Ruiz de Apodaca y Eliza, Juan Jose Biografia
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Juan José Ruiz de Apodaca y Eliza Biografía
XVI Capitán general de la Real Armada Española.
Caballero de la Real Orden del Toisón de Oro.
I Conde del Venadito.
I Vizconde de Ruíz de Apodaca.
Caballero de la Militar Orden de Calatrava. Exp. 2287. Aprobado 23-X-1783
Encomienda de Ballaga y Algarga en la misma Orden.
Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica.
Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III.
Consejero del Supremo de la Guerra.
Consejero de Estado.
Prócer del Reino.
Orígenes
Vino al mundo el 3 de febrero de 1754 en la ciudad de Cádiz, siendo bautizado en la parroquia castrense el 5 siguiente, fueron sus padres, don Tomás Ruíz de Apodaca y López de Letona y doña Eusebia de Eliza y Lasquetty.
Hoja de Servicios
Sentó plaza de guardiamarina el 7 de noviembre de 1767 en la Compañía del Departamento de Cádiz. Expediente N.º 1008.
Con quince años embarcó en el navío San Lorenzo el 19 de marzo de 1769 para combatir el corso norteafricano por el Mediterráneo, sosteniendo un férreo combate contra varios jabeques, transbordó al navío Triunfante con la misma comisión y de nuevo mantuvo un combate en el cabo de Santa María con un bergantín argelino al mando del arráez Sain, siendo hundido el enemigo, devolviendo la libertad a un buque español que llevaba apresado.
Ascendido a alférez de fragata por Real orden del 22 de agosto de 1770, pasó a embarcar de transporte en el navío Atlante con rumbo a Ferrol, donde pasó destinado a la urca Anónima, transportando al regimiento de Vitoria a San Juan de Puerto Rico, al desembarcar la unidad militar zarpó de nuevo de transporte en el navío América con rumbo a Ferrol, fondeando entrado el año 1771, unos días después continuó viaje arribando el 15 de julio a la bahía de Cádiz, desembarcando.
Destinado a la fragata Industria, zarpó de la bahía de Cádiz con azogues en 1772 con destino al Callao, donde realizó varias comisiones en la mar destinado en el navío Peruano y en tierra como responsable de los almacenes del puerto donde se encontraban los pertrechos para los buques destinados en él, regresando en 1773 a la bahía de Cádiz. El 28 de abril de 1774 es ascendido al grado de alférez de navío y destinado a la fragata Águila, realizando varias campañas de exploración y cartografía en Otahiti junto a su comandante don Domingo Boenechea.
En los dos años siguientes estuvo destinado en Lima, embarcado en el navío Astuto, realizando otros servicios en tierra, siendo uno de ellos el sacar a flote una fragata que estaba dada a la banda y por causas desconocidas se hundió, gracias a su intervención pudo continuar su viaje. Se le ascendió al grado de teniente de fragata por Real orden del 16 de marzo de 1776, regresando a Cádiz con el navío Astuto fondeando el 12 de agosto de 1778, al desembarcar se le nombró Ayudante de la Subinspección de arsenales en La Carraca, siendo su comandante don Antonio Valdés.
En 1778 se le asciende al grado de teniente de navío por Real orden del 23 de mayo, encontrándose en Cádiz y embarcado en el navío Santa Isabel.
Al declarase la guerra contra el Reino Unido en junio de 1779, se le destinó al campo de Gibraltar al mando de otros oficiales que darían parte al general del ejército de los movimientos de los británicos, siendo a su vez el jefe de los pertrechos de guerra que se llevaron para refuerzo de la Armada al puerto de Algeciras, para todo ello se le entregó el mando de cuatro buques pequeños.
Por la presentación del diario de operaciones de su destino en el campo de Gibraltar, se le entregó la Real orden con su ascenso al grado de capitán de fragata con fecha del 16 de septiembre de 1781, cuando tan sólo contaba con veintisiete años de edad y se le otorgó el mando de la fragata Nuestra Señora de la Asunción, incorporado a la escuadra del general don Luis de Córdova participando en el bloqueo de Gibraltar, pasando posteriormente a separarse de la escuadra y mantenerse en la boca del Estrecho en su parte O. en vigilancia de los posibles intentos británicos de socorrer al Peñón, participando por ello en el combate contra la del mando del almirante Howe cuando esta se hizo de nuevo a la mar con rumbo al Atlántico, el general don Luis de Córdova le salió de nuevo al paso y se trabó el combate del 20 de octubre de 1782, en aguas frente al cabo Espartel, de quien recibe el nombre, así como soportando el fuerte temporal que se desató a las pocas horas del enfrentamiento.
