Villavicencio y de la Serna, Juan Maria de Biografia

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Biografía de don Juan María de Villavicencio y de la Serna


Retrato al oleo de don Juan María de Villavicencio y de la Serna. XV Capitán general de la Real Armada Española. Gran Cruz Laureada de la Real y Militar Orden de San Fernando de 5ª Clase. Regente del Reino. Caballero profeso de la Militar Orden de Alcántara. Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III. Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica. Gran Cruz de la Real y Militar Orden San Hermenegildo.
Juan María de Villavicencio y de la Serna.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.


XV Capitán general de la Real Armada Española.

Gran Cruz Laureada de la Real y Militar Orden de San Fernando de 5ª Clase. 28 de marzo de 1816.

Regente del Reino.

Caballero profeso de la Militar Orden de Alcántara.

Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III.

Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica.

Gran Cruz de la Real y Militar Orden San Hermenegildo.

Orígenes

Vino al mundo el día 22 de febrero del año 1755, siendo sus padres don Antonio de Villavicencio y de Mendoza, Alguacil Mayor de la Real Justicia de Medina Sidonia, ciudad en la que residía en la calle de San Juan y doña Juana de la Serna y Pareja.

Hoja de Servicios

El día 1 de junio del año 1769, sentó plaza de guardiamarina en la Compañía del Departamento de Cádiz, contaba con catorce años de edad, lo hizo el mismo día que su hermano Rafael nacido en el año 1751, estando los dos juntos en el expediente. N.º 1.066.

El día 4 de marzo del año 1770, después de haber aprobado sus estudios teóricos, se le ordenó embarcar en el navío Atlante, para proseguir con los prácticos.

El día 14 de enero del año 1771 se le otorgaron los primeros galones de oficial, siendo ascendido a alférez de fragata, pasando destinado a varios buques, entre ellos los que practicaban el corso contra las regencias norteafricanas; por el ataque efectuado por los moros sobre los presidios de Ceuta, Melilla y el Peñón de Vélez pasó su buque a realizar cruceros y bloquear las ayuda que recibían, por ello en el año 1775 solicitaron que su embajador fuera recibido en la Corte donde de firmó la paz.

En una de sus arribadas se le entregó la Real orden del día 16 de marzo del año 1776, notificándole su ascenso al grado de alférez de navío, embarcando en buques que realizaban viajes a ultramar, adquiriendo con ello una buena formación práctica, por su buen hacer y recomendación de su general, al regresar se le entregó la Real orden del día 6 de julio siguiente, siendo ascendido al grado de teniente de fragata.

Con este grado pasó a la Habana, donde se le confió el mando de varios guardacostas para vigilar el canal pequeño de la isla de Cuba, en su quehacer diario realizó su división veintitrés capturas de buques piratas, siendo todas ellas marinadas a la Habana, al ver este valor y decisión su general lo recomendó a S. M. quien firmó la Real orden del día 14 de mayo del año 1779, siendo ascendido al grado de teniente de navío, permaneciendo en su destino hasta el día 17 de marzo del año 1780.

Se le destinó como Segundo comandante del navío San Nicolás y luego del San Ramón, perteneciente éste a la escuadra del General don José Solano. Esta escuadra participa bajo las órdenes del gobernador Gálvez, en la conquista de toda la costa septentrional del golfo de Méjico, expulsando a los británicos de la Florida y Pensacola, distinguiéndose por su valor y destreza marinera.

Después de esta campaña, siguió prestando distintos servicios por las aguas de las Antillas, seno mejicano y puertos de costa firme.

El día 3 septiembre del año 1783 se firmó la paz definitiva en Versalles, entre la Gran Bretaña y España, reconociendo la primera la independencia de las trece provincias norteamericanas; España obtenía así un éxito incompleto, pues recuperaba Menorca y Florida, pero Gibraltar seguía en manos enemigas.

Ese mismo año Villavicencio regresa a la península, quedando destinado en el mismo Departamento donde se le entregó la Real orden del día 15 de noviembre del año 1783 notificándole su ascendido al grado de capitán de fragata.

