Legazpi-Urdaneta expedicion vuelta de Poniente 1564-1565

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[[Lopez_de_Legazpi_Gurruchategui,_Miguel_Biografia|'''Legazpi''']], sobre la hora del amanecer y con sus primeras luces; debían de ser las cinco de la madrugada, dio la orden de desplegar velas y levar las anclas, por lo que los buques lentamente se pusieron en movimiento aprovechando una ligera brisa, desde el puerto de La Navidad, siendo el 21 de noviembre de 1564, cuando dio comienzo esta gran aventura.
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En el galeón '''''San Pedro''''', capitana de la expedición, iban '''Legazpi''', '''Urdaneta''', su capitán '''Felipe de Salcedo''', el jefe de la infantería de marina el capitán Martín de Goiti, con noventa soldados y el piloto Mayor Esteban Rodríguez que fue el mejor cronista de ella.
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En el galeón '''''San Pedro''''', capitana de la expedición, iban '''Legazpi''', '''Urdaneta''', su capitán '''Felipe de Salcedo''', el jefe de la infantería de marina el capitán '''Martín de Goiti''', con noventa soldados y el piloto Mayor [[Rodriguez,_Esteban_Biografia|'''Esteban Rodríguez''']] que fue el mejor cronista de ella.
En el '''''San Pablo''''', Almiranta de la escuadra, iba al mando del capitán y maestre de campo '''Mateo del Sanz''', persona de total confianza de Legazpi, y al que acompañaban el tesorero '''Guido de Lavezares''' y fray '''Pedro de Gamboa''', a los que les seguían varios oficiales y cien hombres de armas.
En el '''''San Pablo''''', Almiranta de la escuadra, iba al mando del capitán y maestre de campo '''Mateo del Sanz''', persona de total confianza de Legazpi, y al que acompañaban el tesorero '''Guido de Lavezares''' y fray '''Pedro de Gamboa''', a los que les seguían varios oficiales y cien hombres de armas.

Última versión de 12:14 19 may 2023



Legazpi-Urdaneta expedición vuelta de Poniente 1564-1565



Zarpó la expedición al mando de Legazpi el 21 de noviembre de 1564, del puerto de La Navidad, con rumbo a las islas Filipinas, donde arribaron el 1 de junio de 1565 desde la isla de Cebú se hizo a la vela Fray Andrés de Urdaneta, con el propósito de descubrir el regreso por el mismo océano Pacifico, gloriosamente lo consiguió arribando de regresó a Acapulco el 8 de octubre siguiente, dejando así abierta la ruta de la famosa «Vuelta de Poniente», viajando por ella casi tres siglos el después llamado Galeón de Manila.

Don Felipe II, al comprobar con expertos en la península la viabilidad del proyecto, no se detiene ni un instante en dar el visto bueno, a pesar de ser el rey “Prudente” y con la confirmación de poderes a Velasco le acompaña unas líneas de su puño en las que le dice:

«Lo principal que en esta jornada se pretende es saber la vuelta, pues la ida se sabe que se hace en breve tiempo.»

Entre otras cartas enviadas por el virrey Velasco al Rey, se encuentra otra en la que pondera de forma firme su convencimiento de que Urdaneta es el único capaz de lograr el empeño y entre otras cosas dice:

«Fray Andrés de Urdaneta es el más experto y experimentado en la navegación que se debe hacer, de los que se conocen en España la vieja y la nueva.»

Hasta aquí los antecedentes y retomamos, la conversación entre don Miguel López de Legazpi y fray Andrés de Urdaneta.

Comenzó la conversación Urdaneta diciéndole:

«Voy a explicaros el motivo que aquí me trae, acaso de gran trascendencia para el imperio hispano y mejor servicio de Dios Nuestro Señor.»

Legazpi:

«Decir pronto de que se trata, fray Andrés, pues estoy impaciente por saber en lo que puedo serviros.»

Urdaneta:

«Pronto vais a saberlo. A instancia mía, pues ya sabéis que antes de vestir estos hábitos fui capitán de la infortunada expedición que Loaysa hizo al Maluco, el rey Felipe II, que acaba de suceder en el trono de las Españas al poderoso emperador Carlos V, su padre, recluido voluntariamente en el monasterio de Yuste, y estimulado por el noble afán de extender la civilización cristiana a las remotas islas occidentales, cuya riqueza y barbarie le ponderé, acaba de ordenar al virrey don Luis de Velasco que prepare una nueva expedición para llevar a cabo sus reales proyectos, que yo no me canso de alabar.»

