Combate Santiago de Cuba 3/VII/1898
De Todoavante.es
Sus condiciones no fueron aceptadas por el Ministro y se terminó la conversación, Cervera que conocía el percal del Ministro, salió de la entrevista ‹esbozando una ligera sonrisa›, no en balde llevaba ya muchos años siendo comisionado a misiones que ningún otro en la Corporación quería aceptar. Regresó a su lugar de descanso en Vichi, pero hubo un nuevo cambio de Gobierno, llegando de nuevo como Presidente el señor Sagasta y Ministro de marina don Segismundo Bermejo, así el 11 de octubre de 1897 recibió un telegrama del Presidente, quien le llamaba urgentemente a su presencia a Madrid.
Aquí empezaba el calvario del hombre, porque era conocedor de que ya las presiones norteamericanas eran muy fuertes y la guerra antes o después estallaría contra un país mucho mejor preparado para ella que España, y aunque no estaba seguro, sospechaba cual era esa premura para que se presentase. Se puso en camino, llegó, y se le comunicó que con fecha del día veinte había sido nombrado Comandante General de la Escuadra, para lavarle la cara el 25 se le concede la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo y el 30 del mismo mes llega al Departamento de Cádiz a tomar el mando que se le había designado.
Aunque no sea el lugar cronológico correspondiente, en una carta fechada en 1903, don Antonio Maura le dirige unas letras, que dicen muy bien en qué ambiente y forma se le otorgó el mando: «…camino del calvario, por donde va a hacerle subir la madre Patria, echando sobre sus fuertes hombros la cruz de las imprevisiones y desaciertos, de largo tiempo atrás cometidos…»
(En este espacio de tiempo, que va desde su nombramiento como Comandante General de la Escuadra, (a la que hay que decir que mejor llamarla división, ya que los principales buques de ella no estaban disponibles y de los que se pusieron bajo su mando, uno no llevaba su artillería principal) iremos solo dando algunos apuntes, para ir situando al lector, ya que el combate y antecedentes están impresos en muchas obras y por mejores plumas que la nuestra, no es que lo queramos obviar, pero como esto es Historia, no es posible cambiarla en absoluto y no pretendemos dar nuestra opinión al respecto, por la mucha polémica que viene arrastrando desde que se supo que la división fue destruida y hundida, por lo que solo daremos aquellas referencias dignas de mención.)
Un buen ejemplo de la preparación de las dotaciones, incluidas las de sus mandos (contra los que en ninguna forma se intenta ir en su contra, bastante hicieron con cumplir con su deber), es que el 27 de noviembre de 1897, después de varios escritos con el Ministro se resuelve que la división realice unas maniobras con fuego real, pero con la salvedad del Ministro de: «no gastar mucho, no consumir carbón y ahorrar disparos…» y el día mencionado zarparon del puerto de Cádiz, el crucero Vizcaya, insignia, Oquendo, María Teresa y Colón, con rumbo al Mediterráneo a aguas de Santa Pola, siendo así los primero ejercicios de fuego real desde el problema con Alemania, por las islas Carolinas en 1884. (Solo hay que pensar lo bien instruidas que estarían las dotaciones en fuego real, como el que iban a recibir.)
A lo que se sumó que por estar en pleito por el tema de la artillería principal de crucero Colón, éste tuvo que arribar a Cartagena, donde posteriormente se presentó don Pascual y sabiendo que los entregados por la casa Ansaldo eran los números 325 y 313, y estos no estaban en condiciones, les pidió que aunque fueran de menor calibre que se le instalaran, ya que era una cuestión de vital importancia a nivel de Estado que el buque pudiera entrar en combate en condiciones, incluso que si no se hallaba ninguno se le instalaran los defectuosos. (Más valía malo que ninguno)
Así que tenemos a un país a punto de entrar en guerra y que no se dispare mucho, no hay cañones, los servomotores de las piezas grandes no tenían fuerza, los cierres de la artillería de 14 ctm. eran no inseguros, sino peligrosos; los casquillos eran de muy mala calidad y no le daban confianza, tanto que en las maniobras esta artillería por considerarla principal en caso de combate, ni siquiera se utilizó, mientras que la gruesa solo se efectuaron dos disparos por pieza. Y lo comentado sobre las dotaciones, eran tanto el despiste que muchos oficiales tenían que indicar personalmente como debían de hacerse los movimientos y donde se encontraban las herramientas para casos de urgencia.
Don Pascual en una nota de su diario dice de Bermejo con gran dolor: «…me aconsejó ahincadamente la necesidad de restringir lo más posible el uso de los cañones…» Para cualquier persona que medio sepa algo sobre lo que significa tener y mantener una escuadra, no hay que explicarle que las condiciones en que se le puso al contralmirante Cervera, eran harto indeseables para cualquier mando, por eso no se le dio a otro, solo al que sabían por experiencia que al menos intentaría lo mejor por y para España.
El 25 de enero de 1898 arribó al puerto de la Habana el acorazado de segunda Maine de pabellón norteamericano y el 5 de febrero, lo hacía el crucero Montgomery al puerto de Matanzas siendo de la misma nacionalidad. En compensación a estas visitas de cortesía, se dio orden al comandante Eulate que tenía el mando del crucero Vizcaya, de partir rumbo a Nueva York para devolver la visita, pero el crucero estaba a punto de entrar en carena para limpieza de fondos, recorrer sus máquinas, limpiar los condensadores, verificar el funcionamiento de la artillería de 14, afirmar su servomotor, proteger los grifos de la tuberías contraincendios, cargar víveres y entregarle dinero para gastos o pagar a la dotación, o si surgía algún inconveniente. Nada de todo esto se efectuó. Pero para comprobar el gran sacrificio y buena organización de los marinos, a pesar de ser una orden del Ministro e imprevista, se pudo localizar a todos los miembros de la dotación en la intrincadas tierras de Galicia, ya que la mayoría eran de ella y al prever una varada de algunos días de duración se les había dado permiso a todos ellos, pero ninguno faltó a la cita.
Hay innumerables cartas cruzadas entre don Pascual y el Ministro, en todas la ‹confianza› del político es rayana en la inconsciencia, por infravalorar el poder de los norteamericanos y sobrevalorar el de nuestros buques, cuando precisamente los dos más poderosos él acorazado Pelayo y el crucero acorazado Emperador Carlos V no pudieron aprestarse a tiempo, y como arreglo a toda la locura, le indica Bermejo, que; «…no ve correcto que un contralmirante español lleve su insignia con solo tres buques, por lo que en cuanto pueda le incorporara al Colón con o sin cañones…» esto a buen seguro tranquilizó a Cervera, sobre todo viniendo del Ministro.
Para arreglar el tema, curiosamente el 15 de febrero a las 21:40 horas se oyó un explosión que levantó una llamarada en el fondeadero de la Habana, era que el acorazado de segunda clase norteamericano Maine había volado, yéndose al fondo en contados minutos pero como había poco calado de más, quedó media estructura por encima del nivel del agua. A partir de este momento comenzaron todas las formas habidas y por haber, utilizadas por la prensa norteamericana encabezadas por las publicaciones de Pulitzer y Hearst para llevar a su país a la guerra con España para apoderarse de la isla de Cuba, en la que los grandes magnates de la naciente potencia tenían demasiados intereses como para dejar pasar la oportunidad de anexionarse la isla.
Con las ausencias de los buques asignados a otros cometidos, el día veintinueve de marzo zarpó don Pascual del puerto de Cartagena, dando ya por perdido el poder montar algún tipo de artillería en el Cristóbal Colón, así que éste, el Infanta María Teresa y el contratorpedero Destructor formando la ‹escuadra›, con rumbo al puerto de Cádiz para unirse con los destructores de la escuadrilla de Villaamil, que debían zarpar con rumbo a la isla de Puerto Rico según órdenes del Gobierno. Pero todo estaba tan a punto, en su sitio y bien revisado, que a las pocas horas de zarpar de Cartagena el Cristóbal Colón sufrió el reventón de una caldera, por sus efectos varios fogoneros salieron despedidos y chamuscados, no quedó aquí el problema ya que al doblar el cabo de Gata, la mar gruesa de Poniente obligó a buscar refugio en el puerto de Almería al Destructor, pues le era imposible navegar entre aquellas olas, arribando a la bahía de Cádiz el día treinta de marzo, con toda su escuadra, compuesta por el Colón averiado y el Infanta María Teresa que enarbolaba su insignia, aquí fue donde les pintaron los cascos de negro a los buques, (vistiéndolos de luto antes de hora) y donde cargó la única remesa de los proyectiles de 14 centímetros que si iban a servir y mucho.
El 4 de abril de 1898, la situación de la escuadra era la siguiente, las negociaciones con los Estados Unidos estaban ya en punto de declaración de guerra, la escuadrilla de Villaamil intentando arribar a su destino, sabiendo que los buques norteamericanos Brooklyn, Columbia y Minneapolis estaban bloqueando a Puerto Rico, el Vizcaya y el Oquendo ya habían arribado a la Habana, y el Comandante de la escuadra en Cádiz, sin que el gobierno le hubiera indicado lo más mínimo que hacer, pero en cambio sí que le quitaban buques para cumplir comisiones diplomáticas, cuando la guerra estaba como solía decir él; «encima como un tren expreso.»
Don Pascual no se le ocurre otra cosa que escribir al Ministro Bermejo el mismo día cuatro de abril: «Al Ministro Bermejo.— Creo es muy peligroso que continúe su viaje escuadrilla de torpederos.»
«Como no tengo instrucciones, es conveniente que vaya a Madrid para recibirlas y formar plan de campaña, Me preocupan las Canarias, que están en situación peligrosa. Si durante mi ausencia fuese necesario que la escuadra saliera, podría verificarlo por segundo Jefe.» El Ministro no tardó en contestar, ya que esa misma tarde le llegó su carta que decía: «Ministro Bermejo al almirante Cervera. Recibido su telegrama cifrado. En estos momentos de crisis internacional no se puede formular de una manera precisa nada concreto.», Así que don Pascual se quedó paseando por la toldilla del Infanta y alguien le oyó decir en voz alta: «¡Pero Señor! ¡O yo me he vuelto loco o el mundo se ha vuelto del revés! ¡De modo que estamos a dos pasos de una guerra; vemos que el enemigo ha concretado ya sus planes reduciendo la lucha al mar, porque la guerra ha de ser exclusivamente por mar, y …precisamente por eso, no es hora de pensar en planes determinados, fijos y precisos!.»
