San Miguel o Tercera isla combate naval 1582
De Todoavante.es
Este encuentro naval, tuvo lugar el 26 de julio del año de 1582, entre una escuadra española, al mando de don Álvaro de Bazán y Guzmán, y otra escuadra francesa, al mando del almirante Philippe Strozzi.
Al fallecimiento del rey de Portugal don Sebastián, el rey de España por sus ascendentes era el que debía de tomar el trono del país vecino, pero los ingleses y franceses se opusieron a ello, por esta causa se ordeno al duque de Alba por tierra y a don Álvaro de Bazán por la mar, invadir ese territorio, logrando así unir a toda la Península Ibérica en una sola nación.
Pero quedaron por ser ocupadas las actuales islas Azores, llamadas entonces Terceras, por la gran ascendencia que tenía en ellas el prior de Crato, don Antonio, que era el pretendiente al trono del país vecino.
Como estás islas eran el punto casi obligado de recalada de las flotas provenientes de Indias, el rey de España don Felipe II, procedió a dar la orden de que fueran ocupadas, pues le llegaron noticias, de que por el alto valor estratégico de ellas, tanto los ingleses como los franceses las habían ocupado, para así poder cortar los convoyes procedentes de nuestras colonias en América.
A principios de 1581, llegaron a Lisboa unos emisarios de la isla de San Miguel, otorgando su acatamiento al Rey de España, y poniendo en conocimiento la situación de la isla, esto provocó que se emitieran órdenes de que la escuadra de Galicia al mando de don Pedro de Valdés, se hiciera a la mar con la máxima prontitud, para poder llegar a tiempo de impedir el ataque a un convoy que procedente de América, estaba de viaje con rumbo a ella y sin ser conocedores de la situación en que se encontraban, para tratar de evitar la caída del tesoro trasportado en mano de los piratas de siempre; pero el capitán español, desatendió las ordenes recibidas y solo con sus seis galeones, intentó la conquista, dando un golpe de mano en la ciudad de Agra, pero que por la desigualdad de fuerzas, fue rechazado y derrotado.
Mientras tanto en el mismo puerto de Lisboa, se estaba ya preparando una gran escuadra, con destino a la toma de aquellas islas, estando a su mando supremo don Álvaro de Bazán, ya marqués de Santa Cruz y Capitán general de las galeras de España, que debía estar lista para mediados del año siguiente, siendo que se había repartido el trabajo de formarla por su magnitud, entre el puerto mencionado y el de Cádiz.
La escuadra estaba compuesta por, sesenta galeones, un gran número de pataches y naves ligeras, entre ellas las nuevas fragatas inventadas por don Álvaro, doce galeras, curiosamente arboladas con aparejo de cruz o vela cuadra, para su mejor navegación con vientos largos y ochenta barcas, de proa plana, un nuevo invento, pues su proa se convertía en una plataforma, por un ingenioso procedimiento, que facilitaba el desembarco del ejército, que en su conjunto estaba formado por doce mil hombres, todos ellos escogidos, entre los que estaban varios Tercios de Infantería española y un pequeño contingente de infantería alemana. (Después, no se quién se arrogó el invento del lanchón de desembarco, en fin cosas de la Historia).
Mientras esto sucedía en España, en la corte de Francia, la reina madre doña Catalina de Médicis, mantenía el apoyo a los rebeldes de las islas, consiguiendo con sus aportaciones económicas, que se constituyera una gran escuadra, para impedir la llegada de la que en España se estaba organizando.
A pesar de estar en paz, Francia y España, en la expedición figuraban los grandes aristócratas del país galo, quienes también apoyaban la anexión de las islas a su país, a pesar de que el rey Enrique III de Valois, mantenía su posición de neutral, y en una correspondencia con el rey don Felipe II, llega a decirle, «que si caen en sus manos los tratáis como a piratas», hasta aquí llegaba la hipocresía del monarca francés, que después tendría graves consecuencias.
Posteriormente se supo, que por contrato privado entre el prior de Crato y Enrique III, se le invitaba a que si autorizaba la expedición, una vez fuera Rey de Portugal, le concedería a Francia en propiedad la isla de Madera, la Guinea y el Brasil, a parte de otras concesiones menores.
