Bazan y Guzman, Alonso de Biografia

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Alonso de Bazán y Guzmán Biografía

Capitán General del Mar Océano.

Caballero de la Orden de Calatrava y de las encomiendas de la Orden, de Vallagas y Almoguera.

Orígenes

Fue el cuarto hijo de don Álvaro de Bazán y Manuel, y de su esposa doña Ana de Guzmán, hija del conde de Teba y marqués de Ardales, por ello hermano de don Álvaro de Bazán I marqués de Santa Cruz.

Es curioso que no se tengan datos sobre su lugar y año de nacimiento. Solo sabiendo que el mayor, don Álvaro nació en diciembre de 1526, podemos hacer un pequeño cálculo y al ser el cuarto de los siete hijos que tuvo el matrimonio, es posible que su fecha sea aproximadamente entre los de 1531 y 1533, en el caso de ser cierto el lugar de nacimiento sería el mismo que el de don Álvaro, en el barrio de los Cármenes de Granada, ya que allí tenía su casa su padre hasta dejar el mando de las Galeras de España en el año de 1537.

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Lo bien cierto es que se le pierde la pista, hasta que su hermano le reclama para que se haga llegar al Puerto de Santa María en el año de 1564, por la razón de estar preparando la expedición contra Argel, a partir de aquí y siempre a las órdenes de don Álvaro ocupó el cargo de su Segundo al mando, mientras vivió su hermano. Quedando eclipsado por la fama y el mando del futuro Marqués de Santa Cruz de Mudela.

Cuando zarpó don Álvaro con rumbo a cegar el paso del río Martín que daba acceso a la ciudad de Tetuán, mientras don Álvaro dirigía la operación para hundir los cuatro bajeles preparados, desembarcó don Alonso con cuatrocientos arcabuceros en misión de distracción, que muy pronto pusieron en fuga a los moros allí vigilantes, pero llegaron las noticias a la ciudad y de ella salieron cuatro mil hombres de infantería y unos mil a caballo, que en loca carrera llegaron muy rápidos unos y otros, estorbando el reembarque de las tropas que habían servido como distracción, la situación se hizo tan apurada que don Álvaro ordenó a todos sus caballeros desembarcar y con ellos consiguieron frenar a los recién llegados, e incluso sufrieron graves pérdidas que le obligaron a retirarse impidiéndoles conseguir su objetivo.

En este combate en tierra, se dice que tanto don Álvaro como don Alonso, se comportaron con tanto valor que llegaron a combatir espalda contra espalda y «…que cierto fue cosa de milagro pudieran escapar, según eran muchas las pelotas y saetas que tiraban los enemigos, los cuales, a la retirada, parece serían número de qüatro mil Peones y mil lanças…»

Al arribar y desembarcar de esta misión se le entregó una Real Carta, por la que se le comunicaba que el Gran Maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén, el francés Jean Parisot de La Valette pedía ayuda a don Felipe II, pues ya le habían llegado noticias de que una escuadra turca con cuarenta mil hombres iba con rumbo a la isla de Malta. Razón por la que el Rey le ordenaba aumentar su escuadra y arribar lo antes posible a Barcelona donde don García de Toledo tomaría el mando de todas ellas y en las de don Álvaro debían de transportarse a cuatro mil hombres de los Tercios.

La isla tenía en esos momentos en torno a las treinta y dos mil almas, de ellas solo ocho mil estaban con capacidad de repeler el ataque, pero la diferencia era abrumadora a favor de los turcos. Zarpó la escuadra con rumbo a Messina, al arribar permanecieron unos días a la espera de la llegada del resto de naves, reunidas ya todas zarparon casi inmediatamente de terminar las reparaciones y el día 7 de septiembre del año de 1565 a dos leguas de Malta la Vieja desembarcaban las fuerzas.

Éstas tenían ante sí unos acantilados que había que trepar por ellos, pero justo por este motivo los turcos no pudieron ver la llegada de la escuadra; los soldados sufrieron mucho para poder ascender aquellas terribles pendientes, ya que iban cargados como había dicho don Álvaro más todas sus armas, pero la sorpresa fue, que al aparecer en la cumbre las primeras compañías, los famosos jenízaros en vez de ir a por ellos e impedir que tomaran posiciones, levantaron el sitio y se dieron a la fuga. Bien es cierto, que el jefe de los turcos el famoso Dragut que había estado cuatro años al remo en galera cristiana, había caído muerto de un certero tiro en la cabeza unos días antes, lo que había mermado considerablemente la moral de los turcos.

