Menendez de Aviles y Marquez, Pedro Biografia

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Biografía de don Pedro Menéndez de Avilés y Márquez


Navegante y conquistador español del siglo XVI.

Adelantado de La Florida.

Capitán General de la Flota de la Carrera de Indias.

Capitán General de la Escuadra del Mar Océano.

Gobernador General de la isla de Cuba.

Consejero Real.

Vino al mundo en la ciudad de Avilés (según otras fuentes, lo fue en Santa Cruz de la Zarza), en el año de 1519. De muy joven sintió la llamada de la mar, por ello aún sin haber cumplido los catorce años, se escapó de su casa y se presentó en Santander, donde consiguió ser admitido como grumete, en una escuadra que iba a realizar un crucero en persecución de corsarios franceses.

Ello nos da ya una idea de su carácter intrépido y que estaba llamado a ser uno de los grandes del Historia Naval de España.

Ya con diecinueve años, estaba al mando de un bajel, con el que atacó a dos corsarios franceses, consiguiendo una de sus victorias, pues apresó a los dos buques y liberó a sesenta españoles, que transportaban como prisioneros. Ya en el año de 1544, el corsario francés Jean Alphonse de Saintonge, en una de sus acostumbradas visitas a las costas cantabras, consiguió apresar a un convoy en las aguas de Finisterre, compuesto por dieciocho velas, poniendo rumbo a La Rochelle.

Enterado de ello don Pedro, zarpó en su búsqueda y arribó al puerto, en el que sin amparase a nadie, penetró en él, entabló combate con el corsario, le dio muerte y salió del puerto con los dieciocho bajeles. Enterado de todos estos actos de valor inigualable, don Carlos I le tomó a su servicio y le dio carta de corsario, para que limpiara a su forma sin cortapisas la mar de sus enemigos, dándole de hecho todo lo que pudiera capturar, sin entregar nada al Monarca ni a la Hacienda de España que no era precisamente la costumbre.

A tanto había llegado la fama de don Pedro, que recibió el encargo de transportar a don Carlos a Flandes, lo que significaba mandar toda una escuadra y su convoy, ya que con el Rey-Emperador viajaban gran cantidad de secretarios, caballeros y personas de su confianza, así como unas unidades del ejército destinadas a su guarda personal, por lo que cada vez que el Rey se movía, lo hacían miles de personas desde los pajes al mismo don Carlos; cumplió a plena satisfacción de S. M. el encargo, porque nadie se atrevió a interrumpir el paso a tan inmensa escuadra. En está época se sabe que ya realizó algún viaje a las Indias, lo que aumento sus grandes conocimientos náuticos y la confianza del Monarca. Al abdicar don Carlos I, en su hijo don Felipe II, no solo se conformó el nuevo Rey en mantenerlo a su servicio, si no que le nombró Capitán General de la Flota de Indias, ya que era una garantía del buen hacer para la Corona.

Y llegó a ser nombrado Consejero de don Felipe, para la cuestión del casamiento con la reina de Inglaterra doña María Tudor, por ello capitaneó la escuadra que transportó al Rey, hasta las islas de Inglaterra estando presente en cuantos encuentros tuvieron, para llegar a los acuerdos preestablecidos y su desposorio. Cumplida la misión regresaron a España.

A su regreso y casi sin descanso, pasó a Sanlúcar de Barrameda, tomando el mando de una flota para las Indias, zarpando el día quince de octubre del año de 1555, realizando un tornaviaje cargado de metales y sin contratiempos.

A su vuelta el Rey lo nombró Capitán General de la Escuadra de la Guarda de las Costas, por lo que se hizo a la mar con rumbo a Flandes. Donde permaneció un tiempo custodiando aquellas aguas.

Como en la época los mandos de mar lo eran también de tierra, pasó a ella y al mando de sus Tercios de guarda de la escuadra, participó en el combate de San Quintín y cesó en el mando, al firmase la Paz en el año de 1559. De nuevo se le dio el mando de una flota de Indias, con la que zarpó de Cádiz a su arribada a la Habana, se le informa que el capitán don Lope de Aguirre, se había proclamado Rey del río Amazonas, habiendo dado muerte al Gobernador Ursúa y hecho a su esposa la suya, amén de haber abusado sexualmente de la hija de estos con solo 12 años, negándose a hacer caso a nadie y protegido por sus marañones, se enfrentó a casi todas las tribus del curso del río, habiéndose establecido casi en su desembocadura.

