Malta socorro VI-IX 1565

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Regresó a Cartagena donde embarcó a otros mil quinientos hombres, zarpando con rumbo a la ciudad Condal, a su arribada de Palamós se le incorporaron otras dieciséis al mando de don Gil de Andrade, unidas pusieron rumbo a Génova donde embarcaron otros mil quinientos hombres al mando de don Sancho Londoño, pasando a Nápoles donde arribó el 20 de julio, zarpando con rumbo a Messina donde se encontraron con el resto de fuerzas, pero hasta el 5 de agosto no arribaron todas, reuniendo en total cuarenta galeras.
Regresó a Cartagena donde embarcó a otros mil quinientos hombres, zarpando con rumbo a la ciudad Condal, a su arribada de Palamós se le incorporaron otras dieciséis al mando de don Gil de Andrade, unidas pusieron rumbo a Génova donde embarcaron otros mil quinientos hombres al mando de don Sancho Londoño, pasando a Nápoles donde arribó el 20 de julio, zarpando con rumbo a Messina donde se encontraron con el resto de fuerzas, pero hasta el 5 de agosto no arribaron todas, reuniendo en total cuarenta galeras.
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Ante la diferencia de opinión entre los distintos generales don [[Bazan_y_Guzman,_Alvaro_de_Biografia|'''Álvaro''']] les llamó a Consejo de Guerra el mismo día, estando presentes: don '''Álvaro''', General de las galeras del Estrecho; don Sancho de Leyva, al mando de las de Nápoles, al de las sicilianas don Juan de Cardona; el coronel de Infantería española de Nápoles don Sancho de Londoño; el lombardo Maestre de Campo de Infantería y el por las galeras genovesas el Marqués de Estepona, a los que se unieron los mandos de las tropas; Conde de Altamira, Diego de Guzmán, Gonzalo de Bracamonte, Francisco de Valencia, Guillén de Rocafull, Gil de Andrade y marqués de Castellón y los de los estados incorporados: de los Estados Pontificios, Pompeyo Colonna; el señor de Piombino don Jacobo de Appiano; por Saboya, el general Ligny; Brocado de Cremona, Álvaro de Sande y Arcanio de la Cornia, como Jefe de todos ellos, don [[Alvarez_de_Toledo_Osorio,_Garcia_Biografia|'''García Álvarez de Toledo.''']]
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Ante la diferencia de opinión entre los distintos generales don [[Bazan_y_Guzman,_Alvaro_de_Biografia|'''Álvaro''']] les llamó a Consejo de Guerra el mismo día, estando presentes: don [[Bazan_y_Guzman,_Alvaro_de_Biografia|'''Álvaro''']], General de las galeras del Estrecho; don Sancho de Leyva, al mando de las de Nápoles, al de las sicilianas don Juan de Cardona; el coronel de Infantería española de Nápoles don Sancho de Londoño; el lombardo Maestre de Campo de Infantería y el por las galeras genovesas el Marqués de Estepona, a los que se unieron los mandos de las tropas; Conde de Altamira, Diego de Guzmán, Gonzalo de Bracamonte, Francisco de Valencia, Guillén de Rocafull, Gil de Andrade y marqués de Castellón y los de los estados incorporados: de los Estados Pontificios, Pompeyo Colonna; el señor de Piombino don Jacobo de Appiano; por Saboya, el general Ligny; Brocado de Cremona, Álvaro de Sande y Arcanio de la Cornia, como Jefe de todos ellos, don [[Alvarez_de_Toledo_Osorio,_Garcia_Biografia|'''García Álvarez de Toledo.''']]
El Consejo era en sí un mar de dudas, pues se sabía la fuerza de los turcos y entre todos ellos no llegaban a la mitad en hombres y menos en buques, por lo que solo hablaron Pompeyo Colonna, Álvaro de Sande y Leyva, quienes dudaban de hacer un ataque a Túnez y ver si los turcos desplazaban unidades para aprovechando mayor igualdad, pasar a socorrer a Malta, pero en el fondo todos con muchas dudas. Viendo la situación don [[Bazan_y_Guzman,_Alvaro_de_Biografia|'''Álvaro de Bazán''']] tomo la palabra: '''«…como todas las galeras no estaba al completo de dotaciones, propongo que se refuercen hasta alcanzar las sesenta unidades, dejando el resto aquí, embarcar a diez mil hombres y desembarcarlos en la isla con sesenta libras de pan cada uno en los sacos, que carne ya encontrarían en tierra…Allí se juntarían seguramente otras gentes de la isla, con lo que los turcos levantarían el asedio no osando aguardarlos…»'''
El Consejo era en sí un mar de dudas, pues se sabía la fuerza de los turcos y entre todos ellos no llegaban a la mitad en hombres y menos en buques, por lo que solo hablaron Pompeyo Colonna, Álvaro de Sande y Leyva, quienes dudaban de hacer un ataque a Túnez y ver si los turcos desplazaban unidades para aprovechando mayor igualdad, pasar a socorrer a Malta, pero en el fondo todos con muchas dudas. Viendo la situación don [[Bazan_y_Guzman,_Alvaro_de_Biografia|'''Álvaro de Bazán''']] tomo la palabra: '''«…como todas las galeras no estaba al completo de dotaciones, propongo que se refuercen hasta alcanzar las sesenta unidades, dejando el resto aquí, embarcar a diez mil hombres y desembarcarlos en la isla con sesenta libras de pan cada uno en los sacos, que carne ya encontrarían en tierra…Allí se juntarían seguramente otras gentes de la isla, con lo que los turcos levantarían el asedio no osando aguardarlos…»'''

