Las Dunas 16/IX a 21/X/1639

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Las Dunas o Canal de la Mancha 16/IX a 21/X/1639



En este encuentro se enfrentaron, la casi totalidad de los buques disponibles por los holandeses al mando de su gran almirante Moorten Harpetszoon Tromp, contra la gran escuadra formada por ocho de las diferentes escuadras que entonces tenía el reino de España, al mando absoluto de don Antonio de Oquendo.

La escuadra española estaba compuesta por:

La escuadra de Oquendo, con los galeones Santiago de España (capitana Real) de 1.300 toneladas y 60 cañones, San Agustín (almiranta Real) muy poderoso, Santiago de Castilla, San Pablo, Esquevel, La Coruña, Los Ángeles, las urcas; San Pedro Mártir y La Fama, el patache Jesús Maña y la saetía Santa Teresa.

La de don Martín Ladrón de Guevara, con los galones; San Pedro el Grande, El Gran Alejandro, San Esteban y Santiago de Portugal.

La escuadra de Nápoles, al mando del general Pedro Vélez de Medrano y como almirante, a don Esteban de Oliste.

La escuadra de don Jerónimo Massibradi, y como almirante don Mateo Ulajani (ó Esfondrati), con los galeones Orfeo (capitana) muy poderoso, San Carlos, San Blas, Santa Cruz, San Nicolás, San Gerónimo, San Pablo y un patache.

Estas estaba formadas a excepción de la de Oquendo por navíos de embargo (alistados a la fuerza) para la escuadra y procedían, de países como Austria, Dinamarca y Alemania.

En conjunto esta escuadra reunía a 22 buques.

Las reunidas en la Coruña, eran:

La de Dunkerque, al mando de Horna, pero como éste pasó a la capitana de Oquendo, quedándose al frente de ella don Matías Rombau que era su almirante, siendo el capitán de la Insignia don Gerónimo de Aragón.

Formada por los galeones: San José, San Juan Evangelista, San Vicente, San Martín, San Gedeón, San Carlos y El Salvador.

La escuadra de galeones de Portugal al mando de don Lope de Hoces y Córdoba, y de almirante don Tomás de Echaburu, compuesta por seis galeones, siendo la capitana el Santa Teresa de 1.300 toneladas y 60 cañones y al mando del almirante don Tomás de Echaburu.

La escuadra de Galicia, al mando de don Andrés de Castro, y como almirante don Francisco de Feijoo. El galeón insignia de esta era el Santiago de 1.200 toneladas y 52 cañones.

Y en el puerto de la Coruña, ya se encontraban reunidas en una sola escuadra del cantábrico, estando formadas por buques de particulares (privados) de Galicia, Portugal, Las Cuatro Villas y Vizcaya.

Y por último en el mismo puerto se encontraba la escuadra llamada de San José, al mando de don Francisco Sánchez de Guadalupe, iba abordo de su insignia, el Cristo de Burgos, con otros cinco galeones, aunque de pequeño porte de artillería.

Esta escuadra ya reunida, estaba formada por 29 buques.

A los nombres dados y con pertenencia a cada escuadra, hay una relación de más nombres pero que no dice a que escuadra pertenecían, pero para tratar de aportar algo más a lo ya dicho, los añadimos:

San Sebastián, Santa Ana, San Lázaro, Santa Catalina, San Miguel, San Jacinto, Santa Clara, Santo Domingo de Polonia, San Antonio, La Prensa, El Águila Imperial, El Pingüe, La Mujer, La Corona, Nuestra Señora de Monteagudo, Delfín Dorado, Nuestra Señora de la Luz y Nuestra Señora del Caro.

Lo que daba un total sumadas las dos de 51 buques en total.

Más los 12 transportes fletados a los ingleses, (reino con el que en esos momentos estaba firmada una paz) por un precio que equivalía a un escudo por hombre y transportaba a 6.000 efectivos del ejército, en su mayoría de Tercios Nuevos. Que era el principal objetivo de ella, ya que eran muy necesarios en las tierras de Flandes, donde las cosas empezaban a torcerse definitivamente. Y también se llevaba entre los diferentes galeones, un numerario por importe total de tres millones de escudos, para el pago de las soldadas atrasadas que eran habituales en Flandes.

La mayoría de los galeones pequeños montaban entre los 20 y 40 cañones.

