Lezo y Olavarrieta, Blas de Biografia

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Biografía de don Blas de Lezo Olavarrieta
Óleo de don Blas de Lezo, ya tuerto.
Blas de Lezo y Olavarrieta.
Cortesía del Museo Naval de Madrid.

Teniente general de la Real Armada Española.

Orígenes

Descendía de noble familia. Por la rama paterna ya a principios del siglo XIII el capitán don Guillermo Lezión, le fueron concedidos por el rey don Alfonso VIII de Castilla, unas tierras próximas a Fuenterrabía, que fue donde levanto su casa.

Su bisabuelo, don Pedro de Lezo, fue regidor de Pasajes, habiendo ganado la ejecutoria de hidalguía, en el año de 1657, en unos juicios contradictorios contra los ayuntamientos de San Sebastián y Pasajes.

Vino al mundo en la población de Oyarzo al pie del monte Ulía, el día tres de febrero del año de 1689, en cambio en la parroquia de San Pedro de la villa de Pasajes se conserva la partida de bautismo de don Blas, fechada el día seis de febrero siguiente, siendo sus padres don Pedro Francisco y doña Agustina de Olavarrieta. El ser bautizado en Pasajes fue por estar avecindados sus padres en esta localidad, por eso se tardaron tres días en bautizarlo, hasta que su madre estuvo en condiciones de desplazarse.

Hoja de Servicios

Se educó en un colegio de Francia y salió de él en 1701, para embarcar en la escuadra francesa, como guardiamarina.

Luis XIV había ordenado por la protección que prometiera a su nieto que hubiese el mayor intercambio posible, de oficiales, entre los ejércitos y las escuadras de España y Francia, así como que también fueran comunes las recompensas.

De este modo vemos al joven Lezo embarcado de guardiamarina en el año 1704, en la escuadra del conde de Toulouse, gran almirante de Francia, con ocasión en que cruzaba frente a Vélez-Málaga se entablaba un combate contra otra anglo-holandesa. La escuadra francesa había salido de Tolón y en Málaga se habían unido algunas galeras españolas mandadas por el conde de Fuencalada, única fuerza disponible.

Se componía la escuadra franco-española de cincuenta y un navíos de línea, seis fragatas, ocho brulotes y doce galeras, sumando un total de 3.577 cañones y veinticuatro mil doscientos setenta y siete hombres. La escuadra anglo-holandesa al mando del almirante Rooke estaba compuesta por cincuenta y tres navíos de línea, seis fragatas, pataches y brulotes, con un total de 3.614 cañones y veintidós mil quinientos hombres, que provenía de haber tomado el peñón de Gibraltar.

El combate tuvo lugar el día veinticuatro de agosto, siendo tan empeñada la lucha que los de uno y otro bando quedaron muy maltratados, atribuyéndose ambos la victoria. No hubo navíos rendidos ni echados a pique, pero sí muchos daños en cascos y aparejos. Sufriendo la escuadra franco-española tres mil cuarenta y ocho bajas, entre ellos dos almirantes muertos y tres heridos, uno de éstos el general en jefe conde de Toulouse. Por parte de los anglo-holandeses fueron dos mil setecientas diecinueve, de ellos dos altos jefes muertos y cinco heridos.

Afortunadamente para los anglo-holandeses, no volvió a trabarse en combate, pues estaban faltos de municiones. Distinguióse en la acción Lezo, por su intrepidez y serenidad, la tuvo en tal grado que habiéndosele llevado la pierna izquierda una bala de cañón, siguió con gran estoicismo en su puesto de combate, mereciendo el elogio del gran almirante francés, por formar parte de la dotación del navío insignia Foudroyant, teniendo lugar el suceso el día veinticuatro de agosto del año de 1704, tenía a la sazón quince años.

Elevó el almirante francés un testimonio del valor demostrado por Lezo al rey don Luis XIV, quien por Real Orden y en agradecimiento le ascendió al grado de alférez de bajel de alto bordo.

Al recuperarse de su amputación regresó al servicio, nadie le puso problemas a pesar de ser una pierna, pasando de un buque a otro participando sucesivamente en el socorro a las plazas de Peñíscola y Palermo, posteriormente en el ataque al navío británico Resolutión, de 70 cañones, que terminó al prenderse fuego acabando por desaparecer de la superficie de la mar, así como en el apresamiento de dos navíos enemigos, que fueron conducidos a Pasajes y Bayona.

Fue ascendido al grado de teniente de navío siendo destinado a Tolón y allí combatió en el ataque que efectuó el duque de Saboya, a la ciudad, defensas y puerto en el año de 1707. Lezo se batió con su acostumbrado denuedo en la defensa del castillo de Santa Catalina perdiendo en esta ocasión el ojo izquierdo.

Las maniobras aliadas en contra de España en el seno mejicano obligaron a invernar a la Flota de don Diego Fernández de Santillán, impidiéndole tratar de llevar el situado a la bahía de Cádiz, se pensó entregarle la responsabilidad al cabo de la escuadra don Andrés del Pez, que con su galeón Capitana logró burlar a los enemigos y entrar en la bahía en el otoño de 1707, así se pudo alistar la nueva Flota que daría mayor poder a la ya existente en Veracruz, en esta Flota fue embarcado Blas de Lezo, la cual zarpó el día veintidós de mayo del año de 1708 con rumbo al Caribe, dándole escolta dos fragatas francesas y la Capitana de la Flota.

Óleo combate
Ataque de don Blas de Lezo al navío Stanhope con la fragata de su mando.
Cortesía del Museo Naval de Madrid.

Arribó a Veracruz donde se desembarcaron los azogues y se cargó el situado, regresando a la Habana donde entró el día tres de agosto de 1708. Con la premura que le daba el saber a don Andrés del Pez la falta que hacía el dinero en la Península, se entretuvo lo justo, pero se fue alargando y tuvo que pasar la invernada, intentando hacerse a la mar en la primavera del año de 1709, pero le llegaron noticias de estar los británicos de maniobras en Jamaica y avisado de haberse recogido más situado en Veracruz, aprovechó para arribar a éste puerto, permaneciendo en él hasta que los británicos se retiraron, siendo notificado de ello se hizo a la mar el día veinte de noviembre del propio año, aproando al Canal Viejo, arribando a Cádiz el día dos de marzo del año de 1710, sin ser avistado por los enemigos.

Ya de regreso a la salida del Canal Viejo de Bahamas la Flota atacó a un convoy británico con rumbo al Reino Unido, el cual estaba formado por once velas, de las que seis cayeron en poder de la Flota, siendo las fragatas, Ana, Dragoon, Galere, The Sefo of England, The Christ y el bergantín The Ana.

