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Combate

Al amanecer se divisaron, pero hasta medio día no se entablo el combate, sobre las 1130 hasta las 1730 horas del glorioso aunque infausto, 21 de octubre de 1805.

Fuerzas británicas — 27 navíos de línea y 4 fragatas; 2.246 piezas de artillería; Almirante Horacio Nelson.

Fuerzas franco-españolas — 33 navíos de línea, (15 de ellos españoles) y 5 fragatas; 2.520 piezas de artillería; Vicealmirante Villeneuve.

Dado que los británicos disponían de siete navíos de tres puentes y su artillería de menor calibre; las fuerzas enfrentadas quedaban bastante equilibradas.

Villeneuve, viendo llegar la escuadra enemiga, creyó que iban á atacar en masa y dispuso que todos estuvieran prestos para el combate. Nelson dio su famosa orden «Inglaterra espera que cada uno hará (cumpla) su deber» (Englánd expects every man to do his duty)

Casi al mismo tiempo Churruca á bordo del San Juan Nepomuceno daba su célebre orden «Hijos míos: en nombre del Dios de los ejércitos, prometo la salvación eterna al que muera cumpliendo con su deber.»

Poco antes de iniciarse el combate, las fuerzas aliadas quedaron todas en línea, pero una sola línea muy irregular y muy poco sostenida, que no se pudo corregir, tanto por la flojedad del viento, casi imposible de ceñir por algunos navíos y porque el enemigo se les venía encima; en realidad, sólo los catorce navíos que había entre el Santa Ana y el Príncipe de Asturias, en que tenía arboladas sus insignias Álava y Gravina, se hallaban en perfecto orden de batalla, fue la única porción de la combinada que se presentó bien formada, justificando así con creces la fama que ya gozaba el jefe español; la vanguardia tenía tres buques fuera de la línea y en el centro, desde el Bucentaure, arbolando la insignia de Villeneuve, hasta el Santa Ana, sólo había un buque en su puesto; los demás, cuatro, quedaron muy a sotavento, dejando un gran claro al enemigo, que seguramente no esperaba encontrarse con tan gran oportunidad.

La longitud de tan desdichada línea era de más de una legua marina. En virtud, de la primitiva subdivisión de escuadras y de las evoluciones sucesivas, la armada combinada, al comenzar el combate se hallaba en el orden de vanguardia a retaguardia siguiente: Neptuno, Scipion, Intrepide, Rayo y Formidable, con la insignia de Dumanoir; Duguay-Trouin, sotaventado, Montblanc, fuera de su puesto natural, ocupando a barlovento el del anterior; Asís, San Agustín, Heros, Santísima Trinidad, con la insignia de Cisneros, Bucentaure, con la insignia del almirante en jefe Villeneuve, Neptune, sotaventado, dejando un claro en su puesto, Redoutable, fuera de su lugar, bien que alineado algunos cables más a vanguardia, San Leandro, caído a sotavento; San Justo, también sotaventado harto mas que el anterior, Indomptable, caído como el San Justo; Santa Ana, en su puesto, con la insignia del general Álava, Fougueux, Monarca, Plutón; Bahama, Aigle, sotaventado, Montañés, Algeciras, con la insignia de Magon, Argonauta, Swift-Sure, Argonaute, sotaventado, San Ildefonso, Achille, sotaventado, Príncipe de Asturias, a su bordo el general Gravina y a sus ordenes el mayor general Don Antonio de Escaño, Berwich y San Juan Nepomuceno. (Los que no se dice su posición es por estar en su sitio)

Enfrente se presentaban dos líneas: la de Nelson con dieciocho buques y la de Collingwood con quince, llevadas de este modo, podían fácilmente romper la débil línea que tenían enfrente, dándose un doble choque que su delgadez no podría resistir.

Esta complicada maniobra, digna del genio de Nelson, no fue intuida por Villeneuve, empecinado en su idea de mantener una sola línea, tan imperfecta como hemos visto; pero sí por Gravina, quien valiéndose de las banderas de señales, pidió a aquel autorización para maniobrar independientemente con los doce navíos que componían la escuadra de observación, para acudir adonde creyese más conveniente, pues vio que había posibilidad de coger al enemigo entre dos fuegos, no obstante lo cual le fue ordenado mantenerse en línea como hasta entonces, perdiéndose una posibilidad de contrarrestar la maniobra británica; esta negativa fue censurada por los mismos franceses, especialmente por el contralmirante Magon, quien opinó: « que ello sería causa de la derrota, pues la reserva era lo único que podía destruir los planes de Nelson impidiendo sus desarrollo.» Dado que al virar la vanguardia se había convertido en reserva.

Cabe asegurar, que bien distinto habría sido el resultado de la acción, si el almirante en jefe de la combinada se hubiera llamado Gravina y no Villeneuve.

Sobre las once y treinta minutos el San Agustín, al mando de Cagigal, rompió el fuego disparando el primer cañonazo contra uno de los navíos de la columna de sotavento, por estar aún fuera del alcance la bala cayó al mar, el Monarca disparó otro tiro que fue más acertado y el segundo del combate, siendo ambos estampidos como la señal repetida, de que la hora suprema era llegada.

Efectivamente, a las doce menos diez minutos el Santa Ana y el Fougeux, al mando del capitán Baudoin, rompieron el fuego sobre el Royal Sovereign, quien se dirigía a toda vela contra el San Ana. Las descargas iban acompañadas de grandes gritos de ¡Viva España! en los buques españoles y ¡Vive l’empereur!, en los franceses.

