Cervera y Topete, Pascual4
De Todoavante.es
El 20 de agosto, el contralmirante Mac Nair, Director de la Academia Naval de Annapolis, entregó al almirante Cervera un escrito del Gobierno de los Estados Unidos pensando que sería del agrado de don Pascual, pero el documento llevaba una condición: «…dar su palabra de honor de no hacer armas contra los Estados Unidos mientras durase la guerra.» el almirante indignado le espetó a su carcelero: «Excmo. Sr.: El Código penal de la Marina militar de España define como delito y pena la aceptación de la libertad bajo palabra de no hacer armas durante la guerra; por tanto, nosotros no podemos hacerlo, y tengo el honor de ponerlo en conocimiento de V. E.— De esto doy parte a mi Gobierno.— Quedo…»
Esta negativa fue comunicada al Gobierno americano, pero valorando que la realidad era que España ya no tenía buques con que hacerles la guerra y la isla se había rendido, con fecha del 31 de agosto se les comunicó la libertad incondicional. Sólo hubieron en ese tiempo tres personas que sí se acogieron a la primera condición, el médico don Antonio Jurado que estaba enfermo, el capellán don José Riera para cuidarlo en el viaje y el caso nada normal del capitán de navío señor Díaz Moreu, el único militar como se ve que se acogió, pudiendo ser la causa de que después en el Consejo de Guerra no saliera muy bien parado, añadiéndose que sólo de su buque los americanos pudieron sacar el «Cuaderno de bitácora» del cual estaba obligado por Ley a hacerlo desaparecer.
A partir de este momento don Pascual se mueve a gran velocidad, manda una comisión de oficiales y un médico para contratar un medio de transporte a poder ser todos juntos, unos días más tarde se contrató al trasatlántico británico City of Rome, el cual fue acondicionado sobre todo con medicamentos, ya que solo dos marineros se quedaron por su gravedad en el hospital de Norfolk. El 12 de septiembre zarparon del puerto de Nueva York todos a bordo formando la expedición; dos generales, Cervera y Paredes, ocho oficiales superiores, setenta oficiales y guardiamarinas, más los mil quinientos setenta y cuatro, contramaestres y marineros, más veintiún soldados, teniendo un coste el transporte por persona de seis dólares con sesenta y seis centavos. Quedaron en la isla y en sus aguas (aunque hay diferencias de las fuentes) alrededor de quinientos cuatro hombres, que fueron los que habían perecido en el combate naval y en las Lomas de San Juan.
Estando ya en la mar, recibió don Pascual un telegrama del Gobierno, para que evitará arribar a un puerto militar, así la población no se alarmaría al ver descender a tantos heridos, por eso dio la orden al capitán del buque para que lo hiciera en el puerto de Santander, en vez de hacerlo sobre Ferrol. (Una más de los políticos, que en estas cuestiones parecen más infantiles que personas adultas y a forma de avestruces, esconden la cabeza y se les queda el culo al aire. Pero ellos son así, ¡siempre políticamente correctos! Tratando de ocultar al pueblo la verdad.) Arribó el 19 a Santander pero por ser ya casi de noche, fondeó a la entrada y realizó el atraque al día siguiente nada más amanecer; al atracar desembarcó el almirante y puso un telegrama al Ministro Auñón: «La travesía se ha efectuado con un tiempo hermoso, y todo el mundo ha ganado extraordinariamente, en especial los enfermos, cuyo número, que eran más de 300 cuando yo llegué a Portsmouth, se ha reducido a 180, y los que quedan están mejor en general.»
De poco sirvió el cambio de puerto, porque rápidamente se fue corriendo la voz enterándose toda la ciudad y estos avisaron a los familiares, por lo que en pocos días Santander estaba lleno de personas, a las que nada o muy poco se les escapaba. Al mismo tiempo fueron muchos los oficiales que con los remolcadores abordaban el buque y felicitaban al almirante, así como al resto llegando un momento que en el comedor del buque ya no cabía un alma. Aparte de los telegramas, de los capitanes generales de Ferrol, Cartagena y Cádiz, más la de muchos familiares de los embarcados dándoles todos las gracias al almirante por el alto honor en que había dejado la bandera de España y a su Marina de Guerra.
Don Pascual con todos sus jefes y oficiales subieron a un tren que les llevó a Madrid. Al llegar en el andén les esperaba el Ministro Auñón y todo su Estado Mayor (curiosamente todos de paisano) recibieron al almirante y sus acompañantes. Cervera se dirigió a Auñón y saludándolo militarmente le dijo: «Señor Ministro, agradezco a vuecencia el que se haya molestado para venir a recibirme y, tan pronto como cambie de traje, iré al ministerio para ponerme a sus órdenes.» (Esta frase es para leerla al menos un par de veces, porque contiene una enjundia más que merecida) al parecer el Ministro cayó en la cuenta y no sabiendo por donde salir, le preguntó: «Siento mucho lo ocurrido, mi general. Supongo que habrá usted perdido todo lo suyo en el naufragio.» Cervera no se cortó y le respondió: «¡Así es, todo, menos el honor!» de esta entrevista en cierta prensa extranjera se escribió: «Que el Ministro le quiso dar un abrazo, pero Cervera se llevó la mano a la cabeza, respondiéndole así con el saludo militar, impidiendo por tanto que el tal abrazo se pudiera llevar a efecto.»
El 13 de septiembre ya estaba en el Tribunal Supremo incoada la causa contra los generales y jefes por la pérdida de la división, pero don Pascual se temía que sólo buscasen a un ‹culpable› para descargar sobre él todas las culpas, y como el jefe de todo ello era él, era más que normal que pensase en defenderse.
Vino su familia de Puerto Real y se alojaron en el chalet de su tío don Ramón Topete, que estaba a las afueras de la capital. Solía dar paseos para ejercitarse y en uno de ellos se apercibió de que era seguido por un guardia civil, por lo que concluyó pensando que el Gobierno le había puesto ‹escolta›, así que si en algún momento se daba cuenta de que no iba detrás se paraba hasta que aparecía, para que viera que no estaba en sus intenciones ‹fugarse›.
La causa se fue retrasando, por lo que el 23 de septiembre elevó una instancia al Ministro de Marina, para que se agilizará el proceso: «Excmo. Sr.: En algunos periódicos, en los discursos del Congreso y en otros síntomas, que observo a mi llegada a España, he creído descubrir que hay una parte del país que no aprecia los hechos ocurridos en la escuadra que fue de mi mando como fueron en sí, y hasta puede sospecharse que hay quien cree que se ha padecido nuestro honor. Por estas razones me atrevo a molestar la superior atención de V. E. para suplicarle que cuanto más pronto pueda se llegue al fallo del expediente, que tanto interesa a todo el mundo. Dios guarde…Madrid 23 de septiembre de 1898» (¿A quién interesaría tanto retrasar el Consejo de Guerra? ¿No sería a los mismos de siempre para ver si se cubría todo y no se oía la voz de don Pascual?)
Por fin el Ministro se movió y el día veintiocho se formó la Junta, pero al ser interrogado ‹como procesado› notó con su fino olfato, que el Instructor de la Causa era el Almirante señor Martínez Espinosa, siendo éste el más interesado en la defensa del Ministro Auñón en la Junta de Generales cuando se le obligó a zarpar de Cabo Verde rumbo a Puerto Rico. Así que por estar tan involucrado y dudar de su imparcialidad, don Pascual elevó recurso de incompatibilidad, siendo tan notable el caso que el Ministro no tuvo más remedio que dejarlo fuera.