Al llegar noticias a la corte española de la salida de la expedición francesa, el Rey envió emisarios para que se hicieran a la mar con lo disponible y a pesar de no haberse acabado el armamento de la escuadra española, don Álvaro dio orden de zarpar, haciéndolo desde el puerto de Lisboa, en su galeón Capitana San Martín, al que le seguían otros veintisiete galeones y cinco pataches.
Al mismo tiempo, que desde Cádiz don Juan Martínez de Recalde, segundo jefe de la escuadra se hacía a la mar con veinte galeones y le seguía con las doce galeras de su mando, el capitán de éstas don Francisco de Benavides.
Pero el infortunio quiso, que a la altura del Algarbe o cabo de San Vicente, se levantó un fuerte temporal, que obligó a retroceder a las galeras y a toda la escuadra de Recalde, por lo que se quedó sólo don Álvaro y sus veintiocho galeones y cinco pataches.
El 22 de julio del año de 1582, alcanzó la costa de la isla de San Miguel don Álvaro de Bazán, al poco se pudo distinguir, medio escondida a la escuadra francesa detrás de Punta Delgada, de la que se pudieron contar no menos de sesenta velas, de todos los tamaños, pero no se arredró y convocó consejo de guerra con sus capitanes, acordándose que no se podía esperar a Recalde, pues la situación era muy delicada y lo mejor era combatir, antes de que se pudieran hacer más fuertes los enemigos.
Los franceses habían llegado el día quince de julio y lograron vencer la escasa resistencia que se les opuso, conquistando la ciudad de Punta Delgada, al ver a la española, viraron de bordo, dando a entender que preferían no combatir, ante esta actitud don Álvaro fue cuando tomo la decisión contraria.
A pesar de estar en franca inferioridad, por la falta de los apoyos ya mencionados y las circunstancias contrarias, don Álvaro contaba con veinticinco buques grandes de guerra, siendo: el galeón San Martín, su nave insignia el más poderoso con 1,200 toneladas, al que se guía el San Mateo, de 600; quince naves guipuzcoanas, castellanas y portuguesas, de entre las 200 y las 300 toneladas; ocho urcas flamencas, de entre 200 a 400 y cuatro pataches.
Ante sí, estaba la escuadra francesa, en la que formaban la línea, de sesenta a sesenta y dos buques, sien dos tercios de ellas del tamaño de nuestro San Mateo, mientras que el resto eran más pequeñas.
A esta superioridad numérica, había que añadir, que las dotaciones estaban reforzadas con infantes, siendo su número de entre seis mil y siete mil quinientos, lo que realizar un abordaje resultaba algo muy peligroso, para nuestras armas.
Entre los buques enemigos, se encontraban tres galeones ingleses, pero optaron por retirarse antes de producirse el enfrentamiento, y otro, que llevaba las insignias del pretendiente al trono, el prior de Crato, en el que iba el conde de Vimioso, que era el embajador de éste en las Cortes de Inglaterra y Francia. Sabía decisión.
Como jefe de la escuadra, estaba el almirante francés Philippe Strozzi, a los que le seguían el vicealmirante, conde de Brissac y como contralmirante el caballero de Sainte-Souline; entre las tripulaciones y como jefes figuraban un centenar de caballeros y señores de la nobleza francesa, que como era habitual en la época, estaban a la expectativa de aventuras y oro, ya que la expedición de lo que trataba era de interceptar a los convoyes españoles procedentes de América, para lo que incluso, se había concertado la unificación con la escuadra inglesa al mando de Frobisher, con 40 naves, para contribuir al éxito de la empresa.
El 23 las dos escuadras estuvieron vigilándose, pero siempre la francesa mantenía el barlovento, lo que te permitía el escoger el momento de atacar; lo cual intentó realizarlo con una división, el dirigiéndo a la retaguardia española y conseguir doblarla, lo que lograba poner a la española entre dos fuegos; pero Bazán, que se apercibió de la maniobra (afloró el marino), dio orden de virar a toda su escuadra, para dirigirla al lugar de la división que intentaba doblarlo, los franceses al verlos venir, viraron cuatro cuartas y así cazaron el viento, los que le permitió ganar velocidad alejándose del peligro de verse a su vez envueltos por la española. Alguien, no se ha podido averiguar, a bordo del galeón San Martín grito «esto es la ‹guerra galana›», refiriéndose, a no ser galantes y comportarse como tales, sino que eran «galos» y no presentaban combate, por lo que eran galantes con el enemigo.
