Tacon y Rosique, Miguel Biografia

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Biografía de don Miguel Tacón y Rosique



Teniente general de la Real Armada y Mariscal de Campo del ejército.

Grande España de 1ª clase.

Caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro.

Caballero profeso de la Militar Orden de Santiago. 1806.

I Duque de la Unión de Cuba.

I Vizconde de Bayamo.

Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III.

Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica.

Orígenes

Vino al mundo en la ciudad de Cartagena el 10 de enero de 1774, siendo sus padres don Miguel Tacón y Foxá, y doña María Francisca Rosique y Rivera.

Hoja de Servicios

El 17 de octubre de 1789 sentó plaza de guardiamarina en la Compañía del Departamento de Cartagena. Expediente N.º 3.620.

Se le ordenó embarcar en el jabeque Lebrel, participando en la defensa de la plaza de Orán, cuando ésta en la noche de los días 8 á 9 de octubre de 1790 sufrió un terremoto dejándola sin defensas, por ello fue atacada por los moros, el Gobierno viendo el gasto tan significativo a afrontar decidió pedir una tregua, para abandonarla y serle entregada al Dey de Argel, Hassan Bajá.

Regresó a la Compañía donde al año siguiente se le ascendió a alférez de fragata con fecha del 5 de septiembre de 1791, ordenándosele embarcar y realizando cruceros, entre los cabos de Santa María y San Vicente, puntos de recalada obligados por los buques provenientes de ultramar.

Por Real orden del 22 de noviembre de 1794 se le ascendió al grado de alférez de navío, continuando como oficial subordinado, en cruceros y comisiones sobre todo en aguas de la península.

Después de muchas y largas navegaciones por el Mediterráneo, por Real orden del 5 de octubre de 1802, se le ascendió al grado de teniente de fragata, siempre destinado a las fuerzas navales comisionadas a realizar el corso contra los argelinos y los británicos, demostrando sus dotes de mando y su valor.

Se le otorgó el mando del bergantín Vigilante, realizando comisiones entre los puertos de Valencia, Barcelona y Cartagena, al arribar se le ordenó incorporarse a la escuadra del general don José Justo Salcedo, en el mes de junio de 1805 por una desafortunada maniobra, sufrió un abordaje con el navío San Carlos, del que salió de él con una fuerte contusión en el tórax, obligándole a desembarcar.

En 1808 se reincorporó pero pasando al Ejército con el grado de teniente coronel, siendo nombrado por Real orden del 8 de marzo siguiente, Gobernador militar y político de Popayán en la actual Colombia, donde por aquellos días se produjo la insurrección, estuvo combatiéndola con denuedo, pero ante la falta de efectivos y de ayuda de la península, los insurrectos consiguieron ir comiéndose el terreno y por ello en 1811, ya derrotado por los colombianos, se vió forzado a refugiarse en la ciudad de Lima donde llegó con tan solo veinticinco hombres.

Permaneció en aquellas tierras prestando sus servicios en Perú, hasta llegar la Real orden de su ascenso a mariscal de campo en 1815, por ello regreso a la península, pues el virrey quería comunicar el estado de aquellas tierras al Gobierno, por su falta de medios de todas clases para poder mantenerlas, pues comenzaba en ellas la temida revolución insurreccional.

El Gobierno lo nombró Gobernador de la ciudad de Málaga, donde permaneció poco tiempo, pues se le nombró capitán general de Andalucía pasando a la ciudad de Sevilla en 1823.

Permaneció en ella hasta 1834, por ser ascendido a teniente general siendo nombrado Gobernador de la isla de Cuba, donde viajó y tomó el mando en el mes de junio siguiente.

Por espacio de cuatro años permaneció en la isla, su labor fue y es muy controvertida, pues depende de quién lo dice, así lo cuenta, pero nos ceñiremos a los hechos demostrados que son a nuestro parecer los que deben hablan por sí solos.

A su llegada a la Habana y tomar posesión de su cargo, ordenó se le entregaran informes del estado de la isla, de ellos dedujo que su situación era muy lamentable.

No existía la seguridad personal, por que los robos y asesinatos eran diarios por decenas, las fuerzas del orden no se movían y nada era controlado, pero no solo en las poblaciones, pues igualmente sucedían en las mismas calles de la capital.

Los carruajes eran detenidos y asaltados, los ciudadanos temerosos de ello comenzaban a abandonar la ciudad, los cobradores de los comercios, se veían obligados a ir escoltados por la policía para evitar a los asaltadores, pues a la menor resistencia de los portadores de algún caudal eran apuñalados, los animales domésticos poblaban la ciudad ante la falta de alimentos y falta de cuidados de sus dueños, por ello y guiados por instinto, al que olían llevaba comida le mordían para conseguirla, eso a pesar de los pocos transeúntes o quizás por ello.