Quedó el Consejo de Guerra formado por: Presidente, señor Castro; Instructor, señor Fernández Celis; Consejeros: señores Martínez Illescas, March, Muñoz, Zappino, López Bordon, Jiménez, Rocha, Piquer, Urdangum, Campa y Herrera. El día once de octubre se formalizó el Consejo en la Sala Suprema, por: «…la causa se dirigirá contra el comandante General señor Cervera, contra el Segundo Jefe, don José Paredes y contra los respectivos Comandantes de la Escuadra destruida en Santiago de Cuba.»
La Corporación toda ella estaba a favor de don Pascual, por eso se enteró y pidió al guardiamarina don Mario de la Vega, que viajaba a los Estados Unidos para terminar de traer a España a los que seguían vivos y recuperados, que al pasar por Ferrol se acercará al Arzobispo de Santiago y le recogiera la documentación que don Pascual había dejado antes de zarpar, don Mario se la entregó a don Juan Cervera y éste se la entregó a su vez al capitán de Infantería de Marina señor Baleato, que fue quien finalmente se la entregó a don Pascual, la tranquilidad de tenerlos ya en sus manos le devolvió la fuerza. Pero don Pascual no tranquilo por si se ‹perdían› consiguió que fueran guardados en una caja fuerte particular a nombre de don Luis Martínez de Arce en el banco de España.
Al mismo tiempo ocurría que otros documentos aparecieron en la prensa, pues los publicó el New York Journal, el 20 de noviembre de 1898 en su ‹Suplemento›. Esto es una muestra, porque a nadie más se le puede culpar, de que el general Blanco no era…digamos…muy escrupuloso en el trato de sus ‹papeles› ya que lo descubierto en la Habana no era otra cosa, que todos los: «Despachos oficiales cifrados: de Blanco, del Almirante Cervera, del Presidente Sagasta, del Gobierno de Madrid y de los espías españoles.» (Vamos, una bagatela de nada, sin importancia ninguna, al parecer ‹olvidada› por el responsable de guardarla y a muy buen recaudo, pero ¡se olvidó de ello! Esto nos puede dar una idea de la organización de la isla y el gran conocimiento de algunos mandos de sus responsabilidades, aunque pedirlas si sabían, pero no cumplirlas. A las pruebas nos remitimos.)
El 23 de noviembre don Pascual recibió una carta del naturalista norteamericano don Leopoldo Arnaud, desde Detroit en el Estado de Michigan, la cual iba acompañada de un paquete de documentos que Cervera leyó y eran efectivamente todos o parte de los escritos en aquellos momentos, y como el americano solo quería que dijera don Pascual si eran ciertos o no, ya que de serlos, el almirante quedaría libre por completo de toda responsabilidad en la pérdida de la división. Pero como el almirante era ante todo un hombre de honor, antes de contestar lo puso en conocimiento del Ministro Auñón, quien en pocas palabras le dijo: «que no era normal que hiciera publicidad de su caso» Cervera muy obediente contestó a Arnaud; «por estar todavía encausado por la pérdida de la división, no era recomendable dar ninguna opinión al respecto de esos papeles.» Así se excusó y no contestó a la pregunta que a nivel mundial lo hubiera exonerado de la causa que tenía que pasar en España.
Mientras en las Cámaras de las Cortes españolas se oían estas frases: Sagasta: «…porque es el sentimiento que animó a nuestros padres cuando desde Covadonga hasta Granada regaron con su sangre los campos para levantar la cerviz, oprimida por el bárbaro agareno; porque es el sentimiento que dio fuerza y aliento a Daoiz y Velarde y levantó el espíritu a este país, para que solo, abandonado por su pérfido rey, entregado al extranjero, sin ejército, sin armas que el valor de sus pueblos y sin más escudos que sus montañas, detuviera en su carrera al gigante del siglo, hiriera en la frente al capitán de los tiempos modernos, dividiera sus invencibles legiones y recobrara su pérdida independencia…»
Moret: «Hablando en términos generales, el pueblo americano, al menos esa parte de él a que se refiere el mensaje, tiene un prejuicio contra España. Doloroso es decirlo, pero es provechoso saberlo. Porque cuando las circunstancias nos obligan a adoptar una línea de conducta que pueda envolver gravísimas consecuencias, para resolver con acierto importa conocer exactamente lo que es y lo que significa el adversario que tenemos enfrente. Pues bien: los Estados Unidos tienen un prejuicio contra España; nosotros somos para ellos crueles, reaccionarios y tiranos: prejuicio que se explica por los componentes del ligero e incompleto juicio que de nosotros han tenido ocasión de formar.»
Sr. Conde de las Almenas: «Hay que arrancar del pecho muchas cruces y subir muchas fajas desde la cintura al cuello» «¿Por qué todavía no hemos visto a ningún General ahorcado?» y «¿Por qué no haber utilizado las lanchas de abordaje sobre el acorazado Iowa?.»
Silvela: «…porque pueden venir sobre nosotros desgracias y catástrofes que quiera Dios que la Providencia aleje para siempre; porque para esos momentos de desgracia y de dolor de los pueblos, de sufrimiento y de sacrificio, es para los que necesita que los sentimientos morales estén levantados, unidos y enérgicos; porque cuando esto sucede y las catástrofes vienen, esas catástrofes a veces dignifica, se comportan con dignidad, y son motivo y ocasión para que los vínculos del cariño con las instituciones fundamentales se estrechen, sabiendo, como saben todos, que éstas comparten su dolor y sus aflicciones con el pueblo…»
Castelar: «En la educación patriótica nacional, española, debe, como un factor necesario, entrar un recuerdo de la guerra de la Independencia, pues así como los griegos enseñaron de generación en generación por Marathon el nombre de Milciades, por las Termópilas el nombre de Leónidas, por Salamina el nombre de Temístocles, por Platea el nombre de Arístides, nosotros debemos guardar por tantas glorias parecidas a estas los nombres de Daoiz, Velarde, Mina, Castaños, Palafox y Moreno en la eterna liturgia de nuestra historia nacional.»
Romero Robledo: «Frente a los actuales conflictos de la patria, no hay que preocuparse del partido que pueda suceder al que gobierna. Sea el que sea, sólo hay que pensar en hacer política generosa de abnegación, de patriotismo, de dignidad nacional. Somos españoles antes que todo, está por encima de todo la patria, y a la patria debemos salvar de los peligros que la amenazan. ¿Qué importa que gobiernen conservadores o liberales? En los actuales momentos no hay distinción de partidos. Todos, todos serán buenos con tal de que honren la tierra en que han nacido…»
Pidal: «Si la nación española está destinada a salvar con honor y con gloria las dificultades que la rodean, es necesario que cada uno de nosotros la preste su concurso, llenando su obligación en su respectivo lugar; y si cuando oímos hablar de guerra todos nos sentimos soldados y todos quisiéramos empuñar las armas homicidas para lanzarnos al combate, es necesario que reflexionemos que el medio mejor de ayudar a nuestros hermanos que luchan denodadamente allá por el honor de la bandera, por la misión providencial y por la integridad del territorio, es deliberar con serenidad y con acierto sobre la resolución de las cuestiones sometidas a nuestro fallo.»