En cambio continuó la correspondencia, en la que el Ministro insistía en la rápida salida de la escuadra y don Pascual en recibir instrucciones precisas del Gobierno, así que viendo que nada se podía sacar en claro, escribió: «Cádiz, 7 de abril. Almirante al Ministro: Mañana por la tarde efectuaré salida para Cabo Verde, donde la escuadrilla de torpederos quedarán a mis órdenes. Como desconozco los planes del Gobierno y no se me dice qué he de hacer después, esperaré sus instrucciones cubriendo Canarias.»
Unas pocas horas después el Ministro le contesta: «La premura de la salida impide por el momento darle conocer plan que solicita; pero lo tendrá con todos sus detalles a los pocos días de su llegada a Cabo Verde, pues seguirá sus aguas un vapor abarrotado de carbón.» El 8 de abril Cervera envía un telegrama al Ministro: «Son las cinco de la tarde y estoy saliendo con el Teresa y Colón.— Cervera.» El 14 arribó a San Vicente de Cabo Verde, encontrándose con la escuadrilla de torpederos y su comandante el capitán de navío Villaamil, con los destructores; Terror, Furor y Plutón, más los torpederos; Ariete, Halcón y Rayo, a los que acompañaba el transatlántico Ciudad de Cádiz.
Previsor como siempre Cervera ordena comprar carbón, pero Villaamil le dice que en las isla no les venden, ya que en Cardiff están de huelga y si se alarga no tendrán ni para los propios buques, además de que su precio se ha disparado a cincuenta y un chelines la tonelada, así que sigue a la espera del vapor con el carbón y las instrucciones. A pesar de esto, si que consigue hacer una buena carga de víveres, aunque casi acabó con las existencias de la zona. Por carta del Ministro se le indica que a pesar de no haberse declarado la guerra, le han comunicado que los buques; Massachusetts, New York, Texas, Columbia y Minneapolis, que era la escuadra volante norteamericana habían zarpado el día trece con rumbo a Cuba.
Del diario inédito de Cervera, se lee: «Por fin, el 18 de abril tuvimos la alegría de ver entrar al San Francisco, que fondeó tan cerca de los buques como pudo y a barlovento, con objeto de aprovechar el tiempo, que nos urgía.» Por lo que el Contralmirante mandó inmediatamente un bote a recoger las ‹instrucciones› pero si algo le faltaba, al abrirlas lee escuetamente: «Salir para puerto Rico y defender la isla», pero la sorpresa fue mayor ya que las ‹instrucciones› llevaban fecha del 7, cuando él zarpó el 8 de Cádiz, lo que pone de manifiesto que el Ministro lo estaba engañando, al parecer todo estaba motivado porque el Gobierno así se evitaba tener que soportar al metódico Cervera, razón por la que lo habían despachado lo antes posible.
Ante esto el pensamiento de Cervera le lleva más lejos, «¿Por qué en vez de ir a Cabo Verde, no le dieron la orden de arribar a las Canarias ya que aquí hubiera llegado la división de Villaamil, en ellas no hubiera tenido ningún problema para cargar combustible y víveres, ahora de lo último si tenía, pero de lo primero no?» Y sigue sacando conclusiones: «¡queda claro que por la ceguera del Gobierno, por quitárseme de encima está poniendo en grave peligro a la escuadra y todos sus hombres! ¡O sea, que porque uno molesta, que lo paguen todos incluida España!» Una reflexión que el almirante no perdonaría jamás a los gobernantes.
El día diecinueve ya muy desalentado, ordena izar la señal ‹comandantes a la orden› por lo que inmediatamente fueron acudiendo todos los comandantes, pues la señal era indicaba acudir a un Consejo de Guerra. Para mejor definir a los distintos jefes sacamos como siempre de su diario su opinión sobre todos ellos: «Concas representaba la técnica naval, acreditada por largos años de estudios y trabajos marítimos; Paredes, Eulate y Lazaga eran el prototipo de la caballerosa tradición española; Bustamante representaba la ciencia militar; Villaamil y Díaz Moreu, el ambiente de la época, la política, a la cual ambos, con bastante buen sentido habían colaborado.»
Ya reunidos a bordo del Teresa don Pascual les preguntó: «¿Conviene que esta escuadra vaya desde luego a América o que cubra más bien nuestras costas y Canarias, para desde allí acudir a cualquier contingencia?», después de conversar entre ellos se decidieron por una sola respuesta: «…teniendo en cuenta las deficiencias de nuestra escuadra, en relación con las del enemigo, y los escasísimos recursos que actualmente presentaban tanto Cuba como Puerto Rico para servir de base de operaciones, y no ocultándoseles los inconvenientes graves que a la nación reportaría un descalabro de nuestra escuadra en Cuba, por dejar entonces casi impune la venida del enemigo sobre la Península e islas adyacentes. Por lo que se acordaba por unanimidad proponer al Ministro les designase un puerto cualquiera de las islas Canarias, manteniéndose la escuadra lista a la espera de órdenes.»
Como contrapartida, el Ministro convocó una junta de generales de marina, la presidió Bermejo y estuvieron; el almirante Chacón, los vicealmirantes, Valcárcel, Beránger, Butler y Martínez, contralmirantes, Pasquín, Navarro, Rocha, Warleta, Mozo, Cámara, Reinoso y Guzmán, más los capitanes de navío de primera clase; Gómez Imaz, Terry, Lazaga, Cincúnegui y Auñón. El primer efecto y curioso por su organización fue, que los presentes se preguntaban para que habían sido llamados.
El Ministro les hizo una breve puesta al día. A lo que se sumó que el contralmirante Pasquín, le preguntó, si era una ‹junta de guerra› o una reunión ‹de amigos› Pero la chispa saltó al explicar el Ministro que la escuadra ya estaba en Cabo Verde, recibiendo una gran protesta de Beránger, Gómez Imaz y Mozo, pero al ser informados de que la pretensión era que llegara a Puerto Rico, las opiniones se dividieron, siendo Auñón el más partícipe de que fuera cumplida la orden, mientras Gómez Imaz, pedía que se esperaran en Cabo Verde, hasta que se les unieran el Pelayo y el Emperador Carlos V, y a pesar de esto, estaban en contra Butler, Lazaga y Mozo.
Pero la política es la política, por lo que el Ministro envío un telegrama a don Pascual en el que entre otras cosas le dice: «Oída la Junta de Generales de Marina, opina ésta que los cuatro acorazados y los tres destructores salgan urgentemente para las Antillas…; la derrota, recalada y casos y circunstancias en que V. E. debe empeñar o evitar combate, quedan a su más completa libertad de acción. En Londres tiene a su disposición 15.000 libras; los torpederos deben regresar a Canarias con los buques auxiliares…La bandera americana es enemiga.» y como se ve más arriba, la unanimidad no existió, ni siquiera la mayoría para emitir tal orden. (Pero obsérvese que insisten en denominar acorazados a los cruceros, incluso los profesionales.)
La división zarpó de Cabo Verde el día veintinueve de abril por la mañana, con rumbo al noroeste como si regresaran a Canarias, hasta que se perdieron de vista las islas por no dar pistas a posibles espías, virando entonces y dando remolque a los destructores, comenzando al principio a navegar sobre los diez nudos, pero al poco se vio que los destructores metían demasiado sus proas, así que se dio la orden de disminuirla a siete. A esto se añadía los constantes fallos de remolque, así como pequeñas averías en los destructores, que aún reducían la media a una velocidad totalmente insoportable para unos buques de guerra y en guerra.
Al respecto el autor americano Mahan dice: «…el 29 de abril abandonó Cabo Verde la escuadrilla de Cervera con rumbo desconocido, y desapareció durante catorce días a toda investigación de los Estados Unidos…sospechas lógicas nos inducían a creer que irían primero a Puerto Rico, para tomar al menos carbón y víveres, y si su destino final era el puerto de la Habana, tendrían que pasar irremisiblemente por el vigilado canal de Barlovento, entre Cuba y Haití…por esta razón se dio la orden al almirante Sampson de vigilar este canal con los buques; Yowa, Indiana y New York, dos monitores y un buque carbonero…lograron desorientarnos del todo.» A pesar de ello aún desplazaron a dos vapores rápidos de aviso los; Harward y San Luis, situados a ochenta millas al Este de las islas de la Martinica y Guadalupe, realizando cruceros de vuelta encontrada entre ellos en rumbo Norte-Sur.
Estando en las cercanías de las Antillas menores, don Pascual ordenó a Villaamil que con los destructores Terror y Furor, se acercara a la isla de la Martinica y a su capital de Fort de France, para recabar información sobre la escuadra americana. Todo porque el Ministro le había indicado que se informara en Martinica y en Curaçao encontraría a un buque carbonero con 5.000 tn. para abastecerse. Por esta razón el día diez de mayo a las diez de la mañana se separó Villaamil para cumplir su misión, quedando la división navegando a muy baja velocidad con rumbo al canal de Santa Lucia, para darle tiempo al comandante de la flotilla de destructores a poder regresar.
En esos momentos todavía la escuadra no sabía si se había declarado oficialmente la guerra. Al amanecer del día siguiente se vieron por el horizonte dos columnas de humo, lo que hizo pensar que la hora del combate había llegado, pero aquellas columnas se fueron acercando muy despacio y para acortar el tiempo la división viró de vuelta encontrada, pronto se distinguieron por medio de los prismáticos que eran nuestros destructores, pero el Furor remolcando al Terror, al estar ya relativamente cerca de pronto el Furor, zafó el cable de remolque y virando se alejó rápidamente, dejando al Terror, al que le habían reventado varias de las calderas, ya que con las prisas de hacerse a la mar los buques no fueron probados a navegar a toda máquina y al hacerlo las del Terror saltaron, dejando al buque casi sin propulsión, por lo tanto inútil para el combate, de hecho fue remolcado a Fort de France y fue el único buque de la división que regresó a España posteriormente. El Furor viró y se alejó dado que no había podido cumplir su misión.