El 24 se mantenían las posiciones, haciendo crucero y bordadas, entre las islas de San Miguel y la de Santa María, navegando ambas casi paralelas, pero fuera del alcance de la artillería.
Con el viento débil del sudoeste y sobre las 16:00, aprovechando un momento en que la escuadra española estaba virando, en las cercanías de la isla de San Miguel, atacaron de repente, en formación de tres columnas contra la retaguardia española, que estaba compuesta por cinco buques de los de la armada de Guipúzcoa y al mando de don Miguel de Oquendo; pero otra vez atento el marqués de Santa Cruz, logró hacer virar al resto de la escuadra, con tal velocidad que cogieron a los franceses casi desprevenidos, por lo que se entabló un duro combate al cañón, que por efectos de los fuegos españoles, hicieron ceder a los franceses en su intento de hundir la retaguardia, pero se retiraron manteniendo el barlovento y antes de que la luz del día se extinguiera.
Pero don Álvaro de Bazán (salió el táctico) no quería por más tiempo estar a merced de un enemigo tan poderoso, por lo que decidió ganar barlovento; dio orden de mantener la bordada hasta que a la puesta de la Luna, todos los buques virasen al mismo tiempo, sin que hubiera ninguna señal para ello, para evitar el ser detectados por los enemigos.
A la amanecida del día 25, la escuadra española estaba perfectamente formada y a barlovento de la francesa y ésta a su vez sotaventada, este éxito tuvo su pago, pues se perdieron dos urcas con cuatrocientos hombres, lo que equivalía a quedarse solo con veintitrés naves, aparte de estas pérdidas el segundo jefe de la escuadra don Cristóbal de Eraso, en su buque había sufrido la pérdida parcial de su arboladura, por ello el único buque que podía darle remolque era el propio galeón San Martín y eso hizo, para evitar el quedar en solitario al no poder mantener la velocidad adecuada al resto de la escuadra; pero los enemigos a su vez también habían perdido a uno de los suyos, que fue el que más castigo recibió de la artillería española, en el combate del día anterior. Pero por todas estas circunstancias, todo lo que había costado ganar el barlovento, se volvió a perder.
Pero a pesar de tener la ventaja los franceses, no se decidieron a atacar en todo el día, por lo que ambas escuadras, se mantuvieron vigilantes y al igual que el día 23, realizaron bordadas y crucero entre las mencionadas islas.
Pero amaneció el día 26 de julio, las escuadras estaban separadas por unas tres millas de distancia y a unas dieciocho de la isla de San Miguel, se encontraban en ese momento con el rumbo de bordada del norte y la francesa seguía manteniendo el barlovento.
Don Álvaro de Bazán, estaba decidido a no dejar pasar este día sin decidir el combate, (la resolución del estratega) para ello había dispuso su escuadra de una forma que, hasta ese momento resulto casi imposible de concebir, pues rompía con todas las normas tácticas utilizadas, esta formación estaba dispuesta de la forma siguiente: un centro; con nueve buques, en el que estaban los buques menos poderosos de la escuadra, pues en él estaban las urcas flamencas, con las guipuzcoanas intercaladas y que tenía previsto fuera el eje a las dos divisiones restantes; la vanguardia y la reserva, en las que formaban los buques más rápidos y mejor armados, contando cada una con siete naves.
En la vanguardia y en su cabeza se posicionó el galeón insignia, que iba flanqueado por tres de las urcas en cada costado, éstas navegando en fila y dando protección al galeón. La reserva o retaguardia iba de la misma forma y con la orden de acudir al lugar donde se produjera el primer contacto, para enfrentarse como un bloque al enemigo en el lugar donde más fuera necesario. Esta formación era para poder doblar la línea enemiga y romperla. Acción que posteriormente dio buenos resultados a otros almirantes, pero en contra nuestra.
La escuadra enemiga, estaba realizando la maniobra de ir componiendo su línea de combate: un poco después del medio día, aún estaban peleándose con el viento, para tratar de formar la línea, por lo que solo unas quince naves habían logrado formarse en la cabeza de ella, quedando la retaguardia totalmente descompuesta y desorganizada, de ellas otras veinte muy rezagadas a barlovento.
El almirante Strozzi con su buque insignia y cinco naves más, se colocó a la derecha; Brissac, con un número parecido, en el centro y a la izquierda, con otras cinco naves Saint-Souline.
