Velasco e Isla, Luis Vicente de Biografia

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Biografía de don Luis Vicente de Velasco e Isla

Óleo con la figura de don Luis Vicente Velasco
Luis Vicente de Velasco e Isla
Cortesía del Museo Naval de Madrid.

Capitán de Navío de la Real Armada Española.

Orígenes

Nació en la villa de Noja provincia de Santander el día nueve de febrero del año de gracia de 1711, siendo sus padres, don Pedro de Velasco Castillo Santelices y de su esposa, doña Antonia de Isla.

Hoja de Servicios

Sentó plaza de Guardiamarina en la Compañía del Departamento de Cádiz en el año de 1726, (única existente entonces) contando sólo con quince años de edad. No se ha encontrado su Expediente.

Fue en el mes de febrero del año de 1727, cuando el Rey don Felipe V declaró la guerra al Reino Unido, pues éste país había formado una coalición unido a Francia, Austria y Holanda, en contra de España, lo que aprovechó el Borbón español para intentar recuperar el Peñón, pero solo por tierra pues la Armada todavía no tenía fuerza para enfrentarse en la mar, por esta razón todos los Aspirante y Guardiamarinas, participaron en este segundo sitio a Gibraltar, razón por la que Luis de Velasco y su paisano Antonio de la Colina participaron en la acción que duro entre finales del mes de enero y mediado del de junio, por la imposibilidad de avanzar y por firmarse la paz con la mediación del Papa Benedicto XIII.

Pero el Reino Unido envío una escuadra al mando del almirante Jennings destinada a vigilar e intentar capturar nuestras Flotas de Indias, cruzando sobre la derrota de la islas Terceras al cabo de San Vicente, consiguiendo con todo ese despliegue la captura del galeón Nuestra Señora del Rosario del porte de 46 cañones, por el navío británico Royal Oak de 70, siendo todo lo que lograron.

También coincidieron los dos paisanos en su destino en la escuadra del general Cornejo, que llevó a la conquista de Orán y Mazalquivir al ejército del duque de Montemar, acción que termino a mediados del mes de julio del año de 1732.

Velasco prestó mucho y variados servicios en aguas de Tierra Firme y las Antillas así como en las del Mediterráneo, navegando en corso para contrarrestar el de los berberiscos; ya con el grado de teniente de navío en el año de 1739 se rompieron las hostilidades contra el Reino Unido, combatiendo en diversas acciones por estar en un buque destinado al transporte de tropas a Nápoles, por sus brillantes dotes fue ascendido al grado de capitán de fragata en el mismo año de 1741.

Al mando de una fragata, pasó a Tierra Firme con los refuerzos que en al año siguiente se enviaron a las Antillas, en previsión de nuevos ataques de los británicos, por lo que cruzó en multitud de ocasiones entre el puerto de la Habana y el de Veracruz, en los que mantuvo otros combates contra buques británicos de pequeño porte.

En junio del año de 1742, cruzando entre Veracruz y Matanzas, al mando ya de una fragata de 30 cañones, le salió al encuentro una fragata británica con más piezas de artillería que la suya, pero ésta iba acompañada de un bergantín, el cual por un mal golpe de viento quedó más alejado, pero se veía como trabajaban para poder acercarse a la fragata española, el viento por ser muy escaso en aquel lugar no se lo permitía

Velasco pensó que el bergantín no llegaría a tiempo de salvar a la fragata, por ello puso rumbo de vuelta encontrada, pero aguantó hasta estar a tiro de pistola siendo en ese momento cuando rompió el fuego sobre la británica, pero tan vivo y eficaz que quedó maltrecha a las primeras descargas, de nuevo el viento roló impidiéndole poder arribar sobre ella y abordarla, aprovechando una racha favorable se pudo abarloar y aferrar, momento en que al frente de sus hombres la abordó y capturó, no sin antes mantener un cuerpo a cuerpo muy duro, por esta razón el combate duró algo más de dos horas y media.

Aseguró la presa con una dotación, revisó su buque y no tenía demasiadas averías que le impidieran seguir al bergantín, así decidido cazó el viento y se fue a por él, éste intentó zafarse y se alargó un poco el combate, hasta que consiguió estar al alcance de la artillería, siendo el momento en que la fragata de Velasco en poco tiempo le perforó el casco en la línea de agua, lo que visto por su dotación no quisieron proseguir el combate y arriaron la bandera, siendo abordado por otra dotación de presa.