Se reunió con su fragata a la escuadra del general don Luis de Córdova y ésta a la del conde D'Estaing para zarpar en busca de la británica, pero llegó la noticia de haberse firmado la paz, por ello se le encomendó la comisión de realizar un tornaviaje a las islas Filipinas para comunicar la buena nueva; es este viaje por primera vez se presentó en Manila a los cuatro meses y trece días de haber zarpado de Cádiz, marcando así un hito, pues hasta entonces el mínimo estaba en torno a algo más de cinco meses, arribando de nuevo a la bahía ya entrado 1784.
Desembarcó y se dedicó a escribir una «Memoria» con la mejor y más fácil forma de forrar los cascos de cobre, razón principal de no haber podido combatir de verdad a la escuadra británica en el combate de Espartel, enterado en Ministro a la sazón el Baylío Frey don Antonio Valdés dio la orden de seguir el procedimiento y empezar a realizar ese trabajo en los bajes.
En 1785 fue llamado a la Corte, allí en unión al brigadier de la armada don Luis Muñoz de Guzmán, pasó revista general de las matriculas, en su trabajo sustituyó en varias ocasiones a su jefe por tener éste que acudir a la Corte, como resultado de la inspección, alzó planos de costas, presupuesto y marcó las mejoras a realizar, con ello se arreglaron los gremios de los matriculados, así como sus cuentas, fondos y fundarlos en las poblaciones no existentes, con todo este trabajo permaneció hasta 1787, regresando al finalizar a la Corte
Por todo este trabajo bien hecho, S. M. firmó la Real orden del 28 de febrero de 1788 con su ascenso al grado de capitán de navío, obteniendo por el renombre alcanzado al año siguiente el destino de Mayor General de la escuadra de evoluciones al mando del general don Félix de Tejada, embarcando en el navío San Telmo.
Esta escuadra estaba formada por el navío San Telmo, insignia, San Lorenzo, Europa, San Francisco de Paula, Bahama, San Genaro y una fragata siendo la encargada de transportar unos regalos del nuevo rey de España don Carlos IV que, éste enviaba a su hermano Rey de las Dos Sicilias, arribando a su capital la ciudad de Nápoles el 7 de junio de 1789, donde fueron agasajados durante un tiempo, pasando posteriormente a Liorna a entregar los suyos a los Duques de la Toscana, cuya Duquesa era la hermana de don Carlos IV, doña María Luisa, quien al ver el inmejorable estado de los buques abordaron la insignia pasando una pequeña revista naval.
A su arribada desembarcó por tener una Real orden de hacerse llegar a la Corte, donde se le encargó dirigir las obras de reparar y ampliar los muelles del puerto de Tarragona, cuya obra comenzó en 1790, siéndole asignado un sobre sueldo de 60 reales diarios, cuyo importe al finalizar las obras diez años después sumaban 219.000, pero dado que él ya cobraba su sueldo como marino renunció por considerarse pagado por el favor Real de comisionarle para tan importante trabajo.
En 1793 sin dejar el anterior encargo se le ordenó pasar a la Corte, de donde se le destinó a Cádiz, llegando en enero del propio año, después de una licencia para contraer matrimonio, con doña María Rosa Gastón de Iriarte y Navarrete en abril de le otorgó el mando del navío San Francisco de Paula en la escuadra del general don Francisco de Borja en el Mediterráneo, participado en las operaciones de la campaña de Cerdeña, pasando después con el mismo navío a la escuadra del general Lángara en la toma de Tolón en unión de la escuadra inglesa, del almirante Hood tomando parte muy activa en todas las operaciones.
De su participación en esta campaña se puede resaltar con alto valor humano, fue su permanencia con el bote de su buque hasta sacar a todos los heridos del hospital de sangre y puestos a salvo a bordo se restituyó casi en solitario al resto de la escuadra, participando en las acciones de las isla Hyères con dos lanchas armadas en bombarderas, al terminar las acciones puso rumbo a Mataró donde desembarcó después de soportar un duro temporal.