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Socorro a Malta. 1565 — VI a IX


Al desembarcar don Álvaro de Bazán se le entregó una Real Carta, por la que se le comunicaba que el Gran Maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén, el francés Jean Parisot de La Valette pedía ayuda a don Felipe II, pues ya le habían llegado noticias de que una escuadra turca con cuarenta mil hombres iba con rumbo a la isla de Malta. Razón por la que el Rey le ordenaba aumentar su escuadra y arribar lo antes posible a Barcelona donde don García Álvarez de Toledo tomaría el mando de todas ellas y en las de don Álvaro debían de transportarse a cuatro mil hombres de los Tercios. La isla tenía en esos momentos en torno a las treinta y dos mil almas, de ellas solo ocho mil estaban con capacidad de repeler el ataque, pero la diferencia era abrumadora a favor de los turcos.

Don Felipe II mando a sus embajadores que dieran la noticia, por lo que inmediatamente se incorporaron los estados de Venecia, las del Papa y Génova. Mientras don Álvaro, envió caballeros para reforzar sus galeras a Sevilla y Puerto de Santa María, reuniendo en poco tiempo unas cuantas más, arribando al puerto de Cartagena, quedando formada la escuadra en total con diecinueve galeras, aquí embarco a mil hombres, pasando a Málaga donde descansaron unos días, zarpando el 29 de junio de 1565 con rumbo a las plazas de Orán y Mazalquivir, donde desembarcó a las tropas, víveres y municiones como refuerzo.

Regresó a Cartagena donde embarcó a otros mil quinientos hombres, zarpando con rumbo a la ciudad Condal, a su arribada de Palamós se le incorporaron otras dieciséis al mando de don Gil de Andrade, unidas pusieron rumbo a Génova donde embarcaron otros mil quinientos hombres al mando de don Sancho Londoño, pasando a Nápoles donde arribó el 20 de julio, zarpando con rumbo a Messina donde se encontraron con el resto de fuerzas, pero hasta el 5 de agosto no arribaron todas, reuniendo en total cuarenta galeras.

