Bombardeo del Callao 2/V/1866
De Todoavante.es
Revisión de 13:27 7 mar 2020
1866 Bombardeo de la plaza fuerte del Callao 2 / V
El 9 de abril arriba a Valparaíso desde España la grande y poderosa fragata de 1ª clase Almansa, a su mando está el paladín glorioso que ponía en práctica el consejo de Cromwell; «Ten confianza en Dios, pero…conserva seca tú pólvora.», don Victoriano Sánchez Barcáiztegui, quien estaba destinado en la Estación Naval del Mar del Plata, permutó su cargo por el del comandante de la fragata, con el único objeto de trasladarse al Pacífico; el buque de muy robusta construcción llegaba al máximo de su capacidad con pertrechos de guerra y boca, pero también con una joven e inexperta dotación. Como desquite a la desesperada en un diario chileno publicado el 8 de abril, se comentaba: «El Jefe español no castigará igual a los peruanos, porque ellos si tienen plazas fuertes muy bien protegidas, como por ejemplo la de el Callao es plaza poderosamente fortificada, que será con vigor sostenida, y hay en atacarla un lance arriesgado, en el que probablemente quepa a los españoles la peor parte.» Don Casto nada contento con cumplir la orden del Gobierno y notificado de lo que se hablaba en Valparaíso, decidió el 14, incendiar las últimas presas capturadas, formando dos divisiones la Escuadra se hizo a la mar con rumbo N. Su destino la isla de San Lorenzo frente al puerto peruano del Callao, para dar un descanso a sus hombres y de paso verificar que todo estaba en su lugar. Las dos divisiones se componían: la primera por la Numancia, Berenguela, y Blanca, corbeta Vencedora y los vapores Marqués de la Victoria, Matías Cousiño y Uncle Sam; la segunda por las Villa de Madrid, Almansa y Resolución, vapor Maule y fragatas de transporte María, Mataura y Lollé-María. La segunda división realizaría la travesía a la vela levando anclas a las 09:00, ordenando largar todo el aparejo a la orden de la capitana, al mando de don Claudio Alvargonzález en la Villa de Madrid. La primera división lo realizó a las 16:00, por estar a bordo el comodoro Rodgers, con nuevas proposiciones del Gobierno chileno, consistiendo en un canje de prisioneros, pero con la condición de ser pedido por el jefe español; a ello éste repuso que accedía, a condición también de que se dejase en libertad de salir de Chile a los súbditos españoles que no siendo militares estaban prisioneros; y agregó que, no siéndole dado en aquel momento detenerse podría recibir la contestación, por el paquete británico llegaría a cualquiera de los puertos donde sus operaciones le llamaban; después de todo esto y desembarcar el comodoro norteamericano la división se hizo a la mar.
El 25 recaló en la isla de San Lorenzo la primera división por haber realizado el viaje a máquina, a su llegada estaba la bandera de España en las aguas del Callao y casi al mismo tiempo lo hacía el vapor Vanderbilt con la insignia del comodoro Rodgers y el monitor Monadnock. Hasta el 27 no fondeó la segunda división, cuyo viaje fue más lento de lo debido, en razón a que la fragata mercante María andaba muy poco, pero la Villa de Madrid encontró una digna rival y compañera en la Almansa, lo cual se había ya presumido por la navegación que hizo desde España; para darse una idea, baste decir que mientras la María navegaba con todo su aparejo de cruz, alas y rastreras, la Villa de Madrid y Almansa, llevaban sólo el velacho y aún así se adelantaron en varias ocasiones, viéndose obligados a tomar rizos para no dejarla atrás y aguantarse sin pérdida de control de los buques.
Al día siguiente de la llegada de la primera división al fondeadero, llegó a bordo una comisión del cuerpo diplomático acreditado en Lima, fueron llevados a la cámara del Comandante general, le suplicaron concediera un plazo para la salvación de los intereses neutrales; a ello el digno Jefe contesto que accedía, a pesar de lo perjudicial que era darles ese tiempo, pues sería aprovechado por el enemigo para fortalecer sus defensas, lo cual hizo efectivamente y que le asistía todo el derecho para atacar desde luego, ya que el provocador era el Gobierno de Perú; pero quería dar esa prueba más de la consideración con que siempre había mirado los intereses extranjeros, con la intención noble de no perjudicar a España y verse metida en otra guerra. Concedió en efecto un plazo de cuatro días que sirvió grandemente al enemigo para dar los últimos preparativos de sus formidables defensas.