Después de salir de la bahía de Cádiz, la escuadra de Oquendo, con las demás de su mando, navegó con rumbo a la Coruña donde al arribar, se tuvo un pequeño pleito, ya que Hoces como más antiguo y capitán de los Galeones del Océano, se dirimió la discusión del Consejo de Guerra, en el que Hoces tuvo la mayoría, pero él renuncio diciendo: «que aunque tenía la mayoría de votos del consejo de guerra, no era su pretensión el mantener un mando en la escuadra»

Ya nombrado Oquendo como Capitán General absoluto, se dedicó a escoger marinería y capitanes, para acomodar a toda la escuadra, ya que muchos de los buques que se habían alistado con prisas, sus tripulaciones también lo eran. Pero sin descuidar el portar los mejores en los distintos galeones insignia de cada escuadra, para que sirvieran de ejemplo al resto.

Por último dicto unas Instrucciones, que dicen:

«Coruña 31 de Agosto de 1639
Todas las personas que están á su cargo confesarán y comulgaran antes de salir, y durante la navegación evitarán toda especie de pecados públicos, principalmente blasfemias y juramentos.
Los capitanes de los navíos han de tener advertencia de que, tan luego se aviste la escuadra enemiga, se ha de combatir abriendo camino hasta Dunquerque; y de no conseguirlo, volver á España, sirviendo de punto de reunión el puerto de Santander.
Cuidarán, en consecuencia, que desde la salida estén desembarazadas y dispuestos á la pelea, que durante ésta haya silencio; esté elegida gente para distribuir pólvora y municiones y para saltar al abordaje.
Item, de noche no perderán de vista el farol de la capitana.
Ningún navío combatirá con la capitana enemiga, que el General reserva para el suyo; si no pudiera acercarse, los más próximos la entretendrán hasta que llegue, pero todos tendrán libertad de pelar como puedan, en la inteligencia de ser necesario vencer ó morir.
La armada formará en media luna conforme á los puestos señalados.
Navegando á la bolina habrá mayor cuidado de no embarazarse, pena de la vida.
Si se avistaran velas, irán á reconocerlas los navíos de Dunquerque.
En casos imprevistos en que no sea posible enviar órdenes escritas, las dará el General de palabra.
Recomienda la unión en todas circunstancias.
Durante el combate estarán al lado de la capitana los pataches, San Antonio y San Agustín y la fragata Santa Ana.
El General confía en la capacidad de los jefes»

Realizados todos estos cambios y ya pertrechados en su totalidad, se dispuso el zarpar, aprovechando el día que se levantó viento favorable, siendo este el día cinco de septiembre, cuando poco a poco fueron abandonando la ría de la Coruña, ordenando Oquendo que la escuadra de Dunkerque, fuera de descubierta por ser sus buques más ligeros y rápidos, mientras que el resto lo hacía navegando siempre con la costa cantábrica a la vista.

Pero los Estados Generales bátavos estaban por medio de espías, sabedores de los preparativos de los españoles, por lo que nombraron en Jefe a Tromp y como segundo a Evertzen, a quienes les pusieron al mando de una escuadra, que cada una de ellas era igual o superior a la española, aparte de acompañar a ella una gran cantidad de brulotes, que en aquella época eran muy peligrosos.

Las previsiones eran, que Tromp con su escuadra interrumpiera el paso de la escuadra española, para impedir el que llegaran refuerzos a sus tierras, para ello dividió a su vez en número casi igual su escuadra en tres divisiones, con la intención de cubrir más aguas y que en cuanto se tropezaran con los se reunieran para acosarles pero sin presentar combate, y si resultaba la táctica, el obligarles a que entraran en el puerto inglés de Las Dunas (Downs).

Al mismo tiempo, la segunda escuadra, se mantendría como reserva hasta dar con la escuadra enemiga, en cuyo caso avanzaría para entre las dos eliminar totalmente a los españoles y en todo caso como cuarto muro de protección y vigilancia, para evitar a todo trance el paso de la escuadra enemiga. A esto se añadía, que los holandeses contaban con muy buenos contactos en Inglaterra, que ya se pondrían en marcha en su momento, para tratar de impedir que sí la escuadra española entraba en el lugar, se les entretuviera lo suficiente entreteniéndolos como fuera menester.

La flota española, siguió bordeando la costa cantábrica, virando al llegar a aguas francesas, poniendo rumbo al Norte, pero siempre sin perder de vista la costa, así alcanzaron en la noche del día quince de septiembre la ensenada de Boulogne, al mismo tiempo que se divisaron las primeras velas holandesas.

Durante la noche amainó el viento, por lo que casi no se movieron del lugar, siendo al amanecer del siguiente día, cuando se pudo apreciar que solo eran once velas enemigas, seguidas de otras seis, lo que le llevó a Oquendo a dar la orden de arribar sobre el enemigo, por ser el viento favorable y encabezando el galeón Santiago de España de su mando la línea, le siguieron los más marineros de su escuadra, a los que conforme su velocidad les permitía se iba incorporando y alargando ésta, no dejando lugar ni espacio, para que pudieran escapar de la trampa, ya que en esos momentos la ventaja numérica era considerable por parte de los españoles.

