Navarro Viana y Bufalo, Juan Jose Biografia

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Juan José Navarro Viana y Búfalo Biografía



 Retrato al oleo de don Juan José Navarro de Viana, más conocido como Marqués de la Victoria.
Juan José Navarro de Viana y Búfalo.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.


I Capitán General de la Real Armada Española.



I Marqués de la Victoria.

Contenido

Orígenes

Vino al mundo en la ciudad de Messina el día 30 de noviembre del año de 1687. Su padre don Ignacio Navarro, capitán del ejército, que falleció cautivo en Argel y tuvo a don Juan José, de su esposa doña Livia Búfalo, también de la nobleza siciliana, pero descendiente de familia española.

Hoja de Servicios

En el año de 1695 sentó plaza en el Tercio Fijo de Nápoles a la edad de ocho años, donde permaneció tres, pasando en el de 1698 al Tercio del Mar de Nápoles [1], contando con once años. Pero tuvo que desplazarse al Milanesado por estar allí el Tercio guardando la frontera contra los imperiales.

Durante el periodo de tiempo entre su primera unidad y la segunda, dio muestras de no querer perder el tiempo, por su cuenta y en los ratos libres estudió humanidades, filosofía y matemáticas, con eminentes profesores napolitanos, sobresaliendo en dichos estudios lo que era ya un indicio de su interés por la cultura y ampliación de sus conocimientos.

Para poder desplazarse el duque de Veragua, virrey de Sicilia, firmó en Palermo el día diecisiete de marzo del año de 1698 un pasaporte para que el soldado Juan Navarro pasase al estado de Milán, a continuar sus servicios en aquel ejército.

El día nueve de septiembre del año de 1698 sentó plaza en la compañía de Alfonso de Vivar en calidad de soldado aventajado, como persona noble que era; lo que ya entonces desde el año de 1682 se llamaba en Francia «cadet», por ser generalmente los segundos de las Casas nobles los que lo hacían, denominación que más tarde pasó a España, convenientemente españolizada.

Pronto llegó al Milanesado la guerra de sucesión que se encendió a la muerte del rey don Carlos II de España; puede decirse que fue de los primeros países en que se combatió, ya que el emperador Leopoldo de Austria quiso empezar por la conquista de ese territorio de la monarquía española.

Allí acudió Felipe V, a ponerse al frente de sus tropas en los tiempos en que se ganaba el sobre nombre de «Animoso», entre sus ejércitos estaba don Juan José al mando con el grado de alférez, participó en muchas acciones de guerra, en la de San Osetto cayó prisionero, pero el Rey falto de mandos rápidamente llegó a un acuerdo y todos los que estaban en poder de los austriacos fueron canjeados.

Se halló también en la gloriosa batalla reñida por los españoles contra el piamontés conde de Parela, que quedó derrotado, herido y prisionero. Posteriormente don Eugenio de Saboya puso sitio a Milán, al principio no atacó por no tener fuerzas suficientes, esperando a que llegaran las que habían dado el asalto final a Turín, pero en ese intervalo de tiempo Navarro a pesar de tener diecinueve años, ordenó reparar el desastroso estado de la fortaleza, poniéndola en un estado perfecto de defensa, tanto que allí se estrellaron los ejércitos imperiales, facilitando con ello una digna rendición, siéndole entregado al emperador José I, quien lo recibió en nombre de su hermano Carlos.

Así siguió combatiendo siempre, hasta que en el año de 1707 evacuó España el tan disputado Milanesado, siendo destinado el Tercio del Mar con el ya teniente Navarro a Valencia, tierra muy querida por él ya que su abuelo paterno era natural de Játiva, aunque oriundo de Viana, Navarra, pues poco tiempo antes las tropas de Felipe V, había ganado el combate de Almansa que facilitó el avance por casi todo el reino de Valencia.

Se encontró en la expedición de socorro a Orán, dispuesta por el general, marqués de Valdecañas, zarpando del puerto de Cartagena en el año de 1708, dándose la circunstancia que en la expedición iba su padre don Ignacio Navarro, al mando de su compañía de infantería del Tercio de Mar, junto a sus hijos Ramón y Juan José, los dos primeros destinados a reforzar la plaza, pero Juan José solo a verificar el estado de las murallas de la fortaleza, las cuales consideró que eran buenas y regresó con la misma escuadra.

Al llegar el Rey lo llamó, porque le acababan de dar la noticia que la plaza de Orán había caído en manos de los moros, su padre había sido hecho prisionero y trasladado a Argel, donde fallecido debido a las heridas sufridas en el combate, mientras que su hermano habían muerto en el asalto final.

El Rey aprovechando la estancia de Navarro en la Villa y Corte, le extiende una Real patente fechada en el Buen Retiro, por la que le hace entrega del mando de la misma compañía de su padre, poniéndose a las órdenes del caballero d'Asfeld, quien ya marchaba sobre la ciudad de Alicante corriendo el año de 1709, donde por la buena disposición de la fortaleza se hizo complicado poderla tomar, preguntando al caballero d'Asfeld si le permitía hacer una mina y así derribar parte de la fortaleza, siéndole permitido y así lo hizo, lo que facilitó el asalto y toma de ella, demostrando ahora también que era un buen ingeniero.

Al concluir la toma de Alicante se desplazó con sus hombres a la zona de Tortosa, donde: «Fue también uno de los capitanes que se distinguieron en la toma del castillo de Miravete»

Estuvo en la acción de guerra de Peñalba librada el día quince de agosto, pasando posteriormente a la de Almenara, donde los imperiales y aliados Staremberg y Stanhope vencieron al marqués de Villadarias, pensando que ya tenían el camino abierto; de los que pudieron salvar de la derrota se refugiaron en Zaragoza, a donde de nuevo acudieron los aliados y volvieron a vencer, siendo hecho de nuevo prisionero Navarro junto a otros seiscientos oficiales, al conseguir esta nueva victoria pensaron tener ya los defensores del Archiduque ganada definitivamente la corona de España para don Carlos.

Razón por la que el Pretendiente se presentó en Madrid, y casi era verdad que el ejército de don Felipe V no estaba en condiciones de soportar más derrotas, pero de nuevo su abuelo don Luis XIV envió refuerzos, al mando de duque de Vendôme, que en poco tiempo y por estar confiados los aliados perdieron los combates de Brihuega y el más sonado de Villaviciosa, lo que devolvió la confianza a las tropas de rey de España, que de una vez y por todas comenzaron a arrasar, dando por finalizada la guerra de Sucesión un tiempo después.

Se firmaron los distintos tratados de Utrech, ya que cada cual quería su parte, no siendo uno para todos, sino todos contra uno. Fue canjeado al finalizar la guerra, durante su cautiverio de nuevo no se estuvo quieto, pues perfeccionó todos sus conocimientos en ingeniería y al practicar mucho el dibujo, se hizo un gran experto en ello, al incorporarse el Rey lo ascendido al grado de capitán efectivo, pasando a mandar en propiedad la compañía de su padre.

Fue destinado a la plaza de Tarifa, donde fue acompañado por su esposa, doña Josefa Gacet, natural de Lérida, yendo al frente de su compañía de granaderos.

Eran los años en que había que tomar decisiones, al principio toda la Corte era de origen francés, al fallecer la Reina María Luisa don Felipe V comenzó a dar muestras de melancolía, tomando las riendas del Gobierno la Princesa de los Ursinos, pero cometió un grave error para ella, induciendo al Monarca a contraer nuevas nupcias, la posible nueva Reina la presentó Alberoni con estas palabras: «…una buena muchacha de veintidós años, feúcha, insignificante, que se atiborra de mantequilla y de queso parmesano, educada en lo más intrincado de su país, donde jamás ha oído hablar de nada que no sea coser y bordar…» siendo elegida una reina de ascendencia española, doña Isabel de Farnesio, mujer firme y tranquila, por lo que al poco tiempo de llegar a Palacio se dio cuenta de los manejos de doña Ana, la princesa de los Ursinos, no pasando mucho tiempo en que ambas se encontraron y como Reina, la princesa llevaba las de perder y así sucedió, que no solo la retiró de la Corte, si no que le obligó a salir de España, pasando de esta forma a ser elegidos los nuevos ministros, en las personas de Alberoni y Grimaldo, perdiendo toda su fuerza en la Corte española el rey francés Luis XIV.