El Victory y el Royal Sovereign se adelantaron solos e intrépidos, recibiendo las descargas de la flota combinada; el Bucentaure, Trinidad y Neptuno, contra el primero; contra el segundo el Santa Ana y Fougeux su primera andanada fue tan contundente y acertada que al impactar en su casco escoró, quedando tan destrozado que Collingwood hubo de abandonarlo y transbordar a la fragata Eurygalus nada más comenzar el combate, continuando desde ella dando órdenes.

La división de Nelson maniobró con intención de doblar el buque de Villeneuve, pero los navíos Trinidad y Redoutable acudieron en su auxilio decididos a impedirlo acortando las distancias. El navío Trinidad, con sus descargas a un tercio corto de tiro, hizo tales estragos en la arboladura del Victory, que sin la oportuna ayuda del Temeraire, quien acudió a toda vela hubiera quedado enseguida sin gobierno, pues aún así había quedado hecho un pontón.


Nelson se colocó en primera fila entre su gente, sin querer cubrirse las condecoraciones y placas que lucía en su pecho. Su médico, el doctor Scott, le había prevenido del peligro de mostrarse tan llamativo, pues atraería el fuego de fusilería enemigo sobre su persona y así fue, recibiendo una bala disparada desde el Redoutable, le entró por el hombro izquierdo, le atravesó interiormente los pulmones quedándosele incrustada en la columna vertebral, dejándolo herido de muerte.

En la confusión que siguió, el Redoutable intento abordar al Victory, pero pudo evitarlo el Temeraire al interponerse y cubrir con su casco al de su almirante, acudiendo en su ayuda también el Mercury.

Se declaró un incendio a bordo del Victory, quedándose sin gobierno; el incendio se propagó al Temeraire, pero consiguió alejarse, el Victory, Redoutable y Mercury, los tres se quedaron sin timón, formando un grupo que marchaba a la deriva y el viento empujó hasta abordar contra el Fougeux.

El espectáculo ofrecido por el centro de la armada combinada, más que combate ordenado era la imagen de la más espantosa confusión. Se sucedían las descargas y la lucha era más bien de uno contra uno.

El Berwick, francés, tuvo que rendirse al Defence. El Bucentaure luchaba con gran valentía, hasta quedar completamente desarbolado momento que arrió su bandera, no quedándole siquiera un bote para conducir al comandante en jefe a bordo de otro buque, por cayó prisionero.

El Trinidad, después de haber combatido con gran acierto al Victory, se vio rodeado por el Conqueror, Leviathan y Neptune, aún así continuó manteniendo su pabellón a costa de prodigios de valor de su dotación hasta la caída de la tarde, en que su heroico comandante, viendo tenía en las bodegas sesenta pulgadas de agua, sus palos destrozados y su cubierta obstruida por los muertos, heridos, trozos de la arboladura, astillas y parte del velamen, los pocos supervivientes se rindieron y apenas habían acabado de ser transbordados a los buques enemigos, el Trinidad se fue a pique, llevando a su bordo un gran numero de heridos, en otras versiones se dice le pegaron fuego al ver que no podía llegar a Gibraltar, pues la intención era conservarlo como trofeo, por ser el único cuatro puentes que ha existido en el mundo.

Los actos de heroísmo de los marinos en esta memorable jornada fueron muchos, sublimes y admirables, por todos conceptos. El Trinidad no sucumbió sin que se hubiese intentado su socorro.

El Heros, francés y el San Agustín, que se encontraban a su proa, cuando le vieron abrumado de enemigos, pidiendo auxilio, volaron en su ayuda y pelearon valerosamente a su lado.

El comandante del Trinidad, don Francisco Uriarte, escribió en su parte: «Roto el centro y rendidos algunos buques de él, se replegó el enemigo en numero de cinco navíos sobre éste, que sostuvo el fuego hasta más de las cinco de la tarde, que fue preciso ceder ante tanta superioridad y a dos repetidos abordajes, que al tercero ya no pudo oponérseles suficiente gente, por hallarse ocupada en las baterías la poca que restaba, continuando el fuego contra los otros buques que me estrechaban a tiro de pistola» Uriarte continuó defendiendo su buque hasta ver su bandera en el agua y no había un solo hombre que le obedeciese, por estar todos o muertos o heridos.

Valdés, con su Neptuno estaba a las órdenes inmediatas de Dumanoir, al ver el giro que tomaba el combate y que Dumanoir no daba orden alguna, rompió la disciplina y viró de bordo para acudir al lugar donde se combatía.

Preguntóle Dumanoir la razón de su movimiento y Valdés, sin detenerse, le contesto: «Al fuego» Le siguió el francés Intrepide, al mando de valeroso Infernet, siendo este el último buque en rendirse de la flota combinada, fue atacado por cinco de los enemigos, que le dejaron casi destrozado y con más de trescientas bajas.

Pero los esfuerzos de estos héroes resultaron vanos; el Neptuno, cercado por cuatro navíos, sostuvo un fuego horroroso; su jefe perdió la vida y quedaron tendidos en sus puentes noventa y ocho muertos y ciento cuarenta y seis heridos. El oficial al mando arrió la bandera, pero el temporal que sobrevino arrojo al Neptuno contra las peñas de Santa Cristina, donde se estrelló. El Rayo en muy mal estado y pésimo material, era el menos velero de la flota además de ser el más viejo, por ello situado en vanguardia y muy sotaventado, fue el último en llegar y poco podía hacer, siendo lógica la decisión de su comandante de regresar a Cádiz por ver la señal en el Príncipe.