Por Real orden del 1 de febrero de 1794 se le asciende al grado de brigadier, continuando al mando de su navío, pasando a incorporarse a la escuadra al mando del general don Federico Gravina, participando en las operaciones de la bahía de Rosas hasta su evacuación el 4 de febrero de 1794, arribando y desembarcado a las tropas en la población de Palamós.
Su navío enarbolaba la insignia del general Gravina, quien se hizo cargo de la escuadra por haber sido elevado a la dignidad de capitán general el general al mando don Juan de Lángara, permaneciendo en las operaciones hasta la llegada del nuevo general en jefe don José de Mazarredo, quien dio la orden de regresar a Cartagena, pues poco después se había firmado la Paz de Basilea que puso fin a la guerra contra la República francesa.
Al arribar a la bahía de Cádiz se le destinó como Subinspector del Arsenal de La Carraca, puesto en el que permaneció hasta abril de 1796, por supresión de este destino.
En octubre siguiente se le otorgó el mando del navío San Agustín, al comenzar una nueva guerra contra los británicos, siendo su primera comisión dar escolta a Safi al bergantín Atocha, por ir embarcado en él un alto funcionario moro.
A su regreso se le ordenó dar escolta a la fragata Santa Clara, con la que zarpó rumbo a Buenos Aires, dejándola a salvo al pasar las islas Afortunadas, al regresar se le unió el bergantín Alerta ambos con rumbo a la península, encontrándose el 13 de febrero de 1797 en aguas del cabo de Santa María, por la niebla no pudo apercibirse de estar en el centro de una escuadra británica al mando del almirante Jervis, comenzó un juego, Apodaca maniobró evitando a los enemigos consiguiendo burlar a los cinco navíos que le bloqueaban el paso, siguiendo sus aguas el bergantín, pero esto no gustó a sus perseguidores añadiéndose más a su caza, viéndose forzado a buscar otra salida, por ello viró con rumbo a Vigo, por serle imposible arribar a Cádiz, se mantuvo tan sereno y firme a pesar de las circunstancias que, no solo despistó a sus oponentes si no que optó por alejarse de la costa, evitando un mal encuentro con el resto de enemigos que se mantenían cruzado sobre las aguas de Lisboa y Galicia, logrando arribar a Vigo sin mayores problemas el 17 siguiente. Todo esto gracias a disponer la Marina Real de una base de operaciones en la capital del país vecino de Portugal.
Permanecía en este puerto cuando en julio el comodoro británico Samuel Hood, con una división formada por dos navíos, tres fragatas y dos bergantines, penetro y fondeó en la misma entrada de la ría, enviando un emisario con la orden de rendirse, pero tanto Apodaca como el jefe del ejército de Tuy, le contestaron que eso no era posible si antes no eran vencidos: con esta respuesta llegó el enviado, pero añadió la gran fuerza y preparación que ante él se había organizado en prevención de un duro combate, por ello el comodoro británico decidió no era la ocasión decidiendo levar anclas y zarpar, a Apodaca se le notificó su salida del fondeadero, alistó inmediatamente dos lanchas de pescadores, atacando y capturando un bergantín cargado con víveres enviado desde Ferrol, el cual previamente había sido apresado por los británicos.
Recibió la ayuda de varias goletas recién construidas en Ferrol, las cuales se le encargó que probara, para ello se hizo a la mar con dos de ellas, al regresar elevó una «Memoria» con las rectificaciones de estiba y arboladura que debían de sufrir, las cuales fueron aceptadas y rectificadas, mejorando con ello su velocidad y estabilidad, pasando a prestar servicios de guardacostas.
Unos días después volvió a aparecer la escuadra británica bloqueando de nuevo la ría de Vigo, pero recibió la orden del Gobierno de pasar a Ferrol, a pesar de saber la situación en la que se encontraba, nada le hizo desistir para cumplir la orden, por ello zarpó de Vigo de noche cerrada y burlando la vigilancia enemiga, logró entrar en Ferrol con el San Agustín, eso sí, sufriendo en el rumbo un temporal que lo desarboló del mastelero de gavia, viéndose obligado a entrar en dique por el mal estado en que se hallaba todo su casco.