Alberoni sabía que no había mejor diplomacia que contar con una excelente escuadra y mejor mandada, pues España prácticamente carecía de ella, o como la define Karnock en su obra «Biografía Naval.» donde dice: «…cuando en 1694, vino el almirante Russell para auxiliar a los españoles, la Armada de éstos consistía en diez navíos, cuatro de línea y el resto de poco porte y tan podridos que apenas podían resistir el fuego de sus propios cañones.» pronto Alberoni encontró a Patiño a quien nombro Intendente General de la Armada, formando un conjunto unísono, se mandó construir la factoría de La Carraca, para que el Rey no dependiera de nadie, un tiempo después se puso en marcha la de La Graña y por último, mucho más tarde la de Cartagena, prosiguió con la creación de la Compañía de Guardia Marinas de Cádiz, unió las once escuadra que casi no existían en una, naciendo así la Real Armada y ordenó que el Tercio del Mar de Nápoles, se convirtiera en los batallones de Marina, siendo al principio cuatro creados por Real decreto del día veintiocho de abril del año de 1717, siendo nombrados, Armada, Marina, Océano y Bajeles, posteriormente se alcanzó la cifra de doce batallones.

Navarro fue elegido por Patiño para el cargo de alférez de la Compañía de Guardiamarinas por Real orden del día uno de mayo del año de 1717, la responsabilidad no fue una decisión sin razón, pues hablaba varios idiomas, lo que ya era importante para que los marinos fueran con algún conocimiento de ellos, poseía una vasta cultura, especialmente en las altas Matemáticas, permitiendo que pudiera dar al menos unos principios básicos a los alumnos, según don Vargas Ponce, le era familiar la Geometría sublime, quizás el único entonces en toda España, a lo que se añadía como se ha dicho, su incansable aprendizaje en cualquier materia, pues ni estando en cautividad perdía en tiempo, a todo ello se sumaban sus buenas dotes de ingenio, don de gentes, corrección, sociabilidad y simpatía, lo que lo convertía en el profesor ideal, tomando a su cargo la enseñanzas de matemáticas, así como la formación militar: «…faenas de la milicia, necesarias en los navíos y aún en tierra si fuera del caso.»

La escuadra del marqués de Mari con insignia en el navío Santa Isabel de 80 cañones, zarpó de Barcelona el día quince de agosto del año de 1717, compuesta por doce navío, seis fragatas, dos bajeles de fuego, dos bombardas y tres galeras siendo las existentes, llamadas, Patrona, San Felipe y San Jenaro, para dar apoyo a ochenta trasportes cargados con nueve mil hombres y seiscientos caballos, más los consabidos respetos de artillería de sitio y de campaña, los ingenieros y los bastimentos propios de víveres más la pólvora, al mando del marqués de Lede, con rumbo a la isla de Cerdeña donde consiguieron desembarcar con el apoyo de la escuadra, manteniendo de nuevo duros combates, que dieron un final feliz ya que fue conquistada Cagliari el día dos de octubre, a partir de aquí fueron cayendo el resto de ciudades, como Alguer, Sacer y el Castillo Aragonés regresando igualmente a enarbolar el pabellón español, era un trozo más de los territorios perdidos durante la guerra de Secesión, regresando la escuadra al puerto de partida el día treinta y uno de enero del año de 1718.

Navarro relata, con orgullo y sencillez a la par, este hecho de armas de los alumnos: «Caller en Cerdeña es una ciudad mediana, residencia de los virreyes. Yo estuve en 1717 cuando la tomamos, en el navío Real, haciendo de segundo capitán y mandando cien caballeros guardiamarinas.»

El día diecinueve de junio del año de 1718, zarpó del puerto de Barcelona al mando del general don Antonio Gaztañeta una escuadra compuesta por los navíos: San Felipe, de 80 cañones, Real, de 72, Príncipe de Asturias, de 72, Triunfo, de 60, San Luis, de 60, Santa Isabel, de 60, San Pedro, de 60, San Carlos, de 60, San Fernando, de 60, San Juan Bautista, de 60, San Isidro, de 50 y San Francisco, de 50, cuatro galeras, diez fragatas, siete galeras, dos brulotes, dos bombardas y tres mercantes armados, que dieron escolta y protección al convoy formado por doscientos setenta y seis transportes y ciento veintitrés tartanas, trasportando un ejército de dieciséis mil hombres y ocho mil caballos, al mando del marqués de Lede, realizando la travesía en doce días, hasta Sicilia y en la que iba de plenipotenciario Patiño; siendo el objeto de tanto despliegue, el evitar que la Cuádruple Alianza se quedará con aquella isla, en nombre del archiduque Carlos; desembarcaron los nuestros sin resistencia, dándoles los habitantes una buena acogida, si bien sólo hubo unos combates con la guarnición Piamontesa de Messina.

Don Antonio Gaztañeta por informaciones del Secretario Alberoni, estaba en la certeza de que la presencia de la escuadra británica era solo para mantener la paz, por ello en principio no se hizo mucho caso a su presencia y la española no tomó medidas preventivas para entrar en combate, además los dos países estaban en paz, pero se fijó Gaztañeta en las maniobras que venían realizando, lo que le llevó a dar la orden de formar la línea de combate, no le dio tiempo a conseguirlo siendo atacado por el almirante británico Byng sin declaración de guerra, alcanzando el enemigo a cortar a la escuadra por la retaguardia, con ventaja de varios navíos sobre cada español, saliendo algunos navíos españoles ilesos por tener los vientos contrarios, impidiéndoles poder arribar al fuego, cayendo herido Gaztañeta y apresados varios navíos, otro hundido más una fragata, en este combate tomaron parte por segunda vez los primeros cien guardiamarinas al mando de don Juan José Navarro.

De la escuadra, los buques que no quedaron destruidos o fueron apresados, se dispersaron. Ninguno de los navíos españoles combatió, sino con dos o tres de los enemigos, siendo las pérdidas los navíos San Felipe, de 80, insignia de Gaztañeta; Real, de 72, insignia de marqués de Mari; Príncipe de Asturias (Cumberland), de 72 insignia de Chacón; Santa Isabel, de 60, al mando de don Andrés Reggio; San Carlos, de 60, al del príncipe de Chalais; Triunfo, de 60, al de don A. González; San Isidro, de 50 al de don María Villavicencio y las fragatas: Sorpresa, de 40, al de don M. de Sada; Volante, de 40 al de don A. Escudero; Águila de Nantes, de 36, al de don L. Masnato; Juno, de 36, al de don P. Moyano y Esperanza, de 28, al de don J. Delfino.

Al respecto de los sucedido escribe don Juan José:

«Y a pesar de la sorpresa de que el ilustrado y experto D. Antonio Gaztañeta fué objeto, y de la bravura de las dotaciones, sangre fría de los oficiales y esmerada construcción de los navíos, solo se echó de menos en todos ciencia naval, disciplina en las evoluciones y táctica de escuadras. Esto bastó para que, en pocas horas, quedase España sin su naciente Armada. Comprobé, pues, este melancólico día, que de nada sirven buenos navíos sin buenos oficiales, que buques se pueden logra en pocos meses, y apenas en muchos años de sólidos estudios, quien dignamente los maneje.»