Con sus tres buques muy maltrechos y a pesar de que la mar no ayudaba mucho, consiguió entrar en el puerto de la Habana con todos ellos, llamando la atención de los ciudadanos al ver salir de los sollados de sus propios buques a los apresados, ya que una vez desembarcados todos eran más del doble de la dotación de la fragata aprehensora, lo que se tuvo casi como un milagro o por mucha audacia, no solo de su comandante sino de toda su dotación, puesto que nunca habían visto semejante victoria.

El día veintisiete de junio del año 1746, al mando de los jabeques que cumplían la misión de guardacostas en la parte S. de la isla de Cuba, fue cuando divisó a una fragata enemiga del porte de 36 cañones, pero no se arredró ante el enemigo, sino que mandó que se separasen y cada uno atacara desde un punto diferente, concentrando al mismo tiempo el fuego, se colocaron por las aletas impidiendo con ello que la fragata británica pudiera abrir todo su poder de fuego sobre ellos, tras un continuado bombardeo fue medio desarbolada quedando como pontón, aguantó el envite hasta que ya no pudo soportar más el peso del fuego y arrió la bandera, siendo abordada por una dotación de presa para marinarla, al contar a los prisioneros se supo que eran ciento cincuenta.

Al firmarse la Paz Velasco continuó sus navegaciones realizando varios viajes entre las Antillas y la Península, estando al mando de una fragata que sucesivamente fue incorporada a las escuadras de los generales don Andrés Reggio y don Benito Spínola.

Se encontraba en la Habana cuando recibió la Real Orden del día veinte de marzo del año de 1754, por la que se ascendía al grado de capitán de navío y poco tiempo después se le otorgó el mando del navío Reina, permaneció en aquellas aguas, hasta que el teniente general tuvo que volver a la Península, por lo que decidió embarcar en el navío del mando de Velasco, así fue embarcado el general en Veracruz y viajó hasta la bahía de Cádiz donde arribo mediado el año de 1761, aprovechando el viaje el navío pasó a la Carraca donde fue recorrido, una vez devuelto a su comandante regresó a la Habana a principios del año de 1762.

Al llegar al trono don Carlos III, fue notificado que el punto de mira de los británicos era la Habana, llave de casi todas las Antillas por su situación y por ser una plaza fuerte fácil de defender si se le dotaba de todo lo conveniente, para cumplir con todo ellos nombró en el mismo año de 1760 al mariscal de campo don Juan de Prado Gobernador y capitán general de la plaza e isla, para que nadie pudiera entorpecer sus trabajos y con plenos poderes para ejecutarlos.

Al llegar lo primero que ordenó fue reforzar la fortificación de la Cabada: « por ser la llave del puerto é invencible seguridad de la plaza; dispuso desde luego emprender el desmonte del terreno y la abertura del foso, para tener en caso necesario la facilidad de construir una fortificación de providencia, capaz de resistir cualquier invasión; y prometió aprovechar los instantes y cuantos medios condujeron al mayor ahorro de los intereses Reales »

Desde la Península no se paró de enviar refuerzos y materiales, así como avisos de que se diera prontitud a la preparación de una posible invasión, de hecho se aumentó al escuadra a siete navíos, más tarde pensando que no eran suficientes fue destinada a la Habana una escuadra que arribó al mando de don Gutierre Guido de Hevía, ya marqués del Real Transporte y vizconde del Buen Viaje, con otros seis navíos tomando el mando de todos ellos, a su bordo se transportaron para reforzar a las tropas trece compañías de los regimientos de Aragón y de España, así en el mes de julio del año de 1761, se contaba con los trece navíos más los novecientos cincuenta y dos soldados, que reforzaron la plaza considerablemente.

