Barreda y Campuzano, Baylio Frey don Blas de la Biografia
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Blas de la Barreda y Campuzano Baylío Frey Biografía
Teniente general de la Real Armada.
en la que alcanzó los grados de Baylío, Gran Cruz y Comendador.
Orígenes
Vino al mundo en la población de sus ancestros, Santillana del Mar actual provincia de Cantabria a lo largo del año de 1705.
Como no podía ser de otra forma, por recomendación de su padre pasó a la isla de Malta donde recibió una esmerada formación en sus primeros años, pasando a continuación a ‹correr caravanas› con la intención de utilizar el sistema a la antigua usanza aprendiendo el oficio en las mismas cubiertas de los buques, al tener ya una experiencia suficiente solicitó y obtuvo la Carta orden de ingreso en la Compañía de Guardiamarinas, única existente entonces en el Departamento de Cádiz, sentando plaza el día 1 de julio del año de 1725. No consta su expediente en la obra de Válgoma. Se ha repasado uno a uno cinco años anteriores y otros tantos posteriores, pero no se ha podido localizar.
Hoja de Servicios
Quedó demostrada su preparación anterior, pues en la Compañía solo estuvo dos años y medio, siendo el 1 de enero de 1728 cuando se le entregaron los galones de alférez de fragata. Comenzando a hacer sus prácticas de mar en los buques afectos al mismo Departamento, por ello sus primeras navegaciones las realizó en el océano, por quedar incorporado a la escuadra del Océano siendo comisionados a Lisboa y Oporto.
En el mismo 1728 pasó embarcado a la escuadra del mando del general don Rodrigo de Torres, que realizó un crucero por el canal de la Mancha y en el transcurso de él se apresaron a cinco buques mercantes con pabellón británico. Al terminar con esta salida de la escuadra y ya con el fruto conseguido, regresó a su Departamento de Cádiz.
Ya en 1729 se le ordena embarcar en la Flota de Indias, que en esos momentos estaba al mando del general marqués de Mari, zarpando de la bahía de Cádiz con rumbo a Cartagena de Indias, Veracruz y la Habana, de donde ya cargada con el situado zarpó con rumbo de regreso a la bahía de salida, arribando sin novedad el día 18 de agosto del año de 1730. Al llegar se le entregó la Real orden con fecha del día 15 de febrero próximo pasado con su ascenso al grado de alférez de navío.
Recibiendo la orden de trasbordar al navío África, con el que estuvo realizando los cruceros de protección al tráfico proveniente de las Antillas, en los acostumbrados puntos de recalada entre los cabos de Santa María, San Vicente y alguna arribada a las islas Terceras. En una de sus arribadas a la bahía se le ordenó trasladarse al Arsenal de Cartagena a finales de 1731.
Porque en él se estaba empezando a concentrar los buques que se trasladarían después al puerto de Alicante, para formar parte de la expedición contra la plaza de Orán, que al mando del general de mar don Francisco Cornejo, arbolando su insignia en el navío San Felipe, junto a otros cuatro dieron escolta a un convoy de treinta y cuatro buques mercantes, zarpando el 12 de mayo de 1732 de la bahía de Cádiz, con rumbo al puerto de concentración mencionado, los malos tiempos y sobre todo los vientos contrarios retrasaron la arribada, consiguiendo lanzar las anclas el siguiente día 18.
Permaneció a la espera de que fueran acudiendo el resto de buques, tanto los de guerra como los mercantes que en su mayoría eran fletados para la ocasión, tardando en completarla veintinueve días, quedando formada por doce navíos, dos bombardas, siete galeras de la Escuadra de España, dos galeotas de Ibiza y cuatro bergantines guardacostas de Valencia, siendo el segundo en el mando el general don Blas de Lezo que enarbolaba su insignia en el navío Santiago. El ejército estaba compuesto por veintiséis mil hombres, que fueron embarcados en quinientos treinta y cinco buques. Quizás la mayor concentración naval del siglo XVIII.
