Cañoneros del fin del Mundo, Los9
De Todoavante.es
(Página creada con '''A pesar del escaso valor que tales escritos tienen en sí mismos, la circunstancia dé convenir en algunos puntos con otros rumores que de algún tiempo atrás venían propag...')
Última versión de 10:01 6 ago 2012
A pesar del escaso valor que tales escritos tienen en sí mismos, la circunstancia dé convenir en algunos puntos con otros rumores que de algún tiempo atrás venían propagándose daba algún valor al aviso. En tal concepto di cuenta inmediatamente de dichos escritos al Excmo. señor capitán general de estas islas, y me dirigí enseguida á Cavite con objeto de tomar en el arsenal cuantas medidas de precaución dicta la prudencia, procurando evitar alarmas, pero huyendo asimismo de una ciega confianza en la cual pudiéramos ser sorprendidos.
Y con tanta mayor razón consideraba necesarias las precauciones, cuando que estando fuera toda la escuadra y sin recursos propios en el arsenal para defenderlo, podían peligrar tantos y tan cuantiosos intereses del Estado como encierra este establecimiento. En él se encontraban en carena la goleta Santa Filomena, subida en varadero; la Animosa en reparación de máquina y calderas, ambas imposibilitadas de moverse; el cañonero Samar, listo completamente, y el Bulusán, igualmente dispuesto; sirviéndome para ir y venir á Cavite á fin de atender á los diversos destinos que actualmente ejerzo, y en el rio de Manila una falúa del crucero de Bahía.
En el arsenal dispuse que todas las guardias se reforzaran y tuvieran á su frente clases europeas; que, en el cuartel de infantería de marina se tuviera la mayor vigilancia, durmiendo en él un capitán y dos subalternos, designando lo que debían hacer en caso de alarma, que era acudir en buen orden á la defensa del establecimiento; que el servicio de rondas se hiciera por los buques con todo rigor militar; que durmieran precisamente dentro del arsenal todos los empleados militares, tanto del punto como de los buques en carena; que las armas portátiles de los buques, depositadas y en composición en los talleres de artillería, se alistasen y repartiesen, á cada uno con sus municiones correspondientes; que el cañonero Samar estuviese completamente listo para ponerse en movimiento á la primera orden; que la goleta Santa Filomena, lista ya de fondos, se botase al agua, no obstante la escasa marea que había; v finalmente, que a los cabos Pedro y Tolentino, designados en los anónimos, se les pusiera en prisión, uno en el cuartel y otro en el arsenal, registrándoles sus arcas, y vigilando estrechamente los menores movimientos de los demás cabos indígenas.
Tomadas éstas disposiciones preventivas reclamadas a mi juicio por la coincidencia que se advertía entre los avisos anónimos y otros rumores que circulaban en la población; reforzado también el río de Manila con otra falúa que por telégrafo pedí al corregidor, consideré satisfechas las exigencias de la más exquisita prudencia, lejos de presumir que los sucesos vendrían tan repentinamente con un carácter de suma gravedad.
Entre ocho y media y nueve de la noche del 20 empezaron á oírse disparos de fusil hechos desde la Fuerza de San Felipe; y momentos después, estando formada en el cuartel la tropa de infantería de marina en número de 54 para acudir al arsenal, se sublevó dicha fuerza, entablando una terrible refriega con sus oficiales y clases europeas que intentaron contenerlos, en cuya refriega quedaron muertos como buenos y esforzados el capitán D. José Torres Silva; el sargento primero Miguel Gómez Herrera, herido de gravedad el teniente D. Guillermo Herce, que falleció á las pocas horas, y levemente el capitán D. Santiago Saudes. El capitán D. Pedro Mayobre, jefe accidental de dicha tropa por ausencia de su teniente coronel, pidió en seguida auxilio al primer jefe del regimiento número 7 que guarnecía la plaza, y que con decisión maniobraba para contener la insurrección naciente.
El mismo jefe á la cabeza de sus soldados penetró en el cuartel á viva fuerza sufriendo las descargas de los sublevados, que huyeron inmediatamente hacia la Fuerza de San Felipe para engrosar el número de los insurrectos, quedando, solamente 15 en el cuartel entre heridos y prisioneros.
Casi á la par de esto la guardia situada en la puerta exterior del arsenal, compuesta de 12 soldados de las compañías indígenas, abandonó traidoramente su puesto; y fingiendo escalar la muralla de la fortaleza, se refugió en ella, volviendo sus armas contra nosotros.