Pero por desgracia Oquendo no dio la orden de abrir fuego al principio, por lo que al ir pasando por la línea de los bátavos, estos si que iban haciendo fuego, lo que produjo grandes daños en los buques españoles, hasta que Oquendo se dio cuenta de que estaba recibiendo más que dando, por fin dio la orden de responder al fuego. A su vez los galeones holandeses y por orden de Tromp, habían acortado las distancias entre ellos para no ser doblados, pero a tanto llegaron que el bauprés del matalote de popa, se situaba por encima de la toldilla del buque que le precedía.

Óleo representando el combate de las Dunas
Las Dunas. Cortesía del Museo Naval. Madrid.

Es casi incomprensible, que los españoles no abordaran a los holandeses, contando como era el caso con mucha más infantería, pues llegó el momento en que la Capitana, se colocó a tocapenoles de la almiranta de Tromp, pero nada se hizo por arribar y abordar, con lo que después de pasar la línea holandesa, los buques estaban muy maltrechos, ya que la artillería de los holandeses había hecho mella sobre todo en sus arboladuras, por la rapidez de su fuego y lo certero de éste.

Hay que hacer notar, que ésta es la primera vez en la Historia, en que dos escuadras combaten al cañón y en línea de fila, forma que se mantuvo después por muchos años y que sustituía a la que en ese momento se practicaba, que era la de formación en media luna.

Las bajas de este primer encuentro fueron muy importantes por parte de los españoles, ya que solo la Capitana sufrió las bajas de unos cien efectivos entre muertos y heridos. Mientras que los holandeses, sufrieron la pérdida por voladura de uno de sus buques, ya que un certero disparo atravesó la banda y penetró hasta la santabárbara, yéndose con el galeón al fondo del Canal unos ciento veinte hombres, pero como contrapartida tuvieron muy pocas bajas en el resto de bajeles.

Aquí hay que resaltar que, Oquendo se equivocó, pues el almirante Tromp, se había aconchado demasiado sobre la costa francesa, lo que casi le obligó a varar con sus buques en ella, pero reacciono a tiempo y ciñendo al máximo, consiguió entrar en la ensenada de Boulogne, pero de ella no podía salir ya que el viento le impedía remontar la punta de salida, que se encuentra al oesnoroeste.

Por lo que si en ese momento Oquendo se lanza con la mitad de sus buques, contra el almirante holandés hubiera podido obtener una victoria fácil, ya que sus mosqueteros e infantes los hubieran podido tomar al abordaje prácticamente sin problemas. Al menos esto dicen los historiadores.

Pero en nuestra opinión, Oquendo optó por dejarlos y virar con rumbo a Las Dunas, por varias razones, la primera, que si se hubiera metido en aquella ratonera, le hubiera pasado lo mismo que a Tromp, que a pesar de obtener una victoria parcial, no podría salir de ella como le ocurría al almirante bátavo, segunda, que sus buques estaban muy mal tratados, por lo que tampoco hubiera sido tan fácil la victoria, ya que es obvio que los holandeses se hubieran defendido con uñas y dientes, y tercero, Oquendo que ya le había visto la cara a Tromp, cuando sus dos buques estaban a tocapenoles, estaba seguro que tan gran almirante no estaría solo con aquellos dieciséis buques, por lo que si sumamos, que sus buques no estaban en condiciones de combatir, que se las tendría que ver con muchos más y que no podía salir, nos lleva a la conclusión, de que su orden de virar y poner rumbo al puerto inglés era la mejor solución, al menos momentáneamente.

Tromp al ver que Oquendo ya no le perseguía, casi ni llegó a creérselo, pero otra vez ciñendo al máximo posible, consiguió salir de la ratonera en que se había visto obligado a penetrar, consiguiendo no sin esfuerzo poder abandonar aquel lugar, pero aún a pesar de todas estos trabajos, no logro sacar a toda su división hasta bien anochecido, por lo que fueron largas horas para solo recorrer algo más de tres millas, hasta lograr ponerse en franquicia.

A la mañana siguiente, diecisiete, se verificó lo que ya comentamos, que se incorporó a la escuadra de Tromp su segunda división al mando de Van Kart ó Banckert, la cual estaba compuesta de otros dieciséis buques, con lo que ya la escuadra del almirante holandés sumaba treinta y dos buques.

A lo que se añadió la maestría del almirante holandés, que con sucesivas maniobras consiguió ganar barlovento, y muy confiado ya en la victoria por refuerzo añadido, por lo que se dedicaron a maniobrar ambas escuadras, pero sin llegar al combate, pues sobre la media tarde se produjo una calma, que obligo para no ser arrastrados por la corriente contra la costa, a fondear a las dos escuadras contendientes, eso si, sin perderse de vista ninguna.

