Gaston de Iriarte y Elizacoechea, Miguel Jose Biografia

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Miguel José Gastón de Iriarte y Elizacoechea Biografía



Teniente General de la Real Armada Española.

Caballero profeso de la Militar Orden de Santiago.

Comendador en la misma Orden de la población de la Reina.

Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III.

Orígenes

Vino al mundo en la casa familiar de Iriartea situada en la población de Errazu, en el valle de Baztán del reino de Navarra, el 4 de febrero de 1716. Siendo su familia de acrisolada hidalguía, fueron sus padres don Antonio Gastón de Iriarte Borda y Arrachea y de su esposa doña Estefanía de Elizacoechea

Hoja de Servicios

Por su alto rango no le fue difícil conseguir la Carta-Orden de ingreso en la Real Compañía de Guardiamarinas del Departamento de Cádiz, única existente entonces, sentando plaza el día treinta de diciembre del año de 1733, comenzando sus estudios, de los que previamente ya había recibido una buena formación, sobre todo en el domino de las matemáticas, por lo que no le costó mucho tiempo pasar con holgura los exámenes. Expediente N.º 171,

En 1736 se le ordenó embarcar para las prácticas finales en los buques de la Flota de Indias, que al mando del general don Manuel López Pintado, ya marqués de Torre Blanca cruzó el océano haciendo el recorrido natural de esta Flota, arribando a La Guaira, Cartagena de Indias, Veracruz y la Habana, donde en los primeros se desembarcaban los azogues y de paso en todos se cargaba el situado de los impuestos, zarpó del último puerto mencionado con rumbo a la Península, no teniendo ningún mal encuentro en su travesía, logrando dejar caer las anclas en la bahía de Cádiz el 28 de agosto de 1737.

Ya conseguido su título de guardiamarina se le ordenó embarcar en la escuadra al mando del general don Rodrigo de Torres, mientras se hacían los preparativos recibió la grata nueva de ser ya oficial, por Real Decreto del 7 de abril de 1740, en el que se le comunicaba su nuevo grado de alférez de fragata, zarpó de la bahía de Cádiz mediado el mes de septiembre del mismo año, poniendo rumbo a Cartagena de Indias donde ya el general don Blas de Lezo, se encontraba desde el 11 de marzo de 1737, preparando las defensas de la plaza por el avistamiento continuo de fuerzas navales británicas.

Pasó a formar parte de las fuerzas destinadas a la defensa de Cartagena de Indias, teniendo como jefe al teniente general don Blas de Lezo, ya que la escuadra con la que había viajado al mando del general don Rodrigo de Torres, zarpó de Cartagena el 8 de febrero de 1741, con rumbo a reforzar la isla de Cuba y principalmente su capital el puerto y ciudad de la Habana.

La escuadra británica estaba compuesta por treinta y seis navíos, de ellos nueve de tres baterías y 80 cañones, el resto de dos baterías entre 50 a 70 cañones, con doce fragatas, nueve brulotes y varias bombardas, todos bajo el mando del almirante Edward Vernon, que a su vez las había repartido en tres divisiones, reservándose el mando de una de ellas y las otras dos, una la puso al mando del vicealmirante Ogle y la otra al mando del comodoro Lestock, con una dotación en total de unos diecisiete mil hombres.

Esta fuerza venía protegiendo un convoy de más de ciento setenta y cinco velas, que trasportaba a un ejército de doce mil hombres, distribuida de la siguiente manera: dos regimientos de infantería con dos mil hombres; seis de infantería de marina, con seis mil hombres; dos de americanos con dos mil quinientos hombres; artilleros y destacamentos, con mil hombres y negros armados con machete, con otros quinientos hombres, estando todas estas fuerzas al mando del general Cothart, que precisamente falleció en la travesía, por lo que pasó a tomar el mando al general Wentworth, que fue quien se llevó el disgusto.

Una descripción de la escuadra enemiga de la época dice: «una maravillosa selva flotante de buques, árboles, entenas y jarcias, que llamaban con la vista a la admiración y amenazaban con terror y espanto.»

Las fuerzas para la defensa estaban constituidas por, mil cien soldados del ejército; trescientos milicianos naturales del país; dos compañías de negros libres (sin especificar número; pero que no serían más de doscientos cincuenta) y seiscientos indios flecheros, (o sea con arcos y flechas), por lo que el total era de unos dos mil hombres, con cuarenta caballos. Pertenecían a las unidades de los batallones de España y Aragón, Compañía de Marina y piquetes sueltos. Siendo por número tal la diferencia de fuerzas a favor de los enemigos, que se convertía en una locura intentar hacerles frente, pero su jefe no era de los que daba nada por perdido.

Don Blas de Lezo al arribar con su escuadra de cuatro navíos a Cartagena de Indias, estaba formada por los navíos: San Felipe, insignia de 80 cañones; Conquistador y África de 64 y el Dragón de 60, al arribar el nuevo virrey Eslava, lo hizo con otros dos navíos; Galicia su insignia de 70 cañones y el San Carlos de 66, esta era toda la fuerza naval de oposición a los británicos.

Entre el 15 de marzo que comenzaron los combates y ya vencidos entre los días 15 a 19 de mayo, fueron realizando al estilo británico, o sea muy pausadamente los preparativos de reembarque de los materiales y tropas, siendo el 20 de abril, cuando la flota aparejó y comenzaron a desfilar por el canal, que tanto les había costado conseguir abrir y que tan poco tiempo habían conservado; estando ya en aguas libres pusieron rumbo a Jamaica.

Las pérdidas de los británicos fueron: nueve mil hombres, contando tanto los caídos en combate como por enfermedades, al retirarse le pegaron fuego a seis navíos, pues en su estado no podían aguantar la alta mar, más otros diecisiete con muchos y graves daños.