El San Juan Nepomuceno fue uno de los más distinguidos. Mandábalo el inmortal brigadier don Cosme Damián de Churruca. En cuando vio que el almirante francés alteraba la primera posición, para formar una línea tan delgada, dijo a su segundo: «Villeneuve no conoce su obligación y nos compromete». Pero su valor y arrojo no decayeron ni un solo momento.

Durante más de dos horas peleó solo contra tres navíos que le combatían por ambos costados y aletas; después se añadieron otros tres, uno de ellos cuales el Dreadnought, de tres puentes, se le puso por la popa a medio tiro de pistola y sin embargo el San Juan Nepomuceno, único de toda la línea que se veía acometido por seis de igual o mayor fuerza no se rendía y seguía dando órdenes y repartiendo el fuego de sus cañones con el mismo orden que un día de zafarrancho o salvas.

Toda la arboladura cayó hecha pedazos; las astillas y los cadáveres alfombraban la cubierta, pero Churruca ni se rendía ni se desconcertaba; acudía a todo, mandaba con su bocina de combate la maniobra; hacía las veces de capellán, pues éste había muerto, animaba a los más cansados, apuntaba él mismo los cañones y al acabar de hacer una puntería, logrando derribar un palo de un enemigo, una bala de cañón le arrancó la pierna derecha por encima del muslo y cayó sobre la cubierta, exclamando: «Esto no es nada; siga el fuego» y apoyándose sobre el brazo derecho continuo dirigiendo la lucha, causando asombro y admiración a todos sus seis adversarios. Pero sus fuerzas disminuyeron por la gran hemorragia producida y al ver que la vida se le escapaba, llamó a su presencia a todos los oficiales que aún vivían y les dio las gracias por su comportamiento, y que fuera transmitido a la dotación, pidiéndoles clavasen la bandera y que el San Juan no se rindiera mientras él viviese.

Uno y otro tardaron poco en sucumbir. Era completamente imposible, por falta de arboladura, cortar el círculo en que estaba encerrado y era también imposible continuar el combate contra fuerzas tan superiores; habían muerto el comandante, el segundo, otros oficiales y ciento cincuenta y dos miembros de la tripulación y tenía a siete oficiales y doscientos cuarenta y tres heridos.

Cuando hubo arriado la bandera, los oficiales británicos de los diferentes navíos que cercaban el San Juan Nepomuceno, se presentaron a bordo para preguntar a quien se había rendido, disputándose todos tamaña gloria, a ello contestó arrogantemente el oficial Falcón, quien había tomado el mando: «Combatido por los seis navíos, a todos ellos sucumbo, que a uno solo jamás se hubiera rendido el San Juan Nepomuceno»

El acto religioso de la defunción de Churruca, se celebró asistiendo a la ceremonia los británicos al lado de los españoles. El casco del San Juan Nepomuceno fue llevado a Gibraltar, donde estuvo conservado con gran esmero durante largos años con la cámara cerrada y en la puerta el nombre de Churruca en letras de oro.

Esta puerta solo no se abría en muy raras ocasiones, para mostrarla a algún viajero de distinción y nadie penetraba en la morada que había ocupado el héroe, sino con la cabeza descubierta. Con esta disposición honraba el Reino Unido al héroe que tanto se había distinguido combatiéndole.

El Bahama al mando del brigadier Galiano, al entrar en fuego arengo a sus hombres y dirigiéndose al joven guardiamarina que era pariente suyo, que portaba la bandera le dijo: «Cuida de defenderla; ningún Galiano se rinde y tampoco un Butrón debe hacerlo.» Recorrió luego todas las baterías, animando a la tripulación con patrióticas exhortaciones y al volver a la cubierta dijo a todos señalando la bandera: «Señores, estén ustedes en la inteligencia de que esa bandera esta clavada.»

Acometido primero por el Colossus y después por dos navíos más, parecía poseído el Bahama por el ardor que animaba a su comandante, quien dé pie en medio del alcázar continuaba hablando a su dotación, sin cuidarse de la herida que un astillazo hizo en su cara. Al fin una bala le arrebató la vida, llevándole casi toda la cabeza y su cuerpo recibió por sepultura el fondo de la mar; el buque hecho casi astillas, poco después de haber arriado su bandera, siguió a su comandante, yéndose a pique.

El Monarca fue uno de los primeros en romper el fuego; su valeroso comandante, Argumosa, atacó con gran denuedo al Bellerophon y al Thundering, se le incendió la proa y sus bodegas hacían gran cantidad de agua. El San Ildefonso quedó tan destrozado que fue declarado incapaz de aguantar carena. El Argonauta, al mando de Pareja cayó gravemente herido no por ello se alteró nada, continuando el combate hasta hundirse la cubierta del alcázar; siendo atacado por los británicos Swisftsure y Belle-Isle, yéndose a pique al día siguiente del combate.

El Príncipe de Asturias, al mando del brigadier Hore, arbolando la insignia del general Gravina y llevando también a bordo al Mayor General don Antonio Escaño, hubo momento en que se vio atacado por cinco navíos británicos; luchando más de cuatro horas sin interrupción, tuvo que suspender sus fuegos al quedar desarbolado y desmantelado completamente; cuando el San Justo y el francés Neptune se presentaron a socorrerle, Gravina había caído gravemente herido, por un casco de metralla en el brazo izquierdo y Escaño, quien le sucedió en el mando, fue también herido en una pierna, por una descarga de metralla, que arrebató la vida a cuantos estaban a su lado en el alcázar.

Escaño no quiso abandonar su puesto, hasta que los oficiales se apercibieron que la sangre le rebosaba el borde de la bota, obligándole a bajar a la enfermería; pero una vez realizada la primera cura a la que el cirujano añadió como receta un vaso de vino, regresó al alcázar sostenido por dos marineros y allí permaneció mandando el fuego, hasta comprobar que el combate estaba completamente perdido, ordenando izar la señal en su resto de arboladura de reunión.

