espingarda, el resto solo el puñal típico de la época, aun así y a pesar de que uno de los españoles fue muerto, las rodelas evitaron el desastre, ya que no vieron más solución que contraatacar y esta reacción los puso en fuga, ya que a varios se les dio puñaladas, pero no solo lo hicieron los indios, sino que eran seguidos de sus mujeres. El español muerto fue don Diego Barrasa, un castellano hombre de armas de la nao Trinidad y el hecho tuvo lugar el día veintinueve de julio.

Los seis hombres transportando el cadáver de su compañero, consiguieron llegar al poblado de los indios, pero se encontraba vacío, hallaron mucha carne cruda por lo que encendieron unas hogueras y comieron, dejando a uno de guardia por turnos, así descansaron y a la mañana siguiente, hicieron señales a las naos, desde éstas se les envió un bote que los recogió y llevó a bordo. Magallanes al saber la muerte de su soldado, ordenó desembarcar a veinte soldados, que con los botes fueron transportados a tierra, con ellos de vuelta el cadáver de su compañero, para que recibiera cristiana sepultura, trabajo que realizaron, pero después de haber recorrido unas cuantas leguas, para que nadie pudiera el profanar sus descanso, una vez realizado esto, continuaron para cumplir la misión encomendada, pero después de ocho días de andar por aquellos parajes nada encontraron, así que decidieron volver y regresar a sus naos. Como castigo y seguridad, Magallanes ordenó que uno de los patagones fuera trasbordado a la nao San Antonio, para así asegurarse, de que alguno llegaría a Castilla.

El día veintiuno del mes de julio, para verificar los datos dados por Rui Falero en Sevilla, se transporto al cosmógrafo Andrés de San Martín a tierra, así permaneció hasta el día veinticuatro de agosto, en el que por las diferentes latitudes, dio por buena la de 49º 18’ Sur. Magallanes decidido a proseguir viaje, pues el tiempo ya mejoraba, repartió de nuevo los mandos de las naos, así la San Antonio, se le entregó a Álvaro de la Mezquita, la Concepción a Juan Serrano y la Victoria a Duarte Barbosa, que era miembro de la tripulación de la Trinidad como sobresaliente. Así repartidos los mandos entre personas de su total confianza, ordenó el que se cumpliera la sentencia, por lo que fueron desembarcados para dejarlos en aquel lugar, a Juan de Cartagena y al clérigo Pedro Sánchez de Reina, a los que se le dejaron, unas taleguillas de bizcocho y algunas botellas de vino, sin nada más.

El día veinticuatro de agosto las naos levaron anclas y se hicieron a la mar, zarpando del puerto de San Julián, continuando su viaje en dirección al Sur a lo que permitía la costa, ya que solo se alejaban lo suficiente, para no perderla de vista y eliminar los riesgos de navegar demasiado pegados a ellas, por ser totalmente desconocidas. Se mantuvieron en ese rumbo, hasta que el día veintiséis fue descubierto por Juan Serrano, la desembocadura del río de Santa Cruz, y menos más que decidieron entrar en él, pues a las pocas horas se desató un temporal, que a punto estuvo de destruir las naos, pues aun dentro del cauce, se notaba perfectamente, la mar gruesa y los no menos furiosos vientos que la levantaban.

Así que decidió Magallanes, intentar penetrar más en el cauce y librase de aquellos temporales, cosa que fue consiguiendo poco a poco, y a lo que contribuyó, la buena pesca que se estaba realizando, así como al lanzar las anclas, se encontraron con manantiales de agua, que rellenaron las pipas de la consumida y encontrando abundante leña. Así transcurrió todo el mes de agosto, septiembre y el día once de octubre, el cosmógrafo detecto un eclipse de sol, que por la anotaciones tuvo lugar a las diez horas y ocho minutos, teniendo una duración en la que recorrió las latitudes de 42º 30’ hasta los 44º 30’.

En uno de estos días de medias calmas, Magallanes reunió a sus capitanes y pilotos y les exhorto, a que había que seguir hasta ver donde acaba esta tierra (América), aunque para ello tuviera que llegar al paralelo 75º, pero que nada le impediría el hacerlo, sino eran destruidos dos veces los árboles y velas de las naos, y que llegando aún a eso, pondría rumbo al Este y después al ENE., para aproar al cabo de Buena Esperanza y la isla de San Lorenzo, para así alcanzar el Maluco, pero tratando de evitar el ser vistos por los portugueses.

El día dieciocho, levaron anclas zarpando del río de Santa Cruz, aprovechando unos buenos vientos y mejor mar, se pusieron en viaje bordeando la costa, pero el día diecinueve rolaron los vientos y se pusieron en su contra, lo que de nuevo le obligó a navegar dando bordadas, consiguiendo el llegar a la latitud 52º Sur, estando a unas cinco leguas del cabo, que bautizaron de las Vírgenes, que se extiende con una larga punta o cabo, pero todo él de arena, al acercarse y en latitud 52º 30’, se descubrió una bahía o abra, que debía tener como una cinco leguas de anchura.