Al anochecer del 11 de mayo se fue acercando la división a la isla de la Martinica, para evitar abordajes entre los mismos buques, solo se llevaba una tenue luz en la popa, como aviso de la cercanía de entre ellos. Como es de suponer las dotaciones ya llevaban dos días durmiendo y comiendo en sus puestos de combate, por lo que los nervios, añadido a no descansar bien empezaba a dar muestras de agotamiento entre ellos. Ya de madrugada cuando todos ya casi daban por perdido al Furor, se vio en la oscuridad de la noche el reflector que daba la señal convenida ya que se podía leer una —R— del alfabeto Morse, al verla desde el Infanta encendió el reflector que marcaba la letra —A— señal convenida para identificarse, así sobre las tres de la madrugada el capitán de navío Villaamil subía por la escala del Teresa.
Villaamil pasó a la cámara de don Pascual al que le contó lo sucedido; se había entrevistado con el cónsul español, éste no tenía ningún tipo de noticia del Gobierno y solo le cupo el honor de ponerse a las órdenes del almirante, cuando terminó la entrevista el Gobernador Francés no lo quería dejar salir del puerto por ser neutral, y no hacía veinticuatro horas que el vapor rápido de aviso armado norteamericano Harward había abandonado el puerto, por lo que se podrían encontrar y sería su responsabilidad; Villaamil le contestó, que o le dejaba salir o comenzaba a bombardear la ciudad, lo que convenció al Gobernador, pero tropezó con la astucia de éste, ya que había dado la orden a todos los prácticos que se retiran del puerto, para evitar con ello que pudiera zarpar, pero apareció el capitán don Antonio Genís, que lo era del trasatlántico español Alicante, que se encontraba allí enviado por el Gobierno para servir de buque hospital, don Antonio ordenó a varios de sus contramaestres que con linternas indicaran al comandante del Furor, al menos donde estaban los límites de su buque y los que estaban a proa y popa de él, así pudo desatracar y zarpar del puerto, pero al mismo tiempo el curioso capitán, había estado recortando noticias de diarios que le fueron entregados a Villaamil, para don Pascual, que fueron todas las que pudo conocer el almirante.
Hay que aclarar, que el Gobernador tenía razón, ya que en la prensa norteamericana del día siguiente se dio la noticia del encuentro naval, entre el Harward y el Furor, dando el hecho como el primer encuentro naval de la guerra, siendo como casi todo un montaje, ya que efectivamente el crucero vio al destructor, pero pensando que era la avanzadilla de la división, presentó la popa y a toda máquina puso mar por el medio perdiéndose en la lejanía, tanto que el menor franco bordo del destructor le impidió ver al crucero. Y al mismo tiempo las noticias que pudo recabar fueron: Que la guerra estaba declarada. Que desde Cárdenas a Cienfuegos estaba la isla con un riguroso bloqueo. Que otra división al mando Sampson se encontraba bombardeando San Juan de Puerto Rico. Que dos cruceros auxiliares estaban cruzando sobre las islas de Martinica y Santa Lucía. Que Puerto Plata y Savannah estaban en poder de los americanos. Que la escuadra de Montojo en las Filipinas había sido destruida por la americana al mando de Dewey. Que en España había crisis ministerial (suponemos que a ésta fue a la que menos caso le haría, ya que no era ninguna novedad), por lo que solo quedaba libre de acceso el puerto de Santiago de Cuba en toda la isla.
Viendo que el peligro podía ser inminente, se decidió remolcar al Terror a Fort de France, cruzaron el canal de la Mona y ya en franquicia de posibles enemigos, volvió a enarbolar la señal de ‹Comandantes a la orden› Fueron llegando todos y al estar reunidos don Pascual les dijo: «¡Y bien! ¿Qué hacemos ahora?», después de deliberar, se concluyó que, a San Thomas colonia holandesa no se podía ir ya que los americanos hacía poco que se la habían querido comprar y como estaba muy cerca de Puerto Rico era de suponer que la estaban utilizando como base.
El Ministro Bermejo había cometido un grave error, pues cuando comunicó las órdenes a las islas de Cabo Verde lo hizo utilizando un cable extranjero, por eso la creencia de los americanos de que la división iría a Puerto Rico, lo que automáticamente quedó descartado por unanimidad, además de mantener a los cruceros auxiliares Harward y Saint Paul en constantes cruceros en la zona, por lo que el posible paso a Punta Maisí quedaba fuera de discusión por excesivamente peligroso; que el bloqueo de la isla de Cuba no dejaba nada más que a Santiago de Cuba libre y para arreglar el panorama, para poder hacer cualquier movimiento, tanto de combate como de ocultamiento las reservas de carbón eran escasas. Por lo que solo quedaba una oportunidad, que era saber si el Ministro de verdad había enviado el carbonero a Curaçao y poder rellenar las carboneras, para decidir después que se hacía. Ésta última isla era de propiedad holandesa, por lo tanto neutral.
La navegación se realizó entre ambos puntos a catorce nudos, que eran los máximos que daba el Vizcaya, arribando el día catorce al amanecer frente al puerto de Santa Ana. Aquí el Gobernador con el tema de la neutralidad se puso firme y solo permitió la entrada de dos cruceros y para cargar entre ambos seiscientas toneladas, y a un precio casi imposible de pagar, pero el carbonero que el Ministro afirmaba les esperaría aquí no estaba, ¿dónde estaba?
Un telegrama del Ministro decía: «Madrid 12 de mayo: Ha sabido con satisfacción Gobierno su llegada a ese puerto (Fort de France). Península sin novedad…Vapor Alicante debe encontrarse ahí, y otro vapor inglés con 3.000 toneladas debe llegar a ese puerto, a las órdenes capitán Alicante; puede disponer vuecencia de ambos buques.» La tarde del mismo doce, el Ministro envía otro cable al comandante General de Puerto Rico, en el que le indica que envíe al mercante inglés a Fort de France, por pensar que la división se encontraba allí.
El mismo día doce Bermenjo, le pone otro telegrama a Cervera que dice:
- «El Ministro al Almirante.— Martinica.— Madrid, 12 mayo 1898.— Desde su salida han variado las circunstancias. Se amplían sus instrucciones, para que, si no cree que esa escuadra opere ahí con éxito, pueda regresar Península, reservando su derrota y punto recalada, con preferencia Cádiz. Acuse recibo y exprese su determinación.»
Bueno, aquí ocurren dos cosas, se ofrece al Alicante, pero no por llevar carbón para la división, sino como buque hospital o de almacén. Y la segunda y más importante, de estos tres telegramas, solo se enteró don Pascual en su Consejo de Guerra ya en España, porque nunca llegaron a sus manos. (¿Quién los retuvo?)
Cervera considero que los más faltos de carbón eran el Vizcaya y el Teresa, así que son los que entraron a cargar, pero en el puerto no había (o no vieron) medios para realizar la carga más rápidamente, así que con solo los botes de los cruceros, el gran nervio de la dotaciones y muchas ganas de zarpar de allí, les llevó a realizar el trabajo casi a mano, mientras Cervera ordenó al Colón que le diera carbón al Plutón por estar ya ‹a plan barrido› Bajó a tierra el almirante para convencer al Gobernador que al menos le diera permiso para cargar los buques de ‹capitán a paje› de víveres para treinta días, a lo que no se opuso ‹judaico comercio› (como lo nombra el mismo almirante en su diario) le puso las cosas muy difíciles ya que siendo conocedores de las prisas y necesidad de la división, los precios eran astronómicos.
Aprovecha su estancia en tierra para poner un telegrama al Ministro: «Curaçao, 14 mayo 1898. De acuerdo con segundo Jefe y Comandantes de los buques, vine aquí con esperanza encontrar buque carbonero, anunciado en el telegrama de 27 abril. Buque carbonero no ha llegado, y no he podido adquirir el que necesito, lo que crea conflicto del que veré cómo salgo. Sólo han permitido entrada dos buques, limitando permanencia 48 horas.— Cervera.» Y al no cumplir el Ministro con su promesa perfectamente expresada en su telegrama, es cuando se suceden los desatinos por todas partes con el tema del carbón.
Pero el Ministro parece que no leía los telegramas, ya que envía uno al capitán del Alicante, para que ponga rumbo a Curaçao, pero cuando llegó y además no llevaba carbón, y la división ya había zarpado de este puerto. Al día siguiente Bermejo envía otro telegrama: «A Cervera. Curaçao.— Madrid 15 mayo: Recibido su telegrama. Se ordena al trasatlántico Alicante, surto en Martinica, salga inmediatamente para esa. Si creyese no alcanzase el tiempo para esperarlo. Telegrafíe urgente Comandante (pero aquí debió añadir del Terror que está en Fort de France) para donde lo quiere. En vista su ida a Martinica, vapor encargado ir a Curaçao se ordenó fuese a Martinica. Si no pudiera esperar al vapor trasatlántico Alicante, deje órdenes en esa, para que a su llegada pueda dicho buque dirigirse a donde vuecencia ordene, así como vapor inglés Tuickhand, que también lleva carbón.» ¿Cómo —que también lleva carbón—? ¡el Alicante no llevaba nada más que para él!
Casi inmediatamente, envía otro al Comandante General de Puerto Rico señor Vallarino: «Madrid 15 mayo. Procure por todos los medios que lleguen a conocimiento Almirante escuadra, que está en Curaçao, los telegramas que para él tiene, así como noticias sobre situación escuadra enemiga, y disponga inmediatamente salida del vapor inglés Roath, si tiene carbón a bordo para escuadra.» Por notas de don Pascual al pie de estos telegramas a los dos primeros le añade: «Estos tres telegramas (uno de ellos no está) no fueron conocidos hasta estar en Santiago de Cuba, donde se recibieron.» y al último: «Éste telegrama lo he conocido mucho tiempo después de mi llegada a España.» Por lo que al amanecer del día dieciséis, por haberse cumplido las cuarenta y ocho horas del tiempo fijado zarpaba la división, con la incertidumbre de don Pascual de no haber recibido ningún telegrama durante todo ese tiempo.