Los españoles, a parte de la destrucción de las fortalezas y de los seis navíos hundidos, tuvimos que lamentar la pérdida de seiscientos hombres; ínfima si se compara con la de los enemigos. Convirtiéndose así en la mayor derrota de la historia de la Marina Real británica.

En el mismo diario de don Blas dice: «…sobre la ciudad cayeron en todo el tiempo del asedio, seis mil bombas y dieciocho mil balas de cañón.», y solamente de su navío insignia se dispararon setecientos sesenta cañonazos.

Para nuestro biografiado fue su bautismo de fuego, es indudable que fue una gran ocasión, quizás la segunda más grande que vieron los tiempos, por lo que dada su juventud y ganas, estuvo en la mayor parte de los combates, donde derrochó valor y dotes de mando, lo que le significó, que a aparte de ser uno de los vencedores (satisfacción personal de muy alta estima), por el reconocimientos de sus superiores, S. M. firmó la Real orden del 17 de noviembre siguiente, por la que se le ascendía al grado de alférez de navío, continuando en la plaza destinado.

Hasta que a principios de 1743, se le ordenó embarcar para regresar a la Península, arribando a la bahía de Cádiz, pero al desembarcar se le destinó al Departamento de Cartagena, pasando como oficial subordinado al navío Hércules, que formaba parte de la escuadra del mando del general don Juan José Navarro, con la que zarpó con rumbo a Génova. Al sufrir el fracaso sobre esta ciudad, la escuadra tuvo que dejar estas aguas y poner rumbo a la base francesa de Tolón, donde fue bloqueada por la británica al mando del almirante Mathews.

En vista de esto, don Felipe V guiado por el buen logro de que la escuadra española pudiera romper el bloqueo firmó el primer Pacto de Familia, con su tío rey de Francia Luis XV y éste ordenó a su anciano almirante La Bruyère de Court, que zarpara dando protección a la española, pero con la orden de no combatir si no eran atacados.

La británica la componían treinta y dos navíos de los que trece eran de tres baterías, con un total de 2.280 cañones y dieciséis mil quinientos ochenta y seis hombres; formando tres divisiones, la vanguardia con nueve navíos al mando de Rowley, el centro al mando Mathews con diez y la retaguardia con trece al mando de Lextock.

La aliada estaba compuesta por veintiocho navíos, pero solo dos eran de tres baterías y menos mal que eran españoles, montando 1.806 cañones y de menor calibre que sus enemigos, con diecinueve mil cien hombres de dotación, estando formada la vanguardia al mando de Gabaret con siete navíos, el centro con nueve a las órdenes de La Bruyère de Court y la retaguardia todos españoles al mando de Juan José Navarro. Las dos primeras divisiones eran solo de franceses.

El 22 de febrero de 1744 zarpó la escuadra combinada y poco a poco fue formando la línea ya mencionada, por lo que el almirante británico que se mantenía a barlovento fue dejando pasar a la escuadra francesa, al comenzar a salir la española su división dando arribadas se fue acercando hasta colocarse a tiro de cañón, en ese momento rompió el fuego sobre los españoles.

Algunos de los navíos eran mercantes armados, pero supieron soportar el castigo, pues no hubo buque que no fuera rodeado al menos por dos enemigos, llegando a cuatro el insignia español Real Felipe, e incluso se le lanzó un brulote, al verlo se arrió el bote para desviarlo, pero éste no pudo, por lo que al acercarse el mismo navío le disparó a flor de agua y lo echó al fondo.

Cuando ya se hacía de noche, los británicos habían sufrido el desarbolo de cuatro de sus navíos y la pérdida de cuatrocientos hombres, por parte española (ya que la escuadra francesa no efectuó ni un solo disparo) dos navío estaban muy mal tratados, el Real Felipe y el Constante mientras que el Poder que era uno de los mercantes armados, después de batirse contra tres enemigos y con media tripulación fuera de combate fue apresado, pero fue recuperado al día siguiente por los franceses, quienes dijeron que estaba en muy mal estado y le pegaron fuego, las bajas fueron de algo más de seiscientos hombres entre heridos y fallecidos.

La escuadra española arribó al puerto de Cartagena el 9 de marzo dando remolque al Real Felipe, era tan lastimoso el estado del buque insignia que no se consideró rentable repararlo, razón por la que ya no volvió a zarpar.

El Hércules, muy averiado por haber quedado aislado, fue atacado por un navío de tres baterías inglés, con el que combatió durante una hora, hasta que al fin dos franceses acudieron en su ayuda y obligaron a retirarse al británico. El Hércules, con la aprobación de Navarro, se separó de la escuadra realizando en solitario el regreso muy pegado a las costas españolas, fondeando el día veintisiete de marzo en Cartagena, después de un largo calvario para no irse al fondo, pero nada más desembarcar tenía la orden de pasar de nuevo al Departamento de Cádiz.

Al año siguiente de 1745, se le ordenó embarcar en una Flota de Indias, con la que volvió a realizar el mismo viaje a Tierra Firme, Veracruz y la Habana, regresando sin problemas de mención a la bahía de Cádiz, donde desembarcó pasando a destino en el propio Departamento, a principios de 1747 se le ordenó embarcar en el navío Glorioso, que estaba al mando del capitán de navío don Pedro Mesía de la Cerda, con el que zarpó con rumbo a la Habana para cargar el situado, siendo cargado con cuatro millones de pesos en plata amonedada. (Acuñada).