Labra: «No habrá persona que conozca medianamente las condiciones de España, que pueda dudar de la vitalidad que aquí queda aún para ciertas cosas. Yo creo que el sentimiento monárquico declina, pero, creo que en cambio lo que aquí vive de una manera poderosa, incontrastable, lo que por todas partes se siente palpitar, es la pasión del soldado, el ánimo de guerrero dispuesto, de todas suertes y sin reparar en condiciones ni medios, a la pelea. De manera que el que crea que España ha de empequeñecerse ante la lucha que hubiera de renovarse en América, ese desconoce por completo las condiciones de nuestra raza y el estado general de la sociedad española.»
Vázquez Mella: «No: nosotros tenemos que salir de allí con esplendor y con grandeza; el pueblo que tiene las tradiciones del nuestro, el pueblo que tiene la sangre que el pueblo español y el valor heroico que ahora está demostrando, tiene que venir de América de otra manera: tiene que venir después de una catástrofe gigantesca, si es necesario, o después de una inmensa y definitiva victoria: pero expulsado indignamente, jamás.»
(Todo bonitas palabras, pero ni habían buques, ni entrenamiento, ni carboneros y esa fue la principal causa de la pérdida de la división. Todo esto aplicado unos años antes, con un buen plan de construcciones navales y hubiera pasado como en la década de los 70 anteriores, cuando en la Habana estaban la Tetuán y la Arapiles, se apresó al Virginius y sí hubo protestas diplomáticas, pero nadie en los Estados Unidos levantó la voz para enfrentarse a España. «Si vis paces parabellum».)
Las cosas en España seguían poniéndose a favor del almirante. El 28 de noviembre declaró en el Consejo don Víctor Concas, su declaración tan precisa de los hechos, fue un gran motivo de que los jueces se lo empezaran a pensar. Al mismo tiempo y aunque don Pascual no había dado su consentimiento, en los Estados Unidos fueron publicando telegramas y documentación, que al llegar a España las noticias, el pueblo empezó a ver las cosas de otra forma y lo terminó por convencer a casi todo él, pues el típico boca a boca de los marineros que habían estado en el combate, se iba propalando diciendo la verdad de lo ocurrido, por eso todos ellos no vacilaron en seguir a su almirante. Todo este conjunto de factores iba poco a poco venciendo la balanza de la justicia a favor de los generales y jefes responsables de la división.
Parte de la publicaciones decían: «New York Heral: La figura más heroica de esta guerra, en lo que se refiere a los españoles es sin duda la del Almirante Cervera, ejemplo de buen marino, valiente y caballeroso.»; «Le Journal de Bruxelles del día 22 de febrero de 1900: ¡Vae victis!; Este es el grito eterno que se lanza al siguiente día de las derrotas. ¿Cómo nos vamos a sorprender de haberlo oído el lunes en la tribuna de las Cortes españolas? Se ha encontrado un estratega de cámara que hace caer sobre los Generales y Almirantes españoles la responsabilidad de los desastres militares…Para comprender toda la injusticia y toda la odiosidad de las críticas lanzadas en el Senado contra el Almirante Cervera por el Conde de las Almenas, es necesario recordar la terrible situación en que se encontraba este valiente militar la víspera del combate…En resumen; ha sido una de las derrotas más gloriosas que registra la Historia, y los mismos vencedores han rendido tributo a ese valor desgraciado. No es al Almirante Cervera sino a los demás que desde Madrid dirigían las operaciones a quien el conde de las Almenas ha debido dirigirse. El Almirante no hizo más que cumplir sus órdenes, pero cuando se proclama en el Parlamento que el vencido en Santiago es —hombre al agua—, cuando se pretende robarle la aureola de Héroe, entonces se empaña una de las glorias más puras, se desalienta a los valientes y se despedaza a la Patria.»
A esto se añadió la publicación en 1899 de la obra escrita por don Víctor M. Concas y Palau, a la sazón comandante del Teresa en la acción y Jefe de Banderas del Almirante, ‹La escuadra del Almirante Cervera› en la que entre otras muchas cosas dice: «Si España estuviera tan bien servida, por sus hombres de estado y empleados públicos, como ha sido por sus marinos, ¡todavía podría ser una gran nación!.»
Con la típica sorna española, circulaba un poema al respecto, que fue publicado en la revista El Mundo Naval Ilustrado del 1/ X / 1898, decía así:
en instrucción general, 14 duros y un real;
en viajes y elecciones, mil millones;
en disparos de cañones en ejercicios navales
y otras varias 125 reales;
en fósforo cerebral ni un real;
aunque la suma repito,
de ésta cuenta, que irrita no me sale ¡Dios bendito!,
o más dedos necesito o necesito más guita.»Hay una carta del almirante dirigida al Sr. Díez, en la que entre otras cosas le dice: «Yo no sé aún el tiempo que me tendrán aquí, y por eso he tomado casa en la calle del Barco, 8, bajo. Por el momento, mi necesidad, mi interés inmediato es defenderme; pero tengo el propósito de examinar las causas que nos ha traído a este desastre y que nos preparan otros muchos peores si no nos corregimos como debemos…» (Una premonición nada desdeñable a los males que los españoles tuvieron que hacer frente en los próximos años. Debía de ser una persona con muy alto valor del sentido común.)
Lo que vino a colmar el vaso de su defensa, fue el hecho de que los tripulantes de la división fueron reuniendo dinero y entre todos le compraron un bastón de mando a don Pascual, el cual estaba todo labrado y con la empuñadura de oro. Al llamar a la puerta la representación de sus hombres en el combate, apareció en primer lugar Díaz Moreu y Aznar, que consiguieron sus subordinados convencerles para que le fuera entregado por sus compañeros. Al verlo el almirante les dijo:
- «Mi gratitud tiene que ser más honda de lo que es la gratitud ordinaria, porque, cuando a los hombres les acompaña el éxito, vienen en pos de él las manifestaciones de admiración y de entusiasmo; pero, cuando se trata de un vencido, como yo, esta delicadísima prueba de afecto que recibo de mis compañeros de desgracias, créanme ustedes, me llega al alma, porque sólo puede fundarse en su cariño y en la plena convicción que tienen ustedes de que, si no les pude llevar a la victoria, les llevé aún más lejos, al sacrificio por el cumplimiento del deber.»
Prestó su declaración a mediados de diciembre del mismo 1898, unos días después el doctor don Jacobo López Elizagaray que venía atendiendo a don Pascual, (ya que desde que estuvo en Filipinas destinado la primera vez regresó enfermo, con una afección al estómago que no se le curó nunca, de hecho para comer el resto de su vida, solo comía arroz hervido y lo que cabía en un cuenco de los que utilizaban los mismos joloanos) a lo que hay que añadir los nervios del momento, de dio un ataque que su médico firmó una baja para que dejara de asistir al juicio, so pena de culpa por parte de los integrantes de éste de causarle la muerte. Ante esto se le dio permiso para abandonar Madrid y trasladarse a su casa de Puerto Real, donde comenzó a recuperarse. Para evitar que tuviera que estar pendiente del juicio el Presidente Sagasta le obligó a presentarse para ganar un sillón en el Senado, lo que se llevó a cabo, pero como los mismos senadores debían de dar el visto bueno a los nuevos, no fue aceptado por la ecuánime y demócrata Cámara por lo que nunca ocupo su puesto ganado en la urnas.
