Bazán y Guzmán, Álvaro de3

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Por su parte don Álvaro, embarcó en sus treinta galeras, ocho compañías del Tercio de Granada, cuatro del don Miguel de Moncada y diez de los Tercios viejos de Nápoles. El Tercio de Granada era llamado así por haber sido de los que combatieron en la sublevación de los moriscos en esta tierra, pero estaban algo mermados por las pérdidas sufridas, lo cual no le importó porque él ya tenía en Nápoles gente para completarlos, que eran expertos hombres de Mar y Tierra. Justo en estas fechas fue cuando los moros se hicieron con su estratagema con la última ciudad de la isla de Chipre, Famagosta.

En el reparto de formación de la escuadra cristiana don Juan de Austria le entregó a don Álvaro la retaguardia o socorro, con la orden expresa, en la que entre otras cosas le dice:

«A el Marqués de Santa Cruz, a cuyo cargo dejo la retaguardia y socorro, por la grande importancia que era para todos, y de quien fiaba el peso de toda aquella jornada, que esperaba considerase con mucho advenimiento en cuál parte de la batalla prevalecía la Armada cristiana y dónde convenía, no dilatando el socorro, acudir a favor de los suyos con toda presteza y con cuántas galeras. Y porque en semejante caso era imposible dar instrucción determinada y orden expresa de lo que debía ponerse en orden, pues la resolución se había de acordar y efectuar según la necesidad y ocasión presente y remitía el orden della a la prudencia y discreción del dicho don Álvaro, que sabría bien conocer si el enemigo tendría galeras de socorro y cuántas serían, para ver si estaría a su provecho embestir la Armada contraria…»

De los nobles y caballeros que iban a bordo de las galeras de don Álvaro se pueden citar algunos como a; don Pedro de Padilla comendador de la Orden de Santiago; don Manuel de Benavides, Mayorazgo de Javalquinto, don Pedro Velázquez, don Agustín Mejía, marqués de Laguardia, don Felipe de Leyva, futuro Príncipe de Ascoli, don Pompeyo Lanoy, hermano del Príncipe de Solmona, don Juan de Guzmán conde de Olivares, don Fernando Tello, hijo del Alférez Mayor de Sevilla y don Gutiérrez Laso.

Se encontraban ya reunidos en Messina y don Álvaro formó parte del Consejo de don Juan, teniendo voz y voto en todo asunto de la preparación de la escuadra, tomándose las decisiones de pasar fuerzas a las galeras de Venecia, distribuir la artillería, armas, municiones, víveres y redactando un orden de combate que bajo ningún concepto se debía de alterar para los mandos, ya que la flota enemiga no se sabía exactamente donde se encontraba, por lo que alterar la formación podía ser causa de perder la jornada, al mismo tiempo se diseñó el dispositivo, que no era otro que una larga línea de fila cubriendo casi tres millas, quedando asignada de la forma siguiente: la vanguardia al mando de don Juan de Cardona, con ocho galeras y las seis galeazas; ala izquierda al mando de Agostino Barbarigo, con sesenta y siete, por lo que su galera capitana debía enarbolar un gallardetón amarillo, así como las restantes un gallardete también amarillo; el centro o batalla al de don Juan de Austria con ochenta y cuatro, se distinguían por llevar el gallardetón azul, así como el gallardete en las demás; ala derecha al de don Juan Andrea Doria con sesenta y ocho, con el gallardetón verde y el resto con el gallardete; la reserva o socorro al de don Álvaro de Bazán, con treinta, con el gallardetón blanco y todas las de su mando con el mismo color en un gallardete. De esta forma nadie se podía confundir de escuadra, por muy rápido que se tuviera que formar la línea, ya que solo debía de seguir al gallardetón de su color y colocarse en su puesto. Esto después fue vital para formar la línea de fila rápidamente.

La escuadra zarpó de Messina el día 16 de septiembre con rumbo a Tarento, doblando el cabo de Spartivento, continuando rumbo hasta la Paz, donde arribó y zarpó de nuevo el 18 con rumbo a Cabo Stilo, estando en esta navegación don Álvaro recibió la orden de a Otranto y Brindisi para embarcar a otros mil quinientos hombres, entre españoles e italianos, mientras la escuadra intentó contornear el golfo de Tarento, pero se cambió de parecer y se puso rumbo a Corfú, arribando de noche el 26 a Santa María de Casapeli y el siguiente 27 arribó a Corfú, donde se enteraron que la escuadra turca había pasado por el golfo de Lepanto. Aquí don Juan formó Consejo de Generales y a pesar de estar todo ya muy cerca, algunos de ellos abogaban por retirarse (no se dicen los nombres para evitar susceptibilidades) solo Colonna, Barbarigo y don Álvaro que ya se había unido a la escuadra, votaron por atacar a la flota turca, el 29 zarpó de nuevo, arribando el 30 al puerto de Gomenizas, un magnifico fondeadero en las costas de Albania.