Zarpó de la Habana con rumbo a la bahía de Cádiz, pero al estar a la vista de las islas Azores, siendo el 25 del mes de julio (fecha siempre emblemática para las armas españolas) y martes, divisaron por el ENE aun convoy británico, pero que quedaba desdibujado por la niebla, al ir acercándose se pudieron distinguir, que eran diez los buques y entre ellos, los de su protección que eran tres buques de guerra, a saber, un navío el Warwick de 60 cañones, una fragata la Lark de 40 cañones y un bergantín de 20 cañones; viendo que la escolta era muy superior a él y que sus órdenes eran el llegar a puerto español, para desembarcar su carga, hizo caso omiso e intento zafarse de entablar combate; pero no sin dar la orden de zafarrancho de combate y mandar ceñir el viento, para mantener el barlovento, no era cobardía, sino más bien el estricto cumplimiento de una orden, lo que le hacía tomar esa decisión.

Sobre el medio día, la niebla se fue levantando, entonces se pudo apreciar con claridad que el convoy estaba compuesto por quince buques, de ellos el bergantín se acercó a reconocer al Glorioso, pero se mantuvo por su aleta de estribor a una distancia de unas dos millas; al distinguir la nacionalidad del navío, comenzó a hacer señales a los suyos por banderas, que en esos instantes se mantenían a unas cuatro leguas de la posición del navío español.

El bergantín recibió órdenes por el mismo sistema de señales, de que sin arriesgar demasiado procurara entretener al navío, por ello sobre las 21:00 horas, rompió fuego contra él pero intentándolo coger de través, por lo que don Pedro Mesía ordenó trasladar dos cañones de a 18 y dos de a 24 a popa, lo que dio por resultado que el enemigo no se pudiera acercar en demasía y solo se hacía un fuego a mucha distancia, por ello resultó ineficaz a todas luces.

Pero el bergantín no dejo de hacer fuego durante toda la noche, lo que obligaba a la tripulación del Glorioso a mantenerse sobre los cañones; sobre las 11:00 horas del día siguiente el resto de los buques de la escolta del convoy, pudieron llegar a distancias más cortas, al mismo tiempo que el bergantín se acercó a ellos para pedir nuevas instrucciones, momento que aprovechó don Pedro, para dar la orden de que se diera la comida y que sus hombres descansaran un poco, pero todo ello sin dejar sus puestos.

Sobre las 14:00 horas sobrevino un chubasco que dejó al Glorioso sin viento, lo que permitió a los enemigos darle alcance pues curiosamente ellos si tenían viento, hecho que se produjo sobre las 2100 horas; ante la proximidad de los buques británicos, el Glorioso desplegó al viento su gallardete y viró, para presentar su costado a quienes tan porfiadamente le habían estado persiguiendo. Al mismo tiempo que el bergantín recibió la orden de dirigirse a proteger al convoy, por no ser un buque que pudiera prestar mucha ayuda en el combate dado su pequeño porte.

Al mando de la fuerza enemiga estaba Jonh Crooksanks, que de inmediato dio orden a la fragata que diera caza al español, dada su mayor velocidad era factible y si le causaba algún daño en el aparejo, y mermaba su velocidad él podría darle alcance, siguiendo sus aguas con el navío con el que pensaba dar por terminado el combate; efectivamente la fragata le dio alcance y se colocó a distancia de tiro, por la banda de estribor de nuestro navío, pero sabía que no podía ponerlo fuera de combate por sí sola, confirmándose casi al instante, pues el nuestro a las pocas descargas, dejó seriamente averiada a la fragata en casco y arboladura, ya que en este poco fuego fue desarbolado del mastelero de sobremesana, además la batería baja (o primera) del navío lo hacía sobre el casco, lo que le produjo grandes desperfecto y agujeros, por ello se debió de retirar de la acción y como causa de todo ello se fue a pique al poco tiempo, (lo que viene a confirmar que los nuestros no solo tiraban a la arboladura); todo esto sucedía siendo noche cerrada pero con tanta luz por la Luna que estaba en fase llena, que se podía apuntar perfectamente y así sucedió.

Su sacrificio no había sido en vano, el navío británico pudo dar alcance al nuestro y de nuevo se entablo combate, eran las dos de la madrugada cuando se rompió el fuego, el Glorioso había virado en redondo para presentar su banda de estribor, pero dejándolo llegar a tiro de pistola «para que le alcanzasen hasta los tacos y así no desperdiciar tiro ninguno» una hora y media después, el fuego del Glorioso había hecho mella en el buque enemigo, había perdido su palo mayor y su mastelero de trinquete, estando desmantelado por completo, lo que le obligó a abandonar el enfrentamiento.

El navío español había sufrido daños (no tiraban caramelos), tenía cinco muertos con cuarenta y cuatro heridos, con casi todas sus velas dañadas, además de haber encajado cuatro impactos de bala a flor de agua, que fueron los primeros en ser taponados, la tripulación se puso manos a la obra para reparar los daños que se pudiesen con los medios de a bordo; pero su misión no había acabado, ya que sus órdenes eran las mismas que recibió al salir de las Antillas, llegar a España y desembarcar la valiosa mercancía en un puerto seguro, por lo que prosiguió su navegación y no se entretuvo en rematar al británico (acción que tiene a sus detractores, poco menos que de cobardía, pero no son españoles).

En el informe que posteriormente rendiría don Pedro Mesía de la Cerda de este encuentro, decía así:

«Los muertos que he tenido durante la función han sido tres hombres de mar y dos pasajeros llamados don Pedro Ignacio de Urquina y Juan Pérez Veas; heridos leves 1º y 2º condestables; de la brigada Infantería, han sido diez, pero solo uno de cuidado los demás leves; artilleros, marineros y grumetes veintinueve, de los que seis son graves y los demás de muy poco cuidado. Se han disparado 406 cañonazos de a 24; 420 de a 18; 180 de a 8: 4400 cartuchos de fusil»

La mayoría de los heridos graves, fueron falleciendo en días sucesivos (cosa que sí contamos los españoles, pero que rara vez hacían nuestros enemigos), por lo que siguiendo las Reales Ordenanzas, se le iba echando a la tumba de los marinos, que es la mar con la solemnidad de rigor por otra parte muy merecida.