Se designó al capitán de navío don Juan Antonio de la Colina, para que hiera salidas a la mar en auxilio de las colonias francesas, en cuya Real Orden del día veinticuatro de febrero a parte de lo mencionado, se le advierte de: « que estuviera en tanto cuidado como si fuera en tiempo de guerra declarada », mientras que por Real Orden del día catorce de noviembre del año de 1761, el Secretario de Indias se dirige al Gobernador de la isla y entre otras cosas le dice: « Bien conocerá V. S. por la continuación de socorros con que el Rey procura poner esos dominios á cubierto de cualquier insulto, que no se vive sin recelo de él »

El tercer pacto de Familia se firmó el día quince de agosto del año de 1761, entre don Carlos III de España y don Luís XV de Francia, lo que lógicamente puso en guardia al Reino Unido y este declaró la guerra a España el día dos de enero del año de 1762. Ya formalizada la confrontación se envío con los pliegos de Estado al paquebote San Lorenzo para transportarlos a la Habana, pero ya estaban cruzando las Antillas los buques británicos, por lo que el día cinco de febrero sobre el cabo Taburon fue capturado por fuerzas muy superiores, pero su comandante tuvo tiempo de arrojar al mar los pliegos de Estado, lo que le libró al ser abordado de encontrar nada que le pudiera hacer daño a la sorpresa que ya se estaba preparando en puertos británicos, por lo que no interesando el buque ni su tripulación se le dejó continuar viaje, arribando a Santiago de Cuba con algunos papeles que habían bien guardado y estos lo hizo llegar a la Habana el día veintiséis siguiente, fecha en que ya se supo el estado de guerra en la isla.

Al arribar el paquebote y comunicar la noticia a la Habana desde aquí se ordenó que los recién arribados dragones de Edimburgo, se pusieran en camino desde Santiago de Cuba a la Habana lo que se consiguió sin merma de tiempo ni tropas, a esto hay que sumar, que el día tres de enero había zarpado de la bahía de Cádiz la fragata Santa Bárbara, que arribó a la Habana el siete de marzo, con la confirmación de que ya se estaban preparando en la isla británica las fuerzas con destino a la Habana, por lo que se les daba la orden de prepararse para una invasión.

El día cinco de abril arribó la corbeta francesa Calipso, cuyo capitán Mr. Bory llevaba unos pliegos de su jefe el conde de Blenac, que disponía de una escuadra de seis navíos y tres fragatas en cabo Francés, con la intención de unir sus fuerzas a las del marqués del Real Transporte, para poder atacar y conquistar islas en poder del Reino Unido, de forma que si los británicos conseguían algo importante con su expedición, al llegar la paz se podrían de nuevo intercambiar las respectivas conquistas y todo quedaría igual.

Pero el marqués del Real Transporte quería mantener a su escuadra junta en el interior del puerto, para no arriesgarla en salidas que podrían echarla al fondo. No había nadie en la Habana que no gritara: «Vienen los ingleses» y el Gobernado respondía: No tendré yo tanta fortuna» y por carta confidencial fechada el día veinte de mayo que dirige al Secretario de Indias, le dice: «Yo no creo que piensen en venir aquí, porque no pueden ignorar la disposición en que nos hallamos de recibirlos»

Con todo esto no es de extrañar, que don Carlos III escribiera una carta a Tanucci fechada el día veintisiete de julio del año de 1762, en la que entre otras cosas le dice: «He tenido el gusto de recibir cartas de la Habana del 20 de mayo, y de ver por ellas que aquella isla se halla en el buen estado que yo puedo desear y aguardando á los ingleses con el mayor ánimo; y así espero que los romperán bien la cabeza y que les quitarán la gana de ir a otras partes» Según dice Ferrer del Río en su obra, a esto le añade: «Solo que el buen Monarca no sospechaba que su capitán general de la isla de Cuba eran tan flojo y negligente como confiado y palabrero»

El día seis del mes de junio a las ocho de la mañana se divisó un gran número de velas, ante los gritos de los vigías el Gobernador se desplazó al Morro, pero mientras el Teniente Rey dio la orden de dar el toque de generala, al regresar Prado muy agriamente le espetó porqué había asustado a la población, ya que las velas pertenecían a la flota de Jamaica que zarpaba como siempre a principio del verano, pero pasadas unas horas y desaparecida la neblina del amanecer, se distinguió perfectamente que la flota viraba de bordo y ponía proa a la isla.