Durante su estancia en la ciudad, al ir llegando los buques y el jefe del ejército el duque de Montemar, eligió a tres capitanes de navío los señores don Francisco Liaño, don Juan José Navarro y el conde de Bena Masserano, para entre todos tomar las decisiones de lo necesario a cargar en los mercantes y por informaciones de bajeles, el mejor lugar para llevar a buen término el desembarco, planificando cuidadosamente éste y los lugares de encuentro de cada unidad, para una vez todos en tierra formar las pertinentes columnas, sabiendo por donde debían desplazarse para alcanzar los objetivos, con todo tipo de previsiones y formas para adoptar con conocimiento tanto para la artillería como la caballería y la infantería, así se evitarían sorpresas. Con todo esto se puede decir, que quizás fue el inventor del Estado Mayor que ha pervivido hasta hoy al menos en España.
El 15 de junio comenzó a zarpar la escuadra desde el puerto de Alicante, ya en la mar se encontraron con diferentes problemas, los malos tiempos que producían retrasos y a ello se sumaba, las diversidad de buques fletados en diferentes países que cada uno tenía un andar distinto, aparte de ceñir mejor ó peor los vientos lo que en algunos momentos preocupó y no poco, por ocasionar una gran dispersión de ellos por toda la mar, lo que obligaba a los que tenían la responsabilidad de guardarlos, tener que navegar incluso de vuelta encontrada para hacerlos regresar al convoy.
A pesar de ello, no se perdió ninguno de los buques, gracias a las normas establecidas y dadas a conocer con sus prioridades a los buques de escolta, así arribaron y lanzaron las anclas en la costa de Orán el 23.
Los enemigos al ver aquel bosque de árboles y sus velas se dispusieron a proteger su capital, ya que Cornejo había dado la orden de pasar la noche a bordo para desembarcar los marineros y soldados al menos unas horas.
Al amanecer del 24 y siempre siguiendo las normas, las fragatas por tener menor calado se aproximaron a tierra y comenzaron a batir la artillería enemiga, esto produjo un gran intercambio de disparos, que tuvo la consecuencia por falta de viento que se fuera concentrando la consabida humareda que entorpecía mucho la visión, lo que a su vez consiguió que su persistencia facilitara el trasbordo de las tropas a los botes, formándose a su vez a la espera de recibir la orden de remar para dirigirse a la playa escogida, donde a su vez los navíos desde algo más lejos comenzaron el fuego aumentando así la oscuridad producida por los disparos y protegiendo a los que iban a desembarcar.
Se había previsto, que todos los botes alcanzarán la playa más o menos al mismo tiempo, por eso fueron formando detrás de las fragatas y cuando todos estaban preparados se dio la orden de arrumbar a la playa, la sorpresa del enemigo fue rayana en la incredulidad, ya que de pronto comenzaron a aparecer cientos de botes que se les venían encima, mientras seguía el fuego de toda la escuadra en protección de los pequeños botes y como complemento a ello, aparecieron las galeras que llevaban a remolque a los botes más grandes y pesados por ir en ellos las piezas de artillería, al mismo tiempo que ellas abrían fuego terminando de abrir las brechas en el dispositivo de defensa enemigo y sobre todo, ellas cargadas al máximo de su capacidad de hombres, que a su vez también iban disparando, consiguiendo embarrancar en la playa saltando los infantes.
La operación fue tan rápida y con tanta sorpresa, que en muy pocas horas estaban en la playa veinte mil hombres, más de la mitad de la caballería y varias baterías de artillería, logrando formar un frente muy bien preparado para afrontar cualquier contraataque.
Los enemigos reaccionaron e intentaron tirarlos al mar, pero la fortaleza de la cantidad ya lo hacía impensable, aparte de que las galeras ya descargas a fuerza de remo volvieron a la mar y desde allí maniobraban protegiendo a los desembarcados embarazando a los enemigos, a lo que hay que añadir, que por orden de Cornejo el navío Castilla del mando de don Juan José Navarro, se había colocado en una posición muy segura, que le permitía cubrir con sus fuegos lo que no podían cubrir las galeras, frustrando en todo momento los intentos de contraataque de los enemigos.