Entretanto el comandante del arsenal dispuso la defensa del establecimiento con la marinería de las goletas Filomena y Animosa, gente del depósito, empleados existentes en el arsenal y los soldados de infantería de marina pertenecientes á las guardias y retenes interiores que se mantuvieron á nuestro lado. Se dispusieron trozos avanzados unos á otros para sostenerse en caso de ataque á viva fuerza, contestando al nutrido fuego que hacían los sublevados, cobardemente parapetados al abrigo de la fortaleza, cuyos fuegos de cañón y fusil dominan todo el arsenal. En el más avanzado de dichos puestos se colocó con parte de su gente el comandante de la Filomena, teniente de navío de primera clase D. Pascual Aguado, que muy pronto cayó herido de gravedad, reemplazándole en su puesto, primero el contramaestre el mismo buque, José Sánchez Lojo, y después el oficial segundo del cuerpo administrativo, D. Juan Serón y el alférez de navío D. Gabriel Lessenne, quedando el primero á las inmediatas órdenes de este.
Los trozos de la Animosa que compartieron la gloria de ocupar también los sitios de mayor peligro fueron mandados alternativamente por su segundo el alférez de navío D. Eulogio Merchan y el del mismo grado D. Eduardo García de Cáceres, secundados por el contramaestre Miguel Millón, y los terceros habilitados Vicente Acosta y Francisco Elorriaga; distinguiéndose en su porfiada y tenaz resistencia, oficiales, clases y marineros, así indígenas como europeos.
Llamados por el deber á sus puestos los oficiales que estaban en Cavite, sufrieron al venir al arsenal un terrible fuego de fusil, que dejó muerto en el acto al médico mayor y jefe de sanidad del arsenal D. Rómulo Valdivieso. Poco antes, al desempeñar con el mayor arrojo una comisión que el comandante del arsenal le habla confiado, murió de dos balazos el oficial primero del cuerpo administrativo de la armada D. Ángel Baleato.
El gobernador de la plaza, á la cabeza del regimiento número 7, intentó penetrar en el arsenal creyéndolo también sublevado; pero el primer contramaestre, graduado de alférez de fragata, D. José Fernández Acevedo, que guardaba la puesta exterior, con heroico arrojo y levantado patriotismo salió al encuentro de las tropas, y dando un viva a España, intentó asaltar la muralla que los sublevados coronaban, cayendo muerto en el acto.
Acto continuo el alférez de navío D. Rafael Ordoñez, que acompañaba al gobernador de la plaza, trepó al parapeto con heroica y sublimo abnegación; y allí, encima de la muralla, cayó muerto de tres balazos. El acto de arrojo de este distinguido y valiente oficial, lo mismo que el del contramaestre Acevedo, no menos valiente y esforzado, son dignos de la epopeya; y estos dos nombres quedarán grabados con letras de oro en las brillantes páginas de nuestra historia.
Visto por el gobernador de la plaza que el arsenal, no solo no estaba en poder de los sublevados, sino que se defendía tenazmente, y á su vez los hostilizaba con certeros disparos, se retiró para la población, dejando una fuerza de 20 hombres con un oficial para cubrir los puestos abandonados por la guardia rebelde.
Yo tuve noticia de los sucesos en Manila por el parte que me llevó el comandante de ingenieros D. Manual Gainart, e inmediatamente fui á dar cuenta al capitán general para prevenir, si era posible todavía, que la insurrección empezase en la capital con mucha mayor gravedad que tenía la de Cavite, lisonjeándome de que á este oportuno aviso á la primera autoridad, y á las medidas que en su consecuencia pudieron tomarse inmediatamente, se deba el que la rebelión abortase, quedando circunscrita á Cavite, á donde me dirigí sin pérdida de momento en el Bulusán, llevando gente de la capitanía y municionas, y dejando el rio en estado de defensa con las falúas y otras embarcaciones, sobre la máquina todos los vapores mercantes dispuestos á lo que ocurriera, y el cuidado del puerto á cargo del teniente de navío retirado ayudanta de matrículas D. Bonifacio Roselló.