Entonces fue cuando le troco la cara al capitán general, ya que en año y medio no se había hecho nada más que el desmonte, los muros no estaban reforzados, los castillos estaban en la misma situación, la Cabaña desnuda, no se había distribuido la artillería de tiro rasante en sus lugares para impedir los desembarcos, solo se habían montado unos pocos cañones de todos los enviados por el Rey, no se había organizado la milicia rural prevista por el Monarca y como final, ni siquiera los dragones de Edimburgo disponían de sus monturas. Y lo peor, que de todo esto estaba advertido con tiempo más que suficiente para haberlo bien organizado, pero una vez más, quien iba a pagar los desperfectos no sería quienes lo habían facilitado.

Las fuerzas enfrentadas eran por parte de los británicos: veinte y dos navíos, diez fragatas y ciento cuarenta embarcaciones de transporte, al mando del almirante Pocock y del ejército, viajaban diez mil hombres, con dos mil negros gastadores y cuatro mil de marina al mando del conde de Albermale. Por parte de los españoles, sumando los infantes y supuestos jinetes, cuatro mil hombres y unos ochocientos marinos. A lo que se podía sumar, que las milicias y todo los habitantes de la isla estaban por España y no por el Reino Unido, que si se hubiera organizado la milicia hubiera podido ser una buena baza al entrar en juego, ya que se les podía haber armado perfectamente (armas habían) y eran unos grandes conoceros del terreno, un facto muy importante a tener en cuenta.

El día seis de junio del año de 1762, la escuadra británicas se separó, pero con muchos más buques con tropas a barlovento, viéndose que ya llevaban a remolque varias lanchas cargadas con tropas, pero ese día ya tarde no se llevó a cabo, fue en la madrugada del siete cuando desembarcaron en Cojimar y Bacuranao, cuyos fuertes que les daban guarda a la zona ya no se tenía en pie, por lo que desembarcaron en todo el día ocho mil efectivos, esto fue perfectamente visto pero ni el capitán general ni ningún subordinado decidió salir a cortarles el paso, por lo que alcanzaron sin pérdida ninguna Guanabacoa, pero tenían forzosamente que cruzar el río Luyano con su espesa maleza, lugar ideal para con pocos hombres haberlos parado al menos, pero solo se enviaron a treinta, que tuvieron que retroceder por la masa que tenían enfrente.

La entrada del puerto de la Habana estaba guarnecida por el castillo del Morro, antiguamente llamado « de los tres Reyes » la junta de guerra encargó de su mando al intrépido Luís Vicente de Velasco y al también capitán de navío don Manuel Briceño se le destino como jefe al castillo de la Punta. A los demás comandantes se les fue destinando a otros castillos con el mismo objeto, puesto que la inmovilidad de la escuadra la había dejado casi sin buques y la diferencia con las fuerzas británicas era ahora muy superior, pues solo quedan en condiciones de hacerse a la mar en perfecto estado de entrar en combate nueve navíos, siendo los nombrados Tigre, América, Infante, Soberano, Aquilón, Conquistador, San Genaro, Reina y San Antonio más otros buques menores.

Entonces con prisas se ordenó fortificar la altura de la Cabaña, pues no existía el pretendido castillo, pero se consiguió subir a la loma los cañones de á 12 a brazo, construyendo una estacada para darle mayor consistencia, protegiendo así al Morro por dominar la altura y prestarle socorro a éste. La actitud de los británicos no fue muy razonable, ya casi dueños de la Habana cambiaron la ciudad, por hacerlo sobre el Morro, (quizás por pensar que dejarlo a la espalda no era conveniente) siendo que el ataque venía en dirección contraria y si conquistaban la ciudad el castillo de la entrada a la bahía dejaba de tener peligro para ellos, y con tiempo se hubiera rendido sin pérdidas, pero se empeñaron en conquistar la memorable fortaleza.

La boca del puerto se había obstruido con tres navíos barrenados por orden de la junta, siendo los Neptuno, Asía y Europa. La junta la componían el conde de Superrunda, con grado de teniente general, marqués del Real Transporte, teniente general, don Diego de Tabares, mariscal de campo, don Lorenzo Montalvo, comisario ordenador de Marina, don Dionisio Soler, teniente Rey de la plaza, don Juan Antonio de la Colina, capitán de navío, don Baltasar Ricaud, ingeniero jefe y don José Cullel de la Hoz, comandante de la artillería.

