Eulate y Fery, Antonio Biografia
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Orígenes
Vino al mundo a las 5 horas de la mañana del 5 de junio de 1845, en la casa de sus padres, fue bautizado en la parroquia castrense de San Julián de Ferrol el 6 seguido, siendo sus padres, don Antonio Eulate y Evia, y de su esposa, doña María Manuela Fery del Casal.
Hoja de Servicios
Ingresó en la Escuela Naval Militar el día veintiuno de enero del año de 1858, contando con tan solo doce años, ya que en el año de 1860 con quince ostentaba el grado de Guardiamarina, estando en aguas de las islas Filipinas combatiendo a los piratas de la isla de Joló. Expediente. Nº 4.442.
En el año de 1868 se encontraba en la isla de Cuba, cuando comenzó la Guerra Grande en el mes de octubre, siendo destinado a la lucha contra los contrabandistas, que en su gran mayoría era de procedencia norteamericana, consiguiendo apresar a una goleta, la Mary Lowe con bandera del Reino Unido.
Por sus buenas acciones en la lucha, se le ascendió al grado de teniente de navío de 2ª, siendo destinado a la Península al Arsenal del Ferrol, estando presente cuando en el año de 1872, tuvo lugar la sublevación en él, donde otra vez demostró su valor interviniendo decisivamente en su sofocación, pero en uno de los último enfrentamientos cayó en manos de los sublevados.
Al conseguir ser aplastada la rebelión, fue puesto en libertad, lo que le permitió regresar a su puesto.
Ese mismo año se encontraba en La Carraca como segundo comandante del Ciudad de Cádiz, teniendo lugar otra sublevación en este Arsenal, volvió a batirse con honor, participando en la total pacificación de la rebelión.
Al año siguiente de 1873, estuvo a las órdenes de los almirantes Lobo y Chicarro, participando en casi todas las ocasiones, contra los cantonalistas de la ciudad de Cartagena.
Al declararse la guerra civil, las llamadas Carlistas, participó en ella casi desde el principio, una de sus acciones, fue la de desembarcar al frente de sus hombres en la población de Portugalete, para ello debió de romper la cadena que impedía el paso a ella por mar.
En el mes de noviembre del año de 1874 se le destinó, como jefe del apostadero de Fuenterrabía en el río Bidasoa, en el que junto a sus hombres volvió a demostrar su valor, en cuantas acciones tuvieron lugar en esta población, que por ser fronteriza tenía un gran valor estratégico.
Permaneció en este destino hasta el día dieciséis de noviembre del año de 1875; siendo ascendido por sus méritos a teniente de navío de 1ª y teniente coronel graduado, pasando a tomar el mando del aviso Fernando el Católico, permaneciendo en las fuerzas navales del Norte, realizando misiones de apoyo al ejército, tanto trasladando heridos a puntos más seguros, como abasteciendo de víveres y municiones a las tropas del ejército, como transportando a éstas desde sus lugares de acantonamiento a donde eran necesarias.
Misión que en esta guerra tenía gran importancia, ya que las líneas se movían constantemente, tanto en avances como en retrocesos lo que obligaba a hacer un tráfico marítimo de alto valor táctico y siempre con el riesgo de ser batido desde tierra, ya que todas las misiones se hacían muy cerca de ella.
Permaneció al mando del aviso hasta el día uno de enero del año de 1876, por ser de nuevo destinado como comandante del apostadero de Fuenterrabía, en el que permaneció hasta el final de la guerra.
Un tiempo más tarde, se le encargó la construcción de un puente, consiguiendo con esta acción, que quedaran unidas las comunicaciones entre Navarra y Guipúzcoa.
En el año de 1879, se le ascendió al grado de capitán de fragata, siendo de nuevo destinado a la isla de Cuba, como comandante del Arsenal de la Habana, a su llegada se declaro una nueva guerra separatista en esta isla.
No es muy explicable, pero se pierden solo dieciocho años de su vida, hasta que ya lo encontramos de nuevo en el año de 1897, con el grado de capitán de navío cuando regresa de la isla de Cuba arribando a la Península, donde se le dio el mando del crucero Vizcaya, como éste se encontraba en Mahón se trasladó a la base y tomó el mando.
Con el crucero representó a España en la revista naval de Spithead, regresando al arsenal del Ferrol, cuando llegó la noticia de que el acorazado Maine había hecho una visita de cortesía a la ciudad de la Habana, a pesar de estar esperando dique para limpiar fondos, se le envío urgentemente a devolver la visita, cruzando el océano y arribando a la ciudad de Nueva York.