Mientras y para no perder la costumbre hubo cambio de Gobierno, pasando a ocupar la Presidencia el conservador Silvela el 3 de marzo de 1899. Pero el juicio se iba alargando sin saber nadie muy bien las causas, por lo que pasó el mes de abril le siguió el de mayo y no se avanzaba, además en la Sala el tono había comenzado a subir. Mientras salieron a la luz una parte mínima de los documentos del almirante publicados, lo que ya comenzó a levantar aún más si cabe el conocimiento del pueblo y de muchos políticos sobre la verdad de lo ocurrido en Santiago de Cuba.
Pasó también el mes de junio y se seguía con la misma tónica, aunque lo que sí había cambiado era el tono y ciertas formas, por lo que uno de los vocales de cómo el mismo Cervera lo tildo ‹esta pantomima› quiso poner fin a aquello, este era el general March sucediendo el hecho a primeros de julio que: «…al general Toral se le pedía la pena de muerte» como ponente (defensor) de él estaba el general March, y como todos habían pedido la absolución para sus defendidos el general March hizo lo propio, consiguiendo lo que pretendía, ya que saltó uno de los consejeros que no pudo controlar su lengua y dijo: «De modo que ha habido una guerra; en ella hemos perdido las Colonias; hemos perdido la escuadra; hemos perdido todo, y …señores, aquí no ha pasado nada; ninguno es responsable de esta hecatombe…» el general March le interrumpió diciendo: «¿Qué no hay responsables? ¿Quiere que se los cite? Ahí van……y empezó a nombrar a Ministros de Marina y del Ejército.» el Presidente, general Azcarrága le interrumpió diciéndole: «Señor consejero limítese al asunto de su ponencia» pero el general March hombre ya curtido por los años y campañas militares, sin inmutarse le contestó: «¡Estoy dentro del asunto!»
Fue tan rotundo el clamor, que el 6 se llegó al acuerdo de la sentencia por parte del Tribunal Supremo de Guerra y Marina, quedando el almirante Cervera sobreseído su caso (nos ceñimos al biografiado) al llegarle la noticia a don Pascual ya pudo dar rienda suelta a lo que tenía en mente desde hacía muchos años, pero que el servicio a España siempre lo antepuso incluso a su salud, ya que hay que recordar que al ser nombrado como Director de la Junta de construcción del acorazado Pelayo, ya tenía en mente dejar la Corporación en cuanto fuera ascendido a capitán de navío, pero no le dejaron por encomendarle la comisión citada.
Ya libre de carga y limpio su honor solicita a S. M. la Reina Regente:
- «Señora: don Pascual Cervera y Topete…con el más profundo respeto, expone: Que, como consecuencia de las penalidades sufridas en la última campaña, se ha resentido mi salud en términos de no encontrarse con el vigor que exige el servicio activo, sobre todo, en los altos puestos que en adelante había desempeñar, donde la lucha con los elementos contrarios al bien ha de ser constante y empeñada, si se ha de aspirar a ser útil. Por estas causas me veo en el caso, muy doloroso para el exponente, por el amor que tiene a su carrera, de suplicar rendidamente a V. M. se digne concederme el pase a la situación de reserva. Es gracia que… — Madrid, 13 de julio de 1899.»
La respuesta no tardó en llegar y dice: «Excelentísimo señor don Pascual Cervera y Topete. El señor Ministro del Ramo dice en Real Orden de esta fecha al Presidente del Centro Consultivo lo siguiente: Como resultado de la instancia del contralmirante de la Armada don Pascual Cervera y Topete, en solicitud de pasar a la situación de reserva, fundado en el resentido estado de su salud, S. M. el Rey (que Dios guarde) y en su nombre la Reina Regente del Reino, ha tenido a bien concederle licencia ilimitada para atender debidamente al restablecimiento de su salud, quebrantada en el desempeño de una ruda y honrosa campaña, y en atención a que sus relevantes cualidades hacen esperar a la Nación y al Cuerpo… Y de Real Orden comunicada por dicho señor Ministros lo traslado… — Dios guarde… — Madrid 8 de agosto de 1899.— El Subsecretario, Manuel J. Mozo».
Pero como probanza de la sinceridad de don Pascual de quedar fuera de todo movimiento, al ver que no se le concede escribe a su amigo don Francisco Díez: «Vichy 16 septiembre 1899.— Mi querido amigo…El Gobierno me ha negado el pase a la reserva, concediéndome licencia ilimitada; pero yo no desisto; realmente, me encuentro viejo y con un convencimiento tal de que caminamos a mayores desastres, que nada de provecho podría hacer, y si realmente vamos a nuevos desastres, ‹No quiero ser otra vez el Primer Galán.›»
El Consejo de Guerra para él había terminado, pero en el fallo de la sentencia se debía de proseguir contra don José Paredes Chacón, segundo jefe de la división y el comandante del crucero Cristóbal Colón don Díaz Moreu, así que se abrió un nuevo Consejo de Guerra de Oficiales Generales, ya que en el parecer de la sentencia anterior estos dos marinos no habían llegado al final de lo que las Ordenanzas mandaban y se entregaron con el buque entero, al conocer esta parte de la sentencia se presentó don Pascual como defensor de los dos, realizó una elocuente defensa que dejó al tribunal sin palabra, ya que en realidad no había nada que defender que no estuviera respaldado por la verdad, así que se cerró el caso por completo y los dos fueron absueltos. El resto de su vida se la pasó reclamando a los sucesivos Gobiernos las recompensas para los que estuvieron a sus órdenes, a pesar de no ser una victoria, pero el sacrificio de muchos llegó casi a lo sublime, a pesar de que siempre que escribía decía: «…las pido para quienes fueron mis subordinados, exceptuando al recurrente, de sobra recompensado con haber cumplido con su deber.»
Sólo pudo lograr después de mucho insistir que algo se consiguiera, pero es justo para saber la verdad explicar, que ese "algo" fue efectivo porque en el mes de abril del año de 1900 el Presidente Silvela sustituyera al Ministro de Marina señor Gómez Imaz, siendo entonces cuando escribió a Cervera diciéndole: «En este sentido, he propuesto una solución a S. M., que se ha servido aceptarla, y he dictado una Real Orden, que en breve se insertará en el Boletín, y procederé con sujeción a esas bases a extender las concesiones de las clases de marinería y tropa, y otorgar distinciones ‹meramente honoríficas› a los Jefes y Oficiales heridos, siguiendo el mismo criterio con la escuadra de Filipinas.»
La Real orden se firmó con fecha del 13 de junio; limitando las cruces pensionadas a los de clase y marinería; suprimiendo toda clase de pensión para los Oficiales y Jefes, pero aún la endureció más, pues también limitó las ‹no pensionadas› «para solo los Jefes y Oficiales que, en medio del heroísmo con que todos marcharon a un combate tan desigual, dando tan relevante ejemplo de disciplina y de valor ante el sacrificio, derramaron su sangre y no han sido aún recompensados.»