El galeón San Mateo, de seiscientas tn. con 30 cañones, se quedó muy separado del resto de la escuadra, porque sus avería aún no habían sido reparadas totalmente; pero dio la fatalidad, esta vez para los enemigos, que en él iba embarcado don Lope de Figueroa, con doscientos cincuenta hombres de su Tercio, los cuales eran todos viejos combatientes; pero esto no lo sabía Strozzi, que viendo al español separado, ordeno a su división y a la que se mantenía a su costado, la de Brissac, dirigirse contra él.
Don Lope, viéndolos venir ordenó la disposición de sus fuerzas, se le venían encima nada más que once buques enemigos, pero le ordenó al capitán del galeón que no forzara nada y que su gente de mar, cogiera sus sables y se prepararan para recibir a los franceses, lo cual se cumplió e impávidamente se les esperó.
Al llegar al alcance efectivo de la artillería del galeón, éste comenzó a vomitar fuego, pero tan certeramente que varios de los atacantes se detuvieron, siendo sobre pasados por los que venían detrás, que lanzados llegaron al contacto con el San Mateo, al que rodearon, pues se colocaron dos buques uno a cada costado, mientras que otros tres, lo hicieron dos por la proa y aletas de ella, y uno por la popa, al mismo tiempo que cuatro más se mantenían a la espera de que, sus compañeros les dejaran espacio para poder abrir fuego, con lo que eran cinco contra uno, ya que eran de parecidas capacidades de armamento y tonelaje.
Pero el fuego del San Mateo era muy eficaz, pues el galeón del propio Strozzi, que quería llevarse la gloria, resulto tan castigado, que comenzó a hundirse, esto sucedía después de casi dos horas de combate.
Los franceses intentaron en siete ocasiones el abordaje, en las cinco primeras los certeros disparos de mosquete de los infantes, se lo impidieron, pero en el sexto lograron pasar solo unos pocos, que fueron rechazados a sablazos e igualmente sucedió en el séptimo.
Hemos dejado a don Álvaro, pero lo retomamos; debido a su especial disposición de la fuerza y viendo que los franceses, no lograban reunir sus naves y lanzarse sobre él, y que la mar estaba despejada de enemigos, ordenó la virada encomendada y puso rumbo en dirección de la división de Sainte-Souline, que había quedado separada y sotaventada, de las divisiones derecha y centro, que eran las que estaban machacando al galeón San Mateo.
La división sobre la que se acercaba don Álvaro, que con sus siete buques, se le estaba echando encima, no se lo pensó dos veces y virando, les presentó la popa a los españoles, navegando en demanda de los desorganizados franceses en una franca huida.
Desde el mismo momento de apercibirse del ataque sobre el solitario galeón español, la escuadra del centro española viró en su demanda, pero varió un poco el rumbo y se dirigió a la del centro francés, al mando de Brissac; mientras que la reserva con sus siete naves se dirigía directamente en auxilio del galeón San Mateo, que en el momento de su llegada ya llevaba encajados más de quinientos impactos de cañón en sus costados.
Por los sucesivos intentos de abordar al galeón español, las tripulaciones de sus enemigos habían quedado algo mermadas, pues al no poder efectuarse los primeros abordajes, se fueron trasbordando infantes de los que no estaban en primera línea de combate y esto los debilitó en demasía.
Don Álvaro, sorprendido por la reacción de la huida de los franceses y ya casi no divisando a ninguno de ellos, por lo que dejaban abandonado a su jefe, y la mar limpia de enemigos, dio orden de dirigirse al San Mateo.
Pero antes de llegar él, ya lo había hecho don Miguel de Oquendo; quién con dos de sus naves la Juana y la Gabarra, se fueron directas a la insignia de Strozzi, entrándole por la popa y un costado, al ver este ataque, varias de las naves francesas acudieron a defender a su almirante; mientras que don Miguel y otras dos naves, se dirigieron a la insignia de Brissac, cuyo buque era un espléndido galeón de quinientas tn. y 30 cañones, pero de poco le sirvió, pues de la primera andanada que se le lanzó desde el buque de don Miguel, quedó casi desmantelado y con muy graves daños, a parte de hacerle sufrir la pérdida de cincuenta hombres de su dotación, lo que mermó considerablemente su capacidad combativa.
