Stromboli combate naval 8/I/1676
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Combate de Stromboli 8/I/1676
Después del combate de Messina del año anterior, las fuerzas navales españolas estaban bajo mínimos. Habiéndose firmado en 1674 la paz con Holanda, los consejeros de Carlos II recomendaron poder arrendar una escuadra para recuperar parte de la fuerza perdida, se hizo saber al gobierno holandés la posibilidad y éste en junio de 1675 concedió la petición.
Se formó una escuadra de 18 navíos (ya no eran galeones) de 80 á 54 cañones, con cuatro brulotes al mando del mejor marino bátavo y uno de los mejores del siglo, Michiel Adriaenszoon de Ruyter, dando la vela el 29 de julio, dividida en tres cuerpos, vanguardia contralmirante Verschoor, centro Ruyter, retaguardia vicealmirante Van de Haen.
A mediados de agosto se apoderaron de Agosta los franceses por la falta de efectivos españoles. De Ruyter fondeaba el 26 de septiembre en la bahía de Cádiz, permaneciendo a la espera de ser reforzado por la escuadra del Océano al mando del príncipe Montesarchio, ésta por las condiciones meteorológicas no pudo salir, por ello el almirante bátavo zarpó con rumbo a Barcelona, donde se le unió el navío de 50 cañones español: «El navío Rosario, de Mateo Laya, la lleva de á 18, 6, 3 y 2 libras, por lo que traen artillería más para espantar que para ofender.» (Esto en palabras del príncipe al mando de la escuadra española) Mientras la misma escuadra compuesta por quince buques se encontraba en aguas de Sicilia, al zarpar un temporal la deshizo el 6 de noviembre, perdiéndose ocho y el resto como pudo arribó a Palermo a reparar.
Zarpó de Barcelona a últimos de noviembre con rumbo a Cagliari, donde repuso agua y leña, dando la vela a los pocos días con destino a Melazzo, en la derrota sufrió un temporal que obligó a su segundo Jan van Haen con su escuadra a arribar a Palermo, fondeando en el puerto de destino el 23 de diciembre, donde se encontró con la escuadra de nueve galeras de Nápoles al mando de don Beltrán de Lara Velasco y Vélez de Guevara, enviando la orden a van Haen y príncipe de Montesarchio para reunirse en Melazzo.
Por el mal estado de los buques españoles no pudieron cumplir, no así Jan van Haen quien al amainar salió inmediatamente, al unirse dio la orden de zarpar pero el mal estado por la época del año de las aguas le impedía llegar a Messina, decidiendo por tener noticias cruzar el estrecho por su boca y llegar a las islas Lipari, a esperar una escuadra francesa que llegaba de refuerzo.
Al amanecer del 7 de enero de 1767 se encontraba muy cerca de la más septentrional isla del grupo, Stromboli, cuando se pudieron distinguir las velas francesas, eran unos 26 navíos; uno de 80; cuatro de 72 a 74; cinco de 60 á 64; siete de 54 á 56; tres de 50 cañones (las cifras son variables) con seis brulotes, divididos en vanguardia jefe de escuadra Preuilly d'Humières, centro vicealmirante Duquesne y retaguardia jefe de escuadra Gabaret. Era manifiesta la superioridad gala, estos comenzaron a hacer su guerra ‹galana› pasando el día en maniobras penosas por la flojedad del viento; en una de las maniobras De Ruyter los tuvo bajo el alcance de sus cañones, pero no les atacó, manteniendo la formación de línea en paralelo con el enemigo y conservando barlovento, así se mantuvieron hasta anochecer.
Durante la noche roló el viento, algunas de las olas les llegaban al palo mayor, demostrando la inviabilidad de mantenerse obligando a las galeras a retirarse a una isla próxima, al amanecer permanecían las dos escuadras al mismo rumbo separadas unas cuatro millas, por haber rolado el viento ahora el barlovento era francés.