La embocaron y Magallanes ordenó el lanzar las anclas, dando la orden de que cuando pasaran los vientos contrarios, las naos San Antonio y Concepción, se adentraran a verificar si era bahía o el comienzo de lo buscado, mientras que las naos Trinidad y Victoria, se quedarían allí a la espera de sus noticias. Esa misma noche, el viento aumentó de fuerza, pero no calmó hasta pasados un día y medio, en este tiempo estuvo otra vez a punto de echarse a perder la expedición, pues las anclas garreaban y los empujaban hacia tierra, pero calmó antes de que esto sucediera, por lo que una vez más la suerte acompañaba a Magallanes y a todos sus hombres.

Cuando parecía que los temporales iban bajando de intensidad y lo vientos eran propicios, las dos naos designadas penetraron en la bahía. Regresaron a los seis días, pero con discrepancia de pareceres, pues mientras los de una decían que no era lo buscado por la altura de sus riberas, los de la otra, dijeron que era el estrecho, ya que habían navegado por espacio de tres días y no habían encontrado la salida. Estaban a principios del mes de noviembre y Magallanes con las dudas propias, por la diferencia de lo hallado por las dos primeras naos; así que pasados unos días en que estuvo reunida la escuadra, ordenó a la San Antonio que penetrara para verificar si era o no el estrecho.

Ésta regresó después de unos días, diciendo que era el estrecho, pues había navegado a lo largo de cincuenta leguas y no se había hallado la salida, así de nuevo quedó la expedición reunida y con Magallanes, en multitud de dudas, ya que la cuestión no era fácil de decidir y en ello le iba mucho, pues de no ser lo que se buscaba, bien podrían no volver a salir y con ello perder la expedición, más todo lo que esto podría llevar detrás, como la muerte casi segura de todos sus hombres. Magallanes decidió apostar y penetrar en el supuesto estrecho, pero para que no fuera una decisión firme suya, convocó a los capitanes, pilotos y personas relevantes, por lo que les expuso su convencimiento y todos, contagiados de su entusiasmo de contestaron; «…que era bien pasar adelante y acabar con la demanda que se llevaba.»

Pero como siempre hubo uno que no estaba muy de acuerdo, siendo éste el piloto de la nao San Antonio, el portugués Esteban Gómez, quien le dijo; «Que pues se había hallado el estrecho para pasar al Maluco, se volviesen a Castilla para llevar otra armada, porque había gran golfo que pasar, y si les tomasen algunos días de calmas o tormentas, perecerían todos» Magallanes con su firmeza habitual le repuso; «Que aunque supiese comer los cueros de las vacas con que las entenas iban forradas, había de pasar adelante, y descubrir lo que había prometido al Emperador» Esteban Gómez, era tenido entre las dotaciones como un buen marino, y por lo tanto con buen ascendente sobre ellos, así que comenzaron los rumores y algunos pensaban en retirarse. Esto llegó a oídos de Magallanes, por lo que inmediatamente hizo pregón, que pasó de nao a nao; de que nadie hablara del viaje ni de los víveres, bajo pena de muerte, pues estaba decidido que al día siguiente comenzaría el intento. Pero esa misma noche descubrieron multitud de fuegos, señal inequívoca de que había habitantes en la zona, se distinguía que la tierra era áspera e inhóspita, además de ser muy fría, por lo que la bautizaron como «Tierra del fuego.»

Al amanecer del día siguiente y teniendo los vientos favorables, se decidió levar anclas y comenzar la aventura, penetraron en el estrecho, que era algo angosto, pero al pasarlo se abrió ante ellos una bahía de una legua de anchura, prosiguieron la navegación y se encontraron con otra estrechez del terreno, que al pasarlo se volvieron a encontrar con otra bahía, pero esta era mucho más grande, pues en su interior se encontraban varias islas, pero al mismo tiempo también varios brazos de mar, que se escondían entre las altas paredes de roca; hasta aquí se habían navegado como unas cincuenta leguas.

Por lo que Magallanes ordenó, que la nao San Antonio, al mando de su sobrino, se dirigiera a uno de ellos, que iba en dirección SE. Por parecer que era el más bueno, éste se encontraba rodeado de altas paredes y todas ellas nevadas, pero le explicó que debería de estar como máximo tres días y regresar junto al resto de la expedición. Magallanes, mientras tanto no quiso estar parado y por ello se dirigió a una zona donde se encontró con mucha pesca, de sardinas y sábalos, realizando la aguada y recogiendo leña para las naos, al terminar estos trabajos que le llevaron seis días regreso al punto de encuentro con la nao San Antonio, pero no la encontró en el lugar acordado. Por su alarma, ordenó a la nao Victoria, que fuera en su búsqueda, pero ésta regresó a los dos días sin haber encontrado nada, ni siquiera restos de la nao, lo que llevó a pensar a Magallanes, que o bien se había ido al fondo al dar con algún desconocido bajo, o bien que se había amotinado la tripulación y regresado a Castilla, pues su sobrino era portugués, don Álvaro de la Mezquita, mientras que la tripulación era toda española. [1]


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