Ya desde el principio notó algo raro, pues el práctico no le llevaba al muelle acostumbrado, siendo atracado en uno más apartado y vigilado por la policía, lo cual no dejó de llamarle la atención, pero cuando subieron a bordo las autoridades y le explicaron la dudosa voladura del acorazado americano Maine en la Habana lo comprendió todo.
Se puso en contacto con sus jefes en España y le recomendaron estar unos días, pero que la situación diplomática no era favorable y debía de reunirse en la isla de Cabo Verde con la escuadra del contralmirante don Pascual Cervera.
Por ello aligeró los compromisos sociales y con el permiso de las autoridades zarpó con rumbo al lugar señalado, para cumplir las órdenes recibidas, así se unió a la escuadra del mando de don Pascual Cervera y Topete, la cual corrió una serie de suertes varias, hasta que pudo arribar a Santiago de Cuba. Pero lo importante de este viaje del contralmirante, es que consiguió burlar el bloqueo de la isla al que lo tenía sometido la marina norteamericana.
Zarpó la escuadra del puerto de Santiago de Cuba el día tres de julio del año de 1898, el Vizcaya siguiendo aguas del buque insignia de don Pascual Cervera, fue el que más tiempo sostuvo combate a excepción del Colón, siendo al final pasto de la llamas y con algún impacto de grueso calibre de los acorazados norteamericanos.
Fue herido en la cabeza y en la espalda, con tanta pérdida de sangre que cayó derrumbado, fue trasladado a la enfermería y curado, regresando a su puesto, viendo que el buque ya no tenía salvación y que su orden era tajante, de impedir cayera en manos de los enemigos, siendo estos en ese momento el Brooklyn por babor, Oregon por la aleta de la misma banda, el Iowa por popa y el New York por la aleta de estribor, tomó la decisión de embarrancarlo en los bajos del Aserradero, para lo que viró casi 90º a estribor y a lo máximo que daban las máquinas, así se abrieron por completo sus bajos, al mismo tiempo que casi lo sujetaban, dando tiempo a que la gente que estaba en condiciones, intentará a parte de ayudar a otros compañeros ponerse a salvo en tierra.
Lo cual se realizó con la ayuda de los americanos, ya que algunos marineros alcanzaron tierra y fueron asesinados por los insurgentes, como no podía ser menos, también algunos tiburones tuvieron su festín, pero se esperó a ser el último en abandonar su crucero, a pesar de que prácticamente todo él estaba envuelto en un hoguera, cuando vio acercarse al bote americano en su último viaje, comentó con su segundo y varios oficiales que le acompañaban; en parte lo hemos conseguido, no hemos arriado la bandera y ningún enemigo a posado su pie sobre su cubierta.
Pasamos al parte de Evans para tener la versión distintas:
- «Para terminar aquella faena llegó el último bote conduciendo al capitán del ‹Vizcaya› señor Eulate, para quien se llevó una silla, pues evidentemente estaba herido. Todos sus oficiales y marineros al verlo llegar se apresuraron á darle la bienvenida, cuadrándose y presentando armas luego que se desató de la silla de la carrucha, el capitán Eulate, poco á poco se puso en pie, me saludo con grave dignidad, desprendió su espada (el único que no la había tirado para no entregarla) del cinto llevó su guarnición á la altura de sus labios, la besó reverentemente y con los ojos brotando lágrimas me la entregó.
- Aquel hermoso acto quedará indeleble para siempre en mi memoria. Saludé al valiente español y no acepté su espada. Un sonoro y prolongado ¡hurra! salió de la tripulación del Iowa. Luego tomaron mis oficiales al capitán Eulate en silla de manos y lo condujeron á un camarote ya dispuesto, para que el médico le reconociera las heridas: ya que íbamos a bajar de la cubierta una formidable explosión, que hizo vibrar las capas del aire á varias millas en rededor, anunciaba el fin del Vizcaya. El capitán Eulate volvió la cara y extendiendo los brazos hacía aquel lugar donde se produjera la detonación gritó ¡Adiós Vizcaya…ya…! y los sollozos ahogaron sus palabras.