En los días siguientes llegó la fragata francesa Venus, cargada al máximo de sus posibilidades con los españoles que pudieron huir de la persecución del Gobierno peruano, logrando por fin pisar tierra española gracias a la ayuda prestada por este buque de una nación amiga. Los buques españoles tampoco estuvieron ociosos los días del plazo, todas las fragatas calaron sus masteleros de gavia, echaron abajo las vergas mayores y culebrearon las jarcias, era parte muy importante resguardar en todo lo posible las arboladuras de una avería, pues de ellas solas dependía en caso de éxito poder o no continuar viaje, también se pintaron de negro las fajas blancas de los costados, para disminuir la visualidad del enemigo y evitarle hacer mejor puntería, la Blanca blindó con sus cadenas la parte del centro, correspondiente a la zona de las máquinas, la Almansa realizó un día de ejercicio de fuego al blanco, para que su bisoña tripulación no fuese al combate sin haber disparado ni una sola vez siquiera con bala, en todos los buques se habilitaron hospitales de sangre para la pronta asistencia a los heridos y multiplicaron las precauciones que sugería la previsión de una lucha en la que se iba a jugar a vida o muerte. También los peruanos trabajaron con actividad extraordinaria en los últimos preparativos de sus formidables defensas.
El 1 se presentó a don Casto el alférez de navío don Pedro Álvarez de Toledo, con pliegos por los que el Gobierno le ordenaba regresar a España; consciente don Casto de que el honor nacional y las armas españolas necesitaban demostrar de verdad sus gran potencia, no le quedaba otra posibilidad que llevar a efecto el bombardeo y destrucción de las mejores defensas artilleras de toda América, como era el caso concreto del Callao dejando así lavado el honor de la Patria, pues se había castigado a la indefensa Valparaíso.
Abrió los pliegos y los leyó, al saber lo que se le ordenaba, no consideró era justo para el país a quien representaba seguir sus órdenes (la diferencia de siempre, entre un supuesto político y un militar) optando por hacer la vista gorda y no haber leído aquellos pliegos, se los devolvió a don Pedro diciéndole: «Convengamos que hasta el día tres de mayo no ha llegado usted al Pacífico; entonces me entregará usted esas instrucciones.» De esta forma tan sutil y educada, desoyó o dejó de cumplir las órdenes que se le daban, aquí precisamente es donde se pone de manifiesto con toda cordura y responsabilidad de Jefe, demostrando que los zorroclocos no saben nunca de verdad, la verdad de lo que ocurre si todos cumplieran sus órdenes al pie de la letra en todo momento. Al mismo tiempo la grandeza de carácter de don Casto, sabiendo que si era conocida esa treta y perdía, se estaba jugando su maravillosa carrera militar, pero como siempre ocurre en estos casos, uno queda en lo más hondo de la fosa, cuando la responsabilidad de la que se le había investido estaba por encima de cualquier Gobierno u orden que no estuviera encaminada a favorecer a España y no sólo a unos señores sentados en unas poltronas, por otra parte duraban poco en ellas y no suelen ver más allá del cristal de su monóculo.
La escuadra se partió en tres divisiones: La primera y sus fuerzas oponentes: Destinada a batir la zona Sur del Callao, es decir, el cuello existente entre La Punta y la población y muelle. Fragata blindada Numancia, 34 cañones, comandante, el capitán de navío don Juan Bautista Antequera. Fragata Blanca, 36 cañones, comandante, el capitán de navío don Juan Bautista Topete. Fragata Resolución, 40 cañones, comandante, el capitán de navío don Carlos Valcárcel. Se enfrentaría a: un campo minado y con torpedos eléctricos. Batería de Abtao, 6 cañones de á 32 libras. Torre, La Merced, con dos cañones Armstrong de á 300 libras. Batería Maipú, con 6 cañones de á 32 libras. Fuerte Santa Rosa, con 2 cañones Blackely de á 500 libras, 1 de á 68 y 7 de á 32. Batería Chacabuco, con 5 cañones de á 32 libras y batería Provisional, con 5 cañones de á 32 libras. Segunda división y sus fuerzas oponentes. Designada a ofender la zona Norte del Callao, es decir, sobre la población y su puerto. Fragata Villa de Madrid, 50 cañones, comandante, el capitán de navío don Claudio Alvargonzález. Fragata Berenguela, 36 cañones, comandante, el capitán de navío don Manuel de la Pezuela. Se enfrentaría a: Batería Independencia, con 6 cañones de á 32 libras. Torre Junín, con 2 cañones Armstrong de á 300 libras. Batería Pichincha, con 5 cañones de á 32 libras. Fuerte Ayacucho, con 2 cañones Blackely de á 500 libras. La tercera división y sus fuerzas oponentes: Su misión consistía en enfrentarse con los buques de guerra peruanos, ofender a la población y muelle del Callao. Fragata Almansa, 50 cañones, comandante, el capitán de navío don Victoriano Sánchez Barcáiztegui. Corbeta Vencedora, 3 cañones, comandante, el teniente de navío don Francisco Patero. Se enfrentaría a: El cañón del Pueblo, un Blackely de á 500 libras. La escuadra del Perú compuesta por: monitor Loa, monitor Victoria, vapor Tumbez, vapor Sachaca y vapor Colón. Quedando una batería la Zepita, de 6 cañones de á 32 libras, sin oponentes.