Con estas noticias, se le ordena por parte del Gobernador de la isla de Cuba, que don Felipe II le había encomendado le diera la orden a don Pedro, para que hiciera volver al rebelde.

Para ello escogió dos naos y ciento veinte soldados, con los que arribó a la desembocadura del Amazonas, pero a su llegada ya Lope de Aguirre, había sido muerto en un combate contra los indígenas y estos, habiendo cortado la cabeza del español, teniéndola exhibida dentro de una jaula de hierro en el centro del poblado, por lo que regresó a La Habana, sin contratiempos ni pérdida de tiempo.

Se cargaron sus naos y zarpó con rumbo a la Península, a su llegada y sin conocer los motivos, fue hecho prisionero él y su hermano Bartolomé, por orden de los agentes de la Casa de Contratación, pero lo curioso es que no mediaba denuncia ni motivos para ellos.

Pasó un tiempo y su hermano enfermó, así que como pudo se puso en contacto con gentes de bien, que a su vez se lo comunicaron al Rey, éste sorprendido dio la orden de sacarlos de la cárcel y enviados a su presencia, el Rey siguió sin ver claro el asunto, pero para no demostrar la posible pérdida de poder de la Casa de la Contratación, ordenó se les juzgará lo antes posible, del resultado de la sentencia se desprende que no serian muy graves las incriminaciones, pues solo se les impuso una multa a cada hermano de mil doscientos ducados de oro.

Esta cifra aunque muy elevada para la época, fue la más insignificante dictada por asuntos con la Casa de la Contratación en toda su historia, ya que la mayoría de los acusados por ella, lo mínimo era el perder todos sus bienes y como sentencia normal el ajusticiamiento del sentenciado.

Puesto ya en libertad, le ordenó el Rey regresar a las Indias, para lo que se dispuso una flota de 43 naves, con ella zarpó de la bahía de Cádiz, arribando de nuevo a La Habana y parte de la flota al mando de su hermano Bartolomé, continuo viaje al virreinato de Nueva España, para allí dejar lo que se llevaba de la Península y volver a cargar las naves con los metales de las contribuciones.

Una vez de nuevo cargadas las naos de La Habana y arribando la flota procedente de Nueva España, se volvieron a juntar y zarpar con rumbo a la Península, arribando a la bahía de Cádiz sin sufrir ninguna pérdida, siendo ya el año de 1563.

En el año de 1565, después de un largo descanso a medias, pues se mantuvo como consejero de don Felipe II, despachando infinidad de documentos, leyéndolos y analizando a su parecer lo conveniente o no para cada caso, le cayó en las manos uno que era la petición de formar una escuadra, para colonizar La Florida. El era sabedor de que su hijo Juan, estaba en aquellas tierras y llevaba ya mucho tiempo sin tener noticias de él, por lo que inmediatamente le rogó al Rey le diera licencia para embarcarse en ella.

Don Felipe siempre tan generosos los Austrias, le dio el permiso de formar la expedición, pero con la condición de que la Corona solo aportaría un buque, el resto sería todo de su cuenta y riesgo. A pesar de ello aceptó sin dudarlo un instante.

Se puso en camino a las costas del Cantábrico y comenzó a pedir la construcción de unas naos, en los puertos Gijón, Avilés y Santander, al mismo tiempo que él se dedicaba a buscar tripulaciones, para dotarlas convenientemente, con hombres duros y sin temores, propios de aquellas costas.

Al mismo tiempo se desplazó a la bahía de Cádiz, donde siempre había patrones y sus buques disponibles para una nueva aventura, así que se encargo de contratar a varios de ellos, sobre todo a los que mejores y más idóneos buques encontró con las características para sus necesidades.

Estando aquí le llego una comunicación Real, en la que el Rey le informaba que nuestro embajador en la Corte francesa, se había enterado que el capitán Jean Ribault, con tres buques y seiscientos hombres y mujeres, habían zarpado de La Rochele con rumbo a la colonización de La Florida.

Enterado de esto, ordenó prontitud en el alistamientos de las naos de la bahía de Cádiz, así se fueron transportando todos los bastimentos, víveres y hombres, que en muy poco tiempo quedó lista la escuadra, con el inconveniente de que la preparada en el Cantábrico aún no lo estaba, pero esto no le arredró.

