Los Abrojos 12/IX/1631

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Los Abrojos 09/12/1631



Se recibió en la Corte la petición de socorro de las costas de Brasil, sobre todo de la plazas de Pernambuco y Todos los Santos, por encontrase cruzando una escuadra holandesa fuerte, que impedía todo tráfico comercial, a lo que se sumaba la falta de buques españoles para protegerlo, por ello don Felipe IV ordenó que don Antonio de Oquendo se hiciera a la mar para llevar la ayuda demandada.

Componían la escuadra dieciséis naos; cinco de ellas no llegaban a las trescientas toneladas y a reunir cuarenta hombres de guarnición, cinco solo llevaban la mitad de la infantería que le correspondía y quedaban seis que eran mejores, pero también iban faltas de elementos y de dotación, parte de ella eran nuevos enrolados sin experiencia de mar; arbolaba don Antonio su insignia en el galeón Santiago.

La escuadra estaba compuesta por:

Santiago de Oliste, capitana, 900 tn. 44 cañones; San Antonio, almiranta, 700 tn. 28 cañones; Nuestra Señora del Buen Consejo, capitana de las Cuatro Villas, 700 tn. 28 cañones; San Buenaventura, 500 tn. 22 cañones; San Martín de Guipúzcoa, 450 tn. 18 cañones; San Pedro, 450 tn. 20 cañones; San Bartolomé, 444 tn. 18 cañones; Nuestra Señora de la Concepción, capitana de Masibradi, 601 tn. 30 cañones; Nuestra Señora de la Aunciada, almiranta de Masibradi, 622 tn. 26 cañones; San Carlos, 550 tn. 24 cañones; San Blas, 440 tn. 20 cañones; San Francisco, 400 tn. 20 cañones; Ángel Gabriel, 428 tn. 20 cañones. Pataches: León Dorado, 184 tn. 10 cañones; San Pedro, 134 tn. 8 cañones y Santa Ana, 134 tn. 8 cañones. La escuadra de Portugal: San Jorge, 433 tn. 28 cañones; San Juan Bautista, 440 tn. 19 cañones; Santiago, 450 tn. 20 cañones; Nuestra Señora dos Praceres (mayor), 381 tn. 18 cañones; Nuestra Señora dos Praceres (menor), 305 tn. 18 cañones. Carabelas: Nuestra Señora da Guía, 150 tn.; Rosario, 120 tn.; Santa Cruz, 120 tn.; Nuestra Señora da Ayuda, 100 tn. y San Jerónimo, 80 tn.

Zarpó de Lisboa el 5 de mayo de 1631 convoyando una flota de buques mercantes portugueses compuesta de doce carabelas, éstas eran de tres palos con velas latinas, transportando a tres mil hombres al mando del conde de Bayolo, destinadas a reforzar las guarniciones de las plazas brasileñas.

Llegó a la bahía de Todos los Santos después de sesenta y ocho días de travesía y desembarcó parte de las tropas que reforzaron la guarnición, siguiendo a Pernambuco con veinte naos mercantes de particulares cargadas con azúcar, palo y otros productos de la tierra que se agregaron al convoy.

El 12 de septiembre fue avistada una armada holandesa que, mandada por Adrien Hans-Pater, acababa de saquear la isla de Santa María, almirante que había sustituido a Lonk.

El almirante holandés tuvo el gallardo pero presuntuoso gesto de ordenar que sólo atacasen a los españoles dieciséis de sus buques, cuando su escuadra estaba compuesta de treinta y tres, porque era conocedor del poder de la escuadra de Oquendo, en la que solo ocho buques eran galeones que no llegaban al nivel de los suyos, como el resto eran mucho más pequeños, pensó que solo combatirían sus dieciséis escogidos de entre los mejores, contra los ocho españoles más importantes, a pesar de no enviar a toda su escuadra el enfrentamiento estaba a su favor, puesto que lo harían dos contra uno.

Los buques holandeses que se enfrentaron eran: Prins Willem, almirante, 1000 tn. 46 cañones; Geunieerde Provintien, vicealmirante, 800 tn. 50 cañones; Provincie Utrecht, 38 cañones; Walcheren, 34 cañones; Griffoen, 32 cañones; Groeningen, 32 cañones; Hollandia, 30 cañones; Oliphant, 30 cañones; Amersfoort, 28 cañones; Goeree, 28 cañones; Mercurius, 26 cañones; Dordrecht, 24 cañones; Medemblik, 22 cañones; Fortuijn, 20 cañones; Wapen van Hoorn, 20 cañones y Nieuw Nederlandt, 14 cañones.

Estaba además la diferencia de artillería, mientras los bátavos contaban con piezas de entre á 12 y 48 (muy gruesas para la época y no usadas por nadie) contra las españolas que iban desde las de á 8 hasta las de á 22, lo que indudablemente le daba más poder real a su escuadra.

Óleo representando el combate a vista de pájaro.
Los Abrojos. Cortesía del Museo Naval. Madrid.

Antes de trabarse el combate pasó cerca de la capitana de Oquendo la carabela en que iba el conde de Bayolo, y al estar a la voz propuso a Oquendo reforzar los buques con sus soldados, don Antonio de Oquendo con tono humorístico, señalando las velas enemigas le dijo: «¡Son poca ropa!»; después negó el paso de los soldados, razonando que la orden era llevarlos a Pernambuco para refuerzo y que no quería, «por si ocurría cualquier accidente que impidiera volverlos a las carabelas»

Pero a cambio Oquendo le indicó que se pusiera al frente del convoy y pusieran rumbo a la costa, para estar alejados del combate y a sotafuego, si algo salía mal que hiciera lo posible por llegar a la plaza.