Se alejaron con rumbo invertido al que se suponía que debían llevar y al perder de vista la isla ya que el tiempo acompañaba ordenó izar la señal: ‹Comandantes a la orden›, ya reunidos todos a bordo, volvió a repetir la pregunta: «¡Y bien! ¿Qué hacemos ahora?» se analizó la situación de nuevo; la escuadra americana estaba rondándoles; los principales puerto de la isla de Cuba estaban bloqueados y la falta de carbón les impedía hacer millas en falso. Por lo que vistas todas las posibilidades y las condiciones de poder arribar a la isla, solo les quedaba la encerrona de Santiago de Cuba, decidido así por unanimidad el almirante solo dio una orden, «que fueran apagadas las calderas innecesarias en cada buque para ahorrar combustible, que en cualquier momento podía hacerles mucha falta» se trasladaron los comandantes a sus buques y se formó la división, en cabeza de ella iba el Plutón, que un tiempo después de ponerse en marcha izó la señal de ‹hombre al agua› por lo que viró y los demás pararon máquinas, se recogió al caído y volvió a ponerse en marcha la división.
Los días quince al dieciocho, fueron de vigilancia constante de hecho no se movía nadie de su puesto, excepto por turnos de puestos, para que estos no quedaran totalmente abandonados, comer rápido y regresar. El último día a punto de anochecer se pudieron divisar por babor las cumbres de las montañas de la isla de Jamaica, porque la división cruzó por el canal entre ésta y la de Haití, sobre media noche pudieron comprobar que los dos cruceros auxiliares americanos, el Saint Paul y el Harward con sus reflectores encendidos les pasaron por la proa, de hecho los haces casi alumbraron las bandas de los buques españoles, pero está claro que no los vieron porque nada sucedió y prosiguieron su rumbo (quizás esta es la razón de pintarlos de negro), lo que facilitó que la división les dejara alejarse y pasarles por sus popas, a la mañana siguiente diecinueve de mayo ya casi viendo el canal de entrada al fondeadero de Santiago de Cuba, consiguiendo arribar y atravesar la difícil entrada para a continuación ya en el interior ir fondeando todas las unidades. No solo don Pascual sino varios de los comandantes explican muy gráficamente que llegaron: «quemando el último carbón que le quedaba.»
Aquí vienen los parabienes de todos, entre ellos el del nuevo Ministro Auñón, el general Blanco y otro telegrama de Auñón en nombre de la Reina Regente, pero cuando don Pascual regresó a España anotó en su diario al pie de estos telegramas: «Todos estos plácemes y enhorabuenas, me sonaban a ese ruido especial que forman las palmas y ramos de olivo durante la procesión del Domingo de Ramos. ¡Qué cerca estaba el Viernes Santo y el Calvario!.»
Sobre su arribada a Santiago de Cuba, se ha discutido mucho y largo, pero en aquel momento y visto lo visto, no había otro puerto a su alcance y mucho menos, intentar ganar otro teniendo que combatir antes de reabastecerse de carbón. Aunque hay serias dudas en cuanto al escritor y marino A. T. Mahan, sobre la verdad de mucho de lo que se escribió en su momento, respecto a esto dice algo que bien pensado es casi seguro y correcto: «Suponiendo que hubiera podido tomar otro puerto, aun el mismo de la Habana, esto hubiera facilitado la concentración de las fuerzas de los Estados Unidos, y dándonos la posición más favorable que hubiéramos podido soñar, no sólo por contener y encerrar del todo al enemigo, sino por poder al mismo tiempo y de la manera más apreciable defender nuestra base naval y estratégica de Cayo Hueso.»
Sobre el manido tema del carbón, se encontró don Pascual que en Santiago de Cuba, sólo existían dos mil toneladas como reserva de los cañoneros de la vigilancia de costas y otras mil doscientas, de muy mala calidad ya que eran para las minas y el ferrocarril de Juragúa. Para transportar el carbón a los buques, había un remolcador de puerto, pero tenía la máquina averiada y para transportar el agua necesaria a los buques, que eran otras quinientas toneladas, sólo existía la que estaba en el muelle de Las Cruces, con dos lanchas y en cada una dos pipas del líquido elemento y es que nadie sabe porque se quejaba el contralmirante Cervera, ya que el nuevo Ministro le comunica que: en Fort de France, hay un carbonero con tres mil toneladas para él, pero no puede zarpar sin ser apresado; que otro estaba en rumbo a Curaçao con cantidad parecida; que el Restornel había salido de Curaçao con Cardiff y el marqués de Comillas, había donado siete mil toneladas a España, pero estaban en Cádiz. ¿No entendemos cómo se quejaba don Pascual, si tenía carbón por medio planeta pero no donde estaba él? Pero antes de zarpar de Cádiz no hacían falta hacer planes previsores, porque se estaba casi en guerra.
Dejando en clara evidencia la imprevisión de la orden de zarpar, de ahí que Cervera insistiera en mantener la entrevista con el Ministro Bermejo, que no era para ver que hacía como Comandante en Jefe de la división de buques, sino precisamente concretar a qué punto del planeta debía de acudir, para ir en su búsqueda y poder abastecer a sus buque con sus dotaciones: Lo intentó repetidas veces antes de zarpar para perfilar una táctica, negándosele totalmente, pero no tardó en caer en la cuenta de donde se encontraba, cuando al estar en Cabo Verde recibió las instrucciones que se le daban y fechada un día antes de su salida (ni el Ministro sabía mentir), todavía le confirmaba más que no había ninguna previsión, que todo fue decidió por galones sin pensar en ningún momento, que la división iba a la guerra, pero como siempre eso a los políticos les importa poco, lo importante es tener votos y continuar en la poltrona, del ordeno y mando.
Algo que pudo con la moral de don Pascual, fue enterarse de lo que ocurría en la isla. Que no era otra cosa, que lo que se ha venido repitiendo en la Historia de España, de soldado a general llevaban nueve meses sin cobrar, los hombres desnutridos y flacos mermados de toda fuerza, siendo una prueba sacada de su diario para hacerse una idea del estado de los hombres, que invitó a un oficial a comer a su mesa y el hombre no pudo dar bocado, porque ni fuerzas tenía para masticar, además se disculpó, porque aquellos alimentos «eran demasiado fuertes para que los soportara su estómago.»
Esto no era conocido en la Península. Por un telegrama del general don Arsenio Linares a Correa, sabemos que: «Esta plaza, podrá subsistir lo más hasta mediados de julio. Se consumen 250.000 raciones mensuales por el personal y 20.000 por el ganado. Necesitamos medicamentos para hospitales, especialmente quinina y bismuto. Los cuerpos en enero de este año la consignación de abril del año pasado; los generales, jefes y oficiales y comisiones mixtas tienen en descubierto nueve pagas, con la circunstancia de que las tres últimas recibidas se les dieron en billetes que no circulan aquí.»
Volvemos a su diario inédito: «Pensé en regresar a Puerto Rico, pero para ello debía cargar todo el carbón disponible, para por lo menos poder arribar y allí recargar de mercante, por lo que di la orden de apagar todas las calderas de los buques, ya que la media de carga con un gran esfuerzo sería de 250 toneladas, pero si mantenía las máquinas en marcha la escuadra consumía 200, por lo que el régimen de carga no daba ni para mantenernos con vapor, al mismo tiempo había que limpiar al Vizcaya, ya que en el último tramo daba con dificultad y a base de mucho consumo los 14 nudos, por lo que se reunieron todos los buzos de la escuadra a su bordo para intentar realizar el trabajo, todo lo bien que permitían las circunstancias.»
Pero el día veintiuno se vieron de lejos varios buques americanos, lo que llamó la atención de los comandantes y si la división se mantenía con las calderas apagadas, cualquier ataque incluso dentro del fondeadero sería complicado defenderse, por lo que el contralmirante Cervera ordenó encender de nuevo las del Infanta y Colón, lo que demostró que la escuadra estaba allí, de hecho el día veintitrés se acercaron mucho más y seguro que las columnas de humo de los dos cruceros eran inconfundibles aunque no se pudieran ver los buques, así que el día veinticuatro ya casi entraron en el puerto, solo les paró un disparo desde la Socapa, pero es seguro que esto confirmó la presencia de la división.
Y viene a confirmarlo un telegrama de Auñón a Cervera del 23 de mayo: «Salió escuadra enemiga almirante Schley de Cayo Hueso para sur Cuba día 20 noche y después la de Sampson. Créese cuatro monitores y algunos cruceros guardan canal de Yucatán.» El general Linares recibe uno del general Blanco: «Habana 23 mayo.— Hoy 12 buques enemigos, en frente de Cienfuegos.» Unas horas después recibe el general Linares del general Blanco: «Habana, 23 mayo.— De los barcos que había frente a Habana, se han dirigido hacía barlovento acorazado Indiana, crucero acorazado New York, crucero Montgomery, aviso Dolphin, cañonero grande Wilmington y otros.»
El día veinticinco, desde el Morro avisó de que se acercaban dos mercantes. Don Pascual por si uno de ellos era el carbonero Restormell dio orden al Colón de salir a darle escolta, poco después de la primera señal, se repite: «uno de los dos barcos parecía ir en persecución del otro, que era más pequeño» pero todavía el Colón no había levado anclas, cuando se advirtió por el vigía de nuevo: «el barco pequeño ha sido apresado por el grande»
Efectivamente luego se supo que era el Restormell, que había sido apresado por el crucero auxiliar americano Saint Paul, pero lo raro es que venía al mando de un capitán británico, que no pidió auxilio a pesar de lo cerca que estaba, no llevaba ninguna señal para darse a conocer y lo más grave, no iba a bordo como marcaba la Ley, a ningún responsable diplomático. El caso es que don Pascual se quedó sin su necesario carbón.
El día veintiséis, se levantó un fuerte temporal que obligó a los bloqueadores a separase de la costa, así que don Pascual estaba más seguro de poder con el temporal que los buques americano, y a pesar de no contar con todo el combustible a bordo, dio orden de encender las calderas con intención de abandonar la ratonera, para esperar a que la noche cayera y en su oscuridad aprovechar la nula vigilancia, para intentar volver a burlar al enemigo, así que solo quedaba esperar y todos en sus puestos, pero don Pascual no se fiaba mucho de la laja que cruza el acceso al canal, ya que al producirse esas grandes olas quiso saber si el Colón podría pasar, si a su paso le cogía un seno de ellas.