- Bajando las escalas y ya en la cubierta inferior, Evans le ofreció un puro de Cayo Hueso, dándole excusas por no tener algo mejor, Eulate le agradeció el gesto, se llevó la mano al bolsillo superior de donde sacó un habano Corona mojado como su uniforme y se lo entregó a Evans diciéndole ‹ Mi querido señor capitán, yo deje 15.000 de estos detrás de mí en el Vizcaya › Fue bien atendido, primero le revisaron las heridas y se las volvieron a vendar, después lo llevaron al camarote de Evans, quien le entrego ropa de su propio vestuario, con lo que se pudo cambiar para estar más seco y fue llevado al camarote que tenían dispuesto para él.»
Del acorazado trasbordaron al mercante armado Harvard, con el que arribaron a la Academia Naval de Annapolis capital del estado de Maryland, estando situada en sus afueras y muy cerca de Washington, desembarcando el día veinte de julio, siendo alojados en los mismos dormitorios de los cadetes, por ser verano y éstos estar de vacaciones.
Esto viene a colación por que se da la circunstancia de ver las dos caras de la moneda, por una parte hemos visto a un comandante firme en sus convicciones, valeroso y cumplidor del deber hasta sus últimos extremos, ahora veremos la parte humana de ese mismo hombre y de la que muy pocos son capaces de escapar.
Eulate solía dar unos largos paseos por la tarde, en los que al parecer su cabeza le llevaba al recuerdo de haber dejado en San Juan de Puerto Rico a su esposa e hijos, sabedor de que esta ciudad había sido bombardeada por la escuadra americana en varias ocasiones, no tenía noticias de ellos, esto le llevó aun fatal estado anímico, que quedó demostrado, por que en sus paseos llego un momento que ya no saludaba a nadie, ni jefes ni compañeros, así como a ningún oficial americano que le saludara, llegando al extremo de pensar que alguien le quería envenenar y para evitarlo, algún compañero tenía primero que probar la comida, pasando después a un estado en el que ya dejó de ingerir alimentos, convirtiéndose en una persona intratable.
Un día en uno de sus paseos, se cruzó con una señora y su bebe de un oficial americano, Eulate se abalanzó sobre el cochecito en el que iba la criatura, la sacó y comenzó, a besarle y abrazarle, la madre se quedó atónita y profirió gritos de auxilio, por lo que acudieron varios oficiales de las dos naciones, pero como ya era conocido su estado, con calma se le habló y él contestó; que no quería hacerle ningún mal al bebe, solo que necesitaba hacer lo que había hecho, abrazarlo y besarlo, ya que echaba mucho de menos a los suyos. Poco tiempo después, por fin tuvo noticias de su familia confirmándole que estaban todos bien, esto le devolvió la tranquilidad de espíritu retornando su carácter a su estado natural.
Al ser repatriado con el resto de hombres de la escuadra y llegar a la Península se le dio un tiempo de descanso y pasar por el consiguiente Consejo de Guerra, del que salió totalmente libre de culpa, por lo que regresó al servicio activo y se le entregó el mando de la fragata Numancia.
Pasando posteriormente al ocupar el cargo de jefe de Estado Mayor de la Escuadra de Instrucción.
Se le ascendió a contralmirante con el cargo de Jefe de Estado Mayor del Departamento Naval de Cartagena y pasado un tiempo en el mismo, pero en el Departamento de Cádiz y unos años después, como comandante de Marina de la ciudad de Sevilla.
Fue ascendido a vicealmirante, pasando a ocupar un cargo civil, como Gobernador de las islas Canarias, lugar en el que le llegó la edad de su pase a la reserva, siendo el día siete de junio del año de 1911.
Al estar ya libre de responsabilidades, decidió fijar su residencia en la ciudad Condal, donde le sobrevino el óbito el día veinte de febrero de año de 1932, contaba con ochenta y siete años de edad.
Bibliografía:
Baamonde y Ortega, Manuel.: Memoria de los Servicios Prestados por la Marina Militar en la Campaña del Norte. Imprenta de Miguel Ginesta. Madrid 1878.
Cervera Pery, José.: La Guerra Naval del 98. Editorial San Martín. Madrid 1998.
Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez –Valverde y Martínez.
Gómez y Amador, Luis.: La Odisea del Almirante Cervera y su escuadra. Biblioteca Nueva. Madrid 2001.
Mendoza y Vizcaino, Enrique.: Historia de la Guerra Hispano-Americana. A Barral y Compañía Editores. México 1898.
Válgoma, Dalmiro de la. y Finestrat, Barón de.: Real Compañía de Guardia Marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes. Instituto Histórico de Marina. Madrid, 1944 a 1956. 7 Tomos.
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