Alvaro de Saavedra Cerón expedición 1527-1536
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Álvaro de Saavedra Cerón 1527-1536
Hernán Cortes al alcanzar el Pacífico ordenó la construcción de unos bergantines del porte de unas veinte toneladas, con los que se fue recorriendo las costas, tanto en el seno mejicano, entre el Pánuco y la Florida, así como por el Oeste, desde Zacátula a Panamá, estando los bajeles a las órdenes de don Gil González Dávila, don Andrés Niño, don Francisco Hernández de Córdoba, don Alonso Álvarez de Pineda, don Andrés de Cereceda y otros que no se relacionan, consiguiendo que ya en el año de 1525 se conocía todo el istmo de Nueva España.
Los buques del Pacífico se construían en la zona Teuhantepec, por tener muy cerca grandes bosques que proporcionaban los materiales indispensables para ello. Estando Cortés en Zacátua, recibió una Real Cédula del don Carlos I, fechada en la ciudad de Granada, el día veinte de junio del año de 1526, en la que le ordena que enterado de que la expedición de Loaysa y la de Caboto ya debían estar en las Molucas, no se encontrarían en muy buen estado, pues solo se tenía noticia de lo ocurrido en la expedición de Magallanes, ordenándole alistara cuatro buques que fueran bien provistos de todo lo posibles, para acudir en socorro de ellos y saber como estaban. A ello contribuyó la llegada a Acapulco de don Juan de Areizaga, que lo hizo a bordo del patache Santiago, y después de una reunión con Hernán Cortés, en la que le informó del mal estado de la expedición, éste dispuso la urgente salida de la pequeña escuadra en busca de los españoles, de los que no se tenía la menor noticia.
Para ello Cortés eligió los buques que estaban alistándose. (Hay autores que los llegan a llamar galeones, pero a tenor de sus dotaciones y armamento, debían de ser bergantines como los que se habían construido en aquellas costas) No se dan datos de los buques, pero si sus nombres y dotación, la capitana era La Florida, al mando de don Álvaro de Saavedra, con doce hombres de mar y treinta y ocho de guerra; Santiago al mando de de don Luís de Cárdenas, natural de Córdoba, con cuarenta y cinco hombres en total y Espíritu Santo, al mando de don Pedro de Fuentes, natural de Jerez, con quince hombres de dotación. De ésta última si se dice que era un bergantín, las dos más grandes debían de ser del mismo tipo, pero de entre treinta a cuarenta toneladas o quizás de ambos, una de cada, ya que por la experiencia en estas expediciones se utilizaban buques de poco calado, pues a pesar de esta prevención a veces era casi imposible acercarse a las costas descubiertas. El total de piezas de artillería montadas en los bajeles era de treinta.
El mismo Hernán Cortés las describe: «…los más bien aderezados que jamás se vieron, así de bastimentos y artillería, armas e munición, como de gente de mar y tierra, y oficiales de carpintería, y herreros y ballesteros, e fraguas, y hierro e acero, y albañiles o canteros para hacer fortalezas, y botica, y medicinas, y boticarios, y mucho rescate, chinchorros y aparejos de pesquería, y otras cosas que se pudo alcanzar de que podían tener necesidad, y de capitán suficiente y bien informado de lo que debía de hacer, así por la instrucción de Su Majestad como por la que el marqués le dio, y de lenguas latinas y arábigas, y de las de Calicut…»
Tuvo una larga conversación Cortés con Saavedra, en la que el conquistador lo puso al día de la Real Cédula, le entregó unas Reales Cédulas para la tripulación de la expedición de Sebastián Caboto, otra para el propio Caboto, otra para el Rey de la isla donde llegase Saavedra, otra para el Rey de Zebú y otra para el Rey de Tidore, así como noticias con todo lo referente a la mar y los rumbos que debía de mantener para arribar a las Molucas, ya que se le habían enviado copias de las cartas que se habían levantado en la primera vuelta al planeta, advirtiéndole que encontraría muchas islas, que tuviera cuidado con algunos indígenas y que Dios le acompañara, para poder regresar y darle todas las explicaciones al Rey. Las pertenecientes a Caboto, era porque había zarpado a principios del mes de abril del año 1526 del puerto de Sevilla y se pensaba que estaría ya en las Molucas.
El día treinta y uno de octubre del año de 1527, se hizo a la mar desde Zihuatanejo en Zacatula, con rumbo OSO., hasta alejarse seis leguas, el día uno de noviembre mantuvo el rumbo durante otras ocho leguas, en éste día falleció un cirujano, el cual fue lanzado al mar, el día dos viraron con rumbo al S. durante diez leguas, ya que el viento había rolado y no le permitía navegar al rumbo inicial, el día tres viraron al SO., navegando catorce leguas, el cuatro al mismo rumbo y diecisiete de navegación, el día cinco viraron al OSO., recorriendo veinticinco leguas, el seis al mismo rumbo, recorriendo catorce, el siete, otras veinticinco sin variar rumbo, el ocho, diecisiete, el nueve, veinte, el diez otras veinte, el once las mismas, el doce, ocho, y el trece, siete.
Este día trece, se recorrieron tan pocas porque se descubrió en la nave La Florida, una vía de agua que justo se había abierto en el pañol donde se guardaba el pan, razón por la que se tuvieron que arrojar a la mar treinta quintales de él, incluso amenazó la seguridad del buque por estar ya escorado, para intentar salvarlo Saavedra ordenó relevos en las bombas y para ello se fue abarloando los demás buques, de forma que sus dotaciones participaran en el salvamento y no agotar a tan pocos en muy poco tiempo, consiguiendo al fin achicarla y los calafates taponar la brecha, prosiguiendo ya remendado el baje el viaje. El día catorce arrumbaron al O., navegando cuarenta y dos leguas, el quince, treinta y siete, apercibiéndose en este día de ver volar muchas aves, que sin duda eran de tierra.
El día dieciséis manteniendo el rumbo al O. navegaron cuarenta leguas, el diecisiete, las mismas, el dieciocho, treinta y cinco, el diecinueve, otras cuarenta, el veinte, marcaron un máximo de cuarenta y cinco, el veinte, treinta, el veintiuno, treinta y cinco, el veintidós, veinticinco, el veintitrés, treinta y cinco, el veinticuatro, cuarenta, el veinticinco, veintiocho, el veintiséis, ocho, el veintisiete, por calma total no pudieron navegar casi nada, el veintiocho, se levantó de nuevo el viento y con rumbo NO., un cuarto al O., navegaron veinte leguas, todo porque un vigía había visto tierra, pero a media noche no habiendo descubierto nada, regresaron al rumbo del O., así el día treinta navegaron otras veinte leguas. El día uno de diciembre mantuvieron el rumbo, navegando veinte leguas, sin variar rumbo continuaron, así el día dos, navegaron cuarenta, el tres, treinta y ocho, el cuatro, cuarenta y siete, nuevo máximo, el cinco, cuarenta, el seis, otras cuarenta, el siete, dieciocho, el ocho, treinta, el nueve, treinta y ocho, el diez, otras cuarenta.