Por las desavenencias de don Álvaro con don García de Toledo, el futuro marqués se puso en camino a la Villa y Corte, para hablar directamente con el Rey y aclarar su situación, siendo la primera ocasión en que don Alonso se quedó de sustituto de su hermano al mando de las galeras de la Guarda del Estrecho, con base en el puerto de Cartagena.

Como siempre acompañando a su hermano zarpó la escuadra, en esa época las aguas estaban tranquilas en todos los conceptos, pues se había limpiado previamente de todo tipo de enemigos, aún así una nave argelina tuvo la desgracia de cruzarse en su camino, siendo capturada, liberando a veintiséis cristianos y capturando otros tantos musulmanes, arribando a las costas de Liguria el día 31 de mayo, donde se le dio la orden de transportar tropas de un punto a otro de la península itálica, navegando mucho entre los puertos de Nápoles, Sicilia y Malta, zarpando siempre de su base en el puerto de Génova, transcurriendo así el resto del año de 1565 y hasta principios de 1567.

En el año de 1567 el Rey conocedor por completo de todos sus sacrificios, nombró a don Álvaro Capitán General de las Galeras del Reyno de Nápoles, por lo que allí fue don Alonso siguiendo a su hermano mayor, así en este año y el siguiente estuvieron combatiendo contra los intentos turcos de volver a recuperar el Mediterráneo occidental, lo que consistía en hacer muchos días de mar y combates casi diarios, bien contra corsarios o piratas que infestaban las aguas de nuevo.

En la primavera del año de 1567, don Álvaro recibió una orden de don García de Toledo, para que regresara a España, llegándole otra de S. M. confirmándole la orden, en la que entre otras cosas le dice. «…las fustas y galeras de Argel han hecho grande daño y tomados muchos navíos en el Estrecho y fuera del, y últimamente tres navío que venían de las Indias y que además tenían ánimo de esperar la Flota…»

Viendo lo necesario que era la presencia de buques de S. M. en estas aguas, se puso a rumbo inmediatamente. Pero ya era tal su fama que ni siquiera le permitieron combatirlos, pues solo al ver sus estandartes se refugiaron todos los piratas y corsarios manteniéndose a buen resguardo, dejando limpias con su sola presencia las aguas. En esta navegación y curiosa reacción de los enemigos, don Alonso estaba ya como segundo de su hermano.

Al mismo tiempo los mercaderes que mantenían la escuadra del Estrecho, quedaron satisfecho al verla de nuevo en su verdadero fin, por ello don Álvaro escribió al Rey, con fecha del día 22 de junio del año de 1567, en ella le pide que le mantenga en el mando de las Galeras, pidiéndole una encomienda de Santiago para recuperar sus múltiples gastos, ya que su hacienda estaba pasando un mal momento por los continuos servicios a S. M. El Rey conocedor por completo de todos sus sacrificios, le nombró Capitán General de las Galeras del Reyno de Nápoles, dejando el mando de las del Estrecho y le concedía la encomienda de Santiago, de lo cual se alegró mucho don Alfonso porque sin pedir nada, pasaba a ser el segundo jefe de la Escuadra de Galeras del Reino de Nápoles.

Al mismo tiempo, don Álvaro tuvo que dejar el mando a don Alonso, ya que él debía de pasar unos días fuera, para poder acudir al Monasterio de Uclés para cumplir con el ritual de ser armado caballero de la Orden de Santiago. Por lo que de nuevo se encontró al mando de una escuadra don Alonso. Regresó don Álvaro y le fue notificado por el Rey el nombramiento de su hermano don Juan de Austria, como Capitán General de la Mar y don Álvaro como consejero.

