Vidazabal, Miguel de Biografia

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Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» Madrid 1895-1903.
Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» Madrid 1895-1903.
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Martínez de Isasti, Lope.: Compendio Historial de Guipúzcoa. Editorial La Gran Enciclopedia Vasca. Bilbao, 1972. Facsímil de la de 1850. Facsímil de la edición príncipe del año de 1625.
Martínez de Isasti, Lope.: Compendio Historial de Guipúzcoa. Editorial La Gran Enciclopedia Vasca. Bilbao, 1972. Facsímil de la de 1850. Facsímil de la edición príncipe del año de 1625.

Revisión de 16:11 6 jul 2014

Biografía de don Miguel de Vidazábal


General de Mar y Guerra.
Capitán general de la Armada del Mar Océano.
Consejero de Estado, para los asuntos de los Estados de Flandes.

Orígenes

Vino al mundo el 3 de octubre de 1558, en la población de Motrico actual provincia de Guipúzcoa. Descendiente de la casa de Ibarra en el valle de Leniz.

Hoja de Servicios

Desde muy joven estuvo embarcado, por lo que mantuvo constantes combates, en el Mediterráneo, contra los turcos y sus aliados de berbería, en las costas del norte de África.

Posteriormente y ya en la Armada del Mar Océano, participó en varios encuentros con los buques ingleses y holandeses, que comenzaban su intento de dominar la mar y sobre todo, el de atacar a nuestras flotas procedentes de Tierra Firme, pues sus intentos no eran otros que el quebrar nuestro comercio ultramarino, participando en varios combates en las aguas comprendidas entre el cabo de San Vicente y Gibraltar.

Estando en esta Armada, en el año de 1614, participó en los combates sobre Mogador y en la conquista de la Mámora, para llevar a cabo esta expedición, zarpó el día uno de agosto del año de 1614 de la bahía de Cádiz con noventa y nueve velas, entre buques de guerra y de transporte, con muchos bastimentos de bizcocho, vino y demás transportando a siete mil soldados y dos mil quinientos gastadores, « gran prevención de piezas y carretones de campaña, bombas de fuego para la mar y abrojos y otros artificios para tierra »

El día tres se avistó Larache y después de aguantar un fuerte temporal, desembarcaron en la Mámora el día cinco, al sur de Larache (hoy Port Lyautey) a la boca del río Sebú, donde tenía su guarida el corsario Muley-Cidán con su escuadrilla y proporcionaba apostadero a los holandeses; puerto que ya se había cegado sin resultado definitivo.

Esperó Fajardo un día de calma que fue el cinco siguiente, por existir en la playa a desembarcar una barra, que de no estar el tiempo bonancible podía dar en ella los botes e irse al fondo, al presentarse la ocasión desembarcaron dos mil hombres al mando del maestre de campo don Gerónimo Agustín, pero fueron los primeros en tocar tierra los capitanes de mar don Batolome de Nodal, Jusepe de Mena y don Fermín de Lodosa y Andueza, siendo la primera bandera completa puesta en tierra la del capitán don Carlos de Ibarra y él a su cabeza.

En su el apoyo el conde de Elda con las galeras de Portugal y el duque de Fernandina con las de España pusieron las proas de sus buques a tierra, comenzando a abrir fuego sobre los enemigos, pero fue tan acertado el tiro que en poco tiempo las fuerzas desembarcadas ya pudieron defenderse solas, ya que poca más resistencia quedaba. Siendo uno de los más destacados su hijo Juan, que en ningún momento quería desmerecer delante de su padre

Se encontraban el puerto fondeados cuatro buques de guerra holandeses mandados por el almirante Evertsen que, muy atento, saludó al estandarte de España, declarándose neutral, pues había sido espectador de primera fila de cómo los españoles utilizaban sus fuerzas de desembarco, siendo más saludable saludar y no enfrentarse, que lo contrario.

La posición enemiga era muy fuerte, pero por orden de don Luís se destacó un trozo de las fuerzas para ser cogida del revés; lo que causó en los enemigos encontrase entre dos fuegos, esto les convenció de que cualquier resistencia acabaría con sus vidas, pero como eran corsarios solo les quedaba poder huir tierra adentro, para ello le pegaron fuego a sus buques y se dieron a la fuga. Don Luis dejó tropas y se reconstruyó el fuerte de la Mámora, dejando como gobernador de ella al capitán don Cristóbal Lechuga. Todo ya decidido ordenó largar velas y levar anclas para hacerse a la mar, con rumbo al puerto de Cádiz.