El día once variaron rumbo al O., un cuarto NO., navegando veintiocho leguas, el doce, treinta y ocho. Este día fue cuando el piloto por primera vez tomo la altura del Sol, dándole una demarcación en latitud de 11º 02’, el trece, dieciocho, el catorce, cuarenta y el quince treinta y ocho. En la oscuridad de la noche, por una falsa maniobra del piloto, La Florida dio un bandazo, entrándole el viento por la lúa, lo que la dejó frenada y con el aparejo cambiado, obligando a arriar las velas quedando por un tiempo al pairo, momento en que al parecer fue pasado por sus dos compañeras de viaje, a pesar de los esfuerzos al día siguiente de unirse de nuevo, ya nunca se volvieron a ver, no consiguiendo localizar a sus dos bajeles dio la orden de proseguir al rumbo O., de forma que el día dieciséis navegaron treinta leguas.
(Posteriormente en los años de 1796 y 1807, se realizó una expedición a estas aguas, basándose en los datos fijaron la posición, pasando a explorar — sondear — las cercanías y no muy lejos entre unas islitas, se encontraron unos bajos bautizados como de Gaspar Rico, donde es muy posible que la Santiago y Espíritu Santo fueran a dar con ellos, despareciendo en poco tiempo de la superficie, de ahí que no pudieran ser vistas al día siguiente)
El día diecisiete, manteniendo rumbo cubrieron veintidós leguas, el dieciocho, catorce, pero esa noche faltó el viento no levantándose hasta que amaneció, por lo que el diecinueve, se navegaron dieciocho leguas, el veinte, veintiocho, siendo este día cuando se vieron los rabihorcados, el veintiuno, veintiocho, el veintidós, veinte, el veintitrés, treinta, siendo ya muy numerosas las aves de tierra, el veinticuatro, treinta, el veinticinco, veinticinco, el veintiséis, veintiocho, el veintisiete, treinta, el veintiocho, veintidós; un tiempo después de haberse puesto el Sol, se viró al SO., para intentar encontrar el archipiélago, navegando a éste rumbo diez leguas.
El día veintinueve se avistó una isla, poniendo rumbo a ella, al acercarse la bojearon, encontrándose con una velas pero al intentar acercarse a ellas, éstas huyeron, llegando a la conclusión que era una de las de Los Ladrones, al parecer fue la de Uluti o Reyes y la de Yap, intentaron poder fondear pero aún estando a cien pasos de la costa la sonda daba más de ciento veinte brazas, lo que les obligo a permanecer en la mar toda la noche. Ante la imposibilidad de fondear y el temor de ser robados (ya eran conocidas por ese nombre, por haberlo hecho en la expedición de Magallanes) se decidió poner rumbo al O., con rumbo a la isla Bimian, pensando que allí se encontrarían sus compañeros de viaje, si no estaban allí proseguirían a la isla Grande, por ir en busca de las islas solo navegaron siete leguas.
El día treinta y uno, sin cambio de rumbo navegaron treinta y seis leguas, un vigía avisó de tierra a la vista, arrumbaron a ella pero nunca la pudieron alcanzar, al parecer por estudios posteriores debió de ser una nube, que en el horizonte parecía la isla, pero al ir acercándose desapareció ante sus ojos, ya que la marcaron el 11º de latitud N., y en esa posición no hay ninguna isla ni tan siquiera cercana, no cabe pensar otra cosa que fue un error de visión.
El uno de enero del año de 1528, ya por la tarde se acercaron a una isla que estaba en el centro de otras dos más pequeñas, pero todas muy bajas, por lo que fueron bojeadas navegando treinta leguas, al hacerse de noche lanzaron un ancla para descansar, al día siguiente Saavedra le pidió al piloto que se aproximara más a ellas, comenzando a sondear, no había mucha profundidad pero falsa por la cantidad de sedimentos que existían, además en ese instante roló el viento que les era contrario para poderse acercar más, decidiendo tomar unas pipas de agua del mar como lastre, estando en este trabajo se divisó una vela, pero no se pudo averiguar a quien pertenecía, navegaron toda la noche y el día tres lanzaron de nuevo el ancla, se arrió un bote y se dirigieron a tierra para saber al menos donde estaban, pero de nuevo se vió la vela anterior, que mucho más rápida llegó al punto donde intentaba hacerlo el bote, al llegar se alejaron los tres buques sin querer saber nada de los nuevos.
El día cuatro, fue el mismo Saavedra quien saltó al bote con varios hombres y el piloto, al llegar a tierra a unos metros hacía el interior, hicieron un agujero pero salió agua salada, decidieron introducirse más y allí sí encontraron agua dulce, por lo que se rellenaron doce pipas. Mientras el piloto tomó la latitud, dando por buena la de 11º N. El día cinco llegaron al lugar dos bajeles, para saber quiénes eran los recién llegados, Saavedra envió a dos hombres a los bateles, pero estos se dieron a la vela dejando a cuatro que en una canoa se acercaron a tierra, los españoles les siguieron y allí se encontraron, permanecieron un rato hablando, aprovechando Saavedra al parecer el buen entendimiento envió a otro hombre, con la intención de que algunos de los indígenas se prestara a hacer de piloto, al llegar el tercero dos acompañaron a uno para que Saavedra pudiera entenderse con él, se intentó convencerlo pero pedía que se quedaran dos españoles de rehenes, Saavedra no consintió, así el indígena se marchó a su canoa embarcando y todos se dirigieron a sus naves que habían vuelto, las abordaron y se alejaron.
Sacando solo en conclusión, que sus naves eran más grandes que las españolas, así como las velas, que eran barbudos con caras alargadas, solo llevaban en la cintura una tela de palma para tapar sus partes. Esto fue todo lo que se puedo averiguar de ellos. Se continuó con la aguada, y a costumbre de la época, se dejó una vasija en su interior una carta siendo enterrada delante de un árbol en el que se gravó que allí estaba, por si a algún otro español le servía de guía, terminado todo el trabajo zarparon el día nueve, no sin antes sufrir un gran esfuerzo para poder sacar las dos anclas del lodo del fondo, al poco de separarse de la costa sobrevino una clama, hasta las diez de la mañana no se levantó el viento, poniéndose a rumbo al O., para encontrar la isla de Hurán, entre el día nueve y diez navegaron treinta y siete leguas.
Navegando al mismo rumbo, el día once recorrieron dieciocho leguas, el doce, trece, el trece, quince y el catorce, doce, durante estos días se vieron muchas aves, troncos y hiervas de tierra en la superficie, lo que indicaba que las islas no estaba muy lejanas, así se mantuvieron a rumbo, el día quince, navegaron trece leguas, el dieciséis, dieciséis, el diecisiete, doce, el dieciocho sin viento, el diecinueve, quince, el veinte, diez, el veintiuno, doce, el veintidós, ocho, el veintitrés y veinticuatro, de nuevo calma total, sufriendo un alboroto de la dotación por no avanzar, que casi se convirtió en motín, pero Saavedra se impuso con la razón, puesto que los entendía perfectamente, el veinticinco se levantó el viento y navegaron diez leguas, en este día falleció el piloto y un herrero, quedando solo a bordo un piloto.