Al obligar a retirarse al enemigo al interior, los siguientes días se dedicaron a fortalecer a los desembarcados, primero terminando de hacerlo con todos y después proveyéndolos de agua, municiones y víveres para varios días.
Hubo varias escaramuzas por parte de los enemigos, pero siempre recibían mucho fuego y se retiraban maltrechos, hasta llegar el día 1 de julio en que ya habían sido reforzados por más hombres y caballos formando un buen ejército decidiendo atacar a viva fuerza a los españoles, pero los desembarcados mientras habían construido una fortaleza de madera, con la artillería bien dispuesta, lo que unido al fuego de los buques les causó un gran descalabro y viendo que nada podía oponer a aquel formidable dispositivo, decidieron abandonar a su suerte toda la zona huyendo al interior; la guarnición de la ciudad de Orán al ver el abandono en que quedaban siguieron su ejemplo, por lo que fue ocupada sin disparar un solo tiro.
La única posición que no abandonaron fue la de Mazalquivir, por ello el 3 se propuso el mando conquistar esta fortaleza, para lo que se destacó a los buques que la bombardearon, pero fue tanto el estrago que realizaron que al final se decidió dejar solo a dos navíos al mando del conde de Bena Masserano casi atracados a la misma, la corta distancia causaba graves daños y de hecho los muros ya casi no soportaban más el peso del fuego, esto les convenció de que la defensa era inútil, izando bandera de rendición, momento en el que fuerzas del ejército entraron y la tomaron.
Se verificó el estado de las fortalezas y Cornejo ordenó reponerlas para su mejor defensa, aparte de desembarcar artillería de sus buques para reforzar la disponible por el ejército, dejando una buena guarnición de seguridad.
Finalizado esto, dio orden de embarque al resto, que se realizó rápidamente zarpando el 1 de agosto con rumbo a la península, para cumplir la orden recibida de distribuir a los efectivos embarcados, por ello arribó primero a Málaga donde dejó a parte de las tropas, en el rumbo los pertenecientes al Arsenal de Cartagena se quedaron en él, zarpando de nuevo y arribando a Alicante, donde se realizó la misma operación y por último zarpó con rumbo a la ciudad Condal, donde fue desembarcado el resto; cumplida la Real orden zarpó de esta ciudad con rumbo a la bahía de Cádiz arribando el 2 de septiembre.
Visto por sus jefes el comportamiento en todo momento de Barreda, no pudieron por más, que aparte de felicitarlo pasar el consiguiente informe para que con la firma de sus superiores quedara reflejado en su expediente. Él fue de lo que desembarcó en Cartagena, donde recibió la orden de regresar a su Departamento de Cádiz por tierra, donde llegó a principios de 1733.
La razón no era otra, que pasar embarcado a una fragata, que zarpaba en comisión a las islas Filipinas, por lo que siguiendo la ruta de los portugueses costeando el continente africano por su parte del océano Atlántico, doblar el cabo de Buena Esperanza tocando en el puerto de Batavia, para reabastecerse y continuar hasta arribar al apostadero de Manila, allí se entregaron los documentos y una vez cargada de nuevo la fragata zarpó con rumbo a Auger, dobló el cabo de Buena Esperanza de nuevo arribando a la isla de Santa Elena, donde se volvió a reabastecer y ya con rumbo casi fijo arribó a la bahía de Cádiz el 21 de diciembre de 1734. (Lo que significa que un tornaviaje a las islas Filipinas en aquella época, no duraba menos de veinte meses de navegación)
Estando en el Departamento recibió la Real orden del 17 de junio de 1735, con la notificación de su ascenso al grado de teniente de fragata, participando inmediatamente en un tornaviaje a Cartagena de Indias, a su regreso, pasó a la escuadra del Mediterráneo, cruzando sobre casi todo él, pues arribaron a Atenas, visitaron Nápoles y Sicilia, y aún arribaron al Arsenal de Tolón, dando por finalizado el viaje regresando al Arsenal de Cartagena.
