Gonzalez-Valor de Bassecourt, Vicente Biografia
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Capitán de navío de la Real Armada Española.
Caballero de la Militar Orden de Santiago.
I Marqués de González.
Orígenes
Nació en la ciudad de Pamplona a lo largo de 1721. Por estar su padre dos Juan González Valor, caballero del hábito de Santiago, destinado en ella como Mariscal de Campo de los Reales ejércitos, Ayudante general más antiguo de las Reales guardias de Corps, Gobernador de la plaza y ciudadela de la ciudad y Comandante General interino del reino de Navarra, sus fronteras y comarca, y de su esposa doña María Catalina de Bassecourt y Thieulaint, aya de S. M. doña María Luisa de Borbón, Princesa de Luca y Reina de España.
Hoja de Servicios
Elevó petición para que se le otorgara la Carta Orden, para presentarse a los exámenes, una vez aprobados sentó plaza el día veintiséis de noviembre del año de 1735, en la Compañía de Guardiamarina del Departamento de Cádiz única existente entonces. Expediente número 212.
Al terminar sus estudios teóricos se le ordenó embarcar para realizar los prácticos, como era costumbre lo hizo en varios tipos de buques y siempre en misiones de corso, un buen medio para probar las aptitudes del guardiamarina, al conseguir su primer empleo de oficial prosiguió en las mismas misiones, y con el mismo sistema, en cuantos encuentros tuvo con los buques enemigos demostró en todos ellos su valor y conocimientos.
Ya de oficial subordinado fue incorporado a un buque de la escuadra del general Juan José Navarro, que zarpó de la bahía de Cádiz con rumbo a Génova, pero allí las circunstancias impidieron realizar la misión, por lo que optó su general de arrumbar a la base naval francesa de Tolón, donde encontró resguardo, pero llegó un momento en que los hombres empezaron a pasar hambre, por no ser atendidos por los franceses, decidiendo el general al mando zarpar con rumbo a Cartagena.
Felipe V le pidió ayuda a su tío Luis XV y éste a regañadientes cedió para que le acompañara una escuadra francesa a la española, pero con la orden de no entrar en combate sino era atacada por la británica, dándole el mando de la francesa a Mr. La Bruyère de Court un anciano general que seguiría al pie de la letra las instrucciones de su Rey.
La escuadra británica la componían treinta y dos navíos de los que trece eran de tres baterías, con un total de 2.280 cañones y dieciséis mil quinientos ochenta y seis hombres; formando tres divisiones, la vanguardia con nueve navíos al mando de Rowley, el centro al mando Mathews con diez y la retaguardia con trece al mando de Lextock.
La aliada estaba compuesta por veintiocho navíos, pero solo dos eran de tres baterías y menos mal que eran españoles, montando 1.806 cañones y de menor calibre que sus enemigos, con diecinueve mil cien hombres de dotación, estando formada la vanguardia al mando de Gabaret con siete navíos, el centro con nueve a las órdenes de La Bruyère de Court y la retaguardia con doce todos españoles al mando de Juan José Navarro. Las dos primeras divisiones eran solo de franceses.
El 22 de febrero de 1744 zarpó la escuadra combinada y poco a poco fue formando la línea ya mencionada, por lo que el almirante británico que se mantenía a barlovento fue dejando pasar a la escuadra francesa, al comenzar a salir la española su división dando arribadas se fue acercando hasta colocarse a tiro de cañón, en ese momento rompió el fuego sobre los españoles.
Algunos de los navíos españoles eran mercantes armados, pero supieron soportar el castigo, pues no hubo buque que no fuera rodeado al menos por dos enemigos, llegando a cuatro el insignia español Real Felipe, e incluso se le lanzó un brulote, al verlo se arrió el bote para desviarlo, pero éste no pudo, por lo que al acercarse el mismo navío le disparó a flor de agua y lo echó al fondo.
Cuando ya se hacía de noche, los británicos habían sufrido el desarbolo de cuatro de sus navíos y la pérdida de cuatrocientos hombres; por parte española (puesto que la escuadra francesa no efectuó ni un solo disparo) dos navío estaban muy mal tratados, el Real Felipe y el Constante mientras que el Poder que era uno de los mercantes armados, después de batirse contra tres enemigos y con media tripulación fuera de combate fue apresado, pero lo intentaron al día siguiente los franceses, no se entiende muy bien, pues los británicos prefirieron darle fuego, causando con su acción una gran cantidad de bajas, pues fueron de algo más de seiscientos hombres entre heridos y fallecidos.