Sólo pudieron acudir a ella el Santa Ana, Rayo, San Francisco de Asís, San Leandro, San Justo y el Montañés españoles y el Neptune, Argonaute, Heros, Plutón y el Imdomptable franceses, aproando rumbo a Cádiz, sin que los británicos se lo impidieran, señal obvia de no estar en condiciones de intentar la persecución, de ellos el Príncipe de Asturias tuvo que ser remolcado por la fragata francesa Thémis; únicos que vio Cádiz con dolor regresar al puerto de los treinta y tres navíos que habías salido a combatir.

Todos los buques españoles lucharon con gran denuedo, cubriéndose de gloria.

También los navíos franceses pelearon con gran bravura, rescatando en ese día la honra que había perdido en el combate de Finisterre.

A bordo del Berwick fue muerto su comandante, el heroico Camas.

En el Redoutable, su comandante el capitán Lucas, luchó con gran heroísmo hasta quedar completamente inútil el navío, siendo remolcado por el británico Swiftsure; pero como había quedado tan maltrecho iba haciendo agua por todas partes y no pudo seguir el remolque, se fue a pique, hundiéndose de popa.

El bravo capitán Infernet, al mando del Intrépide, logró por un momento rechazar el formidable ataque que le dirigieron el Leviathán y el Spartan, pero tuvo que rendirse ante la superioridad del adversario, quienes lograron desmantelar el navío produciéndole más de trescientas bajas.

El Afrique recibió el fuego del Agamemnon y el Ajax y queriendo librarse de la acometida, fue a chocar con el Orion, sufriendo grandes desperfectos, pero luchando con gran coraje, hasta tener más de trescientos muertos y tuvo, al fin que rendirse al Conqueror, quien ya había hecho prisionero al almirante Villeneuve, venciendo al Bucentaure.

El Achilles hizo explosión, quedando convertido en un montón de astillas flotando por el lugar, después de haber resistido largo tiempo el ataque de tres navíos, pero se retiraron a toda vela para huir de lo que se avecinaba, pues se dieron cuenta que muy pronto alcanzaría su santabárbara. Los británicos se mostraron con digna humanidad enviando sus botes para recoger a los supervivientes, pudiendo por ello salvarse algunos gracias a éste rasgo; pero el alférez en quien por muerte del comandante Newport, había recaído el mando rehusó salvarse y se hundió con el último despojos de su buque.

Los entrepuentes de los buques británicos quedaron también en un estado lamentable.

El Victory tuvo ciento cincuenta y nueve hombres fuera de combate; el Royal Sovereign, ciento cuarenta y uno; el Temeraire, ciento veintitrés; el Mars, noventa y ocho; el Achilles, setenta y dos; el Revenge, setenta y ocho; el Colossus, más de doscientos; el Thundering, setenta y seis y el Bellerophon, perdió ciento cincuenta y cinco en el abordaje contra el francés Aigle; Belle-Isle, noventa y ocho y Defiance, ciento veintiuno. Todos estos buques quedaron sumamente maltrechos, desarbolados y desmantelados, con las vergas hechas astillas.

Añadir que la costumbre británica para no desmoralizar a su opinión pública ni a sus marinos, siempre daba el número de muertos y heridos, pero de estos al final morían muchos por diferentes causas propias de la época, siendo así ocultados a todos, por ello sus cifras nunca dan la realidad de los hechos. Al mismo tiempo había muchos heridos de poca consideración que tampoco se sumaban, resultando al final muchos de estos por las típicas infecciones pasaban en engrosar el número de muertos, pero al igual que los anteriores se quedaban en el baúl del olvido. Resultando por estudios posteriores, ser muy probable que las bajas fueran algo más del doble de las dadas en sus informes, a tenor del mal estado en que algunos navíos se encontraron al llegar a Portsmouth.

Los británicos se refugiaron en Gibraltar al terminar el combate, llevando sólo tres de los diecisiete buques capturados, pues a causa de su mal estado y del temporal que se levantó al cesar el enfrentamiento, se perdieron al intentar remolcarlos al puerto. Ellos dieron como bajas a mil doscientos cuarenta y un heridos, más cuatrocientos cuarenta y nueve muertos, siendo en total mil seiscientos noventa hombres, pero de ellos se especifica sufrieron las bajas de ciento cuarenta y nueve oficiales, de ellos cuales ciento veintidós perdieron su vida. Un porcentaje demasiado alto con respecto a la marinería y clases, esto nos dice la falta de realidad de sus cifras dadas, sabiéndose por ser oficiales y darles sus méritos si se dice la verdad, pero no con el total del resto de hombres.

La flota combinada perdió treinta y cinco jefes y oficiales y mil veintidós marineros y soldados muertos más, treinta y uno jefes y oficiales y dos mil cuatrocientos hombres heridos, todos ellos españoles y tres mil novecientos noventa y cuatro franceses. Si se comparan estos datos con los británicos aún se aprecia más la desproporción de oficial con clases y tropa

Como ejemplo de la típica conducta de los hombres de la mar, se cuenta un hecho de mucho merecimiento: el marino Félix Odevo, de Sanlúcar de Barrameda, quien con su bote de pesca acudió y ayudó al salvamento de los náufragos, se encontró con cuatro británicos a los que recogió; al día siguiente continuó su búsqueda y logró poner en tierra a cincuenta hombres del Berwick, encontrándose embarrancado; tres días después aún encontró al Monarca, flotando a la deriva y a su bordo descubrió veinticinco heridos, casi muerto de hambre, logrando salvar a veintidós, siendo llevados a los múltiples hospitales, pues Cádiz se convirtió toda ella en un hospital, dando entrada en casas particulares a cualquier herido sin mirar si eran enemigo o amigos.