Por los cálculos de Saavedra, pensaba que se encontraban a setenta leguas de la boca de Larcapilla. Pero la falta de pilotos le obligó a elegir a dedo, llamó a uno llamado Viurco que no era piloto de altura, pero precisamente por serlo de costeo solía acertar con ciertas dificultades lógicas de las cercanías de ellas, en las que sí era un gran experto, así ya pudiéndose turnar al menos dos pilotos, largaron velas, el día veintiséis al mismo rumbo navegaron once leguas, el veintisiete, dieciocho, el veintiocho, diez, mientras que los días veintinueve, treinta y treinta y uno, solo pudieron avanzar dieciocho, pues había momentos de viento y de calma, lo que hacía muy fatigoso navegar, además de que el calor era sofocante, continuaron y el día uno de febrero en el horizonte vieron tierra, poniendo rumbo a ella, el cual mantuvieron el día dos, consiguiendo fondear, el tres se mantuvieron descansando, el día cuatro falleció un marinero por nombre Cansinola, al poco de lanzarlo al agua largaron velas.
Estando a la vista la isla más grande se dirigieron a ella, era la del Ancón donde fondearon en una ensenada, estaban trabajando cuando de pronto se acercó una canoa con siete tripulantes gritando «¡Castilla, Castilla!», pero viraron y se marcharon. El día cinco poco después de amanecer se acercó un calabuz o canoa muy grande, en la que viajaban unas veinticinco personas, entre ellos al parecer tres de los caciques, al verlos Saavedra arriaron el bote siendo abordado por doce tripulantes al mando de Pedro Laso y un indígena de la isla de Calicut, para que sirviera de intérprete, para saber quiénes eran y si les podían informar sobre el Maluco, se dio la circunstancia que el negro de Calicut no les entendía, por lo que cuando avanzaba el bote el calabuz ciaba para mantener la distancia, decidió Laso acercarse a tierra y desembarcar esperando a los indígenas, los cuales les imitaron pero guardando la distancia, los españoles les lanzaron unas mantas de paños al mar y se retiraron, se acercaron y al ver lo que era, les comenzaron a hacer reverencias como si de reyes se tratara, las recogieron y guardaron, dando media vuelta y embarcar en su calabuz con el que se alejaron, los españoles embarcaron y se dirigieron a dar el informe de lo ocurrido a Saavedra.
Éste en ese momento estaba muy preocupado, porque de nuevo La Florida estaba haciendo agua, aprovechando que la zona era arenosa embarrancaron el buque y se repasó todo él, una vez terminado el trabajo lo devolviéndolo a la mar, donde de nuevo fondearon. Al día siguiente, se presentó de nuevo el calabuz que se dirigió a tierra, volviendo a embarcar Pedro Laso pero con diez hombres, yendo a tierra pero alejados del calabuz, quedándose al mismo tiempo al lado del bote, fue cuando los indígenas les pidieron que apagaran el fuego (clara expresión de conocer ya los arcabuces), por lo que pasaron a dejarlos en el interior del bote y se separaron de él, los indígenas les imitaron y dejaron sus armas en el interior del calabuz, se fueron acercando al mismo tiempo que alejándose de las armas ambos grupos y al estar ya muy cerca, corrieron los indígenas y abrazaron a los españoles, éstos les invitaron a visitar el buque español, pero se excusaron diciendo que iban a pescar que necesitaban comer.
Este mismo día sobre las 16:00 horas de nuevo apareció el calabuz, que se quedó a medio tiro de ballesta por la popa de La Florida, al verlo Saavedra le ordenó al maestre de campo con seis hombres que se acercaran, al llegar les pidieron que subieran al buque, pero los indígenas les dijeron que tenían miedo de los fuegos, así que el maestre les ofreció dejar a dos de sus hombres con ellos y que dos de los suyos les acompañaran al buque, esto sí les convenció y consintieron. Saavedra quería pedirles algo de carne sobre todo para alimentar a sus hombres, pero los dos indígenas a pesar de haber sido muy bien recibidos, se estuvieron paseando por la cubierta fijándose en todos los detalles, sobre todo en las piezas de artillería, cuando se dieron por cumplidos pidieron ser devueltos a su canoa, a los que Saavedra respondió dando la orden de que embarcaran en el bote y fueran llevados a su calabuz.
Al estar próximos, los dos indígenas del bote comenzaron a gritar algo a los suyos, pero uno de los infantes llamado San Juan, advirtió que no sabía que decían, pero que se aprontaran las armas rápidamente, efectivamente al llegar les atacaron, dándose la circunstancia de que solo había una espada a bordo del bote, pero sobró con ella pues a los primeros tajos cayeron tres indígenas al agua, momento en que saltaron los dos españoles y el bote se alejó de ellos, al ver Saavedra en peligro a sus hombres, ordenó abrir fuego con una lombarda yendo a caer el proyectil muy cerca del calabuz, lo que todavía los frenó más, unos minutos después comenzaron a salir calabuces al llegar al alcance de sus armas, comenzaron a salir cientos de flechas y otros proyectiles, pero desde el buque se les contestó con las lombardas, lo que les frenó rápidamente, retirándose por no tener nada que hacer contra aquellas armas.
Desde el buque se veían otras dos islas pero mucho más pequeñas, así que decidió levar y arrumbar a ellas, encontrándose a una distancia de unas cuatro leguas, al llegar se llevaron la sorpresa pues había de casi todo incluso agua potable y alimentos que colgaban de los árboles, razón por la que permaneció unos días de descanso y recuperación de los hombres. El día veintitrés de febrero zarparon de estas islas con rumbo al Sur, ya que el rosario de islas corría de N., a S., para poder arrumbar al Maluco, el veinticuatro, estando como a tres leguas de la costa más cercana se hizo llegar un calabuz, en el que remaban catorce hombre con una bandera, en ella iba un cacique por nombre Catunao que al contrario de los anteriores no les tenía miedo, es más, subió a bordo y les indicó un ancón (ensenada pequeña pero suficiente para un buque de tamaño pequeño), indicándoles que allí encontraría, no solo comida y agua, sino ‹lengua de Castilla› Saavedra no lo dudo y se arrumbó al punto señalado, donde en prevención se fondeó a medio tiro de ballesta. (Esta medida, debía de ser en torno a los cien metros)
Al estar ya fondeados se acercaron varias canoas pidiendo vasijas o envases (pieles - pipas) para poder llenarlas de agua y devolvérselas llenas, por lo que desde la borda se les arrojaron al agua varias de todas ellas, al mismo tiempo que les preguntaban de donde venían, siendo la respuesta: «de largos caminos», las recogieron y se alejaron a tierra, regresando al rato con ellas llenas de agua, pero esta vez no querían acercarse al casco, así que se tuvieron que bajar al bote dos hombres y trasbordar los recipientes, al mismo tiempo que les decían, que mañana les traerían cocos y arroz, que no se marcharan que regresarían seguro. Pero uno de los marineros se dio cuenta que un indígena llevaba un bonete rojo, lo que significaba que tenían comercio con los portugueses, lo que ya hizo a más de uno no estar muy tranquilo a esa distancia de tierra.
El día veinticinco, de nuevo aparecieron las canoas, pero al igual que el día anterior se negaron a acercarse hasta el costado del buque, solo un calabuz lo hizo, en el que viajaba el cacique con un hijo en brazos, que entabló conversación con Saavedra, éste ordenó entregarle unas mantas para él niño, al mismo tiempo que les pedía llevaran alguna comida que serían bien pagados, el cacique le contestó que lo haría y acto seguido pidió que ser llevado a su canoa. Al estar a salvo el cacique, se hicieron llegar otras catorce canoas que venían cargadas con cortezas verdes de algún árbol, mientras les decían que era canela, entregándole a Saavedra algunas rajas de ellas, también llevaban cocos, gallinas como las de Castilla y arroz, pero había que comerciar cambiando, fue un indígena el que probó entregando una gallina a Saavedra, éste ordenó entregarles un hacha de las fabricadas en Nueva España, pero no hubo más intercambios y se marcharon a tierra.