Ante la diferencia de opinión entre los distintos generales don Álvaro les llamó a Consejo de Guerra el mismo día, estando presentes: don Álvaro, General de las galeras del Estrecho; don Sancho de Leyva, al mando de las de Nápoles, al de las sicilianas don Juan de Cardona; el coronel de Infantería española de Nápoles don Sancho de Londoño; el lombardo Maestre de Campo de Infantería y el por las galeras genovesas el Marqués de Estepona, a los que se unieron los mandos de las tropas; Conde de Altamira, Diego de Guzmán, Gonzalo de Bracamonte, Francisco de Valencia, Guillén de Rocafull, Gil de Andrade y marqués de Castellón y los de los estados incorporados: de los Estados Pontificios, Pompeyo Colonna; el señor de Piombino don Jacobo de Appiano; por Saboya, el general Ligny; Brocado de Cremona, Álvaro de Sande y Arcanio de la Cornia, como Jefe de todos ellos, don García Álvarez de Toledo.

El Consejo era en sí un mar de dudas, pues se sabía la fuerza de los turcos y entre todos ellos no llegaban a la mitad en hombres y menos en buques, por lo que solo hablaron Pompeyo Colonna, Álvaro de Sande y Leyva, quienes dudaban de hacer un ataque a Túnez y ver si los turcos desplazaban unidades para aprovechando mayor igualdad, pasar a socorrer a Malta, pero en el fondo todos con muchas dudas. Viendo la situación don Álvaro de Bazán tomo la palabra: «…como todas las galeras no estaba al completo de dotaciones, propongo que se refuercen hasta alcanzar las sesenta unidades, dejando el resto aquí, embarcar a diez mil hombres y desembarcarlos en la isla con sesenta libras de pan cada uno en los sacos, que carne ya encontrarían en tierra…Allí se juntarían seguramente otras gentes de la isla, con lo que los turcos levantarían el asedio no osando aguardarlos…»

Esta propuesta fue desechada por los menos osados, pues se basaban en: «…que la operación de desembarco era lenta…que las gentes, si ponían pie en tierra, quedaban abandonadas a sus propias medios…que habría que proveerlos de acémilas y artillería,…que irían cansados…» don Álvaro les dejó hablar y ante tanta pasividad les espetó: «Tengo aprendido de Horacio, y la propia experiencia me lo ha confirmado, que en las empresas, después de haber pesado las circunstancias, hay que dejar siempre algo a la fortuna.»

Don García Álvarez de Toledo, no estaba muy de acuerdo con ese plan, así que decidió levantar el Consejo. Pero pasó a ver otros, pues se reunió con los pilotos y los prácticos de mar, pero todos le decían lo mismo, que no se podía llevar a buen término el desembarco y que la mejor solución era abandonar a los Caballeros de San Juan de Jerusalén.

Mientras iban pasando los días y nada se hacía. Pero de pronto un día se levanto don García y decidió llevar a efecto el plan rechazado de don Álvaro, dando las órdenes oportunas y tan rápidamente cumplidas, que la escuadra zarpaba el 21 de agosto, con todas las fuerzas de tierra para desembarcar.

Pero mientras también el tiempo se había echado encima, razón por la que a los dos días de zarpar se levantó un temporal, que los devolvió a las costas de Sicilia, donde de nuevo se reunieron el 29, pero don Álvaro ordenó reparar inmediatamente las averías de sus buques, al mismo tiempo estuvo visitando a los generales, que tenían la moral al nivel de las olas, consiguiendo no obstante levantarles los ánimos, de forma que zarparon casi inmediatamente de terminar las reparaciones y el 7 de septiembre a dos leguas de Malta, la Vieja desembarcaban las fuerzas.