El contencioso con Argel continuaba y todo pasaba por un acuerdo diplomático con Turquía, enemiga tradicional de los intereses españoles en el Mediterráneo, el Sultán turco Ahmed IV, aceptó firmar un tratado de paz, comercio y amistad con España.

Para ello a principios del año 1784 el rey don Carlos III ordenó aprestar en Cartagena una escuadra a las órdenes del brigadier don Gabriel de Aristizábal compuesta por el navío Triunfante, de 80 cañones, al mando de don Sebastián Ruiz de Apodaca; el navío San Pascual, de 74 cañones, al de don Francisco Javier Winthuyssen; la fragata Clotilde, de 26 cañones, al mando de don Bartolomé Ribera y de la fragata Magdalena, de 26 cañones al mando de don Juan María de Villavicencio, a quien se le había otorgado por Real orden del mes de abril del año 1785, más el bergantín Infante.

La comisión de la escuadra era establecer relaciones diplomáticas con la Sublime Puerta (Turquía) pasó por los Dardanelos, se firmaron los acuerdos con el Sultán y de vuelta fondearon en Constantinopla. Aprovechando las buenas relaciones se le ordenó solo a Villavicencio, bojear el Adriático y el mar de Grecia, recopilando noticias históricas y situando puntos de la costa, más datos hidrográficos y estadísticas sobre unos puertos y costas, por hacer muchos años no eran cruzadas por buques españoles actualizando con ello cartas de navegación muy importantes siempre.

A su regreso realizó escala en la isla de Malta, donde el buque estuvo en cuarentena debido a las enfermedades contraídas en el viaje, dando por finalizado el viaje de observación en el año 1788 cuando fondeó en la bahía de Cádiz.

Como consecuencia del tratado firmado con Turquía el gobierno de Trípoli negoció un convenio con España y con Túnez lográndose una tregua, pues al firmarse la paz con su gran valedor perdían mucha fuerza para seguir combatiendo a los cristianos.

Por el buen resultado del anterior viaje, se le entregó la Real orden del día 14 de enero del año 1789, comunicándole su ascenso al grado de capitán de navío, poco después por otra Real orden se le otorgó el mando del navío San Francisco de Paula; realizando un tornaviaje al mar del Sur visitando Valparaíso y el Callo, realizando escalas en otros puertos del cono sur de América. Al regreso pasó a tomar el mando del navío Conquistador y poco después se le otorgó el del San Ildelfonso, destinado a combatir el corso de la regencia de Argel, en una de sus arribadas al Arsenal de Cartagena, se le otorgó el mando de la fragata Santa Casilda, perteneciente a la escuadra de don Francisco de Borja, compuesta de veinticuatro navíos y nueve fragatas.

En el año 1793 se declaró la guerra a la república francesa, recibiendo la orden el general don Francisco de Borja de zarpar con su escuadra fuerte con rumbo al golfo de Parma en la isla de Cerdeña, donde se produjo un encuentro naval, correspondiéndole a la Santa Casilda enfrentarse con la de su misma clase Hèléne francesa siendo ésta apresada.

Estuvo presente en la toma de las islas de San Pedro y San Antíoco, por estar en poder de los republicanos franceses, las cuales fueron tomadas y devueltas a su Rey, de aquí paso la escuadra a dar apoyo por el fuego a los ejércitos napolitanos y piamonteses en su avance por las riberas del Var, continuaron acompañando al ejército hasta alcanzar la población de Niza y Villafranca.

Encontrándose aquí se produjo una epidemia por el mal estado de los alimentos embarcados, obligando a don Francisco de Borja, poner rumbo a Cartagena donde arribó entre los días 9 y 10 de agosto, donde fueron desembarcados más de tres mil hombres de las dotaciones.

Por el apresamiento de la fragata francesa y recomendación de su general, S. M. firmó la Real orden del día 1 de febrero del año 1794 siendo ascendido al grado de brigadier.