Al llegar al arsenal encontré la defensa del establecimiento perfectamente organiza por las acertadas disposiciones del comandante del puerto secundadas con entusiasmo y decisión por los oficiales subalternos y demás clases que á porfía rivalizaban en denuedo y bizarría. Pertrechada la gente de municiones con las traídas de Manila; reforzados los puestos con 25 individuos de marina, parte del Bulusán y otra de la capitanía de puerto; apostados tiradores en los tejados que dominaban la fortaleza para neutralizar con sus disparos el vivísimo fuego que desde ella hacían los sublevados; guarnecida la marinería en parapetos improvisados para hacer daño al enemigo evitando pérdidas innecesarias; vigiladas las avenidas del arsenal por la parte del mar por el Samar y otras embarcaciones menores, y visto que no había que temer ataque decisivo por parte de los insurrectos que se habían encerrado en la Fuerza de San Felipe, comprendí que lo único que á nosotros tocaba hacer era sostener la defensa, manteniendo por esta parte sitiados á los insurrectos mientras que de Manila venían las fuerzas necesarias para darles el golpe de gracia. Con este objeto salí a las cuatro y media de la madrugada en el Bulusán á conferenciar con el capitán general, dándole cuenta del estado de las cosas y de la urgencia que á mi juicio había de enviar dos batallones con algunas piezas de artillería para tomar la fortaleza á viva fuerza, cosa que yo entendía debía hacerse sin demora para restablecer nuestro prestigio con la pronta terminación del pronunciamiento. A las ocho se embarcaron en vapores mercantes los regimientos números 1 y 2 con cuatro piezas de artillería al mando del general Espinar, que salió conmigo en el cañonero para determinar el punto del desembarco que señale y dirigí, llevando á mis órdenes al teniente de navío de primera clase D. Santiago Patero, habiéndose efectuado sin novedad.
En seguida me volví al arsenal, que continuaba su defensa, sufriendo menos daño que en la noche anterior por haber entrado el desaliento entre los rebeldes, según visiblemente se reconocía. Hice venir 50 hombres del regimiento número 1 para poder relevar con ellos algunos puestos de nuestra marinería rendida de cansancio, y al anochecer nos enviaron de Manila otros 50 del mismo cuerpo, con los cuales se alterno el servicio.
La Resistencia de los sublevados fue ya débil durante el día 21, casi nula durante la noche, haciendo solamente algunos disparos de tiempo en tiempo. Nuestros tiradores desde los tejados, y dos pequeñas piezas de artillería que se habían montado en puntos convenientes del arsenal, siguieron causando mucho daño a los rebeldes, cuyas bajas, que a la entrada en el fuerte eran como de 50 hombres, se puede asegurar que en una gran parte fueron causadas por los nuestros, además de haberles desmontado varias piezas con los certeros disparos de los cañoneros y del arsenal. El Samar recibió un balazo que atravesó su costado por la parte alta.
Pasó, como llevo dicho, con relativa tranquilidad y sin gran esfuerzo ni movimiento de los rebeldes sitiados la noche del 21 durante, durante la cual, como en el día anterior, se cogieron algunos fugitivos.
Al amanecer del 22 las fuerzas del ejército rompieron el fuego de artillería sobre la fortaleza disparando granadas; y momentos después penetraron las tropas en el fuerte, donde se encontraron de 20 a 30 hombres que incontinenti fueron pasados por las armas.
Así concluyó, Excmo. señor, este triste episodio después de 36 horas de rebelión que nos ha causado muy sensibles pérdidas; pero el dolor de estas se atenúa en corazones españoles al ver el heroico comportamiento, la acrisolada lealtad, el esforzado denuedo y bizarría con que todas las clases de la armada, en muy corto número representadas, llenaron el más sagrado deber de militares y marinos.
Donde todos se han distinguido, donde el esfuerzo ha sido tan espontaneo y unánime, difícil cosa es señalar méritos especiales, que todos lucharon como buenos y leales ofreciendo generosamente sus vidas en holocausto de la patria, tanto más amada cuanto más distante; pero la suerte no ha sido igual para todos: unos sucumbieron con heroísmo; otros víctimas de su deber y abnegación; algunos derramaron su sangre generosa para fecundar el campo de nuestra gloria, y todos sin distinción contrajeron mérito especial.