Al llegar la noticia al Almirantazgo británico de la derrota sufrida, por fuerzas inferiores provocó que el comodoro John Crooksanks fuera sumariado, por la denegación de auxilio y negligencia en el combate, sometido a consejo de guerra, su veredicto de culpabilidad en la derrota, se confirmó con la expulsión de la Marina británica, con lo que paso a ser uno más de la larga lista de marinos de esa nacionalidad, cuya carrera se veía truncada por la postura indomable y el heroísmo de los españoles, pero aun le seguirían otros.

Aquí habría que añadir que en 1741 los españoles apresaron cuatrocientos siete buques británicos y en 1743 otros doscientos sesenta y dos; un británico Campbell, afirma que hasta 1744 se les capturaron un total de setecientos ochenta y seis buques, lo que venía a decir que no sólo ellos nos apresaban buques y reconocido por ellos, que ya es decir.

Estaban felicitándose toda la dotación al avistar el cabo de Finisterre el 14 de agosto; en medio de un banco de niebla y al levantarse ésta, la alegría se trunco al ver ante ellos a una nueva división naval británica, que pertenecían a la escuadra del almirante John Bing.

Como era su costumbre (depredadora) estaban al acecho; la formaban el navío de 50 cañones Oxford, la fragata de 24 cañones Soreham y la bergantín de 20 cañones Falcon, que como era su obligación se pusieron inmediatamente a su labor, dar caza a tan obstinado enemigo, la táctica empleada fue la misma y el resultado también, pues después de tres horas de duro combate salieron muy baqueteados, y destrozados los británicos, obligándoles a batirse en retirada, entre tanto nuestro Glorioso había sufrido nuevas bajas y daños, que incluían la pérdida del bauprés, hallando un puerto de recalada que fue Concurbión, donde entraron al día siguiente, dieciséis de agosto, pasando a desembarcar la preciada carga, reparándose el buque lo imprescindible.

Siguiendo a sus anteriores enemigos, estos también fueron sumariados y en el consejo de guerra, se les declaró culpables de negligencia en el combate y por dejar escapar la presa a pesar de su manifiesta superioridad, siendo separados del servicio.

Don Pedro Mesía, cumplida su misión principal, que a tenor de lo sucedido no era precisamente ninguna banalidad, decidió llegar a Ferrol, pero como ya es habitual en la historia de España con el Reino Unido, el dios Eolo dispuso que los vientos fueran contrarios y por varios días fueran constantes, ellos produjeron daños en el aparejo, lo que obligó a cambiar de planes y de rumbo, decidiendo que; su destino fuera la bahía de Cádiz, ordenando virar y poner proa al Sur aprovechando los vientos, eso sí separándose lo suficiente de la costa Portuguesa, (que no era tan amiga como se suele pensar, ya que en sus costas los británicos eran sus auténticos dueños, con su consentimiento) para tratar de evitar nuevos enfrentamientos.

El 17 de octubre al llegar a la encrucijada del Cabo de San Vicente (lugar de tantos encuentros navales, por ser de obligado paso a nuestros puertos del Sur y del Mediterráneo); había en él una división, como no, de corsarios británicos llamada Royal Family, nombre dado por los nombres de los buques que componían su agrupación, que eran cuatro fragatas que en total montaban 120 cañones, siendo sus nombre King George, Prince Frederick, Duke y Princess Amelia, llevando en total novecientos sesenta hombres de tripulación, estando al mando del comodoro George Walker.

Justo al ser divisados el viento cayo, quedándose los buques casi parados, al levantarse de N., sobre las 05:00 horas de la madrugada, permitió a la King George a la sazón insignia de la división acercarse al Glorioso, siendo las 08::00 horas cuando se coloco a tiro de cañón, con lo que comenzó otro combate, pero tuvo mala fortuna o muy buena puntería nuestros artilleros, ya que a la primera andanada se desplomó el palo mayor y le desmontó dos cañones; aguanto tres horas de duro castigo, tiempo en el que la Prince Frederick se incorporó al combate, pero el Glorioso opto por alejarse al estar ya muy dañado, prefiriendo arribar a perder el buque inexorablemente.

Pero no le dejaron ya que poco después se incorporó la Duke, lo que envalentono al británico, ordenando perseguir al español, al poco rato se incorporó la Princess Amelia, pero como la King George estaba muy dañada se fue quedando atrás, había perdido a siete hombre y muchos heridos, además de estar seriamente averiada; la Prince Frederick había logrado dar alcance al Glorioso, por lo que de nuevo se trabo combate y todo parecía ir bien a los británicos, ya que en ese momento un navío de 50 cañones el Darmouth (este también pertenecía a la escuadra al mando del almirante John Byng) se incorporaba al combate.

Walker estaba observando el combate desde la lejanía, estando inclinado a recriminar al capitán de la Prince Frederick por iniciarlo y dijo: «Dottin disparará todos sus cartuchos y se verá obligado a disparar con pólvora sola, con lo cual puede ocurrir cualquier fatal accidente»; cuando estas palabras acababan de salir de su boca, se oyó un fuerte estampido y al ver el buque envuelto en llamas exclamó: «¡Oh, cielos! Se ha ido Dottin y todos sus valientes no existirán más.», pero no era la fragata la que había saltado por los aires.