El encuentro tuvo lugar por los 18 grados de latitud Sur y a 24 millas al Este de los Abrojos.

La escuadra holandesa se encontraba a barlovento por ello avanzó a todo trapo desplegada en arco; entonces, con hábil maniobra consiguió Oquendo aferrarse a la capitana enemiga por barlovento de tal modo que los fuegos y humos fuese hacía el holandés.

El primer contacto fue entre los galones Almirantes, entre los que se cruzó un duro fuego y a ellos se unieron sus buques de acompañamiento, el bátavo tuvo la mala suerte de recibir un impacto que se convirtió en fuego, el cual ya da la cercanía pasó a la almiranta española, la cual ya estaba muy mal y haciendo mucha agua, el almirante Vallecida herido, estando su cara y manos quemadas, viendo lo imposible de apagar el incendio, la gente comenzó a buscar la salvación lanzándose al mar, pero estos si sabían nadar y fueron recogidos por otras naves.

Óleo representando a vista de pájaro el combate.
Los Abrojos. Cortesía del Museo Naval. Madrid.

Se buscaron y encontraron las capitanas, desde la española se le lanzaron multitud de garfios para aferrarla, Hans-Pater trató de desasirse, mas no pudo pues el capitán don Juan Castillo abordó al buque holandés y a parte de los cables ya aferrados, lo aseguró con un calabrote que amarró a su palo. Pronto cayó muerto en la cubierta del buque enemigo, pero logró que no se pudiera desaferrar, la misma suerte corrieron quienes le acompañaron en el abordaje, pero el fuego que desde las cofas del Santiago se hizo, impidió a los holandeses desaferrarlo.

Pronto otro galeón holandés se colocó por la banda libre del Santiago, pero también acudieron los españoles y portugueses en auxilio de su general, equilibrando las fuerzas que resulto maniobra muy eficaz.

El combate había comenzado a las ocho de la mañana y aún estaba indeciso a las 16:00 horas. Los demás buques se mantenían a distancia de un tiro de cañón, ya que los bátavos sabían muy bien que si eran abordados ya no había solución, por esta razón se mantuvieron siempre a distancia y guardando el barlovento, para así ser dueños de alejarse o acercarse, con ello consiguieron al tener mayor poder artillero hacer mucho daño sobre todo en los cascos.

El combate llevaba ya más de ocho horas de duración, las fuerzas empezaban a faltar y lo peor, que el día comenzaba a diluirse en la oscuridad de la noche, cuando ya Oquendo comenzaba a pensar en dejar el combate, desde la proa de su buque se efectuó un disparo, el cual al parecer el proyectil se llevó por delante el taco incendiado, lo que se tradujo en que fue alcanzada la santabárbara de la capitana bátava y la hizo saltar por los aires, al ver el comienzo del incendio, el almirante holandés se lanzó al mar donde se ahogó, solo que otros muchos de su dotación le siguieron y todos acabaron igual.

Óleo representando el combate a vista de pájaro.
Los Abrojos. Cortesía del Museo Naval. Madrid.

La almiranta de Massibradi acudió y dio remolque al Santiago, apartándole del peligro de la explosión del holandés, que al fin sobrevino.

Oquendo sin tanto temor a la explosión abordó la capitana enemiga y se apoderó del estandarte de Holanda, el resto de la escuadra al ver lo ocurrido a su Almirante se puso en perfecta fuga, al enemigo se le quemaron dos de sus mejores galeones, el Prins Willem almirante, y el Provincie Utrecht, siendo en total mil novecientos los hombres muertos. Entre ellos su propio almirante; perdiendo los españoles dos galeones que se fueron a pique por el efecto de la artillería, por ser de los más pequeños y consumido por el fuego el San Antonio la almiranta, más quinientos ochenta y cinco muertos y doscientos heridos.

La escuadra se unió a la Flota y entraron en Pernambuco, siendo recibidos con la mayor de las alegrías, se desembarco a la tropa y se rehabilitó el puerto de San Agustín, luego se paseó por las ciudades cercanas para dejar constancia de que estaba allí.

Cinco días después del combate y cuando la escuadra estaba de "visita" se avistaron de nuevo las escuadras bátava y española, pero el almirante Thys, que había tomado el mando, en sustitución del fallecido Hans-Pater, eludió el combate a pesar de contar con muchos más buques y mejores, pero al parecer debió de recordar que jamás hay que subestimar a un enemigo por pequeño que sea.

Tuvo la satisfacción Oquendo de saber que el galeón apresado por los holandeses, el Buenaventura, no pudo ser aprovechado, y que los españoles prisioneros se apoderaron de la carabela donde los llevaban y se fugaron.

El 21 de noviembre arribó a Lisboa, siendo objeto de entusiastas manifestaciones. Guipúzcoa le envió un caluroso mensaje de felicitación.

Bibliografía:

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Estrada, Rafael. El Almirante Don Antonio de Oquendo. Espasa-Calpe. Madrid, 1943.

Fernández de Navarrete, Martín.: Biblioteca Marítima Española. Obra póstuma. Imprenta de la Viuda de Calero. Madrid, 1851.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Museo Naval. Madrid, 1973.

Fernández Duro, Cesáreo.: Disquisiciones Náuticas. Facsímil. Madrid, 1996. 6 Tomos.

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