Ya en plena oscuridad, pues pasaba de la 23:00 horas, se levantó una brisa, dando la orden Tromp de levar anclas y arribar sobre la escuadra española, a la que comenzó a batir, siendo respondido por lo españoles, pero al llegar la madrugada del día dieciocho, se separaron para descansar, ya que al amanecer de este mismo día, volvieron a arribar sobre los españoles, comenzando un nuevo combate.

La escuadra española estaba a sotavento y desorganizada, solo unos pocos buques se mantenían en línea de fila, mientras que el resto formaba pequeños grupos de cuatro o cinco bajeles.

Tromp, al darse cuenta de la composición, también utilizó por primera vez en la historia, una maniobra de ataque, que fue culminada por otro grande de la Historia Naval ciento cuarenta y cinco años después, un tal Horacio Nelson en el combate de Trafalgar.

Así, que ni Rodney en Los Santos, ni Nelson en Trafalgar, ni tan siquiera inglés o británico, sino holandés y de Tromp, fue la invención de esa táctica.

Pues dividió su escuadra en tres divisiones, dos bajo su mando y en dos columnas y una por fuera de la línea española, al mando de su segundo el vicealmirante De Witt. Mientras Tromp, se metía con sus dos columnas por el centro y por los grupos aislados, así fue como penetró en la mal formada línea española, cañoneando a placer por el apelotonamiento de los grupos españoles, por ello prácticamente no se perdía ningún proyectil.

Los españoles se defendieron, pero la confusión reinante entre los diferentes grupos, no permitía contestar con un fuego normal, ya que algunos buques entorpecían a sus compañeros, así que el fuego era irregular e impreciso, resaltando en este combate el Santiago de España o Capitana, así como el Santa Teresa de Hoces, por ser los galeones mejor armados y dotados.

Dándose el caso, de que el galeón del mando de Ulajani, se quedó sin pólvora, lo que produjo que se le reunieran cinco enemigos que lo abordaron, pero al darse cuenta los españoles de ello, maniobraron y consiguieron recuperarlo pero ya había fallecido el general don Francisco Sánchez Guadalupe, más otras muchas que se sufrieron, pero resulto que después de tres días de combates, los bátavos se quedaron a su vez sin pólvora, lo que les impidió conseguir la victoria total, pues tuvieron que abandonar el lugar y dirigirse a Calais, porque el Gobernador de esta plaza era amigo de los holandeses y allí se abastecieron de todo y aprovecharon para recomponer todos sus aparejos que estaban maltrechos por el combate.

Aquí otra vez se critica a Oquendo, ya que según los historiadores, debía de haber aprovechado la tregua y dirigirse a los puertos españoles de Mardick y Dunkerque, para desembarcar a las tropas del ejército y aprovisionarse de todo lo necesario.

Pero el anterior combate, había tenido lugar en las cercanías de la ensenada o puerto natural de Las Dunas, por lo que es lógico pensar, que el mal estado de sus buques y también faltos de pólvora, no encontrará oportuno lanzarse a cruzar el canal para arribar a los puertos españoles, por ello decidió hacerlo al puerto más cercano, pero lo que no podía imaginarse Oquendo, era la traición sempiterna de los ingleses hacía los españoles, aún que aquí si que es posible que tengan razón los historiadores, pues se ha demostrado en muchas más ocasiones, incluso hasta nuestros días que en nada han cambiado. Pero Oquendo actuó con todo el sentido común, ya que la traición se sale de él y contra eso es imposible combatir.

Al arribar la escuadra española, se produjo un gran desconcierto en la población, pues ya eran muchos los bajeles que en ella habían, pero aun causo más estupor, el que al día siguiente y como era puerto neutral, comenzaron a entrar y fondear los buques holandeses, ya que solo les había costado unas veinte horas, transbordar todo lo necesario y arreglar sus desperfecto en el combate del día anterior, los que arribaron al principio fueron veinticuatro, que conforme iban entrando en la ensenada, fondearon frente a los españoles, pero la cosa no se paró, pues a las pocas horas, comenzaron a arribar otros muchos, con la intención de bloquear la salida de la ensenada o puerto.

A esto se sumo que, Oquendo no había hecho el pertinente saludo a la bandera inglesa, lo que ya le puso en contra de los habitantes y que como buen guerrero, carecía de dotes de diplomático, lo que aumento estar en una incómoda situación. Pues ya parte importante de la Corte y Administradores ingleses, promulgaban un acercamiento a las recién nacidas Siete Provincias.