El 2 de mayo de 1866, amaneció con neblina ocultando la población y fuertes que debían ser el objetivo de la escuadra. A las nueve de la mañana se realizó una alocución en todos los buques, leída por los comandantes de estos a sus respectivas dotaciones: «Marineros y soldados: Después de una larga y ardua campaña, hoy se nos presenta la ocasión de cerrarla dignamente, castigando cual se merece la osadía y perfidia de un enemigo, que nada ha dejado de poner en práctica para vilipendiar a nuestra querida España: a España, que hoy espera de nosotros que la venguemos dignamente. Un mismo deseo nos anima a todos, y yo no puedo dudar que, con vuestro valor, decisión y entusiasmo, lo veréis satisfecho, volviendo al seno de vuestras familias después de consignar una página de gloria en la historia de la marina moderna, dejando su honra a la altura que nuestra patria tiene derecho a esperar de nosotros. ¡Viva la Reina! — Vuestro Comandante General, Casto Méndez Núñez.»
Las defensas del Callao consistían en cincuenta y seis cañones, a ellos añadir los de la escuadra, en total eran (con diferencias en las fuentes) entre 94 y 96. Por parte de la escuadra española montaban en total 249, pero como solo podían disparar al mismo tiempo por una banda (en este caso se presentó la de estribor), quedaba reducido a 123, quedando este número aumentado por los 2 que cambio de banda la Numancia y los 3 restados en la partición son los pertenecientes a la goleta Vencedora, que por estar en el eje si podía disparar en ambas bandas, siendo los reales 128. Si a esto añadimos que según Horacio Nelson dijo en una ocasión, que: «Un cañón en tierra valía por diez embarcados.» Las diferencias aumentan infinitamente a favor de las defensas de la plaza. Es lógico ya que las tareas de carga eran más cómodas y rápidas, pues no tenían el movimiento de balanceo y cabeceo de los buques, lo que les proporcionaba una mejor puntería, de ahí la diferencia marcada por el almirante británico que en poco se desviaría de la autentica.
En la espera, por culpa de la neblina, la Numancia iba a presentar la banda de estribor al enemigo, por lo que se trasladaron dos cañones de babor a ésta, así presentaría 19 cañones en el combate en vez de 17, al mismo tiempo se arrió la lancha de vapor al agua, para amarrada al costado de sotafuego con su oficial al mando, el alférez de navío don Joaquín Lazaga, para estar pronta a desempeñar las comisiones que el mando le pudiera ordenar. A las 11:15 horas ya despejaba la atmósfera, se vio ondear en el tope del palo mesana de la Numancia, las banderas que prevenían entrar en zafarrancho de combate, por lo que todos los buques se dirigieron a sus puestos preestablecidos; entonces se oyeron los toques de generala y calacuerda en todos los bajeles, izándose a tope de palo las banderas de combate.
La Numancia en cabeza de la división del Sur, corría la menor distancia llegando la primera a su puesto, frente a las fortificaciones de Santa Rosa y gobernando a presentar su batería de estribor al enemigo, en cuanto estuvo a distancia disparó el primer cañón de proa, rompiéndose el fuego a las 11:55 horas. Se generalizó el fuego por ambas parte, la Blanca llegó a situarse a ochocientos metros de las baterías, desafiando casi temerariamente la mala puntería de las defensas, lo que llevó a su comandante don Juan Bautista Topete a acercarse mucho más, pues la mayor parte de los proyectiles le pasaban por alto, aunque la razón era casi seguramente por la dificultad de poder alcanzar mayor depresión los tubos de las piezas de costa, de ahí que decidiera acercarse lo máximo posible, ello le permitiría quedar más oculto al tiro enemigo y él ganar que el suyo fuera más eficaz. El fuego de la escuadra era tan certero que a las 12:10 horas, voló la torre blindada del Sur, al parecer fue una bala de la Blanca la que penetro en el interior de la torre y alcanzó los repuestos de pólvora, haciéndola saltar por los aires.