A su regreso y por su excelente comportamiento, cuando contaba con veintitrés años de edad y seis de servicio, (se cuenta desde que se le dio el primer grado de oficial en 1704) se le ascendió al grado de capitán de fragata.

Con ocasión de los aprovisionamientos al ejército con que Felipe V cercaba por tierra a Barcelona, se dio a Lezo el mando de alguno de los convoyes de municiones y pertrechos de guerra que se le enviaban desde Francia. Burló la vigilancia en varias ocasiones de los barcos anglo-holandeses, que apoyaban por mar al archiduque Carlos.

En cierta ocasión, cercado por todos los costados, tuvo que recurrir para pasar al heroico medio de pegar fuego a parte de sus buques, para penetrar a través del incendio abriéndose paso, al propio tiempo que disparando, logrando con ello que ninguno de los buques del convoy cayera en manos enemigas.

Se le ascendió al grado de capitán de navío en el año de 1713, y al año siguiente tomó parte en las operaciones del segundo ataque a Barcelona, cercada por tierra por el duque de Berwick, teniendo varios encuentros con el enemigo, en uno de los cuales recibió otra herida que le dejó inútil del brazo derecho.

En el año de 1714, pasó a la escuadra al mando del general, don Andrés del Pez zarpó zarpando con rumbo a Génova para transportar a la Reina doña Isabel de Farnesio, pero se negó a embarcar y se trasladó por tierra a España, lo que le costó permanecer tres meses en una silla de mano cubierta con cortinas, por no perder unos días, ante la indomable postura de la Reina regresó la escuadra al puerto de la Ciudad Condal. En palabras de Fernández Duro, dice: «. . .primer acto de los que había de creearla reputación de princesa que reunía á la arrogancia espartana, la tenacidad inglesa, la astucia italiana y la vivacidad francesa » de hecho le acompañaron en el tortuoso camino, el Marqués de Mary y don Carlos Grillo, por padecer junto a ella el tránsito por tierra, les concedió títulos nuevos en una Real Cédula fechada el día veintiuno de febrero del año de 1715.

Al arribar al puerto de Barcelona se estaba preparando la expedición de reconquista de Mallorca, tomando parte en ella el buque del mando de Lezo y seis navíos más, con diez fragatas, dos saetías, seis galeras y dos galeotas; todas estas fuerzas al mando del gobernador general de la Armada don Pedro Gutiérrez de los Ríos, conde de Fernán Núñez, a su vez daban protección al convoy formado por, veintiséis transportes, diecisiete saetías, cuarenta y una tartanas, veinticinco pingues, dos galeotas y dos saetías armada más cuarenta barcas, en las que se trasportaba a un ejército compuesto por veinticuatro batallones de infantería, mil doscientos caballos y seiscientas mulas para transportar la artillería y el tren de carros con toda la impedimenta de boca y guerra, estando al mando del caballero d’Asfeld, al estar todo listo y levantarse un viento favorable zarparon el día quince de junio del año de 1715.

Apenas desembarcaron los diez mil hombres, que llevaba la escuadra en los transportes, el marqués de Rubí gobernado austriaco, viéndose rodeado por tierra y la escuadra en la bahía decidió rendirse gracias a las buenas condiciones de hacerlo, pues no quedaría nadie de su ejército sin ser transportado a sus territorios y respetadas su vidas sino ofrecían resistencia, lo que provecharon los austriacos para dejar las armas, quedando de esta forma recuperada una importantísima plaza.

Al ver lo fácil que había resultado, se aprovechó la fuerza y parte de la escuadra con una porción del ejército que arrumbaron a la isla de Ibiza, al arribar comunicaron a los austriacos que Mallorca ya estaba en su poder, por los que se conminaba a que siguieran su ejemplo para evitar derramamiento de sangre, al mismo tiempo que se les garantizó que podrían salir de la isla los que quisieran; ante esta benevolencia no la desaprovecharon y capitularon, incorporándose de nuevo al isla a la corona española.

En 1716, al mando del navío Lanfranco, se incorporó éste a la escuadra del general don Fernando Chacón Medina y Salazar, quien enarbolaba su insignia en el Príncipe de Asturias, al mando de don Antonio Serrano, Hermione, al mando de don Francisco Cornejo, quien llevaba a bordo de transporte al nuevo virrey de Nueva España don Baltasar de Zúñiga y Guzmán, más el buque de registro San Dimas y las Ánimas, con destino a Tierra Firme y Veracruz para recoger el situado y al mismo tiempo auxiliar a los galeones perdidos en el canal de Bahama por un fuerte temporal.

Poco después, recibió la orden de incorporar su navío una escuadra destinada a los mares del Sur, estando al mando del general Juan Nicolás Martinet formada por el Conquistador, Triunfante y la Peregrina, posteriormente se añadió el Lanfranco, como Jefe Bartolomé de Urdinzu y de comandante don Blas de Lezo, se incorporó a la comisión encomendada a esta fuerza naval, que no era otra que dejar las aguas limpias de corsarios, piratas y buques extranjeros que, haciendo un comercio ilícito, perjudicaba grandemente a la Real Hacienda española, privándola de los beneficios que estos corsarios impedían con sus depredaciones.

Pero los problemas surgieron al intentar cruzar el Cabo de Hornos, el cual lo consigue la escuadra del mando Martinet, pero no así el Lanfranco, que se ve obligado a regresar a Buenos Aires, donde se reparó como se pudo el navío volviendo a intentarlo, zarpando del Mar del Plata en el mes de enero de 1718, pero de nuevo los temporales del Cabo les impidió doblarlo, teniendo que regresar otra vez a Buenos Aires, pero al entrar en el Mar del Plata localizaron a dos fragatas francesas las San Francisco y Danicant, por lo que dejan el Lanfranco y con las dotación se completa la de las dos fragatas, volviendo a zarpar de Montevideo con rumbo al Cabo, donde al tener el mando de una de ellas don Blas consigue pasarlo gracias a su pericia y su Jefe al seguirle también lo logra.

No fue trabajo de unos días, pues permaneció durante catorce años en aquellas aguas a las órdenes de sus jefes, que fueron dejando el mando siéndole entregado a él como Jefe de la escuadra y nombrado general del Mar del Sur por Real Orden del día dieciséis de febrero del año de 1723, comenzando a realizar más campañas, una de sus primeras intervenciones como a tal jefe, fue la captura del buque británico Prince Federico, con una carga valorada en unos dos millones de pesos, en otra de ellas se enfrentó a unos buques de guerra británicos y holandeses, sumando en los bajeles enemigos superior poder artillero, pero don Blas actuó como era su costumbre, les arremetió con tal fuerza y valor, que los dejó mal parados a pesar de ello el combate duro ocho horas, tras las cuales se había apoderado de uno bátavo y el resto huyó como pudo, no siendo perseguidos por que los de Lezo tampoco estaban para hacer esfuerzos, al ser reemplazado en total había capturado a seis buques de guerra, por un valor total de tres millones de pesos; tres de ellos se agregaron a la Real Armada, también se ocupo de los corsarios que se escondían en las isla de Juan Fernández, dejando al final de su estancia limpias de corsarios las costas desde Perú al Estrecho de Magallanes, permaneciendo en ellas hasta el año 1730, en que fue llamado a España por Orden del Rey.