Al anochecer, habían construido una maroma, de forma que en dos canoas la arrastraron hasta llegar muy cerca del cable del ancla de proa, arrojándose al agua y sumergidos cortaron el cable, atando a él la maroma de la cual desde tierra comenzaron a tirar cientos de ellos para acercar el buque a tierra, pero nada conseguían, por lo que se fueron a dos españoles que los mantenían encadenados para preguntarles porque no la podían mover, estos les contestaron que no tenían ni idea, pero al amenazarlos de muerte, uno de ellos les dijo que quizás por precaución, tenían un ancla en la popa, razón por la que volvieron a subir a sus canoas y se fueron a la popa, pero en ella había un soldado de guardia, a pesar de la orden de Saavedra de no hacerles daño, el soldado dio la alarma, ya que uno se había sumergido y supuso (bien) que querían cortar el cable, acudieron todos y el movimiento en el buque, alertó a su vez a los de tierra, que en su lengua algo dijeron, saliendo el que intentaba cortar el cable subiendo a su canoa y sonriendo se alejaron a tierra, cuando en este momento comenzó a amanecer, viendo fracasado su intento de actuar con nocturnidad los indígenas se fueron a su poblado.
El día veintiséis se vio desde el buque que una persona hacía señales para ser recogida, las dudas eran muchas por si era una trampa más de las ya sufridas, pero era tanta la insistencia que se dio la orden de arriar el bote, siendo abordado por otros doce hombres armados, al estar algo cerca el mismo hombre se lanzó al agua nadando en dirección al bote, al alcanzar el bote fue ayudado a abordarlo, virando el bote para llevarlo al buque. Éste era uno de los tres que estaban presos de los indígenas distribuidos en diferentes isla, durante la noche había conseguido liberarse, aprovechando que no había nadie en el poblado y ahora podía volver con los suyos. Al llegar a bordo lo recibió Saavedra quien le preguntó quién era, le dijo que se llamaba Sebastián de Porto de origen portugués al servicio del Rey de España, que pertenecía a la expedición de frey García de Loaysa, estando embarcado en la nao Parral, cuyo capitán era don Jorge Manrique, natural de Salamanca, que venía con el bachiller Tarragona, estando de maestre Agustín Varela, que él era natural de Coruña. La isla en la que se encontraban era la de Bendenao y en el puerto de Bizaya, que a su vez tenía otras bajo su mando, como las de Bijalia, Catile, Ratabaluy y Maluarbuco.
A continuación le contó lo sucedido con la nao Parral y toda su dotación. También le informó que en esta isla no había especiería, solo lo que les habían dado unos tajos con sabor a canela, que lo indígenas no eran cristianos y aún hacían sus sacrificios humanos a su Dios Amito, al que le ofrecían la mejor bebida y comida, sus poblados siempre estaban cercanos al mar, pues prácticamente de él vivían, con sus canoas comerciaban con las isla cercanas, que una vez al año venían los chinos e intercambiaban mercancías, tenían puercos muy grandes y tejían una especie de coleta muy delgada con cortezas de un árbol, esto lo intercambiaban por el arroz sobre todo en la isla de Zebú, así como a otras cercanas a ésta, sobre todo a una que le llamaban Sol.
No fiándose ya de estos indígenas y repuestas algo las fuerzas, levaron anclas con rumbo al Maluco, (el ancla hundida fue recuperada, ya que eran vitales en aquellas islas con sus fuertes corrientes) para no despistarse navegaron bojeando la propia isla, la cual los llevo a otras dos, la de Candinga y Zarragán, al estar cerca de esta última se les acercaron varios calabuces, en uno de ellos iban dos españoles con las manos atadas, Saavedra les preguntó quienes eran y contestaron que de la expedición de frey García de Loaysa, de la nao Parral, que por favor los sacara de allí como fuera, les contesto que le dijeran al cacique que él venía de Castilla por encargo de su Rey y en son de paz, que solo quería algo de comida para proseguir viaje.
Regresaron a tierra y hablaron con el cacique, éste se convenció y al poco rato regresaron al bergantín, siendo interpretes los mismo españoles capturados, así llegaron al acuerdo de ser hermanos del Rey de Castilla, firmando la paz a su costumbre, que no era otra que hacerse un corte del cual salían unas gotas de sangre, éstas se vertían en un vaso o recipiente de vidrio, se le añadía algo de agua y cada uno se bebía la del otro, terminado el ceremonial se abrazaron. Al poco tiempo de ser hermanos llegaron otros calabuces, estos cargados con puercos, cabras, gallinas, arroz y otras viandas, así como canela y otras especies de muy buena calidad, lo que le llamó la atención a Saavedra.
Preguntó de dónde sacaban tan buenas especies, le contestaron que de Mindanao. Cambio de tema y preguntó cuánto le costaría recuperar a sus hombres, como respuesta le enseñaron una bolsa con piedras, pidiendo el mismo peso en plata por cada uno, pero la bolsa pesaría lo mismo que unos ochenta ducados (como unos dos kilos y medio), se les contestó que eso era demasiado, después de regatear un buen rato llegaron al acuerdo por la misma cantidad pero los dos hombres, añadiendo como regalo por la deferencia una barra de hierro, así se quedaron ya a bordo y el cacique tan amigo como antes; estos hombres eran Romay y Sánchez de origen gallego. [1] En el buque se encontraba un tal Grijalva muy enfermo y éste le pidió a Saavedra que lo dejara en la isla, puesto que no parecían tan enfermos y él no podría soportar mucho más tiempo vivo a bordo, así el capitán habló con el cacique y éste estuvo de acuerdo en cuidarlo el tiempo que hiciera falta, por lo que fue desembarcado.
Pasaron la noche fondeados descansando pero sin dejar de tener una guardia de protección, al amanecer del día siguiente se levaron anclas y se largaron velas, zarpando con rumbo al Maluco, ya que los dos rescatados eran conocedores que los españoles en el lugar a donde iban estaban en guerra contra los portugueses, al mismo tiempo le informaron que habrían en torno a cien leguas de distancia, ya por la tarde llegaron a unas islas con el nombre de Miaos, a una distancia del Maluco de unas cuarenta leguas, antes de conseguir encontrar una ensenada para pasar la noche, vieron salir de la islas tres velas, de unos tipos de buques no vistos y que tenían por nombre genérico caracóras, entre ellas iba un junco, que pertenecía al capitán del Rey de Portugal, don Jorge Meneses, pero como nada les dijeron fondearon y pasaron la noche, al amanecer del día siguiente vieron oras caracóas transportando bastimentos, con rumbo a la isla de Moro, donde al parecer los portugueses tenían una fortaleza ya construida, una de estas se acercó y saludó, al mismo tiempo que preguntaban quienes eran, se les contestó que vasallos del Emperador que habían salido de Nueva España, no hicieron el menor gesto, pero manteniendo el rumbo se alejaron.