Estando en éste puerto, al parecer en las galeras de Venecia hubo una insubordinación, que a pesar del tiempo pasado nadie ha podido averiguar cuál fue la causa en realidad, el caso es que el jefe de ellas Venniero mandó ahorcar al capitán Mucio Tortosa de las coronelías italianas y a tres de sus hombres, sin formarles Consejo de Guerra ni actuación sumarísima, solo cuando don Juan advertido pudo ver el espantoso espectáculo de los cuatro cuerpos cimbreándose del palo mayor de la galera de Venniero. Entró (cosa rara) en cólera por haberse atrevido a tal sentencia sin su consentimiento y menos en este caso sin haberle dado noticia previa, momento que como siempre aprovecharon los listos para inducirlo a hacer lo mismo con Venniero, incluso alguno llegó a recomendarle que zarparan todas las galeras, dejando solas a las de la república y que los turcos dieran buena cuenta de ellos.

Solo don Álvaro le recomendó dejar el asunto para después del combate, si salía vivo de él Venniero ya se le juzgaría, de lo contrario el turco haría su justicia, pero que de ninguna forma se podía romper la coalición y menos por su mismo Generalísimo, al parecer consiguió calmarle y que le hiciera caso, de hecho así se lo escribe a don Felipe II:

«…y cuando el señor don Juan estuvo en aquel puerto de las Gumenizas, que el general de Venecia nos ahorco el capitán de infantería y los demás soldados, Su Alteza se bolviera con la harmada, apartandose de los venecianos, con ánimo de hazer la empresa de Castel-Novo por el parecer del Comendador Mayor Juan Andrea Doria, Don Juan de Cardona, Pero Francisco Doria; de que resultaría sin duda perderse toda la Armada, retirándose, viniendo ya como venía la del enemigo a buscarnos y yo supliqué al señor don Juan que el castigo de aquel desacato lo dexase para acabada la jornada y que pasásemos adelante; y aviendose votado ya en dos Consejos el Comendador Mayor dixo a Su Alteza que de mi parte avía un voto más y se resolvió en no volverse e ir a buscar a los enemigos, de que se siguió la victoria…»

En una relación de la Jornada de la Liga, se puede leer:

«El Sr. Don Juan, se levantó del Consejo sin haber tomado resolución, bien confuso y el Comendador mayor le dijo de allí a poco: V. A. vea lo que quiere hacer, porque de la parte de don Álvaro hay un voto más que de la nuestra. S. A. respondió con gran resolución; pues así es, vamos adelante y sigamos el parecer de don Álvaro; y así se encaminó adelante a un puerto que se llama Petela, que está cerca de las Escochulazas y Lepanto» A pesar de no tomar decisiones, si que ordenó una, que fue la de dejar fuera de los Consejos de Generales a Venniero y nombrar en su lugar al Proveedor de la escuadra de Venecia Agostino Barbarigo, con esta orden evitaba tenerlo a mano, por si se le iba a la empuñadura de su espada y hacía justicia por sí mismo.

El 3 continuó a rumbo la escuadra arribando y fondeando en cabo Blanco, situado en el extremo sur de la isla de Corfú, a donde arribó el capitán Gil de Andrada con la noticia de que al parecer la escuadra turca no eran tan numerosa, lo que dio muchos más ánimos de combatirla dando ya por ganada la jornada, zarpó la escuadra con rumbo al puerto de Ficardo en la isla de Cefalonía, arribando y fondeando el 5 de octubre. A todos les vino a la cabeza para darse más ánimos, la venganza que debían de hacer con los enemigos de la cristiandad, recordando la traición y caída de Famagusta lo que sin duda aumentó el odio contra estos, la escuadra zarpó al día siguiente con rumbo al golfo de Lepanto; al amanecer del 7 se encontraban entre la isla de Oxia y el cabo Stropha, cuando los vigías dieron el aviso de «¡velas a la vista!»