Para evitar enfrentamientos en su casa, el Rey de Inglaterra ordenó al almirante Pennington, que al mando de treinta y cuatro bajeles fondeara en el centro de la ensenada, quedando así sus buques interpuestos entre los dos contendientes, pero este almirante tenía y mantenía muy buenas relaciones con Tromp, así que comenzó la lucha por la supervivencia de los españoles.

Oquendo reclamó ser abastecido de pólvora y alimentos; las autoridades inglesas le dijeron que no había problema, pero esto se fue alargando in æternum. Cuando Oquendo cayó en la cuenta de la traición ya que nada se hacía en su beneficio, demandó que como puerto neutral que era se le permitiera salir, y que sus enemigos permanecieran cuatro mareas en el puerto, y que al salir como estaba estipulado, fueran acompañados de la escuadra inglesa, para impedir que atacaran a los españoles.

Pero lo que ocurrió, es que en el puerto no paraban de entrar buques holandeses, llegando los españoles a preguntarse, si es que en Holanda los bajeles llovían, pues solo entraron en la ensenada unos ciento veinte de los que unos quince eran brulotes, lo que marcaba una gran diferencia numérica con la escuadra española.

Pero el problema principal quedaba por resolver, ya que la escuadra española en realidad iba de escolta de los transportes, que llevaban los Tercios de Infantería, así que se decidió hacer llegar al cardenal-infante don Fernando de Austria, la noticia de la situación de los españoles, estando el Infante en el puerto de Dunkerque a donde se había desplazado por los avisos de lo que estaba sucediendo. Así se decidió enviar un aviso con un correo para el Cardenal, éste se lo devolvió, de esta forma se pudo mantener durante varios días las comunicaciones entre las dos partes del canal.

Llegando al acuerdo, de que el Infante alquilaría todos los pesqueros y naves pequeñas, que estuvieran disponibles en Dunkerque y le sería remitidas a Oquendo, quien las recibiría de noche y haciendo virar a sus buques, los mantendría durante el día fuera de la vista de los holandeses e ingleses; permanecieron un tiempo esperando la oportunidad para poder salir del puerto; mientras se iban trasladando los sacos con el numerario a los pequeños buques, pues no solo había que despistar a los que estaban dentro, sino a los varios galeones holandeses que permanecían de guardia en la salida del canal de la ensenada.

Así llegó la noche del 27 al 28, en que se levantó una espesa niebla, lo que fue aprovechado para embarcar la totalidad de las fuerzas destinadas, consiguiendo salir nada más que cincuenta y seis pesqueros, acompañados de doce pataches, fragatas y filibotes, los cuales burlaron a los del interior del puerto y solo los de fuera consiguieron hacer seis presas, pero además de las más pequeñas, por lo que las pérdidas fueron insignificantes, arribando al puerto de Dunkerque, donde desembarcó la tropa y los importantes caudales en su totalidad.

Enterado Tromp del apresamiento realizado por sus buques de vigilancia dobló a estos, pensando que habrían más envíos, pero como todos pasaron a una, aunque las estrictas medidas tomadas por el almirante holandés, ya lo hacía imposible, el objetivo ya se había cumplido.

Ya más centrado Oquendo con su problema interior, se procuró de un mercante que los transportaba, gran cantidad de palos y vergas, para comenzar a reparar sus buques, a lo que viéndolo Tromp, le envío a uno de sus jefes, para decirle, que estaba a su disposición para todo lo que le hiciera falta, pues: «sentía grandes deseos de medirse en la mar con tan gran general», pero Oquendo no hizo caso y continuó reparando sus bajeles.

A tal punto había llegado la osadía y entendimiento, entre Tromp y el almirante inglés, que este permitió que el holandés moviera a sus brulotes de fondeadero, para asegurarse así que al primer movimiento de los españoles, al tener una situación más favorable para lanzarlos, sobre todo a los grandes galeones, para sí estorbar y rendir si fuera preciso a toda la escuadra dentro del mismo puerto, pues para ello había ya vuelto a aumentar la cantidad de sus bajeles de vigilancia en la bocana del canal, con lo que les podría cerrar el paso y aniquilarlos allí mismo.

Ya cansado Oquendo de que nada se le hubiera proporcionado por parte de las autoridades inglesas, se propuso conseguirlo a cualquier precio y viendo que el español no se andaba por los tejados, consintieron proporcionarle el día veinte de octubre una pequeña cantidad de pólvora a los españoles, que por lo menos, aunque no suficiente para todos, si lo era para repartir entre los grandes galeones, ya que seguramente ellos serían los encargados de soportar el peso del combate y así se hizo.