Enterado Meneses de la presencia de los españoles ordenó armar una fusta y una nao, de forma que navegaran cada uno por una parte de la isla, para caer sobre ellos al anochecer, con tan mala fortuna que a la nao por su parte de la isla, se le levantó un fuerte viento que medio la desarboló viéndose obligados a regresar a la fortaleza, mientras que la fusta no se enteró de nada y continuo su navegar. Al mismo tiempo desde tierra los castellanos vieron que el bergantín se encontraba en calma, pidiendo al cacique de la isla de Gilolo una caracóas para cercarse y saber si eran portugueses o castellanos, les acompañaron otras dos con indígenas, al llegar cerca les gritaron quienes eran, la respuesta fue la misma, vasallos del Emperador salidos de Nueva España, los de las caracóas no se lo creyeron y Saavedra les dijo que mirasen la bandera que ondeaba en la gavia, lo que les convenció y se acercaron para subir a bordo.
Saavedra les preguntó quienes eran, le contestaron que andaban a lombardadas con el pueblo de Terenate, el cual se había levantado en contra del cacique de Gilolo y que éste había firmado la paz y era vasallo del Emperador, además de que les protegía de los portugueses, por ello estaban de su parte interviniendo en la guerra entre ambos caciques, recomendándole que aprontase la nave lo antes posible, ya que no tardarían en parecer los buques del Rey de Portugal para hundir el suyo. Saavedra no se creía lo que estaba oyendo, pues era conocedor de lo bien que se llevaban el Emperador y el Rey, por lo que no daba mucho crédito a lo explicado, pero le respondieron que eso sería en la Península, aquí en las Molucas estamos en guerra permanentemente.
Estaban hablando de esto, cuando se vio aparecer ya muy cerca la fusta portuguesa, la cual se acercó y demandó saber quiénes eran, se les volvió a contestar lo mismo, un buque del Emperador que había zarpado de Nueva España y que detrás venían otros dos, le pidieron a Saavedra que fuera a la fusta, pero se negó a ello, como mucho (propuso) se encontrarían a medio camino en los botes, todo por condescender por lo bien que se llevan los monarcas de ambos países, pero los portugueses se negaron, Saavedra le preguntó si habían castellanos por estas islas, le contestaron que no, que hacía unos cuatro meses llegaron unos, pero ellos los llevaron a su fortaleza y estaban ya camino de España, a lo que el capitán les contestó, que era lo lógico entre ambos países, ayudarse en tierras tan alejadas de sus tierras naturales. Insistieron los portugueses para que zarparan juntos a la fortaleza, donde serían atendidos por ellos entregándoles de todo lo necesario para seguir su viaje.
Saavedra ahora ya fuera de toda duda les contestó que se pusieren a su proa y él les seguiría, pero dada la calma existente no sabía muy bien como les iba a seguir, los portugueses le dijeron de darle un cabo y ser remolcados por uno de sus botes, pero Saavedra les dijo que no había prisa, que ya entraría el viento y podría seguirles por muy lejos que estuvieran, aún volvieron a insistir que no podían aguardar a que el viento se levantase. Pero en ese momento uno de los hombres del bergantín les dijo: «Estáis guerreando en tierra con los castellanos, porque no decís la verdad, ya que si habían castellanos en tierra», el nombre de este hombre era don Simón de Vera. Que fue reconocido por los portugueses, por ello el capitán don Hernando de Baldaya, escribano y otros dos hombres de la fusta portuguesa se acercaron a la proa, y desde allí les volvieron a gritar, que les acompañaran que tendrían de todo en la fortaleza, repitiendo esto por tres veces y poniendo a Dios por testigo de decir verdad.
Viendo que no había forma de convencer a Saavedra, el capitán portugués ordenó abrir fuego con una lombarda, pero a pesar de dárselo no salió nada de aquella boca, de haber ocurrido el bergantín a la distancia que estaba hubiera sido hundido, desde el buque castellano se les disparó tres lombardas, pero por estar tan cerca los proyectiles pasaron por alto. En ese instante, se levantó un poco de viento del SE., que lo aprovecharon para ir a resguardo de una ensenada cercana del cacique de Gilolo donde fondearon. Para seguridad de ambos desde el fuerte se le hizo una salva y el buque contestó con otra, con esta seguridad fondearon.
Pasaron la noche y al amanecer del siguiente día, aparecieron la fusta y una nao portuguesas, dando lombardazos a los españoles tratando de hundir el bergantín, se cruzaron muchos disparos pero ninguno conseguía hacer daño de verdad en el enemigo, transcurridas un par de horas, apareció una fusta de castellanos con cuarenta hombres, lo que obligó a los portugueses a dejar la presumible presa y alejarse algo más de la costa para enfrentarse a la fusta recién llegada, pero las cosas ya no eran igual, de hecho solo intercambiaron dos disparos entre las dos fustas, ya que la portuguesa a fuerza de remo se alejó rumbo a su fortaleza, la fusta española se acercó al bergantín y se saludaron los capitanes.
Era el día treinta de marzo del año de 1528, donde se encontraba el capitán de la expedición de fray García de Loaysa, don Hernando de la Torre, que por fallecimiento de la mayor parte de la expedición inicial le había llegado el turno del mando, donde mantenía los títulos otorgados por don Carlos I a Loaysa, que eran capitán general y gobernador de las islas del Maluco, el gobernador recibió como un buen viento a Saavedra. Lo primero que hicieron al desembarcar fue entregar armas y medicinas a Hernando de la Torre, las primeras para que pudiera seguir manteniendo los combates contra los portugueses, las segundas para ir recuperando a los enfermos que ya eran muchos.
En la isla de Gilolo los españoles habían levantado una fortaleza, fabricada con piedra, arena y cascajo, siendo de dos brazas de alta y seis pies de ancha, disponían de un cañón, una culebrina, dos sacres y otras piezas menores de hierro, muchas escopetas y ballestas, estando los soldados bien armados, aunque algo desnutridos y sin ropas. Saavedra permaneció en esta fortaleza dos meses y medio, durante ese tiempo se informó, que en Terenate, distante de Tidore media legua, se encontraba la fortaleza que los portugueses habían terminado de construir, estando guardada por una guarnición de ciento sesenta hombres.
Por el mal estado del casco del bergantín Hernando de la Torre decidió se le diera a la banda para ser calafateado lo mejor posible, para ello se desembarcó la artillería que fue emplazada en tierra, dando protección a la ensenada para evitar fuera atacada por los portugueses, así se comenzó a trabajar en el casco. Al mismo tiempo durante esos dos meses y medio, se pudo percatar Saavedra que los combates eran diarios, cuando no por intentar destruir a los españoles, por el dominio de aquellas islas, manteniendo una gran ilusión por regresar y poder advertir del peligro en que se encontraban los miembros del resto de la expedición de Loaysa en las Molucas. Al mismo tiempo Hernando de la Torre, fue escribiendo unas cartas en las que relataba todo lo ocurrido en la expedición, para que fueran entregadas al mismo Emperador.