Puesto en conocimiento de don Felipe II, que en la ciudad de Constantinopla se estaba armando una gran escuadra, con la intención de llegar al Mediterráneo occidental, lo puso en conocimiento de don Álvaro, al que por Real cédula del 31 de mayo de 1568, le nombra Consejero del Reyno, siendo en la misma cuando le ratifica en el mando de la escuadra de Galeras del Reino de Nápoles, por lo que don Alonso continuó a las órdenes de su hermano.

A principios de 1569, el Rey envío correo a don Juan de Austria para que pasase a España a combatir el alzamiento de los moros en el reino de Granda, para ello le requería que se allegara con al menos veinticuatro galeras para cortar el suministro de las regencias norteafricanas a los sublevados. Para ello se dividió la escuadra, una al mando de don Luís de Requesens con once de ellas, y otras catorce al mando de don Álvaro, pero éste se quedó unos días en Génova terminando de aprestar su escuadra.

La de don Luís' zarpó de Civitavecchia con rumbo a la ciudad Condal, pasando por el canal entre las islas de Córcega y Cerdeña, para navegar a resguardo de los vientos de la época del año casi siempre de Norte, pasado éste variaron el rumbo al litoral Ligurio para navegar bojeando protegidos por la cercanía a tierra, al estar a la altura del cabo Corona, viendo que los vientos no eran muy fuertes, viraron de nuevo con rumbo directo al cabo de Creus, a las pocas horas de estar al rumbo marcado se habían separado ya mucho de tierra, en cuyo momento se desató un infernal viento de Mistral, que vapuleó a los bajeles hasta el infinito de su aguante, destrozando casi la escuadra por completo.

El resultado fue, que cuatro se fueron al fondo con toda su gente, otras seis aparecieron después de correr el temporal como pudieron en la isla de Cerdeña, pero en muy mal estado y solo la Capitana pudo arribar con grandes esfuerzos a la isla de Menorca, donde se recuperó la gente y se esperó a que amainara el temporal, pasando directamente a Palamós.

Encontrándose en el puerto, los moros al remo se sublevaron, casi logrando hacerse con el botín de la galera e intentaron llevarla a su tierra, pero los hombres de armas y parte de los que quedaban de los Tercios dominaron la situación, como ejemplo se les juzgó y a treinta de ellos se les ajustició.

Le llegaron las malas noticias a don Álvaro estando en Génova, zarpando inmediatamente para socorrer a los que pudiera, arribando a Cerdeña y recogiendo en las suyas a toda las dotaciones que se habían salvado, dando remolque a las naves malparadas, las dejó en Cagliari donde con mucha prisa y muchos brazos, consiguió rehabilitar a cinco de ellas, que quedaron incorporadas a su escuadra, zarpando con rumbo a Mallorca, donde le informaron que el Comendador había zarpado con rumbo a Palamós y lo que allí había ocurrido, pensando que podía ser necesaria su presencia volvió a zarpar con rumbo a Palamós donde arribó sin ningún contratiempo, a su llegada ya todo había terminado.

Aquí ya de acuerdo con don 'Luis, puso rumbo con la escuadra a su mando a las aguas de Málaga, donde como siempre cumplió su misión, que no fue muy llamativa en cuanto a combates, pero si muy pesada por el constante cruzar por aquellas aguas para impedir recibieran los sublevados cualquier ayuda, aún así apresó en los meses que duró la campaña, cuatro bajeles de poco tonelaje, pero por poco que fuera de haber tenido las aguas libres los enemigos se hubiera multiplicado el socorro y su sola presencia evitó que el conflicto se alargara, ya que en tierra las cosas al principio no fueron muy bien.

La misión de vigilancia comenzó en el mes de mayo y terminó en el de noviembre del año de 1569, siendo seis meses en los que solo hubo descanso en cuatro ocasiones que tocaron tierra para reabastecerse. La escuadra fue dividida en dos, ya que de las iniciales catorce galeras se incorporaron las cinco rescatadas; como don Luis se había quedado en la ciudad Condal, don Álvaro le dio el mando de ocho de ellas a don Alonso, quedándose con once, de forma que se evitaba que la escuadra al completo realizara todo el recorrido, para ello fijaron un punto de encuentro más o menos en el centro de la demarcación, cubriendo así mucha más mar y por medio de la fragatas poder avisar de una grave situación, pudiendo acudir más rápidos a cualquier ataque, pues las aguas a cubrir tenían como límite al Norte la ciudad de Almería y por el Sur el peñón de Gibraltar.