La Corte estaba en Sevilla y allí se dirigió Lezo para informar a S. M. de todas las decisiones de su último mando. Obtuvo la aprobación Real y como recompensa a sus valiosos servicios, fue promovido a jefe de escuadra, pero por Real Gracia con la antigüedad de la fecha en que se hizo cargo de la escuadra, por lo que su ascenso es del día dieciséis de febrero del año de 1723. (Contaba con treinta y cuatro años de edad. En esta época no existía todavía el grado de brigadier, por esta razón se pasaba directamente del grado de capitán de navío al de jefe de escuadra)

Dibujo de la bandera de división de Blas de Lezo, con la cruz de Borgoña y fondo morado.
Bandera otorgada por don José Patiño a don Blas de Lezo al mandar una división en el Mediterráneo.
Cortesía del Museo Naval de Madrid.

Permaneció en el departamento de Cádiz hasta el día tres de noviembre del año de 1731, en que embarcó en la escuadra al mando del marqués de Mari compuesta por los navíos: San Felipe y Santa Isabel, de 80 cañones; La Reina, Santa Ana, Galicia, León y Príncipe, de 70; Conquistador, Gallo, Santiago, Castilla, Andalucía, Hércules, San Isidoro, Guipúzcoa, Santa Teresa y Rubí, de 60, las fragatas: Incendio, de 54, San Esteban y Fama Volante, de 50, Javier, de 46 y Atocha, de 30 y los avisos: Júpiter y Marte, de 16, con rumbo a Liorna para asistir al infante don Carlos en las dificultades que pudieran surgirle en su toma de posesión de los estados de Parma, Plasencia y Guastala, ya que pasaban por poder de herencia dinástica, por el fallecimiento ocurrido el día veinte de enero de 1731 su titular el duque de Parma don Antonio Farnesio. Existen cartas firmadas por el conde de Santi-Esteban, en que por orden de S. A. Real, se expresa la satisfacción que causaron los buenos servicios del general Lezo.

A principios del año de 1732, recibió don Blas de Lezo la orden de arribar a Génova, para que le fueran devueltos al Rey de España los dos millones de pesos allí depositados, que lo estaban en garantía de cobro por el asiento de las galeras de esta República, para ello se trasladó con seis navíos, nada más arribar y penetrar en el puerto se quejó, exigiendo le fueran hechas las salvas de ordenanza al pabellón de España, y por no haberlos hecho que fueran redobladas, al mismo tiempo que enviaba al Banco de San Jorge mensaje para que le entregasen el dinero, esto se comunicó al Senado quien quiso dilatar la entrega enviando excusas fuera de lugar, al darse cuenta Lezo de la maniobra y habiéndose hecho llegar unos diputados a su navío, les enseñó su reloj y les marcó unas horas, si a ellas no se le habían entregado el dinero, bombardearía la ciudad hasta dejarla plana, los diputados se dieron cuenta que no era una chanza, cumpliéndose a satisfacción de don Blas todo lo demandado, al tenerlo todo a bordo levó anclas y largo velas inmediatamente, por orden de S. M. dejó medio millón en Nápoles al infante don Carlos y el resto lo desembarcó en la ciudad de Alicante para ayuda de la expedición que se estaba formando para tomar Orán.

Comenzó la organización de la expedición contra Orán, recibiendo la orden de incorporarse al mando de un navío en la escuadra al mando del teniente general don Francisco Cornejo, quien arboló su insignia en el San Felipe, que junto a otros cuatro dieron escolta a un convoy de treinta y cuatro buques mercantes, zarpando el día doce de mayo del año de 1732 de la bahía de Cádiz, con rumbo al puerto de Alicante puerto designado para la reunión de la expedición, los malos tiempos y sobre todo los vientos contrarios retrasaron la arribada, consiguiendo lanzar las anclas el día dieciocho siguiente.

Permaneció a la espera de que fueran acudiendo buques, tanto los de guerra como los mercantes que en su mayoría eran fletados para la ocasión, tardando en completarla veintinueve días, quedando formada la escuadra por los navíos: San Felipe, de 80 cañones; Real Familia y Galicia, de 70; Santiago, Castilla, Andalucía y Hércules, de 60 y los Júpiter, Padre de San Diego, Fama Volante y San Francisco, de 50, dos bombardas, siete galeras de España al mando de su Segundo Cabo don Miguel Reggio, dos galeotas de Ibiza y cuatro bergantines guardacostas de Valencia, ciento nueve buques distintos de transporte, cincuentas fragatas, cuarenta y ocho pingues, noventa y siete saetías, ciento sesenta y una tartanas, veinte balandras, ocho paquebotes, cuatro urcas, dos polacras, dos gabarras, veintiséis galeotas y cincuenta y siete buques menores, siendo el segundo en el mando el jefe de escuadra don Blas de Lezo que enarbolaba su insignia en el navío Santiago; entre otros materiales se llevaron 110 cañones y 60 morteros, siendo quizás la mayor concentración naval del siglo XVIII.

El ejército estaba compuesto por veintiséis mil hombres al mando del duque de Montemar, siendo embarcados en quinientos treinta y cinco buques, estando formado por: Regimientos de Guardias Españolas, Guardias Walonas, Regimientos de Infantería: España, Flandes, Asturias, Vitoria, Ultonia, Soria, Amberes, Primero y Tercero de Suizos de Nidriz, Irlanda, Artagon, Segundo de Namur, Cantabria y Hainaut con veintitrés mil hombres. Caballería, compuesta por los regimientos: Reina, Príncipe Santiago y Granada, los de Dragones de Sagunto, Bélgica, Numancia y Lusitania, con mil setecientos efectivos. Más una compañía de escopeteros de montaña de Getares y otra de Tarifa, más otra de guías, cuyos miembros eran todos naturales del mismo Orán. Y la Artillería compuesta por, 60 piezas de á 24, 20 de á 16, 12 de á 12 y 6 de á 8, más 20 morteros de á 18 pulgadas y 40 de á 12, para poder ser transportadas todas estas piezas se llevaron ciento cuarenta mulos y ciento cincuenta acémilas con sus conductores.