Al dar el aviso don Juan ordenó forzar de remos para salir lo antes posible de la ratonera en la que estaba metida la escuadra y conforme se saliera de ella ir formando la línea de frente; al seguir avanzando le llegaban nuevas noticias de lo que estaba apareciendo en el horizonte, que era la escuadra turca pero con muchas más velas de las que le habían dicho, volviendo a ordenar que se forzara más de remo y se fueran intercalando las galeras en sus respectivas escuadras sin perder tiempo en ello.

Quedando compuesta como ya se había ordenado: el ala derecha al mando de don Andrea Doria, con cincuenta y cuatro galeras; el centro o batalla al de don Juan de Austria, con sesenta y cinco galeras, a su izquierda las del mando de Marco Antonio Colonna, que eran treinta y dos, a su izquierda las del mando de Sebastián Venniero, con treinta, a la popa de la Real se encontraban la del mando de don Luis de Requesens Comendador Mayor de la escuadra y la Patrona; en el ala izquierda al mando de Agostino Barbarigo, con sus cincuenta y cinco galeras, por último las del mando de don Álvaro que eran las de Nápoles, con sus treinta galeras. La escuadra de Barbarigo, siempre estuvo a dos millas de la costa, y como otras tres detrás del resto. Por orden de don Juan, ninguna escuadra pertenecía por completo a la procedencia de su jefe, pues ordenó que se interpolaran quedando prácticamente todas mezcladas, para ello había ya dado la orden de marcar con colores el gallardetón de capitana de cada división y con gallardete el resto de bajeles, dejando a su libre albedrío y conocimiento la de Socorro, cuya unidad iba a dar la fuerza necesaria estando toda ella compuesta por españoles. Recordar que en vanguardia iba la escuadra al mando de don Juan de Cardona, con ocho galeras para servir de aviso de toda la escuadra.

En totales, la escuadra portaba a veintinueve mil soldados; diecinueve mil novecientos marineros; cuarenta y tres mil quinientos bogantes y dos mil cañones, éste número era igual en la otomana.

Sobre la escuadra turca hay diferencias de autores en su número, por lo que daremos un número intermedio entre todas ellas: La escuadra estaba al mando de Kapudán Bajá Zadi (Alí Bajá), compuesta en total por doscientas cuarenta y cinco galeras, más setenta galeotas, formando una media luna con las alas izquierda y derecha adelantadas al centro, para intentar formar una tenaza, aunque luego las circunstancia no se lo permitieron, además de formar en cuatro grupos o divisiones.

La aportación por territorios a esta enorme escuadra, según un documento nos dice: «Constantinopla, doscientas once galeras; Ochialí, siete; Natolia, veinticuatro; Trípoli, una y Caracosa, dos. Galeotas: Constantinopla, cincuenta y siete; Ochialí, doce; Trípoli, una y juntos, entre fustas y bergantines, cuarenta» Lo que nos indica, que el número total de galeras era de, doscientas cuarenta y cinco, galeotas, setenta, y entre fustas y bergantines cuarenta, con un total de trescientas cincuenta y cinco velas.

Su ala derecha al mando de Mehemet Chuluc (Mohameet Sirocco) Gobernador de Alejandría, con ochenta galeras; el centro por Alí Bajá y como segundo Seras-Kier Pertev Bajá, con ochenta y cuatro galeras, el ala izquierda al mando de Uluch-Alí, Sultán de Argel, con ochenta galeras y la reserva o socorro al mando de Murat Dragut, con una galera, (la suya) y las setenta galeotas, con unos ciento veinte mil hombres en la escuadra. (No se indica el número exacto de infantería, aunque si se cita que iban unos dos mil quinientos genízaros como refuerzo de la galera de Alí-Bajá)

Ésta era la duda de don Juan, que si la escuadra turca llevaría o no reserva, efectivamente si la llevaba y por eso vio que las fuerzas estarían muy equilibradas, por lo que a pesar de no estar las galeras cristianas formadas, don Juan se pasó por todas ellas, y en alguna se paraba, para arengar a las fuerzas, cuyas palabras eran: «A morir hemos venido; a vencer si el cielo lo dispone. No deis ocasión a que con arrogancia impía os pregunte el enemigo: ¿Dónde está vuestro Dios?»

Cada división adelantó a remolque unas dos millas de la línea a las seis galeazas, las cuales portaban cuarenta y cuatro piezas de artillería cada una, con un total de doscientas sesenta y cuatro, que serían las encargas de romper el fuego y fue de tal efectividad, que la escuadra turca por unos largos minutos quedó descompuesta y muchos de sus bajeles ya considerablemente dañados, tanto que a pesar de tener el viento a su favor les retrasó en el ataque, y para favorecer a los de la Santa Liga al poco tiempo el viento calmó, lo que retrasó más poder volver a tomar la formación inicial y por ello el contacto, dando así tiempo a que la escuadra cristiana formara y cerrara huecos en su larga línea.