Pero enterado Tromp de esto, decidió ir al combate, pues se había trasgredido todas las normas de neutralidad por parte de los ingleses, así que en connivencia con el almirante ingles, montaron una pantomima lo que casi provoca que fuera autorizado Tromp a efectuar el ataque dentro del mismo puerto. (Lo que lógicamente no trasgredía en nada la neutralidad inglesa)

Viendo Oquendo los movimientos de los holandeses, ordenó armar a los suyos y prepararse para el combate, al mismo tiempo que llamaba a los capitanes para formar Consejo de Guerra, en el que se iba a discutir, si era mejor quedarse en el puerto o zarpar con rumbo a Mardick o Dunkerque. Como es lógico hubieron de todos lo pareceres, por ejemplo el de don Andrés de Castro, que prefería quedarse en el puerto, pero a esto le contesto Oquendo, que los ingleses no eran de fiar (¡ya se había dado cuenta!) y que era hasta posible, que la misma escuadra inglesa compartiera con los holandeses el combate, por lo que lo más seguro era zarpar aprovechando la niebla que se estaba empezando a formar.

Ese mismo 21 de octubre del año del Señor de 1639, comenzaron a levar anclas los españoles, siendo el primero en salir la Capitana de España, al que le seguía el Santa Teresa, y detrás todos conforme iban pudiendo cazar el viento y seguir las aguas de sus compañero de proa, pero fuera del puerto por la espesa niebla reinante en ese instantes, o por las prisas e inclusive por el apelotonamiento que se volvió a formar, y a pesar de tener el viento favorable, se fueron contra los bancos de arena toda la escuadra del mando de don Andrés de Castro, incluido su insignia del porte de 52 cañones, siendo un total de veintitrés galeones, que tuvieron la poca fortuna de embarrancar, quedaron inútiles para el combate.

Según noticias de los ingleses, de ellos cuatro al embarrancar se desfondaron y se perdieron y otros tres fueron incendiados por los holandeses, pero del resto que no dicen nada, (ya que no les interesa). Fueron recuperados por ellos e incorporados a su escuadra, aunque bien alguno no soportó el ser desembarrancado y se perdió, pero la mayoría quedaron en poder de los ingleses, con los que teníamos paz concertada. (En fin la historia de siempre, porque si se tenía paz con ellos, lo lógico era, que los hubieran devueltos, aunque fuera después del combate). Eso sí, se defendieron diciendo: «…que los habían ocupado y apresado, para que los holandeses no se hicieran con ellos y aumentaran la fuerza en contra de los españoles» (No cabe la menor duda, de que son dos formas de ver la Historia, pero curiosamente ellos siempre eran los beneficiados).

Al ir avanzando en mar abierto, y comenzar a deshacerse la niebla Oquendo miró para atrás para saber cuántos buques le seguían, cayendo en la cuenta de que su gran escuadra, se había quedado en poco más que una división, ya que solo le seguían sus aguas veintiún galeones, por lo que la ventaja en número de los holandeses se había quedado en proporción de seis contra uno.

Ya los holandeses había salido de la ensenada y virando se alejaron de la columna enemiga, (no se había observado la neutralidad del puerto de esperar las cuatro mareas para que pudieran hacerse a la mar) pero de pronto se presentaron delante de la escuadra española, lo que quiere decir, que serían mucho más maniobrables o tenían mucha mejor gente a bordo, así que comenzaron por lanzar los brulotes, de los que tres fueron dirigidos contra la Capitana de España, que viéndolos venir arriaron sus botes y con ellos, una gran dosis de temeridad suicida y esfuerzo de los marineros a su bordo, consiguieron desviarlos, pero según esta versión, los desviados se fueron contra el galeón de Hoces, más dos que lanzaron sobre el Santa Teresa, así con los primeros cuatro se realizó el mismo esfuerzo que en la capitana y se pudieron librar de ellos, pero el quinto fue el que prendió en este hermoso galeón y con él se fue a pique su capitán, que ya había fallecido de una bala de cañón que le había cercenado un brazo y otra una pierna, el heroico don Lope de Hoces.

Pero este relato no termina de encajar, ya que si don Lope ya estaba muerto, al llegar el quinto brulote, ¿quién le atacó antes?, por lo que la versión más fiable, es que fue atacado por cinco enemigos, de los cuales a cuatro pudo con ellos y el quinto, ya estando herido de muerte en el momento de ser abordado por los españoles, fue cuando comenzó a arder, llegando a la conclusión que fueron los mismos bátavos quienes le pegaron fuego (ya habían utilizado este sistema en varias ocasiones para desalojar a los españoles de su cubierta) pero se les fue la mano y se prendió el español, por ello al estallar murió toda su dotación, en total unos seiscientos hombres. Don Lope de Hoces ya era cadáver hacía un tiempo.