El día quince de junio comenzó a zarpar la escuadra desde el puerto de Alicante, ya en la mar se encontraron con diferentes problemas, los malos tiempos que producían retrasos y a ello se sumaba, las diversidad de buques fletados en diferentes países que cada uno tenía un andar distinto, aparte de ceñir mejor ó peor los vientos lo que en algunos momentos preocupó y no poco por ocasionar una gran dispersión de ellos por toda la mar, lo que obligaba a los que tenían la responsabilidad de guardarlos, tener que navegar incluso de vuelta encontrada para hacerlos regresar al convoy.

Arribaron y lanzaron las anclas en la costa de Orán el día veintitrés, los enemigos al ver aquel bosque de árboles y sus velas se dispusieron a proteger su capital, ya que Cornejo había dado la orden de pasar la noche a bordo para desembarcar al día siguiente y de paso que descansasen los soldados y marineros al menos unas horas.

El día veinticuatro se verificó el desembarco en la playa de La Aguada, protegido por el fuego de los buques, desembarcando y solo en la primera llegada a tierra lo hicieron tres mil hombres, parte de la caballería de frisa y algunas piezas de artillería, siendo acosados casi al llegar por los jinetes moros, pero ya el fuego de la infantería y el de la artillería, más la caballería doblando las alas les impidió devolverlos al mar, de forma que al llegar la noche ya habían en tierra más de veinte mil hombres, casi toda la artillería y prácticamente toda la caballería, el primer desembarco fue conducido por el capitán de navío don Juan José Navarro.

Hubo varias escaramuzas por parte de los enemigos, pero siempre recibían mucho fuego y se retiraban maltrechos, hasta llegar el día uno de julio en que ya habían sido reforzados por más hombres y caballos formando un buen ejército decidiendo atacar a viva fuerza a los españoles, pero los desembarcados ya había construido hasta estacadas de madera, con la artillería bien dispuesta, lo que unido al fuego de los buques les causó un gran descalabro y viendo que nada podía oponer a aquel formidable dispositivo, decidieron abandonar a su suerte toda la zona huyendo al interior, la guarnición de la ciudad de Orán al ver el abandono en que quedaban siguieron su ejemplo, siendo tomada la plaza sin resistencia.

Se atacó a Mazalquivir, pero el combate se fue alargando, por ello el día tres se propuso el general Cornejo conquistar la fortaleza, para lo que se destacó a los buques que la bombardearon, pero fue tanto el estrago que realizaron que al final se decidió dejar solo a dos navíos al mando del conde de Bena-Masserano casi atracados a la misma, la corta distancia causaba graves daños y de hecho los muros ya casi no soportaban su propio peso por lo eficaz del fuego, esto les convenció de que la defensa era inútil y enarbolaron bandera blanca se rindieron, momento en el que fuerzas del ejército entraron y la tomaron.

Se verificó el estado de las fortalezas que eran cinco y la muralla que las unía, con 138 cañones, siete morteros y gran cantidad de pólvora y munición, al recibir el informe verbal Cornejo ordenó reponerlas para su mejor defensa, aparte de desembarcar artillería de sus buques para reforzar la disponible por el ejército, dejando una fuerza de seis mil hombres como guarnición de seguridad.

Asegurada convenientemente la plaza, recibió la orden don Blas de Lezo, de hacerse a la vela regresando al puerto de partida de Alicante, dando escolta a ciento veinte embarcaciones de transporte, al terminar el desembarco de las tropas participantes, la escuadra zarpó de Alicante con rumbo a Cádiz, donde arribó el día dos de septiembre del año de 1732.

Las regencias norteafricanas no podían permitir lo sucedido, por lo que casi por primera vez en su historia de unieron para atacar a Orán y Mazalquivir, reuniendo un ejército de más de treinta mil hombres, con el apoyo de una escuadra de Argel, compuesta por un navío de 60 cañones, cuatro pequeños de entre 40 á 50 y cuatro fragatas de 30 á 36, siendo los que atacaron la plaza, quedando ambas bloqueadas por tierra y mar.

Enterado S. M. de lo que sucedía ordenó a Lezo que se hiciera a la mar lo antes posible y socorriese las plazas, por esta razón en principio zarpó con los navíos disponibles, siendo el Princesa y Real Familia, de la bahía de Cádiz dando escolta a veinticinco transportes, con tropas, caballos, artillería y pertrechos de boca y guerra, ya en el mar se le unieron otros cinco, navegando a todo trapo se fueron acercando y al verlos los buques argelinos, largaron las velas y salieron en una huída vergonzosa, lo que permitió desembarcar a las tropas levantando el bloqueo, al mismo tiempo se comenzó a desembarcar los socorros que llevaba siendo todo puesto a buen resguardo, mientras que las tropas salían de la fortaleza a unirse a las desembarcadas, produciéndose al mismo tiempo la huída del resto de las tropas moras. La gran pérdida se produjo en la resistencia inicial al morir en combate, el general Gobernador don Álvaro Navia-Osorio, marqués de Santa Cruz de Marcenado, el más ilustrado de nuestro militares cuya obra escrita oriento a grandes militares posteriores.

Concluida la misión principal de asegurar las plazas y viendo el temor a su escuadra demostrado por los argelinos, pensó en seguirles y causarles el mayor daño posible, por lo que ordenó hacerse a la mar y buscar a la escuadra enemiga, navegadas una horas se divisó una vela, dando la orden de forzar velas para darle alcance, al ir acercándose pudo apreciar que era el navío Capitana de Argel, al mando del argelino Bay Hassan, el cual a su vez cazó más el viento y logro llegar a refugiarse en la ensenada de Mostagán, la cual estaba protegida por dos fortalezas y unos cuatro mil hombres.

Penetró Lezo tras el navío siguiendo sus aguas, a pesar de los fuegos cruzados de las fortalezas y de los que se le efectuaban desde todas partes con los fusiles, arrió sus botes armados y bien dotados, logrando éstos situarse al costado de la capitana de Argel, que estaba muy bien protegida a pesar de ello le dio fuego, estando siempre protegidos por los fuegos del navío y de los infantes, lo que impido que pudieran apagarlo yéndose al fondo en el mismo refugio que había encontrado. Las bajas enemigas fueron cuantiosas dado su mismo apelotonamiento, pero no se saben cifras exactas, por parte española se sufrieron nueve muertos más treinta y nueve heridos, de estos, cinco eran oficiales y guardiamarinas.

Esta acción, marcó a los argelinos y turcos, pues nunca les había ocurrido semejante temeridad, así asustados pidieron socorro a la Sublime Puerta (Constantinopla). El general Lezo se enteró de ello, decidiendo pasar a Alicante a reparar sus buques y abastecerlos, al concluir los trabajos volvió a hacerse a la mar buscando una ruta de posible encuentro con los buques que vinieran con los socorros, situándose cruzando entre Galita hasta el cabo Negro y Túnez.