Poco después y por otra Real orden se le otorgó el mando del navío San Agustín, perteneciente a la escuadra del general Lángara, que se encontraba aliada con la del mando del almirante británico Hood, participando en la defensa del Arsenal y puerto de Tolón, contribuyendo poco después a su evacuación, al ser contraatacada por las tropas de la república francesa.

Participó también en el viaje que traslado al príncipe de Parma, desde Liorna a Barcelona, regresando a Cartagena el día 11 de mayo del año 1794.

Permaneció en la misma escuadra el resto de este año y el siguiente de 1795, participando en las operaciones que se realizaron sobre las islas Margarita, Hyères y la bahía de Rosas, hasta ser firmada la paz de Basilea el día 22 de julio del año de 1795, 4 thermidor, año tercero de la República Francesa. — Domingo de Iriarte. — Francisco Barthelemy.

Al regreso de esta larga campaña se encontraba en la bahía de Cádiz, cuando le fue entregada la Real orden del día 27 de octubre siguiente, siéndole notificado su ascenso al grado de jefe de escuadra, entregando el mando de su navío y quedando sin destino en el mismo Departamento.

Después del combate de San Vicente, en marzo del año 1797 fue nombrado general subalterno de la escuadra del Océano al mando del general don José de Mazarredo, pasando a enarbolar su insignia en el navío Neptuno.

Al ser bloqueada la bahía de Cádiz por la escuadra británica, se le dio el mando de las lanchas cañoneras y bombarderas, llevando a cabo un fuerte ataque los días 3 y 5 de julio siguiente, enfrentándose a sus homologas británicas al mando del almirante Nelson que, a su vez iban protegidas por el fuego de los navíos Alexander y Powerful, fue tan contundente y eficaz el enfrentamiento que fue felicitado por su general, éste lo transmitió por su valor demostrado a S. M. saliendo la noticia en el diario de Cádiz.

El día 5 de febrero del año 1798, aprovechando que la escuadra británica tuvo que abandonar el bloqueo a causa de un fuerte temporal, el general al mando don José de Mazarredo ordenó su persecución, permanecieron ocho días en la mar sin obtener resultado alguno, por ser más rápidos los buques enemigos al llevar sus obras vivas forradas con planchas de cobre.

En el mes de mayo del año 1799, realizó su segunda salida la escuadra con rumbo al Mediterráneo, para reunirse en el Arsenal de Cartagena con la francesa al mando del almirante Eustache Bruix, ya reunidas pusieron rumbo al sur, pasaron el Estrecho y remontaron el océano Atlántico hasta llegar a Brest, donde quedó fondeado el día 8 de agosto siguiente.

Continuó en aquel Arsenal hasta que por dimisión del general don José de Mazarredo, tomó el mando de la escuadra don Federico Gravina, pasando a enarbolar don Juan María su insignia al navío Guerrero, como Segundo general, zarpando junto a la escuadra al mando del almirante Villaret en el mes de diciembre del año 1801, dando escolta a un convoy con tropas del ejército francés al mando del general Leclerc, con rumbo a la isla de Santo Domingo para devolver la tranquilidad a aquella isla por la insurrección de los negros, desembarcando los efectivos en puerto Francés (el Guarico español), participando en tantas comisiones como le fueron encomendadas.

En carta del almirante Villaret a su Gobierno, daba la noticia del comportamiento de los españoles, en estos términos:

«No concluiré, ciudadano Ministro, esta carta, sin tributar á nuestros aliados los españoles el brillante testimonio que el honor y la verdad exigen á su favor. Especialmente el Almirante Gravina, se ha portado en todas sus comunicaciones con nosotros con la lealtad, franqueza y firmeza que forman el carácter de un perfecto marino. La pasmosa celeridad con que hizo reparar el navío de su mando, actividad singular en una circunstancia tan decisiva, y su llegada al punto de la reunion de cabo Semaná el mismo día que el resto de la escuadra, causaron una sorpresa general, que es el más bello elogio del Sr. Gravina. El General Villavicencio, que durante su ausencia mandó la escuadra española, ofreció durante todo el viaje á los capitanes de ambas escuadras un excelente modelo de exactitud y vigilancia en todos las partes de su navegación.»