Había conseguido reunir a diecinueve buques, los que se reforzaron con novecientos noventa y cinco soldados de infantería y a los que acompañaban, cuatro clérigos seculares con licencia para la confesión, así como ciento diecisiete hombres de diferentes oficios, para poder cubrir la mayor parte de las necesidades, entre ellos habían también familias del campo con la intención de que nada más llegar se pudieran poner a trabajar y así alimentar a las fuerzas.

Hemos encontrado un documento, que por su valor en este punto transcribimos:

« El buque contratado por la Corona, era un galeón alquilado del porte de 996 toneladas. . . El galeón San Pelayo era la capitana, con el adelantado y 317 soldados, de los que 299 iban por cuenta de la Corona y armado de 4 cañones “salvajes” y perfectamente pertrechados.

La carabela San Antonio, de 150, con 114 soldados; las chalupas San Miguel y San Andrés, del maestre Gonzalo Bayón, de 100; la chalupa Magdalena, de 75; la Concepción, que llevaba 96 hombres y era de 70 toneladas; la galera Victoria, de 17 bancos; el bergantín Esperanza, de 11 bancos; la carabela Concepción, cargada de bastimentos y que solo llegó a las islas Afortunadas; la carabela del maestre Juan Ginete (no pone el nombre del buque); la Nuestra Señora de las Virtudes, del maestre Hernando Rodríguez, vecino de Cádiz; el navío Espíritu Santo, de 55 toneladas del maestre Alonso Menéndez Márquez y el Nuestra Señora del Rosario, del maestre Pedro Suárez Carvayo, a lo que se sumaban otros cinco, que no se sabe el nombre » (Aunque dan el número de 19, aquí solo se reflejan 18)

De esta forma el día veintiocho (1) de julio del año de 1565, zarpaban de la bahía de Cádiz, con rumbo a las islas Afortunadas.

Dos días después de zarpar, alcanzó la bahía de Cádiz el capitán Luna con noventa hombres más, pero no halló apoyo en la Casa de Contratación, así que decidió contratar a su costa una nao que les hiciera llegar a las islas Afortunadas y de no encontrar allí al Adelantado, proseguiría viaje hasta la Habana.

A su arribada, se encontró con la sorpresa de que la escuadra del Cantábrico, por sus presiones se había alistado muy rápidamente ya que don Pedro Menéndez de Márquez puso el dinero y al mando de su segundo don Esteban Alas, estaba desde la noche anterior esperándole. Eran tres robustas naves cantábricas y a su bordo, bien pertrechadas y con artillería, para sitio y guarda de fortalezas, más a su mando los principales Caballeros de Galicia, Asturias y Vizcaya, con doscientos cincuenta y siete marineros y mil quinientas personas, muchas de las cuales habían viajado por sus medios hasta las islas, para incorporarse a la expedición.

A estos se sumaron dos buques más, que solo llevaban pertrechos, jarcias, víveres, proyectiles y pólvora, y en los que viajaban, once frailes de Compañía de San Francisco, ocho de la Compañía de Jesús, presbíteros, un lego, un fraile de la Merced, un clérigo, más veintiséis vecinos con sus familias.

El motivo de ser tan abrumadora la participación de personas, no fue otro que el grito de ir a recuperar lo que los herejes nos querían robar; esto proporcionó esa masiva afluencia, que si se hubiera dispuesto de más medios, más hubieran acudido. Y esta fue la razón por la que el Adelantado no permitió abordar a los 500 negros preparados para acompañarle, ya que las dotaciones iban sobradas en todos los aspectos. Pues el total de embarcados era de dos mil seiscientos cuarenta y seis.

Por otro documento, sabemos el costo del mantenimiento de tan gran empresa, pues solo los sueldos eran: « Capitanes, 40 ducados; alférez, 15; sargentos, 8; cabos de escuadra, pífanos y tambores, 6; furrieles y picas secas, 3; arcabuceros y coseletes, 4; oficiales de más, 6; marineros, 4; grumetes mil maravedíes; pajes, 2 ducados; piloto, 24; maestres, 9; artilleros, 5 y como apoyo a sus responsabilidades: cabos de escuadra, 4 y soldados, 2 » (Esto era mensual)

Zarpó la expedición de las islas Afortunadas y a solo dos días de navegación, se sufrió un fuerte temporal (para que se siga comprobando la inexactitud de las fechas, lo dan como sufrido el día 20 de julio, o sea antes de zarpar de Cádiz), lo que obligó a dos carabelas por su poco calado y al hacer mucha agua, el virar 16 cuadras y regresar a las islas; al mismo tiempo que quedó prácticamente dividida la expedición, quedando solo unidos o a la vista cinco de los buques, al mando de Alas.