En contra está, la oscura conducta que observó el vicealmirante francés Dumanoir; cuando Villeneuve dio la señal de virar por redondo a toda la vanguardia repetidas veces, vio el francés que el centro estaba abrumado por el número de sus enemigos, él siguió su navegar sin obedecer primero y sin acudir al socorro después, reacción que sí tuvieron los españoles y un francés incorporados en su división, pero a los que tampoco le pidió explicaciones.

Los cuatro navíos a sus órdenes, tras doblar el cabo San Vicente y haber costeado el litoral lusitano, fueron sorprendidos el 4 de noviembre junto al cabo Ortegal, por la escuadra del vicealmirante Strachan, después de un corto combate fueron capturados.

Carlos IV demostró en esta ocasión una energía de la que no se le creía capaz. Cuando tuvo noticias del desastre, consideró inmediatamente que dado el heroísmo demostrado, el honor del pabellón quedaba intacto y su primer anhelo fue recompensar a los héroes que había logrado escapar de la catástrofe.

A Gravina le nombró capitán general, noticia que recibió el héroe en su lecho de muerte. A Álava le concedió la gran cruz de Carlos III y a todos los oficiales, presentes en el combate desde el más antiguo jefe de escuadra al más moderno guardiamarina, les otorgó el ascenso de un grado en su carrera, por Real orden del 9 de noviembre seguido.

Todas las viudas de los sucumbidos, tuvieron las pensiones correspondientes al grado superior al que tenían sus maridos; los suboficiales y marinos también fueron recompensados, recibiendo distinciones militares. El caso extraordinario se presentó con la viuda del brigadier don Cosme Damián de Churruca y Elorza, pues se le abonó la pensión del grado de teniente general.

En cambio, cuando Napoleón conoció el desastre, su furor no tuvo límites, exclamando a gritos «Villeneuve, devuélveme mis legiones y mis barcos.», pero al serenarse y conocer con más pormenores todo lo sucedido, concedió la cruz de comendador de la Legión de Honor a los capitanes Lucas e Infernet, guardando sus rencores para los grandes jefes. «Hubiera debido mandarle cortar la cabeza a Dumanoir.», dijo enfurecido delante de toda su Corte.

Y también fue inflexible para con Villeneuve, persiguiéndole con encarnizamiento. Dos años después el Emperador cediendo a la instancia de Decrés, otorgó a su viuda una pensión de cuatro mil francos anuales: «En consideración a los servicios de su marido.»

El Reino Unido veneró a sus héroes concediendo grandes honores a la memoria de Nelson. El hermano de lord Nelson recibió el título de conde, llevando anexa una renta de seis mil libras esterlinas anuales; cada una de las hermanas tuvo también durante su vida una pensión de diez mil libras, además del regalo de cien mil libras para que se compraran propiedades. Los funerales de Nelson fueron celebrados en todo el país con gran pompa y solemnidad, levantándose estatuas y monumentos en muchas ciudades.

Collingwood, por haber fallecido su jefe le sucedió en el mando, con arreglo a la organización y reglamentos de la Marina Real, concedió ascensos para cubrir las vacantes que hubo en el combate, con las personas que más se habían distinguido en él.

En el combate murieron los capitanes de navío Duff, que mandaba el Mars y Cooke que lo hacía sobre el Bellerophon, siendo ascendidos sir Peter Parker y Thomas. También ascendieron a capitanes de fragata Clavell y Landless. Pensiones a las viudas de los muertos y a los supervivientes que más se habían distinguido.

Pérdidas españolas:

Muertos:

Teniente general don Federico Gravina y Nápoli.

Brigadieres: don Dionisio Alcalá Galiano y don Cosme Damián Churruca.

Capitán de navío, don Francisco Alsedo.

Teniente coronel del Ejército, don José Graulle.

Capitanes de fragata: don Francisco Moyua y don Antonio Castaños.

Tenientes de Navío: don Jacinto Guiral, don Agustín Monzó, don Ramón Amaya, don Juan González Cisniega, don Joaquín de Salas, don Juan Matute y don Juan Donesteve.

Capitanes del Ejército: don Agustín Moriano y don Bernardo Corral.

Tenientes de fragata: don Pedro Moriano, don Martín de Uría, don Rafael Bobadilla y don José Rosso.

Tenientes del Ejército: don Juan Justiniani y don Miguel Vivaldo.

Teniente de Artillería, don Miguel Cebrián.

Alféreces de navío: don Ramón Echagüe, don Cayetano Picado, don Luis Pérez del Camino y don Juan Medina.

Alférez de Artillería, don Carlos Belorado.

Alféreces de fragata: don Benito Bermúdez de Castro, don Diego del Castillo, don Miguel García y don Aniceto Pérez.

Guardiamarinas: don Jerónimo Salas, don Manuel Briones y don Antonio Bobadilla.

Más mil veintidós hombres de marinería y tropa.

Heridos:

3 Generales, 4 Brigadieres, 7 Jefes, 28 Oficiales, 5 Oficiales del Ejército, 10 Guardiasmarinas y 2.405 hombres de marinería y tropa.

Los buques:

Santísima Trinidad. — Con el casco destrozado y sin arboladura; se hundió después de ser apresado.

Príncipe de Asturias. — Entró en Cádiz en la noche del 21 con el casco y aparejo destrozado, hasta el 23 no pudo ser atendido por el duro temporal.
 