Al poco tiempo de su llegada recibió una nueva Real orden con fecha del 23 de agosto de 1737, por la que se le ascendía al grado de teniente de navío. (Pensamos que hay que hacer una aclaración, los ascensos fueron tan seguidos porque el anterior lo fue como recompensa por su comportamiento en la expedición de Orán y éste segundo, en reconocimiento a la comisión del viaje a las islas Filipinas. A parte, de que en su tornaviaje a Tierra Firme y continuar con el del Mediterráneo, lo que le llevó casi dos años)
Se le ordenó regresar a su Departamento de destino y para ello aprovechó el viaje del navío Septentrión viajando a su bordo de transporte, pero nada más llegar trasbordó a otro buque con destino al Arsenal de Ferrol, donde estuvo un tiempo cruzando por el mar Cantábrico, en una de sus arribadas, se le comisiona para realizar un tornaviaje a la ciudad de Montevideo y casi sin descanso al llegar se le comisiona para otro a las islas Canarias.
Al regresar de éste tornaviaje se encontró con la Real orden del 28 de agosto de 1740, por la que se le comunica su ascenso al grado de capitán de fragata y la orden de embarcarse en la escuadra del mando del general don Blas de Lezo, la cual zarpó con rumbo a Cartagena de Indias, por lo que se encontró en la defensa de esta plaza, cuando fue atacada por el almirante británico Vernon, comenzando su defensa el 15 de marzo de 1741.
La escuadra británica estaba compuesta por treinta y seis navíos, de ellos nueve de tres baterías y 80 cañones, el resto de dos baterías entre 50 a 70 cañones, con doce fragatas, nueve brulotes y varias bombardas, todos bajo el mando del almirante Edward Vernon, que a su vez las había repartido en tres divisiones, se reservó el mando personal de una de ellas y las otras dos, una la puso al mando del vicealmirante Ogle y la otra al mando del comodoro Lestock, con una dotación en total de unos diecisiete mil hombres.
Esta fuerza venía protegiendo un convoy de más de ciento setenta y cinco velas, que trasportaba a un ejército de doce mil hombres, distribuida de la siguiente manera: dos regimientos de infantería con dos mil hombres; seis de infantería de marina, con seis mil hombres; dos de americanos con dos mil quinientos hombres; artilleros y destacamentos, con mil hombres y negros armados con machete, con otros quinientos hombres, estando todas estas fuerzas al mando del general Cothart, que precisamente falleció en la travesía, por lo que pasó a tomar el mando al general Went-worth, que fue quien se llevó el disgusto.
Una descripción de la escuadra enemiga de la época dice: «…una maravillosa selva flotante de buques, árboles, entenas y jarcias, que llamaban con la vista a la admiración y amenazaban con terror y espanto.»
Las fuerzas para la defensa estaban constituidas por, mil cien soldados del ejército; trescientos milicianos naturales del país; dos compañías de negros libres (sin especificar número; pero que no serían más de doscientos cincuenta) y seiscientos indios flecheros, (o sea armados con arcos y flechas), siendo el total de unos dos mil hombres, con cuarenta caballos. Pertenecían a las unidades de los batallones de España y Aragón, Compañía de Marina y piquetes sueltos. Siendo por número tal la diferencia de fuerzas a favor de los enemigos, que se convertía en una locura intentar hacerles frente.
Don Blas de Lezo al arribar con su escuadra de cuatro navíos a Cartagena de Indias, ésta estaba formada por los navíos: San Felipe, insignia de 80 cañones; Conquistador y África, de 64 y el Dragón, de 60, al arribar el nuevo virrey Eslava, lo hizo con otros dos navíos; Galicia su insignia de 70 cañones y el San Carlos, de 66, esta era toda la fuerza naval de oposición a los británicos.