Al respecto en El correo Gallego del 30 de junio de 1900, en el que se comenta la Real orden dice: «Nuestros marinos sabían que iban a la derrota y a la muerte y, sabiéndolo, haciendo culto del deber, del honor y del amor a la patria, a la muerte y a la derrota fueron. Para recompensar este heroísmo hay una cruz ‹no pensionada›, y esto sólo para los que derramaron su sangre. En cambio, en la larga lista de recompensas al ejército hay a granel ‹pensionadas› No calificamos de injustas, al contrario, las recompensas dadas al ejército de tierra; pero, puestos en el fiel de la balanza de la justicia, no merecerían menos nuestros marinos de Santiago y de Cavite. ¡Pobre Marina española!.»
Todo el agradecimiento de los Gobernantes, (no el de la Patria, no confundamos el sentimiento del pueblo, con el de sus gobernantes, ¡siempre por desgracia es distinto y distante!) se tradujo en una Real Orden del 29 de julio de 1916, por la que se reglaba que en las Hojas de Servicios de los individuos que estuvieron en el combate, en el apartado de ‹Calificación de valor› se cambiara lo anotado en su día: ‹valor acreditado› por la de «valor heroico», pero esto ya no lo pudo ver don Pascual.
El almirante llevaba tiempo queriendo publicar su ‹Colección de documentos› pero no hizo nada hasta que el Tribunal Supremo no dijese la última palabra, al ser conocedor de la sentencia que confirmaba la ya dictada, eleva una instancia a S. M. con fecha del 18 de agosto de 1899 y se le concede por Real orden del mismo 22 para que pudieran ser publicados. Pero al mismo tiempo, el Gobierno estaba realizando la preparación del «Libro Azul» que venía a ser lo mismo pero quitando todos los telegramas, los beneplácitos que recibía el Almirante en ellos, evitando así el seguro escándalo que produciría la publicación de los del almirante Cervera, quedando a su vez muy mal parada la clase política.
Para no extendernos en este asunto aunque es de vital importancia, sólo transcribir lo que se publicó en ‹El Correo Militar› del 7 de noviembre de 1899, encabezado por el título:
- «Tirando de la manta
- La opinión busca responsabilidades, ¿no es cierto? Pues la publicación de esos Documentos Oficiales implica a primera vista una especie de instrucción sumarial con cargos, que difícilmente habrían de ir al banquillo de los acusados las fajas y los fraques en doloroso consorcio…¿Producirá la grave publicación de esos Documentos alguna tempestad parlamentaria? Al desgarrar el Almirante Cervera la herida dolorosa que padece la patria, al abrirla y renovarla, ¿arrancará a esta especie de cadáver nacional siquiera un rugido de dolor?…No confiamos en nada; no creemos nada…ahora nos preocupa mucho si la Sara Bernhard interpreta bien o no a Hamlet. ¡Que se hayan puesto de relieve unas cuantas vergüenzas más; que con trazos sangrientos se hayan escrito unas cuantas páginas más en la historia de nuestra generación! ¿Qué puede importar a las muchedumbres modernas…?»
La prensa de la capital quiso silenciar la existencia de la ‹Colección de Documentos› pero los diarios de Barcelona, Valencia, Sevilla, Almería y Granada, comenzaron a publicarlos; para no quedar descolgada la de Madrid tuvo que hacer lo propio, ya que de no hacerlo nadie compraba los diarios impresos de la capital y así se convirtió en imparable. El Gobierno Americano la tradujo al inglés realizando una tirada de quince mil ejemplares, que fueron además regalados en los pueblos y ciudades de todos los Estados Unidos, teniendo la deferencia de enviar uno a su embajador en Madrid, que se desplazó a casa de don Pascual, siéndole entregado primorosamente encuadernado, pero con una pequeña condición, que por favor lo leyera y si algo no estaba como debía que lo aclara, para ponerlo en conocimiento del editor y rectificar lo escrito para dejarlo totalmente veraz.
Se dio el caso en particular (ya que fueron muchos en todo el planeta) de un redactor del Century Magazine, que se desplazó desde Nueva York a casa del almirante, pero don Pascual se negó rotundamente a aprovecharse de algo que era doloroso para su patria y para él; viendo la negativa el periodista le ofreció cinco mil dólares, por un artículo que pasase de cien palabras, ante lo que el almirante Cervera solo sonrió, y el redactor le dijo: «Señor Cervera, me vuelvo mucho más admirado de esa delicadeza para con el honor de su patria, que alegre me hubiese vuelto si llevase las cuartillas que deseaba; pero sepa que no desisto y que si usted cambia alguna vez de modo de pensar, no tiene más que enviarme el artículo convenido.» ¡Nunca lo recibió!
También se le propuso hacer un viaje con todos los gastos pagados, más una cantidad fija por cada conferencia que diera, tanto en el Reino Unido como en los Estados Unidos. Don Pascual solo le dijo, que no veía con agrado dar esas conferencias de alguien que había perdido su escuadra, que eso debería de corresponder a los vencedores. La misma persona Mc Guffey al llegar a su ciudad, Chattanooga, en el Condado de Hamilton, siguió presionando a don Pascual, llegándole a escribir que si iba a los Estados Unidos y daba una conferencia, el mismo Presidente Mr. Roosevelt sería el que haría su presentación, el almirante ni se movió. Pero tuvo el detalle de enviarle la foto en la que don Pascual está de uniforme sentado, para que presidiera el aula donde los alumnos de la Escuela de español de Chattanooga pudieran verlo, escribiendo personalmente al pie de la foto: «La Sociedad, en que cada cual cumpla con su deber, será feliz.»
Don Pascual adelantó su viaje a Ferrol, pues llegaban los restos mortales de teniente de navío Carranza, proveniente de la Martinica, por haberle sobrevenido el óbito al regresar a España al mando de su cañonero Diego Velázquez, junto a la división que se formó para regresar, pero fue enterrado allí y ahora llegaban al Arsenal a bordo del Ferrolano, para ser enterrado en el cementerio del mismo Ferrol donde se encontraban sus familiares.
Pocos días después se cumplía el segundo aniversario del combate de Santiago y se le comunicó para celebrarlo, él dijo que lo importante era hacerlo muy modestamente, con unas honras fúnebres en sufragio de los caídos en el combate, por lo que el 3 de julio de 1900 en la iglesia de San Francisco se celebró la ceremonia. Al terminar todos dejaron pasar al Almirante, quien se dirigió a su casa, pero todos los asistentes en la iglesia y todos los que no pudieron entrar, le acompañaron en silencio hasta su hogar, al ver este comportamiento don Pascual se sintió como muy recogido entre todos y al llegar a la puerta de su casa se dirigió a todos ellos diciendo: «Gracias, señores, en nombre de los vivos; los muertos, que deben estar ya gozando de Dios, vista la grandeza de su sacrifico, habrán oído vuestras oraciones con agradecimiento desde la gloria.»