Por su parte el adelantado y su galeón, aunque lo pasaron mal, no tuvieron graves problemas, pero lógicamente era mucho más grande que el resto y aguantó mejor la mala mar.

A pesar de todo, consiguieron arribar a la isla de Puerto Rico, pero todos los buques que lo habían conseguido muy mal tratados, incluso con aparejos de fortuna. Al día siguiente llegaron otros cinco buques en parecida situación, así que el Adelantado lo primeo que ordenó fue reparar los buques y zarpar lo antes posible. Se consiguió en poco tiempo y se hicieron de nuevo a la mar con rumbo a la Florida.

Al arribar a sus costas, desembarcaron para informarse, siendo los indígenas quienes le indicaron que los luteranos estaban más al Norte y como unas veinte leguas, por el favor los colmó de baratijas por lo que quedaron muy contentos, regresaron a los buques levaron anclas y pusieron rumbo al lugar aproximado dicho.

Al arribar a la desembocadura del río San Juan, se encontraron con cuatro galeones franceses, así que se mantuvieron alejados y fuera de su posible vista, el Adelantado convocó Consejo de Guerra de Oficiales, por que su intención era terminar con aquello lo antes posible, y en contra de la opinión que se le dio por la inferioridad numérica, estaba decidió a atacar, pero utilizando la astucia.

El Adelantado esperó a que anocheciera, y al principió navegó a toda vela para recorrer la distancia; ciertas luces en los buques franceses le permitían saber más o menos la posición y el rumbo, al llegar a una distancia prudencial arriaron velas, dejando las mínimas para poder seguir gobernando hacía su punto de destino, esto les permitió echarse encima sin que se pudieran apercibir los franceses, colocando sus buques entre la tierra y los enemigos, para impedir que estos pudieran desembarcar e impedirles que se escaparan.

Pero no se conformó con todo esto, sino que con el San Pelayo consiguió acercarse tanto, que al final dio un pequeño golpe en el costado de la nave almirante francesa, al mismo tiempo que mandó tocar los tambores y pífanos, encendiendo el buque con todos los faroles que tenía a bordo, al mismo tiempo y perfectamente alumbrado el francés, les grito: ¡Que religión profesáis!

Le contestaron, que eran franceses al mando de Ribault y que habían llegado a La Florida con alimentos. Ante esto don Pedro, les invito a la rendición, pero hicieron caso omiso e incluso algunos se rieron, por lo que dio la orden de abordar. Al ver que la invitación la iba a conseguir por la fuerza, picaron los cables de las anclas y en un santiamén desplegaron velas, a lo que se unió la fuerza de la corriente del río, permitiéndoles separase rápidamente.

A pesar de intentar los españoles lanzar los garfios de presa, no consiguieron sujetarlos, ya que los franceses se dedicaron a ir picándolos conforme se agarraban, así comenzó una persecución que duró toda la noche, pero los buques franceses descargados por completo, eran más ligeros que los españoles, lo que les impidió a estos darles alcance. Así y ya amaneciendo el Adelantado dio la orden de virar y regresar a la desembocadura del río San Juan.

Al arribar al lugar, ordenó desembarcar a unos hombres con un emisario, el cual llegó al acuerdo con el cacique indígena, de poder montar un fuerte cuyo lugar incluso el propio Jefe les marco, pues era el mejor para la vigilancia de la entrada en el río. Aceptado esto, regresaron al galeón y se lo notificaron a don Pedro, quien inmediatamente ordenó el desembarco de doscientos hombres de armas para asegurar la posición.

Una vez logrado esto, tres de los buques de poco calado (carabelas) entraron en una pequeña dársena y desembarcaron a trescientas personas más, entre ellos todos los que transportaba con conocimientos de algún oficio, consiguiendo casi en veinticuatro horas tener al menos una empalizada bien construida que diera resguardo a los trabajadores y sus familias, así como una buena protección para que sus hombres pudieran defenderse.