De otro autor nos dice: «El Santa Teresa, capitana de D. Lope de Hoces, fué de los primeros que resistieron las cargas de ocho navíos que le cercaron, y llegó á echar algunos á pique; pero abordado por otros, y echándole mixtos, consiguieron abrasarlo, con la mayor parte de su gente y entre ellos su valiente general»

El combate continuó, por espacio de cinco horas, llegando en algunos momentos a estar el galeón Santiago de España, rodeado por más de veinticinco enemigos, que llegaron a ser más de cien los buques que le castigaron durante todo el viaje, en el que estuvo prácticamente solo contra toda la escuadra bátava por espacio de nueve horas, en uno de esos momentos, el piloto fuera de sí viendo el castigo que está recibiendo el galeón, le dice a Oquendo, que lo mejor sería regresar al fondeadero, pero Oquendo a voz en grito le contesta: «No permita Dios, que con una mancha tan grande menoscabe mi reputación. Jamás el enemigo me ha visto las espaladas: lo que se ha de hacer es arriar las velas y esperar resuelto al enemigo» y viendo que algunos de sus hombre flaqueaban, se dirigió a ellos en el mismo tono: «Si Dios fuere servido que en esta ocasión la vida perdamos, moriremos en defensa de la religión católica contra tan implacables enemigos de ella. Por el crédito de nuestro príncipe, y por la reputación de nuestra nación, espero que habremos de salir bien de este empeño. Y así no os espante el número, que, cuantos más fuertes, tendremos más testigos de nuestra gloria. ¡Santiago, y a ellos!»

Óleo Representado el combate naval de Las dunas
Las Dunas. Cortesía del Museo Naval. Madrid.

Al oír a su general todos regresaron a sus puestos y se prepararon a cumplir con su obligación; nos narra un autor: «Todo el día estuvo recibiendo espesas cargas de artillería; pero los navíos enemigos, que osaron acercársele, no quedaron para repetir ensayos, pues llegó á echar á pique mucha parte de los veinte bajeles que perdió la armada holandesa. Furioso ó avergonzado el general enemigo de que una sola nao resistiese á toda su armada, se resolvió á abordarla, escogiendo para ello á su almiranta y otros dos navíos; pero tal saludo recibieron al acercársele, que tuvieron muy á bien pasar de largo»

Prosiguió a su rumbo, a pesar del castigo que recibía su galeón, pero el buque no se iba a pique, gracias a la prevención de llevar cinco bombas de achique, en las que todos participaban haciéndolas trabajar devolviendo el agua que entraba y manteniendo siempre rumbo a Mardick, consiguió arribar a dicho puerto, acompañado de otro galeón y de seis de los buques tan veleros de la escuadra de Dunkerque.

Se dice que el propio Oquendo, contó los impactos recibidos por su buque, y que alardeaba de que a pesar de llevar su casco más de mil setecientos agujeros, había conseguido llegar a su destino y salvar el estandarte Real de España.

Sobre las pérdidas, nos encontramos con el problema de siempre, depende de la fuente se decanta hacia un lado u otro, pero esto es lo normal, ya que uno sabe lo que lleva a bordo, pero el enemigo por mucho que intente averiguarlo, le es materialmente imposible, ya que muchos de los que fallecían a bordo, eran lanzados al mar para dejar espacio y poderse mover, pero que cada cual saque sus conclusiones.

De fuentes extranjeras, la cosa quedó así; se perdieron cuarenta y tres buques, de ellos veintitrés encallados en la salida de Las Dunas, veinte en el combate del día veintiuno, de los que once fueron apresados, cinco hundidos y cuatro más encallaron, quedando solo en las aguas diez del total, pero como se podrá comprobar estas cifras no pueden ser, pues solo salieron de la Coruña cincuenta y uno, y eso si que es irrefutable.

Aunque para darlas por buenas, nos quieren hacer creer que de la escuadra de Dunkerque, y al igual que se hizo la salida con los soldados, pues que varios de los buques de esta población, se incorporaron a la ensenada de Las Dunas, sin que se enteraran los holandeses. (Y luego alguien piensa que la novela histórica no es válida).

Y en cuanto a hombres, dicen que fueron seis mil los muertos y heridos, pero esto es dudoso, ya que los veintitrés que encallaron a la salida de la ensenada de Las Dunas, salvo alguno que falleció y otros que salieron con alguna herida, la inmensa mayoría se refugiaron en tierras de Inglaterra, siendo además esta cifra casi el total de los hombres embarcados, por lo que otra vez los fríos números llaman a error.

Por su parte los holandeses reconocieron la perdida de diez buques y mil hombres, lo cual y comparativamente no sabemos quien perdió más, dado que los bátavos era seis contra uno, no eran tan malos los españoles.