Entre otras muchas cosas, en ellas explica al Rey: «Le suplico se acuerde de todos estos vasallos y servidores de Vuestra Real Majestad, que con tantos trabajos y peligros de sus personas le han servido y le sirven de noche y de día arriesgando sus personas todas las horas y momentos, por sustentar y defender esta isla y tierras en servicio de Vuestra Real Majestad……Sustentamos a tres reyes de cinco que hay en Maluco…… Y debe Vuestra Majestad de mirar que solo una nao que llegó aquí pudo traer hasta cien hombres, entre chicos y grandes, y con hallar a los portugueses muy poderosos en la tierra, con un fortaleza de cal y canto, y como naturales de ella siete años y con muchos navíos de remo y de carga, entramos y tomamos puerto, a pesar de todo ellos, siendo doblada gente que nosotros, y aquí estamos hasta hoy»
Se terminó el calafateo y de nuevo se le arboló por completo, volviendo a abordar la artillería, más gran cantidad de víveres para poder hacer tan largo y desconocido viaje, y para mostrar la riqueza de la tierra se le cargó con setenta quintales de clavo, subió la dotación compuesta por treinta hombres, como piloto Matías del Poyo, como portador de las cartas el asturiano Gutierre de Tañón, así como dos portugueses que se habían unido a los españoles, Simón de Brito Hidalgo y Bernaldin Cordero, siguiendo con el piloto de una galera portuguesa apresada, Fernando Romero y otros portugueses, para que puestos delante del emperador le narraran en primera persona todo lo que ocurría en el Maluco, todo listo en el mes de junio del año de 1528, pudo zarpar con viento del SO., una vez fuera roló al Nordeste, siguiendo el rumbo favorable del viento, pero a los tres días éste cayó, lo que les obligó a permanecer así durante todo un mes, de hecho en este tiempo navegó en torno a las doscientas cincuenta leguas.
Al fin pudieron arribar a la Isla de Oro, que en realidad era la nombrada Payne o Payme, (correspondiente a las Papuas) que se encuentra en la demarcación de 00º 50’ de latitud y en 142º 35’ de longitud de Cádiz, encontrando una gran ensenada, donde al entrar salieron canoas con indígenas de piel negra, cabellos crespos, sin cubrir sus cuerpos, portando armas de hierro y buenas espadas, se les pidió víveres y agua y a cambio de plata se la dieron, razón por la que permanecieron un mes en aquel lugar, ya que al menos no les faltaba nada básico.
Saavedra se encontraba en tierra intentando averiguar cuál sería el mejor rumbo, cuando los portugueses y a la cabeza Simón de Brito y otros, tiraron al mar el bote diciéndole que iban al buque y que volverían, pero no lo hicieron [2] Saavedra se vio obligado a esperar que se construyera una balsa para poder regresar a la nao, al llegar a bordo ordenó, levar el ancla y largar las velas, puesto que en esos momentos soplaba un viento S., muy apropiado para salir de la ensenada y navegar, de hecho lo hizo durante otras cien leguas al mismo tiempo que iban pasando un rosario de islas de todos los tamaños, aunque la mayoría pequeñas pero sin acercarse a ellas.
A pesar de esta precaución fueron atacados por un parao con indígenas negros, que lanzaron cientos de flechas, los españoles combatieron ya que intentaron abordar el buque, pero hicieron a tres prisioneros, continuó la navegación con rumo al N., y navegaron otras doscientas cincuenta leguas, alcanzando el paralelo 7º N., aquí volvieron a aparecer más islas, pero los naturales eran blancos y con mucha barba, pero las armas de estos eran las hondas. No es de extrañar la sorpresa de los españoles, que en tan poco espacio hubiera un cambio tan radical de hombres, formar y armas. La razón es que al pasar por la isla de los Barbudos, sus habitantes le parecieron blancos, porque eran polinesios, siendo esta apreciación por la diferencia de color con los melanesios de las islas Carolinas, que para él eran mucho más conocidos.
No se pararon por ello y continuaron con el rumbo al N. y NO., alcanzando los 14º de latitud N., pero aquí se encontraron con vientos contrarios del ENE, que les obligaba a navegar arribando, esto cansaba mucho a la dotación pero no había otro rumbo para conseguir llegar de nuevo a las islas de los Ladrones, que se encuentra a trescientas ochenta leguas del Maluco, pero el viento les no les permitió acercarse a ellas, consiguiendo pasar por su extremo S., donde roló el viento aproando al O., hasta la isla de Mindanao y costa de Bizaya donde no se acercó, continuando hasta la isla de Sarragán lugar en el que el viaje de ida había dejado a Grijalva.
Lograron poder lanzar el ancla y bajar a tierra a preguntar por él, le dijeron que seguía vivo y al lado de su cacique. Pero tiempo después se le encontró en Malaca, porque el cacique lo había vendido a los portugueses. Saavedra se encontraba en muy mala situación, pues al faltarle la lancha no podía realizar aguada ni cargar leña en ninguna isla, a pesar de ello lo intentó arribando a la de Meano distante unas veinte leguas del Maluco, siéndole imposible y la dotación ya en muy mal estado, arribó de nuevo a Tidore el día diecinueve de noviembre del año de 1528.
Lo peor de todo era el estado casco del bergantín, su mal era el ya conocido del gusano que taladraba la madera, no habiendo otra solución que construir uno nuevo, pero para ello y a falta de astillero y constructores, se decidió forrar de nuevo todo el casco; Urdaneta nos describe la forma de su necesario refuerzo para tan larga derrota: «Porque hacía agua le echamos otro aforro de tablazón al costado desde la quilla hasta la lumbre del agua», prosigue: «…tablas delgadas cosidas con el costado con unos clavos» y lo definitivo: «…calafateo con un betún de resina y aceite y estopa, que es cosa muy buena» Al mismo tiempo, Hernando de la Torre le aconsejaba a Saavedra regresar por la ruta portuguesa (doblando el cabo de Buena Esperanza), a pesar de los riesgos, porque al parecer el mar estaba en contra de poder navegar en dirección E., pero Saavedra le contestó que no cejaría hasta encontrar el rumbo de regreso, puesto que era preferible a llevar pegados a la popa durante todo el viaje a los portugueses.
Mientras seguía la guerra con los portugueses, ya que el nuevo Gobernador del Maluco, Jorge de Meneses no avanzaba casi nada contra los españoles, de hecho y a pesar de ser un país católico, aprovechó la visita de un clérigo que iba a confesar a la fortaleza a un portugués importante, enterado de ello nada más poner el pie en tierra fue hecho prisionero junto a su alumno, encerrados en una prisión con unos adobes atados a los pies, para impedir que pudiera andar demasiado, pero saltó la población que estaba muriendo sin confesión, obligando a Meneses a que le diera la libertad, pero éste se mantuvo en su posición y solo se le convenció por entregarle a cuatro portugueses que estaban presos de los españoles. Hasta aquí llegaba el odio de los portugueses, que ni se paraban ante la religión compartida por ambos reinos peninsulares para evitar la confrontación.
Las luchas y combates continuaron sin cesar, mientras se continuaba en el arreglo de La Florida, al concluir de nuevo el trabajo y estar todo preparado, después de seis largos meses zarpó de nuevo el día tres de mayo del año de 1529, con rumbo al ENE, el cual le llevó de nuevo a la isla Urays donde se habían apresado a los tres indígenas, pero en éste ocurrió algo parecido, pues tres se lanzaron al mar uno de ellos nadó dando gritos, «que los de la nao no les iban a hacer daño», pero los nativos en sus canoas lo mataron a golpes, por lo que continuaron viaje al mismo rumbo, (los datos no concuerdan, porque ni son las distancias ni los rumbos desde el punto de partida el que los hubiera llevado a ésta isla, al parecer las corrientes entre ellas y la poca velocidad de los bajeles, los desviaban del rumbo con mucha facilidad) al cabo de un tiempo divisaron otras cinco islas, una más grande con unas cuatro leguas y las otras con una, estaban pobladas con naturales morenos, con barbar y sin ropa, pero llevaban una especie de calzón fabricado con palmas.