No tuvo tanta suerte el buque británico, ya que después de un duro intercambio de pólvora y hierro, el Glorioso había producido varios incendios en el navío Darmouth, uno de ellos prendió en la santabárbara del británico, lo que lógicamente provocó la voladura inmediata, causando su pérdida total y la de más de trescientos hombres de su dotación, solamente se salvaron catorce (según otras fuentes fueron doce), entre ellos un joven oficial llamado O’Brien que salió despedido por una porta medio desnudo y al ser recogido flotando sobre una cureña de cañón, por un bote de la Prince Frederick, al presentarse al capitán de ésta, Dottin le dijo: «Sir, debe excusar mi falta de uniformidad al venir a un buque extraño, pero en realidad yo dejé el mío con tanta prisa que no tuve tiempo de cambiarme»

Cuando posteriormente arribó la Royal Family al puerto de Lisboa, uno de los armadores de dio a Walkeruna grosera bienvenida, por haber arriesgado su barco contra un buque de guerra muy superior en porte y cañones, a lo que éste le contestó «Tenía un tesoro, si hubiera estado éste a bordo, como yo esperaba, vuestro saludo hubiera sido muy otro; si hubiésemos dejado escapar este tesoro a su bordo, ¿qué hubierais dicho entonces?»

Como no podía ser de otra manera recibieron nuevos refuerzos, esta vez sí que iba a ser un hueso duro de roer, pues se trataba de un navío de 92 cañones (otros autores le dan como de 80) el Russell, (que también pertenecía a la escuadra del almirante John Byng) el que inmediatamente se puso al costado del español y comenzó un nuevo acto de este largo combate, fueron llegando las tres fragatas corsarias, uniendo sus fuegos contra el Glorioso, aún y así aguantó el tremendo castigo, consiguiendo a pesar de estar en inferioridad y en mal estado, que algunos de sus fuegos pusieran en duros apuros a alguno de sus enemigos, en estas condiciones se prolongó el combate desde las 24:00 horas de la noche hasta el amanecer.

Como es de suponer el nuestro estaba ya muy castigado, el casco tenia tantos agujeros que amenazaba con hundirse, además había agotado la munición y la pólvora, lo que le imposibilitaba hacer fuego, a parte que su aparejo había casi desaparecido por completo, por lo que la defensa ya no era posible, tenia treinta y tres muertos y ciento treinta heridos y como es natural los restantes miembros de la tripulación ya carecían de fuerzas, por el agotamiento a que habían sido sometidos, todo esto decidió a don Pedro Mesía que proseguir en la defensa era solo alargar el combate y con él la muerte de muchos otros tripulantes, ordenando arriar la bandera y rendirse.

De poco les sirvió a los británicos el buque, se encontraba en tan mal estado que al llegar a Lisboa, tuvo que ser desguazado y además sin recompensa, por lo que ni el buque les sirvió para compensar sus pérdidas, que es como ya hemos visto lo que más les dolía.

Como es proverbial en los británicos, sobre todo cuando la victoria aunque paupérrima les sonríe, se deshicieron en elogios hacia los españoles, en nuestro comandante don Pedro Masía de la Cerda y su tripulación, por su valor y destreza, lo mejor es que en esta ocasión era bien merecida, pues el Glorioso se había enfrentado sucesivamente y casi sin reposo contra cuatro navíos y siete fragatas, siendo el resultado: un navío y una fragata hundidos, y el resto seriamente averiados, lo que en números redondos significa haberse enfrentado a una verdadera escuadra enemiga, produciendo pérdidas y daños, en proporción fuera de toda lógica, nada rentables para la Marina Real británica y los armadores en corso, de ahí las consecuencias pagadas por sus mandos.

Es cierto que nuestro navío sucumbió, pero había cumplido su misión que no era otra que el transportar los caudales y dejarlos a salvo en la Península, para ello se enfrentó sucesivamente a una fuerza siempre superior, a la que le causo daños irreparables y otros menos graves, pero su pérdida ocasionada por los diferentes encuentros no merma en ningún sentido el valor y destreza demostrados, más la resistencia de aquellos primero navíos, por todo ello causó a sus enemigos daños prohibitivos que no se podían permitir.

Al poco tiempo fueron rescatados todos y pasaron al Departamento de Cádiz, donde se celebró el Consejo de Guerra por la pérdida del navío, pero como era de esperar la sentencia fue de absolución completa para todos, pero incluso algunos fueron ascendidos, como su comandante y don Miguel Gastón que resultó herido en una de las acciones, pero éste con doble ascenso, ya que primero se le entregó la Real Orden del día diecisiete de junio del año de 1747, comunicándole su ascenso al grado de teniente de fragata, el cual llegó cuando ya había zarpado con el Glorioso y a continuación por la defensa del mismo buque, se le entregó la Real orden del 30 de julio de 1747, comunicándole su ascenso al grado de teniente de navío.

Pasó al hospital y posteriormente a su casa, donde terminó de recuperar su salud, presentándose de nuevo en el Departamento de Cádiz a finales de 1748, al poco tiempo se le ordenó embarcar en el navío Constante, realizando un tornaviaje al apostadero de Montevideo, a su arribó a la bahía se le cargó con tropas, con la comisión de ser transportadas a las islas Canarias, pasando después a los típicos cruceros de protección del tráfico marítimo procedente de ultramar, en una de sus arribadas para reabastecer el buque se le entregó la Real orden del 20 de marzo de 1754, por la que se le comunica su ascenso al grado de capitán de fragata.