La escuadra española arribó al puerto de Cartagena el día nueve de marzo dando remolque al Real Felipe, era tan lastimoso el estado del buque insignia que no se consideró rentable repararlo, razón por la que ya no volvió a zarpar.
González regresó y como a la mayoría de sus compañeros, se le ascendió un grado, ya que el mismo don Juan José Navarro, se le entregó el título de Marqués de la Victoria.
No se tienen muchos datos de la vida de don Vicente González, a grandes rasgos solo se dice que al conseguir tener mando, se le encomendó la misión de correo con la Península, Antillas y Tierra Firme, por lo que fue uno de los marinos de su época que más navegó, ya que la misión no era baladí y por lo tanto fue ascendiendo, ya que cuando su buque debía de pasar a desarme o reparación, siempre había otro para continuarla ya que las comunicaciones con los virreinatos eran vitales, por lo que no había casi descanso por tener que navegar cruzando una y otra vez el océano, arribando a Tierra Firme, el seno mejicano, la Habana y volver a cruzar incluyendo las arribadas a los diferentes Arsenales en la Península.
Se le ascendió al grado de capitán de navío y se le entregó el mando del Aquilón, quedando incorporado a la escuadra del marqués del Real Transporte, el general don Gutierre Guido de Hevía, que zarpó de la bahía de Cádiz con rumbo a la Habana para reforzar a la escuadra allí existente, a su llegada el teniente general se hizo cargo de todas las unidades de la Real Armada.
Pasó un tiempo y el 6 de junio a las ocho de la mañana se divisó un gran número de velas, ante los gritos de los vigías el Gobernador se desplazó al Morro, pero mientras, el Teniente Rey dio la orden de dar el toque de generala, al regresar Prado muy agriamente le espetó porqué había asustado a la población, ya que las velas pertenecían a la flota de Jamaica que zarpaba como siempre a principio del verano, pero pasadas unas horas y desaparecida la neblina del amanecer, se distinguió perfectamente que la flota viraba de bordo y ponía proa a la isla.
La situación de la plaza era desoladora, ya que su capitán general había hecho muchas promesas al Rey de estar todo preparado, pero la triste realidad es que casi nada se había hecho, ni siquiera se había montado la artillería enviada desde la Península de tiro raso, para evitar los desembarcos lo que facilitó que se llevaran a efecto. Tal era la desidia que incluso un regimiento de caballería, el de dragones de Edimburgo y a pesar de estar ya más de seis meses, todavía no disponían de sus monturas, éste era el caos existente.
Las fuerzas enfrentadas eran por parte de los británicos: veinte y dos navíos, diez fragatas y ciento cuarenta embarcaciones de transporte, al mando del almirante Pocock y del ejército, viajaban diez mil hombres, con dos mil negros gastadores y cuatro mil de marina al mando del conde de Albermale. Por parte de los españoles, sumando los infantes y supuestos jinetes, eran unos cuatro mil hombres y aproximadamente ochocientos marinos. A lo que se podía sumar, las milicias y todo los habitantes de la isla porque ellos estaban por España, no por el Reino Unido, de haberse tomado las debidas medidas se hubiera organizado la milicia y ésta era sin duda una gran baza, si hubiera podido entra en juego, ya que se les podía haber armado perfectamente (armas habían) y eran unos grandes conocedores del terreno, un factor muy importante a tener en cuenta, como años después se demostró en nuestra contra.
La entrada del puerto de la Habana estaba guarnecida por el castillo del Morro, antiguamente llamado «de los tres Reyes» la junta de guerra encargó de su mando al intrépido Luís Vicente de Velasco y al también capitán de navío don Manuel Briceño se le destino como jefe al castillo de la Punta. A los demás comandantes se les fue destinando a otros castillos con el mismo objeto, puesto que la inmovilidad de la escuadra la había dejado casi sin buques y la diferencia con las fuerzas británicas era ahora muy superior, pues solo quedan en condiciones de hacerse a la mar en perfecto estado de entrar en combate nueve navíos, siendo los nombrados Tigre, América, Infante, Soberano, Aquilón, Conquistador, San Genaro, Reina y San Antonio más otros buques menores.