El día once los británicos se desplegaron y después de batir a la Cabaña, se lanzaron al ataque, sus defensores viendo lo que se les venía encima y que el fuego de la artillería enemiga había desmontado la suya, la abandonaron, consiguiendo tomarla los enemigos sin sufrir ninguna baja, de esta forma tan perniciosa quedo abierta «la llave de la ciudad» en palabras de su gobernador, pero él fue el primero que nada hizo por evitarlo. Al oeste de la plaza desembarcaron también otros dos mil británicos, con su artillería de sitio, pues se llegaron a desembarcar cañones de á 36 para facilitar el progreso, de esta forma acometieron a la torre de la Chorrera, que ya previamente por orden de la junta había sido abandonada.

Entonces la junta (que para reunirse si tenía tiempo) ordenó que se abandonará la ciudad, pero solo los niños, mujeres y ancianos, quedando el resto supeditados a la Ley militar, por eso se pudo salvar algo de las cajas particulares, puesto que se las llevaron al salir de la Habana con todo cuanto de valor había en sus casas, haciendo un poco menos valioso el gran botín que obtuvieron los enemigos. Dice Ferrer del Río:

«A estos esfuerzos se agregaban los esclavos cedidos al gobernador con patriótico desinterés por los particulares, y los innumerables que, al olor de la libertad prometida á los que ejecutaran alguna proeza durante el sitio, se venían voluntariamente de cafetales y de ingenios. Hombres blancos, peninsulares ó criollos, dueños de opulenta fortuna ó laboriosos para lograrla, y los de color, libres ó esclavos, competían en ardimiento y con faz serena desafiaban á la muerte; solo habían menester buen dirección para encumbrarse á la victoria, y ni auxilio de aliento hallaban en las palabras y obras de los generales»

Un Memorial con fecha del día veinticinco de agosto del año de 1762 dirigido por las damas de la Habana a S. M. don Carlos III en sus partes más importantes dice así:

«La Habana, nuestra patria, aquella ciudad que V. M. ha ilustrado con tantas honras; aquella que desde su cuna tiene por timbre el blason de la fidelidad; aquella que en sus moradores encuentra nobles espíritus de amor y rendimiento á V. M., yace, sepultadas sus glorias, bajo del domino del rey británico, entregada por capitulación. El valor que tuviéramos para ver correr la sangre toda de nuestros inmediatos en sacrificio á Dios y á V. M., nos falta para experimentar atrasos en nuestra católica religión á imperio de un príncipe protestante, con la amargura de ver á V. M. desposeído de una plaza tan importante á su corona» (Llegando al final de este tenor) «Esta es la tragedia que lloramos las habaneras, fidelísimas vasallas de V. M., cuyo poder, mediante Dios, impetramos, para que, por paz ó por guerra, en el cobro de sus dominios logremos el consuelo de ver en breve tiempo aquí fijado el estandarte de V. M. Esta sola esperanza nos alienta para no abandonar desde luego la patria y bienes, estimando en más el suave yugo del vasallaje en que nacimos»

Una de las primeras medidas de defensa que tomó Velasco, fue macizar la puerta del castillo a su cargo, no dejando más comunicación con el exterior que la marítima, arriando e izando gentes y pertrechos por unos pescantes de botes, que fueron desmontados de los navíos y afirmados al parapeto por el lado de la bahía. En todos estos trabajos tomó parte principal la maestranza del arsenal de marina.

«La fortaleza abrazaba entonces un circuito de 850 varas, que era cuanto consentía la superficie de un peñón elevado naturalmente veintidós pies sobre el nivel de la mar. . .Las cortinas arrancaban del mismo nivel de la mar, formando polígono irregular esmerado en el frente sur; el de la gola, donde estaba la puerta principal con buen foso, rastrillo y rebellín en su centro, flanqueándola en los extremos los dos baluartes nombrados de Tejada el del este y de Austria el del oeste» El castillo disponía de 64 cañones, en todo el perímetro de su fortaleza.

La guarnición inicial estaba compuesta por tres mil soldados de línea, cincuenta de marina, cincuenta artilleros y trescientos gastadores negros, que se relevaban cada tres días. Más adelante se reforzó el Morro con las dotaciones de los buques y además de los cincuenta soldados de marina se fueron añadiendo hasta alcanzar al final el número de cuatrocientos setenta y nueve entre condestables, artilleros de mar y marineros. El día trece de junio ya los británicos sitiaron el Morro.