Al mismo tiempo en la primera página del diario del Correo Gallego, se podía leer: «¡El 3 de julio! ¡Memorable fecha! Porque evoca recuerdos que contienen un mundo de errores, de pasiones y de virtudes. ¿Quién puede olvidar a Casado cuando, herido, fue nadando al Teresa para salvar a Bellas, moribundo? ¿Quién a Zaragoza, pidiendo en la agonía un jirón de la bandera para que le sirviese de sudario? ¡Y tantos otros que bastarían para formar la historia de un pueblo! Y estos hechos individuales se destacan de un cuadro, cuyo fondo no puede ser más hermoso. Del personal que salió de España no tuvo la escuadra ni un desertor; aquellos hombres, cristianos y patriotas, sufrieron sin murmurar las penalidades de tan ruda campaña y, sabiendo lo que les esperaba, puesta su confianza en Dios, salieron todos, enteros, viriles, sin jactancia, a consumar el sacrifico que se les exigía en nombre de la patria. Siempre consideraré como mi mejor blasón el haber mandado a aquellos valientes, y tengo una complacencia especial en hacer por vez primera esta manifestación pública en las columnas del Correo Gallego, periódico que siempre nos hizo justicia, y que se publica en la capital del Departamento Marítimo, que fue el primero en asociarse a nuestra desgracia con un expresivo telegrama, el cual concluía con estas hermosas palabras, que han dejado impresión perdurable de gratitud en nuestros corazones; ‹siempre con vosotros›.— Pascual Cervera.»
De igual forma en casi toda la prensa del mismo 3 de julio y en toda España, salvo unas raras excepciones, habían cambiado los términos de sus adjetivos y de un año antes a éste de 1900, los que no servían para nada, pasaban a ser héroes y mártires.
En febrero de 1901 el vicealmirante don Alejandro Arias Salgado, pasó a situación de reserva por su avanzada edad, (hay que recordar que en estas fechas el cargo máximo en la Corporación era el de Vicealmirante, ya que el grado de Almirante pasó a sustituir al anterior Capitán General de la Armada, por lo que sólo había uno con ese grado) y como don Pascual era el contralmirante más antiguo fue ascendido, pero lo importante dentro de ocupar tan alto cargo, es la carta que le escribió don Alejandro: «He tenido una verdadera satisfacción en que haya recaído mi vacante en el general de mayor prestigio con que cuenta este desgraciado Cuerpo, que mucho debe y tiene que esperar de usted, si no lleva usted por fin a la realización lo que me anunció en el Ferrol.» Se refería a la pertinaz idea de darse de baja de la Corporación, pero como nunca se la admitieron, no había otra que seguir fielmente las órdenes de sus superiores.
Por los típicos (que no deberían de ser tales) movimientos de Gobiernos, en diciembre de 1902 cayó el partido Liberal y al frente de la Marina estaba el duque de Veragua, don Cristóbal Colón de la Cerda, subiendo al poder el partido Conservador y ocupando la Cartera de Marina don Joaquín Sánchez de Toca, con éste don Pascual había mantenido una gran correspondencia en los momentos críticos pasados, por lo que inmediatamente lo llamó.
El Almirante había ya comentado de él: «Creyendo de buena fe, que, al subir un hombre civil a este puesto, vendría halagado por la confianza que en él depositaban los marinos, y pondría al servicio de la Marina su elocuencia, sus relaciones políticas, el prestigio de su partido, evitándose así lo que sucedía con los Ministros almirantes, quienes huérfanos de apoyo en el parlamento, inexpertos en las lides políticas, quedaban aislados, sin pesar casi nada su prestigio ni en el parlamento ni entre los ministros sus compañeros. Sánchez de Toca, por su parte, jurisconsulto afamado, hombre de un talento culto y vasto, con posición política propia, y habiendo demostrado con anterioridad sus conocimientos técnico-navales, si bien sus publicaciones adolecían a veces de un estilo difuso y aún difícil de desentrañar, fue recibido muy bien por la Marina, a pesar de las corrientes, contrarias en general a los Ministros civiles, que no dejaban de tener valiosos e inteligente prosélitos.»
Así el 6 de diciembre de 1902 juró el cargo el nuevo Ministro y el 9 envió un telegrama a don Pascual, en el que entre otras cosas le decía: «…porque deseo conferenciar con usted sobre asuntos de la Corporación…» el Almirante no tardó en ponerse en camino, se presentó en el Ministerio y durante unos días mantuvo conversaciones muy largas con el Ministro, ya que parte de su interés era organizar la Armada y para ello había que empezar por arriba, para que fueran cayendo las Leyes que la mejorarán, todo esto se tradujo en nueva organización y como cabeza de la Corporación iba a figurar una nueva institución denominada «Estado Mayor Central de la Armada», lo que se tradujo en una Real Orden fechada el 24 de diciembre siguiente por la que se nombraba a don Pascual Cervera y Topete Jefe del Estado Mayor Central de la Armada. De esta forma, casi se cumplía un sueño de don Pascual, pues era totalmente rehabilitado ante sus compañeros y ante el pueblo español.
Decidiendo entre ambos donde ubicar al Estado Mayor, don Pascual pensó que por más práctico en el mismo Ministerio, pero el Ministro le dijo que mejor en el antiguo Depósito Hidrográfico y allí se hizo el traslado de mesas y enseres para poder trabajar. Pero se tropezó con un problema, el edificio estaba siendo utilizado como vivienda de muchos trabajadores del Ministerio, pero Sánchez de Toca designó una de las viviendas para don Pascual, pero éste le contestó: «que por él no se iba a desalojar a nadie, ya que tenía vivienda en Madrid que era pagada con el sueldo que le pagaba el Estado.»
Se le autorizó a que eligiera un grupo de oficiales para que le ayudaran en sus trabajos y fueron: marqués de Arellano, Aznar, Castellote, Concas, Fery, González Rueda e Iglesias, más otros como ayudantes de estos. No se hizo esperar la rapidez con que a lo largo de su vida don Pascual resolvía sus trabajos, ya con fecha del 31 de diciembre, presentó un proyecto sobre la construcción de unos buques escuela, que sería el último paso de los guardiamarinas para poder acceder a su carrera, con la intención de que estuvieran unos meses a bordo para completar su formación náutica.
Con fecha del 14 de enero de 1903, dictó el Ministro un Decreto por el que se organizaba la impresentable práctica, que ya don Pascual había sufrido cuando fue capitán del puerto de Cartagena, por éste decreto saltaron chispas por doquier, siendo encabezados por los capitanes de los puertos de Ferrol y Cádiz a los que se añadieron casi todos, pero Sánchez de Toca no retrocedió un milímetro, pues le parecía una práctica de un país fuera de todo sentido legal, quedando establecido que:
- «El título de práctico lo concederá el Gobierno, mediante unos exámenes de oposición, que se realizaran en los mismos Puertos y ante un Tribunal mixto, compuesto de personal de las Comandancias de Marina y Capitanes de Marina mercante conocedores del Puerto, asesorados por Prácticos del mismo en ejercicio. Los derechos de Practicaje los fijará libremente una Junta mixta, compuesta por Consignatarios, Armadores, Cámaras de Comercio, Obras del Puerto, etc. En la que la Marina de guerra no tiene más representante que el Comandante de Marina o Capitán del Puerto.»
Con fecha del 22 de enero de 1903 presentó un proyecto de escuadra, al mismo tiempo que había redactado el actual estado de la Marina. Como era sabedor que lo político en España era una noche de verano, el proyecto solo era para ese año, pero formando parte de uno más ambicioso para recuperar el poder naval perdido. A estos sucedieron muchos más, ya que la pluma le iba muy rápida al tener las ideas muy claras, nadie mejor que él sabía lo bueno y lo malo de ser marino, de ahí que como si tuviera las lecciones aprendidas no pasaba día que el Ministro recibiera alguna comunicación para mejorar la Marina, bien en arsenales, buques de apoyo, prácticas de tiro de los buques, mucho más tiempo de estancia en la mar de las tripulaciones, etc. etc. etc. De todo su trabajo al frente de esta Institución, salieron muchas Leyes aprobadas, entre ellas: «Reglamento de insignias y distintivos para los buques.»; «Reforma de la Escala de Reserva.»; «Ley para la organización de las brigadas de aprendices marineros.»; «Ley, sobre reservas navales, personales y buques.»; «Asignación de personal a los Departamentos.» etc. etc. etc.