Al terminar las operaciones, pasó a la Habana en el año 1802 para reponer todo tipo de pertrechos y víveres, al estar listos los buques zarpó con rumbo a la bahía de Cádiz, donde al desembarcar quedó sin mando en el propio Departamento.

Como homenaje del Rey por la boda del príncipe de Asturias don Fernando de Borbón, después Fernando VII rey de España, con la princesa de Nápoles doña María Luisa, firmó una promoción general, por ello recibió la Real orden del día 5 de octubre siguiente notificándole su ascenso al grado de teniente general.

En el mes de mayo del año 1805 regresó a la isla de Cuba, pero esta vez iba como Comandante General del Apostadero de la Habana, en sustitución del general don Juan de Araoz, sucediendo que por no disponer de más potentes buques armó las lanchas en cañoneras, para navegar hasta Cojimar para socorrer a la fragata Pomona embarrancada por ser perseguida por los británicos, buscando refugio en él, llegó tan oportunamente que le dio tiempo de trasbordar el situado embarcado en Veracruz y recuperó parte de los pertrechos de guerra así como a toda su dotación, todo antes de regresar los enemigos quienes la capturaron, pero casi totalmente vacía e inservible.

Durante su estancia como a tal Comandante general de la Habana, tuvo enfrentamientos con el capitán general de la isla, marqués de Somernelos, solo por las diferencias de criterio en el reparto económico, pues le era necesario para mantener el mínimo de fuerzas navales en activo, a pesar de ello no dejo de apoyar al virreinato de Nueva España en cuantas comisiones le demandó su virrey, manteniendo comunicaciones muy necesarias para el mejor gobierno de aquella tierra.

Se presentó el general don Ignacio María de Álava como su sustituto en la comandancia, con la Real orden del día 25 de mayo de año 1809, por la que era exonerado del mando, pero su nuevo jefe lo nombró Inspector y Comandante General de los regimientos de Infantería Real de Marina, unos meses después se le ordenaba regresar a la península, al arribar el Consejo de Regencia, por Real orden del día 26 de febrero del año 1810, le otorgó el mando de la escuadra del Océano, pasando a enarbolar su insignia en el navío Príncipe de Asturias.

Bajo su pomposo título y mando solo quedaban efectivas las fuerzas sutiles, para ello se centró en organizarlas para dominar los numerosos canales y caños que separaban el Cádiz libre del territorio invadido, aseguró las comunicaciones por mar, reunió lanchas, botes, falúas y todo lo que pudiera flotar, ordenando armarlos convirtiéndolos en buques de guerra para impedir a los franceses penetrasen a través de sus líneas de circunvalación; en definitiva, defender Cádiz y su bahía, organizó una flotilla de buques ligeros que custodiaban los cientos de caños que separaban el Cádiz de Fernando VII de la España de José I, desempeñando este cargo llegaron los ejércitos invasores a Cádiz, pero su obstinación y su previsora preparación lograron impedir a los napoleónicos pudieran conquistar la ciudad, por ello y reteniendo su cargo anterior, se le nombró Gobernador militar y político de la ciudad.

En el ejercicio de éste mando, intervino personalmente en un tumulto que pretendía arrancarle la vida a un diputado, lo cual no sucedió por su decidida actuación, siendo conducido en custodia y embarcado en el navío Asía.

También le correspondió cumplir una delicada actuación; algunos diputados querían nombrar regente al duque de Orleáns, quien después llegaría a ser el rey de Francia, Luis Felipe, pero sin entrar en consideraciones de nacionalidad, lo que desde luego no hubiera gustado al pueblo, recibió la orden don Juan María para sacarlo de la ciudad, para ello sin levantar sospechas ajenas y sigilosamente lo embarcó, consiguiendo hacerle salir de la península.