En el año de 1719 se le asciende por Real orden al grado de teniente coronel, «…en contemplación de su mérito personal y no por establecimiento del empleo de alférez…» haciéndose ya una excepción, pues por la reglamentación para seguir siendo alférez de la Compañía, debía de ostentar el grado de capitán pero él ya lo pasaba, debiendo pasar a ocupar otros puestos, pero era tanta su cultura que en ningún otro destino era tan necesaria su presencia, siendo confirmado en el puesto por otra Real orden.

Continuó escribiendo dado todo lo visto en primera persona, haciendo especial hincapié en esta ocasión en la construcción naval y la organización de Arsenales, que ya comenzaban a funcionar pero más con el corazón que con la razón, de esa forma aportó su grano de arena para conseguir mejores buques, en menor tiempo para que en los futuros oficiales se reunieran ambos conceptos inseparables, hombres y medios.

En el año de 1723, tenía listo: «Arte de las Armadas navales, ó Tratado de las evoluciones.» viendo la imprenta primero en idioma francés por el P. Hoste, al ver la buena acogida en el extranjero un poco se le autorizó a su publicación en España, siendo impreso en este mismo año. Al año siguiente, terminó el tomo primero de: «Teórica y práctica de la maniobra de los navíos con sus evoluciones.» en total fueron tres tomos en tamaño folio, siendo el primero dedicado al hijo de don Felipe V, don Luis I, recién ascendido al trono, en el que duro unos meses. Testigo Navarro del desembarco de Cerdeña y conocedor de lo que ocurrió en Sicilia, expuso además en su obra, unas reglas muy acertadas para esta clase de operaciones anfibias.

En el año de 1725 publicaba en Cádiz «El capitán de navío de guerra instruido en las ciencias y obligaciones de su empleo» manuscrito que no ha sido impreso. Lo dedicaba a don José Patiño, por entonces ministro, su protector y amigo.

Navarro fue ascendido a capitán de fragata por Real orden con fecha del día veintiocho de marzo del año de 1728, incorporándose definitivamente a la Armada; un año más tarde por otra Real orden del día diecisiete de marzo del año de 1729 se le otorga el grado de capitán de navío, entregándosele el mando del navío San Fernando del porte de 64 cañones, que pronto le convirtió en modelo de los de su clase, especialmente en los ejercicios de fuego, en los cuales procuró con sus instrucciones simplificar los movimientos de las piezas de artillería, logrando afinar mejor la puntería y dando mayor rapidez de fuego. En este año de 1729 publicó: «Práctica de la maniobra.» obra que corrigió y aumentó en 1737.

La gran amistad con que distinguieron los reyes a Navarro le acarreó envidias de altos personajes, entre ellos del mismo Patiño, logrando separarlo por algún tiempo de la Corte. Navarro dice al respecto: «…logrando yo en ese tiempo, por algunos meses estando en la Corte, el estar quasi todas las noches a los reales pies de S. M. dibuxando en su misma real mesa, iba sepultando el crédito que podía darme el libro y todo lo que podía producirme algún honor: por cuyo motivo, procuró, por políticos pretextos, enviarme a Indias y a la vuelta de Orán…»

Se trasladó a Cádiz y embarcó en la Flota de Indias al mando del marqués de Torre Blanca de Aljarafe, zarpando de la bahía en el mes de mayo realizando el ya consabido viaje con rumbo a La Guaira, Cartagena de Indias, Veracruz y la Habana, el tornaviaje fue tan fructífero que en el mes de septiembre ya estaba de vuelta en la bahía de Cádiz, pero como era un gran observador durante el viaje inventó el numerar las banderas y parearlas, perfeccionando así las señales.

Escribiendo en su diario:

«La demasiada autoridad que se concede a los ministros de las escuadra, el poco dinero que la Corte les da en depósito para los gastos accidentales de ella, la economía que, aun en casos muy precisos, practican, han sido motivo de gravísimos gastos al Rey. En la Marina, el gastar con anticipación en los reparos del navío y en todo lo que sirve para su conservación, es la mayor economía que le hace ahorrar al Rey muchas millaradas de pesos, Por no dar una ‹esquifación› nueva de velas se expone a un navío a que se pierda, con su equipaje de 500 a 600 hombres; y lo mismo sucede llevando cables, estagíes o nuevas obencaduras. Por ahorro de mil pesos se gastan después cuadruplicadamente y en riesgo de perderlo todo. En 1730, en el viaje de galeones donde fuí de almirante de ellos, debaxo del mando de D. Manuel López Pintado, pedí estays al Comisario ministro de la Escuadra, porque los que tenía el navío San Fernando que yo montaba, eran los que había sacado del astillero. Se me negaron, diciéndome que en Puertobelo, donde estábamos, era excusado este gasto, y que en Cartagena se procuraría componer. Navegamos para dicha ciudad, y dos días antes de llegar a ella, habiendo mucha mar y poco viento, de un arfeo (cabezazo) se rompieron ambos estays mayores. Si como no había viento lo hubiera habido, no podía de menos que dar en la costa. ¡Qué buena economía suspender el gasto de mil pesos, y arriesgar siete millones de pesos duros, que tantos llevaba en el referido navío!»

A su llegada el capitán general del Departamento de Cádiz, a la sazón el marqués de Mari, había ya recibido una Real orden por la que se le otorgaba el mando del navío Castilla, todo porque Patiño se había enterado que al llegar se acercaría a la Corte, puesto que la Reina le había hecho unos encargos y se los quería entregar, de esta forma lo impidió. Todo porque el navío pertenecía a la escuadra del general Cornejo, que estaba preparando la expedición contra Orán, con el ejército a las órdenes del duque de Montemar.

En dicho navío, iban a reunirse y por ello conocerse por uno de esos raros caprichos del destino, tres preclaros varones de la milicia española del siglo XVIII: Navarro, su comandante; el general del ejército, marqués de Santa Cruz de Marcenado y el entonces joven Jorge Juan, que hacía sus primeras armas, Navarro y Santa Cruz de Marcenado, contrajeron una profunda y sincera amistad, siendo normal esto entre dos personas tan sumamente cultas.

Zarpó la expedición el día quince de junio del año de 1732, arribando a Orán por el mal tiempo que tuvieron en la travesía el día veintitrés, siendo al siguiente cuando se realizó el desembarco, El general marqués Santa Cruz de Marcenado mandaba la primera «barcada» de tropas que pisó tierra, y Navarro como más antiguo capitán, las embarcaciones que las llevaban; dio la orden de bogar hacía la playa, a la voz de ¡Avanza! ¡Avanza!. El primero que llegó a tierra fue el marqués de Santa Cruz de Marcenado, y el segundo Navarro.

La operación fue tan rápida y con tanta sorpresa, que en el primer desembarco se dejaron en tierra a tres mil granaderos, más la caballería de frisa, al llegar el ocaso ya estaban en la playa veinte mil hombres, más de la mitad de la caballería y varias baterías de artillería, consiguiendo formar un frente muy bien protegido con estacada, para poder afrontar con garantías cualquier contraataque. Al día siguiente al amanecer se continuó desembarcado el resto de efectivos y sobre todo la artillería, quedando todos ya en su sitio sobre el medio día, con la caballería cubriendo las alas del dispositivo de defensa.

Éste, una vez terminada la primera misión se dirigió con su navío, cañoneando de cerca cierta barrancada llena de moros, desde donde hacían un feroz fuego por lo inaccesible que era desde tierra, pero se dio cuenta Navarro que por mar era mucho más sencillo, allí se dirigió y los batió a tan corta distancia, que en poco tiempo se vieron obligados a abandonar tan excelso emplazamiento, contribuyendo en gran medida a despejar la situación de las tropas desembarcadas, siendo unánime la aceptación por parte de sus compañeros del lugar escogido para batirlos.