Entre el 15 de marzo que comenzaron los combates y ya vencidos entre los días 15 a 19 de mayo, fueron realizando al estilo británico, o sea muy pausadamente los preparativos de reembarque de los materiales y tropas, siendo el día 20 de mayo, cuando la flota aparejó comenzaron a desfilar por el canal, que tanto les había costado conseguir abrir y que tan poco tiempo habían conservado; estando ya en aguas libres pusieron rumbo a Jamaica.
Las pérdidas de los británicos fueron: nueve mil hombres, contando tanto los caídos en combate como por enfermedades, al retirarse le pegaron fuego a seis navíos, pues en su estado no podían aguantar la alta mar, más otros diecisiete con muchos y graves daños.
Los españoles, a parte de la destrucción de las fortalezas y de los seis navíos hundidos, tuvimos que lamentar la pérdida de seiscientos hombres; ínfima si se compara con la de los enemigos. Convirtiéndose así en la mayor derrota de la historia de la Marina Real británica.
En el mismo diario de don Blas dice: «sobre la ciudad cayeron en todo el tiempo del asedio, seis mil bombas y dieciocho mil balas de cañón», y solamente de su navío insignia se dispararon setecientos sesenta cañonazos.
Don Blas de la Barrera, se comportó como un héroe y además tuvo la suerte de no ser ni herido, siendo elegido por el Virrey para llevar a la Península la buena nueva de la victoria, para ello embarcó en una goleta que previamente se reparó, zarpando y arribando a la bahía de Cádiz, desde donde se hizo llegar la noticia a la Corte.
Cuando terminó su misión se le ordenó regresar a su Departamento de destino, al llegar por tierra se le entregó el mando del navío Brillante, perteneciente a la escuadra de general don Juan José Navarro con la que zarpó, con rumbo a Génova, pero se sufrió un fracaso que obligó a la escuadra española a refugiarse en el puerto francés de Tolón donde fue bloqueada por la británica al mando de Mathews.
En vista de esto, don Felipe V guiado por el buen logro de que la escuadra española pudiera romper el bloqueo firmó el primer Pacto de Familia, con su tío rey de Francia Luis XV y éste ordenó a su anciano almirante La Bruyère de Court, que zarpara dando protección a la española, pero con la orden de no combatir si no eran atacados.
La británica la componían treinta y dos navíos de los que trece eran de tres baterías con un total de 2.280 cañones y dieciséis mil quinientos ochenta y seis hombres; formando tres divisiones, la vanguardia con nueve al mando de Rowley, el centro al mando Mathews con diez y la retaguardia con trece al mando de Lextock.
La aliada estaba compuesta por veintiocho navíos, pero solo dos eran de tres baterías y menos mal que eran españoles, montando 1.806 cañones y de menor calibre que sus enemigos, con diecinueve mil cien hombres de dotación, estando formada: vanguardia al mando de Gabaret con siete navíos, el centro con nueve a las órdenes de La Bruyère de Court y la retaguardia todos españoles al mando de Juan José Navarro. Las dos primeras divisiones eran todas de franceses.
El 22 de febrero de 1744 zarpó la escuadra combinada y poco a poco fue formando la línea ya mencionada, por lo que el almirante británico que se mantenía a barlovento fue dejando pasar a la escuadra francesa, al comenzar a salir la española su división dando arribadas se fue acercando hasta colocarse a tiro de cañón, en ese momento rompió el fuego sobre los españoles. Algunos de los navíos eran mercantes armados, pero supieron soportar el castigo, pues no hubo buque que no fuera rodeado al menos por dos enemigos, llegando a cuatro el insignia español Real Felipe, e incluso se le lanzó un brulote, al verlo se arrió el bote para desviarlo, pero éste no pudo, por lo que al acercarse el mismo navío le disparó a flor de agua y lo echó al fondo.