El primer contacto se trabó entre las divisiones de Uluch-Alí y las de Andrea Doria, pero como si huyese el encuentro el turco se fue alejando del cuerpo principal, con la intención que una vez conseguida la separación del ala derecha cristiana, a fuerza de remos colarse en su línea y atacar por la retaguardia a la cristiana, a su vez el ala derecha turca al mando de Sirocco rompía la línea de Agostino Barbarigo, que a pesar del esfuerzo cayeron muchas galeras en el típico atropello de los mahometanos, pero no consiguieron su objetivo, ya que don Álvaro avizor como siempre de la situación, marchó con su reserva a contrarrestar la fortaleza de los moros, lo que se consiguió llegándose a formar de nuevo la línea cristiana. En la acción que se llevó a cabo, fueron hundidas varias galeras enemigas, otras tantas fueron rendidas y quince de ellas más diez galeotas viraron, y se alejaron con rumbo a Lepanto. Por parte de las galeras del Marqués, en su propia galera la Marquesa sufrió la pérdida de cuarenta hombres entre ellos el capitán de la nave y con más de ciento veinte heridos, entre ellos el célebre «manco de Lepanto» don Miguel de Cervantes Saavedra.

Entre tanto los dos Generales se buscaron hasta contactar y fue tan duro el golpe que recibió la Real de la Sultana, que la proa de la turca penetró hasta el cuarto banco de boga, pero con esto su proa se metió casi debajo de la quilla de la Real, obligándole a levantar la popa dejando al descubierto sobre todo su Carroza con los múltiples hombres que allí se encontraban, momento que aprovecharon los arcabuceros españoles para barrer con su fuego toda esta zona, causando graves pérdidas que no obstante fueron cubiertas por las diez galeras y dos galeotas que se abarloaron para poder pasar mejor sus guerreros, pero antes de esto, ya los españoles habían entrado en la galera enemiga consiguiendo llegar hasta el alcázar de popa, momento en que debieron retirarse por la cantidad de enemigos que tenían enfrente.

Un infante de marina inmortal, nos describe con su gloriosa pluma, todo lo que significaba en aquellos momentos, abordar un buque enemigo.

Comillas izq 1.png «Y si este parece pequeño peligro, veamos sí le iguala o hace ventaja el de embestirse dos galeras por las proas en mitad del mar espacioso, las cuales enclavijadas y trabadas, no le queda al soldado más espacio del que concede dos píes de tabla del espolón; y, con todo esto, viendo que tiene delante de sí tantos ministros de la muerte que le amenazan cuanto cañones de artillería se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y viendo que al primer descuido de los pies iría a visitar los profundos senos de Neptuno, y, con todo esto, con intrépido corazón, llevado de la honra que le incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucería, y procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario. Y lo que más es de admirar; que apenas uno ha caído donde no se podrá levantar hasta la fin del mundo, cuando otro ocupa su mismo lugar, y si éste también cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede sin darle tiempo al tiempo de sus muertes; valentía, atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra» Miguel de Cervantes. Comillas der 1.png


En socorro de la Real acudieron Andrea Doria, Sebastián Venniero y Marco Antonio Colonna, pero el apoyo de estas tres galeras a pesar de la muy buena gente que llevaban eran pocos para soportar a los cientos de moros que ya estaban entrando en la Real, llegando los musulmanes a la Carroza, lo que obligó a la guardia de don Juan y a él mismo a utilizar la espada, pero justo en ese momento el ojo avizor de don Álvaro, se había apercibido del peligro, por lo que solucionado el problema con su socorro en el ala izquierda, ordenó de nuevo boga arrancada para llegar lo antes posible en su ayuda, tan oportunamente lo logró, que en esos momentos dos enemigas que habían doblado la línea intentaban atacar por la popa a la Real.

Pintura de don Rafael Monleón Torres que representa a una galera Real del siglo XVII.
Galera Real. Por Rafael Monleón.
Cortesía del Museo Naval.Madrid.