Esto decidió al mando galo a arribar sobre la línea bátava, pero incomprensiblemente lo hicieron en línea oblicua, la vanguardia francesa recibió un duro castigo, al llegar a distancia de tiro de cañón orzó para pasar a línea paralela sobre la vanguardia holandesa, pero llegaron tan maltrechos que se quedaron amontonados sin dejar espacios para moverse, sin contar que esto a su vez les impedía devolver el fuego por estorbarse entre ellos, por el contrario ante la gran muralla de madera los bátavos no perdían tiro, era casi imposible fallar, uno de sus buques tuvo que retirarse por no poder mantenerse en el enfrentamiento. Duquesne sufrió mucho para poder dar la banda sobre el centro, pasando mucho tiempo hasta que Gabaret con su retaguardia pudo llegar al fuego, dada su superioridad por fin lograron ajustar las distancias entre ellos y responder debidamente, lo que inmediatamente se notó en la línea holandesa.
Los sucesivos repliegues a que se vieron forzados los bátavos a realizar dejaron atrás a su retaguardia, al verlo Tourville al mando de cuatro navíos de su retaguardia intento doblarlos, pero los vientos le impidieron realizar la maniobra, mientras Duquesne lanzó los brulotes sobre el centro, De Ruyter quien los vio venir ordenó prepararse para recibirlos, por lo que ninguno de ellos llegó a su destino, viendo su fracaso de poder dar al fuego sobre todo al insignia Eendracht (Concordia) dio por finalizado el combate, cesando la vanguardia y centro, bastante más tarde la retaguardia. El combate había durado casi diez horas.
En esos instantes la mar calmó, lo que fue aprovechado por las galeras para dar remolque a los más castigados, a pesar de que al verlas se les disparaba desde la línea francesa y ya anochecido los dejaron a buen recaudo en Palermo. Los buques holandeses estaban mal tratados sobre todo en la arboladura y con agujeros en sus cascos a flor de agua. Los franceses no estaban mucho mejor y según De Ruyter uno de sus buques se fue al fondo, esto no impidió como era su costumbre al francés Duquesne adjudicarse la victoria; las bajas fueron muy altas en ambos contendientes.
Pasados unos días Duquesne recibió el apoyo de la escuadra dislocada en Messina al mando de M. de Almeras, compuesta por seis navío de 60; dos de 50 cañones y seis o siete fragatas más varios brulotes, pensando en volver al encuentro, por contra a De Ruyter se incorporó el príncipe de Montesarchio con sus nueve navíos. Ambos jefes reunieron consejo de generales, el bátavo se mantuvo en no enfrentarse por ser aún muy superiores los enemigos, tanto en número como en poder artillero, y el francés tuvo que desistir por estar faltos de pólvora y verse obligado a arribar a Tolón para reponerla, convencido de no ser responsable buscar nuevo combate.
Se mantuvieron a la espera los dos, hasta ver que la francesa doblaba el cabo Passaro continuando a Messina, en la derrota frente a Siracusa y por la falta de viento, al verlos pasar el general de las galeras de España don Isidro de Silva y Mendoza, quien había obtenido el mando habiendo comenzado de capitán de mar y guerra, decidió salir por sus popas, apercibiéndose que uno de los buques se quedaba retrasado decidió ir a por él, dada la altura de la borda del enemigo ascendieron por la entena el capitán de infantería don Antonio Samaniego seguido de varios hombres, por ella se descolgaron al alcázar, siguiendo el ejemplo muchos más, tras dura pelea se adueñaron del bajel, no siendo otro que el Madonna del Popolo, apresado por los franceses en el combate del 11 de febrero del año anterior, cuando estaba a las órdenes de don Melchor de la Cueva, recuperando un buen buque gracias al valor como siempre de la infantería española.
No en balde franceses y británicos siempre se mantuvieron alejados de la posibilidad de ser abordados a lo largo de todos los combates mantenidos con ellos. De ahí su guerra «galana» que no era tan galante sino miedo, por ello siempre se mantenían a sotavento para poder alejarse del peligro y de ahí el nombre dado por los españoles.
Bibliografía:
Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.
Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.
Thayer Mahan, Alfred.: Influencia del Poder Naval en la Historia. Partenón. Buenos Aires. Argentina, 1946.
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