El día 27 de enero del año 1812, don Juan María de Villavicencio recibió el más alto honor, fue elegido con la dignidad de Regente del Reino, siendo nombrados junto a él, el duque del Infantado, Joaquín Mosquera y Figueroa, Ignacio Rodríguez de Ribas y el conde de La Bisbal. La presidencia se ejercía por turnos, pero destacaba tanto él por sus dotes de consideración especial que se convirtió en la verdadera Alma de la Regencia, durando su brillante gestión hasta el día 9 de marzo del año 1813.

Se encontraba en su residencia en Puerto de Santa María, cuando fue abolida la Constitución en el año 1814, por orden del rey don Fernando VII, medida que cayó muy mal entre la población, siendo de tal calibre que casi se produce un alzamiento en la ciudad de Cádiz, lugar precisamente donde se había proclamado dos años antes, estando al mando del Gobierno el general don Cayetano Valdés, quien era de tendencia liberal, pero no cejó en su cargo y para estar de acuerdo se puso en contacto con don Juan María.

Desde Madrid se le envió una comunicación secreta a don Juan María de Villavicencio, para que si se producía un alzamiento, se hiciera con el control de la ciudad, utilizando cualquier medio a su alcance y de acuerdo con el Gobernador.

Ambos entablaron conversaciones con los miembros de las juntas que se habían formado, logrando con su proverbial elocuencia tranquilizarlos, por ello Cádiz quedó por el Gobierno y con el mismo gobernador, quien muy a su pesar no quiso enfrentarse a otro conflicto civil.

El pago que recibió don Cayetano Valdés por su recta actitud, fue un consejo de guerra, en los que se hallaban los más representativos liberales, siendo encarcelado.

De esta forma tan irregular, tomó don Juan María de Villavicencio por segunda vez el gobierno de la ciudad de Cádiz, más los cargos que se le dieron un mes más tarde, de Inspector y Comandante General de los regimientos de infantería Real de Marina y vocal del Almirantazgo, presidido por el infante don Antonio.

Se le ordenó trasladarse a Madrid, el día 1 de septiembre, dejando el gobierno de la ciudad de Cádiz, al teniente general conde de La Bisbal.

El Rey por el afecto demostrado a su persona, le otorgó la Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica y con ella el nombramiento de miembro de la Suprema Asamblea.

Al crearse en el año 1815 la Gran Cruz de Real y Militar Orden de San Fernando, también se le otorgó por sus servicios prestados durante el sitio de Cádiz por las tropas Napoleónicas y la Gran Cruz de la Real y Militar Orden San Hermenegildo también al ser creada, por cumplir todo su reglamento.

El día 6 de junio del año 1817, fue ascendido a la más alta dignidad de la Real Armada, su Capitán General siendo declarado Decano del Consejo Supremo del Almirantazgo.

En esta época se realizó la infame compra de la escuadra Rusa, a pesar de la disconformidad del ministro don José Vázquez de Figueroa y del Almirantazgo; pero decidida la compra por los cortesanos, al saber la negativa del ministro, se le exoneró de su cargo y desterró a la ciudad de Santiago de Compostela.

El Almirantazgo resuelto a complacer al Rey, dio las órdenes oportunas para recibir los buques, obedeciendo a la Real persona y como agradecimiento S. M. el día 22 de diciembre del año 1818, disolvió el organismo y confinó al Capitán General don Juan María de Villavicencio en la ciudad de Sevilla, donde se residenció a principios del año 1819.

Al producirse la sublevación del general Riego en Cabezas de San Juan, el día 1 de enero del año 1820 declarándose a favor de la Constitución del año 1812, la Pepa, por haber sido votada el día 19 de marzo, se pusieron en marcha las tropas alzadas a las órdenes del coronel Quiroga con dirección a Cádiz, se apoderaron del puente de Zuazo y de la ciudad de San Fernando, consiguiendo arrinconar al capitán general del Departamento don Baltasar Hidalgo de Cisneros, quien fue puesto entre rejas.