La boca del puerto se había obstruido con tres navíos barrenados por orden de la junta, siendo los Neptuno, Asía y Europa. La junta la componían el conde de Superrunda, con grado de teniente general, marqués del Real Transporte, teniente general, don Diego de Tabares, mariscal de campo, don Lorenzo Montalvo, comisario ordenador de Marina, don Dionisio Soler, teniente Rey de la plaza, don Juan Antonio de la Colina, capitán de navío, don Baltasar Ricaud, ingeniero jefe y don José Cullel de la Hoz, comandante de la artillería.
Entonces la junta (que para reunirse si tenía tiempo) ordenó que se abandonará la ciudad, pero solo los niños, mujeres y ancianos, quedando el resto supeditados a la Ley militar, por eso se pudo salvar algo de las cajas particulares, puesto que se las llevaron al salir de la Habana con todo cuanto de valor había en sus casas, haciendo un poco menos valioso el gran botín que obtuvieron los enemigos.
Dice Ferrer del Río: «A estos esfuerzos se agregaban los esclavos cedidos al gobernador con patriótico desinterés por los particulares, y los innumerables que, al olor de la libertad prometida á los que ejecutaran alguna proeza durante el sitio, se venían voluntariamente de cafetales y de ingenios. Hombres blancos, peninsulares ó criollos, dueños de opulenta fortuna ó laboriosos para lograrla, y los de color, libres ó esclavos, competían en ardimiento y con faz serena desafiaban á la muerte; solo habían menester buen dirección para encumbrarse á la victoria, y ni auxilio de aliento hallaban en las palabras y obras de los generales»
Una de las primeras medidas de defensa que tomó don Vicente de Velasco, fue macizar la puerta del castillo a su cargo, no dejando más comunicación con el exterior que la marítima, arriando e izando gentes y pertrechos por unos pescantes de botes, que fueron desmontados de los navíos y afirmados al parapeto por el lado de la bahía. En todos estos trabajos tomó parte principal la maestranza del arsenal de marina.
«La fortaleza abrazaba entonces un circuito de 850 varas, que era cuanto consentía la superficie de un peñón elevado naturalmente veintidós pies sobre el nivel de la mar. Las cortinas arrancaban del mismo nivel de la mar, formando polígono irregular esmerado en el frente sur; el de la gola, donde estaba la puerta principal con buen foso, rastrillo y rebellín en su centro, flanqueándola en los extremos los dos baluartes nombrados de Tejada el del este y de Austria el del oeste» El castillo disponía de 64 cañones en todo el perímetro de su fortaleza.
La guarnición inicial estaba compuesta por tres mil soldados de línea, cincuenta de marina, cincuenta artilleros y trescientos gastadores negros, que se relevaban cada tres días. Más adelante se reforzó el Morro con las dotaciones de los buques y además de los cincuenta soldados de marina se fueron añadiendo hasta alcanzar al final el número de cuatrocientos setenta y nueve entre condestables, artilleros de mar y marineros. El día trece de junio ya los británicos sitiaron el Morro.
El combate de la batería de Santiago del castillo del Morro contra los cuatro buques británicos fue de colosal violencia; treinta cañones del castillo contra ciento cuarenta y tres contando sólo la banda que presentaban a la fortaleza.
El Cambridge, que fue el que se acercó más, por eso perdió a su capitán, tres oficiales, la mitad de su dotación y toda su arboladura, quedando tan maltrecho que se hubiera ido a pique bajo los mismos muros del castillo, de no haber sido tomado a remolque por el Marlborough en una arriesgada maniobra. Le sustituyó el Dragón que continuó en el empeño, y si bien desmontó en el castillo algunas piezas, tuvo también que apartarse con grandes averías. El Stirling se separó ileso y por no haberse acercado más al Morro cometiendo un desatino, fue depuesto su capitán por su almirante y nada pesó en la decisión que fuera el más antiguo de los cuatro.
En este combate Velasco recibió una fuerte contusión y por orden terminante del marqués del Real Transporte, hubo de retirarse a la plaza el 15 de julio, acompañado del capitán de fragata Ponce y del sargento mayor de la fortaleza Montes, siendo sustituidos por Francisco de Medina y Diego de Argote, comandantes del navío Infante y de la fragata Venganza.
Desde tierra empezaron los británicos a batir las baterías del Morro del lado de la mar con una que instalaron en la ensenada de San Lázaro, al otro lado de la bahía y al Norte de la ciudad. Viendo que la defensa del Morro se debilitaba y que Montes se restituía a su puesto a los tres días, Velasco lo reemplazó a pesar de no estar totalmente restablecido, haciéndose el cambio el día veinticuatro de julio, llevando por su orden de segundo en el mando al heroico capitán de navío el marqués de González, comandante del Aquilón.