A este apelotonamiento, terminaron por incorporarse las últimas naves francesas, que hasta ese momento no habían intervenido, con lo que eran no menos de veinte los buques; pero Brissac apercibido de que su buque ya no tenía remedio, trasbordo a la más próxima de las suyas, desde donde continuó con su labor de dar órdenes; al sumarse estos últimos, la pelea se recrudeció, pues prácticamente no habían espacios libres y todos alrededor del galeón San Mateo, que ya estaba muy maltrecho, pero continuaba aguantando los embates de los enemigos y sobre todo, haciendo estragos los mosqueteros de don Lope de Figueroa, entre las tropas y marinería de los franceses.
Don Álvaro, al frente de su división, y con su galeón San Martín, se iba interponiendo entre los franceses que intentaban llegar al centro del combate, los cuales recibían unas descargas de su artillería, logrando con ellos que varios ni siquiera pudieran llegar a prestar su apoyo a su jefe, pues quedaron destrozados por los efectos y puntería de sus artilleros.
Bazán que estaba en casi todo, se apercibió de que el almirante francés Strozzi, había trasbordado a otra nave y que ésta intentaba, aprovechando la confusión reinante, el escapar de la ratonera en la que se había metido, por ello dio orden de virar de la otra vuelta y se dirigió en su demanda, la alcanzó él y su compañera de escolta la urca Santa Catalina, colocándose cada uno por una banda de su enemigo.
Por espacio de una hora, la nave francesa pudo soportar el efectivo fuego, pero pasado este tiempo y ya malherido Strozzi, se vió obligado a rendirse.
Al disiparse el humo, se pudieron apreciar los daños sufridos en su total magnitud, el casco estaba ya casi sin ningún sitio donde no hubiera un agujero, causado por la efectividad de la artillería de los dos buques españoles, mocho totalmente de su arboladura y lo más impresionante, los más de cuatrocientos cuerpo de franceses, entre muertos y heridos, que cubrían por completo el combés; la mayoría de ellos por la temible efectividad de los mosqueteros, que cubriendo todos los puntos altos del galeón San Martín, habían estado disparando casi a placer sobre la cubierta enemiga, causando tan gran estrago de bajas, que significaba el cincuenta por ciento de la totalidad de su dotación y que había sido, en repetidas ocasiones complementadas sus bajas anteriores, por lo que entró en fuego, como si nada hubiera ocurrido.
Al mismo tiempo, en el centro del combate donde permanecía el galeón San Mateo, el buque de Brissac, ya se había ido a pique, más algún otro y el casi el resto, habían sido incendiados o abordados; al ser advertida la captura del buque de su almirante, los franceses intentaron ponerse en franca huida, les permitió el zafarse de no caer en manos de los españoles, siendo la mayoría de ellas las que no habían entrado en combate, lo que se convirtió en una desbandada total de los enemigos, dejando y abandonado la mar por, lo que se convirtió en una victoria total, cesando todos lo fuegos casi al anochecer y después de cinco largas horas de combate sin tregua.
Las pérdidas de los franceses fueron en total diez galeones de buen tamaño, de los que cuatro se fueron a pique, otras dos fueron incendiadas y otras cuatro tomadas al abordaje, pero que por el gran castigo que habían sufrido, solo se aprovechó lo posible y después se dejaron abandonadas.
Las bajas francesas, se pueden calcular entre los dos mil quinientos y tres mil hombres, de ellos mil quinientos muertos, incluido el almirante Strozzi, que falleció de resultas de sus heridas anteriores y también falleció el conde de Vimioso.
Pero si el desastre fue en material y personal, lo peor de todo fue el valor moral, que les dejó en desmayo absoluto, ya que a pesar de las pérdidas, aún continuaban teniendo una abrumadora superioridad numérica, que en ningún momento supieron o quisieron aprovechar y la demostración de esto, es que su armada quedó completamente dislocada y sin conexión entre ellos. Hay constancia de que la derrota fue casi total, ya que de los sesenta buques iniciales a Francia solo regresaron dieciocho. Esto sin haber podido entrar en combate la escuadra de Andalucía.
De hecho, unas veinte naves se dirigieron a refugiarse en la isla Tercera; a Fayal, se dirigió el contralmirante Sainte-Souline, con las nueve naves de su mando y el resto se dirigió a tierras de Francia, en estas fuerzas iba el vicealmirante conde de Brissac, que cuando fue abordado su buque, él trasbordo a otro y así pudo escapar.