El Gobierno de Madrid al enterarse de lo sucedido, volvió a llamar al capitán general don Juan María de Villavicencio, quien sin rencor ninguno y cumpliendo una orden más de las recibidas en su vida, por Real orden del día 8 de enero siguiente, era nombrado capitán general del Departamento, salió de Sevilla embarcado con rumbo a tomar posesión de su cargo, donde al arribar el día 16 continuo se hizo cargo de la escuadra fondeada en la bahía de Cádiz.

La escuadra estaba al mando del general don Francisco Maurelle, el cual ya había tomado sus medidas, desembarcando a su marinería puesta al mando del capitán de navío don José Primo de Rivera, quien tomó posesión del castillo de la Cortadura, logrando detener a las tropas de Quiroga, quien viendo que por allí no se podía avanzar se dirigió a tomar la ciudad de Cádiz.

El día 9 de marzo se hallaban conversando los generales Villavicencio y Freyre en una casa de la plaza de San Antonio, cuando oyeron a una gran muchedumbre que, pedía la vuelta a la Constitución de 1812, los dos, para evitar derramamiento de sangre, hicieron creer a los sublevados que estaban con ellos, de forma que se apaciguaron los ánimos y los dejaron actuar, como ellos habían solicitado, pero haciéndoles entender que ese tipo de manifestaciones multitudinarias ponía en peligro su éxito, así convencidos y con la promesa de que pronto se sabría la verdad, la masa se fue diluyendo por las calles de la ciudad.

Al día siguiente 10 de marzo aparecieron las tropas que todos pensaban lo hacían para solemnizar el acto, pero comenzaron a disparar a la concentración de personas, produciéndose una gran mortandad pues los soldados no miraban a quien, sino que iban cayendo por igual, niños, mujeres, ancianos y hombres.

Al ver aquel desastre y que las tropas comenzaban a cometer desafueros, los generales Villavicencio y Freire, se enfrentaron con los oficiales, para que contuvieran a las tropas, el mismo Freire al regresar las tropas a sus cuarteles, ordenó un juicio sumarísimo y por él fueron pasados por las armas los más representativos de aquella matanza provocada sin razón.

Villavicencio se desplazo al castillo de La Cortadura, por ser toda su guarnición de marinería y ser seguidores de su persona, ordenó a un oficial se hiciera llegar a la escuadra, para evitar que a ésta llegaran noticias de lo ocurrido en tierra, alejando con ello se pudieran contagiar de la vorágine del momento a todas luces innecesario por faltar al honor de un militar, matar a personas indefensas sin que nadie hubiera puesto fin a ello, o mejor, simplemente haberlo evitado sus oficiales al mando, pues actuar así no conducía a nada bueno ni facilitaba las razones de un nuevo alzamiento.

Mientras esto ocurría en Cádiz en el resto de España se fueron levantando otras ciudades, provocando que el Rey para no ser depuesto decidiera jurar la Constitución, realizando el acto oficial el día 7 de marzo, después de haber efectuado el juramento ordenó que todos sus súbditos juraran también. Si los medios de comunicación hubieran sido más rápidos las muertes en Cádiz se hubieran evitado, pero las circunstancias estaban todas en contra. La noticia llegó a Cádiz el día 12, lo que a su vez en este año, no deja de llamar la atención pues solo pasaron cinco días para saberse, cuando un viaje normal entre Cádiz y Madrid, duraba al menos once días, pues la distancia recorrer es de 106 y ½ leguas, mientras la media diaria era de diez, en este caso el viaje de Madrid a Cádiz existían 26 postas.

Cumpliendo la orden Real, la guarnición la juró en sus mismos cuarteles, pero don Juan María de Villavicencio embarcó en un bote y abordo su navío insignia, el Numancia, donde la juró como testigo ante el Jefe de ella el general don Francisco Mourelle, donde a su vez éste lo hizo ante don Juan María, mientras el resto de generales y mandos se desplazaron a sus destinos efectuando el mismo ceremonial en todo el Departamento de Cádiz.