Ya existía un precedente y de ahí las dudas, fue la fragata Gerona que entre los años de 1871 a 1875 estuvo destinada en el apostadero de la Habana, y en uno de esos años arribó a Santiago, se formó un temporal parecido y quiso zarpar, al pasar por la laja se dejó en ella la ‹zapata› —pieza que protege la parte más baja del timón—, por lo que tuvo que volver a entrar y pasar a reparar, esto teniendo en cuenta que la Gerona calaba en popa 6,40 metros, mientras que el Colón tenía 7,60 y la laja estaba en mar llana a 8,39 metros.
Don Pascual hizo llamar al práctico Miguel y le dijo que revisara la posibilidad de que pudiera pasar el crucero, se embarcó en una lancha, se fue a medir y ver los vaivenes de la mar; pasada una hora regresó a presencia del almirante, éste le pregunto: «¿Viste ya el sitio? ¿Observaste bien la laja?, ¡Sí, mi General! ¿Y crees que podrá pasar el Colón?» Y don Miguel le contesto: «Creo que lo más probable; lo muy probable es que, con la marejada que hay, el barco dé una ‹culá› en la laja.» Se convocó ‹Comandantes a la orden›, y se dedujo que lo mejor era seguir en Santiago, de esta opinión fueron; Paredes, Eulate, Lazaga, Díaz Moreu y Villaamil, mientras que por la salida estaban Bustamante y Concas, por lo que Cervera optó por dar la orden de apagar calderas, suspendiendo la orden de zarpar. Pero mientras esto ocurría el viento fue bajando de intensidad y con él la mar, de forma que a media tarde casi estaba como antes de empezar el temporal, apareciendo un poco después los bloqueadores americanos y aún quedaban dos horas de luz.
Por los partes de los americanos, se sabe que el mismo diecinueve fue comunicada la llegada de la división, siendo informados Sampson, Evans y Mahan, pero estos no dieron crédito a la noticia por haber recibido ya varias que cada una era más peregrina que la anterior, a lo que se añadía que debían de haber pasado entre los dos cruceros auxiliares y pensaban que era imposible el haberlos burlado, no obstante enviaron a los cruceros auxiliares, Saint Paul, Harward, San Louis y Jale con el crucero rápido Minneapolis sobre Santiago de Cuba, que fueron los que se vieron el día veintiuno y después de que estos aseguraran que estaba la división española en el fondeadero, fue cuando el día veintinueve el Departamento de Marina de los Estados Unidos dio la orden a Sampson de acudir a verificar de verdad la noticia, por lo que se puso a rumbo con el Oregon y New York, arribando el día uno de junio dando así comienzo éste día como fecha oficial del bloqueo, pero de verdad éste empezó el día veintisiete, pues ya estaba bloqueado por Schley. (Es curioso observar, que aun siendo confirmado por marinos, no se lo crean y envíen a Sampson a confirmarlo.)
Aun contando la fecha oficial como buena, sólo habían transcurrido once días desde la arribada de la división, pero solo nueve desde que comenzó la carga del carbón, si nos atenemos a las cifras dadas por don Pascual, sólo se habría cargado el carbón bueno, pero a ese habría que descontar que al mismo tiempo dos de los cruceros ya estaban consumiendo para estar listos para impedir un asalto y se habían encendido las caladeras de toda la división en varias ocasiones.
El 31 de mayo, se presentó parte de la escuadra americana, estando presentes los acorazados: Iowa, Massachusetts y Texas, con los cruceros Brooklyn y Amazonas, se situaron a unos siete mil metros y comenzaron a bombardear, por lo que se dio la orden al Colón y Mercedes de apostarse en la entrada, entonces sucedió que uno de los vapores rápidos que hacían de cruceros auxiliares, tuvo la temeridad de acercarse demasiado, por ello los dos cruceros españoles abrieron fuego con sus piezas de 16 centímetros. Consiguiendo un impacto, ya que el capitán Evans en el diario Century Magazine del mes de mayo de 1899, reconoce que al parecer una granada del Colón atravesó el casco del auxiliar y le dio fuego a la botica. Pero esta forma de combatir, ya le dijo al almirante como iba a ser el encuentro, los americanos se mantendrían siempre fuera del alcance de sus cañones y valiéndose de su mayor calibre batirlos de lejos hasta dejarlos dañados, para luego sin riesgo ir acortando las distancias para rematarlos. (Estaba ya haciendo un retrato de lo que pasó.)
Sobre las dos de la madrugada del 2 de junio, se oyó un intenso fuego en el canal de entrada, el almirante pensando que era un ataque de los americanos mando ‹zafarrancho› y al poco cesó el fuego, un rato más tarde se acercó el oficial Caballero a don Pascual, diciéndole que un acorazado americano había intentado forzar la entrada. Esto llamó la atención de Cervera, ya que no era lógico por la forma de actuar del día anterior que se atrevieran a hacer un acto de este riesgo, así que ordenó que se abarloara a su insignia una pequeña lancha de vapor, la cual abordó y junto a otros oficiales pusieron rumbo al lugar, al arribar no se veía nada pero si se oyeron unas voces que gritaban «¡Prisioneros de guerra!» por lo que se puso a buscar en la oscuridad a estos hombres, consiguiendo dar con ellos por las voces que no paraban de dar, al llegar se dieron cuenta que eran ocho, pero todos vestidos con traje de baño, entre ellos se destacó un oficial ya que llevaba su pistola, guantes, gemelos y una cantimplora con whiskey, estaban agarrados a una balsa hecha a propósito para la misión, pero tuvieron la mala suerte de que al arriarla dio la vuelta, lo que les impidió coger los remos y regresar a sus buque, el cual además les abandonó.
El oficial se presentó como Hobson, y sus siete hombres voluntarios todos, con la misión de abordar al carguero Merrimack, de 4.117 toneladas, que estaba equipado con un buena cantidad de carbón, su casco a flor de agua con un sinnúmero de jarras todas ellas cargadas de pólvora, para poder hacer fuego sobre ellas y que estás comunicaran el fuego a la carga interior, lo que conseguiría hacer saltar toda la obra viva, ya que en su interior se le había cargado con grandes piedras, con la intención de bloquear el canal de acceso al puerto de Santiago, pero el fuego de tierra desde Punta Gorda consiguió hundirlo y curiosamente sin tocar ninguna de aquellas jarras, lo que les impidió conseguir su objetivo.
Al saber don Pascual todo lo que habían intentado por boca del oficial Hobson, solo le dijo: «¡Bien, muy bien! ¡Sois unos valientes! ¡Os felicito!.» Está actitud del almirante dejó perplejo a Hobson y además tuvo unos efectos muy valiosos, ya que la noticia corrió inmediatamente por todos los Estado Unidos, pues hasta ese momento en toda América la misma prensa había comunicado incansablemente, que caer en manos de los ‹Salvajes españoles› era una muerte segura, pero fueron tratados como lo que eran, militares y por lo tanto se les dio de todo lo que se podía, pero no contento con ellos Cervera, ordenó a su Jefe de Banderas capitán de navío don Joaquín Bustamante para que se entrevistase con Sampson, siendo recibido en el Iowa y a quien le comunicó que sus hombres estaban bien, pero que ante la escasez de medios en Santiago, le rogaba que les diera ropa y sus pertenecías personales, para que no echaran nada de menos, así se le entregaron a Bustamante y éste a los prisioneros. Pero al mismo tiempo Sampson comunicó a la prensa lo sucedido y a partir de aquí la opinión de los americanos cambio por completo sobre los españoles, actitud que por desgracia posteriormente pudo comprobar el mismo almirante al estar los españoles prisioneros de ellos.
Se intercambian más y más telegramas entre el Ministro, y don Pascual pero por estar ya en la obra publicada del propio almirante no consideramos sean novedad y alargaría ésta sin necesidad. Lo que sí dejó claro el almirante, es que por lo visto la intención de los americanos era bloquear el canal de acceso, para conseguir sana y salva la división al completo, de esto a él no podía hacérsele responsable, ya que la artillería de costa instalada era del ejército y sobre ellos él no tenía mando, además de ser poca y menos poderosa, por lo que volvió a enarbolar la insignia: ‹Comandantes a la orden›, se volvieron a reunir, ya que el almirante la única solución para evitar caer los buques en manos de los americanos, era la de salir, las opiniones no variaron mucho: según Concas, habría que esperar a un día en que tanto el New York y el Brooklyn por ser los cruceros más rápidos, no estuvieran y debía de ser de día, ya que de noche podían incluso abordarse entre ellos; Bustamante, dijo que lo mejor era salir de noche en el primer novilunio y al estar en franquicia, que cada cual saliera en una dirección, así alguno podría salvarse; la opinión del resto, fue que lo mismo daba salir de día o de noche, ya que las esperanzas de poder zafarse de la poderosa escuadra americana eran nulas y además seguían sin tener las carboneras llenas, y parte del carbón que se había cargado era de mala calidad.
Como único comentario a todo lo que se cruzó de telegramas, nos vamos a un testigo presencial a la sazón teniente de navío don Müller Texeiro, que nos dice: «La escuadra enemiga vigilaba constantemente la entrada del puerto con sus proyectores eléctricos, iluminándola como si fuera de día; en cambio, la salida, que aun de día es difícil, de noche y deslumbrados con los reflectores, hubiese sido punto menos que imposible, y hubiera sobrevenido irremisiblemente una catástrofe mayor.»
El almirante americano Chadwick, comunicó a su Gobierno el comunicado de Sampson: «El uso de los proyectores durante la pasada noche demuestra claramente que en la oscuridad de la misma pueden ser empleados con eficacia, si se hace con suficiente cuidado. Es necesario que se mantenga el haz de luz constantemente dirigido hacía la parte superior del canal, con objeto de llegar hasta el fondo del puerto. De este modo se considera prácticamente imposible el que pueda escapar ningún buque, ni que haya siquiera tentativa alguna de salida que no sea inmediatamente descubierta. A este fin ordené a los capitanes del Iowa, Oregon, Massachusetts que avanzaran en sus respectivas posiciones hasta llegar a dos millas de la entrada. El servicio empezará por el Iowa, a las siete y treinta de la tarde, que aplicará su proyector hacía la boca, manteniéndose así constantemente. A las nueve y treinta de la noche será relevado por el Oregon y éste por el Massachusetts. Es importantísimo que el haz de luz se mantenga lo más fijo posible y que no se le permita distracción alguna a la persona que manipule con el proyector…»
Nos aclara de nuevo el almirante French Ensor Chadwick: «…esta orden fue de las más importantes de la guerra, y a ella se debió, más que a ninguna otra circunstancia, la captura de la escuadrilla de Cervera; pues quedó convencido plenamente el Almirante español de que los buques que salieran durante la noche tenían que ser vistos necesariamente, y alejamos además el peligro de cualquier ataque por parte de los torpederos. Antes de esta medida, la luna se consideró como una excelente amiga nuestra; después no solo fue de poca importancia su luz, sino más bien contraria, pues el proyector resultaba más brillante y oportuno.»