También le cayó encima el tema del dique flotante de Mahón, para la construcción de él se había formado una empresa de la que eran socios los ciudadanos de la población, pero por estar en un lugar del Mediterráneo poco frecuentado por buques no daba ni para mantenerlo, ya que en los puertos de Barcelona, Marsella, Cartagena, más los existentes en la costa de Italia no le permitían sobrevivir, por lo que llegó a un acuerdo con los accionistas, que estos aumentaran el capital y la Armada se comprometía a darles trabajo, esto surtió el efecto deseado y la empresa comenzó a funcionar.
Para hacer este viaje aprovechó para ver el estado de los buques de guerra, salió de Madrid el día veintinueve de marzo y llegó al puerto de Málaga, donde le esperaba el crucero Río de la Plata, en el que embarcó siendo transportado a Mahón, allí solucionó el problema que el Ministro no quiso atender y que él con su tacto lo consiguió. En el puerto de Mahón se encontraba la fragata acorazada Vitoria a la que le paso una revista de policía, regresando al puerto de Málaga el día tres de abril, comprobando que la escasez de medios era acuciante; los buques se mantenían a flote de puro milagro, sin dotaciones al completo y éstas poco adiestradas por la imposibilidad económica de hacer más días de mar y prácticas. Pero le causó un gran efecto el cuidado y esmero con el que se conservaba la efectividad de la Vitoria, esto le llevó a redactar una nota al Ministro para que se aplicará en toda la flota los mismos sistemas y medidas que en ella estaban dando tan buen resultado, por ello se le pidió a su comandante que redactará los trabajos que diariamente se realizaban en el buque de su mando y de aquí salió una nueva Ley para el buen mantenimiento de la Flota.
Lo que deja en muy buen lugar su forma de trabajar, pues no solo eran ejemplares sus modales, sino también su proceder, demostrando estar abierto a cualquier sugerencia que diera mejor resultado para el bien de la Armada, aunque viniera de un subordinado.
El 8 de mayo de 1903, recibe don Pascual la Real Orden por la que se le nombra Senador Vitalicio, ésta ya firmada por el joven Rey don Alfonso XIII, pero poco después se supo, que de nuevo la mano de la Reina Madre había tenido mucho que ver, ya que el año anterior intentó que acudiera a Palacio el Almirante, pero escudándose en sus pocas energías y menos salud lo evitó, pero doña María Cristina no quería que se pasara por alto el reconocimiento de la Casa Real al verdadero sacrificio que había realizado en la campaña de Cuba, así que de esta forma y con total sorpresa de don Pascual se encontraba en un puesto, al que nunca había ni pretendido alcanzar, pero de nuevo los designios de España estaban por encima de su pobre persona y había que seguir el rumbo.
Como Senador pronto comenzó a trabajar, ya que en junio del mismo año, planteó un fondo de caja para cubrir las necesidades económicas de las familias de los contramaestres, por causa de viudedad, orfandad y retiros dignos, le siguieron en la propuesta los compañeros; Seoane, Vincenti, Lombardero y Suárez Inclán, logrando que el Gobierno de turno lo aceptara y lo convirtiera en Ley. Entre otros muchos trabajos que realizó, fue el que consiguió en muy poco tiempo, ya que lo expuso en el mes de mayo y se aceptó en el de junio, evitar las constantes Comisiones que tenía que sufragar el Estado para que los marinos realizarán éstas, trayendo a España las últimas noticias de primera mano y los adelantos en el extranjero, su plan no fue otra cosa, que crear e integrar en las embajadas de España a los ‹Agregados Navales› siendo de esta manera permanente la ‹investigación› y a más bajo costo, puesto que los agregados tendrían despacho en la propia embajada e incluso en las que se pudiera su propio alojamiento, así fueron designadas para empezar las establecidas en los países de Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Francia, Rusia e Italia. Siendo destinados a ellas los oficiales mejor preparados de la Corporación, con la condición de que hablaran el idioma del país al que iban y a pesar de estar bajo las órdenes del Embajador Plenipotenciario de turno, no era obligación del Agregado Naval comentar con él cosas que sólo fueran del interés de la Armada, para eso ya tenía a sus jefes naturales en Madrid a quienes debía de informar.
Pero de nuevo la noria de la política volvió a girar, cayó el Gobierno conservador de Silvela y el 20 de julio formó Gobierno el liberal Villaverde, siendo sustituido Sánchez de Toca por el señor Cobián y en uno de los plenos el senador López Morla, atacó al nuevo Ministro porque le habían llegado noticias de una molesta forma de comportamiento (las novatadas) en la Escuela Naval Flotante no eran de recibo, todo con la intención de derribar al nuevo Ministro, éste no se calentó mucho la cabeza y firmó ese mismo día la destitución del Director de la Escuela Naval. Ni que decir tiene que esta forma de solucionar los problemas no era ni presentable, por no decir incoherente y al enterarse don Pascual, no lo planteó en la Cámara, ya que hay cosas que es mejor decirlas bajito y así lo hizo, pero consiguió que el Director regresará a ocupar su puesto.
Al año siguiente llegó el presupuesto de la Marina a las Cortes, era el de 1904 y como siempre se había previsto a la baja, un Senador disertó largamente sobre el tema en defensa de disminuir el gasto del país, el mencionado no era marino y esto enfureció a don Pascual, quien al terminar el susodicho se tuvo que oír una verdad, que sigue vigente: «Los marinos deseamos que nos discutan; con lo que no podemos transigir es con que aquellos, que no entienden una palabra de marina, se crean doctores cuando hablan de ella; por eso, ni mis compañeros ni yo nos permitimos hablar de lo que no entendemos.»
De sus notas personales, don Pascual hace este comentario del nuevo Ministro: «Parecía que el Gobierno se preocupaba de la vida de la Marina, pues el Ministro, cuando se hizo cargo del ministerio, nos dijo que él tenía seguridades de que así se obraría, es decir, que tendríamos los recursos necesarios. Nos dijeron que el Gobierno había comunicado a los Ministros de Hacienda y Marina para que estudiaran el asunto y fijaran la cuantía de los créditos; pasó el asunto al Consejo de Estado y a la Intervención General, y ambos Centros informaron bien, y, cuando todo el mundo, incluso el Ministro, daba por hecha la cosa, sale el Consejo de Ministros con la negativa de los créditos, ofreciendo emplear a los obreros de la Carraca ¡en carreteras! ¿No es esto el INRI? En el acto presenté la dimisión; pero el Ministro me manifestó deseos de que esperara tres o cuatro días, y por eso no ha ido oficialmente mi solicitud hasta hoy» y añade: «¡Emplear en las carreteras como peones a unos obreros inteligentes, insustituibles en los Arsenales para forja y ajuste, que llevaban manejando el material y adiestrándose años y años…!»