Desde la fortaleza se oía talar el monte para la fortificación de los asaltantes. El día uno de julio destacaron los británicos cuatro buques para batir la fortaleza desde el lado de la mar, acercándose lo máximo que les permitía su calado, para realizar el fuego más certero y potente.

No fue posible destruir las baterías con que la bombardeaban desde el lado de tierra, ya que poco podía el ataque que autorizó la junta, sólo con seiscientos cuarenta hombres, contra un campo atrincherado de los atacantes guarnecido por ocho mil efectivos.

El combate de la batería de Santiago contra los cuatro buques británicos fue de colosal violencia: treinta cañones del castillo contra ciento cuarenta y tres contando solo la banda que presentaban a la fortaleza.

El Cambridge, que fue el que se acercó más, por eso perdió a su capitán, tres oficiales, la mitad de su dotación y toda su arboladura, quedando tan maltrecho que se hubiera ido a pique bajo los mismos muros del castillo, de no haber sido tomado a remolque por el Marlborough en una arriesgada maniobra. Le sustituyó el Dragón que continuó en el empeño, y si bien desmontó a Velasco muchas piezas, tuvo también que apartarse con grandes averías. El Stirling se separó ileso y por no haberse acercado más al Morro cometiendo un desatino, fue depuesto su capitán por su almirante y nada pesó en la decisión que fuera el más antiguo de los cuatro capitanes.

Archivo:Morro1762.jpg
Defensa del Castillo del Morro de la Habana de los británicos en 1762, por Rafael Monleón.
Cortesía del Museo Naval de Madrid.

Al mismo tiempo se rechazaba un vigoroso ataque por el lado de tierra, efectuado por la zona defendida por los baluartes de Austria y Tejada, embestidos fieramente por las fuerzas de Keppel. Los fuegos de los atacantes eran seis veces superiores a los de la defensa; Velasco llevaba treinta y siete noches sin desnudarse y sin apenas dormir, era incansable y daba a todos el aliento de su elevado espíritu. No sólo era el cerebro de la defensa sino su alma toda.

Recibió una fuerte contusión y por orden terminante del marqués del Real Transporte, hubo de retirarse a la plaza el día quince de julio, acompañado del capitán de fragata Ponce y del sargento mayor de la fortaleza Montes, siendo sustituidos por Francisco de Medina y Diego de Argote, comandantes del navío Infante y de la fragata Venganza.

Desde tierra empezaron los británicos a batir las baterías del Morro del lado de la mar con una que instalaron en la ensenada de San Lázaro, al otro lado de la bahía y al Norte de la ciudad.

Viendo que la defensa del Morro se debilitaba y que Montes se restituía a su puesto a los tres días, Velasco lo reemplazó a pesar de no estar totalmente restablecido, haciéndose el cambio el día veinticuatro, llevando por su orden de segundo en el mando al heroico capitán de navío el marqués de González, comandante del Aquilón.

Se fue debilitando aparentemente la presión enemiga, mientras preparaban los enemigos una mina contra el baluarte de Tejada, la cual partía a flor de agua aprovechando una cueva por nombre ‹ Las Cabras › la cual profundizaron dando paso a tres hombres al mismo tiempo, (se pudo saber esto, porque hubo un tregua para recoger cada uno a sus muertos y el ingeniero jefe don Baltasar Ricaud, bajó a verla pero nada se podían hacer por impedir que continuaran el trabajo, pues le faltaba de todo para poder construir una contra mina), quedando lista el día veintinueve. También este día se reforzaron las fuerzas atacantes al Oeste de la ciudad, desembarcando en la Chorrera el general Burton con fuerzas procedentes de Nueva York.

Velasco consultó si evacuaba el castillo, con lo que la defensa de la ciudad se reforzaría con mil hombres, pero no recibió respuesta ninguna de la junta. No era explicable la insistencia británica en atacar el castillo del Morro y no la ciudad al estar taponada la boca, pero continuaban insistiendo a pesar de las pérdidas.

El día treinta, después de pasar revista a algunas obras que se estaban reparando y de dirigir algunos fuegos sobre el campo enemigo, se retiró Velasco a almorzar con González: «después de observar la inmovilidad del campo abrasado por el Sol», dice el parte:

«Como a la una y media de la tarde se oyó un sordo estampido que no podía confundirse con los fuegos que ordinariamente se hacían.»