Santa Ana. — Apresado, sin arboladura, fue represado y entró en Cádiz el 24.

Rayo. — Entró en Cádiz el 21 casi sin haber entrado en combate, zarpó el 22 a rescatar navíos abandonados por los enemigos, consiguiendo hacer llegar a dos, a su vez él sufrió el duro temporal que lo desarboló y arrojó contra la costa, hundiéndose.

Argonauta. — Apresado, se hundió durante el temporal.

Montañés. — Entró en Cádiz con pocas averías.

Neptuno. — Capturado completamente desarbolado, se represó, entró en Cádiz y naufragó en el Puerto de Santa María.

San Agustín. — Apresado e incendiado por inservible.

San Justo. — Entro en Cádiz el 21, pero totalmente destrozado, tanto su casco como su arboladura.

San Juan Nepomuceno. — Apresado y llevado a Gibraltar.

San Francisco de Asís. — Entró en Cádiz el 21, naufragando en el Puerto de Santa María.

Bahama. — Apresado y llevado a Gibraltar.

San Ildefonso. — Apresado y llevado a Gibraltar.

San Leandro. — Entró en Cádiz con el casco destrozado. Desarboló durante el temporal.

Monarca. — Apresado, naufragando durante el temporal.

El perder este combate no significó en ningún caso el fin de la Real Armada, pues en los Arsenales seguían existiendo cuarenta y cinco navíos, siendo solo la desidia del Gobierno la ocasionó la verdadera pérdida, de hecho se hundieron treinta y cinco en los mismo fondeaderos (1) por falta de mantenimiento. Y añadir porque se olvida, que la escuadra se reforzó con los cinco navíos franceses en perfectas condiciones mantenidos por España, cuando entre el 9 y 14 de junio de 1808 fue atacada hasta conseguir la rendición, cuando se encontraba al mando del almirante Rosilly.

Daremos fin a la narración de esta sangrienta tragedia, con las reflexiones que sobre las causas del desastre escribió el jefe de escuadra y Mayor General de ella don Antonio de Escaño y García de Cáceres el 17 de diciembre de 1805:

«Cuando se medita, después de haber visto las malas consecuencias de una maniobra, que antes de ejecutarse se consideró útil, es fácil conocer las faltas de previsión. La escuadra combinada debió esperar al enemigo en una línea bien formada, cerrada y un andar regular en proporción del viento y previendo el general que no fuese atacado de maniobrar sin retardo, para doblar bien a los enemigos; pero el general en jefe dio importancia a que la línea fuese al natural y no la accidental y en lugar de virar al amanecer la vuelta del N.N.O. para, que se diese el combate más inmediato a la bahía de Cádiz y restablecer el orden en su línea de batalla de babor, no haciendo más alteraciones que, la colocación de jefe en los puntos convenientes, se empleó mucho tiempo en colocar los navíos en unos puestos que aún no conocían, ya después de la salida del puerto, no hubo lugar de notar el andar respectivo de cada buque, ni de hacer las enmiendas de estiva y de aparejo que, conviene para que anden y gobiernen bien, circunstancias que, conocidas, hacen preferible el orden natural; tiempo que se necesitaba para formar bien la línea, para ponerla en andar regular, de modo que, teniendo movimiento de rotación, pudiese usar de sus fuegos y no en facha, como se hallaron casi todos los navíos, para no apelotonarse, lo que fue causa de que aquellos a quienes se dirigieron los enemigos, para cortar la línea no pudieron batirlos hasta que estuvieron por sus costados; tiempo necesario para poder hacer los generales y capitanes, las prevenciones que parecieran oportunas para el buen éxito de la acción, pues ningunas se habían hecho, como parece regular, a la salida a la mar con conocimiento de la proximidad de los enemigos.

Cometido el primer yerro de no tomar la amura a babor y restablecer el orden luego que amaneció, cuando se viró debió restablecerse la línea, arribando todos los navíos, como está prevenido en los restablecimientos; alargándose el viento, las fragatas debieron señalar los pelotones para que los buques inmediatos maniobrasen para alinearlos y en el acto del combate debían haber estado más próximos para facilitar remolques y comunicar órdenes y noticias.

Al fin el enemigo cae sobre la línea mal formada, en facha y casi toda inmóvil y ataca muy de cerca, atravesando por los parajes que se les proporciona, maniobrando unos en sostén de los otros con el mayor acierto y prontitud, manifestando su facilidad de maniobra, en cuya clase de ataque debían tener superioridad, que les proporcionaba su ejercitada y práctica marinería contra unos buques que no la tenían y mareada parte de la tripulación.

Nada es más marinero y militar, que el que una escuadra que está muy de barlovento de otra para cazar sobre ella, forme columnas que se desplieguen al tiro de los enemigos, formando una línea que entre en el fuego haciendo tanto o más daño como pueden causarle aquellos; pero el almirante Nelson no desplegó sus columnas al tiro de línea, cayó sobre ella para batir a tiro de pistola y atravesando para reducir la batalla a combates particulares. Esta maniobra creo que no tendrá muchos imitadores. En dos escuadra igualmente marineras, la que ataque en esta forma debe ser derrotada. Para que no haya sucedido así el día veintiuno de octubre, ha sido preciso que la combinada estuviese mal formada y en facha, como queda dicho y que en ella hubiese, además de lo referido, otras faltas esenciales relativas a la maniobra y experiencia marinera.