Al poco tiempo se le entregó el mando de la Juno, para realizar un viaje a los mares del Sur, zarpando de Cádiz en abril de 1754 con rumbo a las islas Malvinas, arribando a su puerto Soledad donde se preparó el buque para doblar el cabo de Hornos, arribando primero a Valparaíso, posteriormente a La Concepción, Arica y el Callao, quedando allí asignado a las órdenes del Virrey, realizando cruceros de protección al tráfico marítimo y comisiones entre los diferentes puertos, transportando hombres y materiales de unos a otros, hasta que recibió la orden de regresar a la Península, haciéndolo por el mismo derrotero y a su arribada a la bahía de Cádiz, hacía seis años y tres meses que había zarpado de ella, al desembarcar se le entregó la Real orden del 13 de julio de 1760, el mismo de su llegada, con la noticia de haber sido ascendido al grado de capitán de navío.

Siendo destinado al mismo Departamento en trabajos de su grado, por espacio de tres años y medio. A principios de 1764 se le entregó el mando del navío Brillante, para realizar una comisión secreta en el mar Báltico, utilizando como escalas tanto a la ida como al regreso los puertos británicos de Plymouth y Portsmount, y los franceses de Brest y Rochefort, lo que le supuso tener un pequeño conocimiento de ambos países y su poder naval recabando todo tipo de información, para evitar que el destino le pudiera jugar una mala pasada y se perdieran los documentos precavidamente arribó a Ferrol, donde hizo entrega de ellos zarpando de nuevo para arribar a la bahía de Cádiz.

Al poco de su llegada se le comisionó para realizar el corso en el Mediterráneo, ya que las regencias norteafricanas habían vuelto a las andadas, más bien nunca lo dejaron, solo que hubo épocas de calma, pero desde hacía un tiempo se habían vuelto a agitar las aguas, para garantizar el tráfico marítimo no había más que tener buques en la mar, en alguna de sus arribadas se le destinó a transportar tropas a las islas Canarias, y en otras ocasiones lo mismo más pertrechos de guerra y boca, para las plazas de soberanía española en el norte del continente africano. Permaneciendo en estas comisiones desde el citado año de 1764 hasta 1773.

En este año se creó el grado de Brigadier, siendo Gastón uno de los primeros en serlo, puesto que por Real orden del 20 de diciembre del propio año, se le ascendió a este nuevo empleo. El 23 de junio de 1774, se le entregó el mando de la escuadra de evoluciones, zarpando de su base de Cartagena con rumbo al Departamento de Cádiz, donde se le dio la orden de salir con la misma escuadra a efectuar ejercicios de instrucción, que resultaron tan eficaces que al ser puesto en conocimiento del Rey, éste firmó la Real orden del 20 de diciembre seguido, por ella era ascendido al grado de jefe de escuadra. Por lo que estuvo exactamente un año en el grado de brigadier.

En este mismo año, se había decidido disponer de una escuadra en cada Departamento, siéndole entregada a Gastón la de Cádiz, con ella participó en todos los cometidos y comisiones que eran ya frecuentes en éste; auxilio a las plazas de soberanía norteafricanas, conducción de tropas a los mismo lugares y las islas Canarias, más la consabida de protección del tráfico marítimo procedente de Ultramar, alcanzando en la mayor parte de las veces las isla Terceras, dejando alguna división entre los cabos de Santa María y San Vicente de reserva.

Por Real orden, se le comisionó especialmente para una visita como plenipotenciario a la ciudad de Lisboa, para ello y por no dejar sin vigilancia sus aguas sólo la realizó con una división, a pesar de ser por el motivo dicho, los lusitanos se lo tomaron como una demostración de humildad, lo que le facilitó aún más si cabe poder conseguir el éxito en su misión. Fue tal el efecto que causo el hecho en el Rey, que por ser ya caballero de la Real Orden Militar de Santiago, le fue concedida la encomienda de la Reina, la cual daba una renta anual de doce mil seiscientos siete reales de vellón.

Continúo al mando de la escuadra de Cádiz, hasta que en una de sus arribadas se le entregó la Real orden del 12 de febrero de 1779, por la que se nombraba Capitán Comandante de las Compañías de Guardiamarinas, ya que tres años antes se habían creado las de Cartagena y Ferrol. Se encontraba realizando sus actualizaciones en los estudios de los futuros oficiales para mejorar su educación, cuando se le entregó la Real Orden con fecha del día veintisiete de abril siguiente, por la que se le ascendía al grado de teniente general.

El 22 de junio de 1779 se declaró la guerra a la Gran Bretaña y se armó una escuadra al mando del general don Luis Córdova, formada por treinta y un navíos, siete fragatas, dos urcas, dos brulotes, una saetía y una tartana, siendo el buque insignia de ella el Santísima Trinidad un tres baterías de reciente construcción, zarparon de la bahía de Cádiz doblando el cabo de San Vicente y poniendo proa al Norte, al llegar a la altura del cabo de Finisterre, se le unió la escuadra del Ferrol compuesta por ocho navíos y dos fragatas, al mando del teniente general don Antonio de Arce prosiguieron rumbo al N y se encontraron con la escuadra francesa al mando del conde D’Orvillers compuesta por treinta navíos, dos fragatas, siete buques menores y tres brulotes entregándole el mando de la combinada al conde francés.

Al quedar reunida la escuadra combinada con sesenta y nueve buques en total, dio la orden el conde de formar la escuadra intercalando los buques de cada nación y quedando formada por una escuadra ligera de exploración la mando de La Touche-Treville, con cinco navíos, insignia el Couronne de 80 cañones, la vanguardia al mando del conde de Guichen compuesta por quince navíos, insignia en el Ville de Paris de 104 cañones, el centro al mando del mismo conde D’Orvillers compuesta de quince navíos, insignia el Bretagne de 110 cañones, la retaguardia al mando de don Miguel Gastón, compuesta por catorce navíos, insignia en el Rayo de 80 cañones y la escuadra de observación al mando de don Luis de Córdova compuesta por dieciséis navíos, insignia en el Santísima Trinidad de 114 cañones, poniendo rumbo al canal de la Mancha.