Permaneció en la mar por espacio de cincuenta días, hasta que se produjo una epidemia ocasionada por la corrupción de los alimentos, esto le obligó a abandonar su intento de interceptar los socorros, a su vez vio que no podía llegar la gente en esas condiciones y era cuestión de vidas, decidiendo arribar a Cerdeña para abastecerse de nuevos víveres, que al principio comenzaron a paliar el problema, viendo la mejoría de su hombres zarpó de esta isla y puso rumbo a la bahía de Cádiz, pero en el trayecto volvió a saltar la alarma, por lo que tomó la decisión de arribar al puerto de Málaga, donde desembarcó a los más graves siendo la mayor parte para que fueran bien atendidos, entre ellos se encontraba un guardiamarina por nombre Jorge Juan, al terminar de desembarcar a todos los enfermos, con las tripulaciones mermadas volvió a zarpar, logrando arribar por fin a la bahía de Cádiz, en el trayecto final fue él mismo el que cayó gravemente enfermo, siendo trasladado a tierra nada más fondear su buque.

El Rey muy satisfecho con todo lo conseguido y en tan poco tiempo, se lo agradeció de la mejor forma que se puede hacer a un marino, pues lo ascendió al grado de teniente general por Real Órden del día seis de junio del año de 1734. (Contaba con cuarenta y cinco años de edad)

Se le nombró Comandante General del Departamento de Cádiz en este mismo año, al siguiente recibió otra Real Órden para viajar a la Corte, en ella permaneció muy poco tiempo pues él mismo decía « que tan maltrecho cuerpo no era una buena figura para permanecer entre tanto lujo y que su lugar era la cubierta de un buque de guerra; pidió el consiguiente permiso al Rey y éste se lo concedió », el Rey se dio cuenta que además no era hombre de Corte, así que al pedirle la licencia de volver a la mar se la concedió, regresando al Puerto de Santa María, donde permaneció hasta el día veintitrés de julio del año de 1736, pues por Real Orden de esta fecha se le nombraba comandante general de una flota de ocho galeones y dos de registros, a los que daban escolta los navíos Conquistador y Fuerte ya que debían hacer el mismo viaje y se aprovechó para que fueran protegidos en su derrota hasta Tierra Firme.

Zarpó con su Flota el día cuatro de febrero del año de 1737, arribando a Cartagena de Indias el día once de marzo siguiente, quedándose de refuerzo el navío Conquistador, de 64 cañones quedando así una pequeña escuadra compuesta por el citado y el Fuerte, de 60, llegó recién construido en la Habana el Dragón, siendo despachado el Fuerte con situado a Cádiz, donde arribó en octubre del año de 1737, el África, de 64 se incorporó en el mes de junio del año de 1738, y el San Felipe, de 80, era el insignia de don Rodrigo Torres, al zarpar de Cartagena de indias, por un temporal perdió la verga del mayor, recibiendo la orden de Torres de regresar a Cartagena, quedando incorporado a la escuadra de don Blas a principios del año de 1741.

En noviembre del año de 1739, ya declarada la guerra con el Reino Unido, tuvo noticias que en la isla de Jamaica se estaba alistando una importante expedición con fuerzas de desembarco que llegaban de Europa. Jamaica fue el punto de partida en diferentes ocasiones, de ataques a los puertos españoles, de la Habana, Portobelo y el castillo del río Chagres, entonces éste navegable, constituyendo parte de la vía de comunicación del Atlántico con la ciudad de Panamá y el mar del Sur, así como a la misma Habana pero solo en demostraciones de fuerza, que al verse la respuesta decidían abandonar.

Fotografía medalla conquista de Portobelo
Medalla acuñada tras la conquista de Portobelo.
Cortesía del Museo Naval de Madrid.

El día veintiuno de noviembre del año de 1739, el almirante Vernon atacó a Portobelo, al mando de seis navíos de ellos alguno de tres baterías, comenzando por el castillo de Hierro, situado a la entrada del puerto, siendo casi arrasado por el poder de la artillería embarcada, al mismo tiempo que los tiradores desde las cofas hicieron huir a los pocos soldados españoles, se hizo de noche y se paró el combate, al amanecer del día veintidós, Vernon había dispuesto asaltar el interior del puerto con los botes, pues en su interior aún quedaban los dos fuertes la Gloria y San Jerónimo, pero viendo los preparativos el Gobernador español, capituló.

Las condiciones para ello fueron que no se hiciera saqueo a la ciudad, ni se molestase a sus habitantes, quedando prisioneros solo los uniformados, a lo que el almirante británico accedió. Todo lo que quedó en sus manos fueron 40 cañones de bronce, dos piezas de campaña, cuatro morteros, dieciocho pedreros de bronce, y de dinero, fueron diez mil pesos fuertes que se encontraban para pagar a las tropas. Las bajas británicas se contaron en el navío Burford y Worcester, tres muertos y cinco heridos y en el Hampon Court un herido, lo que demuestra la poca resistencia que se ofreció.

Transcribimos parte de un documento del A. G. I. que nos acerca a la realidad de la situación de Portobelo:

« Aviváronse las cosas con tal tropelía y desgreño, como que no había cabeza allí que mandase, porque D. Francisco Javier Martínez de la Vega y Retes, gobernador interino de aquel presidio, y al mismo tiempo castellano en inter del Castillo Todofierro, es sumamente inhábil para semejante empleos, de cortísimo talento y cobarde espíritu. . .los guardacostas se desarmaron para armar los castillos de todos sus utensilios y gente, pues en el de Todofierro metieron con un valiente oficial, D. Francisco Garganta, 90 hombres, los 54 soldados de Marina con sus fusiles y los restantes para el anejo de la poca artillería que había montada de los 32 cañones de la batería de dicho castillo, se redujo a ésta á nueve piezas, que con dos de ella se vinieron al suelo al primer tiro, y las tres quedaron embarazas é incapaces de manejarse. . . una pieza montada la noche anterior con una de la cureñas que allí se hicieron, como le faltase los pernos correspondientes, y como hecha con tanta aceleración se descuadernó é incapacitó, y no obstante, llevó tres balazos á lumbre de agua la Almiranta, le matamos 14 hombres, le herimos a 22, y una palanqueta le llevó el mastelero y verga de trinquete, que también le quebró éste, y otra bala le hizo grave daño en el combés y este navío el que le siguió, sin duda se hubiesen echado á fondo, si el Gobernador hubiera enviado una vela de balandra, que repetidas veces se le pidió, para secar la pólvora. . .que no hubieran entrado si toda la artillería hubiera estado montada, porque hubieran echado á pique dos ó tres, y los demás, á vista de esto, retrocedieran »

Luego se narran las deserciones de la gente, la orden que recibió un cabo y seis hombres, para que trasladaran al monte a su mujer y hijos para darles protección, la deserción del capitán de tierra don Sebastián Vázquez Meléndez, de forma que al final solo unos treinta hombres estaban en sus puestos, que fueron todos lo que tuvieron que rendirse. Y como se ve las bajas británicas fueron superiores a las que dan ellos, pero esto en tiempo de guerra es normal siempre.