De esta isla llamada Ualán del archipiélago de las Marshall salió un parao al encuentro, con señales que se entendieron para que bajasen el trapo y parasen, pero no se les hizo caso, de forma que se enfadaron y uno de ellos, lanzó con tanta fuerza una piedra, que hundió el tablón del forro del casco en el que dio, ordenando Saavedra se le pegara un tiro, lo cual se efectuó pero el tirador falló, aunque les sirvió de aviso y dejaron de remar, así se fueron separando las dos naves. Se supo después, pero en ese momento estas islas estaban a unas mil leguas de Tidore y distancia parecida de Nueva España.
Viraron el rumbo al NE., navegando otras ochenta leguas, cuando vieron un grupo de islas bajas, al ir llegando salieron siete paraos haciéndoles señales con una bandera, al llegar junto al bergantín y casi abarloarse, Saavedra les lanzó una manta y un peine que se guardaron, viendo que no parecían peligrosos los dejó subir al bajel, lo abordaron unos veinte hombres y una mujer, que al parecer era una hechicera, pues fue pasando sus manos por los cuerpos de todos los españoles, diciendo algo a los hombres, estos indicaron que los españoles podían bajar a tierra, ante esto Saavedra les dio más regalos de los pocos que les quedaban, se adelantó un español y pidió ir a tierra con ellos, se le concedió el permiso y así lo hizo.
Al poco rato llegaron otros paraos con los caciques de la isla, sabiendo que era la de Utirik, de nuevo invitaron a bajar a tierra a todos, así que Saavedra que no se encontraba bien de salud decidió que todos le imitaran y le siguieron, ya en tierra fueron recibidos por unos mil indígenas, que iban cantando y tocando algo parecido a un tambor pequeño, quedando todos en buena armonía, el cacique principal invitó a Saavedra a su bohío, donde comieron muy bien, aunque todo lo que había era pescado y cocos, al terminar el cacique le preguntó que era una escopeta, Saavedra intentó explicárselo pero no muy convencido el cacique pidió que le dispararan una, el capitán se lo pensó por no ser costumbre demostrar el poder que guardaban en ellas, pues se imaginaba lo que iba a suceder y en el fondo le daba miedo, pero el cacique insistió viéndose obligado a complacerle dio la orden de abrir fuego a uno al aire, pero el estruendo hizo caerse a los indígenas al suelo temblando, al mismo tiempo que otros muchos salieron corriendo hacia sus paraos que los lanzaron al agua y se marcharon a una isla a tres leguas de distancia, mientras el cacique y los que con él estaban fueron los únicos que no se movieron.
Aquí permanecieron ocho días, porque Saavedra seguía sin encontrase mejor, pero no podía demorar mucho la salida, mientras los indígenas ayudaron a los españoles a cargar ocho pipas de agua y les entregaron como unos mil cocos, siendo siempre muy atentos con ellos y les cogieron gran cariño. Su piel era blanca con los brazos y partes del cuerpo pintados, las mujeres muy hermosas y vestidas con una fina estera, con cabellos largos y negros, sus armas consistían en varas tostadas al fuego para endurecerlas, siendo utilizadas para todo, tanto para pescar como para defenderse, encontrándose la isla en la demarcación de 8º de latitud N.
Se hicieron a la mar de nuevo y con el mismo rumbo alcanzaron los 26º, momento en que falleció Saavedra, que éste sabiendo que su final estaba cerca, un par de días antes le entregó el mando a Pedro Laso natural de Toledo, rogándoles que navegaran a rumbo al menos hasta alcanzar los 30º, si allí los vientos no eran favorables, que regresaran a Tidore y entregaran la nao y todo lo que en ella iba a Hernando de la Torre, para que la utilizara como mejor sirviera a S. M., el día de la muerte de Saavedra no se sabe con certeza pero debió de suceder a mediados de octubre, hay quien afirma que fue el día diecinueve, su edad no es conocida con exactitud, pero por aproximación basada en diferentes datos, debía de estar en torno a la treintena, su cuerpo, al igual que el de tantos otros españoles encontró sepultura en el «Lago español», o sea, en el amplio océano Pacífico.
Haciendo caso a Saavedra navegaron al mismo rumbo ascendiendo paralelos, llegaron al 30º N, desde el anterior a este falleció el capitán Pedro Laso, tomando el mando los dos más preparados para ello que quedaban, siendo el maestre y el piloto quienes aún prosiguieron hasta los 31º N., pero viendo que los vientos seguían contrario decidieron virar y regresar a Tidore. (Por investigaciones posteriores, en ese momento y a pesar de tener siempre vientos contrarios, se encontraban a mil doscientas leguas del Maluco y a mil de Nueva España, si hubieran subido unos paralelos más, como quedó demostrado por Urdaneta, quien encontró los vientos favorables a 39º 30’ de latitud N., hubieran podido regresar, pero la falta de un verdadero mando en esta ocasión fue un derrota contra el conocimiento), con los vientos favorables el viaje se acortó, llegaron a las islas de Los Ladrones de nuevo y allí se recuperaron fuerzas realizando aguada, zarparon y llegaron a la isla de Desaya ya en el Maluco, pero no consiguieron acercarse a tierra por las corrientes, continuando viaje hasta la isla de Gilolo, arribando a la ensenada de Zamafo el día ocho de diciembre del mismo año de 1529. Cumpliendo las órdenes, entregaron el bajel a Hernando de la Torre, de la dotación llegaron veintidós personas, de las cuales algunas se desperdigaron por las islas y otros se quedaron con el Gobernador.
El único superviviente de esta expedición fue el piloto Macías del Poyo, regresando junto a los muy pocos de la de frey García de Loaysa, puesto que al abandonar la isla de Gilolo eran solo diecisiete españoles, embarcaron prisioneros en un calvario que les llevó dos años todavía regresar a la Península, por la llamada ruta portuguesa, que es doblando el cabo de Buena Esperanza, por temor de los portugueses fueron repartidos en tres naos distintas, consiguiendo poner fin al viaje el día veintiséis de junio del año de 1536 al arribar a la ciudad de Lisboa, los primero en hacerlo fueron Andrés de Urdaneta junto a Macías del Poyo, único superviviente de la expedición de Saavedra a bordo de la nao San Roque, unos días después en otra el grupo de Francisco de París y por último en la Gallega el grupo de Hernando de la Torre.
Al desembarcar Urdaneta y del Poyo les atendió personalmente el Guarda Mayor de la Naos que provenían de la India, el cual miró y registró ávidamente las cajas que transportaban los dos españoles, encontrando en una de ellas el libro de contaduría de la nao Santa María de la Victoria, cartas particulares de los súbditos españoles, que eran residentes en aquellas islas y unos mapas de las islas de las Especias más otro de la Banda, al mismo tiempo que los mapas con los derroteros de las mismas islas, los que habían realizado la expedición de Loaysa con la derrota desde el estrecho de Magallanes y los trazados en la derrota entre las costas de Nueva España hasta las Molucas, realizados por Saavedra al mando de la nao La Florida. Documentos que en aquellos momentos eran secreto de Estado para Portugal, pues mantenían el mayor de ellos con respecto a la situación de la especiería.