Por su parte los españoles sufrieron un total de doscientos veinticuatro fallecidos, más quinientos cincuenta y tres heridos, sin perder a ningún buque en el encuentro, si bien el galeón San Mateo, que fue el centro del combate, su casco estaba acribillado, pero aguantando, a más de haberlo dejado mocho como un pontón y habiendo sufrido entre su dotación, ciento catorce bajas en total y a esto hay que sumar los cuatro buques que se vieron en medio del combate, que también habían sufrido sus cascos, arboladura y la pérdida de algunos hombres.
Aquí vamos a incluir una cuestión, que otros han utilizado a lo largo de los siglos para desmerecer, tanto a don Álvaro de Bazán sus capitanes y dotaciones, para designarlos como crueles enemigos, sin piedad y asesinos, de todo lo hecho por algún español y que en opinión de algunos desconocedores de la Historia seguimos igual.
Al terminar el combate e ir reconociendo a los personajes de la nobleza y caballeros de la escuadra francesa, que en su afán de hacerse ricos, se habían incorporado a ésta expedición, fueron separados como responsables de ella y por lo tanto uno a uno, fueron juzgados por don Álvaro en persona, sin dejar la responsabilidad a ningún subordinado, por lo que fueron todos ellos juzgados, condenados y ejecutados, por ejercer la piratería, siendo un total de ochenta los que sufrieron el castigo, a los que se sumaron otros trescientos trece, entre marineros y soldados, con alguna responsabilidad de mando.
Esto dicho así parece que uno quiera defender lo indefendible, por la cantidad de vituperios dichos y escritos, por plumas más apropiadas que la mía, pero para combatirlo no hay nada mejor que ir como siempre, a los hechos y a ellos me remito. Recordemos que al principio de la relación del combate, se ha mencionado el escrito que el rey de Francia don Enrique III de Valois, remite al rey de España don Felipe II, en el que entre otras cosas le dice: «que si caen en sus manos los tratáis como a piratas», ya que Francia no estaba en guerra con España, por lo que don Álvaro no hizo otra cosa, que cumplir la orden de su Rey, que a su vez la había propuesto el Rey de Francia, por todo ello, el verdadero culpable del correctivo impuesto por el marqués de Santa Cruz, era sin ningún lugar a duda el propio Rey de los vencidos y ajusticiados, quienes pagaron con su vida la sinrazón de las cosas de los que mandan.
También es cierto, que don Álvaro aprovecho la ocasión servida en bandeja de plata, para que saltara a los treinta y dos vientos, la forma en que los españoles harían respetar sus derechos y con este gesto, dar una lección a las reiteradas y pertinaces veces, en que tanto ingleses como franceses intentaban interrumpir el tráfico marítimo, entre las colonias y la Península, con ataques encubiertos como si de buques y hombres fueran piratas, ya que en el fondo lo único que hacían era servir a sus reyes, que a su vez se servían de sus vasallos, para cometer todo tipo de atrocidades.
Lo peor, que en esta ocasión les salió mal y a buen seguro, que como tantas veces en la vida y por ello en la historia, es muy posible que pagaran justos por pecadores, ya que estos últimos, algo más espabilados, que no listos, en ésta ocasión no se midieron con justeza a las armas españolas, pero es que casi nunca lo hacían, más bien era siempre subrepticiamente, pues cara a cara casi nunca se empleaban.
Este combate está clasificado por los historiadores como el segundo más importante del siglo XVI, después del de Lepanto. En él, el Marqués de Santa Cruz, decidió dar un cambio a la guerra naval y adoptó una formación, que deshizo las previsiones del enemigo, pues no utilizó el despliegue de la clásica media luna, a ello se sumó que su previsora disposición, si bien al principio parecía fallar, el galeón San Mateo retrasado se convirtió en el cebo, que tan afortunadamente el había preparado en su centro, por ello el galeón solitario fue el que soportó el mayor peso del combate, pero ello le permitió llevar a cabo su primogénita idea, por lo que el encuentro se realizó como Bazán había previsto, de ahí el éxito obtenido; además de demostrar palpablemente, que aún entrando en combate con inferioridad numérica, era posible la victoria si se hacían las cosas bien, pues ya se daba por descontado, la efectividad de los Tercios embarcados y la mucha mar navegada de sus capitanes con sus tripulaciones.
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