Fotografía anverso medalla.
Medalla acuñada tras la conquista de Portobelo. Cortesía del Museo Naval de Madrid.
Fotografía reverso medalla.
Medalla acuñada tras la conquista de Portobelo. Cortesía del Museo Naval de Madrid.

Todo lo anterior viene a razón por las cartas que a continuación se trascriben, cruzadas entre el almirante Vernon y don Blas de Lezo.

« Portobelo 27 de noviembre de 1739.
Señor: Esta se entrega a V. E. por Don Francisco de Abaroa y en alguna manera V. E. puede extrañar que su fecha es de Portovelo. En justicia al portador, es preciso asegurar a V. E. que la defensa que se hizo aquí era por el comandante y por los de devaxo de su mando, no pareciendo en los demás ánimo para hacer cualquiera defensa.
Espero que de la manera que he tratado a todos, V. E. quedará combencido de que generosidad a los Enemigos es una virtud nativa de un yngles, lo cual parece más evidente en esta ocasión, por averlo practicado con los españoles, con quienes la nación ynglesa tiene una ynclinación natural, vivir vien que discurro es el interés mutuo de ambas naciones.
Haviendo Yo mostrado en esta ocasión tantos favores, y urbanidades, además de lo capitulado, tengo entera confianza del amable carácter de V. E. que mis paysanos hallarán de su generosidad igual correspondencia, que por la autoridad, y instancias de V. E. (aunque dependa de otro) los factores de la Conpañía de la mar del Sur en Cartagena, estarán remitidos inmediatamente a la Jamayca, a lo cual V. E. vien save tienen derecho induvitable por tratados, aun seis meses después de la declaración de la guerra.
El capitán Pelanco deve dar gracias a Dios de ha ver caido por capitulación en nuestras manos, por que sino, su trato vil, y indigno, de los yngleses, avía tenido de otro un castigo correspondiente.
Y soy Señor de V. E. su mas humilde servidor D. Eduard Vernon Burford — Portovelo — 27 de Nbre de 1739 »

Respondiéndole don Blas de Lezo:

« Cartagena 27 Dicembre 1739.
Exmo. Sr. — Muy Sr mío: He recivido la de V. E. de 27 de Noviembre que me entregó Dn Francisco de Abaroa y antecedentemente la que conduxo la valandra que traxo a don Juan de Armendáriz. Y en inteligencia del contenido de ambas diré, que vien instruído V. E. por los factores de Portovelo (como no lo ignoro) del Estado en que se hallava aquella plaza, tomó la resolución de irla a atacar con su Esquadra, aprovechándose de la oportuna ocasión de su imposibilidad, para conseguir sus fines, los que si ubiera podido penetrar, y creer que las represalías y obstilidades que V. E. intentava practicar en esos mares, en satisfacción de las que dizen havían executado los españoles, ubieran llegado asta insultar las plazas del Rey mi amo, puedo asegurar a V. E. me ubiera hallado en Portovelo para impedírselo, y si las cosas ubieran ido a mi satisfacción, aún para buscarle en otra qualquiera parte, persuadiéndome que el ánimo que le faltó a los de Portovelo, me hubiera sobrado para contener su cobardía.

La manera con que dice V. E. a tratado a sus enemigos, es muy propia de la generosidad de V. E. pero rara vez experimentada en lo general de la nación, y sin duda la que V. E. aora a practicado, sería imitando la que yo e executado con los vasallos de S. M. B. en el tiempo que me hallo en estas costas (y antes de aora,) y por que V. E. es sabidor de ellas, no las resfiero, por que en todos tiempos e savido practicar las mesmas generosidades, y umanidades con todos los desvalidos; y si V. E. lo dudare podrá preguntárselo al governador de esa ysla quien enterará a V. E. de todo lo que llevo expresado, y conocerá V. E. que lo que yo e executado en beneficio de la nacion ynglesa exede a lo que V. E. por precisión y en virtud de capitulaciones debía observar.

En quanto el encargo que me hace V. E. de que sus paisanos, hallarán en mi la misma correspondencia que los míos han experimentado en esta ocasión y que solicité que los factores del sur sean remitidos a Jamayca, inmediatamente diré, que no dependiendo esta providencia de mi arbitrio, no obstante, practiqué las diligencias combenientes con el governador de esta plaza, a fin de que se restitujesen a esa ysla; pero parece que sin orden del Rey no puede practicar esta disposición, respecto de que son Ministros de ambos soveranos, en la comisson que manexan; y en correspondencia yo quedo para servir a V. E. con las mas segura voluntad, y deseo le guarde Dios muchos años.

A bordo del Conquistador en la Bahía de Cartagena de Yndias. 24 de Diziembre de 1739. BLM de V. E. su más atento servidor. — Don Blas de Lezo »

Quedando don Blas convencido que ahora le tocaba el turno a Cartagena de Indias, si la conquistaban se harían dueños con el tiempo de todo el Caribe y seno mejicano, lo que se confirmó en el mes de febrero del año de 1740 cuando le llegaron noticias por diferentes conductos, de las formidables fuerzas que preparaban los británicos para atacarla, estas noticias y las recibidas en los interrogatorios de varias presas que se realizaron por los buques de la Armada española, que por otra parte interrumpieron el tráfico normal de los británicos, (consiguiendo entre ellas algunas con grandes tesoros a bordo) les convencieron de que había que tomar precauciones extraordinarias. Justo en este mes el Gobernador de la plaza cayó enfermo, falleciendo el día veintitrés del mismo.

Por lo que se quedó solo en estos momentos don Blas, decidiendo primero cerrar con dos gruesas cadenas el paso obligado para acceder a Cartagena de Indias, con ello se impedía el paso a los brulotes muy utilizados en la época, situó dos navíos en Boca Chica protegidos a su vez por la cadena para evitar recibieran el fuego de esos artefactos.

Esta plaza como todas las de América estaban muy abandonadas, existiendo un informe de los teniente de navío don Jorge Juan y don Antonio de Ulloa, que ponen de manifiesto esta clara circunstancia por el abandono que se venía arrastrando desde el final de la Dinastía anterior, por orden de don Blas dos condestables de la escuadra reconocieron la artillería de la plaza y hallaron los cañones incapaces de disparar diez tiros, pues sus cureñas estaban en muy malas condiciones, añadiéndose no tener repuesto de balas y tan sólo con 3.300 libras de pólvora, por esta razón ordenó que fueran socorridos los fuertes siendo abastecidos de víveres y pólvora, desembarcando la artillería que queda a sotafuego de los navíos para con ella reforzar la de las fortalezas, recibiendo al mismo tiempo a los hombres de la escuadra y sobre todo los artilleros e infantes.