Comenzando por decir no se metió don Casto como era su obligación en el puente blindado de la fragata, permaneciendo en el de mando a descubierto, para dar ejemplo a sus hombres en todo. Pasó la Numancia aquel peligroso círculo realizando una tangente, pero por falta de buenos planos de la zona fue a dar con un fondo de cinco brazas, quedando casi embarrancada, siendo necesario ciar apresuradamente pero la hélice solo removió el fango, se tuvo que dar toda la potencia a la máquina alcanzando su máxima, razón por la que todos sus grandes cojinetes se recalentaron, costando excesivo trabajo sacar al buque de aquella crítica posición; al percatarse el enemigo de la mala situación en la que se encontraba el principal buque enemigo, multiplicó sus fuegos contra él y fue en esta ocasión cuando: «En los momentos en que una granada de nuestra escuadra hacía volar la parte superior de la torre del Sur, un proyectil enemigo, rompiendo la baranda del puente y llevándose la bitácora allí situada, me hirió directamente, pasando entre mi costado y brazo derecho, y causándome los astillazos varias heridas en las piernas (seis) y caja del cuerpo. Por el pronto abrigué la esperanza de poder continuar en mi puesto; pero transcurridos algunos minutos, caí en brazos del comandante de este buque, capitán de navío don Juan B. Antequera. Cuando me conducían al hospital de sangre, el señor Mayor general, acercándoseme para averiguar cuáles eran mis heridas, le dije consideraba no eran de cuidado; que se pusiese de acuerdo con el comandante de la Numancia y continuase la acción, sin dar parte del suceso a los demás buques.» Sacado del Parte de Campaña escrito por don Casto.
Recayendo el mando de la escuadra en el Mayor General de ella don Miguel Lobo Malagamba, porque el jefe más antiguo se hallaba en el otro extremo de la línea y la prudencia aconsejó no revelar tan triste noticia a la escuadra. A las 15:00 horas se retiro de la línea la Blanca, por haber consumido toda la munición. A la misma hora la Almansa recibió una granada del cañón del Pueblo, un Blackely de á 500 libras, reventándole en la batería produciéndose un incendio amenazando con hacer saltar al buque por los aires, al ir propagándose de uno a otro de los depósitos de las piezas; avisado el comandante de lo ocurrido, se le aconsejo inundar la santabárbara para evitar la voladura de la fragata, se le insistió en varias ocasiones pues él no contestaba nada al respecto, al último que le pregunto le respondió «Hoy no es día de mojar la pólvora», por toda solución accedió a salirse de la línea para que toda la dotación se afanara en apagar aquel maldito fuego, lo que se consiguió muy rápidamente, no en balde por las respuesta del comandante, o se apagaba o volaban todos, al estar fuera de peligro regresó a la línea solamente treinta minutos después de haberla abandonado. Éste era nada más ni nada menos que don Victoriano Sánchez Barcáiztegui. A las 16:00 sólo tres cañones enemigos respondían en toda la línea de las fortificaciones.
El Mayor General ordenó que las fragatas Numancia, Resolución, Almansa y corbeta Vencedora, rompieran el fuego contra la población, aunque convencido estaba de no producir grandes efectos, por haber consumido todos los buques las granadas y quedar reducidos a tirar sólo con proyectil igual que se hizo en Valparaíso. A las 16:30 horas se le comunicó a Méndez Núñez que sólo contestaba la plaza con tres cañones; entonces don Casto preguntó «¿Están contentos los muchachos?» El oficial que era transmisor de la comunicación le contesto «¡Sí!» A ello añadió: «Pues entonces, sólo falta que en España queden satisfechos de que hemos cumplido con nuestro deber. Diga usted a Antequera que cese el fuego, suba la gente a las jarcias y se den los tres vivas de ordenanza antes de retirarnos.»
A las 16:40 horas no habiendo enemigo a quien combatir, pues sólo seguían disparando de tarde en tarde los tres cañones de Santa Rosa, acercándose el ocaso y comenzando a subir la neblina a cerrar el horizonte, se izó la señal desde la capitana de cesar el fuego, las dotaciones cubrieron las jarcias dando tres vivas a la Reina, siendo ardientemente contestados por todas las dotaciones, cumpliéndose así la ordenanza y ordenado por el comandante General, se dio por terminado el bombardeo del mejor puerto defendido del Perú, quedando en muy malas condiciones y prácticamente toda su artillería desmontada o destruida.