Pocos días después recibió la orden de pasar a Cádiz para serle entregado el mando del primer navío vacante, siendo el Mejicano, estando de viaje se envío un Real orden a Cádiz, la cual le estaba esperando a su llegada, por ella se le encomendaba la defensa en el Consejo de Guerra de Generales del general don José de Córdoba. Esto ocurrió porque S. M. pensó era más necesario en este acto por su importancia que, estar embarcado al mando de un navío. Permaneciendo en el desempeño de la defensa del infortunado general hasta 1799.
Dándola a conocer al publicar: «Defensa militar y marinera en favor del teniente general D. José de Córdova por el combate naval de 14 de febrero de 1797» En Cádiz por D. Manuel Jiménez Carreño, tamaño folio.
Entrado este año, elevó petición a S. M. para volver a tomar su mando a flote, pero de nuevo en Rey consideró era más necesario en tierra, para ello lo nombró Subinspector del Arsenal de La Carraca, permaneciendo con su buen hacer en él, compartiendo el destino como vocal de la Junta del Departamento.
Encontrándose en ello se sufrió el ataque al Arsenal por la escuadra británica, en el cual su Comandante propietario cayó preso de los enemigos, siendo dejado en libertad bajo palabra de no entablar combate contra ellos, por esta razón S. M. le nombró en propiedad como Comandante del Arsenal.
Pasó inmediatamente a cumplir el plan de armamento del propio Arsenal, que estaba ya redactado por el anterior comandante don Teodoro Argumosa, el comandante de ingenieros y él mismo, por ello en muy pocos días se montaron cuarenta cañones, varios morteros y terminada la adaptación de cincuenta lanchas en cañoneras.
Estando en todo esto se declaró la epidemia que asolo a Andalucía, volcándose por completo a salvar vidas por contagio, a tal llegó la escasez de medio y hombres, que él mismo tuvo que realizar guardias como si de un oficial de menor grado le correspondiera. Para no quejarse de nada, tuvo que acudir para dirigir los pocos medios disponibles en apagar un incendio forestal que se declaró en la estaca de los Montañeses, consiguiéndose a los pocos días, pero a su vez estando en este cometido se perdieron un poco los controles y cayó enfermo de la epidemia, aunque su fortaleza solo le dio unos días de respiro, en los que no quiso ni guardar cama. ¡Había mucho que hacer y como siempre, poco de todo!
Al firmarse la paz con el Reino Unido, pudo abandonar su puesto en Cádiz para verificar el adelanto de la remodelación del puerto de Tarragona, pues a pesar de estar en tantos sitios siempre que podía hacía acto de presencia, pues lo consideraba como lo que era, ¡un encargo Real!
Tanta era la fijación puesta en este empeño que al fallecer el general Ibáñez, Gobernador militar y político de la ciudad, el Ayuntamiento y los Gremios elevaron petición al Monarca para que fuera nombrado Apodaca, pero el Rey no pensaba igual, tanto, que en mayo del mismo 1802 firmó la Real orden otorgándole el mando del navío Reina Luisa, perteneciente a la escuadra del general don Domingo Nava.
Con su navío realizó varios cruceros frente a Argel, pasando a cumplimentar una comisión especial, pues embarcaron en su navío los reyes de Etruria, zarpando con rumbo a Liorna donde desembarcaron, concluida la comisión regresó al Arsenal de Cartagena el 1 de febrero de 1803. En agradecimiento a todo lo recibido a bordo los Reyes le hicieron un buen regalo.
Por Real orden del 2 de octubre de 1803 se le ascendió al grado de jefe de escuadra, zarpó con rumbo al cabos de Palos con su navío el Reina Luisa en conserva del Argonauta, el 15 de octubre de 1803, sufrieron ambos la caída de un rayo causando graves daños en los buques, viéndose obligados a regresar a Cartagena, donde se dedicó a escribir una «Memoria» con tantos datos que, fue aceptada por el Consejo del Rey, por ello se ordenó seguir sus indicaciones para evitar o minorar el efecto de este accidente natural, implantándose por ello en los buques el pararrayos.
Publicando: «Reflexiones sobre la dirección, efectos y resultados de dos rayos que cayeron en los navíos Reina Luisa y Argonauta en 15 de octubre de 1802.» Estando insertada en el Almanaque náutico de 1804.