Cuando ya se hacía de noche, los británicos habían sufrido el desarbolo de cuatro de sus navíos y la pérdida de cuatrocientos hombres, por parte española (ya que la escuadra francesa no efectuó ni un solo disparo) dos navío estaban muy mal tratados, el Real Felipe y el Constante mientras el Poder que era uno de los mercantes armados, después de batirse contra tres enemigos y con media tripulación fuera de combate fue apresado por el navío Berwick, siendo su capitán quien trasbordo al español y viendo su estado, se convenció de la inutilidad de darle remolque, dando la orden de pegarle fuego, las bajas sufridas por el español fueron de algo más de seiscientos hombres entre heridos y fallecidos. La escuadra española arribó al puerto de Cartagena el 9 de marzo dando remolque al Real Felipe, que ya no volvería a zarpar.
Se quedó de momento en tierra, hasta que el 14 de mayo siguiente se le ordenó embarcar en el navío Hércules, con el que zarpó para realizar el corso contra las regencias norteafricanas, bien formando escuadra, división o en solitario, cada buque regresó al puerto el 26 de septiembre de 1746 (más de dos años de navegaciones continuas) donde quedó desembarcado siendo destinado a servicios en el mismo Arsenal.
Recibió la Real orden de fecha del 16 de junio de 1747, por la que se le otorgaba el mando del navío Brillante, de nuevo bien en el conjunto de la escuadra, bien en solitario llevó a buen término varias comisiones, en las que visitó los puertos Mediterráneo, de Trieste, Palermo, Nápoles, Spezia, Génova, Tolón, Mahón, Mallorca y regreso a Cartagena.
En 1748 se le ordenó pasar de nuevo al Departamento de Cádiz, al arribar se le envió a realizar cruceros al mar Cantábrico, teniendo como base el Arsenal de Ferrol, hizo un viaje en comisión a Brest y Rochefort, el resto del tiempo se mantuvo cruzando las aguas de la costa española en prevención del contrabando. Arribo a Ferrol en febrero de 1748, a los pocos días recibió la orden fechada el 14 del mismo mes y año, para que desembarcara la gente y él por pasar a desarme el buque. Se le ordenó viajar a su Departamento de su destino, donde arribó de transporte en un mercante, pero a los pocos días de encontrarse en el Arsenal de Cartagena, concretamente el 1 de abril se le concedió licencia para recuperarse de su salud, por lo que viajó al vecino país de Francia.
Estando con licencia se le reconocieron sus buenas dotes, además de llevar en el grado de capitán de fragata ya diez años, por lo que a lo largo de 1750 se le notifico por Real orden su ascenso al grado de capitán de navío.
Le costó recuperar su pérdida salud, ya que de nuevo estaba en Cartagena el 15 de enero de 1752, pues con esta fecha se le ordena pasar embarcado al navío Tigre, insignia del general don Pedro Mesía de la Cerda y siendo destinado como su capitán de pabellón. Pero no estuvo mucho tiempo, pues de nuevo por Real orden del 19 de febrero se le otorga el mando del navío Septentrión, era el primero construido en Cartagena por el sistema de Jorge Juan, por ello se le encomendaba la misión de realizar todo tipo de pruebas y con tiempos diferentes, para analizar la validez de la nueva construcción.
Tomó el mando el 5 de marzo y zarpó en conserva del Tigre el 11, cumpliendo a la perfección su misión y anotando su comportamiento, regresando al puerto de salida el 5 de abril siguiente. Se encontraba en este puerto, cuando llegó la orden del Rey, que era conocedor del paso de tres fragatas corsarias argelinas con rumbo al océano y como se estaba en espera de la arribada del navío Fuerte con caudales desde Cartagena de Indias, se le ordenó zarpar inmediatamente con los dos navío, bien a dar caza a las fragatas si eran encontradas y por supuesto mantenerse a la espera sobre el cabo de San Vicente del navío proveniente del nuevo continente, para ser escoltado al mismo puerto de Cartagena.