En la plaza de Orán los moros se vieron sitiados y la abandonaron, pero no fue igual en la de Mazalquivir, por ello el día tres se propuso el mando conquistar esta fortaleza, para lo que se destacó a los buques que la bombardearon, pero fue tanto el estrago que realizaron que al final se decidió dejar solo a dos navíos al mando del conde de Bena Masserano casi atracados a la misma, la corta distancia causaba graves daños y de hecho los muros ya casi no soportaban más el peso del fuego, esto les convenció de que la defensa era inútil y enarbolaron bandera blanca, momento en el que fuerzas del ejército entraron y la tomaron.

Después de ocupada la plaza de Orán fue Navarro empleado en el estudio de su defensa, el castillo de San Andrés le recordaba aquel otro asalto, entonces de los moros, en que perdió a su hermano y a su padre, siendo éste y el de San Felipe los únicos que se escaparon a su censura por su buena fábrica, no así el resto que hubo que reforzarlos. Al conquistar la de Mazalquivir verificó el estado de las fortalezas que eran cinco unidas por una muralla, con 138 cañones, siete morteros y gran cantidad de pólvora y munición, al recibir el informe verbal Cornejo ordenó reponerlas para su mejor defensa, aparte de desembarcar artillería de sus buques para reforzar la disponible por el ejército, dejando una fuerza de seis mil hombres como guarnición de seguridad.

Al retirarse la escuadra de general Cornejo dejó a Navarro en Orán con su Castilla y puso también a sus órdenes al navío San Fernando; con estas fuerzas se empleó en el servicio de la guarda de la costa y de asegurar las comunicaciones con Cartagena, de donde regresó a la bahía de Cádiz el día veintinueve de septiembre, de nuevo no había perdido el tiempo, pues durante su estancia en las plazas de Orán y Mazalquivir levanto unos planos, que eran para la época muy precisos. A su regreso de esta expedición escribió: «Diario de la campaña de Oran, en que iba mandando el navío Castilla.» Manuscrito no publicado en tamaño folio.

A la llegada de la escuadra, varios compañeros fueron ascendidos a tenientes generales, por lo que se creó un vació en el grado de jefe de escuadra, pensó que igual le tocaba a él el ascenso, pero no fue así, por ello ya decidido, pidió nuevo destino en las escuadra que iban a zarpar para devolver a España las plazas de Sicilia y Nápoles, pero de nuevo Patiño viendo que cuanto más participaba más se ganaba el afecto de los demás, actuó en consecuencia y lo dejó de destino en el mismo Departamento de Cádiz, donde se dedicó de nuevo al estudio de diferentes materias sobre la Armada.

Decidió S. M. crear el Almirantazgo, siendo efectivo el día catorce de marzo del año de 1737, quedó constituido para que fuera presidido por el Infante don Felipe Almirante General de España e Indias, así iría cogiendo responsabilidades, fueron nombrados vocales los tenientes generales marqués de Mari, don Francisco Cornejo y don Rodrigo de Torres, futuro marqués de Matallana, siendo el secretario don Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada y lugar de encuentro en el palacio de San Ildefonso, donde comenzaron las reuniones el día diecisiete de julio, una de las primera decisiones que tomó el joven Infante fue precisamente por consejo de sus vocales, ascender al grado de jefe de escuadra a don Juan José Navarro, quien contaba en esos momentos con cincuenta y dos años de edad y cuarenta y dos de servicios a la corona.

No teniendo escuadra y como ya se ha comentado que no perdía el tiempo, volvió a sus anteriores tareas de literatura profesional, dando por terminado y entregado a la imprenta el segundo tomo de su gran obra que tituló «Teórica y práctica de la maniobra de los navíos con sus evoluciones.»

También se dedicó a hacer un profundo estudio de la ordenanza y redactó un proyecto en el mismo año de 1739: «Plan de Ordenanzas militares de marina.» manuscrito en folio, siendo la base para la publicada en el año de 1748 por Joaquín Aguirre y Oquendo.

En el año de 1739 se declaró la guerra a la Gran Bretaña y se dio a Navarro el mando de la escuadra de Cádiz; con ella operó por el Atlántico hasta Ferrol, volviendo a Cádiz. Esta primera campaña se terminó sin existir contacto con el enemigo, pues el almirante Haddock, creyendo que se trataba de atacar a Menorca, se dirigió a defenderla.

En el periodo entre la declaración de guerra y el comienzo de las hostilidades, lo aprovechó para escribir su excelente obra sobre matemáticas y maniobra

«Geografía nueva, y método breve y fácil para aprenderla.» Manuscrito con estampas de buril, en folio, Cádiz año 1740.

Comenzó: «Vocabulario para el perfecto uso de las voces y manejo de las maniobras en los navíos del Rey.» en el mismo año de 1940. Manuscrito en dos tomos tamaño folio, pero solo con las letras A B C D y E.

Rebatió también en este año las atrevidas sinrazones del libro que publicó cierto fray José de Arias «La más preciosa margarita del Océanos excelente obra sobre matemáticas y maniobra…» por medio de una carta: Dice Navarro en el epígrafe «Padre, la cosmografía — Que aborta su reverencia — Como la explica es demencia —Como la piensa manía.» Siendo impreso en Cádiz en el mismo año de 1740.

A primeros del año de 1741, se le ordenó cruzar por las aguas gallegas y cantábricas, estando cumpliendo esta comisión el día doce de mayo en aguas de las islas Sorlingas, capturó a una fragata británica llamada Non Pareil, la cual fue marinada hasta Ferrol; una de las cuestiones que más daño le hizo a este país fue el ataque en corso de los buques españoles, porque se unieron muy tenazmente todos los armadores del Cantábrico y costas gallegas, llegando a temer los isleños por su supervivencia.

Regresó a la bahía de Cádiz, a donde llegaron noticias de estar bloqueado Ferrol por el almirante Norris, recibiéndose la orden de salir a desbloquearla, debió de tomar el mando don Francisco Liaño, pero se encontraba enfermo, razón por la que se le dio el mando a Navarro, que con nueve navíos se hizo a la mar con rumbo al Norte, al llegar la escuadra británica había abandonado el bloqueo, incorporándose el navío San Isidro al mando del capitán de navío don Ignacio Dauteville y la fragata Galga, de nuevo se hizo a la mar con la escuadra en línea de combate, alejándose de la costa para no encontrarse con la del mando del almirante Haddock, por lo que pudo llegar sin contratiempo a la bahía de Cádiz, donde se incorporó el navío Real Felipe de tres baterías y 114 cañones, al que pasó su insignia, quedando compuesta su escuadra por quince buques, de los que seis eran de la Real Armada, los demás mercantes armados de la carrera de Indias.

Se le dio orden de salir para Barcelona donde se alistaba un convoy de tropas destinadas a Parma, enviadas en socorro del duque de Montemar, que se había encontrado con problemas, de hecho ésta era la segunda expedición con tropas en su refuerzo, pero la escuadra del almirante Haddock le iba buscando y lo encontró en la bahía de Cádiz, la que bloqueó impidiendo la salida de la escuadra española, pero por una vez en la historia se levantó un temporal que obligó al almirante británico a buscar refugio en Gibraltar, lo que aprovechó Navarro para hacerse a la mar el día quince de noviembre del año de 1741.

Al ver el almirante británico el paso de los buques, se decidió a salir detrás de Navarro, consiguiendo darle alcance ya en aguas de Cartagena y justo en el momento comenzaba a hacerse a la mar la escuadra francesa de Court de la Bruyère el día diecinueve de diciembre del año de 1741 frenando a su vista a la escuadra británica que se mantuvo en posición amenazadora pero a la expectativa. De Court de la Bruyere le dijo a Haddock que, por orden de su Rey él no le atacaría, pero si lo hacía él no abandonaría a los españoles, tomado la decisión el almirante británico de retirarse a Mahón dejando solo unidades ligeras que le informarían de los movimientos de la escuadra aliada.