Al tercer día, ya con casa y todo para el Adelantado, fue cuando don Pedro bajó a tierra, tomando el territorio en nombre del rey de España, bautizándolo con el nombre de puerto San Agustín, se realizaron los actos propios de estas solemnidades, con una misa concelebrada entre varios frailes, pero mezclando estos sus respectivas Órdenes, así se daba más peso a la realidad de la unidad entre todos, en conseguir tirar a los luteranos de aquellas tierras.

Luego vino el acto de ganarse a los indígenas, por lo que fueron agasajados con multitud de regalos, y el juramento de vasallaje al Rey de España, quedando don Pedro muy satisfecho y ordenando se prepara un gran convite para todos, para felicitarse mutuamente de todo lo conseguido en tan poco tiempo.

Esto no le hizo perder de vista, que se habían quedado fuera por ser de mucho calado dos de los bajeles, así que mientras se preparaba la comida, dio orden de desembarcar todo lo que les podía ser útil y en cuanto se terminara, les volvió a dar la orden a sus capitanes, de que uno pusiera rumbo a la Península y el otro a Santo Domingo, con la misma orden para los dos, de informar gratamente de que habían llegado y al que iba con rumbo a Santo Domingo, se le añadió el que si hubieran arribado más buques de la expedición, se les diera el lugar de encuentro para reunirse todos con las fuerzas de don Pedro.

Así y con esta previsión consiguió lo que pretendía, que no era otra cosa, que alejar a los dos buques de la costa, ya que los buques que había hecho huir, desde el primer momento pensó que tardarían cuatro días en regresar y efectivamente así sucedió, pues zarparon a media noche y a la mañana siguiente aparecieron los buques franceses en el horizonte, por lo que pudieron hacer el viaje sin contratiempos.

Ya se habían tomado todas las previsiones pertinentes, pues se había cavado las trincheras para la infantería y dispuesto el lugar de fijación de la artillería de sitio transportada, pero aún no estaba colocada en ellos, así que al divisar las velas se dedicaron todos por completo a este trabajo, para poder responder como era debido, así ya casi preparados del todo esperaron la llegada de los franceses.

Estos llevaban unas pinazas de poco calado y con ellas más los botes de los buques, fueron trasbordando a estos para que los dejaran cerca de la playa. Lo grandes buques, permanecieron como a una legua de distancia y cuando ya los botes y pinazas se encontraban como a unos seiscientos metros del lugar posible de desembarco, de pronto el cielo desató una gran tormenta, que obligó a los enemigos a no poder desembarcar y los galeones acercarse a recogerlos, para una vez a bordo arrumbar en busca de algún lugar más seguro.

Entonces volvió a calcular, que los daños sufridos por los buques les impedirían regresar al menos en ocho días, así que decidió subir por el bosque hasta el Fort Carolina, posición que estaba como a algo más de una legua de distancia. En el fuerte había otros siete buques menores, pero que en ningún momento supusieron peligro alguno, ya que no pensaron el bajar por el río y enfrentarse a los españoles, pero para el Adelantado, si que era de suma importancia el arrasar el lugar o aprovecharse de él.

Por lo que dispuso el formar diez cuerpos al mando de un capitán y con cincuenta hombres cada uno, la mayoría de ellos arcabuceros y rodeleros, así como los expertos en el manejo de la pólvora, cargados al máximo con todo tipo de armas y alimentos para ocho días, incluidas las banderas de cada capitán, para dar cumplido conocimiento de quienes eran, evitando el actuar como a simples piratas.

Una vez dividida la fuerza, don Pedro escogió a veinte hombres y marchando él en cabeza, fueron cortando malezas e incluso árboles, para dejar un camino franco y que pudiera ser seguido fácilmente por el resto, con la orden de que cada capitán marchara separado del anterior, con la intención de que nadie se perdiera, pero no tanto, como para impedir un rápido socorro entre todos.

Por la misma razón dejó el mando a su hermano Bartolomé del puerto de San Agustín, en él que quedaban muchos hombres y suficiente fuerza para combatir a los franceses si se adelantaban a sus previsiones, y que en caso de ser atacados, siguiera el camino e hiciera correr la voz de que regresasen al puerto para emplearse a fondo en su defensa.