Viendo el gran peligro conforme venía con la fuerza de los remeros, embistió por el centro contra la primera que del golpe la partió yéndose al fondo, la otra que le acompañaba fue aferrada y abordada por lo que en muy poco tiempo se hicieron dueños de ella siendo su gente pasada a cuchillo, en este encuentro don Álvaro recibió dos tiros, uno le dio en la rodela y el segundo en la escarcela, que por ser de acero ambas solo se abollaron, pero muy bien podía haber caído en el combate; como siempre no se inmutó y prosiguió su trabajo, dos de su galeras llegaron a la Real, de forma que por la arrumbada de ellas se accedía fácilmente a la escala Real, dando acceso directo a la Carroza, pero con tal ímpetu que los de detrás empujaban a los de delante y así consiguieron expulsar a los enemigos de la Real.

Con esta acción don Álvaro ya era el más oportuno y eficaz en toda la línea, pues de no haber llegado a tiempo hubieran podido hacerse los turcos con la Real de don Juan y con ello ganar la jornada, pero lo evitó. Un cronista del combate dice de él en este instante:

Comillas izq 1.png «No se sabe qué apreciar más en él, si su heroísmo, si aquel golpe de vista que le hacía precisar el momento oportuno en que su intervención era conveniente, o aquella sangre fría que le permite en el ardor de la contienda, cuando ha visto su vida en inminente peligro y morir a su lado compañeros queridos, separase de aquel punto para observar con toda tranquilidad dónde es necesaria su presencia, dónde se halla comprometida la victoria, para ir como una avalancha a arrancarla de manos de los enemigos. Allí donde la balanza se inclinaba a favor del estandarte de Mahoma, allí aparecía don Álvaro, y con el peso de su espada le hacía bajar hasta el abismo. Atento a los incidentes de la batalla, con una serenidad sin igual y un conocimiento exacto de las fuerzas de que disponía, caía de improviso sobre la posición más comprometida, y la Armada cristiana lo estuvo aquel día en que se jugaron los destinos de Europa…» Comillas der 1.png


Por dos veces más entraron los españoles en la Sultana, y en la tercera algún soldado o capitán (nunca se ha sabido) llegó hasta Kapudán Bajá Zadi (Alí Bajá) y de un tajo le cortó la cabeza, siendo clavada en una pica y enseñada en signo de victoria, mientras otros desbalijaban las nave para llevarse los recuerdos de tan gran día, aunque los objetos de más valor fueron entregados a don Juan, éste preguntó quien había cometido el atropello de cortar la cabeza a Alí-Bajá, pero nadie salió como culpable y con los cientos de hombres que habían llegado a la Carroza de la galera enemiga no era posible saber quien había sido. No obstante dio la orden de arrojarla al mar, porque eso no era un trofeo de guerra para los cristianos. Llegando en ese momento el capitán de los Tercios, don Andrés Becerra natural de Marbella, con el estandarte de Alí-Bajá siéndole entregado a don Juan, quien ordenó izarlo al tope del palo mayor de la Real para anunciar la victoria a todos, tanto compañeros como enemigos.

Un hecho notable de este combate, es que de las tres veces que los españoles entraron en la Sultana y de los dos que los jenízaros lo hicieron en la Real, éste último con tal ímpetu que obligaron a don Juan a defenderse, se distinguió mucho un soldado de los Tercios metido por don Álvaro en la Real por su destreza en el manejo de la espada y al darse el grito de victoria, entre abrazos y medios golpes de amistad por la alegría, le arrancaron la camisa, descubriéndose que era una mujer vestida de hombre. Don Juan al verla, ordenó se retirara a su Carroza y se cubriera con sus propias ropas. (Por desgracia nada más se sabe de ella, ni siquiera su nombre)

Pero no había terminado el combate, ya que se fue corriendo la voz y en ese momento los turcos se dejaban matar, pero quedaba por ver que estaba sucediendo en el ala derecha cristiana y siniestra mora. En ella Uluch-Alí, se puso furioso yéndose con sus treinta galeras a por las de Sicilia y Malta, ésta ya muy maltratada por haber conseguido hundir a cuatro enemigas. Sobre ella cayó el moro con tanta furia que en pocos minutos fue tomada, pero solo cuando quedaban seis caballeros de Malta y heridos. Le dieron remolque los enemigos y cuando pensaban que ya era suya les alcanzó parte de la escuadra de don Álvaro, que con su sola presencia consiguió que picaran los cables de remolque y se dieron a la fuga a fuerza de remo.

En el combate otras de las galeras de Malta habían echado a pique a varias y apresado a tres, la patrona de Sicilia y otras dos del Papa, fueron apresadas por la escuadra de Uluch-Alí, pero igualmente fueron recuperadas por las de don Álvaro.