Lo que si queda claro, es que estas pérdidas eran irrecuperables y este combate marcó casi indefinidamente la inferioridad posterior de España, porque la monarquía de los Austrias en esos momentos, ya no daba para más, el país y las arcas estaban más que vacías de tanta guerra, y contra todos, mientras los enemigos se iban turnando, siempre era España sola la que tenía que aguantar la vela y como todo en esta vida tiene un fin, este combate lo fue, y no como se viene diciendo por plumas más reconocidas que las nuestras, que fue el declive la pérdida de la Gran Armada contra Inglaterra de 1588 o la Empresa contra Inglaterra, a pesar de ello y estar sin escuadras, aunque unos y otros tuvieron que vérselas y no con muchas ganas con los españoles en la mar.

Pero queda constancia escrita, que al presentarse a los representantes de los Estados Generales, el almirante Moorten Harpetszoon Tromp, le fue reprochado que no hubiera hundido o apresado a la Capitana de España, con la gran supremacía de material y hombres que se puso a sus órdenes, a lo que Tromp se defendió diciendo: «La capitana real de España con don Antonio de Oquendo dentro es invencible.»

Fernández Duro nos dice: «La bizarría, el arrojo, el valor personal rayó en altura que no cabe exceder y que sigo creyendo alcanzó admirable espectáculo, combate sin ejemplar de la Capitana de España.»

En el año de 1587, don García de Palacio, refiriéndose a la diversidad de calibres y metales con se fundía la artillería, y el poco valor que como arma tenía para hundir un bajel, escribe: «La artillería que se ha usado de diversas maneras, pero diré lo que me parece más conveniente para el uso de nuestras nao; piezas hay cerradas de hierro y bronce, y otras abiertas de hierro solo, a mi parecer se deben usar algunas coladas, que teniendo con ellas cuidado aprovechen y son seguras; todas las demás son matahombres»

Por eso Oquendo se refería con esta frase, al hecho de que al cañón era muy difícil hundir a un buque: «Para conquistar es preciso abordar. Para vencer, cabe destruir hasta el hundimiento al enemigo; cosa larga y costosa, puesto que mi Santiago no se hundió, pese a los 1.700 balazos que recibió en el combate.»

El almirante don Francisco Feijoo, de la escuadra de Galicia, cayó prisionero, dedicando su tiempo de cautiverio a escribir sobre los ocurrido, entre muchas cosas cuanta que:

«…mientras se hallaba la armada en el puerto y se reclamaban del embajador en Londres, la pólvora y pertrechos más necesarios, el General convocó a los comandantes de os buques para cerciorarse del estado de cada uno, y apareció que de todo había falta…que la mayor parte de las tripulaciones era de gente forzada que no se había embarcado nunca y que servia de estorbo; que la infantería era asimismo nueva y estaba desnuda; que para batir á los holandeses, que daban la mayor importancia á la artillería y rehuian los abordajes con los españoles, habia algunos navíos que llevaban un artillero para cada cuatro piezas, y eran éstos los mejor dotados, porque en otro habia en total cuatro artilleros; que en varios buques no existian más espadas que las de los oficiales, y que, decidido, sin embargo, el combate, no se cumplieron las prevenciones del General…(añadiendo al final) ganaron la batalla más con el desórden ajeno que con el valor propio.»

En la obra del P. Mariana, se puede leer:

«Nuestra marina sufrió este año una pérdida irreparable con la ruina de la escuadra del canal de la Mancha, mandada por D. Antonio de Oquendo. Sostuvo dos combates contra holandeses, mandada por el almirante Tromp; en el primero quedó indecisa la victoria; pero en el segundo fueron derrotados los españoles, y de sesenta bajeles que se componía su escuadra, solo se salvaron siete. La escuadra inglesa que sostenía la neutralidad de su córte, disparaba a los holandeses sin hacerles gran daño, al mismo tiempo que hacía fuego más vivo contra los buques españoles»

Bibliografía:

Enciclopedia General del Mar.: Garriga. 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Estrada, Rafael.: El Almirante don Antonio de Oquendo. Espasa-Calpe. 1943.

Fernández de Navarrete, Martín.: Biblioteca Marítima Española. Obra póstuma. Imprenta de la Viuda de Calero. Madrid, 1851.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Museo Naval. Madrid. 1973.

Fernández Duro, Cesáreo.: Disquisiciones Náuticas. Facsímil. Madrid, 1996. 6 Tomos.

Mariana, Padre.: Historia General de España. Imprenta y Librería de Gaspar y Roig. Madrid, 1849-1851. Miniana fue el continuador de Mariana.

San Juan, Víctor.: La batalla naval de Las Dunas. La Holanda comercial contra la España del Siglo de Oro. Silex. 2007.

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