El día trece de marzo del año de 1740 se presentaron ante Cartagena de Indias ocho navíos enemigos con dos brulotes, dos bombardas y un paquebote, fondearon a unas dos leguas al oesnoroeste de la ciudad, después de reconocer la costa y tomar las sondas convenientes establecieron el bloqueo, se acercaron las bombardas, situándose este-oeste del convento de la Merced, empezando la ejecución de un tiro con materias incendiarias, con lo que quemaron varias casas y edificios, los cañones de la defensa no llegaban a las bombardas con sus tiros y así continuaron éstos haciendo fuego durante los días dieciocho y diecinueve, viendo que tenían la ventaja del alcance, Lezo ordenó desembarcar un cañón de á 18 que puso en tierra, siendo trasladado hasta estar bajo su fuego los buques enemigos, comenzando a dispararles siendo tan bien dirigido y efectivo, que se vieron obligados a abandonar sus posiciones y alejarse.

Toda la escuadra británica levó y se retiró a Jamaica, quedando dos navíos bloqueando a Cartagena, hicieron los británicos una segunda tentativa, avistándose desde Cartagena trece navíos y una bombarda, reconocieron la ensenada de Barú, Lezo formó con otros dos navíos, otra segunda línea de defensa de Boca-Chica, viendo los británicos esta vigilancia y preparativos demostrando no estar dormidos los españoles como en Portobelo, decidiendo ante lo visto regresar a Jamaica sin atacar.

El día treinta y uno de octubre había llegado una escuadra al mando del general Rodrigo de Torres y Morales, compuesta por los navíos: San Felipe, Príncipe, Santa Ana, Castilla, San Luis, Nueva España, Andalucía, Reina, San Antonio, Santiago, Fuerte y Real Familia, y como avisos los bergantines: Pingue, Isabela y Hermosa, desembarcando algunos auxilios permaneciendo en Cartagena de Indias hasta el día ocho de febrero del año de 1741, viéndose obligado a zarpar con rumbo a la Habana, por llegarle noticia que sobre ella se encontraban los británicos amenazando con tomarla.

Arribó a Cartagena de Indias el virrey del Nuevo Virreinato de Nueva Granada, siendo el teniente general del Ejército don Sebastián de Eslava, general muy acreditado por su valor y por su inteligencia, realizando el viaje a bordo de su insignia, el navío Galicia, de 70 cañones y el San Carlos, de 66, que pasaron a incrementar la poca escuadra de que disponía don Blas.

Bombardeo de la ciudad de Cartagena de Indias por la escuadra del almirante Vernon.
Cortesía del Museo Naval de Madrid.

Entre él y Lezo tomaron las medidas, de mar y tierra, conducentes a la defensa, si bien Eslava se encontraba reacio a muchas de las propuestas de don Blas, como acreditan las quejas de que Lezo expuso posteriormente para que, por medio del marqués de Villadarias fuesen elevadas al Rey.

Acusa a Eslava entre otras cosas de poca previsión en el acopio de víveres, así como de que despreciaba los avisos del ataque, que se proyectaban, que a Lezo daban sus espías y que después la experiencia demostró tan oportunos. No obstante las diferencias de apreciaciones que pudiese haber, obedientes ambos a las órdenes que tenían de colaborar en todo momento, una vez empezó el ataque, mantuvieron una buena coordinación de esfuerzos. Lezo puso su alma en la empresa e imbuyó el mayor entusiasmo a su gente, que fue la que llevó casi todo el peso en el combate. El día cuatro de abril, estando a bordo del insignia el navío Galicia , por estar en mejores condiciones, reunidos Eslava y Lezo impactó un proyectil enemigo, siendo herido el Virrey en una pierna y don Blas, en una mano y un muslo.

Medallas acuñadas en el Reino Unido anticipando la victoria, que no se produciría.
Cortesía del Museo Naval de Madrid.
Medallas acuñadas en el Reino Unido anticipando la victoria, que no se produciría.
Cortesía del Museo Naval de Madrid.

Los británicos que atacaron eran doce mil, contra algo más de dos mil defensores y cuarenta caballos. Las pérdidas de los británicos fueron: nueve mil hombres, (según un folleto impreso por John Pembroke, « Verdadera narración de la conducta del almirante Vernon en Cartagena » las duplica, siendo dieciocho mil, nueve mil en combates y la misma cantidad por el escorbuto y otras enfermedades tropicales sumando a los hombres del ejército y de las dotaciones de los buques) contando tanto los caídos en combate como por enfermedades, al retirarse le pegaron fuego a seis navíos, pues en su estado no podían aguantar la alta mar, más otros diecisiete con muchos y graves daños. Por parte de los defensores, no se alcanzó la cifra de doscientos. Cartagena de Indias la Gloria para la Eternidad.

Contagiado de la misma enfermedad que habían contraído los británicos, ya que estos no teniendo capacidad para mantener a todos sus enfermos, cuando fallecían eran tirados por la borda quedando sus cuerpos a flote lo que fue contaminando el ambiente, facilitando con ello el contagio a muchos de los defensores y habitantes de Cartagena, entre ellos a don Blas de Lezo.

Ya encamado sufría de sudores, dolores de estomago y en los últimos días solo bebía agua, que la vomitaba al poco tiempo, subiéndole la temperatura que lo abrasaba, a lo que se sumaba, que la ciudad había quedado sin un cristal en toda ella, al desatarse las lluvias tuvieron que cerrar las contraventanas de forma que aún se hacía el dormitorio más lúgubre.

Durante el tiempo que estuvo, recibió pocas visitas dado el encono del Virrey, al que los compañeros le temían si eran vistos al entrar a la casa de don Blas, el que más veces lo visitó fue don Lorenzo de Alderete, a la sazón capitán de los Batallones de Marina en la ciudad, a éste le preguntó que cuando iban a cobrar, ya llevaban muchos meses sin ver un maravedí y su mujer se quejaba de no tener dinero ni para comprar comida, pero Alderete no le sabía responder, dado que casi todo lo que llegaba se estaba empleando en restablecer las fortalezas. Uno de los días que fue a visitarlo, le cogió de la brazo y el pidió que se pusiera una placa en la que se dijera: « Ante estas murallas fueron humilladas Inglaterra y sus colonias » pero dicho al Virrey este le contesto secamente: « Desvaría », también acudieron a visitarlo dos veces don Pedro Mas y don Juan de Agresote, así como un joven alférez apellidado Goyzaga, que ni entraba, solo llamaba preguntaba y se marchaba.