Legazpi:

«¡Magnifica idea y digna en todo de tan ilustre cosmógrafo como vuestra paternidad! Pero decidme, ¿en qué os puede mi humildad servir?»

Urdaneta:

«Tened calma y leed este escrito que acabo de recibir de Su Majestad.» Y le extendió un pergamino, ornado con el sello real.

Legazpi leyó el siguiente escrito:

«Devoto padre fray Andrés de Urdaneta, de la Orden de San Agustín: Yo he sido informado que vos, siendo seglar, fuisteis en la Armada Loaysa y pasasteis el estrecho de Magallanes y a la Espeziería, donde estuvisteis ocho años en nuestro servicio. Y por agora Nos habemos encargado de don Luis de Velasco, nuestro visorrey de esa Nueva España, que envía dos navíos al descubrimiento de las islas del Poniente, hacia Malucos, y les ordene qué han de hazer, conforme a la instrucción que se le ha imbiado, y porque, según la mucha noticia que diz que tenéis de las cosas de aquella tierra, y entender como entendéis bien la navegación della y ser buen cosmógrafo, sería de gran efecto que vos fuérades en los dichos navíos, así para lo que toca a la dicha navegación como para el servicio de Dios Nuestro Señor y Nuestro: Yo vos ruego y encargo que vais en los dichos navíos, y hagáis lo que por el dicho virrey os fuere mandado, que, de más del servicio que haréis a Nuestro Señor. Yo seré servido y mandaré tener cuenta con ello para que recibías merced en lo que hubiere lugar. De Valladolid a 24 de septiembre — Yo el Rey.»

Al terminar, Legazpi le preguntó:

«Y bien padre Urdaneta ¿qué piensa contestar al rey, vuestra merced?»

Urdaneta:

«Que, aunque retirado del mundo y siendo ya un anciano de sesenta y dos años, estoy presto a cumplir la orden real que acabáis de leer, si con ello Su Majestad entiende que puede haber beneficio para España y la Religión. Ahora bien, le voy a proponer al rey que vos, noble hidalgo y querido paisano mío, que gozáis justa fama de valiente capitán, buen navegante y hábil colonizador, seáis el almirante de la Escuadra y general de las fuerzas expedicionarias que van a conquistar las remotas y misteriosas islas de Poniente, tierras y mares en que fracasaron varias expediciones anteriores. ¿Qué me decís de ello?»

Legazpi:

«Primero, carísimo fray Andrés, daros las gracias de todo corazón y después haceros ver que nada valgo para llevar a buen fin tan temeraria empresa en la cual fracasaron hombres como Magallanes, Loaysa, Saavedra y Bernardo de la Torre. Ved que no soy un mozo impulsivo, ambicioso y sin familia, sino un hombre de más de cincuenta años, rodeado de deudos cariñosos y gozando de fortuna. Pero si vos vais en la flota y el rey acepta vuestra generosa propuesta lo dejaré todo, venderé mis heredades y vaciaré mis arcas para armar la Escuadra, y renunciando a todo sin temor a los riesgos, me pondré al servicio de Dios y de la Corona de España.»

Urdaneta le contestó:

«¡Nobles palabras las vuestras, hijo mío!. Estad seguro que con vuestra aventurada expedición, que será guiada por Dios Nuestro Señor la llevará a buen puerto, desarraigaremos el espanto que hoy pone en el ánimo de los más intrépidos navegantes la sola idea de tener que bogar por aquellos macabros y misteriosos derroteros del Archipiélago.»

Comenzó con ello la preparación de la Expedición, sin olvidar que el galeón destinado a ser la Capitana, el San Pedro, fue toda su obra viva cuidadosamente recubierta de una fina capa de plomo, para evitar en lo posible la broma, un caracol de forma cilíndrica cuyo nombre científico es ‹teredo navalis›, pues se adhiere a la madera y la va taladrando, hasta que al final el buque tiene más agujeros que madera y lo descompone de tal manera que termina yéndose a pique por su propio peso.

La escuadra estaba compuesta por cuatro velas; San Pedro, de 500 toneladas; San Pablo, de 400; San Juan, un patache más grande de 80 y el San Lucas, más pequeño y de 40 toneladas, pero según el número mencionado por Urdaneta nos falta una, esta era la fragata que estaba trincada en la popa del San Pedro, como nave ligera y que aprovechando su vela latina y sus remos, podía servir de enlace entre los diferentes buques, así como el poder acercarse a tierra con mayor facilidad dado su menor calado.