La dimisión irrevocable la presentó el 19 de agosto, escribiendo tres cartas, una a Cobian como amigo, otra como Ministro y una tercera a don José Ferrer, que es la que está transcrita en parte. Y como siempre los políticos redondearon su éxito, ya que unos días más tarde se publica la Real orden que dice: «Se suprime el Estado Mayor Central de la Armada, creado por Real Decreto de 24 de diciembre de 1902. Las funciones, que se habían segregado de otros Centros del Ministerio de Marina para asignarlas a dicho E. M. C., volverán a ser desempeñadas por aquellos.» Don Pascual regresó a su casa de Puerto Real, sin querer mirar atrás.
(Pensamos que precisamente este último punto y seguido es el que nos da las razones para pensar que don Pascual ‹molestaba›, ya que el Gobierno había perdido ‹poder› con esa segregación de ‹funciones› y no eran capaces de asimilar tal determinación)
De nuevo la noria giró y el Presidente Villaverde sólo estuvo en el poder dos meses. Regresó el conservado Maura, quien nombró Ministro de Marina al vicealmirante Ferrándiz. Elevó un nuevo presupuesto por importe de treinta y ocho millones hasta 1907, pero como a su vez este Gobierno dimitió en pleno el 14 de diciembre de 1904, poco o nada le dio tiempo a realizar. Se formó el nuevo Gobierno el 20 del mismo mes y el Presidente y Ministro de Marina era el general Azcárraga, a quien inmediatamente don Pascual le escribió, para que hiciera lo posible por la Armada que se estaba deshaciendo por momentos. Pero de nuevo la noria volvió a girar, ya que el 14 de junio seguido se abrieron las Cortes y se comenzó a hablar del presupuesto de la Marina, (pero al parecer todos los Cortesanos no querían saber nada de la Marina, porque ya era la tercera vez consecutiva que se negaban a ampliar los gatos del Ministerio), por lo que el 20 seguido dimitió en pleno el Gobierno.
Se formó uno nuevo el 5 de julio y como Ministro del Ramo el señor Cobian, quien llamó a don Pascual con el cargo de Consejero del Supremo de Guerra y Marina, llegó el 5 de agosto y como siempre se puso a trabajar, de hecho ese año no tuvo vacaciones; pero llegó octubre y de nuevo se abrieron las Cortes, comenzando por el tema de los presupuestos, por causa de los cuales el Gobierno casi dimite, pero para evitar la caída el Ministro de Guerra suprimió doce millones y el de Marina otros once, con lo que se quedó en solo treinta y tres, pero no se pudo aplicar, ya que el 27 de octubre de 1905 el Gobierno dimitió en pleno, siendo el cuarto Gobierno que caía. Como se acercaba el fin de año, suplieron los unos a otros y entre las dos mayorías formaron un gobierno, en el que figuró como Ministro de Marina el general Weyler. Pero ni siquiera así se ponían de acuerdo, así el 1 de diciembre volvió a dimitir el Gobierno en pleno, entrando en esta ocasión un nuevo Presidente el señor Moret, que eligió como Ministro de Marina a don Víctor Concas.
Don Víctor intentó ponerse inmediatamente en contacto con don Pascual, pero al haber sufrido dos ataques de disnea casi seguidos, que lo habían puesto en la regala de su vida, por esta razón se encontraba en su casa con licencia, pues seguía presidiendo el Consejo Supremo de Guerra y Marina. En cuanto se alivió de sus males regresó a Madrid, llegando el 11 de abril y se presentó al Ministro, Concas había pensado algo con menos movimiento para don Pascual por sus últimos achaques sufridos, a parte que estaba deseoso de poner otra vez en servicio las capitanías general de los departamentos, que había sido rebajados a Apostaderos desde el desastre del 98, pero como el erario no daba para mucho, en principio pensó en hacerlo sólo en Ferrol, de esta forma ya tenemos al vicealmirante don Pascual de Capitán General del Departamento de Ferrol, tomando posesión de su cargo el 28 de abril de 1906.
Se encontraba ya tomándole el pulso a su nuevo cargo y responsabilidad, cuando sobrevino un nuevo giro de la noria, siendo a finales de mayo el cierre de las Cortes con la dimisión del Gobierno en pleno, por lo que don Víctor sólo había estado un poco más de cinco meses de Ministro, siendo sustituido por el señor Alvarado nombrado por el nuevo Presidente el general López Domínguez el 6 de junio, y la suerte de que el nuevo Ministro era un diputado sin conocimientos sobre la materia, por lo que prácticamente confirmó a todos en sus puestos, teniendo una deferencia especial hacía don Pascual por considerarlo un gran marino.
Comenzó don Pascual por ver que había un grado de inmigración muy alto y sin permiso de las autoridades, lo que le llamó poderosamente la atención. Pero al mismo tiempo poco podía hacer dado que en España no existía Ley alguna que la regulará, no obstante ordenó al comandante del guardacostas Vasco Núñez que realizará una investigación, por ella supo que aquello era un simple negocio del cual solo unos pocos se lucraban traficando con vidas humanas, pero lo curioso es que estaban cubiertos por compañía extranjeras, se entrevistó con ellos y conminó a los implicados en él para que, viajaran a Madrid y expusieran el caso al Ministro, de lo contrario él actuaría en consecuencia.
Por la rectitud y decisión firme de don Pascual no tuvieron más remedio que realizar el viaje. Al mismo tiempo el Almirante Cervera puso en conocimiento del Ministro la visita y la causa, por lo que al presentarse ante Alvarado tuvieron que dar muchas razones, el Ministro entró en cólera sobre todo al saber que cuando alguien de los que eran transportados fallecía por causas sin determinar, se le arrojaba al mar, lleno de asombro se puso a trabajar en una Ley, que si bien él no pudo ver aprobada, si lo fue posteriormente en un pleno de las Cortes del día veinticinco de enero del año de 1907.
A pesar de los escasos medio, tuvo que hacer frente a una huelga de trabajadores del Arsenal, a la cual le dio una solución pasajera pues otra no cabía. Fue poner en seco a la corbeta Nautilus para ser recorrida ya que en ese momento era el buque Escuela de los Guardiamarinas y nadie le podría decir lo contrario, ya que debía salir a instruir, no a que se jugasen la vida por su mal estado. Paró por completo una disminución de salario de los Aprendices Maquinistas, que le costó otro disgusto, ya que él se mantenía en que: «…el personal para que sea bueno y trabajador, debe estar bien retribuido…» Fundó la Escuela de aprendices, aprovechando para ello el viejo casco de la Villa de Bilbao. En lo tocante a la Jurisdicción de Marina no permitió que nadie se la tomara como algo inexistente, por lo que en varias ocasiones recurrió al Supremo ganando en todas ellas.
Por otra parte tuvo que negar no sin esfuerzos, el cambio de Práctico Mayor del puerto de Avilés, pues la persona recomendada por altos cargos muy influyentes, era un anciano y no podía desempeñar correctamente su trabajo, aparte de que un mal paso en la escala le podía causar la muerte, consiguiendo fuera retirado con pensión pero sin ejercer el puesto. Como favor a tanta actividad y dada ya su vejez, pidió como era reglamentario un carruaje para que lo trasladara de un punto a otro, después de intentarlo en varias ocasiones sin conseguirlo, sacó dinero y se compró una cestita, que iba tirada por dos caballos de los nacidos y criados en Galicia, y el pueblo casi con ironía al verlo pasar le decían: ‹ahí va el coche del General›