Sufriendo todos el día veintidós de diciembre un violento temporal a la altura de Ibiza, que desarboló del mastelero al navío insignia español. En su diario Navarro escribe: «…una vez más se demuestra lo mal que se preparaban los navíos en los Arsenales…estando al barlovento, ninguno de ellos arribó, por si yo había de menester alguna cosa, llamándolos a bordo del Real Felipe y haciéndoles una represión fuerte sobre haber cumplido muy mal mis órdenes, y muchos confesaron que la merecían.»; llegaron ambas escuadras a Barcelona el día cuatro de enero del año de 1742, saliendo diez días después para Toscana con un convoy de cincuenta y dos naves, yendo al mando de las tropas el marqués de Castelar.

La expedición sufrió otro temporal que obligó a arribar sobre las islas Hyères, con el buque insignia en muy malas condiciones; nos lo cuenta el mismo Navarro en su diario:

«Este día (21 de enero) fue uno de los más llenos de pesadumbre que he tenido en mi vida. El agua que hacía el navío, y que aumentaba hasta diez pulgadas cada ampolleta, me tenía con zozobra. De otra parte, las protestas y declaraciones de los calafates, carpinteros y oficiales del navío me tenían irresoluto. El capitán de navío D. Nicolás Geraldino, que despreciaba las propiedades del navío con decirme no valía nada, los días antecedentes, y todos me decían que era preciso dexarlo en Tolón, pues no podría aguantar un combate ni un temporal; de modo que les obligué a todos me diesen un parecer por escrito. En tanto, se hicieron diferentes experiencias con las bombas; y habiendo venido a bordo para su consejo los capitanes de la Escuadra, envié al Capitán de Fragata D. Juan Valdés con los carpinteros del navío y el del Constante, y los calafates de la Escuadra para reconocer y ver el remedio que se podía executar prontamente en el navío.
Me consideraba en tanto dichoso en haber encontrado este abrigo, pero descontento de verme sin la fragata Xavier, sin el convoy y con el navío inhabilitado y con riesgo evidente de exponerlo a perderse en el restante viaje que me quedaba. En tanto se juntó el Consejo, en el que asistió el señor marqués de Castelar y el señor conde Mariani, y en el que rompí mi discurso haciéndoles presente la orden del Rey de ir a Orbitello a hacer el desembarco de tropas del convoy; la imposibilidad que refirió el Capitán de Navío D. Agustín Iturriega, que acababa de llegar de aquel pasaje, de hacerlo a la vela, los riesgos en que se ponía la Escuadra de que los vientos que allí reynan en invierno de travesía expusiesen baxos e islas que había; la dificultad de poder fondear el Longoa (Livorno), viesen y diesen un parecer por escrito, si era mejor a La Especiae (La Spezia), y allí escribir al señor duque de Montemar, a fin de que se viese el modo fácil y más natural para que fuese la tropa a desembarcar en Orbitello; y si no se podía executar de una vez, se hiciese en dos veces; o si se mandaba que fuesen los navíos, enviar las fragatas, reservando los grandes que no podían voltegear en aquellos parages, a fin de ir a derechura a Orbitello. El Consejo se acabó, cuyos pareceres por escrito quedaron en manos del ministro de la Escuadra, a fin de recopilarlos en orden y de enviarlos al excelentísimo señor Campillo, donde los más concordaron en ir a La Especia.»

Tomando la decisión en principio de trasbordar las tropas que iban en el navío insignia a los tres que habían vuelto al mando de Iturriaga, de esa forma quedaba menos gente a bordo, pero el problema con el navío seguía, pues todos los capitanes le decían: «…unos que era imposible navegar sin riesgo con el navío, otros que no gobernaba que no era buen para sufrir un combate y, por fin, todos desconfiados de un buen éxito con él.» a pesar de ello zarpó al amainar el temporal con rumbo a Génova donde arribaron y desembarcaron todas las tropas.

Estando en la rada de Génova, le llegaron las noticias de la mala situación en que se encontraba el duque de Montemar, a continuación le llegó que almirante británico Haddock había recibido el refuerzo de seis navíos al mando del vicealmirante Lestock, alcanzando el número de veintinueve, con esta ayuda superaba a la francesa y española juntas, noticia muy grave, ya que el propio Navarro se preguntaba si el francés acudiría al fuego en caso de ser atacada su escuadra, pero para redondear las buenas nuevas, se comunicó De Court de la Bruyere haber recibido una orden de M. de Maurepas para que juntas las escuadras de España y Francia arribaran sin tardanza a Tolón, para socorrer a la española en todo lo que fuera necesario.

Zarparon los aliados de Génova cumpliendo las órdenes recibidas por De Court de la Bruyère, de nuevo se levantó un fuerte temporal tan duro que no les dejó ni pensar, viraron y regresaron al puerto de salida, a los pocos días comenzó a amainar, dándose las órdenes para alistar los buques y zarpar, estando en este trabajo se volvió a levantar otro temporal, por lo que de nuevo se vieron obligados a permanecer en el fondeadero no dándoles tiempo a levar anclas, soportando en el mismo puerto el nuevo temporal, lo que retrasó mas la salida y por tanto su llegada a Tolón.

Comprobaron que los temporales habían pasado y se hicieron a la mar de nuevo, pero otra vez a los pocos días se levantó otro que no era de menor fuerza, viéndose obligados a refugiarse en las islas Hyères, pero esta vez y ya por lo repetitivos temporales, los buques estaban muy castigados y en muy mal estado, de hecho entró en la ensenada el Oriente al mando de don Joaquín de Villena, para comunicar a Navarro: «…me refirió haver visto otros navíos desarbolados llegando a faltarme a mi cinco navíos, la Santa Isabel, el San Isidro, el San Fernando, el Xavier y la Paloma. Dexo a la consideración de todos qué contristado estaría con tal noticia.»

Pero en esta ocasión también la francesa había salido mal parada, tanto que Le Court de la Bruyere abordó el insignia de Navarro, para concertar que no había otra solución que arribar como fuese a Tolón, pues la gente estaba muy castigada, los alimentos comenzaban a escasear por haberse echado a perder muchos de ellos y los buques no estaban en condiciones de entrar en combate, y fiándose de las noticias recibidas de los refuerzos recibidos por el almirante británico, cabía pensar que el ataque sería inminente si se encontraban en la mar, incluida la escuadra francesa y dando por hecho, que por lo vientos y corrientes los buques mal parados seguro que habrían llegado a Tolón, de esta forma llegaron al acuerdo de: «…se harían a la vela con el terral rebasando el Cabo Sicié, y luego bordeando entrar en la rada, dando fondo donde mejor se podía.»

El 24 de enero de 1742 llegaron a Tolón, donde comenzaron a reparar los diferente buques, pero primero entraron en dique los franceses, no haciéndolo los españoles que los tuvieron que dar a la banda y repararlos con sus propios materiales, la gente pasó a descansar del agotador trabajo sufrido en los múltiples temporales, pero don Juan José viendo que se iba alargando la estancia, comenzó a dar órdenes para realizar prácticas las dotaciones y a sus jefes, de forma que no perdieran el buen punto de entrenamiento, ambas aprovechaban el tiempo ejercitando a sus dotaciones, la española en el tiro de cañón y la francesa con botes, en señales y evoluciones.

Permanecieron en Tolón dieciocho meses bloqueadas por la escuadra británica, compuesta por veintinueve navíos al mando de Haddock, poco tiempo después llegó el vicealmirante Mathews con cuatro navíos subiendo la cifra a treinta y tres, pero además tomó el mando relevando al anciano almirante Haddock.