Me detengo un momento á conmemorar la ilustre memoria del heroico oficial D. Rafael Ordoñez, que solo al frente de las tropas de la guarnición asaltó la muralla y se coloco sobre el parapeto, donde el plomo traidor acabó con su vida; el patriótico y generoso esfuerzo del primer contramaestre don José Fernández Acevedo, que al grito de ¡viva España! murió también asaltando la muralla; la heroica abnegación del teniente de infantería de marina D. Guillermo Harce, que herido de muerte en el cuartel, colocado entre el fuego de los leales que intentaban penetrar y los sublevados que lo resistían, tuvo el esforzado aliento de abrir la puerta, cayendo inmediatamente con heridas mortales; el sacrificio del capitán Torres, muerto en el cuartel conteniendo la sublevación, como asimismo el sargento Miguel Gómez Herrera.
El médico mayor D. Ramón Valdivieso, que acabó su vida yendo á ocupar su puesto allí donde el deber lo llamaba; el oficial primero del cuerpo administrativo D. Ángel Baleato, que ofreciéndose á desempañar una comisión peligrosa con la mayor espontaneidad y arrojo, sucumbió también en la demanda.
Catálogo triste es este, Excmo. señor; pero a la vez consolador para un cuerpo que cuenta los héroes en tanto número.
De los más afortunados que conservaron la vida derramando su sangre por la patria, debo citar al comandante de la Filomena D. Pascual Aguado, al teniente de infantería de marina D. Ramón Pardo y al capitán D. Santiago Saudés.
Aunque tuvieron la suerte de salir ilesos, no puedo olvidar tampoco el mérito especial que en estos días contrajo el comandante del arsenal capitán de fragata D. Luis Gaminde, que activo, infatigable, valiente y sereno, estuvo en todas partes, multiplicándose y dando el mejor ejemplo á sus subordinados, y entre estos al teniente de navío D. Domingo Caravaca, los alféreces de navío D. Eulogio Merchan, D. Gabriel Lessenne, D. Eduardo García de Cáceres y el oficial del cuerpo administrativo D. Juan Serón, que como los otros y desde el primer momento, ocupó uno de los puestos avanzados de mayor peligro; como asimismo el condestable D. José Garsón, los contramaestres D. Luis López y García y José María Manzo y Pereira, y los sargentos primero y segundo de infantería de marina Manuel Conejero y Antonio Lozano.
Tan luego como la calma se restableció, procedí sin demora a organizar nuevamente todos los servicios y trabajos del arsenal, tomando las medidas de precaución necesarias para la eventualidad remota de nuevos trastornos, y disponiendo la pronta reparación de los desperfectos sufridos, que felizmente han sido menores de lo que debía temerse, como verá V. E. por la unida acta del reconocimiento practicado por los ingenieros. Hice embarcar la artillería y municiones á las dos goletas, dejando la Filomena lista de máquina y la Animosa dispuesta como batería para poder obrar remolcada por otro buque.
Los heridos, que fueron asistidos durante el fuego en el taller de recorrida por el jefe de sanidad D. Juan Mendoza, se trasladaron al hospital; se dio sepultura á los muertos, y se restablecieron todos los trabajos.
Dios guarde a V. E. muchos años. Cavite 5 de febrero de 1872.- Excmo. señor.-P. A., el jefe encargado del despacho, Manuel Carballo.
(Publicado por el periódico La Época el lunes 25 de marzo de 1872, con el título Sucesos en Filipinas)
Por lo interesante del mismo, adjunto él enlace al número del periódico, en el que se dan también los informes del ejército.
http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0000293636&page=1&search=Ca%C3%B1onero&lang=es
Marzo de 1872. Operaciones en Joló.
De una carta escrita en el fondeadero de Isla Marengas, en la rada de Joló, el mes de Marzo, copiamos las siguientes noticias sobre recientes sucesos ocurridos en aquel punto de nuestras Filipinas:
Día 8.- Hoy ha llegado á este fondeadero, procedente de Zamboanga, toda la escuadra, que se compone de la fragata Berenguela con insignia de contraalmirante, goletas Circe, Vencedora, Vad-Rás, Valiente, Constancia, y cañoneros Panay, Mindanao, Mindoro, Filipino, Arayat y Albay. Dicen que mañana atacaremos á Joló.
Día 9.- Por fin parece que van á empezar las operaciones contra los moros, pues se acababan de negar á todo lo que se les ha pedido. Esperamos que de hoy á mañana se romperá el fuego.