Legazpi, sobre la hora del amanecer y con sus primeras luces; debían de ser las cinco de la madrugada, dio la orden de desplegar velas y levar las anclas, por lo que los buques lentamente se pusieron en movimiento aprovechando una ligera brisa, desde el puerto de La Navidad, siendo el 21 de noviembre de 1564, cuando dio comienzo esta gran aventura.

En el galeón San Pedro, capitana de la expedición, iban Legazpi, Urdaneta, su capitán Felipe de Salcedo, el jefe de la infantería de marina el capitán Martín de Goiti, con noventa soldados y el piloto Mayor Esteban Rodríguez que fue el mejor cronista de ella.

En el San Pablo, Almiranta de la escuadra, iba al mando del capitán y maestre de campo Mateo del Sanz, persona de total confianza de Legazpi, y al que acompañaban el tesorero Guido de Lavezares y fray Pedro de Gamboa, a los que les seguían varios oficiales y cien hombres de armas.

El patache grande, el San Juan, al mando de Juan de la Isla, con la marinería y otra cantidad menor de soldados. Y el patache pequeño, el San Lucas, al mando de Alonso de Arellano y del piloto Lope Martín, con menos gente a bordo y casi sin tropa. Completando la escuadra, una fragata, que iba a remolque o trincada, según las ocasiones y estado de la mar, en la popa del galeón Capitana. En total la suma de todos los miembros de la expedición, alcanzaba el número de trescientos ochenta.

Su Magestad puso en conocimiento del provincial de la Orden de los Agustinos, quienes iba a llevar el peso de la evangelización, para ayudar al fraile Urdaneta en esta laboriosa conquista de almas, por ello con fray Andrés de Urdaneta, viajan sus compañeros, fray Diego de Herrera, fray Andrés de Aguirre, fray Pedro Gamboa y fray Martín de Rada, un excelente matemático y cosmógrafo que aportaba a la expedición «un instrumento de mediana grandeza, para poder verificar la longitud que había desde el meridiano de Toledo hasta el de la tierra adonde llegase.»

La expedición se había formado en el puerto de La Navidad; eran las 05:00 horas de la mañana del 21 de noviembre de 1564, cuando Legazpi dio la orden de izar velas y levar anclas, partiendo poco a poco los cinco bajeles que la conformaban. Arribando a la isla de Samar, perteneciente a las Filipinas el 3 de febrero del año de 1565.

Legazpi, se entretuvo en ir apaciguando tribus y con ello retrasando el regreso de Fray Andrés de Urdaneta, pero conocedor de que la conquista y el mantenimiento de la Villa de San Miguel, está en la importancia del feliz regreso de Urdaneta, para poder abrir el rumbo de regreso, pues sin él la trayectoria es muy larga y hasta ahora había resultado negativa e infructuosa, demostrado por el fracaso de las anteriores expediciones, por ello a pesar de los desvelos de la conquista del resto de la isla, se acomete con la máxima prioridad el alistamiento de las naos que debían regresar a Nueva España, pues era de vital importancia, por lo que la preparación del viaje de regreso se logra hacer en poco más de un mes, ya que la entrada en la isla de Cebú tuvo lugar a últimos del mes de abril, y la expedición zarpó el 1 de junio de 1565.

Además Legazpi guardaba celosamente el documento entregado en la Audiencia de Nueva España que entre otras instrucciones decía:

«Y porque, como sabéis, el Padre Fray Andrés de Urdaneta va en esa Jornada por mandato de Su Majestad proveeréis que agora sea volviéndoos vos á esta Nueva España con algún Navío o Navíos desando allá algún Capitán con gente, ó imbiando a otra persona aca, quedándoos vos en la tierra, que el dicho Fray Andrés de Urdaneta vuelva en uno de los Navíos que despacharades para el descubrimiento de la vuelta, porque después de Dios se tiene confianza que por las experiencias y platicas que tiene de los tiempos de aquellas partes y otras calidades que hay en el, será causa principal para que acierte con la Navegación de la vuelta para Nueva España, por lo cual conviene que en cualquiera de los Navíos que para aca imbiaredes venga el dicho Fray Andres de Urdaneta, y será en el Navío, y con el Capitán que el os señalare y pidiese, y en ello no haya otra cosa, porque dello se entiende que Nuestro Señor Dios, y Su Majestad serán servidos, y vos muy presto socorrido con gente, y todo lo demás necesarios.»