La zona a recorrer, a pesar de no ser muy distante, tenía una gran dificultad, pues a lo mencionado de la arboleda, ésta a su vez estaba casi en una zona pantanosa y las últimas lluvias, aún si cabe la hacían más impracticable, pero nada de todo esto arredró a don Pedro.

Partió con los veinte hombres, que además de sus armas y vituallas llevaban unos grandes machetes y hachas, para poder cumplir lo mejor posible la misión de abrir el camino, esto complicado que en más de una ocasión, por no decir siempre estaban hasta la rodilla de agua y cuando no era hasta este punto, lo era hasta la cintura llegando incluso al cuello, lo que puede dar una idea de lo pesado de la marcha, ya que en muchas ocasiones, los troncos partidos servían para salvar otros obstáculos.

A parte don Pedro iba eligiendo los lugares para pernoctar o los de parada obligada para comer, así que cuando localizaban un buen punto y a la distancia apropiada del anterior, se talaban unos árboles y con los caídos, se posicionaban a forma de estacada de protección para descansar mejor y algo cubiertos del posible ataque de los enemigos.

Don Pedro, caminaba en cabeza, mandaba ir troceando la senda, a veces él mismo daba golpes con su hacha y ayudaba, pero siempre por delante, cuando ya se suponía que se había hecho un trozo de camino, regresaba a comprobar que todo quedaba lo mejor posible, con lo que el camino lo realizó como mínimo el doble que sus hombres. E incluso cuando ya estaban penetrando los capitanes, se allegaba al lugar para comprobar que nadie se perdía y ordenaba a estos que los siguientes, continuaran cortando ramas y maleza para ir ensanchando el camino para hacerlo cada vez más visible al resto.

En uno de sus viajes de reconocimiento se hizo de noche, por lo que decidió quedarse con esa bandera a descansar; entonces oyó que algunos hombres no estaban muy de acuerdo con aquella expedición, incluso algunos querían regresar, al principio se hizo el dormido y cuando los demás de verdad lo estaban, despertó al tambor y le ordenó tocar, lo cual levantó a todos sobresaltados.

Don Pedro, les dijo que aquello era un aviso y que para este tipo de descubiertas, era preciso descansar con los ojos abiertos, so pena de perder la vida, que, el que no quisiera seguir podría regresar, pero que nada esperara de él y sus compañeros, cuando estos regresaran con la victoria sobre los herejes y que si eran buenos españoles y católicos, entonces se arrepentirían de no haber participado; pero ya sería tarde y serían mirados con desprecio, e incluso como cobardes, por no haberse empleado a fondo en la victoria. Por lo que dejaba a sus entendederas la decisión de regresar o proseguir.

Así estuvieron cuatro días, al alba de quinto don Pedro mandó callar, pues se había encontrado ya una senda, que muy posiblemente le llevara ya directos al fuerte, el cual estaba muy cerca de la propia selva y solo con un trozo de terreno despoblado y limpio, por lo que no era muy difícil acercarse lo suficiente.

Entonces saltó la alarma entre la tropa, pues se dieron cuenta que la pólvora de los arcabuceros y demás de ellos estaba toda muy húmeda, lo que impedía utilizar las armas de fuego.

Ante esto el Adelantado, se volvió a dirigir a ellos y les pregunto que desde cuando un español, con espada y daga o rodela, no era capaz de abrirse camino a través de multitud de enemigos, que ellos eran casi el mismo número que los que habían dentro, por lo tanto la ventaja de la sorpresa, la contundencias de las armas y corazones que las manejan por tan justa razón, era imposible perder la jornada, así que nada había que temer y mucho que ganar, para Dios y su Fé así como para el Rey de España.

Quiso don Pedro ir en descubierta, pero el Maestre de Campo le dijo que iría él y se llevaría al capitán Martín Ochoa, ya que S. Sª era más preciso para guardarles las espaldas y que siendo dos sería de más utilidad por los ruidos, que el ir más gente y alertar a los del fuerte.

Se pusieron en camino y a los pocos metros tropezaron con un centinela francés, este pregunto y el capitán le contestó que eran franceses, así se fueron acercando y al estar al alcance de la espada, con un rápido movimiento le puso la punta en la garganta, así soltó sus armas, pero se puso a gritar para alertar a los suyos, el Maestre no se lo pensó y de un golpe lo atravesó con su tizona.