En esta división faltan cuatro navíos españoles, porque fueron destacados al mando de don Antonio de Ulloa, junto a dos fragatas a las islas Terceras o Azores, cuando la escuadra española con rumbo al N. se encontraba en el paralelo de las islas, en misión de vigilancia por esas aguas protegiendo así al grueso de la combinada, siendo los nombrados Fénix, insignia, Gallardo, Diligente, San Julián y las fragatas, Santa Magdalena y Santa Mónica.

La combinada era portadora de un total de 4.706 cañones y veintiún mil setecientos treinta y cuatro hombres, dominando la embocadura del canal de la Mancha, obligando a retirarse a las fuerzas enemigas del almirante Hardy, que solo contaba con treinta y ocho de ellos, ante su inferioridad prefirió guarecerse en sus puertos y Arsenales, pero el navío Ardent de 74 cañones fue cazado por dos fragatas francesas, la Junon y Gentille, que colocándose de enfilada ambas fueron maniobrando y destrozando al navío, al que en ningún momento le permitieron poder hacer fuego por sus bandas, de ahí que pudiera ser rendido.

Pero unas horas después, la alegría del apresamiento se truncó, pues el viento comenzó a soplar con fuerza y en pocos minutos la mar se alzó amenazadora, de forma que la escuadra se fue dividiendo en pequeños grupos, dándose el caso que un rayo cayó sobre el Trinidad, causando la muerte de dos tripulantes y dieciséis heridos. Al mismo tiempo en la escuadra francesa por estar más tiempo en la mar se desató una epidemia, que causó en torno a las cinco mil bajas, de los que doscientos ochenta solo pertenecían al Bretagne insignia del conde D’Orvillers, al enterarse de la enfermedad a bordo de la escuadra, desde París se le dio orden al conde de atacar a los convoyes, pues no querían que se juntaran con los buques de las tropas para no contagiarlas.

Al amainar el temporal convocó Consejo a bordo de su navío, corría el día veinticinco de agosto, decidiéndose en él navegar en demanda de las islas Sorlingas, por ser el lugar más idóneo para que Hardy se hubiera refugiado, así se fueron poniendo a rumbo al arribar el día treinta y uno avistaron a la escuadra británica, compuesta por treinta y seis navío, ocho fragatas y otros buques menores, el almirante británico al ver las velas puso inmediatamente rumbo al Canal, no guardando ninguna formación por lo que la escuadra combinada hizo lo mismo dando la orden de caza general, permanecieron veinticuatro horas tras ella y cuando ya estaban llegando los primeros a los últimos seles disparó, pero sin mucho efecto.

En ese momento unas fragatas francesas se pusieron a la voz del navío insignia, comunicando al conde francés que se habían divisado un gran número de velas, aparentando ser un convoy por sus velas, lo que movió al jefe de la combinada a dar la orden de virar e ir a rumbo de cortar el convoy, ya que si se lograba apresarlo sería tan beneficioso o más que el hundir unos cuantos buques de guerra, pero al estar a la vista se apercibieron de que era de bandera holandesa, por lo tanto neutral. De esta forma se escapó Hardy y no se consiguió el convoy. Por lo que el conde D’Orvillers dio la orden de arrumbar al puerto de Brest. Dándose la circunstancia, que en este combate los españoles ya llevaban a bordo los barómetros, que eran desconocidos en la Armada francesa.

Se sacó la conclusión de la necesidad de aumentar el armamento de los buques españoles, montándoles al igual que los franceses artillería en el alcázar y castillo, así como también la de perfeccionar los aparejos, por lo que comenzaron a ser de los llamados Navíos Reales al pasar a ser de un porte de 74 piezas de artillería o más, la mayor parte de ellos, o al menos el cuerpo más numeroso dentro de la Real Armada.

La escuadra del mando de don Miguel Gastón recibió la orden de permanecer en apoyo de la francesa en el puerto de Brest, mientras que el resto de la española pasó a la bahía de Algeciras, para apoyar con sus fuegos y presencia el recientemente comenzado gran bloqueo de Gibraltar. Al poco tiempo los franceses no consideraron seguir con su plan de invasión de la isla británica, por lo que la escuadra del general Gastón más bien molestaba a los franceses, ya que tenían que mantenerla, recibiendo la orden de regresar a la bahía de Cádiz, pero ahora no se dominaba la mar como cuando fueron unidas ambas naciones, sabedor de ello, destacó sus fragatas en descubierta, las cuales le avisaban por medio de banderas de la presencia de fuerza enemigas, así fue sorteando a las varias escuadras británicas que le querían cortar el paso, pero consiguió burlarlas a todas llegando la escuadra al completo a su base, uniéndose al resto de la escuadra.

Se tuvo conocimiento de la salida de la escuadra al mando del almirante Rodney, con un convoy en socorro para el Peñón, para ello se intentó montar un dispositivo entre franceses y españoles con la intención de interrumpir su paso, por diferentes razones no se pudo llevar a efecto, por ejemplo la escuadra del general don Miguel Gastón zarpó de la bahía de Cádiz rumbo al océano, para cumplir la misión ya mencionada, pero una vez más el dios Eolo se puso de parte de los británicos, ya que se desató un furioso temporal que obligó a Gastón a regresar como pudo a Cádiz con varios navíos dañados, causa por la que no pudo ayudar a su general en jefe Lángara, en el combate del cabo de Santa María del 14 de enero de 1780.