En agradecimiento don Felipe II, sobre todo por su gran eficacia, con fecha del día 19 de octubre del año de 1569, por una Real cédula le expedía el título de Marqués de Santa Cruz de Mudela, con todos los honores pertinentes e inherentes a su nuevo grado. Por lo que don Alonso ahora ya era hermano de un marqués y nada desdeñable, por lo bien que se compenetraban en realizar su trabajo, siendo una alegría muy merecida para toda la familia.

Al mismo tiempo, en Constantinopla se estaba terminando de formar una de las mayores escuadras turcas, pues estaba compuesta por unas ciento setenta galeras, cincuenta fustas o galeazas y un número parecido de velas menores, transportando en todos ellos a un ejército de sesenta mil hombres, con mucha artillería.

Alarmados todos los países del Mediterráneo, el Papa Pío V pidió al Rey Católico que le enviara cuanto pudiera de todas sus escuadras, porque había conseguido unir a las de Venecia, más las suyas, más las de Malta y las que esperaba del Rey Católico. El Papa había pedido se reunieran en la isla de Sicilia y allí acudieron, nombrando como jefe de todas las Armadas españolas a don Juan Andrea Doria, quién puso todas las suyas, y se le unieron las de Génova, Malta, Saboya, Sicilia y las de Nápoles al mando de don Álvaro.

Pero el Rey don Felipe II que estaba en todo, envío correo a don Álvaro para que acudiera a reforzar la Goleta, por si las fuerzas turcas como maniobra de distracción intentaban tomarla. Nada más recibir la orden se lo comunicó a Andrea Doria quien le concedió permiso para reforzar la plaza, cargó de transporte a un Tercio de Nápoles y con sus veinte galeras se desplazó al lugar. Como siempre llegó muy oportunamente, pues en la mar se encontraba una escuadra al mando de Uluch, a la sazón Baja de Argel quien con sus veinticinco galeras había comenzado a dar sitio a la plaza.

Don Álvaro cargado como iba de infantería ni se preocupó del enemigo en una primera instancia, lo que al Baja no le sentó bien, pues parecía que se desentendía y le despreciaba, actitud que no quiso tolerar y más delante de todos sus hombres, decidiendo cruzar a la espera de la salida del cristiano, para atacarle con toda su furia y demostrarle que no era tan insignificante.

Desembarcó a la infantería, todos los víveres, pólvora y artillería que llevaba para reforzar la fortaleza, cumplida su orden, como siempre hizo, zarpó y tropezó con cuatro velas turcas a las que dio caza e incorporó a su fuerza, al mismo tiempo se le puso delante la capitana, que sin dudar fue atacada por él con su galera, tras un duro enfrentamiento la rindió incorporándola igual a su escuadra. Ante esto Uluch con su Sultana se vio impotente y a fuerza de remo se pusieron en franca huida; don Álvaro les persiguió hasta que entraron en Bizerta. Sabiendo que de allí no saldrían por no tropezar con él, puso rumbo a Sicilia donde al arribar se incorporó a la escuadra de don Andrea Doria.

Mientras el Papa había cometido un error, ya que había nombrado a Marco Antonio Colonna general de las galeras Pontificias, pero además como Generalísimo de toda la escuadra conjunta. Para comunicarlo, el día 1 de septiembre Colonna llamó a consejo de Guerra a todos los mandos, reuniéndose en su galera: don Juan Andrea Doria, don Álvaro de Bazán, don Carlos de Avalos, marqués de Torremayor, Polo Ursinos, Próspero y Pompeyo Colonna y Sforza Palaviecini, para comunicar su nombramiento por el Papa a todos y pedir opinión para llevar a buen término la campaña.