Se suceden los telegramas, entre ellos el de Cervera a Linares, pidiéndole que se refuerce la artillería de costa para poder hacer una salida nocturna, pero el general Linares le dice que solo dispone de los cañones de la Socapa de 16 centímetros y estos no llegan a ofender a enemigo tan poderoso. Otro del general Linares a Cervera del 12 de junio, pidiéndole que si hay desembarco enemigo pueda contar con sus compañías de desembarco, a lo que don Pascual le reitera todo su apoyo que le pueda prestar, sólo con el límite de los fusiles disponibles. El del general Blanco a Linares para que interrogue al almirante a ver cuáles son sus propósitos. Y otro del general Blanco del veinte de junio al Ministro de la Guerra Correa, en el que viene a decir que como no tiene mando sobre la división naval, no puede ordenar nada a su jefe, tratándolo como si fuera un rebelde o independentista.
Este mismo día se produce el desembarco americano en Daiquiri y don Pascual ordena el desembarco de sus compañías. El 22 el almirante envía un telegrama al Ministro Auñón: «El enemigo desembarca por Punta Berracos. Como la cuestión ha de resolverse en tierra, voy a desembarcar las tripulaciones de la escuadra hasta donde alcancen los fusiles. La situación es muy crítica» Pero el 23 recibe respuesta de Auñón a su anterior telegrama; —que no sabemos si alguien puede entender—, lo que demuestra que no es lo mismo estar al mando y bajo el fuego, que en un sillón a miles de kilómetros de distancia, porque el telegrama no tiene desperdicio: «El Gobierno aplaude propósito salida en primera ocasión propicia que deja a su arbitrio. Llegaron víveres a Cienfuegos. Enviase expedición por tierra a Santiago y se enviaran cruceros auxiliares costa enemiga.»
Y para terminar de arreglar las cosas, recibe otro de Auñón que dice: «Madrid, 24 junio. Almirante Cervera. Para dar completa unidad a la dirección de la guerra en esa isla, considérese vuecencia, mientras opere en aguas de ella, como Comandante General de la escuadra de operaciones, y proceda en sus relaciones con el General en Jefe conforme Real Orden de 13 de noviembre de 1872, dictada por este Ministerio, y artículos Ordenanza que menciona; pudiendo desde luego ponerse en comunicación directa con dicha Autoridad y cooperar con la escuadra a la realización de sus planes.» Por lo que el Almirante pasa a ser un general subordinado del general Blanco Capitán General de la isla de Cuba. (Orden que lo puso todo más negro.)
El ejército español dislocado en la isla en el mes de mayo estaba compuesto por ciento cincuenta y un mil trescientos cuarenta y tres hombres de línea, más treinta y cinco mil ciento ochenta y uno que fueron de los movilizados que quedaban después de sufrir las bajas desde el comienzo de la guerra, lo que da un total de ciento ochenta y seis mil quinientos veinticuatro.
De estos, el general Pando afirma que más de cincuenta mil estaban en los hospitales e imposibilitados de combatir. Pero el Doctor Losada Inspector general de Sanidad, asegura que al final de la guerra quedaban ochenta mil hombres de línea y treinta y cinco de los movilizados. Pero de toda esta fuerza el general Linares solo disponía de ocho mil hombres, de ellos cinco mil estaban repartidos en ciento diecisiete posiciones todas por el interior y los tres mil restantes para proteger la costa entre Aguadores y Daiquiri, con el único apoyo de veinte piezas de artillería de bronce de un antiguo parque y con cureñas hechas por las propias tropas para poderlas desplazar, así como cubriendo los pasos obligados para acceder a Santiago de Cuba que eran los del Caney y las Lomas de San Juan.
Ninguna ayuda recibió del resto del ejército de la isla, siendo estos los únicos militares que de verdad defendieron a Cuba contra los americanos quienes pusieron en tierra a veinte mil hombres. Para rematar el panorama, los labradores y cultivadores de la isla ese año no habían recogido nada, por ello los alimentos estaban a precios desorbitados y se añadía el problema no menos pequeño, que nadie se fiaba ya de los españoles, por lo que ni siquiera se les daba a cuenta alimentos.
Se acumulan más telegramas, hasta llegar al del día dos de julio, que está enviado a las cinco y diez minutos de la mañana, por el general don Ramón Blanco al almirante: «Urgentísimo. En vista estado apurado y grave de esa plaza, que me participa general Tovar embarque V. E. con la mayor premura tropas desembarcadas de la escuadra, y salga con ésta inmediatamente.» El almirante llamó al segundo jefe de la escuadra y a los comandantes de los buques, les transmite la orden recibida y que le vayan notificando buque a buque cuando esté toda la marinería a bordo, pues tiene previsto salir a las cuatro de la tarde del mismo 2, saldrían por orden siguiente: el Teresa, insignia, con rumbo al Oeste siguiéndole el Vizcaya, Colón, Oquendo y los destructores; una vez en franquicia el de su mando enfilaría al primer buque de la línea americana, para romper el fuego nada más estar a tiro y si podía llegar a él lo embestiría, pero el resto no debía preocuparse del Teresa, deberían de salir a toda máquina pegados a la costa y entre ellos los destructores a sotafuego por donde les darían alcance, para si se presentaba la ocasión salieran de la protección de los cruceros y atacaran con sus torpedos al enemigo, con el fin de que todos pudieran salvarse.
Con esta orden cumplía con el artículo 153 título 1º Tratado 3º de las Ordenanzas de la Armada, que dice textualmente:
- «Deberá combatir hasta donde quepa en sus fuerzas contra cualquier superioridad, de modo que aún rendido sea de honor su defensa entre los enemigos; si fuese posible varará en costa amiga o enemiga antes de rendirse, cuando no haya un riesgo próximo de perecer el equipaje en el naufragio, y aún después de vararlo será su obligación defender el baxel y finalmente quemarle sino pudiera evitar de otro modo que el enemigo se apodere de él»
En los buques se trabaja deprisa, ya que el almirante había dado la orden de desalojar toda la madera que se pudiera, puesto que los cruceros llevaban demasiada y no era útil, por lo que hasta la puerta de su Cámara fue destruida, pero lo peor en el posterior combate, no fue esta la madera que ardió, sino la que formaba parte de las estructuras del buque, como toda la que estaba en el interior de la segunda batería, que al recibir los impactos de los enemigos salían las astillas en forma de metralla, hiriendo y matando a todo el que alcanzaba, además de ser la que ardió ya que esta batería no tenía ninguna protección de acero, solo el de la construcción que no tenía más de un centímetro de espesor.
Cuando se acercaba la hora prevista, preguntó el almirante por señales si se podían poner en marcha, pero don Antonio de Eulate comandante del Vizcaya, comunicó que su marinería todavía no había llegado, el almirante esperó otra hora y volvió a repetir la pregunta directamente al Vizcaya, pero la respuesta fue la misma, por ello decidió posponer la salida para el día siguiente a las nueve de la mañana.
Un dato que narra su hijo don Ángel Cervera, que fue su ayudante durante toda la campaña de las Antillas. Don Ángel le dijo a su padre dejar en Cabo Verde sus pequeños baúles con lo innecesario para la campaña, pero don Pascual le dijo que no. Ya estando en Santiago y a punto de zarpar, la misma noche del día dos de julio don Pascual le dijo que para no ir buscando cosas, lo mejor era reunir en un saquito de mano las condecoraciones y el dinero de ambos. Don Ángel le propuso guardarlo en algún lugar seguro, pues ya no tenían ni puertas que cerrar, pero don Pascual le dijo que lo colocara en un rincón de la Cámara, dándole está explicación: «Si se entera la gente de que el Almirante anda escondiendo sus alhajas, sospechará que teme un desastre, y caerá el hermoso espíritu que hasta ahora ha reinado.» En aquel lugar ardieron o se fundieron junto al resto de los mamparos de la Cámara.
Los buques enfrentados:
Españoles
Infanta María Teresa, Vizcaya y Oquendo.
Categoría: Crucero acorazado. En realidad, crucero protegido.
Desplazamiento: 6.800 toneladas, según fuentes hasta las 7.300.
Potencia máxima: 13.700 CV.
Velocidad máxima: 20 nudos.
Carboneras: 1.050 toneladas.
Autonomía: 9.700 millas a velocidad de crucero de 10 nudos, que varía según fuentes.
Protección blindada: cintura: 306 m/m; cubierta: 50 m/m; barbetas: 250 m/m; torres: 250 m/m y puente acorazado; 250 m/m.
Armamento: 2 piezas de 280 m/m; 10 de 140 m/m: 8 de 57 m/m; 8 revólveres de 37 m/m; 2 ametralladoras y 8 tubos lanzatorpedos.
Colón
Categoría: Crucero acorazado.
Desplazamiento: 6.840 toneladas.
Potencia máxima: 13.000 CV.
Velocidad máxima: 20 nudos.
Carboneras: normal; 680 toneladas, capacidad máxima 1.050.
Autonomía: 4.400 millas, según fuentes hasta 8.300 a velocidad de crucero de 10 nudos.
Protección blindada: cintura: 152’4 m/m; cubierta: 76’2 m/m; barbetas: 152’4 m/m; torres: 152’4 m/m; batería secundaria; 152’4 m/m y puente acorazado; 152’4 m/m.
Armamento: 10 de 152’4 m/m: 6 de 120 m/m; 10 de 57 m/m; 10 revólveres de 37 m/m; 2 ametralladoras y 5 tubos lanzatorpedos.