Éstas tenían ante sí unos acantilados que había que trepar por ellos, pero justo por este motivo los turcos no pudieron ver la llegada de la escuadra; los soldados sufrieron mucho para poder ascender aquellas terribles pendientes, ya que iban cargados como había dicho don Álvaro más todas sus armas, pero la sorpresa fue, que al aparecer en la cumbre las primeras compañías, los famosos jenízaros en vez de ir a por ellos e impedir que tomaran posiciones, levantaron el sitio y se dieron a la fuga. Bien es cierto, que el jefe de los turcos el famoso Dragut que había estado cuatro años al remo en galera cristiana, había caído muerto de un certero tiro en la cabeza unos días antes, lo que había mermado considerablemente la moral de los turcos.

Añadiendo, que el plan se desarrolló como don Álvaro lo había planificado, lo que nos demuestra que no solo era un hábil marino, sino como entonces se les titulaba, un hombre también de armas de tierra, por lo tanto cumplía a la perfección el nombre de Capitán de Mar y Tierra. Hubo también un detalle en todo esto, que nos lo narra un escritor de la época y nos dice: «…llevando el de Bazán en los calces de su galera capitana por bandera un Cristo crucificado y muy envuelta el asta en que estaba, tanto que era menester trabajar en estarla desdoblando por no correr entonces ningún viento, y ya que la desdoblaran, se avía tan plegado como sino la desdoblaran, ella misma se desdobló y extendió de forma que se notó y tuvo por milagro…»

Visto el éxito, la escuadra se dirigió al puerto, donde fue entrando el 14 de septiembre de 1565, una vez más la isla de los Caballeros se había salvado. Fueron recibidos todos los generales por el Maestre de la Orden, Jean Parisot de La Valette, dando una gran muestra de aprecio a todos ellos por la agraciada ayuda dada y tan oportunamente, yendo a la cabeza su Jefe don García Álvarez de Toledo, pero de pronto se fijó en don Álvaro, que se había mantenido en una segunda línea muy discretamente y sin mediar palabra: «…echándole los brazos a la espalda, en fraternal abrazo con palabras amorosas que había sido informado de que el socorro que le habían dado con la Armada católica había sido por su buen parecer y consejo, por lo que le quedaba en gran obligación, quedando cargo de satisfacerle y servirle y aquella religión con escribírselo a S. M. dándole cuenta dello.»

Todo esto no debió sentar muy bien a su Jefe y a algunos de sus compañeros, ya que era una distinción muy de agradecer, pero indiscutiblemente muy bien ganada, ya que su idea audaz, fue desechada en principio pero viendo don García que no había otra mejor, se lanzó a la aventura que precisamente por lo audaz dio un resultado inesperado, agradable a las armas cristianas y una victoria más sin sufrir bajas propias, algo que debería de figurar en los anales de la Historia Mundial, porque tamaños éxitos no son siempre alcanzados a tan poco coste de vidas humanas.

Pero claro, esto son hechos Históricos de los de españoles que no son necesarios ser conocidos, ya que no se lo merecen por haber torturado y exterminado a medio mundo.

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Carnicer, Carlos y Marcos, Javier.: Espías de Felipe II. Los servicios secretos del imperio español. La Esfera de los Libros. Madrid, 2005.

Cervera Pery, José.: Don Álvaro de Bazán. El gran marino de España. Empresa Nacional Bazán. Madrid, 1988. No venal.

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Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Museo Naval. Madrid, 1973.

González-Doria, Fernando.: Las Reinas de España. Editorial Cometa. Madrid, 1981.

Hernández-Palacios Martín-Neda, Martín.: Álvaro de Bazán. El mejor marino de Felipe II. Aliter. Puertollano (Ciudad Real), 2007.

P. Cambra, Fernando.: Don Álvaro de Bazán. Almirante de España. Editora nacional. Madrid, 1943.

Pla Cargol, Joaquín.: Carlos I de España el Emperador. Dalmáu Cares, Pla. S.A. Gerona-Madrid, 1959.

VV. AA.: Los Álvarez de Toledo. Nobleza viva. Junta de Castilla y León. Segovia, 1998.

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