El día 27 cesó en el mando del Departamento, por haber recibido la orden de Rey y ser nombrado Director General de la Armada, desplazándose hasta la Villa y Corte para tomar posesión de su alto mando. Pero al llegar le fue prohibido acceder al puesto otorgado. De nuevo por ser fiel a su honor, defensa del Rey y de España era relegado por la camarilla de la Corte.

Pero como siempre por su alto valor moral, ese que da la dignidad y para defender a ésta la firmeza de carácter, regresó a su casa de Sevilla donde de nuevo se dedico a ver pasar los días, dado a la lectura con la tranquilidad del deber cumplido, pero sabedor de que en algún otro momento sería llamado a ocupar otros puestos, pues no era S. M. de los que se dejaba manejar tan fácilmente, a pesar de sufrir de un miedo espantoso que le provocaba fuertes dolores de cabeza, por este miedo sus amigos duraban poco a su lado, siendo más valorados por él precisamente los fuertes de carácter y don Juan María cumplía todos sus objetivos, a ello se añadía la más que demostrada fidelidad a su persona.

Al entrar en España al mando del Duque de Angulema, los llamados ‹Cien mil Hijos de San Luis›, se le informó de ello, como era su costumbre se puso en camino al Puerto de Santa María, población en la que el jefe del ejército invasor había elegido para instalar su cuartel general, al que se presentó por ser quien era poniéndose a sus órdenes.

El día 1 de septiembre del año 1823, se trasladó al muelle del puerto de Cádiz, junto al duque y todos los generales a su mando para recibir en solemne recepción al rey don Fernando VII, quien acudió el día 1 de octubre siguiente al real del duque de Angulema, donde se le devolvieron sus poderes absolutos quedando restablecido el poder del Rey, regresando a la situación del día 7 de marzo del año 1820.

Allí mismo firmó uno de sus primeros decretos, nombrando a don Juan María de Villavicencio Director General de la Armada, con la misión de reorganizar la institución desde Cádiz, para acomodarla al nuevo poder establecido.

Sabedor en propias carnes de lo que vendría a continuación, antes de partir a su destino le rogó al Monarca que no se cebara con la Corporación, pues él daba por seguro que toda ella solo había hecho y obedecido a S. M. en todo momento, por ello no sería bien recibido por ninguno, fueran cometidos desafueros con sus miembros.

Por ello, los primeros cargos de la nación fueron recayendo en miembros de la Corporación, mientras el resto fue destinado a diferentes puestos siempre en razón de su grado, pero sin ser molestados por anteriores acciones, por ser estas emanadas desde el poder, habiéndose limitado como siempre a cumplir las órdenes recibidas sin preguntarse la razón de ellas.

La prueba más palpable de esto se vio fuertemente respaldada unos años después, cuando al subir al trono doña Isabel II y dividirse de nuevo España en dos bandos, no hubo ningún caso dentro de la Corporación que dejara de estar al lado de su Reina.

Terminada la misión en la ciudad y Departamento de Cádiz, el general Juan María de Villavicencio se trasladó a la Villa y Corte, donde tomo posesión de su cargo como Director General de la Armada el día 3 de febrero del año 1824.

Al contraer matrimonio el rey don Fernando VII, con la princesa de Nápoles doña María Cristina de Borbón y como agradecimiento, le fue otorgada la Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III, cuando el Capitán General permanecía en su cargo doce años.

Transcribimos textualmente un comentario de don Francisco de Paula y Pavía, su obra está publicada en el año 1873, para dejar constancia que algunas cosas no cambian nunca en esta nuestra España, y venir a colación porque en este año 2013 sigue ocurriendo lo mismo. Por ello se expresa así:

Mausoleo en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando en recuerdo de don Juan María de Villavicencio y de la Serna. XV Capitán general de la Real Armada Española. Gran Cruz Laureada de la Real y Militar Orden de San Fernando de 5ª Clase. Regente del Reino. Caballero profeso de la Militar Orden de Alcántara. Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III. Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica. Gran Cruz de la Real y Militar Orden San Hermenegildo.
Mausoleo en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando en recuerdo de don Juan María de Villavicencio y de la Serna.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.
«…Se le acordó al General Villavicencio la Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III, cuando el agraciado contaba con 12 años de Capitán General de la Armada y había servido los más elevados cargos del Estado, entre ellos el de Regente. Prueba nada equívoca de la alta estima que tenía esta condecoración, cuando con tan poca prodigalidad se dispensaba; muy al contrario de lo que acontece en los desgraciados tiempos que corremos.»