En cumplimiento de esta orden, Urdaneta escogió la capitana por ser la mayor de ellas y estar en mejores condiciones, por ello el viaje se haría con la San Pedro, ésta a su vez estaba al mando de don Felipe de Salcedo, persona muy joven pero que había demostrado una madurez poco habitual, siendo acompañado por el piloto mayor de la Armada don Esteban Rodríguez, pero se añadió al piloto del patache San Juan, Rodrigo de Espinosa y como contramaestre de la nao se eligió a don Francisco Astigarribia, mientras que la dotación se componía de unos doscientos hombres.

Pero hete aquí que el expresivo Urdaneta de sus años mozos, con su locuaz forma de hablar y escribir, en este viaje que es de la mayor importancia para la historia naval, deja de lado sus precisos movimientos y desaparece el yo, para convertirse en un nosotros, lo que demuestra el cambo producido por el claustro y su forma de pensar, habían cambiado al hombre, pues se describe con trazos muy breves e impersonales, lo que deja traslucir la grandeza de su espíritu y que las hazañas queden para otros, pues da la sensación de que cumple con una obligación, pero sin ningún ánimo de sobre nombre, demostrando al mismo tiempo una gran generosidad, por lo que si de la travesía y de su importancia después dependieron muchas vidas, a la suya ya aparece como cansado de tanto haber vivido.

Así el 1 de junio de 1565 la nao San Pedro leva anclas deseándole todos «con la buena ventura», desde la isla de Cebú, por lo que se va hacer un salto sin ventajas y a puro poder del dominio del hombre, pues Cebú se encuentra en el corazón de las islas Filipinas y además tiene que navegar entre ellas sin apenas conocerlas; sabemos que Legazpi abordo la nao, para durante un breve trayecto despedirse de su amigo, lo cual sucede como a una legua de distancia, separación que ya será definitiva, pues nunca más se volverán a encontrar.

Ya en su salida surgieron los primero problemas, pues enfrente del puerto de Cebú se encuentra la isla de Mactán, en la que fue asesinado Magallanes, encontrándose con un angosto y largo canal, que a decir de lo escrito, no tenia de anchura el tiro de un arcabuz, obligando a navegar con muy poco trapo para evitar encallar por recomendación y a precisiones del piloto, haciéndolo muy pegado a la isla de Mactán por ser sus aguas más profundas, la navegación entre todas estas islas se hace muy lentamente, por lo que ayuda sobremanera las calmas existentes en ellas, además son islas muy diferentes unas de las otras a pesar de estar todas muy juntas, pues tienen diferentes tamaños de altura, unas están llenas de vegetación, mientras otras son rocosas y otras prácticamente solo una montaña y entre estas encontraron una, en la que dos de sus montañas brotaba un humo por ser volcánicas, por eso se quedaron ensimismados con aquellos parajes.

La nao se detuvo en una de aquellas islas para recoger frutos frescos, pero la actitud otra vez de los aborígenes les ocasionó algún disgusto, pues al final los soldados que estaba protegiendo el abastecimiento, tuvieron que verse obligados a efectuar algún disparo de arcabuz, con esta acción los indios dejaron de molestar.

Saliendo a mar abierto el 9 de junio, por ello el piloto Rodrigo de Espinosa anota en su cuaderno: «…donde se remata las isla Filipina.», al medio día siguiente la tierra casi se había perdido de vista estando a una distancia cómo unas doce leguas, donde a partir de aquí la monotonía de solo ver cielo y agua se repetirá prácticamente sin cambios durante todo el trayecto.

El 21 que era el día del Corpus Christi se ve por la banda diestra un farallón, según el piloto anota: «Parecía un barco que estaba surto.» sobre el que volaban unas aves y calculando su posición, lo sitúa en 20º y a unas trescientas leguas de Cebú, pero este obstáculo obliga a variar el rumbo, por la gran cantidad de rompientes que le rodean.

Por la ruta marcada por Urdaneta no se va a poder ver durante mucho tiempo ni siquiera una isla, pues él había observado en su larga permanencia en las Molucas como soplaban los vientos y sus latitudes, por ello con este viaje pone en práctica lo aprendido durante aquellos años y siempre intentando conseguir subir de paralelos, alcanzando el de 39º de latitud Norte.