Añadiéndose a este éxito, al ser adoptada por todos los países de Europa, al difundirse la noticia de cómo usar los conductores eléctricos en una instalación a bordo.
Fue destinado de nuevo a Cádiz, donde tomó el 14 de diciembre la Subinspección, a ello se le añadió el día 1 de julio del año 1804 hacerse cargo de la Comandancia General del Arsenal de La Carraca, llevando a cabo grandes construcciones como el reedificado del cuartel de la Maestranza, se construyeron catorce fraguas y otros como una cisterna con capacidad para cien mil arrobas y un «Reglamento de avalúos de materiales y demás objetos necesarios para construir buques que en ellos se expresan, etc.» publicado de su peculio en Madrid, 1824, con el título. «Estado de los materiales, pertrechos y jornales con su costo en reales vellon que se necesitan para cada uno de los buques que en ellos se expresan. etc.» Que fue repartido para casi todos los marinos de España.
Por todo esto, S. M. le otorgó las encomiendas de Ballaga y Algarba, en la Orden de Calatrava a la que pertenecía como caballero desde 1783.
El 25 de marzo de 1807 se le concede el mando de la escuadra del Océano, encontrándose en la bahía de Cádiz al ser invadida la península por los ejércitos napoleónicos, al saber la cercanía de las tropas decidió combatir a los restos de la escuadra francesa de Trafalgar que se encontraban fondeados en la misma bahía, al mando el almirante francés Rosilly, comenzando el ataque el 9 de junio 1808 terminando al rendirse el 14 siguiente, convirtiéndose así en la primera victoria española y la primera derrota del Emperador de los franceses, le seguirían más.
Por orden de la Junta de Sevilla se le exoneró del mando de la escuadra, pasando a la ciudad de Londres, junto al general don Adrián Jácome, donde llegaron al acuerdo de firmar la paz con el Reino Unido y aliarse con él en la lucha contra el Emperador de Francia. Al terminar las conversaciones y firmarse los acuerdos, renunció a su cargo para poder regresar a la península y combatir al enemigo de España, pero no era de la misma opinión la Junta, por ello le remitió el nombramiento Ministro Plenipotenciario y Enviado extraordinario de España en el Reino Unido.
Al ser le otorgados todos los poderes, firmó el: «Tratado definitivo de paz, amistad y alianza entre España y el Reino Unidos de la Gran Bretaña é Irlanda; firmado en Londres el 14 de enero de 1809» Contiene cinco artículos, dos artículos separados y uno anejo al anterior tratado. Terminando su redacción: «En fé de los cual, nos los infrascritos plenipotenciarios, en virtud de nuestros respectivos plenos poderes, hemos firmado el presente artículo añadido, y hemos firmado poner en él los sellos de nuestras armas. Hecho en Londres el día 21 de marzo de 1809. — Juan Ruiz de Apodaca. — Jorge Canning.» El mencionado artículo, como era costumbre siempre por parte del Reino Unido, solo se reconoce el retraso en firmar un tratado sobre comercio con Ultramar, quedando pospuesto hasta que se pueda tratar como es debido por la premura de acabar la actual guerra.
Se le ascendió al grado de teniente general por Real orden del 23 de febrero de 1809 (¿en otras fuentes dice que fue el 23 de agosto de 1808?)
Fue exonerado de su cargo el 15 de junio de 1811, regresando a Cádiz, habiendo permanecido en su puesto algo más de tres años, durante su permanencia consiguió la alianza con Rusia y otros países de Europa, por ello casi todo el resto del continente no invadido se puso en contra de Napoleón, todo esto le valió unas singulares muestras de aprecio, por parte del Gobierno y del Rey del Reino Unido, quien le dio muestras ostensibles de ello al poner pie en la península, pudo llegar a la península el 17 de noviembre siguiente.
En febrero de 1812 pasó a la isla de Cuba, las Dos Floridas y Presidente de la Audiencia de la Habana, así como su capitán general y gobernador. En septiembre de 1816 es nombrado virrey de Nueva España, sustituyendo a Calleja.
Allí tuvo que enfrentarse a graves disturbios de los insurgentes, uno de los más conocidos fue la captura de Javier Mina, a quien mandó fusilar.