Murió en Madrid de muerte natural en el ejercicio de su alto cargo, el día 25 de abril del año 1830. Contaba con setenta y un años, dos meses y tres días de edad, de ellos sesenta y uno, y casi once meses de servicios a España.

El Rey ordenó le fueran rendidos todos los honores correspondientes a su alto grado-cargo, siendo sepultado en la Sacramental de San Nicolás.

En el año 1911, al clausurarse el cementerio y hacerse traslación de los restos, el Gobierno ordenó pasaran los de este general, por tantos conceptos ilustre, al Panteón de Marinos de San Fernando, donde reposan bajo un elegante túmulo, con severa inscripción, que dice:

Excmo. Señor

Don Juan María Villavicencio

Capitán general de la Armada

Regente que fue del Reino

el 25 de abril de 1830.

R. I. P.

Bibliografía:

Alcalá Galiano, Antonio María.: Memorias de don Antonio Alcalá Galiano, publicadas por su hijo. Atlas. Madrid, 1955.

Alemparte Guerrero, Antonio.: La escuadra Rusa vendida por Alejandro I a Fernando VII en 1817. Cuaderno Monográfico del Instituto de Historia y Cultura Naval, nº 36. Madrid, 2001.

Cantillo, Alejandro del.: Tratados, Convenios y Declaraciones de Paz y de Comercio desde el año de 1700 hasta el día. Imprenta Alegría y Chalain. Madrid, 1843.

Carlan, J. M.: Navíos en Secuestro. La escuadra Española del Océano en Brest (1799-1802). Instituto Histórico de Marina. Madrid, 1951.

Ceballos-Escalera y Gila, Alfonso de. Vizconde de Ayala, Ceballos-Escalera y Gila, Luis de, y Madueño y Galán, José María.: Los Marinos en la Orden de San Fernando. Ministerio de Defensa. Madrid, 2011.

Cervera y Jácome, Juan. El Panteón de Marinos Ilustres. Ministerio de Marina. Madrid. 1926.

Cervera Pery, José.: El Panteón de Marinos Ilustres, trayectoria histórica, reseña biográfica. Ministerio de Defensa. Madrid, 2004.

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González Canales, Fernando. Catalogo de Pinturas del Museo Naval. Ministerio de Defensa. Madrid. 2000.

Guardia, Ricardo de la.: Notas para un Cronicón de la Marina Militar de España. Anales de trece siglos de historia de la marina. El Correo Gallego. 1914.

Martínez Sospedra, Manuel.: La Constitución Española de 1812. Facultad de Derecho de Valencia. Valencia, 1978.

Mitiuckov, Nikolay W. y Anca Alamillo, Alejandro.: La escuadra Rusa adquirida por Fernando VII en 1817. Damaré Ediciones. Pontevedra, 2009.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

Pegenaute, Pedro.: Represión Política en el reinado de Fernando VII: Las Comisiones Militares (1824-1825). Universidad de Navarra. Pamplona, 1974.

Revista Puerta del Sol, número 3, por Juan Luis Barroso Mendoza.

Rodríguez de Campomanes, Pedro. Conde de Campomanes.: Itinerario de las carreras de postas. Facsímil de la edición príncipe de 1761. Ministerio de Fomento. Madrid, 2002.

Válgoma y Finestrat, Dalmiro de la. Barón de Válgoma.: Real Compañía de Guardia Marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes. Instituto Histórico de Marina. Madrid, 1944 a 1956. 7 Tomos.

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