El mismo año zarpó de Lisboa al mando de veintidós buques, cargado con tropas de los Tercios para desembarcarlas en Flandes, cual no fue la alegría al ver las tropas y al mismo Vidazabal por parte del Archiduque don Alberto, que le regaló una cadena de oro de mucho valor, pero no quedó aquí, pues lo nombró consejero de guerra de Flandes, entregándole mil ducados como agradecimiento por todo.

Posteriormente pasó a la escuadra del Cantábrico, como general de ella, volviendo a combatir contra ingleses y holandeses, que insistentemente permanecían siempre al acecho de la arribada de nuestras Flotas.

En el año de 1618 con su escuadra del Cantábrico tuvo que acudir a proteger en Estrecho, nada más arribar a sus aguas se enfrentó a cinco bajeles moros que venían cargados de la India, siendo todos capturados, lo que supuso para la Hacienda un ingreso de trescientos mil ducados.

Este mismo año, recibió un coreo Real que le ponía en el conocimiento de la salida de Argel de una escuadra compuesta por veintiocho buques de alto bordo, que iban a rapiñar a las islas Afortunadas, por lo que le ordenaba que los esperase a su vuelta en el Estrecho. Así lo hizo y el día veinticuatro de junio cuando regresaban de hacer la piratería se enfrentó a ellos en el Estrecho, con sus diez velas más otras seis de Flandes que se le habían unido, el combate como todos con los moros fue sin cuartel y por lo tanto muy duro, pero consiguió vencerles, capturando a veintidós de ellos, los restantes seis se le escaparon. De los apresados, sacó a mil quinientos cristianos que por ellos se enteraron que eran de la isla de Lanzarote, la cual la habían dejado sin gente y ardiendo, pues para no dejar a nadie sin vida, degollaron a todos los que no les servían como rescate o cautivos, entre ellos todos los niños y ancianos. No obstante al apresar a la mayor parte de los buques, recuperó grandes cantidades de plata y joyas, lo que le significó ganar mucho dinero a él y sus tropas, pues pasaron muchos cientos de moros al cautiverio.

Fue una significativa victoria, pues ante la disminución de buques en la Armada los moros como se ve, ya incluso amenazaban tierras lejanas como las islas Afortunadas, por lo que se habían envalentonado y esta acción contraria a sus intereses al menos los frenó durante un tiempo, siendo conocedor de ello don Felipe III le concedió el hábito de Caballero de la Orden Militar de Santiago.

No había terminado el año se encontró con una escuadra compuesta por veinticuatro buques flamencos, que llevaban topas y pertrechos de guerra a la República de Venecia, para poder seguir en la guerra que mantenía contra el Emperador de Hungría, pero viendo la gran cantidad de tropas que llevaban, no consideró ser la ocasión para atacarles, ante esto sus hombres enardecidos por las últimas victorias le insistían en que fueran atacados, para intentar quitarse peso por su resolución, convocó un Consejo de Generales, pero estos siguieron a su hombres, por lo que la decisión final fue la de atacar, se efectuó el combate pero como ya tenía él visto por su experiencia, la gran cantidad de tropas que transportaban no eran fáciles de vencer, por ello tras una dura pelea de varias horas dio la orden de retirarse. Perdió a trescientos de sus hombres y entre ellos, por ser su mano derecha el capitán de su infantería don Agustín de Ojeda, natural de Zumaya.

Este mismo año de 1618 encontrándose en la mar, le dio un ataque de perlesia (1) que le dejó sin fuerzas, por lo que se puso rumbo a Sanlúcar de Barrameda donde se le desembarcó, siendo trasladado a la ciudad de Sevilla para estar mejor atendido por los médicos, pero éstos nada pudieron hacer por su vida, falleciendo a los dieciocho días de haber llegado a la ciudad, siendo el día once de enero del año de 1619.

(1) Resolución ó relajación de los nervios, en que pierden su vigor y se impide su movimiento y sensación. Es del latín Paralysis.

Bibliografía:

Enciclopedia General del Mar. Garriga, 1957. Sin iníciales del compilador.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» Madrid 1895-1903.

Martínez de Isasti, Lope.: Compendio Historial de Guipúzcoa. Editorial La Gran Enciclopedia Vasca. Bilbao, 1972. Facsímil de la de 1850. Facsímil de la edición príncipe del año de 1625.

Vargas y Ponce, Joseph de.: Catálogo de la Colección de Documentos. Instituto Histórico de Marina. Madrid, 1979.

VV. AA.: Diccionario de Autores. Real Academia Española. Editorial Gredos. Madrid, 2002. Edición Facsímil del primer diccionario publicado de la Real Academia publicado en 1737.

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