Las acciones de guerra en los tres primero años de su mando, las resume así un biógrafo suyo: «Acciones de guerra y fuertes conquistados, 309; en las que tuvieron los insurgentes 10.000 muertos y 6.216 prisioneros; la artillería tomada ascendió a 255 cañones, 27 obuses de todos los calibres, 10.453 armas de fuego y 5.108 blancas; los caballos tomados fueron 5.678 ensillados y 11.780 en pelo; las cédulas expedidas de indulto por el general Apodaca en todo el tiempo de su virreinato, fueron de 55.000 a 60.000, cuyas cifras expresan por sí solas su política.»
Tuvo que enfrentarse con un gobierno absolutista que no concedía ninguna reforma, esto para Apodaca no era la solución al grave problema, por ello y cumpliendo con sus responsabilidades, conminó al Rey para cambiar algunas Leyes al menos para aquellos territorios, muy diferentes por obvios motivos del momento, al parecer S. M. así lo comprendió, siendo cambiadas algunas de ellas, sin menos precio de nadie, incluido el Rey.
Permaneció en la isla hasta enero de 1816, por ser nombrado virrey de Nueva España, pero aquí la falta de escuadra facilitaba el acceso de pertrechos de guerra a los insurrectos, por ello iban ganando terreno, pero con los pocos refuerzos que se recibían y ajustando lo máximo las fuerzas, se convirtió en la práctica en una guerra de desgaste.
Por su gran labor en los dos altos cargos de Cuba y Nueva España, por Real orden del 27 de mayo de 1818, S. M. le otorgaba la merced del título de Castilla de Conde del Venadito y Vizconde de Ruíz de Apodaca, para sí, sus hijos y sucesores. Poco tiempo después se hizo extensiva la gratitud Real, al serle concedido a su esposa doña María Rosa Gastón de Iriarte y Navarrete, la banda de la Real orden de María Luisa.
El agradecimiento Real era más que justificado, pues aparte de todo lo bien y justo del ejercicio de sus responsabilidades, al serle entregado el Virreinato éste estaba endeudado por 740 millones de reales y al regresar a la península, se trajo y desembarcaron 100 millones, era la cantidad existente en la caja. Datos que figuran en la Gaceta de Madrid del 30 de mayo de 1820.
Se produjo el alzamiento de Riego, llegando la noticia unos meses después al virreinato, de haber forzado al Rey a Jurar la Constitución de Cádiz, ante ello Apodaca dijo: «No diré si este órden de cosas es ó no conveniente en España; pero desde ahora afirmo que el hacerlo estensivo á las posesiones de Ultramar, es, cuando menos, muy peligroso», pero a esto añadió: «…que una vez jurado, su estricta observancia seria la tabla única de salvacion.»
Elevó petición a S. M. de ser relevado del cargo por carta del 18 de julio de 1820, aún se encontraba en Méjico capital cuando se produjo el grito de independencia en la población de Iguala el 24 de febrero de 1821, Iturbide unió sus fuerzas a las del rebelde Guerrero, comenzada así la guerra de independencia de México, no habían casi fuerzas que oponer, por ello Apodaca ordenó fueran alistados todos los varones que estuviera en edad de combatir, así logró reunir a unos dos mil seiscientos hombres, pero al ir a enfrentarse algunos comenzaron a pasarse de bando y los alistados les siguieron otros.
Siendo el golpe de gracia, cuando al estar reunida la Junta de Guerra formada desde el grito de Iturbide en Iguala, se levantaron las unidades de la capital el 5 de julio de 1821, Apodaca intentó disuadir de lo equivocada de su insubordinación, pero le fue imposible imponerse, por ello se puso en camino de Veracruz con su familia, ciudad en la que se encontraba el brigadier don Francisco Javier de Gabrile, quien pocos días antes había contraído matrimonio con su hija doña María de los Dolores, a estos les acompañaban el ayudante del virrey el coronel don Vicente Rius y el capitán don Francisco Bocanegra, y como escolta veinte soldados de marina, quienes embarcaron zarpando con rumbo a la Habana en octubre de 1821, donde permanecieron poco tiempo, embarcando en buques mercante con rumbo a Lisboa donde desembarcaron, cruzaron la frontera camino de Badajoz, para llegar a la Villa y Corte en septiembre e informar a S. M. de forma verbal de todo lo sucedido.