Furor y Plutón
Categoría: Destructor.
Desplazamiento: 450 toneladas.
Potencia máxima: 4.000 CV., crucero, 6.000 a tiro forzado.
Velocidad máxima: 28 nudos.
Carboneras: capacidad máxima 70 toneladas.
Autonomía: 1.000 millas, a velocidad de crucero.
Armamento: 2 piezas de 75 m/m: 2 de 57 m/m; 2 ametralladoras y 2 tubos lanzatorpedos de 350 m/m.
Norteamericanos
Indiana y Oregon
Categoría: Acorazado.
Desplazamiento: 10.288 toneladas.
Potencia máxima: 8.000 CV. a tiro forzado 9.500.
Velocidad máxima: 15 nudos, a tiro forzado 17.
Carboneras: 400 toneladas, máxima 1.800.
Protección blindada: cintura: 431’8 m/m; cubierta: 76’2 m/m; barbetas: 431’8 m/m; torres: 215 m/m; torres secundarias: 152’4; sus barbetas: 203’2; batería: 152’4 y puente acorazado: 250 m/m.
Armamento: 4 piezas de 330’2 m/m; 8 de 203’2 m/m; 4 de 152’2 m/m; 20 de 57 m/m; 4 ametralladoras y 4 tubos lanzatorpedos de 457’2 m/m.
Iowa
Categoría: Acorazado.
Desplazamiento: 11.410 toneladas.
Potencia máxima: a tiro forzado 11.000 C.V.
Velocidad máxima: a tiro forzado 16’5 nudos.
Carboneras: 625 toneladas, máxima 1.780.
Protección blindada: cintura: 355’6 m/m disminuyendo hasta la cubierta: 280 m/m; cubierta: 76’2 m/m; barbetas: 203’2 m/m; torres: 355’6 m/m; torres secundarias: 152’4; sus barbetas: 203’2 y puente acorazado: 254 m/m.
Armamento: 4 piezas de 304’8 m/m; 8 de 203’2 m/m; 4 de 101’6 m/m; 22 de 57 m/m; 4 ametralladoras y 4 tubos lanzatorpedos de 355’6 m/m.
Texas
Categoría: Acorazado de 2ª.
Desplazamiento: 6.300 toneladas.
Potencia máxima: a tiro forzado 8.000 C.V.
Velocidad máxima: a tiro forzado 17 nudos.
Carboneras: 500 toneladas, máxima 950.
Protección blindada: cintura: 304’8 m/m; cubierta: 76’2 m/m; buque de reducto central en diagonal de babor a estribor, encerrando en él las torres de las piezas principales a forma de casamata todo él con: 304’8 m/m; mantelete de las piezas secundarias: 152’4 m/m y puente acorazado: 304’8 m/m.
Armamento: 2 piezas de 304’8 m/m; 6 de 152’4 m/m; 12 de 57 m/m; 2 ametralladoras y 2 tubos lanzatorpedos de 355’6 m/m.
Brooklyn
Categoría: Crucero acorazado.
Desplazamiento: 9.215 toneladas.<br<
Potencia máxima: a tiro forzado 18.000 C.V.
Velocidad máxima: a tiro forzado 21 nudos.
Carboneras: 900 toneladas, máxima 1.650.
Protección blindada: cintura: 152’4 m/m; cubierta: 76’2 m/m; barbetas: 203’2 m/m; torres: 203’5 m/m; casamatas piezas secundarias: 101’6 m/m y puente acorazado: 190 m/m.
Armamento: 8 piezas de 203’2 m/m; 12 de 127’5 m/m; 12 de 57 m/m; 4 ametralladoras y 5 tubos lanzatorpedos de 457’2 m/m.
New York
Categoría: Crucero acorazado.
Desplazamiento: 8.200 toneladas.
Potencia máxima: a tiro forzado 16.500 C.V.
Velocidad máxima: a tiro forzado 21 nudos.
Carboneras: 750 toneladas, máxima 1.150.
Protección blindada: cintura: 152’4 m/m; cubierta: 101’6 m/m; barbetas: 254 m/m; torres: 177’8 m/m; mantelete de las piezas centrales de calibre 203’2, protegidas por: 177’8 m/m; casamatas piezas secundarias: 101’6 m/m y puente acorazado: 177’8 m/m.
Armamento: 6 piezas de 203’2 m/m; 12 de 101’6 m/m; 8 de 57 m/m; 4 ametralladoras y 5 tubos lanzatorpedos de 355’6.
A lo que hay que añadir los buques llamados Yates armados, que a pesar de no ser buques de guerra, demostraron su eficacia al menos en esta ocasión y de los cuales Norteamérica armó a varios para esta guerra pero solo dos entraron en el combate.
Gloucester: armado con 4 piezas de 57 m/m; 4 de 42 m/m y 2 ametralladoras, según fuentes la velocidad máxima era de 18 nudos y en otras de 25, con un desplazamiento de 800 toneladas. Siendo el buque que dejó fuera de combate a los dos destructores españoles y su capitán, el teniente de 1ª clase Wainrigth fue uno de los más distinguidos en el combate, reconocido posteriormente hasta por el Congreso.
Wisen: también artillado con cuatro piezas de 57 m/m, no se menciona su velocidad, con un desplazamiento de 165 toneladas y al mando del capitán; teniente Sharp.
Participaron casi al final del combate: Ericson, un torpedero de 120 toneladas y el Hist, un buque menor sin mucha importancia.
Estos buques acudieron al fuego, ya que estaban acompañando al New York en el que iba a bordo Sampson con rumbo a Siboney, al oír tronar los cañones dio orden de virar y regresar, llegando en el último momento y solo su crucero tuvo tiempo de abrir fuego dos veces con los dos cañones principales, pero jugó bien sus cartas y se alzó como el vencedor del combate. Cuando se hicieron públicas en los Estados Unidos estas cuestiones, a pesar de la alegría de todo el pueblo Sampson realizó unas intervenciones en la radio consiguiendo con ellas dividir aún más a sus conciudadanos.
Amaneció el día tres de julio del año de 1898, se repartió el desayuno a la tripulación, sobre las nueve de la mañana se izó en el crucero insignia la orden de ‹levar› todos los comandantes contestaron ‹listos›, se prorrumpió en un fuerte ¡Viva España! en toda la división y fueron aproando por el orden establecido, para pasar el canal de acceso-salida, éste a parte de la laja obligaba a mantener unos minutos el rumbo al Sur, para poder virar después de pasado el bajo del ‹Diamante› al Oeste, momento en que el Teresa se puso proa al costado del primer buque de la línea cóncava en que estaba posicionado el enemigo, siendo el elegido por estar ahí el crucero Brooklyn, con la insignia del comodoro Schley, el cual al ver la intención del insignia español cayó atrás a su estribor y dando avante se refugió entre el Iowa y el Texas. Después en cualquiera de los libros de la bibliografía está referido el combate, que duró sobre una hora y media. Al mismo tiempo en Madrid, que eran las cuatro de la tarde, cuando en Santiago de Cuba eran las nueve horas y treinta minutos de la mañana por la diferencia horaria de seis y medias horas, comenzaba una corrida de toros, en la que Guerrita iba a lidiar seis, por lo que duró lo mismo la corrida que el combate.
El total de hombres de las dotaciones fueron por parte española; dos mil doscientos veintisiete y por los norteamericanos tres mil quinientos veintitrés. El tonelaje de los buques españoles en total sumaba veintiocho mil doscientas ochenta toneladas y por parte norteamericana cincuenta y seis mil setecientas setenta y cuatro. Mientras que el poder de fuego de los españoles en peso de andanada era de dos mil setecientos cincuenta y cuatro kilos, por parte norteamericana era de ocho mil seiscientos treinta y dos, siendo la proporción de más de tres a uno a favor de los americanos.
La escuadra americana montaba; 8 cañones de 330’2 m/m; 6 de 304’8; 38 de 203’2; 12 de 152’4; 12 de 127’5; 16 de 101’6 y 76 de 57. Por su parte la división española montaba; 6 de 280 m/m; 10 de 152’4; 30 de 140; 4 de 75 y 28 de 57. España perdió todos sus buques. Como contrapartida los norteamericanos, después de reparados sus buques se supo, el coste de los desperfecto sufridos en el combate siendo; el Indiana, 4.693 dólares; Iowa, 4.078; Brooklyn, 1.303 y Texas, 752, por lo que la suma de todos ellos ascendió a 10.826. O lo que era lo mismo en esa época 54.130 pesetas, pero de aquellas que eran de plata y pesaban 5 gramos, ya que la paridad era de cinco pesetas un dólar, por pesar ambas monedas 25 gramos del mismo metal y en su misma pureza.
Aclarar también, porque las maledicencias sobre este combate son múltiples y variadas, como el decir que el comandante del Oquendo, capitán de navío Lazaga, se había suicidado. Según el informe médico de don Adolfo Núñez Suárez, Primer Médico del Colón confirmó con su colega del Oquendo, que lo sufrido por el señor Lazaga fue un colapso, ya que viendo lo que estaba ocurriendo y él ya venía padeciendo del corazón desde hacía mucho tiempo, debió de ser un fallo cardiaco el que acabó con su vida; de hecho aún dio tiempo de llevarlo a la enfermería donde falleció a los pocos minutos.