Día ll.- Hoy á las 4 de la mañana hemos salido de Joló y hemos fondeado en Parang, que es la segunda población de los moros en la isla de Joló. A las 12 y media hemos roto el fuego sobré tierra, y a la 1 y 10 minutos habíamos hecho un desembarco entre todos los barcos. El número de hombres que han ido a tierra se calcula en 150 soldados de infantería de marina y 650 marineros. La corbeta Santa Lucía mandó 100 hombres á tierra, divididos en dos compañías. Al estar cerca de tierra, mientras las goletas y los cañoneros despejaban la playa á metrallazos, todos los botes á la vez, al grito de ¡Viva España!, se dirigieron hacia la playa á toda fuerza de remo, y allí embarrancamos en seguida con agua hasta la cintura y nos fuimos á la playa, en donde se formó la tropa y marinería de todos los barcos.
En un principio vinieron muchos moros á la playa para oponerse á que desembarcáramos, pero la metralla de los barcos los obligó a retirarse y á internarse en el bosque. Enseguida marchó la tropa por delante y detrás la marinería de la Santa Lucía, siguiendo detrás la de los otros barcos, incendiando todas las casas y barracas, como todo lo demás que caía en nuestras manos. Tres horas estuvimos en tierra incendiando y talando todo lo que encontramos, como también haciendo fuego á muchos grupos de moros que nos tiraban desde el bosque. Cogimos diez piezas de artillería chiquitas, 11 amadas lantacas, y una porción de armas portátiles, como fusiles, lanzas, y unas espadas cortas llamadas crises.
Cuando nos íbamos á reembarcar, un grupo muy grande de moros atacó la retaguardia, que se componía de marinería de la Constancia, y se encontraban ya un poco apurados, cuando fuimos á socorrerlos una sección de tropa y la marinería de la Santa Lucía, y hasta que vieron que nos íbamos encima de ellos con bayoneta calada y los cuchillos á la boca no se retiraron. Nuestras pérdidas son insignificantes, gracias á que ellos tienen muy pocos fusiles y tiran muy mal pues las armas que ellos manejan muy bien son la lanza y el cris, armas que nunca pudieron hacer uso de ellas, pues nuestros tiros de carabina los tenían á raya. A las cuatro nos fuimos todos á bordo, no habiendo tenido más pérdidas que dos muertos y ocho heridos. Las de los moros se cree que serán 250 ó 300 muertos, pues al principio no huían de la metralla y daban unos gritos horrorosos, bailando al mismo tiempo el “moro moro”, que es un baile de guerra, armados de lanza, cris y rodela.
Durante la noche nos vinieron á dar una sorpresa en barcas, creyendo que nos cogerían dormidos, pero se les dejó acercar, y se les barrió con metralla. Según se dice, vamos á incendiar á todos los pueblos que dependen del sultán de Joló, y si después no quiere hacer la paz, se le bombardeará á Joló.
Día 24.- Hace cuatro ó cinco días les incendiamos á Zapual, y ayer arrasamos el pueblo de Bohal, donde habían hecho una batería que no pudo disparar un tiro. Según algunos moros que hemos cogido, se les mató también bastante gente. Hoy nos han dado la orden de prepararnos para bombardear á Joló, y se cree que será mañana. No dudo que les destruiremos todas las cotas o baterías que han hecho; pero si llegamos á desembarcar será muy fácil que nos tengamos que reembarcar á toda prisa sin haber hecho nada y perder las dos terceras partes de la marinería que vaya á tierra, pues el total de la gente que podemos desembarcar no pasa de 800 hombres, y en Joló por lo menos hay 10 ó 12.000 armados; de manera que si lo llegamos á efectuar, es de presumir una catástrofe. En fin, las horas pasan volando, y ya veremos mañana, si Dios quiere, el desenlace.
Día 26.- Hoy á las diez hemos fondeado en Joló, y nos hemos preparado para el bombardeo, sin que los moros se opusieran para nada. A las dos se rompió el fuego sobre tierra, que fue en seguida contestado por las baterías del Sultán de Joló; pero á las tres y media ya ninguna batería hacía fuego, pues fue tal la lluvia de granadas y balas que les echamos dentro de las cotas ó baterías, que dicen que han tenido muchos muertos, y se tuvieron que retirar. El bombardeo duró hasta las cinco y media, hora en que nos retiramos para la isla de la Isabela de Basilán, en que fondeamos al día siguiente 27 por la mañana. Corren rumores de que el Sultán de Joló está herido de un casco de granada.