Mathews, al saberse muy superior tomó la iniciativa, para ello fijó su base de operaciones en las islas Hyères, desde donde salían pequeñas escuadra que dieron diferentes golpes de mano contra las costas de España y Génova, sabedor de que no tenía contrincantes en la mar y el peso fuerte se hallaba encerrado en Tolón, en uno de estos golpes de mano, atacó a Ajaccio, encontrándose en su puerto el navío San Isidro al mando de don Fernando Gil de Lage, quien tomó la decisión de pegarle fuego para que no cayera en manos de los británicos. Una decisión tomada demasiado a la ligera……

Navarro resultó herido en el combate de Sicié o Tolón, primero en la pierna derecha y luego en el cuello de un astillazo, que fue tan profundo que casi le tocó la yugular.

Por su brillante actuación en el desarrollo del combate, el Rey le ascendió al grado de teniente general y le concedió el título de marqués de la Victoria. Según cuentan, hasta la Reina estaba muy contenta, tanto que al parecer llegó a exclamar:

«Ya tenemos un general de Marina.»

En el mismo año de 1744 escribe: «Carta de fecha 19 de marzo de 1744 al mariscal de campo D. José Marín, refutando la relación inserta en la Gaceta de Madrid sobre el mismo combate, comunicada por un jesuita que iba con el general de la escuadra francesa.» Escribió: «Diario de navegación de la escuadra de mi mando.» de 1741 hasta 1744, manuscrito en folio, sin publicación.

Las escuadras española y francesa se retiraron a Cartagena, desde donde la española, que fue la única que se quedó por estar maltrecha para que sus buques fueran reparados, hasta que el día veinte de julio del año de 1744 recibe la orden de hacerse a la mar para perseguir al tráfico marítimo de los británicos, para ello se forma una escuadra de diez navío y una fragata, enarbolando su insignia en el Santa Isabel del porte de 80 cañones, por no poder ser reparado el Real Felipe, en sus salidas consiguió molestar tanto a los enemigos y hacer tantas presas, que el Almirantazgo británico ordenó al almirante Rowley al mando de veintiún navíos bloquear el puerto Cartagena para impedir más salidas.

Al estar inactivo, no se le ocurrió otra cosa que inspeccionar la dársena del puerto, en el mes de febrero del año de 1746 envió al Rey un proyecto para organizar aquel inmejorable lugar y convertirlo en una base con su Arsenal de los mejores existentes, el Rey muy contento le ordenó formar una Junta de expertos para ver las posibilidades y el gasto, reunida ésta se dieron cuenta que no era la mejor distribución, por lo que de nuevo se le envío otro proyecto que lo convertiría y ofrecería: «…a la Marina moderna el arsenal más completo del mundo.»

Para no extendernos en demasía, resumimos lo que en su día dijo don José de Vargas Ponce al respecto de la idea del Arsenal:

«…era así que todo lo proyectado se limitaba a encerrar la dársena en la última parte del puerto, invernáculo donde solían aconchar las galeras. Este rincón, dominado de montes que lo cobijan baxo tiro de fusil, además de tan grave padrastro y el de su estrechez, dexaba contiguo el funesto almajar y sus pestíferos vapores: pedía multiplicados y lejanos puntos de defensa, y en nada contribuía a la de la ciudad. Hecha, empero, la dársena, en el almajar mismo, dándole comunicación un canal con lo que es dársena hoy y entonces quedaba puerto, desaparecían todos aquellos inconvenientes y obstáculos, trocados en muchas más ventajas y de las más apetecibles. La nueva balsa quedaba capaz de 50 navíos de línea; y de centenares de buques mercantes; aislado el puerto y libre de todo padrastro y de cualquier insulto hostil; defendida la ciudad de ataques terrestres, constituyéndola como inexpugnable por tierra, y, sobre todo, desaparecía el funesto almajar. A más, se duplicaba también la extensión del ancladero, pudiendo estar con total independencia varias escuadras.»
«Carta, contestando á Real orden de 27 de marzo de 1746 sobre el proyecto de la dársena de Cartagena.»

Pero fue pasando el tiempo y la falta de dinero impedía avanzar, así Navarro con sus pocos medios fue realizando algunas mejoras; el día uno de marzo del año de 1748 se le nombró Comandante General del Departamento de Cartagena, desembarcando del mando de la escuadra, siendo en ésta época cuando más pudo realizar su obra, hasta que enterado el marqués de la Ensenada en el año de 1749 envió al capitán de navío don Antonio de Ulloa, quien en unión del ingeniero del Arsenal Feringan desarrollaron un nuevo proyecto, donde dieron entrada a don Juan José, quien al final de él dio un voto de idea añadido que estuvieron conformes los dos compañeros y así se elevó al Rey.

El 8 de noviembre de 1748 quedó suprimido el almirantazgo, habiéndose creado el 14 de marzo de 1737 para el infante Felipe de Borbón, en palabras de don José de Vargas Ponce: «…cesó aquel consejo y tribunal que reconcentraba el saber y la prudencia de los más expertos. Allí cualquier pensamiento o providencia saludable y conveniente no moría con el que la propuso o la planteó; allí se discutía antes de resolver, y no se abandonaba lo bien resuelto.»

Una decisión que tomó don Juan José fue la de elevar al marqués de la Ensenada, la desactivación de la escuadra de galeras de España, pues continuaban fuera de las Leyes generales de la Armada, solo había siete y el coste anual era de doscientos mil pesos anuales, a lo que el marqués tomó la decisión y por Real orden se deshizo el cuerpo de galeras. Lo que no le supo bien a don Juan José fue la forma tan radical en ejecutarlo, pues en parte era casi el sustento de la ciudad de Cartagena donde llevaban muchos años fijas en sus aconchaderos, pero lo que peor le supo, es que no se dejara ningún recuerdo de las milenarias unidades navales dueñas del Mare Nostrum, pasando todas en muy poco tiempo a ser desmontadas, todos su pabellones y estandartes pasaron al Arsenal donde el tiempo por su mala conservación se perdieron, lo que le dio una vez más toda la razón al marqués de la Victoria.

Por fallecimiento del propietario del cargo, por Real orden del día quince de marzo del año de 1750 se le otorga el cargo de capitán general del Departamento de Cádiz y director general de la Armada, que le era anexo. Cogiendo inmediatamente la pluma y escribiendo ese mismo año: «Relación y estado general é individual del detalle completo de una armada de mar, dividida en tres escuadra.» Manuscrito al que acompañan treinta y nueve planos salidos de la pluma de don Juan José, sin publicar. El mismo año terminó: «Plan de señales de día, que han de observar todos los navíos que componen la escuadra de mi mando, etc.» Siendo impreso en Nápoles en el año de 1750, tamaño folio.

En el año de 1753 escribió: «Disciplina militar de armadas.» manuscrito en gran folio sin publicar.

En el de 1756 dio fin a su gran obra: «Diccionario demostrativo de la configuración y anatomía de toda arquitectura naval moderna.», obra que comenzó en el año de 1719 y no se sabe si fue casualidad o lo hizo coincidir, pero lo terminó el día veintidós de febrero, fecha en la que se cumplían los doce años de su combate de cabo Sicie y a tan solo treinta y siete de haberlo comenzado, tiene un formato de gran tomo con ciento treinta y seis planos. La cual no se público hasta el año de 1995.

El día diez de agosto del año de 1759 falleció el Rey don Fernando VI, la Reina madre Regente del Reino, ordenó que una escuadra fuera a Nápoles para traer al nuevo rey don Carlos III a España, se formó una expedición al mando del general don Juan José Navarro de Viana marqués de la Victoria, con una escuadra de diecisiete navíos, cuatro fragatas, seis jabeques, dos tartanas y ocho barcas. La cual estaba a su vez compuesta por tres divisiones, la del mando del general don Juan José Navarro con insignia de teniente general en el navío Fénix, de 80 cañones, buque en el que iban los tres capitanes de navío designados entre ellos Winthuysse como Guardia de Honor del Rey; la del mando del teniente general don Pedro Fitz-James Stuart, con insignia en el navío Galicia, de 70 y en la capitana de la división del jefe de escuadra don Carlos Reggio con insignia en el navío Triunfante, de 70.