Son muchas las frases y casi discursos de los americanos después de conocida la victoria y muchas las acciones que les merecieron el mayor de los respetos, como reconocer el valor de Eulate y dejarle conservar su sable de honor, o como un punto y parte de los dicho por el capitán Evans, que es para todos los españoles: «Con respecto al valor y energía, nada hay registrado en las páginas de la Historia que pueda asemejarse a los realizado por el almirante Cervera. El espectáculo que ofrecieron a mis ojos los dos torpederos, meras cáscaras de papel, marchando a todo vapor bajo la granizada de bombas enemigas y en pleno día, sólo se puede definir de este modo: ‹fue un acto español›»
A forma de colofón del combate transcribimos una parte que dice mucho. El yate Glouscester había recogido al almirante y lo transportó al Iowa, y así nos lo dice el propio Evans: «El Almirante Cervera fue trasladado desde el Glouscester a mi buque. Al saltar sobre cubierta (según Concas sin ropa que le pudiera distinguir de otra persona o grado) fue recibido militarmente con todos los honores debidos a su categoría por el Estado Mayor en pleno, el Capitán del barco y los mismos soldados y artilleros, que, con sus caras ennegrecidas por la pólvora, salieron casi desnudos a saludar al valiente marino, que con la cabeza descubierta pisaba gravemente la cubierta del vencedor. La numerosa tripulación del Iowa, unida al del Glouscester, prorrumpió unánimemente en un ¡hurra! ensordecedor cuando el Almirante español saludó a los marineros americanos. Aunque el héroe ponía sus pies sin insignia ninguna en la cubierta del Iowa, todo el mundo reconoció que cada molécula del cuerpo de Cervera constituía por sí sola un Almirante. Avanzó hasta mí y me saludo, no pude por más que decirle: ‹Caballero, sois un héroe: habéis realizado la hazaña más sublime de todas cuantas guarda la historia de la Marina.›»
Se tuvo que organizar a los prisioneros y después de varios arreglos entre los capitanes americanos quedaron divididos de la forma siguiente: en el San Louis, [1] el almirante y muchos más oficiales y marineros no heridos acompañados de los Médicos don Antonio Jurado y don Eduardo Parra, con rumbo a Annapolis en el estado de Maryland, donde llegaron el día diez de julio; en el Solace, buque hospital preparado para los propios americanos, se embarcaron a todos los heridos, con rumbo a la base de Norfolk en el Estado de Virginia, para poder ser atendidos en su hospital, yendo con ellos como herido también el Médico don Nicolás Gómez Tornell y el resto de marinería en el Harward, con rumbo a Portsmouth, pero como iban sin oficiales, don Pascual pidió al Mr. Goodrich que pasaran unos oficiales a su bordo para mantener el orden por sus propios mandos, por lo que abordaron el buque los tenientes de navío don Antonio Magaz (Vizcaya), don Fernando Bruquetas (Teresa), don Adolfo Caladria (Oquendo) y don Antonio Cal (Colón), quienes tomaron el mando de todos ellos y cada uno a los de su buque, quedando además los Primeros Médicos, don Adolfo Núñez Suárez, don Salvador Guinea y don Alejandro Lallemand con el Segundo Médico don Gabriel Montesinos y los capellanes don Matías Biesa y don Antonio Granero.
Las deferencias hacia los españoles fueron muchas y dignas, ya que por ejemplo para agilizar las comunicaciones entre el Almirante y el Secretario de Defensa, se nombró por parte de éste al contralmirante Mac Nair como jefe de todos los prisioneros, así cualquier sugerencia o petición por parte de don Pascual, sería atendida de inmediato por el Secretario sin intermediarios.
Ocurrió el incidente del Harvard, en que resultaron asesinados cinco españoles y heridos catorce. Al serle comunicado al almirante, realizó una reclamación jurídica, pero el Gobierno americano no quiso entrar en pormenores y se quedaron sin castigo los asesinos. Estando en la Academia americana recibió a mucha personas, desde periodistas a sacerdotes católicos que quisieron verlo, así como damas que querían estar al lado del héroe. Así mismo recibió miles de felicitaciones, entre ellas la más curiosa fue la de un español residente en Norteamérica, quien le envío el siguiente telegrama: «Los Ángeles (California) Almirante Cervera. — Leónidas, y no Jerjes, fue el héroe de las Termopilas. Reverentemente saluda al héroe de Santiago, con oficiales y marineros. Magin S. Liébano, español.»
Los americanos aprovecharon los últimos momentos del Colón cuando ya estaba casi totalmente hundido y no habían españoles a bordo, para que algunos buzos lo investigaran, teniendo la suerte de encontrar el ‹Cuaderno de Bitácora› a través del cual pudieron saber todo lo sucedido y como fueron burlados sus cruceros auxiliares, así como todo el trayecto desde Cabo Verde a Santiago de Cuba. Mientras en la isla siguieron los combates, pero de todo ello, lo más ignominioso a nuestro parecer para cualquier militar, es el telegrama que envía el general Blanco al Ministro Correa: «La Habana 17 de julio general Blanco a Ministro Correa.— La rendición de Santiago se ha verificado esta mañana, sin intervención alguna de mi autoridad.» (Claro que se había rendido, no tenían munición, no quedaban alimentos hacía ya tres días, pero el general Blanco no hizo nada por ayudar a sus hombre y encima se lamenta de que se ha capitulado sin su autorización, es todo un detalle de cómo estaban las cosas en la isla y sobre todo, que el general Blanco no se enteró de nada. ¡Qué bien se vive, cuando se vive bien!)
El 20 de agosto, el contralmirante Mac Nair, Director de la Academia Naval de Annapolis, entregó al almirante Cervera un escrito del Gobierno de los Estados Unidos pensando que sería del agrado de don Pascual, pero el documento llevaba una condición: «…dar su palabra de honor de no hacer armas contra los Estados Unidos mientras durase la guerra.» el almirante indignado le espetó a su carcelero: «Excmo. Sr.: El Código penal de la Marina militar de España define como delito y pena la aceptación de la libertad bajo palabra de no hacer armas durante la guerra; por tanto, nosotros no podemos hacerlo, y tengo el honor de ponerlo en conocimiento de V. E.— De esto doy parte a mi Gobierno.— Quedo…»
Esta negativa fue comunicada al Gobierno americano, pero valorando que la realidad era que España ya no tenía buques con que hacerles la guerra y la isla se había rendido, con fecha del 31 de agosto se les comunicó la libertad incondicional. Sólo hubieron en ese tiempo tres personas que sí se acogieron a la primera condición, el médico don Antonio Jurado que estaba enfermo, el capellán don José Riera para cuidarlo en el viaje y el caso nada normal del capitán de navío señor Díaz Moreu, el único militar como se ve que se acogió, pudiendo ser la causa de que después en el Consejo de Guerra no saliera muy bien parado, añadiéndose que sólo de su buque los americanos pudieron sacar el «Cuaderno de bitácora» del cual estaba obligado por Ley a hacerlo desaparecer.
A partir de este momento don Pascual se mueve a gran velocidad, manda una comisión de oficiales y un médico para contratar un medio de transporte a poder ser todos juntos, unos días más tarde se contrató al trasatlántico británico City of Rome, el cual fue acondicionado sobre todo con medicamentos, ya que solo dos marineros se quedaron por su gravedad en el hospital de Norfolk. El 12 de septiembre zarparon del puerto de Nueva York todos a bordo formando la expedición; dos generales, Cervera y Paredes, ocho oficiales superiores, setenta oficiales y guardiamarinas, más los mil quinientos setenta y cuatro, contramaestres y marineros, más veintiún soldados, teniendo un coste el transporte por persona de seis dólares con sesenta y seis centavos. Quedaron en la isla y en sus aguas (aunque hay diferencias de las fuentes) alrededor de quinientos cuatro hombres, que fueron los que habían perecido en el combate naval y en las Lomas de San Juan.
Estando ya en la mar, recibió don Pascual un telegrama del Gobierno, para que evitará arribar a un puerto militar, así la población no se alarmaría al ver descender a tantos heridos, por eso dio la orden al capitán del buque para que lo hiciera en el puerto de Santander, en vez de hacerlo sobre Ferrol. (Una más de los políticos, que en estas cuestiones parecen más infantiles que personas adultas y a forma de avestruces, esconden la cabeza y se les queda el culo al aire. Pero ellos son así, ¡siempre políticamente correctos! Tratando de ocultar al pueblo la verdad) Arribó el 19 a Santander pero por ser ya casi de noche, fondeó a la entrada y realizó el atraque al día siguiente nada más amanecer; al atracar desembarcó el almirante y puso un telegrama al Ministro Auñón: «La travesía se ha efectuado con un tiempo hermoso, y todo el mundo ha ganado extraordinariamente, en especial los enfermos, cuyo número, que eran más de 300 cuando yo llegué a Portsmouth, se ha reducido a 180, y los que quedan están mejor en general.»
De poco sirvió el cambio de puerto, porque rápidamente se fue corriendo la voz enterándose toda la ciudad y estos avisaron a los familiares, por lo que en pocos días Santander estaba lleno de personas, a las que nada o muy poco se les escapaba. Al mismo tiempo fueron muchos los oficiales que con los remolcadores abordaban el buque y felicitaban al almirante, así como al resto llegando un momento que en el comedor del buque ya no cabía un alma. Aparte de los telegramas, de los capitanes generales de Ferrol, Cartagena y Cádiz, más la de muchos familiares de los embarcados dándoles todos las gracias al almirante por el alto honor en que había dejado la bandera de España y a su Marina de Guerra.
Don Pascual con todos sus jefes y oficiales subieron a un tren que les llevó a Madrid. Al llegar en el andén les esperaba el Ministro Auñón y todo su Estado Mayor (curiosamente todos de paisano) recibieron al almirante y sus acompañantes. Cervera se dirigió a Auñón y saludándolo militarmente le dijo: «Señor Ministro, agradezco a vuecencia el que se haya molestado para venir a recibirme y, tan pronto como cambie de traje, iré al ministerio para ponerme a sus órdenes.» (Esta frase es para leerla al menos un par de veces, porque contiene una enjundia más que merecida) al parecer el Ministro cayó en la cuenta y no sabiendo por donde salir, le preguntó: «Siento mucho lo ocurrido, mi general. Supongo que habrá usted perdido todo lo suyo en el naufragio.» Cervera no se cortó y le respondió: «¡Así es, todo, menos el honor!» de esta entrevista en cierta prensa extranjera se escribió: «Que el Ministro le quiso dar un abrazo, pero Cervera se llevó la mano a la cabeza, respondiéndole así con el saludo militar, impidiendo por tanto que el tal abrazo se pudiera llevar a efecto.»
Sin más comentarios.
Notas
- ↑ Para valorar en justicia el verdadero poder y no menospreciar el valor militar de los mercantes llamados Yates armados con piezas de 57 m/m, los San Louis y San Paul, se ha conseguido saber estaban botados en 1895, desplazando a plena carga de 11.629 toneladas, con 164’70 metros de eslora, 19’21 de manga y 11’44 de calado, movidos por 18.000 CV., a una velocidad máxima de 19 nudos. ¿No eran tan inofensivos? y menos contra los destructores españoles.
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