Los oficiales de guerra, tanto de marina como de ejército, los oficiales mayores, toda la tropa de infantería y la de artillería, se han portado con la mayor bizarría; las baterías han estado bien servidas; los fuegos se han hecho con orden; la cartuchería fue conducida con método. Sólo cabe servirse mejor la artillería cuando su montaje y útiles están en el estado de perfección en que la tienen los enemigos. Pero no podemos decir lo mismo de las maniobras ni de los marineros: la de combate, como brazas y otros cabos de mucha importancia en estos casos, es necesario que sea según los modelos que hay en los arsenales y que aún no son de reglamento en los buques y la marinería que sea más militar y ejercitada.

Esta se debe considerar dividida en tres clases: matriculados, voluntarios y gente de leva o presidio. Los matriculados es gente honrada, pero la mayor parte de ellos son pescadores que no han navegado en buques de cruz. Entre los voluntarios hay buenos marinos, pero en general es gente que no conoce la disciplina, sin hogar conocido, sin amor al servicio y sin el entusiasmo que tienen los cuerpos organizados. La mayor parte de la gente de leva es perjudicial a bordo por falta de sargentos y cabos; es difícil que pueda disciplinarse como la tropa; se exime cuanto puede de todo trabajo y particularmente el de por alto, que no puede hacer sin riesgo de caerse y hace confundir con ella a los matriculados y a los buenos marineros; de modo que no se puede decir que han cumplido bien, pues cuando menos se puede asegurar que han maniobrado con mucho retardo y que han reparado muy pocas averías, como es preciso en combate. La clase de contramaestre y guardianes también se debe considerar endeble; la falta de navegar y la repugnancia, que tienen muchos buenos hombres de mar a entrar en aquel servicio, la han hecho decaer de algunos años a esta parte, cuando es la más necesaria a bordo de los navíos. Sin embargo, la que estaba embarcada en la escuadra, ha cumplido con la obligación de mantener sus puestos, pero sin la energía que dan la inteligencia y la practica, de haberse visto en otros combates y descalabros, por temporales.

Los navíos no pueden ser mejores; tal vez un sistema de arboladuras mas pequeñas los haría menos expuestos a averías en malos tiempos y en combate, y alguna abertura más en portas haría más útil el uso de la artillería; pero en lo que están muy mal es en bombas: los navíos Trinidad, Argonauta, San Agustín y otros franceses se han ido a pique por falta de tenerlas buenas. Yo estoy persuadido de que si los ingleses no hubieran adoptado en su armada las de doble émbolo, inventadas el año de 1793, muchos de sus buques se hubieran ido a pique en el combate con el temporal que se siguió a él. El navío Santa Ana quedó seguramente más destrozado que el Argonauta y por llevar una bomba de las perfeccionadas en este arsenal, juzga el general Álava que no se fue a pique dicho navío y lo mismo opina el jefe de escuadra don Cayetano Valdés, porque tenía el Neptuno dos bombas de doble émbolo, que para prueba se le pusieron en Ferrol.»

También aportamos para que se contraste el parte del vicealmirante Collingwood a su Almirantazgo, escrito el 22 de octubre, por estar traducido en la Gaceta y dice:

«La muerte del vicealmirante el Lord vizconde de Nelson, que debe siempre sentirse, acaecida en el último encuentro con los enemigos y en el momento de la victoria, me ponen en la obligación de informar a los Lores del Almirantazgo que el 19 del corriente los buques que cruzaban a la vista de Cádiz en observación de los movimientos del enemigo dieron parte al comandante en jefe los navíos destinados a observar sobre Cádiz los movimientos de los enemigos, que la escuadra combinada había dado la vela y navegaba con vientos flojos del Oeste. De aquí dedujo aquel almirante era el Mediterráneo el destino de la escuadra, e inmediatamente hizo diligencia para tomar la boca del Estrecho con la escuadra británica compuesta de 27 navíos, sabiendo por el capitán del navío Blackwood que todavía no había pasado el Estrecho la escuadra combinada.

El 21 del corriente, al rayar el día, demorando el cabo Trafalgar al Este y Sur como unas siete leguas, se descubrió al enemigo de seis ó siete millas al Este, con viento del Oeste muy ligero. Inmediatamente hizo señal el comandante en jefe de dirigirse al enemigo en dos columnas, según se hallaba la escuadra formada en orden de navegación, cuya forma de ataque había sido dispuesta anticipadamente para evitar los inconveniente y la dilación que ofrece el formar la línea de batalla en el modo acostumbrado. Componíase la línea enemiga de treinta y tres navíos, de los cuales los dieciocho eran franceses y quince españoles, mandados todos por el almirante Villeneuve. Los españoles bajo el mando del general Gravina viraron en redondo y poniendo la proa al Norte, formaron la línea de batalla con grande estrechez y propiedad, pero como la forma de ataque no era la acostumbrada, de aquí es que su línea estaba próxima, formando un cuarto de círculo convexo hacía sotavento, y al dirigirme yo hacía su centro, quedé con su vanguardia y retaguardia, por la popa del través. Antes de empezar el fuego, estaba cada navío alternadamente uno sí y otro no a unos dos cables de distancia a barlovento de su segundo, formando una especie de línea doble que aparecía por el través para dejar muy poco intervalo entre ellos, pero sin agolpar sus navíos. El almirante Villeneuve estaba en el Bucentaure, en el centro, y el Príncipe de Asturias llevaba la insignia del general Gravina en la retaguardia, pero tanto los navíos franceses como los españoles estaban mezclados sin sujeción a orden de escuadra nacional.

Como el método de ataque había sido determinado anteriormente y comunicado a los generales y capitanes de buques, no fueron necesarias muchas señales, y sólo se hizo la de dirigirse en el mismo orden en que estaban las líneas.