Este tipo de navegaciones deshacía la moral de cualquiera, pues daba la sensación de que cuanto más se avanzaba, más tiempo faltaba para llegar y eso era para, corazones y mentes muy preparadas, a lo que se añadía la terrible enfermedad «de los belfos sangrantes», lo que terminaba por cumplir el deseo de algunos de acabar con sus días, pues ya no tenían solución y esto les daba el desánimo total por desesperación.

Pero Urdaneta firme, no tuerce un ápice su derrotero, pues los vientos provenían de la banda diestra y así se mantuvo hasta que el 1 de julio, Espinosa anota que ya es visible la «estrella del Norte»; a mediados de mes como causa adversa, pues durante cuatro días les ha faltado el viento.

A partir de aquí Espinosa se limita a apuntar las singladuras efectuadas, por ello sabemos que el 22 de agosto: «…en 34 grados largos.», pero el viento estaba continuamente rolando, lo que producía una fluctuante derrota y siendo imposible: «…echar rumbo cierto.», pero a pesar de ello, también calcula que en ese día se han recorrido unas treinta leguas y así también sabemos, que entre finales de agosto y primeros de septiembre, se encontraron con mar gruesa, cerrazón y aguaceros de mediana intensidad, no necesitando tomar más medidas para amainar que tomar rizos a alguna vela de gavia.

Pero Urdaneta no dejaba de vigilar, pues por lo escrito se demuestra que en muchas ocasiones, él mismo cogía la rueda del timón y se encargaba de verificar se mantenía lo por él indicado, por lo que los pilotos, ya no se mantienen en dudas sobre el rumbo marcado y parece que adopten más una posición de mandados, a la que no estaban muy acostumbrados: «Y así pareció al Padre Prior (como le llamaban a bordo) y a mí que fuésemos gobernando al Sueste.» y termina por explicar el piloto Rodrigo de Espinosa, que éste no estaba a veces de acuerdo con el rumbo marcado por Urdaneta, pues era más propio se acercará a las cartas de navegación y confrontara sus datos con los escritos por el fraile, pero con estas pocas palabras, confirma que su parecer poco le importaba a Urdaneta, confirmándole su aprendizaje de piloto y de ahí su aquiescencia a las opiniones de Urdaneta.

Algunos expedicionarios ya estaban en la certeza de estar muy cerca de las tierras de Nueva España, pero no fue hasta el 3 de septiembre, cuando se avista en la lejanía una tierra que Espinosa anota de esta forma:

«A esta isla la puse nombre la Deseada; estará en altura de 33 grados y tres cuartos.»

El 9 de julio anterior, por orden de Urdaneta, el piloto mayor Salcedo había ordenado a su vez a los pilotos que llevaran cada uno la cuenta de las leguas que separaban a Cebú del puerto de La Navidad, por ello y con el escribano Asensio de Aguirre, se da testimonio en el mismo día de las apreciaciones de todos ellos, por ello viene la siguiente anotación: «39 grados y medio»; en esto coinciden todos pero en la distancia recorrida, hay diferencias notables, aunque por cálculos personales se acercan mucho más, mientras Esteban Rodríguez, dice que las distancia de su cuaderno es de 1.740 leguas, pero sus notas le indican que pueden ser 2.000, Rodrigo de Espinosa, su cuaderno le da 1.650, pero sus notas 2.030 y Francisco Astigarribia, sobre su cuaderno da 1.650, pero por cálculos de error las sitúa en 2.010.

A partir de este instante, se va siguiendo la línea de costa y no muy lejos de ella, pues es «tierra de California», por ello no les cuesta mucho encontrarse a la altura de las de Cedros y Loreto, a los que les siguen los cabos de la Paz y San Lucas, prosiguiendo su rumbo pasan por las aguas de las islas Tres Marías y el siguiente punto a destacar es el cabo Corrientes, el cual ya quedaba muy cerca del puerto de partida de La Navidad.

Pero mientras tanto se había ido sufriendo pérdidas, entre ellas en la noche del 25 al 26 falleció el maestre de la nao, y al siguiente día su piloto mayor, Esteban Rodríguez, siendo una de las más notables de la expedición y cuando solo les faltaban horas por llegar, en el amanecer del 1 de octubre la nao se halla frente al puerto de La Navidad; Espinoso nos lo describe así:

«A esta hora me fui al capitán, y le dije que adónde mandaba que llevase el navío, porque estábamos sobre el puerto de La Navidad, y él me mandó que lo llevase al puerto de Acapulco, y obedecí a su mandato.»