Viendo doña Josefa que su marido se iba, mando llamar al obispo don Diego Martínez, quien acudió el día cuatro de septiembre para darle la Extremaunción, lo que efectuó saliendo muy conmovido por el ambiente que se respiraba en la casa. Al recibir este Sacramento don Blas cayó en la cuenta de que ya no había nada que hacer, al poco de salir el Obispo llamó a su esposa y le dijo que hablara con el marqués para que le diera dinero hasta que llegaran sus atrasos, luego que se fuera a España con los hijos, al mismo tiempo le pidió que hablara con el Obispo, para que le diera permiso para ser enterrado en la capilla de la Vera Cruz de los Militares, junto al convento de San Francisco situado en el barrio de los pobres llamado de Getsemaní.

El día siete de septiembre muy tempano, llamaron a la puerta lo que sobresaltó a los que estaban en la casa, la abrieron y era un mensajero con carta lacrada, que llegaba a estas deshoras para no ser visto, lo que alarmó a doña Josefa, quien nada más cerrar la puerta abrió la carta, era de alguien importante y solo decía: « Lamento comunicaros que el Rey ha sido persuadido de castigaros en breve por los hechos acaecidos en la defensa de Cartagena de Indias, a pesar de los buenos oficios que varios consejeros han hecho para que tal castigo no se ejecute » Se quedó muda y sin saber qué hacer, pero de pronto oyó a don Blas que la llamaba, así que se fue al dormitorio y le preguntó ¿quién era?, ella le contesto: « ¡nadie! » de esta forma no supo don Blas lo que le iba a suceder.

Pocos minutos después fallecía don Blas de Lezo era el día siete de septiembre del año de 1741, contando con 52 años de edad.

Al día siguiente se le trasladó a la iglesia y el Obispo dijo la misa, el santo lugar estaba vacío, no había guardia de honores, ni tampoco dinero para enterrarlo, en tan grave situación el mismo Obispo de entregó unos dineros, en días posteriores dijo otras nueve misas de las cuales no cobró, el marqués de Valdehoyos pagó los arrendamientos de la casa, para que pudiera vivir hasta que llegaran los tan deseados y debidos sueldos de su esposo.

En nuestra opinión y dadas las circunstancias, ya conocidas por doña Josefa, es muy probable que a parte de la falta de dinero y poder pagar un sitio donde darle sepultura, pesó más el miedo a que su marido pudiera ser ultrajado vengándose en su sepultura, por ello decidió llevarlo a algún lugar secreto alejado de la ciudad, donde debió de ser enterrado, por esta razón no se han encontrado sus restos. Por otra parte nada se dice al respecto del Obispo, lo que aún nos hace pensar con mayor lógica, que doña Josefa ni siquiera se lo pidió, pues en todo lo que pudo le ayudó y no se nos ocurre pensar que de haberlo sabido se negara a lo que don Blas pidió en vida.

Se casó en el año de 1725 con doña Josefa Pacheco, nacida en Lacumba, jurisdicción de Arica, hija de don José Carlos Pacheco de Benavides y de su esposa, doña Nicolasa de Bustos, señora de las villas de Cañal y Ovieco, siendo casados en la hacienda de la Magdalena, por el Arzobispo de la Ciudad de los Reyes (después Lima), tuvieron tres hijos y cuatro hijas, Blas nacido en 1726, Pedro, que falleció muy joven, Cayetano, Josefa, casada con el vizconde de Santisteban, Eduvigis e Ignacia, casada con I marqués de Tobalosos. Un hijo de un hermano de don Blas, don Agustín de Lezo Palomeque, alcanzó el Arzobispado de Zaragoza.

Reinando ya don Fernando VI, se le convenció para que le fuera reconocido a don Blas su gran gesta, así le concedió a su hijo primogénito y llamado también Blas el marquesado de Ovieco, quedando perpetuada de este modo, su hazaña en Cartagena de Indias.

Uno de los que apoyó a don Blas fue el ya marqués del Real Transporte, con una carta que dice:

« Bien sabida es la poca unión y conformidad con que entre sí procedieron el Excmo. Sr. D. Sebastián de Eslava, siendo virrey de Tierra Firme, y el Excmo. Sr. D. Blas de Lezo, comandante general de la escuadra que se halló la guerra pasada en Cartagena de Indias; siendo no menos cierto y notorio los avisos que éste tenía en Jamaica por medio de cierta espía española, los que no sólo se despreciaban por el Sr. Eslava, sino que aún escribió a la corte, según parece, contra la integridad y honor del mismo comandante Lezo y el de toda la Marina, atribuyendo á trato ilícito aquella correspondencia, con cuya nota hubiera quedado si no se hubiese descubierto el misterio, verificándose el sitio de la plaza, en cuyo lance todos saben cómo se portó aquel Comandante general y la gran parte que tuvo toda la Marina en aquella defensa, cuyo Cuerpo ha llorado y llora la pérdida y muerte de un general semejante, que se dice haberle sobrevenido por una bien rara y casual desgracia, sin haber llegado el caso de que enteramente se le reintegrase el honor perjudicado entonces, ni se le premiase el gran mérito que había hecho en el suceso; por lo cual, y mejor enterado de todo después el Sr. Eslava, escrupulizando sobre los mismos puntos, ponderó y exageró en varias ocasiones lo mismo que sobre ellos se había ocultado anteriormente; y de lo bien instruído nuestro Soberano, premió al Sr. D. Blas de Lezo en su hijo, con especial memoria de aquel suceso »

Monumento de don Blas de Lezo, regalo del Gobierno español a Cartagena de Indias en el año de 1955.

El almirante Vernon fue llamado para presentarse en Londres, llegó el día catorce de enero del año de 1743, siendo prohibido que nadie fuera a recibirle, pero por orden del Rey, tampoco se le juzgó, así se evitaba el escándalo y tener que reconocer la derrota. Falleció el día veintinueve de octubre del año de 1757, pero ya no volvió a la mar y solo estuvo en su casa, donde al parecer perdió algo la cabeza, para terminar de darle el reconocimiento fue enterrado en el Panteón de Westminster, donde en el año de 1763 su sobrino lord Orwell mando poner una lápida en cuya inscripción dice: « He subdued Chagres, and at Carthagena conquered as far naval force could carry victory » Traducción: « Sometió a Chagres y en la zona de Cartagena conquistó tan lejos como su fuerza naval le permitió la victoria » Vamos, que entre esto y las medallas de la victoria sobre Cartagena de Indias, a ver quien les lleva la contraria.

La placa que don Blas le pidió a don Lorenzo de Alderete, tardó doscientos catorce años en ser colocada, teniendo lugar cuando en el año de 1955 el Gobierno español regaló una estatua del victorioso don Blas, con sable en la izquierda al viento al Gobierno de Colombia, siendo levantada en los jardines que sirven de base a lo que fue y es el Castillo de San Felipe de Barajas, en Cartagena de Indias.

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