La mina había abierto una pequeña brecha en el baluarte de la Tejada; al no ver defensores en las inmediaciones, treparon a lo alto un grupo de veinte granaderos británicos, que al no encontrar resistencia fueron seguidos de muchos más.

El capitán Párraga, con denodada determinación y con sólo doce soldados, detuvo unos minutos a los asaltantes en la rampa que desde el baluarte descendía al interior del recinto, pero pronto sucumbió ante el elevado número de sus enemigos.

No obstante, su resistencia consiguió alertar a Velasco, que con atronadora voz y la espada en la mano acudió intrépidamente, al frente de tres compañías, a tratar de impedir la entrada de los asaltantes en la plaza de armas del castillo. A la primera descarga cayó gravemente herido en el pecho, recomendando a su segundo que no desamparase la bandera que ondeaba luciendo al Sol de Cuba.

González-Valor acudió a defenderla, cayendo junto a ella mortalmente herido y a su lado los capitanes Párraga, Mozaravi y Zubiria, más los tenientes, Rico, Fanegra y Hurtado de Mendoza todos cayeron ante la presión de los que subían, solo quedó Montes pero no tardó también en ser herido; al fin hubo de izarse la bandera blanca pues toda resistencia sólo provocaría más bajas, pero los británicos pasaron por las armas estando ya rendidos a todos los negros, respetando a los blancos y por supuesto al valeroso Velasco.

Al estar Velasco en la ciudad recuperándose de su herida, se percató que en la «Junta, había sobra de pusilanimidad y falta de consejo» y al irse don Luis con González de nuevo al Morro le dijo: «¡Sacrifiquémonos al Rey y á la patria!» Haciéndose buen la frase que Velasco. Posteriormente ya cuando se estaba celebrando el Consejo de Guerra, y al final de las actas de éste está escrita:

« Aunque del hado me quejo,
que hubo en el sitio reflejo
(según misterios encierra)
muchos consejos de guerra,
y faltó guerra y consejo. »

«Dolorosa y métrica expresión del sitio y entrega de la Habana, dirigida á nuestro católico monarca el Seños D. Carlos III por una poetisa de la misma ciudad.» Manuscrito de la Real Academia de la Historia.

Keppel entró en la fortaleza; se precipitó en la sala de armas donde estaban curando a Velasco, le abrazó y le dio a escoger entre pasar a curarse a la plaza o ser asistido por los mejores médicos británicos; optó por lo primero, como no podía ser de otra manera.

A las seis de aquella misma tarde se hizo una tregua, siendo conducidos a la plaza en una falúa Montes y Velasco, acompañados por un ayudante del campo de lord Albemarle.

Las heridas de ambos no presentaban carácter mortal; la de Velasco, aunque en el busto por un costado, no dañaba los pulmones ni ninguna víscera, lo que presagiaba una larga temporada en la cama pero nada más.

No obstante le subía la fiebre; se consideró indispensable la extracción de la bala y después de realizada la dolorosa operación, que sufrió con gran estoicismo sobrevino el tétanos y con él la inesperada muerte, pues su herida no era para ello.

Expiró a las nueve de la mañana del día treinta y uno de julio, rodeado del marqués del Real Transporte, Juan Antonio de la Colina, de su sobrino el alférez de navío Muñoz de Velasco, herido antes en el Morro y de otros amigos, a los que dejó consternados.

En caballeresco gesto suspendieron los fuegos los atacantes y los defensores de la Habana, para poder tributar al heroico Velasco el postrer homenaje tan merecido como necesario.

Se le trasladó el día uno de agosto con la máxima solemnidad posible, al llegar al convento de San Francisco, los introdujeron y en él fueron inhumados sus restos.

Cuando lord Albemarle daba cuenta a su gobierno se expresaba, refiriéndose a Velasco, llamándole: «El capitán, más bravo del Rey Católico»

El marqués del Real Transporte decía en su parte, que a su imitación «toda la oficialidad, guarnición y tripulación obraron todos con tanto desprecio de la vida, como tuvieron de ambición a dar un glorioso día a las armas del rey»

El día doce, conquistados la Cabaña, el Morro y la loma de Arostegui, privada la ciudad de agua potable desde ya hacía un mes y alegando la falta de pólvora (pero no era cierto, ya que aún quedaban quinientos quintales), la junta se vio sin recursos y para no alargar la pérdida de vidas tomó la decisión de rendir la plaza.