Al tener su escuadra ya reparada y lista recibió la orden de zarpar de la bahía de Cádiz y unirse a la escuadra del general don Luis de Córdova, que ya se encontraba en la bahía de Algeciras para dar el asalto final al Peñón, al arribar pasó al navío del general en Jefe donde se le informó y recibió las órdenes oportunas para colocar a su escuadra en protección de los atacantes.

Para el ataque a Gibraltar se reunió un ejército francés y otro español, al mando en conjunto del duque de Grillon, mientras la escuadra aliada lo estaba al mando del general don Luís de Córdova, compuesta nada más que por setenta y cuatro navíos de ambas naciones, con varias fragatas. (Con con total probabilidad la mayor escuadra combinada reunida en todo el siglo XVIII para un combate)

El 13 de septiembre de 1782 al amanecer zarparon a remolque las diez baterías flotantes invento del francés D’Arçon, pero al mando del general don Ventura Moreno quien apoyaba con su división de navíos a éstas, teniendo que volcarse en su auxilio cuando comenzaron a arder por efecto de las ‹balas rojas› que les disparaban los defensores, envió sus embarcaciones menores a apagar los fuegos e intentar salvar a las dotaciones, mientras en primera línea se encontraban las lanchas cañoneras, inventadas por don Antonio Barceló y él a su mando, saliendo estas casi ilesas del enfrentamiento, en el que en total se estuvo cruzando el fuego de más de mil piezas de artillería entre ambos contendientes.

Al apercibirse del desastre que se avecinaba, el general don Luis de Córdova ordenó por señales de banderas, que se arriaran todos los botes de la escuadra con la misión de intentar socorrer a las indefensas tripulaciones de tan infausto invento.

En los incendios y voladuras de estas pesadas baterías en teoría insumergibles e incombustibles, con circulación de agua ‹como la sangre por el cuerpo humano›, hubieron trescientos treinta y ocho muertos, seiscientos treinta y ocho heridos, ochenta ahogados y trescientos prisioneros; pero los efectos fueron superados en mucho por el bombardeo de las lanchas cañoneras inventadas por Barceló, que lo hacían seguro y muy efectivo. En Gibraltar se defendía valerosamente el general británico Elliot. La plaza llegó a estar en gran necesidad y le fue enviado un convoy con provisiones, escoltado por una escuadra de treinta navíos mandada por el almirante Howe.

Le salió al encuentro el general Córdova con sus fuerzas, pero las enemigas con su convoy aprovecharon un fuerte temporal de Poniente cuyos vientos les favorecían consiguiendo arribar al Peñón descargando los tan esperados auxilios. Perdiéndose el navío español San Miguel, arrojado por la tempestad bajo los mismos muros de Gibraltar.

Cuando lord Howe se hizo de nuevo a la mar con rumbo al Atlántico, el general don Luís de Córdova le salió de nuevo al paso y se trabó el combate del 20 de octubre de 1782, en aguas frente al cabo Espartel, de quien recibe el nombre.

Los británicos admiraron: «el modo de maniobrar de los españoles, su pronta línea de combate, la veloz colocación del navío insignia en el centro de la fuerza y la oportunidad con que forzó la vela la retaguardia acortando las distancias» El combate tuvo una duración de cinco largas horas.

Los buques enemigos por llevar ya forradas sus obras vivas de cobre tenían mayor andar, lo que les permitió mantenerse en todo momento a la distancia que les convenía y cuando ya el resto de la escuadra española iba llegando al combate, decidieron por el mayor número de navíos españoles rehuirlo, viraron y cazaron el viento enseñando sus popas se fueron alejando del alcance de la artillería española. El coloso español, el navío Santísima Trinidad, del porte de 118 cañones sólo pudo hacer una descarga completa de todas sus baterías, su lentitud le impidió poder hacer más. Regresando la escuadra a la bahía de Cádiz en día veintiocho siguiente.

Fallado todo, regresó a la bahía de Cádiz la escuadra completa, regresando a la Comandancia de la Compañías de Guardiamarinas, hasta que en 1785 se le dio la orden de desembarcar de su navío, el Rayo, que había sido su buque insignia durante todas estas operaciones arriando su insignia de él.

Desde 1779 que se le había nombrado Capitán Comandante de las Reales Compañías de Guardiamarinas, no había dejado el mando de ellas, por ello cuando no estaba embarcado se dedicaba a ellas con todo su empeño, para mejorar la preparación de los futuros oficiales, pero ya se encontraba mayor y elevó al Rey ser exonerado del mando, lo que le fue concedido por Real orden del 7 de agosto de 1786, pasando a disponible en el Departamento de Cádiz, donde se le daban trabajos que desempeñaba de su alto grado.

Permaneció en el Departamento hasta que por Real orden del 18 de diciembre de 1792, se le nombró capitán general del Departamento de Cartagena, para desplazarse a su nuevo destino se embarcó de transporte en el navío San Isidoro, arribando al Departamento de su mando el 3 de febrero de 1793, tomando posesión de él el 6 siguiente.

Se encontraba desempeñando su alto cargo, cuando entre la una y las dos de la madrugada del 1 de enero de 1797, le sobrevino el óbito de muerte natural, contaba con ochenta y un años once meses y tres días de vida, de ellos algo más de sesenta y cuatro al servicio de la Armada y de España.

Al ser comunicado su fallecimiento, los buques surtos en el puerto hicieron las correspondientes salvas en su honor, así como la guarnición mantuvo el luto reglamentario a tan alto cargo de la Real Armada.

Entre otras condecoraciones estaba en posesión de: Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden de Carlos III; Placa y la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo y Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica.

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