Regresaba don Álvaro a la línea dando remolque a la capitana de Malta, cuando vio a cuarenta enemigas que huían, se pico el cable y dio orden de dar al remo en boga de arrancada, las persiguió hasta el mismo golfo de Lepanto, al entrar en él ya le hacían compañía su hermano Alonso y Juan Andrea Doria, por lo que el resultado fue la captura de diez, hundidas un número igual, quince se fueron directas a las playas a varar y sólo cinco pudieron escapar, no siendo perseguidas porque ya todos sus hombres estaban agotados, sobre todo los bogantes.

Viendo don Juan de Austria, que ya no había combate en toda la zona, que don Álvaro traía a remolque muchos buques enemigos, dio la orden de reunirse y buscar un lugar donde descansar todos, además el cielo comenzaba a nublarse y al mismo tiempo anochecía por lo que era vital llegar a un lugar seguro, así que se fueron reuniendo las naves poniendo rumbo a la cercana bahía de Petela bien protegida de vientos y mares, fue tan justa la medida tomada, que al poco de arribar todas las naves y algunas aún por fondear, se desató una fuerte tormenta propia ya de la época del año.

Se fueron atendiendo por los cirujanos los heridos más graves y a continuación los menos graves, al mismo tiempo lo muertos en los últimos momentos fueron enterrados cristianamente, ya que no había galera en la que no hubiera un fraile y en algunas muchos más. Lo que nadie cuenta es, si también empuñaron las armas, lo que no sería de extrañar en la época. Don Juan le dio la orden a don Lope de Figueroa que se hiciera a la mar, para llevar una carta del Generalísimo a su Rey don Felipe II. Al mismo tiempo los calafates y carpinteros fueron remendando en lo posible las múltiples averías de los bajeles. Recibiendo don Juan a bordo de su Real (que estaba en reparaciones) a todos los generales de la Armada, dándole las gracias por su buena vista y gracias a ella la victoria obtenida.

No en balde a los turcos se les capturó en el combate; ciento setenta y una galeras, de las cuales treinta y nueve eran de Fanal, cuarenta galeotas y las setenta fustas; ciento veinticinco cañones gruesos, veintiún pedreros y doscientas noventa y cuatro piezas de artillería de diferentes calibres; cayendo en poder de los cristianos treinta y nueve estandartes turcos; habían perecido seguro treinta mil turcos, más cinco mil setecientos sesenta cautivos y casi lo más importante, habían recobrado la libertad nada menos que doce mil cristianos, las hundidas resultaron: cincuenta y ocho galeras más treinta y tres galeotas, por lo que solo pudieron salvarse del total inicial, dieciséis galeras. Por parte de la Santa Liga, se perdieron ocho galeras de Venecia y cuatro de Andrea Doria, en total en torno a los diez mil muertos, pero de ellos siete mil seiscientos fueron posteriores al combate, bien por las heridas sufridas o porque los moros utilizaron saetas y flechas envenenadas, contra lo que nada se pudo hacer.

Por un documento sabemos el reparto posterior de los buques y cautivos turcos:

Comillas izq 1.png «Cupieron al sumo Pontífice Papa Pio V veinte galeras, diez y nueve cañones gruesos, y cañones pedreros tres y cañones chicos cuarenta y dos, y esclavos mil doscientos.

A su Majestad del Rey Don Felipe nuestro señor ochenta y una galeras, cañones gruesos setenta y ocho, y cañones pedreros doce; cañones chicos ciento sesenta y ocho; y esclavos de cadena tres mil seiscientos.

A la Señoría de Venecia cincuenta y cuatro galeras; cañones gruesos treinta y ocho; cañones pedreros seis; cañones pequeños ochenta y cuatro; esclavos de cadena doscientos cuarenta.

Al Príncipe D. Juan de Austria le cupo la décima, que fueron diez y seis galeras, y esclavos de cadena setecientos veinte, y otras cosas» Comillas der 1.png


La mejor de las presas del día fue sin duda la galera que estaba al mando de Mustafá Esdrí, que se encontraba a popa de la Sultana, pero al ver la cabeza y estandarte de Alí Pachá, dio por perdido el combate e intento huir, pero Juan de Cardona se le puso por la proa y lo intimidó a la rendición, la cual aceptó no de muy buen grado. La presa era importante por dos razones, primero era una hermosa galera que había sido capturada diez años antes, siendo entonces la capitana de los Estados Pontificios, lo que fue de gran alegría para el mismo Papa, pero la segunda, casi tan importante para todos, es que era la portadora de todos los fondos de la escuadra otomana, por lo que de ella se sacaron varios cofres llenos de monedas de oro y otras alhajas.