Ante esto don Andrea Doria se negó rotundamente, a estar a las órdenes de alguien al que no consideraba un buen marino, llegando incluso a amenazar a Colonna con ponerse en camino para hablar con el Rey Católico, lo que el general en jefe le impidió, pero al mismo tiempo quedó turbado por la reacción de don Andrea e irresoluto en definir la táctica a seguir, porque solo uno de sus generales le había dado un consejo. El genovés para evitar males mayores se quedó en Nápoles, pero no anduvo inactivo, sino que pasó revista a toda la flota, sacando en conclusión que la mayor parte de las naves: «acabarían con ellas el primer soplo de tramontana»

Como siempre el único que había aportado algo fue don Álvaro, comportándose como lo hizo toda su vida; aun sabiendo que era mejor general Doria, no le gustaba enfrentarse a sus jefes y solo mediaba para él concluir la campaña con éxito; así en un momento de calma dijo: «…primero que cesaran los conciliábulos y se acudiera en socorro de Famagusta y Nicosia, pues, aun cuando no había que soñar en derrotar definitivamente a los turcos, dadas las diferencias de fuerzas, una acción, por ligera que fuesen, siempre aliviaría algo la situación angustiosa de los sitiados, y hasta tal vez se consiguiera pasarles vituallas de boca y guerra, imprescindibles si había de evitarse un desastre» Como siempre se le tacho de audaz y sin sentido, sobre todo por Andrea Doria.

Después de pensarlo mucho tiempo que era muy valioso, zarpó la escuadra con rumbo al Adriático, pero pronto comenzaron a tener epidemia sobre todo en las galeras venecianas, lo que aumentó las dudas de Colonna, terminando de solucionar el problema, la llegada de la noticia de que el día 9 de septiembre Nicosia había caído en manos de los turcos, esto fue el final de tan trágico encuentro de diferentes escuadras, ello llevó a realizar una aparición sobre Candía, donde al regreso cada escuadra se separó para volver a su puerto base. Queriendo la fatalidad que en el viaje de vuelta se levantó un fuerte temporal, que se llevó al fondo a cuatro galeras del Papa con toda su dotación.

Al disolverse la Santa Alianza, (como la llamó el Papa), don Andrea Doria zarpó con rumbo a Messina y de aquí a España, donde arribó mediado el mes de octubre para explicarle al Rey lo sucedido, ya que al saber la noticia del nombramiento de Generalísimo de Colonna por el Papa, don Andrea intentó hablar con Pío V, pero éste le negó la audiencia tantas veces como la pidió, razón por la que Doria argumentó al Monarca, que la culpa de la falta de entendimiento entre los generales la había provocado el Pontífice, por elegir a un general que estaba falto de conocimientos militares y sobre todo náuticos, con esas carencias no le era posible a don Andrea aceptar a un Jefe, ya que el desastre estaba asegurado.

Esto es lo que al año siguiente motivó a don Felipe II para que no se repitiera cuando de nuevo se formó la Santa Liga, para ello se adelantó y tomó el mando absoluto de la organización, decidiendo darle el mando de Generalísimo a su hermano don Juan de Austria. La prueba está en la comparación de lo que se consiguió en esta ocasión y en la del año siguiente de 1571.

Al mismo tiempo, don Álvaro arribó a Nápoles con su escuadra y con gran amargura por no haberse seguido su consejo, que como ya apuntó él en su momento igual la capital de Chipre no hubiera caído tan rápido. En el fondo se sentía culpable por haber obedecido y no haberse ido él con sus galeras a aminorar la angustia de aquellos hombres y mujeres, que ahora eran unos muñecos de trapo en manos de los turcos. Tan pesaroso estaba, que al pasar unos días y en contra de su costumbre, dio de baja a las dotaciones que no necesitaba de su escuadra, pasando a revisar como siempre en la invernada los buques y en esta ocasión ver la posibilidad de armarlos mejor con artillería, así como aumentar la flota con nuevas construcciones.

No hay que olvidar, que don Alonso era el segundo de don Álvaro, comentaba todo con él tanto antes de acudir a un Consejo, como de lo sucedido en él, no en balde era la persona de su mayor confianza, su hermano y su segundo al mando, por esto último, casi obligado a estas conversaciones para que en todo momento supiera a que atenerse.

Siendo conocedor don Felipe II del desastre de la anterior organización, planteó la cuestión sin ambages, tomando por anticipado la decisión de nombrar Generalísimo de la Santa Liga, a don Juan de Austria. Con esto decidido se lo comunicó al Papa, quien no tuvo opción de oponerse y éste lo comunicó a Génova, Venecia y los Caballeros de San Juan, quienes tampoco se opusieron a que un Príncipe fuera el General al mando de la coaligada escuadra.