Ante esta situación Tacón se propuso poner fin a todo aquello, lo que le sobraba de firmeza, le faltaba de tacto, de ahí el no terminar de entender a este hombre, pues utilizó medios muy drásticos, con mano firme, que ha decir de algunos de sus biógrafos; «…los cubanos muchos años después, no sabían si execrar o bendecir su memoria.»

Otro escritor británico dice: «…levantó una especie de civilización de piedra y cemento.»

Lo realmente cierto es que en muy poco tiempo sus medidas dieron resultado; pues los robos y asesinatos fueron castigados muy duramente; puso en orden a la administración de justicia, por haberse convertido en una verdadera plaga en aquella época, pues el que más delito tenía menos cárcel le caía; ordenó perseguir a los vagos y maleantes; expulsó a los policías corruptos y los repuso por gentes de bien; se prohibieron las armas que casi todos llevaban encima para defenderse; se estableció una serie de patrullas de las fuerzas armadas encargadas de limpiar las calles de malhechores, así mismo organizó el servicio de limpieza de la ciudad, que no existía; se empedraron la mayoría de sus calles; se logró combatir a los perros que poblaban la ciudad, llegando casi a su exterminio; se construyó el sistema de desagües de la misma, tampoco existía; creó los cuerpos de los serenos y el del servicio de bomberos, tampoco se había pensado en ellos; se alumbró a toda la ciudad; se pusieron las primeras piedras de un teatro que iba a llevar su nombre; se preocupó de construir varios mercados, para que los ciudadanos no tuvieran obligatoriamente que concentrase en el único existente; construyó la cárcel, que mucha falta hacía; así como un nuevo malecón en el puerto, el paseo militar y por último, se construyó en la isla el primer ferrocarril de España.

Pero a decir se sus biógrafos, puso la isla en primera línea de adelantos y seguridad, pero por sus formas bruscas que acompañaban a todas sus decisiones, pues igual acometía una cuestión de delito que una de opinión, le granjearon la enemistad de muchos, porque para él no había diferencias entre nativos y españoles, si se era culpable, se era y no había más que discutir.

Por ello se fue creando un ambiente entre los propios españoles que como siempre disentían de su opinión y él, al menor dato de desafecto a España los embarcaba para la península, agravando el problema.

Su única defensa es que Tacón, había asistido al derrumbamiento del poder de España y la perdida de casi todos sus territorios, es quizás una forma débil de defenderle, pero suponemos que en su foro interno, sus formas estaban provocadas por defender de la mejor forma que sabía los resto de los territorios de la corona de España y máxime nuestra aún querida “Perla del Caribe”.

Un historiador español llamado Saco lo define así: «Servil en España y tirano en Cuba»

Otro literato español, Sedano, en su obra: «Ensayos políticos», lo califica como: «Nuevo Nerón, moderno Calígula»

Pero en cambio la opinión de Harponville, de origen francés, en su obra titulada: «Reine des Antilles» dice: «España debe a dos hombres la isla de Cuba: a Colón, que la descubrió, y a Tacón, que la civilizó.»

Como se puede observar, los españoles con su auto critica siempre maliciosa y a veces mortal, son mucho más duros con él que los escritores foráneos, de ahí la incomprensión del personaje, quien por una parte colocó a la isla en un estado muy avanzado sacándola del ostracismo de sus antecesores, y por otra, por no ser un buen político, se le maltrata y obvia toda su gran labor.

Y es que una vez más la soledad del mando, se traduce en como se dice, pero no en lo que se hace, razones que nublan la vista de los menos espabilados, mientras los que siempre medran, logran con sus escritos vilipendiar sin faltar al respeto, pero nadie sabe que hubieran hecho ellos en su lugar y circunstancias, máxime si hubieran sido unos de los afectados por la situación de la isla a la llegada de Tacón.

Pero el Gobierno si que valoró su gran labor y por ello quiso agradecerle con lo único que podía, por ello le concedieron los título de Duque de la Unión de Cuba y vizconde de Bayamo.

En 1838 cansado y sobre todo muy castigado por sus enfermedades que en la realidad eran causa de su larga y dura lucha contra todo lo encontrado en la isla, demandó del Gobierno ser relevado de sus funciones, siéndole concedida, fue sustituido en el cargo por don Joaquín de Ezpeleta.

Regresó a España, pero no por ello el Gobierno lo apartó de sus responsabilidades, pues se le nombró capitán general de las islas Baleares.

Posteriormente, se le nombró Senador del Reino por la circunscripción de la provincia de Cádiz, estando en el desempeño de esta alta responsabilidad le sobrevino el fallecimiento en Madrid el 12 de octubre de 1855.

Bibliografía:

Enciclopedia General del Mar. Garriga, 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Enciclopedia Universal Ilustrada. Espasa. Tomo 58, 1927. Página 1.477.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895—1903.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

Válgoma y Finestrat, Dalmiro de la. Barón de Válgoma.: Real Compañía de Guardia Marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes. Instituto Histórico de Marina. Madrid, 1944 a 1956. 7 Tomos.

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