La escuadra permaneció en el fondeadero de la bahía de Petela hasta el 11, por tener la orden don Juan de su hermano don Felipe II, de no invernar fuera de puertos cristianos, por ello zarpó la escuadra a pesar de que el temporal no había amainado, lo que se pudo hacer por la rapidez y eficacia con que los carpinteros y calafates las pudieron poner en orden de marcha al menos, arribando a Messina el 31 de octubre, pero con la mayor parte de los buques en muy mal estado como consecuencia del combate y sobre todo del último temporal sufrido, que no amainó hasta pasados dos días de estancia en el puerto de Messina, como si el viento estuviera enfadado por tan magna victoria.

Acompañamos la bella descripción del comportamiento de don Álvaro en el combate de Lepanto, escrita por don Alonso de Ercilla en su poema La Araucana, compuesto en octavas reales a tan digno y valeroso capitán.

El buen Marqués de Santa Cruz, que estaba
al socorro común apercibió,
visto el trabajo juego en que se andaba
y desigual en partes, el partido,
sin aguardar más tiempo, se arrojaba
en medio de la priesa y gran ruido,
embistiendo con ímpetu furioso
todo lo más revuelto y peligroso.

Viendo, pues, de enemigos rodeada
la galera Real con gran porfía,
y que otra, de refresco, bien armada
a embestirla con ímpetu venía,
saltóle de través, boga arrancada,
y al encuentro y defensa se oponía
atajando con presto movimiento
el bárbaro furor y fiero intento.

Después, rabioso, sin parar, corriendo
por áspera batalla discurría;
entra, sale y revuelve socorriendo,
y a tres y a cuatro a veces resistía.
¿Quién podrá punto a punto ir refiriendo
las gallardas espadas que ese día
en medio del furor se señalaron
y el mar con turca sangre acrecentaron?


Pero lo que más satisfizo a don Álvaro fue recibir una carta fechada el día 5 de noviembre en la ciudad de Pisa, de don García de Toledo, quien escribía lo siguiente:

«Asombrados deven de quedar los enemigos y con gran razón de tan señalada victoria como Nuestro Señor ha servido de dar al Señor D. Juan y los demás que se ha hallado en su compañía; siendo la mayor que jamás ha habido en la mar, de su parte, ni de la nuestra y aún que no ha sido cosa nueva para mí, hame dado muy gran contentamiento en entender principalmente lo que ha hecho vuestra señoría en ella ansí de todo, me alegro con vuestra señoría quanto puedo y devo sin entrar en otros particulares de quan importante ha sido esta victoria, pues en materia de que no saldría tan presto y todo lo tendrá V. S. considerado con su gran prudencia a quien suplico se acuerde de enviarme e mandar en lo que sirva que en ello me hará V. S. siempre muy particular merced…»

Al poco de recibir la carta don Álvaro le contesta, diciendo:

«Mucho contentamiento me ha dado saber que V. E. venga por acá porque debe de tener la salud que sus servidores deseamos; acá todos la tenemos a Dios Gracias y estamos con el contentamiento que es de razón con la victoria que Dios nos ha dado que no se entiende sino en partir la presa y en cosas desta calidad; y pues tan presto Dios queriendo besaré las manos de V. E. en esta no diré mas de que guarde Nuestro Señor su Yllma persona y estado creciente…»

Recibió una carta del don Felipe II, que dice:

«Marqués Pariente nuestro Capitán General de la Galeras de Nápoles. Aunque no he tenido carta vuestra con don Lope de Figueroa no he querido dexar de dar las gracias con éste por lo mucho y bien que he entendido que aveis servido de dar a nuestra armada y assi os las doy; y os certifico que quedo de vos en esta parte muy satisfecho y servido como los conocéis en todo lo que os tocare y sirviere. De San Lorenzo a 25 de noviembre de 1571.— Yo el Rey.— Antonio Pérez.»

Don Juan ordenó repartir las escuadras entre diferentes puertos para no estar todas juntas, pero no a mucha distancia para poder salir en socorro de cualquiera de ellas, así quedó don Juan en Messina, la escuadra de Génova paso a su ciudad, las de Palermo a la suya y don Álvaro con las de Génova a su plaza. De aquí partió Marco Antonio Colonna a Roma, mientras que don Álvaro dio licencia a mucha de su gente, se terminaron de desmontar la galeras que en peor estado estaban y vueltas a reconstruir, al mismo tiempo que mandó la construcción de otras para aumentar su fuerza, aprovechando la inactividad que daba la llegada del invierno.