Durante la estancia de Velasco en la ciudad recuperándose de su herida, se percató que en la «Junta, había sobra de pusilanimidad y falta de consejo» y al irse don Luis de Velasco con don Vicente González de nuevo al Morro le dijo: «¡Sacrifiquémonos al Rey y á la patria!» Haciéndose buena la frase de Velasco. Posteriormente ya cuando se estaba celebrando el Consejo de Guerra, y al final de las actas de éste está escrita:
que hubo en el sitio reflejo
(según misterios encierra)
muchos consejos de guerra,
y faltó guerra y consejo»
«Dolorosa y métrica expresión del sitio y entrega de la Habana, dirigida á nuestro católico monarca el Señor D. Carlos III por una poetisa de la misma ciudad» Manuscrito de la Real Academia de la Historia.
El 30 después de pasar revista a algunas obras que se estaban realizando para reparar en lo posible el mal estado en que ya estaba la fortaleza y de dirigir algunos fuegos sobre el campo enemigo, se retiró Velasco a almorzar con González: «después de observar la inmovilidad del campo abrasado por el Sol», dice el parte:
«Como a la una y media de la tarde se oyó un sordo estampido que no podía confundirse con los fuegos que ordinariamente se hacían»
La mina había abierto una pequeña brecha en el baluarte de la Tejada; al no ver defensores en las inmediaciones, treparon a lo alto un grupo de veinte granaderos británicos, que al no encontrar resistencia fueron seguidos de muchos más.
El capitán Párraga, con denodada determinación y con sólo doce soldados, detuvo unos minutos a los asaltantes en la rampa que desde el baluarte descendía al interior del recinto, pero pronto sucumbió ante el elevado número de sus enemigos.
No obstante, su resistencia consiguió alertar a Velasco, que con atronadora voz y la espada en la mano acudió intrépidamente, al frente de tres compañías, a tratar de impedir la entrada de los asaltantes en la plaza de armas del castillo. A la primera descarga cayó gravemente herido en el pecho, recomendando a su segundo que no desamparase la bandera que ondeaba luciendo al Sol de Cuba.
González-Valor acudió a defenderla, cayendo junto a ella mortalmente herido y a su lado los capitanes Mozaravi y Zubiria, más los tenientes, Rico, Fanegra y Hurtado de Mendoza todos cayeron ante la presión de los que subían, solo quedó Montes pero no tardó también en ser herido; al fin hubo de izarse la bandera blanca pues toda resistencia sólo provocaría más bajas, pero los británicos pasaron por las armas estando ya rendidos a todos los negros, respetando a los blancos.
Era el triste 30 de julio de 1762.
El rey Carlos III, queriendo recompensar las hazañas de don Vicente González, hizo merced con la concesión póstumamente del título de Marqués de González para él y sus descendientes legítimos, al mismo tiempo a su hermano don Francisco, capitán de guardias de Infantería Española, del título de Navarra de Conde del Asalto, perpetuando así el glorioso y triste asalto al Castillo del Morro de la Habana, añadiendo una pensión de veinte mil reales anuales para su familia.
La Academia de San Fernando organizó algunos certámenes para perpetuar la hazaña de Velasco y González', por oficio firmado por don Ignacio de Hermosilla y de Sandoval el 12 de julio de 1763. El concurso de pintura, fue ganado por don José Ruffo, el de escultores por don Pedro Lasase, otro extraordinario para dos bajorrelieves, que fue ganado por don Pedro Sorage, quedando todos ellos en la misma Institución, al mismo tiempo decidieron la acuñación de una medalla conmemorativa con los bustos de Velasco y González en el anverso, en el reverso figura el castillo del Morro, estallando la mina siendo asaltado por las tropas y atacado por mar, grabada por don Tomás Francisco de Prieto, de cuyos ejemplares una le fue regalada a su madre, doña Catalina de Bassecourt y otra a su hermano don Francisco ya I conde del Asalto.
Fue tanto el valor demostrado en la defensa de este fuerte que lo británicos, les levantaron un monumento en la abadía de Westminster en recuerdo del derroche de su valor y ejemplo para los suyos.
Bibliografía:
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Gómez de Olea y de la Peña, Fernando.:D. Luis Vicente de Velasco e Isla (1711-1762). Santander 2006.
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