El 7 de octubre de 1571, tuvo lugar el combate naval de Lepanto, la mayor ocasión que vieron los siglos, don Alonso iba al mando como cuatralbo en su galera Santo Ángel, formando parte de la escuadra de reserva al mando de su hermano don Álvaro, donde se batió como excelente siendo siempre el matalote de popa de él, pasándole tropas de refresco cuando fue necesario, así como don Alonso las recibía de otras, para estar siempre en condiciones de apoyarle. Fue sin duda el mayor combate naval del siglo XVI y tras conseguir la victoria la salvación de Europa, al impedir que toda ella cayera en manos de los turcos.

(No hay que olvidar, que ya entonces tenían un gran poder en la Europa del Este. Que no hacía muchos años que don Carlos I tuvo que acudir a salvar a Viena de caer en sus manos; si el combate hubiera sido contrario a las armas cristianas, los turcos lo hubieran tenido mucho más fácil para conseguir su objetivo, ya que se habrían convertido en los dueños de todo el Mediterráneo, lo que significaba poder abrir varios frentes y debilitar con ello al continente)

La escuadra permaneció en el fondeadero de la bahía de Petela hasta el día 11, por tener la orden don Juan de su hermano don Felipe II, de no invernar fuera de puertos cristianos, por lo que zarpó la escuadra a pesar de que el temporal no había amainado, menos mal que la mayoría de las velas estaban medio recompuestas, arribando a Messina el día 31 de octubre, pero con la mayor parte de los buques en muy mal estado como consecuencia del combate y sobre todo del temporal, que no amainó hasta pasados dos días de estancia en el puerto de Messina, como si el viento estuviera enfadado por tan magna victoria.

Don Juan ordenó repartir las escuadras entre diferentes puertos para no estar todas juntas, pero no a mucha distancia para poder zarpar en socorro de cualquiera de ellas, así quedó don Juan en Messina, las de Palermo a la suya y don Álvaro con las de Génova a su puerto, donde de nuevo comenzó el trabajo de desmontar las galeras que en peor estado estaban y vueltas a reconstruir, al mismo tiempo que mandó la construcción de otras, para aumentar su fuerza aprovechando la inactividad que daba la llegada del invierno.

Este invierno fue muy caliente a nivel diplomático, por lo que al final solo llegaron a un acuerdo puntual, el Dux de Venecia, el Papa y don Felipe II, quien le dio la orden a don Juan de zarpar de Messina con veintinueve galeras bastardas perfectamente alistadas, a las que se unieron las treinta y seis de don Álvaro, siendo un total de sesenta y cinco galeras, dando resguardo a treinta naves, que transportaban a siete mil seiscientos infantes españoles, seis mil itálicos y tres mil imperiales, siendo los españoles y napolitanos destinados al puerto de arribada, que era el de Corfú. Al mismo tiempo dejó una reserva en Sicilia al mando de Andrea Doria con cuarenta galeras. Zarpó la escuadra el día 6 de junio, al arribar a Corfú el día 9 de julio, no se encontraba Colonna, quien arribó el día 31 del mismo mes con su escuadra compuesta por unas ochenta galeras, reuniéndose con la española contando en torno a las ciento cincuenta, zarpando el día 7 de agosto de 1572.

La escuadra navegó hasta las costas de Albania, al arribar a Navarino el día 8 de septiembre se encontraron con la escuadra turca, al mando del vencido en Lepanto Uluch-Alí, compuesta por unas doscientas galeras, pero su escuadra estaba dividida entre dos puertos, el del mismo Navarino y el de Modón, pero navegando de noche se reunieron todas en éste último, donde adoptaron la formación en fortaleza, impidiendo así y por ser menor el número de las cristianas, ser combatidas. No obstante se mantuvo la flota cuatro días y sus noches cruzando sobre las aguas cercanas al puerto de refugio, pero sobrevino un duro temporal que obligó a los cristianos a buscar el puerto de Cérigo para poder soportarlo.