Ese invierno fue muy caliente a nivel diplomático, ya que cada cual después de verse libre de momento de la amenaza turca, no querían saber nada del asunto, para Venecia era un gasto que además le enemistaba con su lucroso mercadeo con los propios turcos, Génova se mantenía a ver quien decidía, por lo que no entraba en el juego directamente, quedando a la espera de ver quien tomaba la iniciativa, pero sin definir su posición. Para terminar de arreglarlo, el Papa Pío V hizo un llamamiento a los países cristianos, Portugal, Sacro Imperio, Francia y Polonia, pero Selim II enterado de la pretensión de esa segunda unión de fuerzas contra él, se puso en contacto con el Rey de Francia don Carlos IX, consiguiendo de éste que no actuara en su contra, pero el Rey no se quedó parado, pues convenció al Dux de Venecia que a su vez dijera rotundamente no a la segunda Liga, así que a pesar de los intentos del Papa no se pudo realizar, se añadió el fallecimiento de Pío V, siendo el nuevo Papa Gregorio XIII, éste viendo lo bien que había funcionado confirmó el tratado del año anterior y prosiguió su labor, aunque ante las posiciones tomadas por Francia y Venecia nada pudo hacer.

Solo llegaron a un acuerdo puntual, el Dux de Venecia, el Papa y don Felipe II, quien le dio la orden a don Juan de zarpar de Messina con veintinueve galeras bastardas perfectamente alistadas, a las que se unieron las treinta y seis de don Álvaro, siendo un total de sesenta y cinco galeras, dando resguardo a treinta naves, que transportaban a siete mil seiscientos infantes españoles, seis mil itálicos y tres mil imperiales, siendo los españoles y napolitanos destinados al puerto de arribada, que era el de Corfú.

Al mismo tiempo dejó una reserva en Sicilia al mando de Andrea Doria con cuarenta galeras. Zarpó la escuadra el 6 de junio de 1572, al arribar a Corfú el 9 de julio, no se encontraba Colonna, quien arribó el 31 del mismo mes con su escuadra compuesta por unas ochenta galeras, reuniéndose con la española contando en torno a las ciento cincuenta, volviendo salir a la mar el día 7 de agosto del propio año.

La escuadra navegó hasta las costas de Albania, al arribar a Navarino el 8 de septiembre se encontraron con la escuadra turca, al mando del vencido en Lepanto Uluch-Alí, compuesta por unas doscientas galeras, pero su escuadra estaba dividida entre dos puertos, en el mismo Navarino y el de Modón, pero navegando de noche se reunieron todas en éste último, donde adoptaron la formación en fortaleza, impidiendo así y por ser menor el número de las cristianas, ser combatidas. No obstante se mantuvo la flota cuatro días y sus noches cruzando sobre las aguas cercanas al puerto de refugio, pero sobrevino un duro temporal que obligó a los cristianos a buscar el puerto de Cérigo para poder soportarlo.

Al amainar el temporal la escuadra se hizo a la mar, arribando de nuevo a la bahía de Modón, donde no vio a los enemigos, por lo que se puso rumbo a Navarino y allí estaba en la misma formación anterior. A pesar de esto don Juan ordenó un desembarco, en el que formaron ocho mil hombres al mando del Príncipe de Parma, donde se combatió con saña por ambas partes, unos defendiéndose y los otros como ya les habían vencido creyendo que volvería a suceder lo mismo, pero las formaciones casi ni se movían y solo hablaban los pocos cañones desembarcados más los arcabuces, pero nada se avanzaba. Razón por la que don Juan pasado un tiempo dio la orden de regresar, ya que de nuevo se echaba encima la época de los temporales.

Justo era el 7 de octubre de 1572, hacía un año que habían vencido en el golfo de Lepanto, pero esta vez sin obtener el mismo resultado. Ya con rumbo de regreso, esa misma mañana se divisaron velas como a dos leguas de distancia, se dio por sabido que era la escuadra de Uluch-Alí, Colonna dio la orden de regresar al combate, siguiéndole y sobrepasándolo algunas galeras españolas, que no eran otras que las del mando de don Álvaro (como destacaba por llevar en la boga a gente de «buenas bogas» así como esclavos) pero los turcos con el viento a favor iban alejándose, por lo que solo hubo un intercambio de fuego de artillería, el cual por la cantidad de humo propio facilitaba la huida a los turcos.

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