El comandante en jefe, sobre el Victory, condujo la columna de barlovento, y el Royal Sovereign, que llevaba mi insignia, la de sotavento.

Empezó la acción a las 12 por el navío cabeza de la columna, rompiendo por la línea del enemigo el comandante en jefe hacía el décimo navío de la vanguardia, y el segundo almirante, por el duodécimo de la retaguardia, dejando la vanguardia enemiga sin objeto, pues los buques que seguían fueron cortados por todas partes por las popas de sus conductores, y atacando al enemigo hasta las joyas de los cañones.

El combate fue sangriento, los navíos enemigos se batieron con tal valor que refleja el mayor honor en sus oficiales; pero nuestro ataque fue irresistible, y el Todopoderoso, que dispone de todos los acontecimientos, se ha servido conceder a las armas de S. M. una completa victoria. A las 3 de la tarde, muchos de los navíos enemigos habían arriado sus banderas y su línea se vio en la precisión de ceder. El almirante Gravina, con diez navíos que se le unieron y las fragatas de sotavento, hizo rumbo a Cádiz. Cinco navíos de la vanguardia enemiga viraron, dirigiéndose al Sur por barlovento de la escuadra británica, la cual los atacó y se posesionó del más atrasado. Los otros cuatro se fueron, y el todo de la escuadra dejó en nuestro poder 19 navíos, dos de ellos de tres puentes, la Santísima Trinidad y el Santa Ana, con insignias, la del almirante Villeneuve, comandante en jefe; la del vicealmirante don Ignacio de Álava, y del contralmirante don Baltasar Cisneros.

Después de semejante victoria parece innecesario elogiar la parte particular que en ella tuvieron los comandantes, pues el resultado dice más de cuanto yo pudiera expresar. El espíritu que animó a todos fue el mismo; cuando todos se esfuerzan con ardor en el servicio de su patria, todos son dignos de que sus méritos sean recordados, y jamás fue tan resplandeciente como en la batalla que acabo de describir.

El Achilles, navío francés de a 74, después de rendido se prendió fuego y voló por alguna mala disposición de los franceses, pero los botes salvaron 200 hombres de su tripulación.

El navío Téméraire inglés fue abordado casualmente o por designio por un navío francés de una banda y por un español de la otra, de aquí resultó un horroroso combate; pero al fin los pabellones combinados fueron arriados, arbolándose en su lugar los británicos.

Una batalla de esta especie no pudo verificarse sin gran pérdida de hombres. Yo no solamente me lastimo en común con toda la Marina y nación británica por la pérdida del comandante general Lord Nelson, sino mi corazón se despedaza de pesar por la muerte de un amigo cuyas virtudes inspiraban ideas superiores a las de otros hombres. S. E. a medio combate recibió un balazo de fusil en el pecho izquierdo; al instante me envíos un oficial con su última despedida, y poco después murió.

También tengo que lamentar la pérdida de los excelentes capitanes Duhh, del Mars, y Cooke, del Bellerophon, y hasta ahora no he sabido de otro. Me temo que el número de muertos y heridos ha de ser muy grande, pero lo tempestuoso del tiempo desde el combate no me ha permitido tener aún los estados.

Hallándose desarbolado de todos sus palos el Royal Sovereign menos del trinquete que quedó acribillado y se venía abajo, llamé a mi inmediación al Euryalus, el cual durante la acción repitió las señales que yo le previne. Después del combate cambié mi insignia a dicho navío para poder reunir los buques y dar remolque al Royal Sovereign mar afuera, toda la escuadra se hallaba en la situación más peligrosa: muchos buques desarbolados; todos estropeados en trece brazas de agua sobre los bajos de Trafalgar; y cuando hice la señal de preparase a dar fondo, pocos podían verificarlo por hallarse sus cables acribillados a balazos. Pero la misma Providencia que nos ayudó en el día, nos conservó en la noche. El viento se llamó más a tierra y separó los buques del peligro excepto cuatro apresados totalmente desarbolados, que se hallan al ancla sobre Trafalgar.»

(Hay un error de apreciación en este Parte, pues el navío Téméraire, era el segundo detrás del Victory de la línea de barlovento, por ello es demostrable que en ningún momento estuvo en combate contra dos enemigos él solo. Un desliz de apreciación o bien que alguien se quiso poner medallas e informó mal al vicealmirante Collingwood, al cual se le tiene por una persona muy cabal y no necesitaba después de lo conseguido escribir mentiras.)

Concluimos con la opinión de Ferrer de Couto, (para nosotros no tan desacertada) «Pero entonces habremos de conceder que fue un bien la derrota de Trafalgar, pues el posterior dos de mayo de 1808, se contradice con el de nuestro aliado en el combate, de este modo ambos sucesos no tienen muy lógica posible conciliación, habiéndose manifestado prácticamente la imposibilidad de que, los españoles permaneciésemos neutrales en el centro de la guerra, donde se ventilaban todos los intereses europeos.»

(1) El Estado General de la Real Armada Española para el año 1815, se dice: «Como nota de la situación de la Real Armada, en este mismo año quedaban en servicio seis navíos armados y otros dieciocho en desarme, cuatro fragatas activas y ocho en desarme, nueve corbetas todas armadas y unos pocos bergantines. En el periodo entre los años de 1795 a 1815, España había perdido contra los británicos dieciocho navíos, pero los franceses enfrentados a los mismos enemigos, ochenta y siete.»

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Revistas:

Defensa, después. Fuerzas de Seguridad y Defensa. Completa.

Fuerza Naval. Completa.

Revista de Historia Naval y sus Cuadernos monográficos.

Revista General de Marina. Números sueltos y desde 1971 completa.

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