Arribaron a Nápoles y fondearon, dando comienzo al trabajo de cargar en los diferentes buques los baúles de la Casa Real, por último embarcó don Carlos y la reina doña María Amalia de Sajonia, con Sus Altezas Reales, el príncipe don Carlos y los infantes don Gabriel, doña María Josefa y doña María Luisa en el navío de don Juan José Navarro, mientras que Sus Altezas Reales don Antonio y don Francisco Javier, lo hicieron en el insignia de don Carlos Reggio.

Al siguiente día siete de octubre del año de 1759, que era domingo con un espléndido Sol mar en calma al igual que el viento, se fue realizando una navegación muy placentera, como si el dios Eolo no quisiera molestar a la Real Familia, pero a pesar de esto comenzó por marearse la Camarera mayor de la Reina, Duquesa de Castropiñano y poco a poco el resto de damas, lo curioso del caso es que la Reina aguantó mucho más, pero cuando le cogió a ella ya no había nadie de su Real servicio que le pudiera auxiliar, por lo que exclamó: «…questo movimiento de la barca me face un imbroglio di ventre.», pero no quedó ahí la cosa, sino que incluso los Guardias de Corps de la escolta Real fueron cayendo todos, eso sí, bajo la mirada disimulada de los Guardiamarinas pues apenas podían controlar las risas, así todos rindieron el tributo del novato al Dios Neptuno. Nadie pudo levantar cabeza hasta fondear en el puerto de la ciudad Condal el día dieciséis del mismo mes.

En este viaje se puso en práctica el código de señales ideado por el marqués de la Victoria y que en el año de 1736 copió el vizconde de Morogues para la armada francesa, a pesar de ello se encontró con duras críticas por lo hasta el momento no había sido aprobado en la española, pese a las favorables opiniones de don Jorge Juan y don Antonio de Ulloa que informaron sobre el caso.

El rey, en recuerdo del agradable viaje, regaló a Navarro un bastón de oro y para que lo usase, lo elevó a la máxima dignidad de la Real Armada siendo el primer capitán general de la Armada, por Real decreto del día trece de diciembre del año de 1759. Cuando iba al timón de la falúa real, le hizo cubrirse y después le regaló dicha embarcación en cuanto S. M. desembarcó en el muelle del puerto de Barcelona.

Por la misma razón, don Carlos ordenó que a partir de ese momento fuera de obligado cumplimiento la utilización del código de señales por banderas creado por el marqués de la Victoria.

En el año de 1761 elevó al rey una serie de interesantísimas razones agrupadas bajo el título de «Discursos y diferentes puntos, particularmente sobre la Marina, que expone a los RR. PP. de Vuestra Majestad el marqués de la Victoria, Capitán General de Vuestra Real Armada…, discursos políticos para el fomento y esplendor de España.» Fue entregado a S. M. el 8 de diciembre, es un manuscrito tamaño folio. Añade don Martín Fernández de Navarrete: «…que abundando en profecías políticas, ya sobrado cumplidas por desgracia, justifica la ilustración y fidelidad de su autor, así como su noble y enérgica libertad en cuanto proponía relativo á ejército, marina y presidios de África.»

Al ocurrir los desastres de la Habana en el año de 1762 y al mismo tiempo la toma también de Manila, el marqués se sintió muy mal, tanto que se desplazó desde la Corte a la bahía de Cádiz para que las noticias no tardaran más de lo necesario en ser conocidas, sentándole muy mal que su yerno no estuviera a la altura de las circunstancias, no en balde el marqués del Real Transporte jefe de la escuadra en la Habana, estaba casado con la hija menor del don Juan José y tuvo que pasar por la vergüenza de verlo sometido a un Consejo de Guerra en el que obviamente no salió bien parado, lo que ya a sus años le pesó el resto de su vida.

En el año de 1762 escribió: «Reglamento de las tripulaciones que deben tener todos los navíos del porte de 100 y mas cañones hasta las fragatas de 40 segun su número y calibre.» manuscrito en tamaño folio.

En el año de 1764 escribe: «Compendio de instrucciones para el mando de escuadras disciplinadas: nuevas reglas para la práctica de sus principales evoluciones, por el método mas exacto, fácil, simple y mas natural para todos los oficiales de la Real armada.», en el que se incluye: «Máximas políticas y militares para instrucción de los generales de mar y oficiales que sirven en el cuerpo de la marina, etc.» manuscrito en tamaño gran folio, sin publicar.

En el año de 1765 se publicó en Cádiz su «Señales que han de observar y practicar los navíos de la presente escuadra del mando del Capitán general de la Real Armada marqués de la Victoria, y de las que executen todas las escuadras del Rey nuestro Señor, según su Real orden dada en 8 de octubre de 1759, estando embarcado en el navío real Fénix.» [2]

La última misión que realizó el capitán general don Juan José Navarro marqués de la Victoria ya casi octogenario fue otro viaje regio, tomando el mando de una escuadra de nueve navíos, con la que zarpó de la bahía de Cádiz con rumbo al Arsenal de Cartagena, donde arribó el día veinticinco de junio del año de 1765 para embarcar a la infanta de España doña María Luisa, zarpando el mismo día con la misión de transportarla al puerto de Génova, para convertirse en la esposa de Leopoldo el Gran Duque de Toscana, quien posteriormente ocupó el trono imperial, donde arribaron el día diecisiete de julio desembarcando la Infanta, pasando posteriormente al puerto de Liorna para embarcar a la Princesa María Luisa de Parma, que venía a contraer nupcias con el Príncipe de Asturias, el futuro don Carlos IV regresando la escuadra a Cartagena el día once de agosto.

En la dirección de la Armada siguió trabajando, para aumentar sus efectivos, sobre todo el número de los navíos de tres puentes, su insistencia llevó a la construcción de los primeros, entre ellos el Santísima Trinidad, Concepción y Conde de Regla, el de los batallones de Infantería de Marina, su preocupación por el buen entrenamiento sobre todo de los artilleros, de los que dice: «…Para decidirse sobre la preferencia de un artillero de brigada, ducho en su arte por continuos ensayos, a uno de mar, que sólo lo exercita en la ocasión, y siempre está aprendiendo y olvidando.», no se olvida de la fábrica de jarcia, denunciando sus enormes robos a la Real Hacienda, considera que es mejor que los navíos estén armados con cañones de á 24 y no de á 36, éstos son mucho más pesados, necesitan más hombres y a la distancia de fuego normal no son superiores a los de á 24, además la uniformidad de calibre aumentaría la cantidad de proyectiles y anularía los errores de abastecimiento desde la santa bárbara, al ser la misma cantidad de pólvora para ambas baterías, facilitando además el manejo y que los artilleros pudieran igual estar en una que otra batería, por último creó el cuerpo de inválidos el 30 de abril de 1767.

Para terminar tan exhaustivo trabajo le dice al Rey:

«…todos saben que la hay, todos hablan de navíos, todos conocen que son necesarios en un Estado marítimo, aman y se deleytan en su nombre; y aborrecen su oficio, envidian sus progresos y quisieran que V. M., tuviese muchos navíos, sin que éstos consumiesen dinero, y sin que lograsen premios y distintivos superiores los oficiales que los mandan. Siendo tanto más dignos de ser atendidos cuanto son ellos lo que viviendo en continuos riesgos y fatigas increíbles, tienen la muerte a la vista, sin tener más distancia que una tabla, y su honor expuesto a la opinión de quien, libre y apartado del peligro, lo condena a ser responsable, tal vez de faltas y precauciones que se hallan fáciles a criticarse en el sosiego; y si se hallasen en el caso (sin quizás) puede ser que lo harían peor.»