(Es curioso cuando menos que el Rey sepa cosas que sus marinos no sabían, pero además en vez de dar la orden al Departamento lógico de Cádiz, la hace al de Cartagena, es de suponer porque las fragatas enemigas eran de la zona de responsabilidad de éste último Arsenal, pero no deja de llamar la atención)
Pero algo falló, ya que zarparon los dos navíos el 22 del mismo mes, pero se levantó de improviso un fuerte temporal que desarboló al Tigre, el cual tuvo que regresar por sus medios a Cartagena, mientras el Septentrión continuó solo, pero el averiado fue reparado zarpando el día 24 de mayo y uniéndose a su compañero, a pesar del refuerzo no pudieron dar ni con las fragatas ni con el navío que se esperaba, por lo que arribaron a Cartagena acompañados de la fragata Galga, paquebote Marte, y los jabeques Mallorquín, Ibicenco, Catalán y Valeroso, el 24 de junio.
(Pero vuelve a llamar la atención que los dos navíos zarpan el 22 de abril, el Tigre vuelve a hacerlo ya reparado el 24 de mayo (más de un mes después) y justo otro mes más tarde arriba todos de nuevo en el puerto sin haber encontrado ni a las fragatas enemigas ni al navío Fuerte con sus caudales, pero en cambio los dos navíos sí que se encuentran en alta mar. Está claro que el segundo navío sabría la derrota o punto de espera, porque de lo contrario no se entiende. Y añadir, ¿Por qué no se enviaron más buques de Cádiz a buscar a las fragatas?, ya que entre estas tres podían apresar al navío, cuando estuvo un mes solo en la mar)
Por otra Real orden del 29 de julio del mismo año, se le otorga el mando del navío Tigre. Con esta misma fecha y por otra Real orden se dividen en dos escuadras las fuerzas navales del Departamento, por lo que a Barreda se le agregan cuatro jabeques a su navío y con ellos zarpa para la cubrir la misión de corso, delimitando su actuación en el triángulo por el Sur la entrada del Estrecho, por el Norte hasta los Alfaques y por el Este hasta la isla de Mallorca, siendo a esta última a donde se dirigen al zarpar el 12 de agosto de Cartagena, para cargar y transportar a Barcelona a dos batallones del regimiento de infantería África, regresando a Cartagena su división más el navío Reina que se les había unido por falta de espacio para el transporte del ejército, siendo el 17 de noviembre seguido.
A su llegada fueron reabastecidos los buques, cumplida esta misión volvió a zarpar el 26 de diciembre de 1752, realizando el típico corso contra las regencias norteafricanas, arribando de nuevo a Cartagena, donde otra vez se le abastece y se hace a la mar de nuevo el 31 de marzo, con los navíos Tigre, Reina, las nuevas fragatas Perla y Dorada más dos jabeques, con la misión principal de probar las nuevas construcciones y de paso vigilar el corso, permaneciendo en la mar un mes y medio, regresando a su base.
Decidió pasar su insignia de jefe de división, del Tigre al Reina y volviendo a zarpar el 3 de junio, ese mismo día unas horas después, avistaron unas velas y pusieron rumbo de vuelta encontrada, al llegar a la vista se pudo distinguir que era dos galeotas de la regencia de Argel, que llevaban apresado a un pingue, que lo habían capturado la noche anterior entre Palos y Portman, al ver a los navíos los argelinos se prepararon para hacerles frente, pero la manifiesta superioridad les convenció pronto, por lo que fueron capturas y la presa devuelta a su dueño.
Cayó de nuevo enfermo y por Real orden del 8 de septiembre se le concedió licencia para recuperarse, quedando relevado del mando en esa misma fecha, pero la R. O. llegó a Cartagena el 21, que fue cuando realmente comenzó su licencia, pero esta vez tardó poco en recuperarse, ya que el 1 de enero de 1754 (prácticamente dos meses después) ya estaba de nuevo en Cartagena y al presentarse se le entregó el mando del navío Galicia, con el que fue comisionado ante las regencias de Argel, Túnez y Trípoli en misión secreta, al concluir sus trabajo regresó a la bahía de Cádiz, estando aquí se le entregó la Real orden del 30 de mayo de 1755 por la que se le ascendía al grado de jefe de escuadra.