Salieron corriendo los dos españoles, cara a la puerta principal que los franceses a las voces de su compañero habían abierto, el Maestre con gran velocidad dejó a dos fuera de combate, mientras Martín Ochoa hacía lo propio con otros dos, a las voces de estos, empezaron a salir de las casas más franceses, unos vestidos y otros como estaban en la cama.

Pero estos gritos también fueron oídos por los españoles de avanzada, por lo que al grito de ¡Santiago! pronunciado por don Pedro, salieron dos banderas a grandes pasos hacía la puerta, la cual estaban defendiendo el Maestre y Ochoa, fueron los primero en llegar los alférez don Rodrigo Troche, de Tordesillas y el otro don Diego de Maya, ellos llevando las banderas y detrás al resto de compañeros, esto fue ya el principio del fin del Fort.

Don Pedro se había quedado esperando en la retaguardia, que ya se iba acercando y un francés que huía casi lo derriba, cayendo prisionero, el cual le indicó una cabaña a la que le llamó la ‹ Granxa › que estaba llena de armas, víveres y munición pero ni un gramo de pólvora y para que no fuera confundida mandó a seis hombres de guardia sobre ella, se dirigió a la puerta del Fort, nada más entrar en el lugar, dio un tajante orden « So pena de la vida, ninguno hiriese ni matase mujer, ni mozos de 15 años abaxo »

Esta orden fue cumplida a rajatabla, por ello se salvaron unas setenta personas, el resto fue degollado o muerto a estocadas, y solo se salvaron entre cincuenta y sesenta, que consiguieron saltar la empalizada del Fort e internarse en la espesura de la selva. Eso sí uno de los que logró escapar fue el jefe del Fort, Rné Ludonniére.

Don Pedro una vez tranquilizado el recinto y todo controlado, se dirigió a la rivera, donde encontró a tres buques fondeados y con gente a bordo. Un lombardero fue localizo por que una de las mujeres francesa librada de la muerte, le indicó donde se encontraba y fueron a por él, allí se localizaron dos barriles de pólvora a su media capacidad, con proyectiles y todas las herramientas para cargar y disparar cañones.

Con este hallazgo, ordenó mover cuatro piezas de artillería del fuerte y transportarlas hasta la playa, se instalaron de la mejor forma posible apuntando a los bajeles, a quienes se les invitó a su rendición, la cual no aceptaron. Envío al francés hecho prisionero por él, que al parecer era el oficial de guardia, con el encargo de decirles a los embarcados, que si se rendían no les pasaría nada y no solo eso, sino que les dejaría marchar con los supervivientes del Fort, pero que si se resistían serian pasados a cuchillo por herejes.

Los franceses enviaron un bote a recoger al oficial y lo trasbordaron al buque insignia, en él conversó con el jefe y lo reembarcaron en el bote regresando a tierra. Notificó entonces a don Pedro, que el jefe era el hijo mayor de Ribault que era el Virrey y Capitán General de aquellas tierras en nombre del Rey de Francia, que había llegado hasta allí solo para llevar alimentos y municiones para el Fort, obedeciendo lo que su Rey le había ordenado y que si el Adelantado español le hacía la guerra, él se la devolvería con creces.

Como respuesta a esto, don Pedro ordenó preparar y apuntar al único buque que se encontraba a tiro, pero para efectuarlo se ofreció el capitán don Diego de Maya, ya que se consideraba el mejor artillero de los presentes, a lo que don Pedro no puso objeción, así que apuntó el cañón que era el más potente de los existentes, aseguró el tiro fijando bien la pieza y le dió fuego. Cual no fue la sorpresa de todos, especialmente de los franceses, que el proyectil fue a dar en el costado a flor de agua, de forma que en muy poco tiempo la nave escoró rápidamente.

Viendo el efecto de tan certero disparo, las otras dos naves no se atrevieron a acercarse, así que enviaron botes para rescatar a todos los que estaban a bordo, consiguiéndolo en dos viajes y al estar repartidos entre los dos bajeles, estos picaron los cables y la corriente muy fuerte los fue arrastrando río a bajo. Don Pedro que no disponía de más pólvora que la que allí se encontraba, no quiso malgastarla y la repartió entre los arcabuceros, con la orden de salvaguardarla con su vida.

(Continua)

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