Se reclamaron insistentemente, pero al final y como toda respuesta el Guarda Mayor les dijo que los documentos habían sido enviados para ser inspeccionados por el Rey de Portugal que se encontraba en Évora, ante todo esto Urdaneta pidió ser recibido por el Rey de Portugal, pues tanta arbitrariedad era inaceptable, pero intervino el embajador español en aquella corte, llamado Sarmiento, quién le convenció que lo más conveniente era salir urgentemente del país, para ello le procuró un caballo, agua y algo de comida, así consiguió realizar el viaje a solas y a escondidas, siendo más una huida que un viaje, pero le aseguraron que de no hacerlo, su vida estaba en peligro por traición.
Todo este final se sabe gracias al documento que escribió Urdaneta a su regreso a la Corte, el cual se titula: «Relación de su expedición de la Nueva-España al Maluco» encontrándose el manuscrito en el Archivo de Simancas.
- ↑ Éstos a la llegada de Saavedra a Gilolo, fueron entregados a Hernando de la Torre, al cual le contaron una historia sobre lo ocurrido en la nao Parral, por no tener con quien confirmarla en un principio se la creyó, quedando incorporados a las fuerzas a sus órdenes. Al comentar Saavedra que venía acompañado por otras dos naves y se habían perdió de vista a la altura de las islas de los Ladrones, ordenó Hernando de la Torre que se formara una expedición con tres paraoles y se pusieran a rumbo para saber de ellas, en las canoas iban como interpretes Sánchez y Sebastián de Porto, pero antes de zarpar le pidieron Sánchez y Romay licencia para acercarse a Tidore en busca de algún alimento, lo que concedió Hernando de la Torre, así se hicieron a la mar. El mismo día, pasado el meridiano se presentaron muchos indígenas de la isla de Tidore de un poblado llamado Mariecu, que se encontraba frente a la isla de Terenate, y se presentaron a Hernando de la Torre con Romay y Sánchez presos, porque se habían dado cuenta que iban rumbo a la fortaleza de los portugueses, volvieron a contar más mentiras como excusa, pero la Torre pensó que los indígenas no habían interpretado bien a los castellanos. Partiendo los paraoles a su misión. A los cuatro días de haber salido los paraoles, un sobresaliente de la armada de Tidore llamado Pedro de Raigada, pidió hablar con la Torre y le contó lo que Romay le había dicho en una noche que ambos estaban en el mismo lugar intentando dormirse, pero antes le pidió a Pedro que no comentara nada de lo que le iba a contar, a lo que éste afirmó que no lo haría, pero viendo lo que estaba pasando no podía guardar ese secreto, pues afectaba muy directamente a lo narrado al principio y después de haber sido devueltos por los indígenas, le dijo: «Habéis de saber que cuando me trajeron los indios tenían razón, porque de cierto nos íbamos a Terenate» el oyente le preguntó ¿Por qué? Y Romay continuó: «Es verdad que en Bizaya tomaron los indios el batel de la carabela con toda su gente; pero cuando hemos dicho del modo con que se perdió después la carabela, todo es mentira, y sabed que Sánchez, yo, Fernando del Hoyo, Juan de Olave y otros cuatro o cinco, que seriamos en total nueve o diez compañeros, matamos al capitán don Jorge, a su hermano don Diego y a Benavides, echándolos al agua vivos y dándoles lanzadas al borde de la nao, y después dimos con la carabela al través en Sanguín, donde se acabó de perder; y como los paraoles que van a buscar y rescatar los castellanos que están allí no pueden dejar de descubrir lo que hemos hecho, por ese temor nos íbamos a Terenate» Ordenó Hernando de la Torre, que se prendiera a Romay, lo interrogó pero lógicamente lo negó todo, se le dio cuerda y algún tormento pero nada salió de su boca, dando la orden de dejarlo con cadenas y guardia, Al mismo tiempo dio la orden de que saliera en busca de los tres paraoles un cuarto, al que le entregó unas cartas, con la orden de regresar para interrogar a Sánchez, el cuarto los encontró en el puerto de Zamafo, entregó las cartas, pero Sánchez muy al tanto de todo lo que ocurría, (en ello le iba la vida), saltó a tierra con la excusa de tener una necesidad, pero armado con una espada. Al leer las cartas lo llamaron pero no respondió jamás, al poco tiempo se supo que estaba en algún lugar de la isla de Terenate. Al día siguiente se levantó una gran tormenta y las dotaciones de los paraoles decidieron regresar a Tidore. Aquí seguía preso Romay pues el alto concepto del honor no le permitía a Hernando de la Torre ajusticiar a un hombre sin pruebas fehacientes, pero al poco tiempo llegó una carta de las islas de los Célebes, escrita en castellano por un flamenco por nombre Guillermo, describiendo el mal que habían hecho los dos gallegos y la causa de la pérdida de la nao Parral, ante esto, la Torre ordenó sacar a Romay y darle cuerda hasta que hablara, lo cual se llevó a efecto confesando su crimen. Por la misma se demostraba que el portugués Sebastián de Porto no había intervenido ni apoyado el execrable crimen, razón por la que quedó en libertad, pero al asesino se le condeno a ser arrastrado por la fortaleza y a continuación hacerlo en cuatro cuartos, ejecutándose la sentencia el mismo día.
- ↑ Éstos se perdieron entre las islas, sobre todo porque las corrientes eran muy fuertes y el bote muy pequeño, de forma que fueron a parar a otras islas, donde la mayor parte de ellos se quedaron, pero Simón de Brito, Fernán Romero un esclavo que llevaba éste, embarcaron en una canoa para seguir al Maluco, pero equivocaron el rumbo y fueron a dar en la isla Batachina en una zona llamada Guayamelin, situada a unas cincuenta leguas de Tidore, enterado Hernando de la Torre de la presencia de portugueses, ordenó a Andrés de Urdaneta junto a dos españoles más, pero acompañados por diez paraos con indígenas que fueran a ver quiénes eran, al llegar los vieron y Urdaneta los reconoció preguntándoles por Saavedra, estos le contestaron que estaba perdido, pero los embarcó y todos retornaron a Tidore, justo en el momento en que Saavedra acababa de llegar, por culpa precisamente de no tener el bote robado por ellos. Hernando de la Torre, pidió consejo y fue Andrés de Urdaneta, quien le dijo que estaba muy clara la situación, ya que los portugueses no querían llegar a Nueva España, para evitar ser llevados a la Península y que el Emperador supiera por su boca la realidad del Maluco, por ello privaron a Saavedra de su único apoyo, ya que sin bote no podía acercarse a ninguna isla y con tan pequeño detalle, le obligaba como había quedado demostrado al fracaso, además de mentirle a él cuando les pregunto sobre el capitán. Personalmente de la Torre los interrogó y los portugueses viendo que más mentir les costaría más caro, dijeron la verdad que coincidía con los explicado por Urdaneta. Así Hernando de la Torre, en razón de lo anterior y por su acción provocar casi pérdida del buque con toda su dotación, sentenció a Simón de Brito a ser arrastrado por la ciudad de los indígenas, después cortarle la cabeza y a continuación hacerlo en cuatro cuartos, siendo clavados cada uno de ellos en una estaca alrededor de la isla, para que fuera visto por sus compatriotas, ya que continuamente estaban pasando muy cerca de la costa, mientras que Fernán Romero, fuera ahorcado, lo que se llevó a efecto ambos castigos en el mismo día.
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