Después de informar al Rey, permaneció en la ciudad de Madrid hasta abril de 1823, pasó a Sevilla, continuando a la ciudad de Cádiz en la huida de la invasión de ejército francés de ‹Los Cien mil Hijos de San Luis›, al llegar S. M. le nombró capitán general de Nueva España, pero Apodaca le contestó a Rey no poder hacerlo, por encontrarse muy mayor, recomendando dadas las circunstancias para el buen desempeño fuera una persona más joven y fuerte, consiguiéndolo por haber cesado el Ministro don Francisco de Paula Osorio y Vargas, al ser relevado por don Luis María de Salazar y Salazar éste le ordenó pasar a la Corte. Al parecer molestaba su presencia en la Corte al anterior.
A los pocos meses se le nombró Vocal de la Junta de pacificación de América y Comandante General del Cuerpo de Ingenieros de la Armada, permaneciendo en estos destinos hasta noviembre de 1824.
Por ser nombrado virrey de Navarra, viajó a Pamplona para tomar posesión del virreinato, se encontraba en esta ciudad en diciembre siguiente, cuando le llegó la noticia de haberle concedido S. M. la Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica, por sus muchos méritos contraídos en aquellas tierras, por Real orden del 29 de diciembre de 1825 se le nombra Consejero de Estado, permaneció en su alto mando de Virrey hasta comienzos de 1826.
En el mismo año es nombrado consejero de Estado, como a tal presentó varios proyectos y memorias, entre ellos: «Las graves cuestiones que entonces se agitaban en el vecino país de Portugal.»; «Que el único modo de que Valencia comunique con el Mediterráneo es hacer un puerto en Cullera y de ningún modo en el Grao.» y «Derechos de pesca en el río Vidasoa de los matriculados españoles.»
Por sus muchos méritos, por Real cédula del 1 de diciembre de 1829 se le concede la Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III.
Y el 1 de mayo de 1830, se le promovió a la más alta dignidad de la Real Armada como su Capitán General y Director de ella.
Para dejar al lector que opine, sobre la calidad humana del conde del Venadito, transcribimos un punto y aparte, de la obra de Paula y Pavía, que dice: «El autor (D. Angel Valdés, capitán de fragata de la Real Armada, procurador en Cortes) tuvo mucha parte en el milagro de las quince pagas: él fue quien demostró con documentos al Sr. Conde del Venadito, Director General de la Armada, lo que podía hacerse con los 40 millones (reales) asignados á marina, y como dicho señor era Consejero de Estado, pudo en él hablar á favor del cuerpo, y consiguió aquel feliz resultado. A fines de 1831 enfermó el Sr. Conde, y en 1832 ya no se dieron más que cinco pagas; de suerte que las 27 pagas que se deben á la marina han sido dejadas de dar desde la enfermedad del Conde del Venadito.» ¡Veáse lo que vale un hombre de bien mandado!
Fue de nuevo atacado por su enfermedad de estómago que venía padeciendo desde su primer destino en la isla de Cuba, fue tan virulenta que se vio obligado a guardar cama durante más de dos meses, le sobrevino el falleció en la ciudad de Madrid el 11 de enero de 1835 cuando estaba a punto de cumplir los 81 años, pues le faltaban tan sólo veintitrés días, de ellos sesenta y ocho de servicios con mucho mérito a España.
Por Real decreto fechado el 19 de diciembre de 1852 por doña Isabel II, se ordena haya siempre un buque en la Armada para que perpetué su memoria con el nombre de: Conde del Venadito.
Causó su muerte un sentimiento general; disponiéndose a parte de lo anterior en septiembre de 1862, que los restos de tan esclarecido general y patricio reposaran en el Panteón de Marinos Ilustres, siendo autorizado su hijo a instalar un sarcófago, para encerrar las cenizas de su esclarecido padre y mientras se efectuaba, el señor Gastón de Iriarte mandó colocar en el lugar correspondiente una lápida de recuerdo, que desapareció no bien se hizo el traslado de los restos, no faltando en la actualidad sino levantar un mausoleo digno depositario de tan venerables cenizas.
Sus cualidades, su delicadeza, de que podrían referirse muchos rasgos, y su alto valer, le harán señal siempre, como modelo honrosísimo y glorioso entre la Armada española.
†
R. I. P. A.
Conde del Venadito.
Bibliografía:
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