Cuando fue atacada la Habana los efectivos españoles habían sido mermados en torno a mil ochocientos hombres, por haberse declarado una epidemia de malaria y disentería. En la defensa del Morro en el espacio de tiempo que duró el asedió y conquista, que fue de treinta y ocho días cayeron sobre todas sus parte dieciséis mil proyectiles, lo que no es de extrañar las bajas que produjo semejante bombardeo, que fueron en torno a los trescientos muertos y mil doscientos heridos. Por su parte los británicos perdieron a quinientos sesenta hombres, pero la epidemia también les afecto, pues sufrieron según datos propios, cuatro mil setecientos ocho hombres muertos.

El rey, Carlos III mandó erigir una estatua del primero en el pueblo de Meruelo, cercano a Noja y en ella se le representa como cayó: con la espada en la diestra y llevándose la otra mano al costado izquierdo. Los buques británicos que pasaban cercanos a la localidad, disparaban salvas en su honor para recordarlo hasta mediados del siglo XX. Y al mismo tiempo el Rey ordenó que un buque de la Armada llevara siempre su nombre, como ejemplo para las dotaciones y guardar su mejor recuerdo.

El rey concedió para sus sucesores con fecha del día doce de julio del año de 1763 el marquesado del Morro de Velasco, siéndole entregado a su hermano don Íñigo José de Velasco, por fallecer don Luís soltero, remunerado el título con veinte mil reales anuales, de este modo los nombres de la fortaleza y el apellido del que había sido su heroico defensor, quedaron inmortalizado para la Historia.

Fue tanto el valor demostrado en la defensa de este baluarte, que lo británicos les levantaron un monumento en la abadía de Westminster en recuerdo del derroche de su valor y ejemplo para los suyos.

La Academia de San Fernando organizó algunos certámenes para perpetuar la hazaña de Velasco y González, por oficio firmado por don Ignacio de Hermosilla y de Sandoval el día doce de julio del año de 1763. El concurso de pintura, fue ganado por don José Ruffo, el de escultores por don Pedro Lasase, otro extraordinario para dos bajorrelieves, que fue ganado por don Pedro Sorage, quedando todos ellos en la misma Institución, al mismo tiempo decidieron la acuñación de una medalla conmemorativa con los bustos de Velasco y González, en el reverso figura el castillo del Morro, estallando la mina siendo asaltado por las tropas y atacado por mar, grabada por don Tomás Francisco de Prieto y uno de versos, que lo ganó don Nicolás Fernández de Moratín y éste es el que transcribimos:

« Yo vi, yo vi encresparse el mar undoso,
a quien turbaba intrépido el reposo
con quillas aceradas Pocok el almirante.
Yo vi a Albemarle fiero y arrogante,
avasallar los muros de La Habana,
de pocos españoles defendidos.
Vi avanzar los ingleses atrevidos
en ser tantos fiados que en vano
contra inmensos escuadrones
tronaban sobre el Morro cien cañones.
Velasco, el gran Velasco, conteniendo
su ardor está en la brecha, revolviendo
la espada portentosa, con que a ser viene
mucho más estrecha, y en el modelo y tabla
primorosa, tan vivo se veía, que aún juzgué
le escuchaba, lo que dicen que dijo en aquel día:
No me veréis rendir fieros britanos
por más que estéis ufanos
con tanta muchedumbre.
No, no hallaréis barata la victoria
Que hoy será a vuestra costa bien comprada
veréis rendir primero mi vida que mi espada
mi rey, mi religión, mi patria amada, verán
que soy cristiano y caballero
y todo el mundo entero; no bastará a rendir
a mis soldados; curtidos a los hielos y a los soles
a quien veréis con sangre enrojecidos
hechos pedazos pero no vencidos. »

Bibliografía:

Cantillo, Alejandro del.: Tratados, Convenios y Declaraciones de Paz y de Comercio desde el año de 1700 hasta el día. Imprenta Alegría y Chalain. Madrid, 1843.

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