Al parecer esta orden venía de Urdaneta, pues él sugirió antes de partir se efectuara desde Acapulco, pero la Audiencia de Nueva España se negó, obligándole a zarpar del de La Navidad, que era un lugar muy insalubre y además quedaba mucho más lejos de la capital, por ello decidió se llevara el retorno a Acapulco, el cual demostró a partir de ese momento ser el más apropiado, pues se siguió utilizando durante los siguientes siglos, como punto de partida y de retorno, pues este puerto con su bahía, permitía al mismo tiempo dar capacidad a más de quinientas naves, por ello arriba al puerto de Acapulco el 8 de octubre de 1565 la nao San Pedro, pero con solo dieciocho hombre con posibilidades de hacer algún esfuerzo, pues el resto o había sido sepultados en la mar, o permanecían a bordo enfermos incapaces de trabajar.

Urdaneta hace una relación del histórico viaje, pero como se podrá apreciar, más lacónicamente es imposible, aparte de con una sencillez que casi es imposible describir, por la grandeza de lo que había descubierto, dice así:

«De la vuelta de Cebú para Nueva España, lo que hay que decir es que partimos desde quedaron los nuestros en primero de junio de 1565, y en 18 de septiembre vimos la primera tierra en la costa de la Nueva España, que fue una isla que se dice San Salvador, que está en 34 grados menos un sesmo, y a primero de octubre llegamos enfrente del puerto de La Navidad; y no queriendo entrar en él, pasamos al puerto de Acapulco por ser muy mejor puerto que este otro y estar más cerca de México que no el puerto de La Navidad con más de 45 leguas.
Pasamos mucho trabajo a la vuelta, con tiempo contrarios y enfermedades. Murieron veintiséis hombres hasta surgir en el puerto, y después de llegados a él otros cuatro, y más un indio de la islas de los Ladrones, que envió el General con otros tres indios que envió de la isla de Cebú. Vino por capitán de la nao Felipe de Salcedo, nieto del General, el cual se hubo cuerdamente en su cargo. No trato de cómo se apartó de nuestra compañía a la ida don Alonso de Arellano con el navío San Lucas, porque él mismo ha dado relación de lo que le sucedió en aquel viaje.»

Hasta aquí su relación, como queda demostrado hace más hincapié en el tema del puerto y en lo bien que se ha conducido el capitán de la nao, que en todo el resto del viaje, resumiéndolo en dos líneas, lo que da una aproximación a la personalidad de Urdaneta, pues no aceptaba las ordenes contrarias a la humanidad, no perdonando se le obligara a zarpar de un lugar inadecuado, por ello no hacía caso de las estimas de los pilotos y se mantenía en las suyas firmemente, basándose en su experiencia de más de nueve años en tierras de las Filipinas por sus observaciones de vientos y corrientes para una buena navegación, tanto es así que ni siquiera dice la memorable fecha de su feliz regreso, siendo el 8 de octubre de 1565.

Así fue como nació la nueva ruta que evitaba pasar por la portuguesa y con este descubrimiento náutico, fue posible comunicar la ciudad de Manila capital del archipiélago filipino con la ciudad de Acapulco en el Virreinato de Nueva España, navegando por el mismo océano Pacífico.

Bibliografía:

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Fernández de Navarrete, Eustaquio.: Historia de Juan Sebastián del Cano. Imprenta de los hijos de Manteli. Vitoria, 1872.

Fernández de Navarrete, Martín. Biblioteca Marítima Española. Obra póstuma. Madrid. Imprenta de la viuda de Calero. 1851.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895—1903.

Mariana, Padre. Historia General de España. Imprenta y Librería de Gaspar y Roig, Editores, Madrid, 1849. Tomo III.

Orellana, Emilio J. Historia de la Marina de guerra Española, desde sus orígenes hasta nuestros días. Salvador Manero Bayarri-Editor Tomo II, Primera parte. Barcelona.

Pigaffetta, Antonio: Primer viaje entorno al globo. Traducción del original de Pigaffeta. Editorial Francisco Aguirre. Buenos Aires, 1970.

Sanz y Díaz, José: López de Legazpi, fundador de Manila 1571-1971. Publicaciones Españolas. Madrid, 1971.

VV. AA.: Historia General de España y América. Ediciones Rialp. Madrid, 1985-1987. 19 tomos en 25 volúmenes.

VV. AA.: V Centenario del nacimiento de Andrés de Urdaneta. Instituto de Historia y Cultura Naval. Monográfico N.º 58. Madrid, 2009. Ciclo de conferencias XXXVII Jornadas de Historia Marítima.

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