Pusieron rumbo al fondeadero de la isla de San Lorenzo, al llegar lanzaron las anclas, dando comienzo a repasar los buques y por orden de prioridad empezar las reparaciones de los daños recibidos en el combate. A la mañana siguiente se dio la orden del día, que decía: :«Soldados y marineros de la escuadra del Pacífico: Una provocación inicua nos trajo a las aguas del Callao; la habéis castigado apagando los fuegos de la numerosa artillería de grueso calibre, presentada por el enemigo, hasta el punto que sólo tres cañones respondían a los nuestros, cuando la caída del día os obligó a volver al fondeadero. Habéis humillado los que, arrogantes, se creían invulnerables al abrigo de sus muros de piedra, detrás de sus monstruosos cañones; ¡como si las piedras de los muros y el calibre de la artillería engendrasen lo que ha menester todo el que pelea: corazón y disciplina! Impulsados por ambas condiciones, que tan sobradas concurren en vosotros, y movidos por el más puro patriotismo, habéis vengado ayer largos meses de inmundos insultos, de procaces denuedos. Y si después del castigo que vuestro valor a impuesto al gobierno del Perú, apagando los fuegos de sus cañones, y primero que todos, los de aquellos cuyos proyectiles creía que sepultarían nuestros buques en esta agua, y de haberle destruido una parte de su más importante población marítima, osa presentar ante nosotros las naves blindadas, que con tanta arrogancia anuncia ese mismo gobierno como infalibles destructoras de las nuestras, dejadlas acercarse, y entonces responderéis a sus cañones monstruosos saltando sobre sus bordas y haciéndolas bajar el pabellón. Tripulantes todos de la escuadra del Pacífico: habéis añadido una gloria a las infinitas que registra nuestra patria: la del Callao. Os doy las gracias en nombre de la Reina y de esa patria. Ambas os probarán en todos tiempos, en todas circunstancias su común agradecimiento. Ambas y el mundo entero proclamarán siempre, y así lo dirá la historia, que los tripulantes todos de esta escuadra, no dejaron por un solo momento de ser modelo de la más extrema abnegación, del más cumplido valor. — Vuestro Comandante General, Casto Méndez Núñez.»
Los daños recibidos por la escuadra se traducían del siguiente modo: la Numancia había recibido cincuenta y dos impactos; la Almansa, sesenta; la Resolución, treinta; la Villa de Madrid, cinco, pero uno de ellos le inutilizo la máquina, por lo que tuvo que abandonar la línea remolcada por un vapor, al igual que la Berenguela, la cual también se tuvo que retirar por sufrir graves averías; siendo, cuarenta y tres los fallecidos, ochenta y tres los heridos más sesenta y ocho contusos, entre los fallecidos se encontraban los guardiamarinas don Enrique Godinez de la Villa de Madrid, dándose el caso que murió en el mismo sitio, donde fue herido en el combate de Abtao don Ramón Rull de la Almansa. Entre los heridos figuraban el propio Méndez Núñez, el comandante de la Blanca, don Juan Bautista Topete y el alférez de navío don Félix Bastarreche, de la dotación de la Villa de Madrid, resultando contusos varios oficiales más.
Del enemigo no se tiene datos fiables, pero sólo la voladura de la torre Sur, debió de causar más de cien muertos, entre ellos el Ministro de la Guerra, coronel Gálvez, quien estaba acompañado por todo el Estado Mayor; el ingeniero General Borda, los coroneles Zavala, Montes y otros, a más la cantidad de dotación para mover aquellos temibles cañones. En algunas fuentes se habla de otras dos mil bajas, dado que el ministro fallecido en el combate estaba convencido se efectuaría un intento de desembarco, sic., para contrarrestarlo fueron puestos en línea cuatro regimientos de infantería, siendo estos lo que mayores pérdidas sufrieron, pues al disparar con granada la escuadra, los proyectiles caían donde querían pero siempre cercanos a las piezas, de ahí los que no daban en ellas lo hacían sobre las trincheras de la infantería.
Éste fue el glorioso epílogo de una penosa y larga campaña de mucho mérito, pues la circunstancias, la falta de abastecimientos y sobre todo la lejanía de ellos, llegó a producir efectos muy nocivos en las dotaciones, como un principio de escorbuto y un cansancio casi secular que ya venía sufriendo desde el bombardeo de Valparaíso, pero que en nada se noto en el ataque a la plaza fuerte del Callao.
Bibliografía:
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VV. AA.: Méndez Núñez, El Marino y sus buques (1840-1869). Recopilación de libros (fotocopias) y artículos de la Revista General de Marina, así como de la Revista de Historia y Cultura Naval, en originales y ordenados por don José Lledó Calabuig. Encuadernados en un tomo. Obra que suponemos única sobre éste marino.
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Subida en conmemoración del ciento cincuenta aniversario del hecho de armas, 2 de mayo de 2016.