Zarpó de la bahía de Cádiz el 26 de junio, enarbolando su insignia de jefe en el navío Infante, con rumbo a las tierras del virreinato de Nueva Granada, hizo escala en Las Palmas de Gran Canaria, donde se produjo un incendio en la ciudad, al que ordenó desembarcar tropas al mando de Travieso, al sofocar el fuego regresaron a bordo, de donde pasó a la Habana para tomar el mando como Comandante de marina. En este puesto sus desvelos fueron con rumbo a la mejor construcción de bajeles y el mantenimiento de los existentes, por lo que a lo largo de su mandato fueron botados los navíos: Astuto, San Genaro y San Antonio; fragatas: Santa Bárbara y Guadalupe; bergantines: Santa Teresa, San Carlos y San José; paquebote: San Juan y goleta: San Isidro.
Estando en la Habana le llegó la Real orden del 15 de julio de 1760, con la comunicación de su ascenso al grado de teniente general, con el agradecimiento del nuevo Rey don Carlos III. Al ser ascendido se le ordenó regresar a la península, pero no pudo abandonar el puesto hasta llegar su sustituto, lo cual se produjo el 14 de enero de 1762, cruzando el océano lo antes posible porque sus achaques ya le pedían un descanso y así lo hizo, pues nada más llegar se desplazó a Archena a tomar sus baños.
Ya recuperado se presentó en su Departamento, donde permaneció un tiempo corto en situación de disponible, pues por Real orden del 21 de junio del mismo 1762 se le entregó el mando del Departamento. De nuevo sus achaques le impedían seguir al mando y elevó petición de licencia para recuperarse, la cual le fue concedida por Real orden del 15 mayo de 1764, entregando el mando el 28 siguiente, una vez ya se encontraba recuperado se presentó de nuevo el 11 de octubre continuo.
El 25 de mayo de 1765, por Real orden dejó el mando del Departamento, por haber sido designado por don Carlos III a embarcar en el navío Triunfante y ser segundo comandante en jefe de la escuadra que al mando del general don Juan José Navarro marqués de la Victoria; la cual había zarpado de la bahía de Cádiz con rumbo al Arsenal de Cartagena, donde arribó el 25 de junio siguiente para embarcar a la Infanta de España doña María Luisa, zarpando el mismo día con la misión de transportarla al puerto de Génova, donde arribaron el 17 de julio, pasando posteriormente al puerto de Liorna para embarcar a la Princesa de Parma, que venía a contraer nupcias con el Príncipe de Asturias, el futuro don Carlos IV regresando la escuadra a Cartagena el 11 de agosto. Por el feliz acontecimiento, fue condecorado por el Rey de Nápoles con la Gran Cruz de San Genaro.
Don Carlos III, tuvo a bien concederle por sus dilatados y buenos servicios, por Real orden del 5 de junio de 1766 añade a su sueldo de teniente general, la gratificación que obtenían los que estaban con su mismo grado, pero con mando de escuadras. (Esto nos dice, que un teniente general con el mando de todo un Departamento, tenía menos sueldo que uno con su mismo grado al frente de una escuadra.)
Poco permaneció gozando de esa preeminencia, ya que el 8 de febrero de 1767 sufrió un ataque apoplético sobre las nueve de la mañana, sobreviniéndole el fallecimiento a las once horas del mismo día. Contaba con sesenta y dos años de edad, de los que cuarenta y dos estuvo al servicio de su Rey y de España.
El 11 siguiente con los honores de ordenanza, fueron acompañados sus restos mortales hasta la iglesia de la Compañía de Jesús donde se le dio cristiana sepultura. Durante todo el trayecto los buques fondeados en el puerto estuvieron disparando salvas en intervalos preestablecidos de tiempo.
Bibliografía:
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Ferrer del Río, Antonio.: Historia del reinado de Carlos III en España. Madrid, 1856, 4 tomos.
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