Al amainar el temporal la escuadra volvió a hacerse a la mar, arribando de nuevo a la bahía de Modón, donde no vio a los enemigos poniendo rumbo a Navarino y allí estaba en la misma formación anterior. A pesar de esto don Juan ordenó un desembarco, en el que formaron ocho mil hombres al mando del Príncipe de Parma, donde se combatió con saña por ambas partes, unos defendiéndose y los otros como ya les habían vencido creyendo que volvería a suceder igual, pero las formaciones casi ni se movían y solo hablaban los pocos cañones desembarcados más los arcabuces, pero nada se avanzaba. Razón por la que don Juan pasado un tiempo dio la orden de regresar, ya que de nuevo se echaba encima la época de los temporales.

Justo era el día 7 de octubre del año de 1572, hacía un año que habían vencido en el golfo de Lepanto, pero esta vez sin obtener el mismo resultado. Ya con rumbo de regreso, esa misma mañana se divisaron velas como a dos leguas de distancia, se dio por sabido que era la escuadra de Uluch-Alí, no se lo pensó Colonna y dio la orden de regresar al combate, siguiéndole y sobrepasándolo algunas galeras españolas, que no eran otras que las del mando de don Álvaro (como destacaba por llevar, en la boga a gente de «buenas bogas» así como esclavos) pero los turcos con el viento a favor iban alejándose, por lo que solo se hizo un intercambio de fuego de artillería, el cual por la cantidad de humo propio facilitaba la huida a los musulmanes.

Por esta razón Marco Antonio Colonna no quiso seguir la persecución, aparte de que las galeras enemigas navegaba cada una a su mejor saber y entender, lo que era más peligroso al poderse producir que varias de las enemigas dieran caza a una de la venecianas. Pero don Álvaro mantuvo la boga y cazando el viento pudo llegar muy fuerte sobre la retaguardia enemiga, siendo la última de ellas la de su jefe Mahamud-Bey; la cogió de través lanzándole primero una andanada de artillería, y como continuaba ganándole aguas, le cortó todos los remos de una banda, momento que aprovechó la infantería para abordar a la enemiga, pasando el propio don Álvaro, quien se fue a buscar al jefe enemigo, tras un breve combate lo mató y se adueño de la galera con su estandarte, metió al remo a Mustafá, jefe militar de los jenízaros y libertó a doscientos veinte cristianos. Siendo Mahamud-Bey un nieto del famoso Barbarroja. Y la galera se incorporó a su escuadra con el nombre de La Presa.

Lo atrevido de este ataque del Marqués, es que a su vez dio la orden a sus galeras de no entrar a apoyarle y permanecieran atendiendo los movimientos de los enemigo, ya que solo había al principio una galera de distancia entre la atacada y la que iba a su proa, más todas las demás que iban delante unas más cerca que otras, pero al ver la formación de la galeras cristianas no se atrevieron a acudir en apoyo de su jefe y ya Uluch-Alí estaba por la proa a varias millas de distancia, quedando solos Mahamud-Bey contra don Álvaro y la experiencia de éste quedo manifiesta, a pesar de ser Mahamud-Bey el jefe de los jenízaros.

Pero a su vez el resto de las cristianas fueron formando una línea de frente, pero solo para ver el combate, ya que sabían de la protección que le daban las propias galeras del Marqués, a la cabeza de ellas estaba la de don Alonso vigilante, así que nadie intervino y en conjunto podrían haber como doscientas galeras que podían entrar en combate, pero la huida de los turcos fue tan franca, que prefirieron perder una y no cien.

Así que en todo un año de alistar la gran cantidad de galeras y permanecer en la mar desde la primavera al otoño, todo lo que se había ganado era una galera enemiga y gracias a don Álvaro. Don Juan dio la orden de reagruparse y seguir rumbo, pero el mal tiempo comenzó a hacer de las suyas, lo que llevó a don Juan a dar la orden de variar rumbo a Gumeniza, donde al arribar el día 26 de octubre se encontró con don Juan Andrea Doria y el duque de Sesa, con trece galeras que venían para unirse a la escuadra, al amainar el temporal dio la orden de zarpar con rumbo a Messina, navegando al completo la escuadra. Al cruzar frente a Nápoles don Álvaro entró en su puerto con todos sus buques.

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