A lo que añade:

«Esta es, Señor, la disposición del estado de su Marina, donde todo está empezado y nada concluído. Tiene oficiales, y no hay cuerpo formado de ellos; tiene muy pocos navíos y no hay tropa para guarnecerlos; tiene almacenes, y no tiene el anticipado depósito para un buen armamento, que sea numeroso. Ninguno tiene autoridad para registrar dónde y cómo se emplean tantos caudales en el servicio de la Marina…»

El 25 de diciembre le acometió un vértigo cuando le curaban un pie, se recuperó y firmó su correo; no obstante le sobrevino la erisipela que se convirtió seguidamente en gangrena, que le ocasionó la muerte el día cinco de febrero del año de 1772, contaba con ochenta y cuatro años de edad, dos meses y cinco días, de ellos setenta y seis de servicios a España.

Había servido a los reyes, don Carlos II, don Felipe V, don Luis I, don Fernando VI y don Carlos III, durante este tiempo estuvo en cincuenta combates y cinco asedios.

Sus restos fueron sepultados en la iglesia del Carmen de los Carmelitas descalzos en la isla de León, pasado un año y terminado el nuevo mausoleo pagado por sus compañeros fue trasladado a él.

Don José de Vargas Ponce acudió al entierro, al estar terminado el mausoleo fue trasladado a la capilla de la Santa princesa de Sicilia, entrando en la iglesia el primero a mano izquierda, lugar comprado a la comunidad por sus hijas doña Ignacia y doña Rosalía y nos dice el Sr. Vargas: «Un año después pase a la traslación de los restos, hallándose incorrupto su cuerpo, sin haber sido embalsamado.» A lo que añade don Martín: «Después de un año, que estuvo en bóveda subterránea, húmeda y sin ventilación, se halló entero y enjuto, cuando los vestidos y aun la madera de la caja estaban podridos.» Ese mismo día pronunció Fray Francisco de San Agustín un panegírico en el mismo traslado, entre otras cosas dijo: «Presumo que el decreto especial que conserva el cadáver sin corrupción, tuvo por fin os clamase él desde aquel sepulcro que debió á vuestro desvelo, el desvelo que debéis á las obligaciones del cargo que no llegais al sepulcro.»

Al ser habilitado el Panteón de Marinos Ilustres fueron trasladados a tan emblemático lugar el día once de junio del año de 1851, pero no se inauguró oficialmente hasta el día uno de mayo del año de 1870, donde actualmente reposan.

La lápida frontal del sepulcro tiene dos óvalos, en los que hay una inscripción en latín, traducida que dice:

 Fotografía del sepulcro del Marqués de la Victoria.
Lápida del sepulcro de don Juan José Navarro de Viana y Búfalo, en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.


Óvalo izquierdo:


Bajo este marmól descansan los restos mortales del inmor-
tal Juan José Navarro, marqués de la Victoria, vencedor
de los ingleses; muy estimado de Felipe V, Luis I, Fer-
nando VI y Carlos III; General en jefe del Ejército y Ar-
mada; Caballero de la Real Orden de San Genaro, socio
honorario de la Academia Española, amigo, protector y
defensor de los buenos y sostén de los pobres; de todos
amado y para todos venerable y digno de admiración, co-
mo pocos, por su religiosidad, rectitud, benignidad y
ejemplares costumbres.
El cual habiendo seguido desde los doce años de su edad
las Reales banderas a través del hierro, del fuego y del
agua, y batiéndose con bravura en cinco asedios y cin-
cuenta combates y llevado desde Italia a España al Rey
y Real Familia a la Princesa de Asturias, y de Cartage-
na a Génova a la Gran Duquesa de Toscana, alcanzó la su-
prema graduación militar, de la que disfrutó largo tiempo;
pero modestamente, hasta que colmado de días, de hono-
res y de virtudes entregó su valeroso espíritu con tanta
piedad y placidez, que más bien que perderlo del mundo
diríase que voló a la gloria del cielo a recibir, al fin el
galardón supremo.
Vivió ochenta y cuatro años y seis días. Murió el 5 de fe-
brero del año de gracia de 1772. Al padre queridísimo, sus
desconsoladas hijas.

Llorando lo escribe José Carbonell.






Óvalo derecho:

Aquí espera la resurrección de los muertos el excelentísimo
Sr. D. Juan Navarro. Generalísimo de la Real Armada,
marqués de la Victoria, ilustre Caballero de la Real y Mi-
litar Orden de San Genaro, amado de Dios y de los hom-
bres por sus virtudes, y especialmente la humildad y la
caridad, por lo que su recuerdo se bendice, siempre y cé
lebre por el dominio que adquirió de diversos idiomas;
por haber sido muy versado en historia, así sagrada como
profana, y por su exquisita cultura literaria y artística.
Nombrado por el Rey Católico de las España, Felipe V,
marqués de la Victoria en premio de la que obtuvo con-
tra la poderosa Armada inglesa junto al cabo Sicié. Mili-
tó con inquebrantable fidelidad en las filas del ejército
español más de setenta y seis años, saliendo, con el auxi-
lio divino, incólume y vencedor de cinco sitios y cincuen-
ta batallas. Hasta que, colmado de triunfo, de mereci-
mientos y de virtudes, lleno de días y en santa ancianidad,
descansó en la paz del Señor el 5 de febrero del año de 1772
a los ochenta y cuatro cumplidos de edad.

R. I. P. A.

Notas:

  1. Éste Tercio era uno de los creados en la época de don Carlos I como Tercio de la Armada del Mar, pasando después a la denominación de Nápoles, por estar dislocado en esta ciudad.
  2. El sistema anterior era muy complicado y difícil de entender: «Cada bandera denotaba muchas cosas, según el sitio y circunstancias de su colocación; y si ésta no era visible, como tantas veces sucede en los mares, dexaba mudo al general quando más le urgía darse a entender, o ciegos los comandantes quando quisieran ser todo ojos para distinguir las órdenes de su gefe» por ello don Juan José simplificó el sistema, el cual se consistía en que: «…dando un valor numeral a cada bandera, de 1 a 9, y que otras enarboladas encima valiesen por decenas, habría una tabla de señales, precisas y claras, que, colocadas según la coyuntura en la parte más visible y conveniente, dirían siempre lo mismo y cuya expresión descifraría un quaderno a bordo de cada buque.»

Bibliografía:

Cervera Pery, José.: El Panteón de Marinos Ilustres, trayectoria histórica, reseña biográfica. Ministerio de Defensa. Madrid, 2004.

Cervera y Jácome, Juan.: El Panteón de Marinos Ilustres. Ministerio de Marina. Madrid, 1926.

Danvila, Alfonso.: La Princesa de los Ursinos. Espasa-Calpe. Madrid, 1930.

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Fernández de Navarrete, Martín. Biblioteca Marítima Española. Obra póstuma. Madrid, 1851.

Fernández Duro, Cesáreo.: Disquisiciones Náuticas. Facsímil. Madrid, 1996. 6 Tomos.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895—1903.

González de Canales, Fernando. Catálogo de Pinturas del Museo Naval. Tomo II. Ministerio de Defensa. Madrid, 2000.

González-Doria, Fernando.: Las Reinas de España. Editorial Cometa. Madrid, 1981.

Oyarzabal, Ignacio de.: El Capitán General de la Armada D. Juan José Navarro, marqués de la Victoria y su tiempo. Biblioteca Camarote de la Revista General de Marina. Madrid, 1953.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

Vargas y Ponce, Josef de.: Vida de D. Juan Josef Navarro, primer marqués de la Victoria. Colección de Varones ilustres de la Marina Española. Imprenta Real. Madrid, 1808.

Victoria, Marqués de la.: Álbum. ‹Diccionario demostrativo de la configuración y anatomía de toda arquitectura naval moderna› Facsímil del original, que nunca vio la imprenta. Museo Naval y Lunwerg Editores. Madrid, 1995. De los 1.000 ejemplares, es el número 595.

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